La regla número uno de los negocios dice: si no entiendes en qué consiste, no te metas. Si esta regla se aplicase al mercado de las criptomonedas el 95% de quienes han puesto su dinero en él tendrían que sacarlo. Lo más que ha llegado a entender el inversor medio es: “dinero, mucho, rápido y fácil”. “Blockchain” significa para ellos el milagro de los panes y los peces, “DeFi” es el nombre del rey que convertía todo lo que tocaba en oro y “oráculo” el sinónimo de generación espontánea de billetes. Los últimos meses han ofrecido pruebas abundantes de lo que digo. En abril de este año, Elon Munsk originó un terremoto vía Twitter al anunciar el fin de la compra en bitcoins de coches Tesla y apostando por una moneda-meme. Unas semanas después, el gobierno chino prohibió el minado de bitcoins en su territorio y la moneda cayó desde su récord de 63.000$ a poco más de 28.000$. En julio pasado entró en vigor el decreto del gobierno de Nuevas Ideas de El Salvador de convertir al bitcoin en moneda oficial del país. Dicen las malas lenguas que el decreto se aprobó a toda prisa porque el partido Nuevas Ideas y su cara visible, el presidente Nayib Bukele, tienen fuertes sumas de dinero invertidas en bitcoins. El caso es que este acontecimiento histórico se inició con pie cambiado. No sólo la plataforma creada por el gobierno de El Salvador para negociar con bitcoins se colapsó a las primeras de cambio (algo, por otra parte, previsible), sino que el bitcoin inició una de sus tradicionales caídas en picado. El banco central de El Salvador intervino y logró que subiera hasta los 52000$, algo que no alcanzaba desde la caída de abril. Este mismo mes, la implosión de Evergrande, la segunda inmobiliaria china, provocó un nuevo desplome del bitcoin. Un par de semanas más tarde, el gobierno chino prohibía cualquier inversión en criptomonedas de sus ciudadanos, lo cual provocó un nuevo desplome, muy cacareado por la prensa, pero que apenas si duró 24 horas. Pongámoslo todo junto.
El primer y más significativo cataclismo del año lo provocó, un tuit emitido no se sabe después de cuántos porros y de qué calidad. Si China prohíbe el minado, eso debería provocar un alza en la moneda, no una caída de la misma, pues la hace más escasa y difícil de conseguir. El banco central de un país que ocupa el puesto 102 en el ranking de PIB per cápita del mundo, logró una subida espectacular. La relación entre una inmobiliaria china y las criptomonedas escapa a cualquier explicación posible. Y mucho más difícil resulta comprender cómo una prohibición que, en teoría, expulsa a uno de cada ocho tenedores de bitcoins del mercado, provoca una perturbación que dura menos que la originada por el conocido fumeta. Nada de esto puede explicarse si no se entiende que en el mundo de las criptomonedas, como decía Nietzsche, no hay hechos, datos ni realidad alguna, todo son interpretaciones. Y en un mundo en el que sólo hay interpretaciones, todas valen lo mismo, con independencia de cuán peregrinas puedan parecer. Por tanto, no existe modo alguno de distinguir entre la realidad y el deseo. La inmensa mayoría de los inversores oscila del pánico absoluto a la euforia desbordante y vuelta a empezar, sin términos medios. Lo que en el argot se llaman “las ballenas”, los grandes compradores y vendedores, apenas si serían tristes sardinillas comparadas con las corporaciones mundiales que nadan en la bolsa, pero no les cuesta el menor trabajo iniciar un movimiento en cascada hacia arriba o hacia abajo. Lo diré de otro modo, a día de hoy, cualquiera, cualquier conglomerado de pequeños inversores coordinados desde las profundidades de Internet, una empresa cualquiera de las que existen miles, el gobierno de cualquier país, puede alzar hasta los cielos o hundir en los infiernos la más poderosa de las criptomonedas.
La inmensa mayoría de quienes llegan a este mundo lo hace porque ha oído hablar de ese tonto al que le dio por invertir en algo que no conocía de nada y que, de un día para otro, se hizo millonario. Pero, olvidando cualquier detalle, cualquier matiz, todo lo que ha leído sobre el asunto, para no diferenciarse de los demás, acude a comprar bitcoins. Hasta donde yo sé, existe la voluntad expresa por parte de unos cuantos de que bitcoin llegue a valer 100.000$. La cuestión es qué pasará después. Mientras tanto la diferencia entre los aproximadamente 40.000$ que vale hoy y los 100.000 que se supone que valdrán un día, significa multiplicar por 2,5 el dinero invertido, así que, a menos que piense invertir medio millón de dólares en bitcoins, no, el bitcoin no le hará millonario. Hizo millonarios. Hizo millonarios a quienes se arriesgaron a invertir lo que tenían en una moneda de 2 euros vendida en sitios oscuros de Internet, hizo millonarios a quienes cambiaron sus ahorros por largas ristras de números y letras a 800€ la unidad, pero esos días ya pasaron. Por supuesto hay otras posibilidades. Del medio millar de monedas existentes algunas valen 0,00000000000000001$. Un día, a lo mejor sólo por unos minutos, valdrá 0,000000000001$. Difícilmente habrá apreciado la diferencia entre estos dos precios, pero si compró 1000$ de ella al primero, enhorabuena porque, ese día, a lo mejor sólo por unos minutos, será millonario. De modo que, en efecto, Ud. puede hacerse millonario en este negocio, basta con que acierte con la combinación ganadora en la lotería de las criptomonedas. Desde luego, aquí hay menos combinaciones posibles que en la bonoloto, eso sí, comprar una papeleta cuesta bastante más.
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