domingo, 23 de agosto de 2015

El nuevo biopoder (4)

   Los últimos cincuenta años de la industria farmacéutica están llenos de historias que merecen la pena ser contadas y ésta, que ha llegado a su culminación esta semana, es una de ellas. Como es sabido, entre las principales causas de muerte en los países occidentales están los accidentes cardiovasculares. Es síntoma de la naturaleza de nuestras sociedades pues se trata de enfermedades casi desconocidas en los países no desarrollados. Esencialmente ni la hipertensión ni los ataques cardíacos existen en las sociedades centradas en la agricultura o el pastoreo. Como tal síntoma, debía haber sido función de la medicina atacar la causa de tales enfermedades, es decir, nuestro disparatado ritmo de vida. El higienismo debía haber llevado a promover leyes que prohibieran el estrés en el trabajo, la amenaza del paro o la falta de sueño. En lugar de ello, la industria farmacéutica se ha volcado en fabricar píldoras que nos permitan vivir, empastillados, por supuesto, nuestras frenéticas e insalubles vidas. Uno de estos fármacos fue el citrato de sildenafilo. El problema es que, después de haber invertido una ingente suma de dinero en su desarrollo, cuando llegó a la fase de los ensayos clínicos, sus efectos en los humanos demostraron no ser los esperados. De hecho, más que prevenir la angina de pecho, el citrato de sildenafilo causaba infartos, de corazón y cerebrales. En lugar de tirar todo el proyecto a la basura, la casa matriz que estaba desarrollando la patente, Pfizer, decidió aprovechar uno de sus efectos secundarios para lanzarlo al mercado, algo en absoluto inusual en el campo del que estamos hablando. Y es que una serie de pacientes de las pruebas de control habían reportado frecuentes erecciones durante el tratamiento. 
   El giro en la estrategia para lanzar al mercado el nuevo producto estaba lleno de obstáculos. En primer lugar, el público objetivo hacia el que iba dirigido era un porcentaje extremadamente pequeño de la población. La disfunción eréctil se convierte en un problema habitual entre varones que alcanzan una edad en la que, desde luego, no constituye su principal preocupación. Por otra parte, los primeros ensayos clínicos mostraban claramente que sólo constituía una ayuda en el caso de que los problemas de disfunción eréctil tuvieran una base física y su porcentaje de éxito, en el mejor de los casos, no podía decirse que alcanzara el 60%. Teniendo en cuenta que hasta un 25% de los varones mejoran la calidad de sus erecciones tomando un placebo, no era gran cosa. Lo que hizo Pfizer fue, en primer lugar, promover un cambio en la definición de disfunción eréctil que, en la práctica, incluye ahora cualquier varón que en alguna situación, no importa cómo de extrema, haya tenido problemas para conseguir o mantener una erección. Esto ampliaba un poco el mercado, pero, claro, no era bastante. Para ensancharlo un poco más se promocionó una tasa de éxito del 80%, absolutamente exagerada. Finalmente, se ligó su publicidad en EE.UU. a todo tipo de acontecimientos deportivos, intentando cautivar a un público menor de 40 años que, desde un punto de vista estrictamente médico, difícilmente, podría tener algo calificable de “disfunción eréctil”. Así nació un fenómeno llamado Viagra®.
   Viagra® se ha convertido en el complemento habitual de los jóvenes europeos para culminar las noches de los fines de semana sin problemas después de haber ingerido notables dosis de alcohol y ello pese a que en Europa se supone que sólo se vende bajo receta médica. Aunque a Pfizer no le gusta reconocerlo, es un medicamento ligado a un estilo de vida. El motivo por el que a Pfizer no le gusta reconocerlo es porque éste ha sido su gran fracaso. En efecto, ¿cuántas pastillas va a tomar un consumidor medio de Viagra® al año? ¿25, 50, 100 quizás? ¿Se dan cuenta? Apenas es la tercera parte del dinero que se le podría sacar. Desde luego a Pfizer, Viagra® le reportó, hasta la caducidad de su patente en 2013, un tsunami de ingresos... pero no lo suficientemente grande desde el punto de vista de la industria farmacéutica. Por eso, mientras la lepra seguía existiendo en el mundo, un laboratorio desarrolló Cialis®. Cialis® no hace nada diferente de lo que hacía Viagra®, tampoco lo hace mejor, eso sí, lo hace durante más tiempo. La duración de sus efectos se prolonga hasta 36 horas. Pero el objetivo de la empresa que lo comercializó, Eli Lilly, era más amplio, su objetivo se llamaba Cialis diario. A diferencia de Viagra® o de Levitra®, Cialis® puede ingerirse diariamente para conseguir efectos que duren hasta un mes después de finalizado el tratamiento. De modo que ya tenemos a cualquier hombre que en alguna ocasión haya tenido algún problema de erección tomando una pastilla diaria. Obviamente no era bastante...

2 comentarios:

  1. Tal vez Manuel no esté lejos el día en que para asegurarte dormir siete horas te tengas que tomar una pastilla, varias de ellas para llevar una dieta variada, otra más para el sexo, etc.
    Desconocía esos efectos secundarios de la viagra, puesto que los médicos y expertos aseguran que es muy segura. Otra cosa es que al dejar de tomarla te haga sentir inseguro a ti.
    Al margen de esto conozco el caso de un amigo que tomo viagra estando en pareja y, en lugar de mejorar la relación, la chica terminó cansandose de sus maratonianas sesiones de sexo.

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    1. Mucho me temo que el día en que para dormir siete horas haya que tomarse una pastilla fue ayer. Lo de los médicos y demás "expertos" es para echarse a temblar. También recomiendan "un ibuprofeno" como si fuese una tisana y ya se está empezando a hablar de que produce infartos "tomado en altas dosis"... de momento. En cuanto a ese amigo suyo, conozco un caso peor y es el de cierto superdotado (no precisamente en las matemáticas) que estaba más solo que la una porque las chicas, al verlo, salían huyendo y la que no huía, tampoco volvía. Y es que ya lo dijo Mies van der Rohe, "menos es más" ;)

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