domingo, 23 de junio de 2019

Los nombres de Europa (2 de 2)

   Cuando llegó a la desembocadura del Nilo, Alejandro Magno encontró un lugar ideal para fundar una ciudad, a la cual no dudó en darle su nombre. Así nació Alejandría. Pero Alejandro Magno siguió conquistando y llegó hasta el norte del territorio de los partos, lugar ideal para fundar una ciudad. Quedaba la cuestión de su nombre. Le dio muchas vueltas y al final se decidió por Alejandrópolis. Debió parecerle muy largo porque a la siguiente ciudad que fundó la llamó, simplemente, Alejandría. Unos centenares de kilómetros más al sur fundó otra ciudad. Consultó con sus generales y con las tribus locales y se le ocurrió un buen nombre para ella, Alejandría. En el actual Afganistán fundó todavía otra ciudad, a la cual ¿por qué no llamar Alejandría? Más al norte, a lo que hoy conocemos como Kabul, le dio un nombre extremadamente original, ¿lo adivinan? En efecto, Alejandría. Acabó habiendo 50 ciudades llamadas “Alejandría”. ¿Debemos considerar a Alejandro Magno el primero en proceder de esta manera o, miles de años antes, ya hubo seres humanos que nombraron media Europa de un modo análogo? 
   En Los nombres de Europa, Porlan muestra que los nombres de ciudades, pueblos, ríos, montañas, ruinas y divinidades no pretendieron designar nada. Pensar que Perales se llama así porque un día hubo allí un peral resulta lo mismo que pensar que Guijo (en la provincia de Córdoba) se llama así porque hay guijarros en los alrededores o que Siles debe su nombre a que el verbo latino "sileo" significa callar y el pueblo siempre se encuentra callado. La única manera de entender su naturaleza consiste en liberarlos de su relación semántica de entrada y verlos como elementos de una estructura lingüística que, por sucesivas derivaciones, dieron lugar a unas formas posteriormente semantizadas. A Europa toda se la nombró en tiempos anteriores a la historia mediante un sistema único de designación no semántica y los sucesivos pueblos que vinieron después no hicieron sino adaptar esos nombres a sus propias estructuras lingüísticas sin cambiar las relaciones territoriales. Lo que da significado al nombre no consiste, pues, en el supuesto lugar que designa ni el uso que se hace de él, sino en la posición que ocupa en una estructura a la vez lingüística y territorial, en una especie de rejilla que se aplica al territorio para ordenarlo. Esto ha ocurrido de un modo complejo pues cada nueva posición exige una reordenación de todo el espacio posicional, creando conflictos en sus inmediaciones. De aquí que la superficie de Europa parezca conformada por una sucesión de estructuras celulares. De este modo, y no por casualidad, en la toponimia, vemos confluir el marketing de posicionamiento de Ries y Trout, el naming y la vieja analogía del lenguaje y el ajedrez. Todos ellos indican en la misma dirección, a saber, que para entender el significado de las palabras hay que atender a su posición en el tejido lingüístico y no a su uso, mero derivado de aquélla. Esa posición hace que se registre “Levitra” como el nombre para una píldora contra la disfunción sexual masculina, que las rosas huelan bien y que los refrescos causen adicción. Aún más, esa posición hace que algunas personas acaben en la marginación y otras alcancen el éxito como lo demuestra un experimento del MIT. Marianne Bertrand y Sendhil Mullainathan respondieron a 1.000 anuncios de trabajo con 5.000 currícula inventados. Para ello eligieron nombres reales de los registros de Boston y Chicago entre 1974 y 1979 y diferentes perfiles socioeconómicos. Los Emily, Allison, Brad y Matthew, “que sonaban a blanco”, recibieron hasta un 50% más de llamadas que los Latoya, Ebony, Jamal y Leroy.
   Claro que, si hubiese una ley empírica susceptible de tratamiento matemático que apoyase los descubrimientos de Porlan, hablaríamos de otra cosa. Tal ley existe, nos referimos a la ley de Zipf de la frecuencia de las palabras, publicada por G. K. Zipf en 1949. Tomemos una muestra de habla de una persona, ordenemos las palabras empleadas de mayor a menor frecuencia. Cabría esperar que esta tabla variase mucho, dependiendo de las personas y de los idiomas. Sin embargo, Zipf estableció que existe una relación inversamente proporcional entre la probabilidad de que aparezca una palabra en una frase cualquiera de una persona cualquiera en un idioma cualquiera y la posición que esa palabra ocupa en la tabla anteriormente establecida. De hecho, la diferencia de aparición de palabras en los textos de un buen escritor y en los de alguien con un pobre vocabulario no suele sobrepasar el 6%. Todavía mejor, cuanto más largo resulte el texto, menor resultará dicha cifra. Y si alguien piensa que la ley de Zipf no aporta gran cosa, habrá que aclarar que sirve para determinar la etapa de desarrollo de la enfermedad de Alzheimer y, todavía mejor, para distinguir los lenguajes reales de los ficticios. Maitre amplió esta ley en 1964 a los nombres de santos utilizados como nombres propios y Tesnières en 1975 a los apellidos. Hacer lo propio con los topónimos, a la luz de los datos aportados por Porlan, resulta elemental. Por cierto, conocemos a Zipf, a Maitre, a Tesnières, gracias a un tal Benoist Mandelbrot quien los cita reiteradamente en La geometría fractal de la naturaleza. Resulta una trivialidad señalar a estas alturas que las posiciones, las rejillas, los territorios a los que nos hemos referido y sobre los que nadie puede poner su pie, los nombres de Europa todos, dan lugar a fractales, algo inexplicable si partimos de los usos aleatorios surgidos por generación espontánea. De hecho, no hemos descubierto nada nuevo, más bien hemos vuelto a nuestro punto de partida, ése que, desgraciadamente, abandonamos en algún momento del siglo XX, quiero decir, nos hemos limitado a generalizar la afirmación de Nietzsche, después corroborada por Feuerbach, de que hay palabras que designan posiciones, como la palabra “Dios”.

domingo, 16 de junio de 2019

Los nombres de Europa (1 de 2).

   Me he cansado de esperar. Llevo veinte años esperando que algún filósofo, que alguno de los que se halla convencido de haber ganado algo con el giro lingüístico, que algún hermeneuta, que alguno de esos que cree que Wittgenstein escribió recetarios de cocina y no textos para pensar, citen un libro, un libro trascendental y que debió haber transformado el panorama de la filosofía antes de que cambiase el siglo. Pero el libro no lo escribió ningún catedrático, ni ningún premio de nada, ni siquiera un presentador de televisión, sino un nómada del pensamiento, así que pocos lo leyeron, nadie lo citó y todos siguieron dando vueltas en la noria de lo mismo. El libro se llamaba Los nombres de Europa, lo publicó Alberto Porlan en 1998 y la academia lo recibió, por boca de cierto eximio familiar de Menéndez Pidal, como “carente de rigor”, poco "científico" (sic) y centrado “en las hojas del rábano”. Eso sí, rechinando los dientes, el autor de la reseña, aceptaba que en él se hallaba la mejor fundamentación de "su" idea de que existe un sistema estable de designación en lenguas de procedencia aparentemente diversa. Todo lo demás quedaba reducido a casualidad, a 687 páginas de “casualidades”. ¿Casualidades, acaso, como la que hace coincidir la masa gravitatoria con la masa inercial? La academia ya podía obviar el desafío que Porlan nos había arrojado a todos a la cara, condenarlo a los márgenes del saber y premiar al reseñador por “sus aportaciones renovadoras”, naturalmente sin apartarse ni un ápice, como había hecho Porlan, de "la mejor tradición de la Filología Hispánica”.
   Partamos de la verdad absoluta, quiero decir, partamos de la milonga de que “el significado es el uso”. En el juego del lenguaje de las bebidas espumosas, Champagne designa cierto mejunje dorado que achispa a las damiselas bien educadas. En el juego del lenguaje de los toponímicos Champagne designa cierta región francesa. Entre ambas hay, según los wittgenstenianos, simple “parecido de familia”, una coincidencia “casual” que, curiosamente, ahora no sirve para desdeñar a quien intenta introducir nuevas perspectivas en las cuestiones ya siempre sabidas, sino que, bien al contario, se convierte en palabra de Dios. Que alguien pretendiera establecer un vínculo entre ambos juegos del lenguaje, una sólida cadena que atase el topónimo a la bebida, de modo que sólo podría hablarse de Champagne cuando se tratase de botellas salidas de la región del mismo nombre, como resulta obvio, no se lo planteó Wittgenstein y sus acólitos llevan cuarenta años intentando ignorar la realidad de las “designaciones de origen”. Mucho menos trataron de pensar la cuestión de qué hace a Champagne el nombre de una bebida y de una región, pues los usos, como los gusanitos para Aristóteles, surgen por generación espontánea. Sus mentes funcionan como la de los autóctonos de cierto pueblo de la provincia de Sevilla llamado El Pedroso, que atribuyen el nombre de su localidad a unos objetos de características singulares no presentes en ningún otro pueblo del mundo: las piedras. 
   Seamos justos, el problema no se circunscribe a la Sierra Norte de Sevilla ni a los filósofos del lenguaje vigesimicos. Cuenta Alberto Porlan que cuando Felipe II ordenó realizar una encuesta en la que se incluía aclarar a qué se debía el nombre de cada pueblo, las dos terceras partes de habitantes de la península ignoraba completamente la razón de los nombres que habitualmente utilizaba. Sólo una cifra inferior al cinco por ciento del total de respuestas pueden considerarse respuestas con ciertos visos de verosimilitud. En cuanto al resto, hacían alusión a algún género de deixis, empleada en el pasado, particularmente de vegetales: "estas zarzas", "estos perales", "esta alameda". Explicaciones que llevarían a que la mitad de los pueblos de España se llamasen "Alameda" o "Peral".
   Pues bien, digamos que "Lorenzo" puede significar una cosa u otra, dependiendo del juego del lenguaje en el que nos encontremos, pero ¿por qué la utilización de San Lorenzo como topónimo va acompañada en un entorno de seis kilómetros por un topónimo Valvanera? Eso ocurre en La Rioja, en Salamanca, en Girona y, con ciertas variantes, en Orense y Lleida. Claro que también ocurre con St. Lawrence y Welwyn en Inglaterra, con St. Laurentius y Werfenau en Alemania, con S. Lorenzo y Valfenera en Italia, con Saint Laurent sur Sèvre y la Barbiniere, St. Laurent-en-Beaumont y Valbonais y St.-Laurent du Ver y Valbone, todas ellas en Francia. Cierto, en Francia hay muchos topónimos "Saint Laurent", pero ¿cuántas "Cádiz" hay en Europa? También muchas. Tenemos la Cádiz situada frente a Rota, la Kadijk holandesa situada frente a Rotterdam, la Gaditz alemana muy cerca de Rotta, la también alemana Kaditzsch, algo más alejada de Rötha, el villorrio británico de Catcliffe cercano a Rotherham... 
   Hay quienes sostienen que el nombre de los pueblos de Europa proviene de sus respectivas lenguas. Según esta hermosa teoría Valencia constituiría el nombre del territorio de quienes hablaban valenciano, quiero decir, el valenciano se hablaba antes de la llegada de los romanos y no sólo en la rivera del Mediterráneo, también en Francia (Valence d'Albigeois) y en Badajoz (Valencia del Ventoso). No todas las lenguas de la península tienen la misma antigüedad. Pocas hay como el vasco, esa lengua cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, esa lengua, cuna de la cultura vasca. ¿Desde cuando los montes y montañas vascos se hallan adornadas por sus hermosos nombres? Desde que existe el vasco, sin duda. Por ejemplo, Serantes, en la provincia de Vizcaya, elevación que tiene casi enfrente, al otro lado de la ría a Berango. Claro, que también debió haber vascos en Galicia pues el pueblo de Serantes se halla al Norte de una ría dominada por Betanzos. Por supuesto se trata de una casualidad, como que el monte Zabalaitz tenga por el Sur a Salvatierra y las ruinas de Sebelaci tengan al Norte la ermita de El Salvador, o que Lorka se halle en las proximidades de Bidaurreta y la Lorca murciana tenga en sus cercanías a Berrueces. De hecho, como decimos, los centenares de topónimos, vascos o no, que menciona Porlan resultan todos frutos de la casualidad... 

domingo, 9 de junio de 2019

Para qué sirve un Tribunal Constitucional.

   “Atacar el poder judicial es atacar a la democracia. No hay democracia sin un poder judicial independiente y autónomo”. Así respondió Dias Toffoi, presidente del Tribunal Supremo Federal de Brasil, al vídeo en el que se veía a Eduardo Bolsonaro, el diputado más votado en la historia del país, afirmando que, para cerrar el citado Tribunal Supremo Federal, “uno no manda un jeep, manda un soldado y un cabo. Sin desmerecer al soldado y al cabo". Su padre Jair Bolsonaro, en aquel momento candidato a la presidencia y hoy día presidente, afirmó que las declaraciones de su hijo y correligionario se habían sacado de contexto. Y, ciertamente, merecen que se las coloque en contexto. Las declaraciones de Bolsonaro hijo se realizaron durante su asistencia como ponente invitado a un curso preparatorio para la policía federal en los tiempos en los que se rumoreaba que el Tribunal Supremo abriría una causa contra Bolsonaro padre por haber recibido el apoyo ilegal de más de un centenar de empresarios que financiaron una campaña de insultos y desprestigio contra su rival en las presidenciales a través de Whatsapp. Incluso se puede ampliar el contexto. El grito “los jueces no nos impedirán gobernar”, lo lanzó en España quienes ahora se venden como dique de la ultraderecha, convirtiéndose en el mantra del PSOE bajo dirección de Felipe González cuando comenzaron a menudear en sus gobiernos los casos de corrupción. De semejante principio se deducen dos corolarios (“la corrupción la juzgan las urnas” y "todo lo que sale de un Parlamento es legítimo") que los progres de aquella época y los independentistas de esta no han dudado en cacarear. 
   Como ya hemos insistido muchas veces desde aquí, reducir la democracia al acto de votar significa matarla. Si repasan la época de esplendor de la democracia en Atenas podrán comprobar que allí, realmente, se votaba poco. Ni siquiera los cargos se votaban, se otorgaban por sorteo. Los griegos pusieron en la sabia astucia del azar el equilibrio de poderes. Montesquieu, mucho menos sabio y menos astuto, tradujo el  equilibrio en división, división de funciones entre el Parlamento, el gobierno y la judicatura. Pero nadie pudo evitar la tentación de los parlamentos por nombrar gobiernos y jueces, rompiendo el frágil equilibrio ilustrado. Pese a ello y a que hay jueces que parece que el cargo les ha tocado en la tapa de los yogures, hace un par de semanas, mientras los medios de comunicación nos apabullaban con el importantísimo juicio al procés, las importantísimas elecciones locales y europeas y la todavía más importante final de la Copa de Europa de furgo, el Tribunal Constitucional, fuera de focos, libró a nuestra democracia de la desaparición.
   En noviembre del pasado año, en su ahínco de velar por los intereses de los ciudadanos, el Congreso primero y después el Senado, aprobaron las modificaciones de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General (LOREG), que llevaba ahora adosada una disposición final por la que se le permitía a los partidos políticos rastrear la actividad de los ciudadanos en Internet, crear perfiles de cada uno de nosotros y, en consecuencia, dirigirnos todo tipo de publicidad, encubierta o no, de modo personalizado, para manipular nuestro voto. Dicho de otra manera, la totalidad de los partidos representados en el anterior Parlamento (y hay que recordar que, precisamente la ultraderecha no lo estaba) aprobaron en primera lectura amparar por ley todo lo que en el resto de países se considera contrario a los más básicos principios democráticos y, de hecho, el gran peligro de la democracia moderna, como ya se demostró en el caso de la intervención rusa en las elecciones de EEUU. Y todo eso, ponerlo en manos de los propios partidos políticos que podrían crear así, a su antojo, pequeños centros de intoxicación como los que se supone que tienen en grande muchos Estados modernos algunos de ellos frecuentemente calificados de dictaduras. Al PSOE, recordemos, el baluarte de la socialdemocracia contra los reaccionarios en auge, impulsor de la norma, no le costó trabajo encontrar apoyos a derechas e izquierdas (si bien Podemos, cuando se enteró de que la propia Comisión Europea había alertado contra el engendro, reculó en el Senado), incluyendo, por supuesto, a los constructores de patrias en las que queda muy claro en qué consistiría esa libertad con la que se les llena la boca: Bildu, ERC, Junts per Catalunya, etc. 
   Un grupo de abogados y asociaciones ciudadanas (entre ellos, Borja Adsuara, José Luis Piñar, Jorge García Herrero, Elena Gil González, Víctor Domínguez, de la Asociación de Internautas, Miguel Pérez Subías, de la Asociación de Usuarios de Internet, Virginia Pérez Alonso, de la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información-PDLI, Rodolfo Tesone Mendizábal, de la Asociación de Expertos Nacionales de Abogacía Digital, Ofelia Tejerina, Carlos Sánchez Almeida, Cecilia Álvarez Rigaudias, Lorenzo Cotino, la Plataforma en Defensa de la Libertad de Prensa, la Asociación Española Pro Derechos Humanos, Luis Gervas de la Pisa...), pusieron en acción a un Defensor de Pueblo, evidentemente con más apego por la decencia que por el cargo, Francisco Fernández Marugán, y a un Tribunal Constitucional que, en un tiempo récord, admitió a trámite y dictó una sentencia de 36 folios que tumbaba la mencionada disposición final. A ellos les debemos todos que, al menos mañana, sigamos disfrutando de algo que recuerde a la democracia.

domingo, 2 de junio de 2019

El significado de la estrategia en los negocios.

   Uno de los signos distintivos de nuestra época lo constituye el hecho de que el lenguaje bélico lo ha penetrado todo. Muy pocos deportes se libran de retransmisiones en las que se habla de “capitular”, “agresividad” o “disparos”; la seducción se ha convertido en el terreno de la “conquista”, el “derribo de barreras” y la “rendición”; incluso los textos pedagógicos más avanzados del momento identifican “enemigos”, “armas” y “tácticas”. Joseph Groia y David LeDrew presentaron el 3 de marzo de 2.010 ante la Hamilton Law Associaton un texto titulado “The Art of War and Victory in Litigation: Winning Strategies”, cuyo eje central consistía en abrir el mundo de la jurisprudencia a las consideraciones militares de Sun-Tzu. Pero el campo por excelencia de las nuevas batallas lo constituye el mundo de los negocios. Uno puede llegar a adquirir reputación en los negocios sin tener ni la más remota idea de historia de la economía, de cómo surgieron algunas de las grandes innovaciones e, incluso, sin tener una somera explicación de cómo y por qué acaban adoptándose algunas decisiones y no otras cualesquiera, pero a nadie se le concederá la menor respetabilidad si no ha leído el famoso texto chino. Las grandes apuestas comerciales de nuestra época vienen conformadas por “guerras”, en las que hay que conocer “el campo de batalla” y adoptar una “estrategia” correcta si se quiere alcanzar “la victoria”. Y si la victoria no resulta alcanzable, siempre se puede leer alguno de esos textos en los que se enseña cómo desarrollar un marketing “de guerrilla”. Como siempre, la generalización de un uso, difumina la superficie de su afloramiento, oscurece los motivos por el que este uso llegó a seleccionarse y, todavía mejor, deja sin respuesta la cuestión de su significado último. Precisamente a dilucidar estas cuestiones se dirigió un escrito capital aparecido en 2015 y que, como no podía ocurrir de otra manera dada su trascendencia, todo el mundo hace lo posible por ignorarlo.
   En “Variations in Strategy Perception among Business and Military Managers”, aparecido en el International Journal of Research in Business and Social Science, Vol.4 No.1, 2015, Zafer Özleblebici, de la Escuela de Guerra del Ejército turco, José Carlos de Castro Pinto, profesor asistente de Métodos Cuantitativos en el ISCTE-Instituto Universitario de Lisboa y Nelson José dos Santos António, profesor y director del Programa de Estrategia y Emprendimiento en la mencionada institución, se preguntaron si podía calificarse de metáfora, de analogía, de isomorfismo o de simple identidad los significados del término “estrategia” cuando usaban esta expresión expertos en el mundo de los negocios y militares. 
   Haré aquí un excurso para señalar que, a la luz de la filosofía del siglo pasado, tal cuestión carece de relevancia. Simplemente, en juegos del lenguaje distintos, una misma palabra tiene usos distintos y, por tanto, significados distintos. Las diferencias entre los usos vendrán marcadas por el “parecido de familia” que exista entre los correspondientes juegos del lenguaje. Este planteamiento, tiene la enorme virtud de escamotear la cuestión fundamental, a saber: ¿qué buscan los expertos en economía en los textos de los estrategas militares? ¿acaso no se han enterado de que ellos juegan un juego del lenguaje diferente, de que participan de una forma de vida diferente? ¿o acaso los textos de Sun-Tzu, de Clausewitz, no tratan realmente de la guerra? ¿por qué estos textos le resultan inspiradores a ellos precisamente y no, digamos, a los tenistas, a los policías o a los bomberos? ¿Quizás por que sí hay una manera de comparar los juegos del lenguaje más allá del “parecido de familia”? Dejemos aquí a nuestros atribulados hombrecillos del siglo pasado y vayamos a lo que importa.
   Para abordar la pregunta que se habían planteado Özleblebici, Pinto y Antonio descompusieron el término estrategia en una serie de rasgos característicos tales como: lograr ventaja competitiva, determinar la fuerza y debilidad frente a oportunidades y amenazas, alcanzar la posición deseada, alcanzar los objetivos a largo término, analizar la situación y cambiarla, etc. A continuación enviaron un cuestionario a 500 altos cargos de empresas y otros tantos militares para que establecieran la jerarquía de rasgos que les pareciera más acorde con lo que entendían por “estrategia”. Los propios autores señalaban una debilidad existente en esta metodología, a saber, los resultados indicarían cómo estos sujetos percibían su labor, lo cual no tiene por qué coincidir necesariamente con el modo en que realmente la desempeñan. Pero ésta, que constituye una limitación clara en su estudio, encierra lo más enjundioso de él. En efecto, de los resultados obtenidos por Özleblebici, Pinto y Antonio se extrae la consecuencia de que en la “estrategia” militar hay rasgos diferentes de la “estategia” en los negocios. En primer lugar, como cabría esperar, la “estrategia” en el mundo de los negocios no se refiere a objetivos a largo plazo, sino a lograr ventajas competitivas en un entorno concreto, lo cual, en un sentido estricto, vuelve irrelevante para los negocios la mayor parte de la literatura militar. Todavía mejor, mientras la “estrategia” militar se centra en una cuidadosa deliberación y en una planificación minuciosa, la “estrategia” en el mundo de los negocios se centra en el ensayo y el error y en aprender de experiencias pasadas. Pero la guinda viene en lo que respecta al procedimiento por el cual se debe adoptar una estrategia, pues mientras los militares hacen énfasis en la colaboración y el trabajo en equipo, los hombres de negocios señalan inequívocamente al liderazgo personal.
   Tenemos aquí, por tanto, un bonito ejemplo de que cuando un mismo concepto se utiliza en “juegos del lenguaje” diferentes, como en culturas diferentes, como en idiomas diferentes, se puede descomponer en los distintos rasgos que configuran la posición por él designada, obteniendo de este modo una matriz que nos ayuda a comprender las semejanzas y diferencias entre sus usos, eliminando la tan cacareada inconmensurabilidad sobre la que los filósofos del siglo pasado, que ni se olieron la posibilidad de semejante proceder, fundamentaron sus planteamientos. Esto permite ver que hay rasgos en la “estrategia” a la que se refieren los hombres de negocios que no coinciden con los rasgos de la “estrategia” en la que se reconocen los militares, pues enfatizan el liderazgo y la jerarquía de un modo que ha quedado obsoleto en los ejércitos modernos. Éstos, de hecho, utilizan una versión de la estrategia que recuerda a lo que, teóricamente, debería suceder en los negocios. Estrategia militar y estrategia económica parecen entonces dos espejos alineados, que se reflejan el uno al otro, sin que sus imágenes coincidan nunca exactamente. Entre ambos no existe analogía, ni metáfora, ni isomorfismo sino una reverberación, una fascinación mutua que los lleva, inevitablemente, a confluir en una misma dirección. 

domingo, 26 de mayo de 2019

Vietnam hoy (2 de 2)

   El Golden Bridge se inauguró a principios de junio de 2.018.


Se trata de una plataforma dorada sostenida por dos manos gigantes a 1.400 metros de altura en las montañas de Da Nang. Los crisantermos y las vistas sobre valles cubiertos de nubes proporcionan a los turistas imágenes muy distintas a las colinas arrasadas por el napalm que solemos ver en cada película norteamericana. Pero, sin duda, la imagen del doi moi que el régimen comunista de Vietnam busca la proporcionan las obras del estudio de Vo Trong Nghia. Formado en Nagoya y Tokio, ha importado a Vietnam un minimalismo bastante inusual hasta ese momento en el país. Por supuesto los materiales sobredeterminados corresponden a los tradicionales, el bambú y la terracota. Con el primero se ha intervenido en el Nocenco Café, en la cúpula de ceremonias de Son o en el pabellón para la firma TOTO.




Pero si hay un material sobredeterminado característico del estudio VTN lo constituye la vegetación. El hotel Atlas en Qang Nam, por ejemplo, parece una catarata verde que rememora las pagodas devoradas por la selva y otro tanto encontramos en la Casa de Bambú de Ho Chi Minh City. 



Con este material se alude a varias cosas. Para empezar, las grandes ciudades vietnamitas poseen el dudoso honor de tener una aire más contaminado que el de Pekín y no debido a la circulación de los vehículos de la incipiente clase media, sino a hallarse rodeadas de polos industriales y a una escasez atroz de zonas verdes. La intervención puntual del arquitecto conforma así una crítica al estado de cosas, pero crítica en los cauces del doi moi, que las autoridades ven con buenos ojos e incluso fomentan pues, en realidad, no afecta a lo fundamental: cómo se reparten las poltronas y los suculentos beneficios de vender el kilo de obrero a precios inferiores a los de China. Por otra parte, en una región monzónica, la vegetación sirve para aliviar los sofocos de la época cálida a la vez que se sustenta sin muchos esfuerzos, gracias a las abundantes precipitaciones. Finalmente, pero no menos importante, ofrece una imagen de modernidad ecológica que los occidentales, que, como resulta habitual, no nos enteramos de nada, se han tragado hasta el punto incluir al estudio VTN en la corriente de arquitectos que buscan edificios autosostenibles. El régimen, que ve muy cercano proyectar, en medio de un desarrollismo salvaje, una imagen de amor a la naturaleza como la que alcanzaron los japoneses (que ni siquiera tuvieron una carácter para designarla hasta el siglo XX), no dudó en concederle a Vo Trong Nghia el premio Ashui de 2.012.
  Resulta curioso comparar a VTN con la arquitectura de finales del siglo pasado de Rem Koolhaas. Koolhaas se caracterizó por diseñar dos edificios para cada proyecto, caso del Instituto Holandés de Arquitectura, del ZKM, del Hotel y Palacio de Congresos de Agadir, de la Ópera de Cardiff, etc. 

Netherlands Architecture Institute
Este dualismo tiene un origen muy claro, su admiración por el Spinoza del que hablaba Gilles Deleuze. Sin embargo, cuando tuvo que enfrentarse a casas privadas, como la de Burdeos de 1994-6, el modelo empleado corresponde a la transformación continua de un espacio en otro, algo reiterado en la Casa en el Bosque, destinada a dos generaciones de una misma familia. 



Por contra, la House of Trees del estudio VTN, destinada a albergar también a tres generaciones de una familia, fragmentó el espacio en una sucesión de minibloques cada uno de ellos con un jardín por techo.


   La transición continua aparece en otro tipo de espacios, por ejemplo, en el Tongling Hotel de China, en el que una lazada parece atrapar el lago artificial para que nada de él escape al diseño establecido.


Y, sobre todo, en la genial guardería de 2013.



Concebida para albergar 500 retoños de los trabajadores de una fábrica de zapatos cercana, se enrosca sobre un solar rectangular a las afueras de Ho Chi Minh City. La idea pasaba por proveer a los niños de un primer contacto con la vegetación y el cultivo, destinado a convertirse en único en su muy urbanita futuro. Pero, más allá de proporcionarles un patio de recreo con césped, la zona verde se extendió al techo, por el que los niños realizan una especie de revolución cultural que ya no consiste en someter a crítica doctrinal a sus docentes, sino en trotar sobre sus cabezas. A diferencia de su modelo, la guardería del suburbio de Tachikawa, en Fuji, Japón, diseñada por Tezuka Architects y que recuerda las pistas elevadas de algunos gimnasios en las que los neoyorkinos corrían como cobayas a mediados de los 70, VTN intentó eludir la alusión a la revolución cultural dejando la lazada abierta, quizás señalando que los niños no se hallan aún atados a nada y que no se les debe obligar a dar vueltas en los caminos trazados por sus mayores. 


La propuesta, en cualquier caso, ha generado escuela  y el gabinete MAD ya lo ha empleado para su Courtyard Kindergarten en Pekín, como una especie de gigantesco campo de minigolf en el que la libertad de juegos de los niños queda bien acotada y delimitada por una ciudad inmensa que fagocita los espacios destinados a ellos dejándoles, como única herencia, esa ruina llamada dinero.


domingo, 19 de mayo de 2019

Vietnam hoy (1 de 2)

   El Vietnam actual viene configurado por tres guerras: la casi olvidada guerra de Indochina contra el poder colonial francés, la muy mediática guerra contra Estados Unidos que nos hemos tragado en tantas películas y la cuasi secreta guerra contra China. Aunque el régimen norvietnamita apoyó a los Jemeres Rojos camboyanos, apenas Pol Pot alcanzó el poder amagó con invadir a sus antiguos aliados, a lo cual Vietnam respondió invadiendo Camboya y recluyendo a los Jemeres Rojos en lo más profundo de la selva. China aliada de Pol Pot y recelosa del tradicional acercamiento de los vietnamitas a Rusia, no dudó en responder atacando el norte del país. Resulta difícil saber en qué consistieron los cálculos de Pekín, pero se encontraron con lo que cabía esperar, a un ejército experimentado, habilísimo mimetizándose con la jungla y que, después de haber derrotado a la superpotencia del momento, no iba a dar ni un solo paso atrás. Tras un mes de intensos combates, las tropas chinas se retiraron proclamando el “éxito de su expedición punitiva”, reteniendo una pequeña porción del territorio vietnamita, pero sin haber podido aflojar la presión de Hanoi sobre los polpotistas. Como los informes del ejército norteamericano desvelaron tras la guerra, el soldado vietnamita dudaba de sus superiores, dudaba de cuánto se demoraría la paz, pero jamás dudó de la victoria. Entre otras cosas, porque el propio mando se encargaba de que sus unidades no pasaran demasiado tiempo bajo el fuego enemigo y, en la retaguardia, se llevaba a cabo un minucioso proceso de “reeducación” de todo el que se atreviera a arrojar el menor atisbo de sombra sobre el futuro.
   Vietnam entró en los años 80 del siglo pasado con buena parte de su territorio inhabilitado para el cultivo, enfrentado a casi todas las potencias mundiales y viendo la tercera parte del comercio global transitar frente a sus costas sin dejar nada en sus puertos. Quizás por eso tardó tan poco en subirse al carro de las reformas económicas lanzadas por su otrora invasor, Deng Xiaoping. En 1986, se proclamó la doi moi (renovación), entendida como “economía de mercado orientada al socialismo”, pero la caída del muro de Berlín y las protestas de Tiananmén convencieron al partido de que iban a necesitar algo más que reformas económicas para mantenerse en la poltrona y atraer inversiones; iban a necesitar, ante todo, cambiar la imagen del país. 
   Desde entonces han tratado de mostrar un rostro amable con sus anteriores enemigos, algo que les llevó a promocionar en los EEUU como destinos turísticos los lugares reales en los que se desarrollaron algunas de las batallas tan mostradas por las películas y que ha tenido como último hito la entrega de tres activistas tailandeses a su país de origen, activistas que habían cometido el terrible delito de criticar al monarca. Por cierto, dejo fotos por si alguien cree que hay algo de criticable en Su Alteza Real. 














En realidad, este último hecho tiene también una lectura interna pues una reciente ley aprobada en Vietnam declara secreto de Estado la salud de sus líderes, algo que impide conocer qué ha ocurrido con su presidente, Nguyen Phu Trong, misteriosamente desaparecido de la escena pública tras una visita a la ciudad natal de uno de sus rivales políticos dentro del partido. 
   Como parte del plan para cambiar la imagen del país, el Partido Comunista optó por una vía que ya habían explorado sus camaradas de China y, todavía antes, el Japón posterior a la Segunda guerra Mundial: el cine. Así llegaron a nuestras pantallas El olor de la papaya verde (1993), Cyclo (1995) o Tres estaciones (1999). Pero el modelo mostró rápidamente sus límites. Primero, porque centrarse en temas autóctonos dejaba estrechos cauces a la creatividad cinematográfica, sobre todo, teniendo en cuenta el campo minado de la historia reciente. Segundo, porque la apertura económica inundó los cines vietnamitas de las grandes superproducciones norteamericanas, chinas y coreanas, frente a las cuales el tranquilo preciosismo del cine oficial tenía poco que ofrecer. Finalmente, en ese proceloso terreno, la gente del mundillo tendía a salirse de madre. Así, una película como Seasons of guavas (2000), aclamada internacionalmente, tardó dos años en obtener el nihil obstat del ministerio. Muy astutamente, el gobierno decidió dejar la financiación del cine en manos “del mercado”, quedándose con el control de las salas, lo cual condujo rápidamente a la industria cinematográfica vietnamita a una crisis de la que no parece levantar cabeza. Todo esto llevó a la búsqueda de otro camino para obtener la tan ansiada visibilidad internacional que aumentara el aflujo de capitales: la arquitectura.

domingo, 12 de mayo de 2019

El acontecimiento.

   A la filosofía del siglo XX le chiflaban los acontecimientos. Por alguna razón, que quizás merezca la pena investigar, el concepto de “acontecimiento” adquirió el estatuto de elemento clave a la hora de entender la historia, la realidad y, cómo no, las manifestaciones del “ser”. Interpretar el acontecimiento, hallar sus significados profundos, decir qué “es”, constituyó el gran desafío de la filosofía vigesimica. “El acontecimiento acontece”, se decían unos a otros los filósofos del siglo pasado, paladeando tan abismal sabiduría. “¿Qué es este acontecimiento?” se interrogaban parpadeantes. A cualquiera que preguntase ¿por qué hay este acontecimiento y no cualquier otro? se le acusaba de no respetar las formas y se lo apartaba de la Academia por faltar al consenso. Y, sin embargo, semejante pregunta encierra la cuestión clave. Veámoslo con un ejemplo.
   Esta semana se ha producido un “acontecimiento”. En un episodio más de esa carnicería que dura ya un siglo, 88 personas han resultado muertas por el intercambio de fuego en Oriente Próximo. Hago aquí un inciso para plantear una de estas cuestiones tontas que suele salir de las bocas de quienes han estudiado filosofía: después de cien años matándose sin que nadie haya conseguido acercarse a una solución que satisfaga a todas las partes, ¿nadie se ha planteado que, a lo mejor, seguir por el camino del más, provocando más de lo mismo, más muertos, más sufrimiento, no va a conducir a nada que merezca la pena? Para evitar que algún idiota como yo haga esta pregunta, el ejército israelí ha mostrado unas imágenes en las que un misil destroza un edificio “donde funcionan los ciberoperativos de Hamas”. Inmediatamente se ha suscitado un debate en el que sesudos expertos trataban de interpretar los significados ocultos de este “acontecimiento”.  A la pregunta “¿qué ha sido esto?” unos respondían con una larga retahíla de tópicos recientes que “es la guerra híbrida”; otros, negaban la novedad de semejante retahíla sosteniendo que “no es guerra híbrida”; finalmente, un tercer grupo, recordaba que “el mundo es así” y que resultaba inevitable que alguien acabara respondiendo a un ciberataque con un bombardeo, pues Internet “es el mundo real”. Israel, en efecto, iniciaba el comunicado que hacía comprensible las imágenes mostradas, señalando su completo éxito a la hora de repeler “un intento de ciberofensiva de Hamas contra objetivos israelíes”. Normal y justificable había de considerarse que volara por los aires un edificio entero, decían los hermeneutas de turno. Aún mejor, este acontecimiento tenía un antecedente, un origen, en el asesinato por parte de los EEUU de un par de informáticos al servicio del Estado Islámico en 2016. No obstante, requisito imprescindible para todo acontecimiento, también encerraba una novedad: por primera vez la ciberguerra se combinaba con una guerra en tiempo real entre los contendientes, mostrando, una vez más, lo justificable de la acción israelí.
   Abandonemos ahora la milonga de los "orígenes", olvidemos la pregunta por el “ser” de las cosas, dejemos de interpretar y fijemos nuestra atención en la superficie de afloramiento de estos hechos. Este cambio de marco conceptual nos ofrecerá una perspectiva muy diferente de lo ocurrido. 
   Todo el mundo sabe que la sección informática de los servicios de espionaje israelíes sólo resiste la comparación con la omnipotente NSA norteamericana y que la separa de ella únicamente el tamaño (número de personas y cantidad total de presupuesto). A esta unidad se le atribuye haber paralizado el programa nuclear iraní introduciendo un virus informático en su red de ordenadores y, más recientemente, haber mantenido a flote las páginas institucionales de Ecuador tras el tsunami que se desató contra ellas por la entrega de Julian Assange. Pues bien, pese a contar con un servicio con las mismas capacidades tecnológicas y más personal y presupuesto, los EEUU no pudieron evitar un robo de 81 millones de dólares de la Reserva Federal que pudo alcanzar una cifra récord de no haber cometido los atacantes un error pueril. Tampoco pudo evitar el mucho más sonado ataque a Sony y les costó casi una semana acusar de él a Corea del Norte, siempre con argumentos circunstanciales, más que con pruebas, lo cual acabó levantando hipótesis alternativas sobre la autoría. De hecho, en la ciberguerra, como en el esgrima, el ataque resulta muchísimo más simple que la defensa y precisamente Israel lo demostró en 2.012, cuando un activista pro-palestino robó cientos de miles de datos de tarjetas de crédito que después publicó por entregas. En aquella ocasión llegaron a interrogar a un emiratí residente en México, pese a las reiteradas declaraciones del supuesto autor de los hechos afirmando que había nacido en Riad. Sin embargo, ahora, de buenas a primera, resulta que sí, que los servicios secretos israelíes se muestran capaces de repeler un masivo ataque informático, de identificar de modo inmediato el país de procedencia del ataque y, aún más, el edificio desde el que se produjo, desencadenando la respuesta en cuestión de horas, algo que la NSA no ha soñado todavía en hacer. Y, como prueba de la veracidad de estos hechos, síntoma de los tiempos, muestran una imagen, la imagen de un edificio volado por una bomba, en la que, como resulta lógico, no se ven ni virus, ni troyanos y ni siquiera ordenadores. Recordemos ahora que, tras la masacre de Múnich, los israelíes acabaron con buena parte de la intelectualidad palestina y con la práctica totalidad del sector moderado de la OLP de la época acusando a todas y cada una de sus víctimas de “cerebro de la masacre de Múnich” (cosa que ha llegado a insinuar hasta alguien tan poco dado al antisemitismo como Steven Spielberg). De pronto, algo que resulta normal cuando uno se olvida de las zarandajas de la hermenéutica y hace genealogía, nos topamos con una sospecha, la sospecha de que, efectivamente, nos hallamos ante algo nuevo, un primer ensayo por parte de Israel para tapar sus asesinatos futuros bajo la capa de “respuesta a un ataque informático”. Llegamos de este modo a la moraleja, a saber, que todo acontecimiento, al igual que todo libro y todo símbolo, resulta una totalidad construida, un producto fabricado y puesto ahí por un cierto estado de cosas y que cualquiera que se dedique a contarnos cómo debe interpretarse o, mejor aún, qué “es”, no hace otra cosa que colaborar con los poderes establecidos.