El 31 de mayo de 2009, a las 19:29 hora local, despegó del aeropuerto de Galeão, en Río de Janeiro, el vuelo 447 de Air France con 216 pasajeros y 12 tripulantes a bordo. Se trataba de un Airbus 330-203, el orgullo de la casa, que, habitualmente, es gestionado por un piloto y un copiloto. No obstante, el aparato realizaría un trayecto de más de diez horas hasta llegar a París, por lo que contaba con un copiloto adicional, de acuerdo con la costumbre en vuelos tan largos. A la 01:49, ya del 1 de junio, la nave abandonó la zona de control por radar de Brasil y se dispuso a atravesar el Atlántico. Apenas diez minutos después el capitán pasó los mandos a uno de los copilotos y se fue a descansar. A las 02:06 se le comunicó al personal de cabina la entrada en un área de turbulencias que, en realidad, eran dos frentes sucesivos de mal tiempo en plena Zona de Convergencia Intertropical. Pasados cuatro minutos, el piloto automático se desconectó y los dos copilotos tuvieron que afrontar la situación pilotando manualmente la aeronave. De acuerdo con su entrenamiento, decidieron sortear la tormenta ascendiendo. Lograron llegar hasta los 38.000 pies, pero, a partir de ese momento, el avión entró en pérdida, cayendo a una velocidad de 10.000 pies por minuto, hasta estrellarse en pleno Atlántico, siempre con el morro hacia arriba y los motores a plena potencia.
Aunque no se tardó más que unos días en hallar el lugar del impacto, la profundidad del mar en ese punto y la complicada orografía submarina retrasó el hallazgo de las cajas negras dos años. La hipótesis que introdujo la ulterior investigación y comúnmente aceptada es que un error en los instrumentos, seguido del consiguiente error humano, provocó la catástrofe, de hecho, la mayor de Air France y una de las mayores que ha tenido que afrontar la empresa Airbus. Al parecer, una primera borrasca había ocultado al radar meteorológico del avión la magnitud del frente tormentoso que les aguardaba. Eso explicaría por qué no se cambió el plan de vuelo buscando condiciones atmosféricas más favorables. El aparato se encontró con una sucesión de corrientes de aire frías y cálidas que oscilaban entre los -40º y los 23ºC. Una de esas corrientes habría helado los tubos Pitot, es decir, los sensores de presión que proporcionan a la computadora de a bordo los datos para calcular la velocidad de la nave. Recibiendo datos contradictorios el ordenador desconectó el piloto automático, entregándole el control a dos copilotos que carecían de lecturas adecuadas acerca de lo que estaba sucediendo. Probablemente el avión fue succionado por una corriente de aire cálido, es decir, tenue, que provoca una pérdida de impulsión por parte de los motores, mientras trataba de ascender elevando el morro. Los pilotos debieron verse atrapados en una paradoja letal pues el instrumental les indicaba que iban a la velocidad y en la posición adecuada para ascender, pero la nave perdía altitud. Sin ser capaces de comprender lo que estaba ocurriendo y sin llegar en ningún momento a dudar de las máquinas en las que confiaban ciegamente, fueron incapaces de hallar una solución y el aparato se precipitó al mar.
Vamos con otra historia menos trágica. Desde que Lotus desapareció del mercado, Excel se ha convertido en una hoja de cálculos omnipresente. No es fácil de programar ni siquiera para tareas elementales. Cuando hay muchas manos trabajando en ella en pasadas sucesivas los errores son inevitables. Entre el 75 y el 88% de todas las hojas de cálculo que se utilizan en el mundo contienen errores. Teniendo en cuenta que sus resultados se utilizan para la toma de decisiones a todos los niveles de la economía, el dato es escalofriante. Sin embargo, no es la única fuente de errores que introduce Excel. En septiembre de 2007, Microsoft reconoció que su hoja de cálculo tenía 12 números que causaban “problemas”. Si uno multiplicaba, por ejemplo, 77,1 por 850, la casilla correspondiente de Excel devolvía 100.000... ¿Es la cifra correcta? ¿Tendría la amabilidad de comprobarlo?
¿Ya lo ha hecho? ¿Es 100.000 el resultado de esa multiplicación? No, ¿verdad? Es 65535, uno de los números con los que Excel tenía problemas. Bien, pero, ¿se da cuenta de lo que ha hecho? ¿Ha tomado un papel y un lápiz y ha calculado? Lo más probable es que haya tomado una calculadora para hacerlo o haya recurrido al móvil, es decir, ha usado una máquina para comprobar cómo funciona otra máquina. O, dicho de otro modo, saber que una máquina incurre en errores no le ha hecho perder confianza en ellas, Ud. sigue confiando en que una máquina le dé la respuesta correcta, como hicieron los pilotos del vuelo AF447.
Microsoft siempre ha sostenido que, en realidad, el error era de lo que se mostraba en pantalla, no del programa, pues en la celda “estaba” el valor correcto aunque se mostrase uno erróneo. Si se multiplicaba el contenido de la celda por dos, aparecía, en efecto, el doble de 65535. Dicho de otro modo, era un error para nosotros, no en sí. Habría, pues, un mundo virtual en el que la máquina no comete errores y un mundo real, en el que nosotros y no la máquina, cometemos errores. Si estamos hablando de una hoja de cálculo que ha de ser revisada por un ser humano, los doce números en los que incurrían en error algunas versiones de Excel 2007 no eran gran cosa. Es fácil notar que 77,1 por 850 no puede dar tantos ceros. Pero si se trata de una hoja cuya finalidad era ser volcada en un programa para tomar decisiones en bolsa, la cosa toma otro cariz, aunque, en este caso, según Microsoft, no existiría el error.
Pero no se trata sólo de los doce números de 2007. Si se realiza la sucesión de operaciones: 21,86 + 3,93 -3,28, Excel le devolverá el valor 22,52, en lugar del correcto, 22,51. Aquí el error es mucho más sutil y aunque haya un ojo humano supervisando las operaciones, difícilmente lo hallará. Aunque minúsculo para el usuario común, la diferencia entre 22,52 y 22,51 en una jornada de bolsa puede ser la euforia o el pánico. Para llegar al valor correcto hay que entrar en las opciones avanzadas y marcar la casilla “establecer precisión de pantalla” algo fácil de hacer... si previamente ha descubierto el error y, una vez más, resulta muy poco probable que se halle el error sin la ayuda de otra máquina.