El advenimiento de la era de la representación en el siglo XVII, trajo como consecuencia un cambio significativo en el modo de hacer las guerras. Así, podemos reconocernos fácilmente en las tácticas y estrategias de las guerras napoleónicas del siglo siguiente, pero no en las contiendas con ejércitos más o menos privados del siglo XVI. Del mismo modo, el advenimiento de la era de la imagen en el siglo XX significó el paso de unas guerras en las que la población civil casi no jugaba ningún papel (Primera Guerra Mundial), a convertirse en el objetivo principal de las mismas (el genocidio judío y las bombas atómicas lanzadas sobre Japón, constituyen algunos ejemplos), para, ya entrados en el siglo XXI, adquirir el papel de armas con las que librar los combates. Este desarrollo, paralelo al encumbramiento de la imagen, ha dado lugar a múltiples denominaciones (guerra híbrida, guerra de cuarta generación, guerra postmoderna, political warfare, etc.), que no hacen sino ocultar su verdadera naturaleza. Vivimos en la era de la imagen y nuestras guerras constituyen otras tantas guerras de las imágenes, en las que tan importante como las máquinas de guerra que ocupan el territorio (tanques, aviones, misiles), resultan las máquinas de guerra que ocupan las mentes (aunque deberíamos decir con mayor precisión que crean mentes).
Cabría situar el inicio de una de las primeras el 24 de noviembre de 2014, cuando la empresa Sony tomó conciencia del robo de 200 gigabites de información, incluyendo películas, informes y e-mails internos por parte de un grupo autodenominado “Guardianes de la Paz”. Aunque el régimen de Corea del Norte declinó toda responsabilidad, atribuyendo el ataque a “seguidores y simpatizantes del presidente”, el 18 de diciembre los "Guardianes de la paz" lanzaron dos mensajes. En uno de ellos amenazaban con liberar toda la información robada si la película The Interview, que ridiculizaba al dictador norcoreano Kim Jong-un, llegaba a estrenarse en cines o por Internet. Esta amenaza se extendió a la realización de atentados contra todas las salas que participaran en su estreno. El segundo mensaje se limitaba a pedir como condición el cambio del final de la película, que mostraba la muerte de Kim Jong-un. Las grandes cadenas de cines de los EEUU rechazaron la posibilidad de estrenarla y Sony sustituyó la habitual première por un pase sin grandes algaradas.
Muy pronto The Interview pudo obtenerse de sitios no precisamente oficiales como The Pirate Bay y el 19 de diciembre, el presidente Barak Obama criticó públicamente la decisión de Sony de no distribuir el film, ofreciendo la “respuesta proporcionada” del país ante cualquier ulterior ataque que sufriese la empresa. De hecho, acabaron aprobándose sanciones contra destacados miembros del régimen norcoreano y el 23 de diciembre dicho país se quedó durante 9 horas sin Internet. Ese mismo día, Sony reconsideró su postura admitiendo el estreno en 300 cines independientes. El día 24 ya podía conseguirse en Google Play, Xbox Video y Youtube. Cuatro días después, la Comisión Nacional de Defensa de Corea del Norte acusaba al presidente norteamericano de “forzar” la distribución de la película. Acto seguido se difundieron los e-mails internos de la empresa, películas por estrenar, los sueldos de los ejecutivos y las motivaciones últimas de ciertos cambios “artísticos” de múltiples producciones de Sony. La empresa amenazó entonces con acciones legales contra los medios que dieran cobertura a este material y, ante la escasa probabilidad de que tales amenazas pudieran implementarse, pidió la cancelación de las cuentas que, en diferentes redes sociales, redifundían el material liberado. Como argumentó el conocido guionista Aaron Sorkin (que posee múltiples vínculos con Sony) en una carta abierta a The New York Times, los medios de comunicación, al informar, ayudaban a quienes robaron el material de Sony con la intención de chantajear a la empresa.
El resultado de la guerra de Sony puede considerarse ambiguo, lo cual, muestra, una vez más, que nos hallamos ante un nuevo marco de combate que ni siquiera los agresores dominan con plenitud. Las sanciones impuestas por EEUU afectaron poco a un régimen de por sí aislado y acostumbrado a ellas. A la vista de los ataques a Sony, la productora New Regency canceló en marzo de 2015 su adaptación de la novela satírica Pyongyang: A Journey in North Corea. Sin embargo, hay que colocar en el otro platillo de la balanza la enorme difusión de The Interview, que acabó viendo un público muchísimo más amplio que el que habitualmente sigue las comedias de Seth Rogen, Jamie Franco y compañía, presentados ahora como paladines de la libertad, aunque resultaría más apropiado llamarlos adalides de la libertad de circulación de las imágenes. Si el objetivo declarado de la acción consistió en impedir la difusión de esta película podemos decir que la guerra de Sony terminó con la derrota de Corea del Norte.