domingo, 2 de febrero de 2014

Radio Clásica

  España es un país muy musical. Aquí, casi en cada casa, hay quien es capaz de interpretar El Mesias de Händel con una botella de anís y una cuchara. La música tiene que formar parte de cada celebración popular, desde los toros a la Semana Santa. Son incontables las bandas, agrupaciones musicales, coros y músicos más o menos callejeros que existen por metro cuadrado y si se acerca a ellos podrá observar que muchos son chicos jóvenes, que han sacrificado horas de su tiempo libre para hacerse cargo, con mayor o menor soltura, de un instrumento musical. Pese a todo, nuestra musicalidad se queda en la charanga, el pachangueo y el chundachunda que vomitan la mayoría de las emisoras de radio. La educación española, tan sensible con las necesidades educativas especiales, con los alumnos con dificultades y el fracaso escolar, no tolera a quienes tienen talento musical. Todo está programado para hacerles elegir entre su talento y sus estudios antes de que cumplan los 16 años. Somos un país de pandereta y se procura que nadie se desvíe hacia cosas raras como el clarinete. El resultado es nuestra profundísima incultura musical.
En este contexto una emisora llamada Radio Clásica lucha por colocar en las ondas algo diferente a lo habitual. Es evidente que su propósito resulta imposible. Le corresponde una misión pedagógica, cuando no propagandística, para enganchar a nuevos oyentes en este tipo de música. Tiene que ser, además, el lugar de reunión de la minoría de marcianos que llevan a gala su gusto por los violines. En ella deben reconocerse los expertos, intérpretes y compositores que no tienen otra emisora a la que ir. Rara vez ha cumplido estas misiones a gusto de todos, pero, seamos realistas, tampoco era posible. 
  En 2008 vino la famosa reforma bajo el lema “¿para qué hablar en una emisora de música?” y se formó una polémica de extraña acritud. Efectivamente, en Radio Clásica se hablaba (y se habla) más que en emisoras semejantes del resto de Europa. En realidad, si se quiere que siga teniendo una función pedagógica no puede ser de otra manera. Tampoco es que la programación de Radio Clásica haya sido nunca rompedora. En esencia no suena nadie que no lleve 50 años muerto. Es más fácil escuchar a cualquier compositor de segunda línea del XIX que a cualquier compositor de primer orden contemporáneo. Y no se trata de una cuestión de facilidad. Conocí a Piazzola por un programa de otra emisora y el Short Ride in a Fast Machine de John Adams sonó por primera vez coincidiendo con el 20 aniversario de su composición (por cierto, ninguna palabra se dignó acompañar esta fanfarria explicando quién es John Adams). Cosas más polémicas como John Zorn, Glenn Branca, John Cage o Stockhausen, no se molesten en buscarlas en Radio Clásica. Uno lee esto y piensa, “claro, son puristas”. Pues no, tampoco es eso. En las muy clásicas ondas de esta emisora, siempre ha habido un programa dedicado al jazz y otro al flamenco. Se trata de un reflejo de lo que es el mundo de la música en este país. Aquí o eres romántico o eres atonal o bailas sevillanas. Cualquier otra opción genera maledicencias.
Lo que realmente ha dañado, me temo que de modo irreversible, a esta emisora no fue propiamente la reforma de 2008. Más o menos por esas fechas, los políticos llegaron a la conclusión de que en RTVE había demasiada gente que, de tantos años ahí, se había hecho con una parcelita de poder que les permitía un cierto género de independencia, de inmunidad ante los vaivenes de los sucesivos gobiernos. De este modo se inició una campaña para “renovar” el ente público, acabar con los “periodistas funcionarios” y “modernizarlo”. Dicho de otro modo, se abrió la veda para sustituir a cualquier empleado con personalidad por un estómago agradecido y servil, aunque eso supusiese pagar prejubilaciones multimillonarias. De rebote, Radio Nacional vio cómo la privaban de todo su capital humano y, en el caso de Radio Clásica, de las figuras señeras de su programación. El problema no es ya que las telarañas decimonónicas salgan ahora en todo momento por los altavoces, ni que parezca que el criterio base de selección sea la música más aburrida y que menos pueda interesar a los jóvenes. El problema es que se le pregunte a un wageneriano de pro si la tetralogía del alemán se titula “El anillo” o “Los anillos del nibelungo”, como si el nibelungo en cuestión fuese un motero ensortijado. El problema llega al punto de comparar “Vesti la giubba” de I pagliacci con el “Show must go on” de Freddy Mercury...


  Vamos a ver, vamos a ver. Freddy Mercury tenía un talento musical como muy pocos en el rock de los 80-90. Por otra parte, tenía una capacidad pulmonar que, con una educación adecuada desde pequeño, podía haber hecho de él un cantante de ópera más que decente. Tengo mi disco de grandes éxitos de Queen guardado como oro en paño y disfruto una barbaridad cada vez que lo pongo. Por otra parte, la música de Leoncavallo, como la mayoría de los decimonónicos, no me dice nada, si bien he establecido últimamente una relación un poco especial con este “Vesti la giubba”. Dicho lo cual, hay que aclarar, primero, que el “Show must go on” no lo escribió Freddy Mercury que el hombre, por 1991, estaba ya bastante enfermo. Segundo, que es un tema obviamente inspirado en el “Show must go on” del espectacular álbum The Wall publicado por Pink Floyd unos doce años antes. 


Tercero, ni siquiera la canción de Pink Floyd era original, estaba inspirada en un disco no menos inquietante publicado por Alan Parsons Project en 1976, I Robot, cuyo tema “Day after day” llevaba por subtítulo, precisamente, “The Show must go on”. 


Cuarto, el contexto de lo que ha ocurrido hasta ese momento en I Pagliacci y de lo que va a ocurrir a continuación, hace a “Vesti la giubba”, simplemente, escalofriante. Bien interpretado hiela la sangre. Canio es un hombre destrozado, roto, al borde de la locura, que se sabe abocado a la tragedia mientras se pinta una sonrisa en la cara. La letra de ese medio recitativo, medio aria, pone los pelos de punta por sí sola. 


Por mucho que yo aprecie la música de Mercury, admire a Pink Floyd y disfrute con Alan Parsons, ninguno de los tres consiguió un efecto comparable.
  Dado que me pagan por escuchar un buen celemín de tonterías cada día, en el futuro me pensaré muy mucho si merece la pena poner Radio Clásica, arriesgándome a seguir escuchándolas.

domingo, 26 de enero de 2014

Los problemas del sistema educativo

   Hay abierto en España un amargo debate sobre la situación del sistema educativo, la necesidad de (otra) reforma y el papel de la filosofía en ella. No he querido entrar demasiado en el tema para que no se piense que defiendo intereses individuales más que generales. Por ello, en lugar de argumentar, me voy a conformar con transcribir las palabras de otro. Se trata de una versión (un poco libre) de la reseña aparecida en cierto medio de comunicación sobre la charla dada por un destacado intelectual y profesor de filosofía. Después de transcribirla, vamos a efectuar algunas preguntas. Creo que clarifican muchas cosas.

   “Nuestro sistema educativo no tiene futuro”
   El Doctor en Filosofía J. I. afirmó en una reciente ponencia que la práctica educativa lleva a muchos estudiantes a atiborrarse de contenidos y no desarrolla un pensamiento crítico acerca del futuro. El Dr. J. I. saca estas conclusiones de un trabajo de supervisión en las escuelas en el que los estudiantes fallaban  a la hora de exponer los fundamentos de las cuestiones, pero aprobaban sin problemas los ejercicios de clase.
   El sistema educativo no está pensado para crear mentes innovadores y creativas que coloquen a los individuos en posición de convertirse en emprendedores. Por contra, crea actitudes de dependencia, especialmente, una tendencia inevitable hacia el funcionariado. Si el gobierno no altera esta tendencia, encarará enormes dificultades, pues el actual sistema educativo es incapaz de proveer a los jóvenes no ya de los conocimientos, sino de las actitudes correctas ante la vida, para lo cual, por otra parte, es imprescindible el conocimiento filosófico. La enseñanza de la filosofía debe empezar cuanto antes en la vida de los escolares, siendo lo ideal que se produzca en casa o, a lo sumo, en la tierna infancia, con objeto de dar perspectivas a los niños que les permitan forjarse una ideal de vida adecuado. En cualquier caso, especificó el Dr. J. I. los padres deben ser estrictos con la educación y la actitud ante la formación. Los niños no pueden desarrollar un pensamiento crítico sin manejar un lenguaje particular, asevera el Dr. J. I. Además, el desempleo, la corrupción y diversas formas de sabotaje económico afectan negativamente a la posibilidad de que las personas efectúen cambios a mejor en sus vida.

   Hasta aquí la reseña, ahora las preguntas. La primera es, por supuesto, ¿de qué país está hablando el Dr. J. I.? 
   ¿Tiene ya su respuesta? Bien, el Dr. J. I. no es otro que el Dr. Jason Ishengoma, de la Unidad de Filosofía de la Universidad de Dar es Salaam en Tanzania. Es de su sistema educativo, es decir, del sistema educativo tanzano del que está hablando. Puede encontrar el artículo completo aquí. La segunda y tercera preguntas son: ¿pensó Ud. que estaba hablando de España?  ¿por qué? La última pregunta sería: ¿Acaso es que el sistema educativo español tiene los mismos problemas que el de Tanzania? Ahora ya puede hacerse una idea de dónde estamos y hacia dónde vamos.

domingo, 19 de enero de 2014

Cómo afrontar un escándalo

   En esta época, en la que quien no tiene un caso abierto en el juzgado por haberse llevado dinero de alguna parte es que no es ni ha sido nadie, estamos viendo una bonita exhibición de qué hacer cuando le pillan a uno con las manos en la masa. He aquí las principales estrategias:
   1ª) Estrategia majestuosa. Consiste en adoptar un aire digno y señalar que siempre ha respetado las leyes y no dejará de hacerlo ahora por mucho que vayan contra sus propios intereses. Si se tiene la capacidad de guardar silencio en todas las circunstancias, puede conseguirse que la gente piense que su actitud y silencio encubren realmente a otras personas a las que se mantiene fiel. La verdad es que esto no implica una gran ventaja a la hora de recibir el castigo pertinente, pues no todo el mundo va a encontrar un fiscal que se apiade de él... A menos, claro está, que se maniobre entre bambalinas en esa dirección. Caso de hacerlo así se corre un enorme riesgo, pues si esas maniobras salen a la luz, toda la estrategia se viene abajo y queda claro que el rey está desnudo.
   2ª) Estrategia “esto no es lo que parece, cariño”. Hay que negarlo todo, decir que son falsedades lanzadas por sus enemigos. Es recomendable acompañar tales declaraciones con un gesto ofendidísimo y, de ser posible, alusiones a posibles buenas acciones que haya realizado en un pasado más o menos próximo. El Sr. Camps encarnó esta estrategia de un modo ejemplar. Como todos sabemos, esta estrategia, cuando tu pareja te pilla en la cama con otro/a, es una estrategia dilatoria. Se trata de ganar el tiempo suficiente como para que la cosa se desinfle, se olvide o, simplemente, sea tapada por un escándalo mayor. Por tanto, sólo tiene utilidad si no existe un medio de comunicación rival que pretenda utilizar el caso como arma política.
   3ª) Estrategia “yo no sé nada, sólo soy el presidente”. La persona que trajo esta estrategia a España fue Felipe González.  En los años en que su gobierno tenía más escándalos que ministros, él afirmaba que se enteraba de ellos por la prensa.  La verdad es que a él le fue bien. Los 12 años de gobiernos del PSOE institucionalizaron las comisiones ilegales y los sobresueldos. Todavía peor, justificaron cualquier cosa que viniera después. Felipe González se jubiló con cincuenta y pocos y vive de la millonaria pensión que le corresponde por el cargo que ocupó. Además, para llegar a final de mes, viaja por ahí, a pesar de que sigue sin tener ni idea de inglés, participando en foros, seminarios y conferencias, debidamente retribuidos. Pese a ello, muchos socialistas y gente que no lo es, se quita el sombrero cuando lo mencionan. Un ejemplo de los lodos que trajeron aquellos polvos es nuestro actual presidente, el Sr. Rajoy, que sigue fielmente la estrategia de poner cara de alelado cuando le preguntan por cosas como el registro efectuado por la policía en la sede de su partido a propósito del caso Bárcenas.
   4ª) Estrategia “los culpables son todos estos”. De esta estrategia hablaba ya Maquiavelo en El príncipe. Allí recomendaba que el gobernante tuviera siempre un segundo de a bordo, bien visible, que diera en última instancia las órdenes y al que nunca se debía ver en el acto de recibirlas. De este modo, si al príncipe se le iba la mano, por ejemplo, apiolando a sus rivales políticos, siempre podría cortarle la cabeza a su lugarteniente y ofrecérsela al pueblo, diciendo que fue una iniciativa suya y que él, el príncipe, jamás autorizó semejante salvajada. Recientemente hemos podido ver a Chris Christie siguiendo rigurosamente el guión escrito por Maquiavelo. Para quien no lo conozca, Christie es la gran esperanza del aparato del Partido Republicano. Es campechano, simpático y con amplio respaldo entre los moderados del partido. Exactamente lo que necesitan para evitar tener por cabeza de cartel a un representante del Tea Party, montaraz, visceralmente conservador y, por tanto, capaz de espantar todos los votos que se necesitan para ganar unas elecciones presidenciales. Pero Christie es también gobernador del Estado de New Jersey y, para vengarse de un rival político, no ha tenido mejor ocurrencia que montar un pertinaz atasco en uno de los puentes que une su Estado con la ciudad de Nueva York. Naturalmente “no ha sido él”, ha sido la práctica totalidad de su gabinete de asesores que se carcajeaban a mandíbula batiente de los autobuses escolares atrapados en el atasco sin que el bueno del gobernador se enterase de nada.
   5ª) Estrategia del ventilador. Si consigue demostrar que en el escándalo del que es Ud. centro están implicadas personas de todos los partidos políticos, observará como, milagrosamente, los medios de comunicación y hasta los juzgados, pierden interés por Ud. Lo hemos podido observar en el caso Caja Madrid. Tras un artículo aparecido en El País en el que se daba cuenta de que todo el mundo se “interesaba” por el dinero que la caja iba dando a sus familiares y conocidos, los frecuentes artículos al respecto han cesado como por ensalmo.
   6ª) Estrategia del hastío. La ventaja de esta estrategia es que puede utilizarse aunque no haya ningún medio de comunicación que le apoye. En esta estrategia Ud. o alguien cercano a Ud. debe  hacer de fuente para las filtraciones. Cada vez que observe que las noticias que le implican van haciéndose más escasas en los medios de comunicación, hay que lanzar una nueva serie de filtraciones. Si logra mantener esta dinámica durante años más que meses, llegará un momento en que el público, los  periodistas y los directores de los medios de comunicación acaben diciendo: “¿Otra vez? Estoy ya del caso X hasta el gorro”. Una vez esto ocurra, los jueces buscarán rápidamente un motivo para declarar prescritos los delitos y Ud. quedará como culpable, aunque exonerado de toda consecuencia penal. El caso Gürtel es un buen ejemplo de esta estrategia.
   7ª) Existe una última estrategia utilizada muy frecuentemente en Europa, pero que en España es desconocida. Permite acabar radicalmente con el escándalo aunque tiene el inconveniente de que, por lo mismo, se deja inmediatamente de chupar de los privilegios de la poltrona: d i m i t i r.

domingo, 12 de enero de 2014

La paz de los muertos

   Vuelvo a casa con una entrada sobre los escándalos financieros de nuestro país en la cabeza y me sorprende la noticia de la muerte de Ariel Sharon. Aunque me vanaglorio de no odiar a nadie, hay personajes a los que uno solo puede desearles una muerte larga, dolorosa o, al menos, denigrante y, sobre todo, en el olvido. En el caso de Sharon mis deseos se han cumplido. Con Sharon muerto, el mundo es bastante mejor, aunque ya lo fue cuando un infarto cerebral lo apartó por fin de la primera línea de la política israelí. 
   Para quienes no lo recuerden o para quienes se hayan olvidado de él después de 8 años en coma, Ariel Sharon (Arik o “el rey israelí” o “el león de Dios”) fue pieza fundamental en la creación de la Unidad 101 que, allá por los años cincuenta, se hizo famosa por poner bombas en los mercados árabes, llevándose por delante, ancianos, mujeres, niños y, sobre todo, cualquier esperanza de que hubiese algún género de entendimiento entre judíos y palestinos. Con los años, se fue retirando de la primera línea del combate contra la paz y la tolerancia, pero jamás dejó de ser fiel a los más puros principios del matonismo mafioso, convirtiendo el terrorismo en política de Estado por parte de Israel. Desde luego, se le puede acusar de terrorista, de criminal de guerra, de genocida (siempre que tuvo la ocasión), pero nadie puede acusarle de doblez, hipocresía u ocultar sus intenciones. Promovió la invasión del Líbano en 1982 con la intención expresa de expulsar a los palestinos allí residentes al mar. Como el proceso parecía tardar demasiado, entregó los campos de refugiados de Sabra y Chatila a los falangistas cristianos que hicieron lo único que cabía esperar de ellos, masacrar un mínimo de 2400 civiles indefensos. Su modo de hacer política como miembro del gobierno fue el mismo que utilizó como “militar”, la embestida anticipada antes de que el enemigo consiguiera retirarse. Creó escuela. El actual gobierno israelí se lo reparten dos personajes que nada tienen que envidiarle a Sharon en cuanto a radicalidad derechista: Benjamin Netanyahu y Avigdor Lieberman.
   Y es que, lo peor de Sharon, nunca fue su brutalidad sin límites, lo peor es que sólo era otro producto de uno de los conflictos más longevos de la historia, el que enfrenta desde hace un siglo a judíos y palestinos. Es un conflicto mal entendido. Su origen está en la creación del Estado de Israel, pero no porque los judíos pretendieran volver a la Tierra Prometida, ni porque allí ya hubiese población, como se suele aducir. El problema, el problema real, estaba en dos elementos centrales que aparecen cuando el sionismo plantea la idea del retorno. La primera de estas ideas es que el “nuevo” judío, el judío que debe colonizar su “propia tierra”, ya no es el judío que hasta ese momento había tratado de integrarse en las sociedades europeas, americanas o africanas en las que había vivido. El “nuevo” judío debe ser activo, debe estar orgulloso de su procedencia y no temer a nadie, sino hacerse temer por todos. La segunda de estas ideas es el gran disparate. La evidencia de que “sus” tierras llevaban siglos pobladas por árabes, fue resuelta con la ingenua asunción de que éstos quedarían tan admirados por el esfuerzo civilizador de los colonos que aceptarían de buen grado ser ciudadanos de segunda en su propio país. Si a ello le añadimos un armamento netamente superior al de cualquier enemigo posible, tenemos ya servido un conflicto secular.
   Ahora es fácil entender que los judíos, los “nuevos” judíos, no llegaron a Palestina con aire conciliador. Y la actitud de la otra parte tampoco es difícil de entender. Imagínese Ud. que mañana llega alguien a su casa y, pistola en mano, le explica que su casa ha dejado de pertenecerle porque en el libro sagrado de quien le apunta dice que le pertenece a él. ¿Buscaría Ud. la paz y el diálogo con esa persona? Desde entonces la historia siempre es la misma: crímenes de unos que son respondidos con crímenes por los otros. Si lee los acontecimientos que se desarrollaban en Palestina en 1909 o en 1914, le parecerá estar leyendo las noticias actuales. Son las mismas bombas, puestas en los mismos sitios, matando los mismos inocentes.
   Lo que Ariel Sharon entendió, los objetivos de la política que persiguió desde el primer momento, fue que abocar a los palestinos a la lucha armada, dejarles como única opción el enfrentamiento directo o el desgaste infinito del terrorismo, era un camino que acabaría conduciendo a la victoria de Israel. Desde que tuvo voz en las altas esferas del gobierno, se ha llevado a cabo una sistemática campaña de exterminio de cualquiera que tuviese el menor perfil moderado, conciliador o, simplemente, de intelectual puro en el bando rival. A un Gandhi palestino, Sharon lo habría matado antes de nacer. Hasta tal punto es así que muchos vieron la llegada de Hamas a la Franja de Gaza como una maniobra de los servicios secretos israelíes. De hecho, Israel sólo tembló realmente en los inicios de la Primera Intifada, cuando la protesta consistió en marchas pacíficas y lanzamientos de piedras. A ellos respondieron del único modo que lo ha hecho siempre, disparando contra la población civil y quedaron en evidencia ante el mundo. Luego, las piedras dieron paso a las bombas, los atentados, los cohetes y los suicidas, con lo que Israel no tuvo muchos problemas para reconducir la situación y sentarse a negociar unos acuerdos que, al final, dejarían las cosas como deseaba.
   Hoy día, cuando unos y otros han conseguido que hablar de una protesta pacífica en los territorios palestinos suene a chiste, su rendición ante el dominio israelí es prácticamente un hecho. Porque Sharon ha muerto, pero la política de la brutalidad que él simbolizaba, buscar siempre que el otro tenga motivos para la agresión y nunca para el acuerdo, está a punto de triunfar.

domingo, 5 de enero de 2014

Lo que nos hace humanos

   Se llaman transposones. Son regiones de nuestro DNA que, bajo determinadas condiciones, abandonan la posición en la que se encontraban y emigran hasta otra, cambiando, con frecuencia, de cromosoma. Esta sola acción ya implica una modificación bastante ostensible del organismo. La regulación genética se ejerce sobre regiones del DNA y no sobre genes concretos con lo que, al cambiar de posición, alteran  el sistema de regulación de los genes, haciendo que se expresen con libertad genes hasta entonces restringidos. Pero hay más. Lo habitual es que al trasposón en sí le acompañen algunos pares de bases adyacentes. Esto implica alterar completamente los genes vecinos a la posición en la cual se intercala, sin contar con que puede insertarse dentro de otro gen. El origen más cercano o lejano de un transposón es un virus. A veces se trata de retrovirus, es decir, virus cuyo material genético es RNA, que van acompañados de una proteína que los transcribe a DNA. Se introducen entonces en el genoma del organismo huésped y allí se quedan hasta que se activan. El ejemplo más conocido es el virus del SIDA, pero no es el único. Si el material genético del virus queda en un estado en que no se activa, puede acabar convirtiéndose en un trasposón, es decir, se incorpora al genoma del organismo huésped y allí se queda transmitiéndose a su descendencia y saltando de cuando en cuando.
   Evidentemente, es una locura que algo así pueda existir. ¿Cómo se va a "adoptar" el genoma de un virus y se le va a permitir saltar de cromosoma en cromosoma cada vez que le venga en gana? Y si existen deben ser muy pocos. Y aun siendo pocos, debe haber algún mecanismo regulador que se asegure que cambien se posición pocas o ninguna vez. El problema no es ya que todo esto sea disparatado, el problema es que se comenzó a hablar de ellos en un centro de investigación al que, desde luego, nadie hubiese enumerado entre los más prestigiosos del momento. Aún peor, comenzó a hablar de ellos una mujer, Bárbara McClintock. Chocó contra un muro. La genética norteamericana de los años cuarenta estaba dominada por la idea de que cada gen regulaba una característica del organismo que lo portaba. Los transposones conllevaban introducir la aleatoriedad en un modelo mecánico cuyo objetivo última era la eugenesia y, lo que era aún más “peligroso”, conducía a que dos organismos genéticamente idénticos podían tener apariencias (fenotipos) distintos. A McClintock la trataron como a una loca o, mejor dicho, como a una histérica. Alguien con sentido común debió aconsejarle que, si quería seguir obteniendo financiación para sus investigaciones, abandonara la lucha por “sus” trasposones. A partir de 1953, McClintock dejó de publicar sus resultados.
   Una década después, François Jacob y Jacques Monod, es decir, dos genetistas franceses procedentes, pues, de otro enfoque sobre la genética, redescubrieron el papel de los genes reguladores de los que había hablado McClintock. Debió pasar aún casi otra década para que el mecanismo de transposición fuese nuevamente descrito en bacterias y levaduras. A partir de entonces McClintock comenzó a recibir toda clase de premios y honores hasta la concesión del Nobel en solitario ¡en 1983!
   Ahora que ya sabemos que los transposones existen... ¡¡agárrense porque vienen curvas!! No sólo existen, existen en los seres humanos. Se piensa que una parte importante de ellos se insertaron antes incluso de la separación entre eucariotas y procariotas. Algunos, para efectuar su transposición, necesitan ser codificados en RNA y, después, ese RNA se vuelve a transcribir en DNA que, ahora sí, se inserta en su nueva posición. Ese mecanismo indicaría la cercanía de su estado puramente vírico, es decir, son mucho más recientes. 
   No sólo los tenemos en nuestro genoma, los tenemos en abundancia. Algunos estudios señalan que hasta el 42% de nuestro material genético podrían ser transposones. Esta elevada cantidad no haría sino demostrar su antigüedad, pues buena parte de esa cifra son copias de un mismo gen en diferentes lugares del genoma. ¿Cómo puede un organismo tener tal cantidad de copias de genes de un virus y seguir funcionando? Naturalmente porque tienen alguna utilidad. Hay, al menos, dos funciones fundamentales que cumplen los transposones. La primera es ser un reservorio de mutaciones. De alguna manera, el organismo los mantiene controlados hasta que, en respuesta a una situación crítica del ambiente, les da rienda suelta, creando nuevos genes o nuevas funciones en los ya existentes. “Nuevo” significa aquí algo que no estaba presente en el genoma heredado y que se activa en las primeras fases del desarrollo embrionario pudiendo, por tanto, trasmitirse a la descendencia. La otra función es la que propuso McClintock, permitir la diferenciación de las células que comparten un mismo genoma, ganando, con ello, adaptabilidad al medio ambiente. Y aquí es donde aparece Fred Gage, genetista del Salk Insitute for Biological Studies de La Jolla, California. A finales del siglo pasado, Gage puso patas arriba las teorías sobre el cerebro humano al demostrar que en los adultos también se crean nueva células nerviosas destinadas, fundamentalmente, al hipocampo, es decir, la región donde se guardan los nuevos aprendizajes. Obviamente una sola de esas nuevas células basta para la adquisición de conocimientos complejos pues al establecer conexiones con las demás, modifica toda la red neuronal. A principios de este siglo Gage fue más lejos, describiendo un tansposón, el LINE-1, particularmente activo en el proceso de diferenciación de los precursones neuronales, es decir, en el proceso por el que aparece una neurona especializada en una nueva actividad. La conclusión está escrita con todas las letras en un artículo firmado por Gage y su equipo en 2007: “el genoma celular no es estático o determinista sino, más bien, dinámico”. No somos lo que somos por unos genes que determinan las características superiores que nos adornan, somos lo que somos porque hemos aprendido, como ningún otro organismo, a dominar el azar que nos constituye.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Es tiempo de ilusión, es tiempo de mentiras

   La navidad es, básicamente, un período de regresión a estratos primitivos de nuestra cultura. Esto da lugar a una extraña mezcla y el hecho de que la vivamos con normalidad indica que satisface recónditas necesidades de nuestra mente. En primer lugar está el aspecto más evidente, gastamos, comemos y quedamos con gente de un modo desproporcionado y brutal. Hay un cierto aroma a potlach en el aire. El potlach, recordemos, era una festividad de los indios de la costa noroeste de los EEUU. Básicamente la gente se dedica a regalar todo cuanto tenía, de modo que el que más recibía se consideraba ofendido y sólo podía lavar semejante ofensa entregando más de lo recibido. Cuando ya no hay nadie a quien regalar, los bienes (pieles, aceite o esclavos) se destruían. Presentado con frecuencia como un ejemplo contra el materialismo cultural, Marvin Harris recordó que era una ceremonia desconocida hasta que la cultura occidental comenzó a atraer a los jóvenes indios de tal manera que los poblados se quedaban vacíos. Mediante una festividad del derroche, se trataba de mostrar lo abundante y rica de la forma de vida tradicional, con la esperanza de traerlos de vuelta al redil. La navidad cumple precisamente ese papel. Bajo las luces, los adornos y los buenos deseos a las personas que detestamos, tratamos de ocultar el poderoso deseo de abandonar nuestro modo de vida habitual, que nos domina el resto del año.
   Pero la navidad es algo más que el potlach. Es el tiempo de la ilusión. Resulta fascinante descubrir la cantidad de esfuerzo que los adultos emplean en engañar a los más pequeños de la casa, los cuales, por su propia naturaleza, son fáciles de engañar sin tanto esfuerzo. Se les habla de Papá Noel, de los Reyes Magos, de los camellos y de los renos que vuelan y entran por la cerradura de las puertas, se les explica la legión de elfos y de pajes que, por un contrato basura, montan y empaquetan juguetes fabricados en China. Hay todo tipo de libros, de cuentos, de películas, explicando el milagro de los regalos. La verdad es que los niños por debajo de los cinco años ni entienden ni saben de qué demonios se les está hablando. Los adultos se empeñan en sentarlos en el regazo de un desconocido con barbas que, como no podía ser menos, les espanta, sobre todo porque suele ir con una saca, que vaya Ud. a saber si está ahí para echar mano de un regalo o para engullir al niño. Por encima de los ocho años, quien más quien menos ha conocido a ese listillo que llega al colegio diciendo que los Reyes Magos son los papás. En medias quedan esos dos o tres años en que el niño elucubra acerca de Papá Noel, se impacienta con lo que falta para que llegue su visita y se queda en la cama con los ojos cerrados si se despierta antes de tiempo. Los padres, los padres que con dos contratos temporales de trabajo firmaron una hipoteca a cuarenta años con cláusula suelo y dedicaban uno de los sueldos a pagarla, miran a su niños y piensan: “¡qué inocente!” La verdad es que los niños de inocentes tienen poco. Saben que por escribir una carta chorra  les va a caer encima un aluvión de regalos y, como es lógico, por tan ventajoso intercambio están dispuestos a creer en la barriga de Papá Noel, en los renos voladores, en la felicidad de los elfos y en la inteligencia de Mariano Rajoy si hace falta. Al fin y al cabo es el mismo comportamiento que desarrollamos todos cuando estamos dispuestos a creernos que hemos decidido qué política se va a aplicar en el futuro después de votar.
   Hay quienes piensan que alcanzaron la madurez el día en que descubrieron a su padre dormido, abrazado a la copa de coñá que debía beberse Melchor y con los regalos sin envolver. La verdad es que la madurez está más adelante, cuando uno descubre que si Papá Noel y los Reyes Magos no existiesen habría que inventarlos, es decir, cuando llega a la conclusión de que el bien de las personas a las que quiere, implica actuar como si ciertas ficciones fuesen reales. El como si es fundamental para la convivencia. Con frecuencia tenemos que actuar como si no nos importasen nada los dos besos que nuestra novia le acaba de plantar a ese antiguo "amigo" o como si no estuviésemos mirando a esa escultural mujer que nos pasa al lado mientras estamos con nuestra pareja. Pero hay un aspecto en que ese como si es todavía más importante. Decía Kant que en todo momento debemos comportarnos como si el cumplimiento de nuestro deber fuese a recibir una recompensa en esta o en la otra vida. Quizás es ese como si el que tratamos de enseñarles a nuestros hijos al mentirles.
   Pero los regalos, el despilfarro, no son los únicos componentes de las fiestas navideñas. En multitud de culturas tradicionales, el nacimiento de un nuevo ciclo se celebra con fiestas orgiásticas, estruendosas procesiones que intentan expulsar a los demonios del poblado y algún tipo de conjuro por parte del jefe o el brujo. Nosotros, civilizados occidentales, inauguramos el nuevo año con cotillones abundantemente regados de alcohol, infinidad de petardos y cohetes, y discursos hasta del presidente de la comunidad. En nuestras muy ordenadas cabezas de ciudadanos del nuevo milenio, se mezclan de un modo difícilmente comprensible una concepción del tiempo lineal de origen judeocristiano y una concepción del tiempo cíclico, cuyo origen está en la observación de los fenómenos naturales por parte de nuestros más remotos antepasados.
   En fin, no quiero terminar sin desearles unas propicias danzas alrededor del fuego y que el nuevo año, más que próspero y feliz, sea eso, nuevo, y no se parezca a los que hemos vivido últimamente.

domingo, 22 de diciembre de 2013

No es país para investigadores

   Por diferentes motivos, estos últimos meses he conocido a tres jóvenes investigadores españoles. Me ha impresionado que alguien tenga hoy día el valor de decirle a sus familiares que se va a dedicar a la investigación. Les expresé en privado mi simpatía y admiración, que hoy quiero hacer públicas. 
   El primero de ellos es un profesor de instituto que cogió este verano su coche y se plantó en el corazón de Alemania para trabajar con los inéditos del autor objeto de su investigación. Sabía que no tendría tiempo suficiente, así que renunció también a su paga durante un par de meses hasta completar lo que había ido a hacer en tierras germanas. Su investigación, la investigación de la que, de un modo u otro, acabaremos beneficiándonos todos, no la hemos financiado, le ha costado el dinero a él.
   La segunda historia es la de un joven que está intentando iniciar su carrera investigadora. Pretende solicitar una beca para ello y ha tropezado conmigo en su laberíntico intento de rellenar todos los papeles que le piden. En esencia, el protocolo para solicitar una beca de investigación en este país se ha convertido en un proceso kafkiano, absurdo y mastodóntico, cuya única finalidad es desanimar a cualquier individuo con la pretensión de iniciarlo. Eso sí, se ata al pobre incauto que pretenda ampliar las fuentes de conocimiento de la ciudadanía, con gruesas cadenas, a todos los miembros de un grupo de investigación, que no tendrán demasiado difícil utilizarlo como negro en cuantas tareas le convengan.
   El tercer caso es todavía mejor. Me he encontrado a un joven que persigue acrecentar nuestros conocimientos mientras se gana la vida vendiendo casas o, mejor dicho, alimentando el proceso deflacionario de la vivienda que están llevando a cabo, concienzudamente, las empresas inmobiliarias. Cómo puede uno participar en la mentira de que estamos en una crisis y que todo aquello por lo que tanto pagamos no vale nada, mientras busca la verdad histórica, es algo que no me atreví a preguntarle. Siempre he dudado si yo hubiese podido escribir la tesis doctoral que quería a la vez que trabajaba, por lo que siento enorme respeto hacia quienes tienen que compatibilizar ambas cosas.
   Don Santiago Ramón y Cajal ya advirtió que “investigar en España es llorar”. El investigador es en este país un marginado, un predicador en el desierto, un apestado. Hasta aquí nada nuevo.  Lo novedoso es que, en la última década, a la marginación, a la burla, al deseo generalizado de enterrarlo vivo, se ha unido la voluntad de escarnio, el cinismo casi criminal, la intención franca de volverlo loco. Tomemos, precisamente, a Ramón y Cajal, no al insigne genio que hizo lo imposible en un país donde era imposible hacer nada semejante, sino al programa de becas que tomó su nombre. La idea con que se publicitó era excelente, traer de vuelta a la enorme cantidad de investigadores españoles que estaba dando los mejor de su carrera en el extranjero. Habría que ver sus caras al recibir la noticia. Seguro que les embargó la emoción. Podrían hacer lo mismo que estaban haciendo pero cerca de sus familiares y amigos. Podrían devolver a la ciudadanía lo que ésta había invertido en su formación. ¡Quién sabe! tal vez, podrían hasta obtener reconocimiento de sus compatriotas. ¿Cuál fue la realidad? Tras malgastar aquí unos años, sobre todo, rellenando papelotes inmundos, los que no consiguieron pegarse al catedrático de turno, precisamente lo que se habían negado a hacer cuando se marcharon al extranjero, tuvieron que volver a hacer las maletas. A los que lucharon contra viento y marea por quedarse les aguardaba lo peor: apenas asomó la crisis vivieron la vergüenza de que un burócrata de mierda les dijera que “carecían de capacidad de liderazgo”, o una mamarrachada parecida, antes de dejarlos sin beca.
  La crisis, o, por decirlo más exactamente, el deliberado plan de nuestros dirigentes para convertirnos en un país de zafios, ha hecho algo más. Los centros de investigación están recibiendo uno tras otro la carta en la que se les comunica que o se asocian con alguna universidad o con una empresa privada o cierran. El CSIC está en proceso de demolición (a lo mejor también se sospecha de él que está lleno de rojos, masones y ateos, como ciertas secciones de Hacienda o los departamentos de filosofía de los institutos). El investigador que, libre de politiqueos y de la presión del mercado, se puede dedicar a buscar resultados a medio y largo plazo, ha pasado a ser un proscrito. Hay precio por su cabeza. La fortuna astronómica empleada en formar esos investigadores, en dotar esos centros de lo necesario, en conseguir que adquiriesen un cierto nombre y respeto, se tira a la basura como si hubiese crecido en los árboles. Y para que el cinismo no tenga límites, se vende el mayor despilfarro de la historia de este país como un ahorro. Mientras tanto, unos y otros discuten acerca de si España dedica una cantidad ridícula o esmirriada a investigación. La realidad es que esa cantidad sólo da para que el politicastro de turno pueda salir por la tele diciendo que se financia la investigación. No porque sea pequeña o grande, sino porque el año que viene o el otro, será recortada o ampliada, se cambiarán los criterios o las finalidades, se encauzarán por un organismo nuevo o arcaico, de modo que se haga imposible una cierta continuidad en la política investigadora.
  Para esto, para que un día se construya el más lujoso centro de investigación sobre el cáncer y al día siguiente se lo entregue a la piqueta, para que alguien que ha obtenido su cargo a dedo tenga sus cinco minutos de telediario, para que cuatro catedráticos con amigotes en los puestos importantes mantengan su tajada habitual mientras los demás se rifan el botijo, para esto, insisto, mejor que se suprima el presupuesto de investigación y se dedique a carreteras. Todos, incluidos los jóvenes con deseos de investigar que ya no verían crecer falsos espejismos ante ellos, seríamos más felices. Al menos, hasta que las consecuencias de este desastre nos alcancen.