Una de las pocas cosas buenas que está teniendo el ébola es que han vuelto a aparecer noticias de África en nuestros periódicos, de modo que ya no hace falta ir a la prensa de esos países o a la prensa francesa, para saber qué ocurre con la séptima parte de la población mundial. Por supuesto, se nos está informando de esa enfermedad, que ahora se nos ha vuelto tan importante y que puede que nos preocupe un par de semanas más antes de la llegada de las compras navideñas. Lo interesante es que las últimas noticias de África deben estar sorprendiendo al lector medio, acostumbrado a pensar que los que viven por debajo del Sahara se desayunan el león que han cazado por la mañana.
Liberia, país que ha vivido hasta hace poco el último episodio de la guerra civil que parece conformar toda su historia, pobre y devastado donde los haya, parece estar superando la terrible epidemia de ébola que lo ha golpeado particularmente. Ante el asombro de los expertos, que no acaban de creérselo, la tasa de infecciones ha caído hasta el punto de que algunos de los hospitales de emergencia que se crearon para tratarlo están sin pacientes. Por motivos que, desde luego, habrá que estudiar, el estado de emergencia y otras medidas draconianas decretadas por el gobierno (por cierto, encabezado por una mujer), han funcionado como nadie esperaba que lo hicieran. Ahora habrá que ver si se trata efectivamente del fin de la pesadilla o de una mera pausa y, cuestión no poco relevante, qué va a ocurrir con la ayuda médica que Occidente le había prometido y que está comenzando a llegar, porque el ébola se ha ido, sí, pero el sistema sanitario de Liberia sigue siendo un deseo más que una realidad. En cualquier caso, tenemos aquí una lección interesante, a saber, que cuando un gobierno se toma en serio esta enfermedad (y no como el gobierno español), erradicarla es posible.
Contemos ahora una historia típica de África. Un presidente que hacía y deshacía en el país a su antojo, decide que a sus 63 años merece un nuevo mandato pese a que la Constitución hecha a su dictado lo prohibía. Va, pues, colocando a amigos y secuaces por todos los altos puestos de la administración para allanar el camino y, un buen día de otoño, tiene a bien comunicarle a sus conciudadanos la grata nueva. Al fin y al cabo, una maniobra con ilustres precedentes, en Africa y en los lindes europeos (llámense Rusia o Turquía). Incrédulo, vio cómo el pueblo se lanzaba a la calle en protesta por sus tejemanejes y cómo la revuelta, lejos de ir cediendo, incrementaba su amplitud y violencia, hasta que unos cuantos de generales consideraron que había llegado el momento de tomar las riendas de los acontecimientos. De entre ellos, el que se dio más prisa se llama Isaac Zida y es teniente coronel. Hay, desde luego, un aire de déjà vu en toda esta historia. Pero vayamos a los detalles.
Para empezar, Blaise Campaoré, el protagonista de esta historia, llevaba, 27 años en el poder, es decir, 8 más de los que pasó Manuel Chaves el frente de la Junta de Andalucía sin que nadie nos acusara demasiado alto de ser una república bananera. Desde luego, si los políticos ponen un máximo de años a su mandato es porque guardan un as en la manga. Tampoco es lógico limitar el gobierno de un líder exitoso. El problema está en que pocos políticos españoles merecen el calificativo de líderes y mejor no mencionar lo de exitoso. 19 años en la misma poltrona son muchos años para alguien que, simplemente, estaba esperando la llegada de su tren para Madrid. Mirado objetivamente, pues, Burkina Faso posee elementos en su Constitución que no estaría de más introducirlos aquí. Por otra parte estamos hablando del país que ostenta el puesto 129 en lo que se refiere a la clasificación de riqueza mundial pero que en los últimos años ha estado creciendo al envidiable promedio de un 6,5% anual, que bien quisiéramos para nosotros. Fruto de ese crecimiento ha sido que esta revuelta se haya llevado a cabo a ritmo de tuits y whatsapps, pues hasta un 70% de su población tiene móvil. Y, por cierto, ayer el ejército aceptó la carta de transición que debe conducir próximamente al país a la democracia.
Claro que si de lo que queremos hablar es de riqueza, la referencia inevitable es Nigeria. Espejo de África desde hace décadas, los altos precios del petróleo (estamos hablando del mayor productor africano), el comercio electrónico, las telecomunicaciones y la emergente industria cultural, han convertido al país más poblado de África en la primera economía del continente por delante de una atribulada Sudáfrica que ya no parece ser capaz ni de hacer buen rugby. Hasta tal punto está viviendo un despegue económico que, en medio de una crisis terrorista de enormes proporciones, se están poniendo los cimientos de Eko Atlantic City, una ciudad para multimillonarios en la que puedan refugiarse del caos y el polvo de la capital. Tendrá rascacielos, hoteles de superlujo, avenidas ajardinadas, ostentosos centros comerciales y, por supuesto, un área para el tránsito y alojamiento de los 100.000 empleados que, se calcula, necesitará la zona. Todo por repatriar a una élite económica que actualmente reside, casi de modo permanente, en los EEUU.
Podríamos seguir con Zambia, donde el fallecimiento del presiente electo Michael Sata, ha colocado al frente del país a un blanco, Guy Scott, algo tan chocante como que en España gobierne un vasco o en Italia una mujer. O con Botswana cuyas últimos comicios han sido elogiados por la comunidad internacional como modélicos y, para más inri, el Tribunal Supremo de Justicia ha sentenciado que los colectivos de gays y lesbianas tienen tanto derecho a existir como cualquier otro colectivo ciudadano... No obstante, creo que ya ha quedado bastante claro que se acerca el día en que, más que ir a África a dar lecciones, deberíamos ir para aprender.
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