domingo, 21 de diciembre de 2014

Platón en Siracusa (y 3)

   “Siracusa” ha ejercido un atractivo constante sobre los filósofos o, mejor dicho, sobre los hombres que han hecho filosofía. La filosofía por sí misma ha tenido pocas razones, por no decir ninguna, para ir a “Siracusa”. Pero los hombres que la han hecho han sentido con frecuencia que las cosas iban demasiado lentas, o que estaban solos, o que sus ideas no acababan de impregnar la sociedad, o, más comúnmente, no se han dado cuenta de que era la vanidad característica de los hombres y no los razonamientos, la que guiaba sus pasos hacia la política. Son muchos, muchos de los grandes y aún más de los medianos y de los pequeños, los que han acabado en “Siracusa”. Ahí tenemos a Karl Marx fundando un Partido Comunista cuya existencia era superflua si leemos sus textos en el sentido de que el capitalismo, inevitablemente, conduce a la revolución proletaria. A Marx, como a Platón, se le suele echar en cara el fracaso de su Siracusa particular en la forma del gulag estalinista. Curiosamente este comportamiento no se reproduce con otros siracusanos, tales como Martin Heidegger. Al parecer, por una parte está el ciudadano Heidegger, sucesor en el decanato de Friburgo de su “maestro y amigo” E. Husserl, destituido por judío, o el ciudadano Heidegger, que en 1953 aún hablaba de “la grandeza del nazismo” y por otra parte, el filósofo Heidegger, cuyo Ser y tiempo, está limpio como una patena de la sangre vertida en Auschwitz. Lo cierto es que Heidegger declaró expresamente su deseo de poner su filosofía al servicio del tirano y no para proveer a su país de leyes más justas, no, sino para facilitar la carnicería. Éste es el único modo sensato de entender su doctrina de que el ser se muestra en el acontecimiento, su recomendación de “quedarse escuchando la voz del ser” que lanzaba discursos incendiarios por las radios alemanas de la época, o su exégesis del ser-para-la-muerte, al cabo, poco más que una glosa de ese “novio de la muerte” que anduvo de cruzada por España.
   Menciono a Marx y a Heidegger como podía mencionar a tantos otros, de su altura o mucho más pequeños, que no supieron entender lo ocurrido con Platón en Siracusa. Porque las estancias de Platón en Siracusa son narradas habitualmente como la historia de un fracaso. El propio Platón debía verlo así y sus contemporáneos, entre los que se encontraban muchos de los partidarios y familiares de Dión, no debieron verlo de otra manera, como lo demuestra la prolijidad de la carta VII. Suele decirse que Platón ni siquiera se acercó a hacer de la sociedad siracusana una sociedad más justa y/o feliz. La propia afirmación platónica de que habrá mal en el mundo mientras los reyes no sean filósofos o los filósofos reyes, se ve, a la luz de estos acontecimientos, como equivalente a afirmar que siempre habrá mal en el mundo. Sin embargo, si uno se detiene a analizar los hechos históricos, obtendrá otras consecuencias. 
   En efecto, para empezar, Platón logró que, efectivamente, hubiese un rey filósofo, porque, al final, Dionisio acabó reclamando para sí el título de filósofo y rey (o tirano), por más que Platón se lo negara. Que semejante rey-filófoso contribuyese a atemperar el mal en el mundo o no, ya es otra cuestión. Todavía mejor, hubo un filósofo, o, al menos, alguien imbuido por el espíritu filosófico, que acabó siendo rey, Dión, por mucho que lo fuese durante un tiempo extremadamente breve.
   Platón deja muy claro que el filósofo no debe prestarse a ser un mero nombre que el tirano de turno use en su beneficio. Cualquiera que se deje ver en compañía de un político contribuyendo con su nombre a acrecentar la fama de éste, siempre podrá aducir como razón su derecho a medrar, pero no el servicio fiel a la filosofía. Tampoco debe el filósofo ir prodigando sus consejos entre aquellos que no están dispuestos a aprovecharlos o quienes, simplemente, no los han pedido. Ni va a tardar mucho en ser quitado de en medio el filósofo que llegue al poder por medio de la espada (o las urnas). El apoyo popular a quien, por propia naturaleza, es un extranjero en todas partes, salvo en la République des lettres, difícilmente podrá ser sincero o duradero. Y, sin embargo, Platón y su filosofía sí que tuvieron una influencia real y decisiva sobre los acontecimientos. Porque Platón sí que contribuyó, por lo menos al intento, de hacer de la sociedad siracusana en particular (y de este mundo en general), algo mejor. Semejante logro no lo alcanzó ni mediante el ejercicio directo del poder, ni mediante su ejercicio mediado, a través de la influencia sobre quien ejercía el gobierno, lo alcanzó mediante la enseñanza, mediante la educación. Fue la trasmisión de sus ideas (a Dión), la que provocó una serie de acontecimientos históricos que acabaron desencadenando la caída del tirano. Dicho de otro modo, es en su tarea como educador donde radica la posibilidad de que el filósofo ejerza un papel efectivo y aún revolucionario sobre la realidad política de un país

domingo, 14 de diciembre de 2014

Platón en Siracusa (2)

   Platón nunca se hizo ilusiones acerca de la naturaleza tiránica del gobierno de Siracusa ni de la naturaleza del tirano. Al recordar los motivos que le condujeron por primera vez a Siracusa, Platón no nos habla de las posibilidades que se abrían ante sí, ni de los riesgos que un filósofo corre al entrar en un campo que no es el suyo. Recordemos, Platón aún no ha publicado ningún tratado de política. No se siente comprometido, pues, con una opción política que (aún) no ha hecho pública. Se siente comprometido con Dión, a quien convenció de las ventajas de perseguir la virtud tanto privada como pública. Por tanto, no teme que lo acusen de sabio encerrado en su torre de marfil, teme que lo acusen de charlatán de feria. Semejante temor al qué dirán, es, sin duda, algo que debiera preocuparle al hombre llamado Platón o, mejor dicho, Aristocles, pues éste era su nombre real. A Platón, al filósofo, el qué dirán debe traerle sin cuidado. Aristocles basa, pues, su decisión de llevar a Platón a Siracusa en el agradecimiento a la hospitalidad recibida por parte de Dión. Filosóficamente, Platón es incapaz de hallar motivos para acudir a las demandas de Dionisio y Dión. Resulta fácil de entender por qué filosóficamente no había motivo alguno para llevar a Platón a Siracusa si proseguimos con su relato de lo que ocurrió cuando llegó allí.
   Tras ser infectado por el virus de la filosofía, el joven Dión había desarrollado uno de los síntomas característicos de esa enfermedad, se había convertido en una especie de extranjero en su propio país. Las frívolas preocupaciones de sus conciudadanos le resultaban por completo extrañas o, dicho a la inversa, muchos lo miraban con malos ojos, especialmente, tras su empeño en traer a Platón a la corte del tirano. Este, como buen tirano, no podía tolerar junto a él nadie tan noble e instruido como Dión, aunque reconocía el prestigio que podía aportarle la presencia del filósofo ateniense. Apenas tres meses después de la llegada de Platón a Siracusa, Dionisio ordenó el destierro de Dión y se esforzó porque Platón rompiera todos los vínculos con él.
   Cuenta Platón que decidió permanecer en la corte, pese al destierro de su principal valedor en ella, por deseo expreso de éste y porque, tras su partida, se difundió el rumor de que Dionisio lo había matado. Queriendo el tirano disipar tales rumores, se cuidó mucho de que lo viesen en compañía del filósofo, a la vez que lo encerraba en una jaula de oro. Aquí el relato de Platón se vuelve deliciosamente confuso. Asegura el ateniense que no podía salir del palacio, del país y, mucho menos de la isla, si bien la única demostración que da es una serie de razonamientos al respecto. Dicho de otro modo, Platón no hizo ni el más mínimo intento por escapar. ¿Por qué? Aunque Platón no se cansa de hablarnos de las mezquindades de Dionisio y aunque afirma no haber tenido con él más que una sola conversación sobre filosofía, le reconoce “facilidad para aprender” y el mismísimo Arquitas de Tarento, una de las principales fuentes del pitagorismo platónico, dio testimonio de sus progresos en filosofía. Por más que Platón se dedique a poner en tela de juicio tales progresos, lo cierto es que la presencia del ateniense tuvo que despertar en el siracusano si no la viva impresión que causó en Dión, sí un cierto hechizo filosófico del que ya no escaparía. Desde entonces, siempre intentó dar la apariencia de filósofo él mismo, llegando a escribir un libro sobre el tema y a ganarse la vida, en sus últimos años, como maestro en dicha disciplina.
  Quizás Platón aguantó tantos meses en Siracusa creyendo que, al final, manipulando la fascinación de Dionisio por el mundo filosófico, podría llegar a tener influencia real sobre el gobierno de la ciudad. De hecho, cuando finalmente partió, lo hizo bajo la promesa de volver. Promesa que cumplió. Hubo, en efecto, una segunda estancia en Siracusa, en respuesta a una segunda invitación de Dionisio y de Dión, que permanecía en el destierro, y como resultado de una segunda deliberación. Esta  segunda deliberación platónica se resolvió en favor de volver a Siracusa para comprobar los progresos en filosofía de Dionisio y porque éste, según cuenta Platón, le había prometido que, de acceder, el asunto de Dión se resolvería en el sentido que Platón desease.
   La segunda visita a Siracusa acabó aún peor que la primera. Despreciaba a Dionisio y éste no necesitaba más que de su visita, no de su estancia allí, para acrecentar sus ínfulas filosóficas. Cuenta la leyenda que, tras partir de Siracusa, el barco en el que viajaba Platón naufragó en las costas de Egina, ciudad en guerra con Atenas que había decretado la esclavitud de cuantos ciudadanos atenienses llegaran a sus costas. Platón, por tanto, fue vendido como esclavo. Para su fortuna, fue comprado por un conocido suyo que rápidamente lo manumitió, permitiendo el regreso a su ciudad. De camino, se encontró con Dión, quien le comunicó su intención de hacerle la guerra al tirano. Fue el inicio de una campaña que terminó con la derrota de éste y el triunfo del desterrado. Pero, como ya dijimos, Dión nunca fue capaz de conocer el corazón de los hombres. Dos de de sus compañeros de armas lo asesinaron. La ciudad cayó en el caos, hasta el punto de que, ocho años después, Dionisio acabó por reconquistala, para ser despuest,o de forma definitiva, en el año 344 a. de C. Platón había muerto tres años antes.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Platón en Siracusa (1)

   Tras la muerte de Sócrates, Platón emprendió un viaje, poco menos que iniciático, que, en su primera etapa, le llevó a Egipto. Desgraciadamente es poco lo que sabemos de la estancia de Platón en Egipto, qué templos visitó y a qué nivel doctrinal se le permitió acceder, aunque su identificación del sol con el bien nos permite intuir que semejante visita (si es que se llegó a producir) causó un profundo impacto en el joven Platón. No menos impactante fue la segunda estancia de dicho viaje, la Magna Grecia. Dos ciudades destacan de esta etapa. La primera fue Tarento, aristocracia de raigambre pitagórica, cuyo tipo de gobierno y,  probablemente, la numerología en que se basaba, también será recordada por Platón en su República. Menos trascendencia pareció tener en aquel momento, la otra ciudad visitada por Platón, Siracusa. 
   Siracusa era una tiranía ejercida por Dionisio el Viejo. Había inaugurado su mandato liberando a toda Sicilia de los bárbaros, lo cual hizo de él un político temido y respetado que llegó a tener en sus manos la unificación de la isla. Su desastrosa gestión posterior, acabó haciéndola imposible. La propia Siracusa, en tiempos de la visita de Platón, languidecía mientras sus habitantes se dedicaban, según testimonia Platón, a atiborrarse de comida un par de veces al día y a procurarse un compañero/a de lecho. En este ambiente de decadencia, sin embargo, Platón encontró un alma pura, el joven Dión, emparentado con el tirano, sobre el que sus enseñanzas ejercieron un poderoso influjo, hasta el punto de que dedicó el resto de su vida a lograr que su ciudad fuese gobernada no por una persona concreta, sino por leyes excelentes. La muerte de Dionisio el viejo pareció marcar el momento oportuno para ello. Dión, qua aprendió mucho de las doctrinas de Platón pero poco de la naturaleza humana, creyó ver en su hijo y sucesor, Dionisio el joven, al gobernante ansioso de sabiduría que podría conducir a su ciudad a un gobierno justo.
   En su carta VII, Platón nos cuenta cómo recibió invitaciones por parte de Dión y del propio Dionisio, para ir a Siracusa y contribuir a instaurar un gobierno henchido de filosofía. Aquí es preciso hacer algunas referencias cronológicas. Estamos en torno al 389-386 a. de C. Platón tiene alrededor de 40 años y ha comenzado a escribir diálogos en los que resulta claro que, si bien sigue hablando por boca de Sócrates, las doctrinas que éste expone no corresponden al Sócrates histórico, sino al propio Platón. No obstante, la carta VII, en la que se nos narran todos estos acontecimientos es muy posterior, en torno al 360 a. de C. Quien habla a través de ella es ya un Platón anciano, que recuerda los acontecimientos a la luz de su desenlace final. Este Platón anciano ha contado en La República y Las leyes, sus ideas políticas, pero  cuando encontró a Dión, no había publicado todavía nada al respecto que sepamos. En la época en que recibe la invitación para ir a Siracusa, Platón es, por tanto, un filósofo conocido y reputado, que aún no ha dado lo mejor de sí y cuyas ideas políticas deben conocerse entre sus coétaneos por sus palabras, no por sus escritos. Es a este filósofo, joven y con una reputación por hacer, al que se le ofrece la oportunidad de crear un Estado preñado de su filosofía. Si triunfa, su fama como político impulsará y, probablemente, sobrepasará a su fama como filósofo. Si fracasa, es lógico que Platón temiese que su nombre quedara irremediablemente ligado a todas las miserias políticas que iban a producirse, manchando y arruinando cualquier grandeza que pudiera hallarse en su filosofía. Este dilema platónico puede formularse de un modo más general y de terrible actualidad en España: ¿debe el filósofo participar en política arriesgándose a que todo su esfuerzo teórico quede embarrado por las miserias de la ambición humana o acaso debe restringirse a su labor crítica con la realidad, arriesgándose a que tomen su necesario distanciamiento por cobarde refugio en una torre de marfil?

domingo, 30 de noviembre de 2014

Personal branding (y 2)

   El objetivo del personal branding es que los clientes potenciales nos elijan preferentemente en virtud del relato que hagamos de nuestras habilidades y no de una competencia basada en el precio. De esta manera, se nos afirma, lejos de estar sometidos al mercado, le obligaremos a bailar a nuestro son, o dicho de otro modo, renaceremos como hombres libres. El hombre libre ha descubierto que se vive mejor sin jefes, que debemos aprender a vender lo que hacemos, la marca personal nos dota
“de la libertad individual frente al poder establecido o el borreguismo que lo ha impregnado todo... El posicionamiento de la marca personal o reputación tiene mucho de causa, de revolución personal, de vivir la vida de un modo mucho más intenso, auténtico, consciente y responsable. Porque, en definitiva, el posicionamiento de la marca personal o reputación tiene un alto componente humanista, de autoconocimiento, de desarrollo de relaciones personales y de autenticidad y honestidad” (pág. 39) 
Huelga decir que no estamos ante una explicación de qué es la marca personal, cosa imposible de hallar en este volumen, sino ante el discurso de alguien, Andrés Pérez Ortega, que está vendiendo algo. Nos está vendiendo su producto, pues es uno de esos que va entregando por ahí una tarjetita donde pone “experto en marca personal”. Quizás deba ser más exacto. El Sr. Pérez Ortega no nos está vendiendo su producto. Se lo está vendiendo a quien puede comprarlo. Recordemos los tréboles. El nuevo mercado laboral debe funcionar como lo hace Hollywood. El cine fabrica, desde hace años, anuncios en gran formato de las nuevas relaciones laborales. Cada profesional trabajará con una empresa, con ocasión de un proyecto, con independencia de que conozca a sus colaboradores o no, valiéndose únicamente de sus propias fuerzas frente a las leyes del mercado y reproduciendo mercancías tan estandarizadas como lo son las películas actuales (pág. 32). Quienes son subcontratados para fabricar el producto final, no pasan de ser extras, masa indiferenciada. Ningún obrero, cualificado o no, puede tener una marca personal. Son, han sido y serán borregos. Los “hombres libres”, los elegidos para vivir la vida más y más intensamente, los protagonistas de la historia, los dedicatarios de este nuevo humanismo, son los ejecutivos, destinados a tomar decisiones y cambiar el mundo en el sentido que ellos decidan. No hay motivo para preocuparse del resto de mortales, pobres borregos, que sólo pueden estar destinados a proporcionar la lana con la que aquéllos se abriguen.
   Ahora bien, ¿para qué necesita este nuevo Übermensch un especialista en marca personal? Aquí es donde aparece Alfonso. Alfonso es un buen profesional, honesto y responsable, ha trabajado duro para llegar donde está. Tanto ha trabajado que no ha tenido tiempo de hacer lo que todos hemos hecho un día de aburrimiento, buscar su propio nombre en Google. Es su papá el que lo hace y hete aquí que el primer resultado que aparece es un infundado artículo periodístico que lo pone de vuelta y media. ¿Qué hacer? ¿Cómo podría salir Alfonso de este atolladero? ¿Acaso no podría ocurrirnos esto mismo a todos? ¿Y si hubiese pasado ayer, esta mañana, hace diez minutos? ¿De verdad es Ud. capaz de vivir sin un consejero en marca personal que le explique cómo salir de semejante situaciones? ¿Cómo evitará que la chica de sus sueños halle esas fotos suyas, medio borracho, en Internet, por muy borrego que Ud. sea? Esta es la ventaja de argumentar mediante ejemplos. A poco que uno se descuide, se verá enredado en una narración que, en realidad, ya no es un ejemplo, es un mito y, por alguna razón que un día entenderemos, los mitos, como los cuentos, desconectan la parte racional de nuestro cerebro para meternos en un mundo en el que caben todas las patrañas imaginables.
   Es un clásico del amor en los tiempos de Internet, buscar en Google el nombre de ese chico al que acabamos de conocer en una cafetería. Digo “chico” pues ya sabemos que a los hombres nos da igual si nuestra futurible es una asesina en serie siempre que esté güena. Lo que el Sr. Pérez Ortega no le explica es que la chica sólo buscará en Internet el nombre del chico que ha conocido si ha conseguido interesarla. Y esto, que vale para las chicas, vale para las empresas. Nadie se va a preocupar de buscar su reputación en la red si no ha logrado llamar su atención. Dicho de otro modo, con independencia de lo que se haya gastado en un asesor de marca personal, nadie va a contratarle si no le atrae su modo de ir vestido, su peinado, el modo en que narra lo que  es capaz de hacer por él, o lo que otros cuentan que les hizo. Si quieren se lo resumo aún más: en este mundo nadie contrata a quien no está dispuesto a venderse en todos y cada uno de los sentidos de este verbo. Nos hemos topado, por fin, con la verdad que procuran ocultar 178 páginas dedicadas a mezclar la filosofía de Platón con Georgie Dann, a que un presidente de una asociación de consumidores se felicite por lo bien que está contribuyendo a controlar el respeto al horario infantil en las cadenas de televisión, a que un directivo de Telemadrid nos aclare cuándo se quitó las gafas, a que se nos recuerde, una vez más, que el muro de Berlín cayó, que las torres gemelas fueron derribadas y que vivimos en un mundo global (algo de lo que es responsable Magallanes y no Internet, como sostienen los que verdaderamente merecen el calificativo de "borregos") y, por encima de todo, a que se nos refriegue por la cara, el happening tan encantador que un grupo de “amigos de las ideas” se montaron en 2010, con dinero público, utilizando como excusa el personal branding

domingo, 23 de noviembre de 2014

Personal branding (1)

   Acabo de leer un libro(1) escrito por
“un grupo de amigos de las ideas. Son, somos, un grupo de personas convencidas de una idea, a saber, que una sociedad mejor sólo es posible gracias a la suma de mejores personas. Personas que gestionan eficaz e inteligentemente su propia identidad para construir un mundo mejor” (pág. 177). 
Se trata de un libro financiado con dinero público, en concreto de la Comunidad de Madrid, bajo el sello de “Madrid Excelence” y que el propio Consejero de Economía y Hacienda, el señor Beteta, se permitió prologar hace tres años. Su tema es el personal branding. Hace ya un cuarto de siglo, Charles Hardy creó el concepto de organizaciones en trébol. Según Hardy, las empresas que quisieran adaptarse a los tiempos modernos debían abandonar la idea de que fuesen eso, una empresa y deslabazar sus habilidades en tres compartimentos estancos. Por una lado, un pequeño núcleo de empleados vinculados a la firma matriz por contratos blindados y que se ocupasen de las tareas más cercanas al núcleo mismo de la organización. Dicho en plata, por una lado tendríamos los que se encargan de firmar las cartas. Por otro lado estarían los profesionales altamente especializados, de gran capacidad creativa y vinculados a la empresa por contratos puntuales, pues su empleo sería a tiempo parcial, únicamente para idear y desarrollar productos concretos. Finalmente, existiría una masa de subcontratados en pésimas condiciones laborales y peor pagados, que se encargarían de “las tareas repetitivas”, es decir, de fabricar lo que otros van a vender.
   Al bueno de Hardy nadie le explicó que los tréboles son considerados malas hierbas por los campesinos y que hacen cuanto pueden por erradicarlos. De hecho, su invento causó furor entre tantos otros que lo ignoraban todo acerca del cultivo personal, profesional o de pimientos. Desaparecida la empresa, era necesario deshacerse del concepto de carrera profesional. Lo mejor que podemos conseguir laboralmente es una sucesión interminable de contratos puntuales que nos proporcionarán un exiguo porcentaje de nuestros ingresos anuales a cambio de entregarles todo el entusiasmo imaginable en un ser humano. Desde luego, no se nos dijo que semejante visión de las organizaciones virtuales conllevaba tirar por la borda la noción de que, como denota el término “empresa”, todos los embarcados en ella deben tener un objetivo común. El sentido último de las decisiones, que los seres humanos tanto necesitamos tener presente, dejaba así paso a una estandarización imprescindible y laminadora de cualquier atisbo de creatividad. Tampoco se nos mencionó el hecho de que hace décadas que los estudios empíricos comenzaron a demostrar que la falta de compromiso de los empleadores con sus trabajadores es sistemáticamente devuelta por éstos con una disminución de su eficacia y/o rendimiento. ¿Por qué habrían de poner todo su ingenio y entusiasmo al servicio de un proyecto por el que no pagan lo necesario para llegar a fin de mes los trabajadores a tiempo parcial? Pues por el personal branding. Cada uno de nosotros debemos convertirnos en autónomos, en emprendedores, en explotadores de una microempresa cuyo único activo seremos nosotros mismos. Se trata, pues, de posicionar nuestro nombre, de hacer que nuestras capacidades nos diferencien del resto, de construir una marca identificable en el mar inmenso de profesionales que se ocupan de lo mismo que nosotros. Y aquí comienza la ceremonia de la confusión en la que unos consejos útiles para sobrevivir a la crisis se convierten en una máquina trituradora de individuos.
   En efecto, el origen del concepto es significativo. Aunque los autores de este texto se cuidan muy mucho de decirlo, el padre del cordero no es otro que Tom Peters, el hombre que sirvió en el ejército norteamericano matando “charlies” hasta que se le abrieron las puertas del Pentágono y la Casa Blanca durante la administración Nixon. Ya hemos hablado de él por su faceta más popular, la de autor de ese bestseller del neoconservadurismo que fue En busca de la excelencia (quizás ahora entiendan lo de “Madrid Excelence”) y que recopilaba las fórmulas que habían llevado al éxito a un puñado de empresas que, precisamente por seguir las recomendaciones de Peters, acabaron desapareciendo una tras otra pocos años después de que él se hiciera famoso. Cuando quedó claro que Peters era tan veraz como la administración para la cual sirvió, huyó hacia delante montándose en un nuevo concepto, el de personal responsability que en 1999 acabó convirtiéndose en personal branding
   Personal branding es fácilmente traducible al español. Sin  embargo, si Ud. lee el volumen del que estamos hablando, encontrará que no se lo hace equivaler con “marca personal”, como parece obvio, sino con “reputación”. ¿Por qué? Personal responsability, responsabilidad personal, es ciertamente ambiguo, alude tanto a la necesidad de responder de lo que uno ha hecho, como a la exigencia de veracidad en los datos que se aporta en una biografía, como, aún peor, al compromiso, tácito o explícito que adquirimos con todo lo que nos rodea. Todo ello muy ético, tanto que resulta poco aplicable al mundo empresarial. “Marca personal” es algo mucho más adecuado al management. Implica que, a todos los efectos, somos lo que le parecemos a los demás, que una persona es el conjunto de sus actos y, en consecuencia, que firmar un contrato con alguien implica el compromiso íntegro de esa persona con la empresa. Dicho de otro modo, el trabajador ya no vende su fuerza de trabajo, se vende él, en su total integridad, pues, a todos los efectos, es lo que el contratante percibe. La marca personal, se convierte exactamente en lo contrario de lo que Kant llamaba “dignidad”, es decir, el hecho de que el ser humano tiene algo que no puede ser intercambiado por dinero. Alguien con dignidad tiene reputación. La reputación es algo que tiene una persona, no algo que la persona sea. Puede apoyarse en ella para conseguir un trabajo. Marca personal y reputación no son dos términos sinónimos como se nos está colando de estraperlo en este libro (porque no se puede argumentar nada que contribuya a asemejarlos), son dos términos antónimos, designan dos modos contrapuestos de entender al ser humano, como una mercancía que se compra y se vende y como un ser digno con un sólido fundamento.
   La propia historia de Peters puede usarse como ejemplo de lo que acabamos de decir. Si la marca personal fuese lo mismo que la reputación, nadie hubiese comprado jamás un libro suyo tras la estafa que supuso En busca de la excelencia. Sin embargo, Peters ha podido continuar su exitosa carrera como gurú del management precisamente porque se ha convertido en una marca, la marca que siguen tantos neoconservadores deseosos de repetir eslóganes. Si tiene la paciencia de rastrear lo poco que, después de todo, se nos dice en este libro de la marca personal, comprobará que estamos ante una destilación metafísica de lo que podía encontrarse en los anuncios de contactos de la prensa madrileña hace unos años. En ellos, ante la imposibilidad de adjuntar fotos, cada meretriz contaba una minihistoria que iba desde la descripción de sus habilidades amatorias hasta los motivos por los que su marido la dejaba insatisfecha, pasando por incitantes relatos de colegialas aburridas, de ninfómanas ardientes, o de candorosas principiantes, ejemplos prácticos, al cabo, de los consejos que aquí se vierten a la hora de redactar un curriculum. Tan obvias son las semejanzas que los diferentes autores no se cansan de advertirnos que crear una marca personal no significa venderse. Y es verdad, porque no se trata de fingir, se trata de entregar, a cambio de algo que no merece ni el nombre de salario, aquello que hay en nosotros de personal, único e irrepetible, es decir, lo que nos hace seres humanos. 


   (1) Personal branding... hacia la excelencia y la empleabilidad por la marca personal, Madrid Excelente, Madrid, 2011.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Un paseo por África

   Una de las pocas cosas buenas que está teniendo el ébola es que han vuelto a aparecer noticias de África en nuestros periódicos, de modo que ya no hace falta ir a la prensa de esos países o a la prensa francesa, para saber qué ocurre con la séptima parte de la población mundial. Por supuesto, se nos está informando de esa enfermedad, que ahora se nos ha vuelto tan importante y que puede que nos preocupe un par de semanas más antes de la llegada de las compras navideñas. Lo interesante es que las últimas noticias de África deben estar sorprendiendo al lector medio, acostumbrado a pensar que los que viven por debajo del Sahara se desayunan el león que han cazado por la mañana. 
   Liberia, país que ha vivido hasta hace poco el último episodio de la guerra civil que parece conformar toda su historia, pobre y devastado donde los haya, parece estar superando la terrible epidemia de ébola que lo ha golpeado particularmente. Ante el asombro de los expertos, que no acaban de creérselo, la tasa de infecciones ha caído hasta el punto de que algunos de los hospitales de emergencia que se crearon para tratarlo están sin pacientes. Por motivos que, desde luego, habrá que estudiar, el estado de emergencia y otras medidas draconianas decretadas por el gobierno (por cierto, encabezado por una mujer), han funcionado como nadie esperaba que lo hicieran. Ahora habrá que ver si se trata efectivamente del fin de la pesadilla o de una mera pausa y, cuestión no poco relevante, qué va a ocurrir con la ayuda médica que Occidente le había prometido y que está comenzando a llegar, porque el ébola se ha ido, sí, pero el sistema sanitario de Liberia sigue siendo un deseo más que una realidad. En cualquier caso, tenemos aquí una lección interesante, a saber, que cuando un gobierno se toma en serio esta enfermedad (y no como el gobierno español), erradicarla es posible.
   Contemos ahora una historia típica de África. Un presidente que hacía y deshacía en el país a su antojo, decide que a sus 63 años merece un nuevo mandato pese a que la Constitución hecha a su dictado lo prohibía. Va, pues, colocando a amigos y secuaces por todos los altos puestos de la administración para allanar el camino y, un buen día de otoño, tiene a bien comunicarle a sus conciudadanos la grata nueva. Al fin y al cabo, una maniobra con ilustres precedentes, en Africa y en los lindes europeos (llámense Rusia o Turquía). Incrédulo, vio cómo el pueblo se lanzaba a la calle en protesta por sus tejemanejes y cómo la revuelta, lejos de ir cediendo, incrementaba su amplitud y violencia, hasta que unos cuantos de generales consideraron que había llegado el momento de tomar las riendas de los acontecimientos. De entre ellos, el que se dio más prisa se llama Isaac Zida y es teniente coronel. Hay, desde luego, un aire de déjà vu en toda esta historia. Pero vayamos a los detalles.
   Para empezar, Blaise Campaoré, el protagonista de esta historia, llevaba, 27 años en el poder, es decir, 8 más de los que pasó Manuel Chaves el frente de la Junta de Andalucía sin que nadie nos acusara demasiado alto de ser una república bananera. Desde luego, si los políticos ponen un máximo de años a su mandato es porque guardan un as en la manga. Tampoco es lógico limitar el gobierno de un líder exitoso. El problema está en que pocos políticos españoles merecen el calificativo de líderes y mejor no mencionar lo de exitoso. 19 años en la misma poltrona son muchos años para alguien que, simplemente, estaba esperando la llegada de su tren para Madrid. Mirado objetivamente, pues, Burkina Faso posee elementos en su Constitución que no estaría de más introducirlos aquí. Por otra parte estamos hablando del país que ostenta el puesto 129 en lo que se refiere a la clasificación de riqueza mundial pero que en los últimos años ha estado creciendo al envidiable promedio de un 6,5% anual, que bien quisiéramos para nosotros. Fruto de ese crecimiento ha sido que esta revuelta se haya llevado a cabo a ritmo de tuits y whatsapps, pues hasta un 70% de su población tiene móvil. Y, por cierto, ayer el ejército aceptó la carta de transición que debe conducir próximamente al país a la democracia.
   Claro que si de lo que queremos hablar es de riqueza, la referencia inevitable es Nigeria. Espejo de África desde hace décadas, los altos precios del petróleo (estamos hablando del mayor productor africano), el comercio electrónico, las telecomunicaciones y la emergente industria cultural, han convertido al país más poblado de África en la primera economía del continente por delante de una atribulada Sudáfrica que ya no parece ser capaz ni de hacer buen rugby. Hasta tal punto está viviendo un despegue económico que, en medio de una crisis terrorista de enormes proporciones, se están poniendo los cimientos de Eko Atlantic City, una ciudad para multimillonarios en la que puedan refugiarse del caos y el polvo de la capital. Tendrá rascacielos, hoteles de superlujo, avenidas ajardinadas, ostentosos centros comerciales y, por supuesto, un área para el tránsito y alojamiento de los 100.000 empleados que, se calcula, necesitará la zona. Todo por repatriar a una élite económica que actualmente reside, casi de modo permanente, en los EEUU.
   Podríamos seguir con Zambia, donde el fallecimiento del presiente electo Michael Sata, ha colocado al frente del país a un blanco, Guy Scott, algo tan chocante como que en España gobierne un vasco o en Italia una mujer. O con Botswana cuyas últimos comicios han sido elogiados por la comunidad internacional como modélicos y, para más inri, el Tribunal Supremo de Justicia ha sentenciado que los colectivos de gays y lesbianas tienen tanto derecho a existir como cualquier otro colectivo ciudadano... No obstante, creo que ya ha quedado bastante claro que se acerca el día en que, más que ir a África a dar lecciones, deberíamos ir para aprender.

domingo, 9 de noviembre de 2014

¡Qué sueño! (y 2)

   No faltan estudios “científicos” que señalan a tal o cual gen como el responsable del número de horas que necesita dormir una persona. Entran dentro del estándar característico de este género de literatura. Más o menos es el siguiente. Se busca a una familia (ciertamente, como la de Maribel, extraña) en la que alguno de sus miembros presenta un comportamiento promedio anómalo. Con gráficas y un buen aparato matemático, se escamotea bajo la alfombra el hecho de que el promedio de dos, tres o media docena de individuos, nunca es un dato significativo para nada. A continuación se modifican unos ratones genéticamente y se les somete a varios experimentos que nunca durarán tanto como la vida de un ser humano, pues únicamente se trata de confirmar nuestra hipótesis. Bien resumido, un artículo de estas características será acogido con los brazos abiertos por cualquiera de los dos grandes voceadores del determinismo genético, las revistas Science y Nature. Y todo ello, sin que hallamos acrecentado en lo más mínimo nuestro conocimiento sobre nuestro objeto de estudio, a saber, qué es dormir.
   Dormimos “para descansar” o “para recargar baterías”, lo cual son explicaciones tan fructíferas como decir que dormimos para estar despiertos. El “descanso” es completamente diferente al que se produce cuando nos sentamos o tumbamos en un sofá, pues difícilmente aguantaremos ocho horas en esa posición. Aún más, los sonámbulos que se pasan media noche dando garbeos se despiertan tan “descansados” como el resto de los mortales. Desde luego, nuestro cerebro, el órgano principalmente implicado en el dormir, ni “descansa”, ni se “recarga” de un modo fácilmente explicable. La noche es un período de intensa actividad cerebral. Es cierto que durante una primera fase, ésta va aminorando y el cerebro parece ir dirigiéndose hacia una plácida inactividad. En una segunda fase, esta placidez es interrumpida por bruscas pinceladas de excitación, desembocando en un período en el que todo el cuerpo, incluyendo el ritmo cardíaco y el respiratorio, van disminuyendo. Al cabo de unos noventa minutos aparece la primera de las fases REM. 
   Durante la fase REM, la respiración, el ritmo cardíaco y la temperatura corporal son comparables a las del estado de vigilia. Al bloqueo de las zonas encargadas del raciocinio se une ahora el de las neuronas motoras, con lo que el cerebro queda, por decirlo así, aislado del cuerpo. Los ojos, sin embargo, se mueven a toda velocidad, dando nombre a este período. Típicamente es en esta fase en la que se producen los sueños. El final de la fase REM viene marcado por un despertar, que suele durar un par de segundos y del que, habitualmente, no somos conscientes. Después el cerebro reinicia todo el camino anterior desde el principio, cayendo en una nueva fase REM. Este ciclo de caída y salida de la fase REM suele repetirse cuatro o cinco veces durante la noche, alargándose la duración de esta fase con cada recaída en ella. En total, un ser humano adulto pasa entre noventa y ciento veinte minutos en fase REM. Parece que esta etapa dura más en los niños hasta llegar a las ocho horas en los recién nacidos y a las quince en los fetos. También se ha detectado fase REM en los primates y en varios tipos de animales. No obstante, si nuestros conocimientos acerca del dormir son escasos, nuestra ignorancia es supina cuando nos referimos a su filogénesis. Apenas si se ha estudiado el sueño en cincuenta especies animales y los resultados son cualquier cosa menos esclarecedores. Parece que todos los mamíferos experimentamos la fase REM, pero su duración y los cambios fisiológicos que produce son extremadamente variados de una especie a otra. El caso extremo son los mamíferos marinos. La foca, por ejemplo, duerme como nosotros cuando está en tierra. Si está en el agua, duerme con un ojo abierto y una aleta, encargada de mantener la posición corporal, en movimiento. El otro ojo está cerrado y la aleta de ese lado en reposo. Los delfines parecen poder mantenerse activos durante cinco o seis días sin que ello implique, a continuación, la necesidad de un período de reposo prolongado. En el caso de las crías este período de actividad sin aumento de la necesidad de reposo puede durar hasta seis semanas. A partir de ahí, descendiendo por la escala animal, definir qué es dormir se vuelve cada vez más complicado, no hablemos ya de sus fases. No hay unanimidad, por ejemplo, sobre si los reptiles tienen o no fase REM. Si se entiende por dormir un estado de reposo al finalizar el cual se necesita de un cierto tiempo para volver a la actividad normal, entonces hay especies, como ciertas ranas, que no duermen, mientras que otras sí lo hacen.
   Fisiológicamente, la reparación del organismo y la secreción de hormonas, se llevan a cabo en las primeras fases del dormir, con lo que, todo lo demás, hay que atribuírselo a necesidades cognitivas. De hecho, todos sabemos que lo estudiado antes de irse a la cama se retiene con más facilidad y hay experimentos que correlacionan la actividad durante la noche con los aprendizajes realizados durante el día. La teoría más aceptada hoy sugiere que los sueños están vinculados, precisamente, con esa tarea de “archivar” la información recopilada durante la vigilia. Dormir, es, por tanto, fundamental para aprender y, si hemos de creer los relatos de numerosos artistas, científicos e inventores, fundamental para la creatividad. En cualquier caso está claro que si la feroz selección natural nos ha hecho llegar hasta aquí pese a que dediquemos un tercio de nuestra vida a dormir, por algo, por algo muy útil, necesario e importante, será. La manía que existe en nuestras sociedades por acortar las horas de sueño, va dirigida, en consecuencia, contra algo que la madre naturaleza considera inexcusable y sólo puede entenderse como otro de los efectos desnaturalizadores de nuestra forma de vida. 
   Y, ahora, por fin, creo que me puedo ir a dormir.