El Vietnam actual viene configurado por tres guerras: la casi olvidada guerra de Indochina contra el poder colonial francés, la muy mediática guerra contra Estados Unidos que nos hemos tragado en tantas películas y la cuasi secreta guerra contra China. Aunque el régimen norvietnamita apoyó a los Jemeres Rojos camboyanos, apenas Pol Pot alcanzó el poder amagó con invadir a sus antiguos aliados, a lo cual Vietnam respondió invadiendo Camboya y recluyendo a los Jemeres Rojos en lo más profundo de la selva. China aliada de Pol Pot y recelosa del tradicional acercamiento de los vietnamitas a Rusia, no dudó en responder atacando el norte del país. Resulta difícil saber en qué consistieron los cálculos de Pekín, pero se encontraron con lo que cabía esperar, a un ejército experimentado, habilísimo mimetizándose con la jungla y que, después de haber derrotado a la superpotencia del momento, no iba a dar ni un solo paso atrás. Tras un mes de intensos combates, las tropas chinas se retiraron proclamando el “éxito de su expedición punitiva”, reteniendo una pequeña porción del territorio vietnamita, pero sin haber podido aflojar la presión de Hanoi sobre los polpotistas. Como los informes del ejército norteamericano desvelaron tras la guerra, el soldado vietnamita dudaba de sus superiores, dudaba de cuánto se demoraría la paz, pero jamás dudó de la victoria. Entre otras cosas, porque el propio mando se encargaba de que sus unidades no pasaran demasiado tiempo bajo el fuego enemigo y, en la retaguardia, se llevaba a cabo un minucioso proceso de “reeducación” de todo el que se atreviera a arrojar el menor atisbo de sombra sobre el futuro.
Vietnam entró en los años 80 del siglo pasado con buena parte de su territorio inhabilitado para el cultivo, enfrentado a casi todas las potencias mundiales y viendo la tercera parte del comercio global transitar frente a sus costas sin dejar nada en sus puertos. Quizás por eso tardó tan poco en subirse al carro de las reformas económicas lanzadas por su otrora invasor, Deng Xiaoping. En 1986, se proclamó la doi moi (renovación), entendida como “economía de mercado orientada al socialismo”, pero la caída del muro de Berlín y las protestas de Tiananmén convencieron al partido de que iban a necesitar algo más que reformas económicas para mantenerse en la poltrona y atraer inversiones; iban a necesitar, ante todo, cambiar la imagen del país.
Desde entonces han tratado de mostrar un rostro amable con sus anteriores enemigos, algo que les llevó a promocionar en los EEUU como destinos turísticos los lugares reales en los que se desarrollaron algunas de las batallas tan mostradas por las películas y que ha tenido como último hito la entrega de tres activistas tailandeses a su país de origen, activistas que habían cometido el terrible delito de criticar al monarca. Por cierto, dejo fotos por si alguien cree que hay algo de criticable en Su Alteza Real.
En realidad, este último hecho tiene también una lectura interna pues una reciente ley aprobada en Vietnam declara secreto de Estado la salud de sus líderes, algo que impide conocer qué ha ocurrido con su presidente, Nguyen Phu Trong, misteriosamente desaparecido de la escena pública tras una visita a la ciudad natal de uno de sus rivales políticos dentro del partido.
Como parte del plan para cambiar la imagen del país, el Partido Comunista optó por una vía que ya habían explorado sus camaradas de China y, todavía antes, el Japón posterior a la Segunda guerra Mundial: el cine. Así llegaron a nuestras pantallas El olor de la papaya verde (1993), Cyclo (1995) o Tres estaciones (1999). Pero el modelo mostró rápidamente sus límites. Primero, porque centrarse en temas autóctonos dejaba estrechos cauces a la creatividad cinematográfica, sobre todo, teniendo en cuenta el campo minado de la historia reciente. Segundo, porque la apertura económica inundó los cines vietnamitas de las grandes superproducciones norteamericanas, chinas y coreanas, frente a las cuales el tranquilo preciosismo del cine oficial tenía poco que ofrecer. Finalmente, en ese proceloso terreno, la gente del mundillo tendía a salirse de madre. Así, una película como Seasons of guavas (2000), aclamada internacionalmente, tardó dos años en obtener el nihil obstat del ministerio. Muy astutamente, el gobierno decidió dejar la financiación del cine en manos “del mercado”, quedándose con el control de las salas, lo cual condujo rápidamente a la industria cinematográfica vietnamita a una crisis de la que no parece levantar cabeza. Todo esto llevó a la búsqueda de otro camino para obtener la tan ansiada visibilidad internacional que aumentara el aflujo de capitales: la arquitectura.
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