En 1999, E. Laumann, A. Paik y R. Rosen, publicaron “Sexual disfunction in the United States, prevalence and predictions”, en el Journal of the American Medical Asociation. En él se señalaba que hasta un 43% de las mujeres del estudio en cuestión habían respondido afirmativamente alguna de siete cuestiones del tipo de si durante al menos un mes en el último año habían perdido el apetito sexual, se habían sentido angustiadas por su respuesta sexual o habían tenido dificultades con la lubricación. Bajo ningún concepto los autores proponían que una mujer que durante un mes no ha tenido apetito sexual, sin mostrar ningún otro trastorno, podía considerarse víctima de síndrome alguno. Pese a ello, la industria farmacéutica se encargó de que 1999 y este artículo en concreto se convirtiese en el acta de nacimiento de la “disfunción sexual femenina”, “padecida por hasta el 43% de las mujeres americanas”. Recordemos, Viagra®, Levitra®, Cialis® diario, eran pastillas dirigidas a hombres. El machismo, la mojigatería de los médicos, había ocultado durante siglos la existencia de problemas en la respuesta sexual femenina. Desde 2004, la industria farmacéutica viene luchando ferozmente por conseguir la justa igualdad de géneros o, dicho de otro modo, que los hombres tomasen diariamente una pastilla para obtener una erección era conformarse con la mitad del mercado, había que conseguir que todo el mundo tomase su correspondiente pastillita para tener el sexo deseable.
El nuevo milagro, el nuevo milagro que permitirá a las mujeres ser femeninas para siempre, se llama Addyi® y viene con todos los pasos, que su análogo masculino realizó penosamente, ya dados. Dicho de otro modo, no es una píldora recreativa, es de uso diario. Combatirá los efectos de la falta de apetito sexual en los albores de la menopausia, pero, casualmente, hay que empezar a administrarlo antes. ¿Cuánto tiempo antes? Bueno, se ha empezado a comentar que “algunas mujeres” sienten los primeros efectos de la crisis en el deseo ¡a los 20 años! No es sólo un milagro, también es un logro. La FDA, la agencia norteamericana encargada de la aprobación de medicamentos, había rechazado su aprobación dos veces. Hay quienes justifican tal rechazo porque las conclusiones de los estudios clínicos llevados a cabo indican que las mujeres reportan un "ligero incremento de eventos sexualmente satisfactorios". A cambio ya se han detectado efectos secundarios como nauseas, mareos y fatiga y es incompatible con el uso de antimicóticos, por lo que no sólo las mujeres serán sexualmente más activas, sus hongos también. Dicho de otro modo, todo son ventajas: habrá que desarrollar nuevos agentes antifúngicos y las consumidoras de Addyi® tendrán que habituarse a la ingesta habitual de otros medicamentos para combatir sus efectos secundarios. No obstante, diferentes asociaciones feministas, cuya financiación sería fácilmente rastreable, han acusado a la FDA de exigir más pruebas para aprobar fármacos dirigidos a mujeres de las exigidas a los fármacos dirigidos a hombres, lo cual no sabría yo decir si es un sesgo machista o feminista.
Hubo una época en la que Thomas Szasz acusaba a la medicina de imponernos regulaciones sobre nuestro cuerpo y de intentar salvaguardarlo incluso contra nuestra voluntad. El propio concepto de biopoder creado por Michel Foucault hace referencia al modo en que nuestro cuerpo es administrado por un poder absorbente, que se infiltra en él para dominarlo. La moderna industria farmacéutica ha ido mucho más allá. Hace décadas que abandonó nuestros cuerpos para infiltrarse en nuestras mentes, en nuestro modo de pensar y de pensarnos. La enfermedad ya no es un estado, es una definición, una definición tan arbitraria y convencional como cualquier otra y que puede moverse para un lado u otro dependiendo de cuántos millones de individuos vayan a caer bajo ella, es decir, de cuánto vayan a aumentar los beneficios. Las relaciones causales se podan, la complejidad de los organismos vivos se moleculariza y ya nada puede ser resultado de la actuación de una multiplicidad de causas. Todo tiene su causa determinante, su causa química, reproducible en una probeta. Y la magia se ha obrado: cualquier cosa puede ser una enfermedad, la caída del cabello, la edad, la atención, cualquier cosa es asumible como enfermedad si se la define adecuadamente, si se la libera de las complejidades de la realidad y se la reduce a su determinante químico. El caso del deseo es característico. No lo provoca la ausencia de la cosa deseada, ni en ansia de poseer, ni el arrebato, ni la pasión. El deseo, como la atención, como la hipertensión, viene causado por un proceso químico que, como todo proceso químico, puede ser aumentado o disminuido a voluntad por el aditamento de las sustancias oportunas. Un ser humano no pasa de ser una probeta, una Thermomix® en la que cualquier comportamiento puede ser cocinado si se tiene la receta adecuada y se echan los ingredientes en el orden oportuno. Y el sexo, el sexo, por fin, es un producto más del mercado, encapsulado, empaquetado y adecuadamente dosificado como los esquemas mentales que nos hacen ver todo esto como algo lógico, natural, aún más, científico. Si alguna vez una vida sana consistió en una vida libre de enfermedades, hoy día una vida sana consiste en una vida en la que podamos tomarnos todas las pastillas a las que tenemos derecho porque está claro que, en nuestras sociedades, la enfermedad no es algo que acontezca a los seres vivos y de lo cual podamos librarnos, nuestra vida es una enfermedad... crónica.
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