domingo, 25 de julio de 2021

La ciencia de la creatividad (y 14. ¿Cuánta creatividad necesitamos?)

   Tras la caída del muro de Berlín, buena parte de los discípulos de Altshuller comenzaron su emigración a Occidente. Cabe imaginárselos ilusionados tras haber leído aquellas declaraciones de Joseph Schumpeter en las que decía que la creatividad constituye el núcleo del capitalismo, con algo como TRIZ debajo del brazo, casi esperando el entusiasta abrazo que les aguardaba tras cada puerta a la que llamasen. La realidad tuvo un cariz muy diferente. El primer umbral que atravesaron dirigía al correspondiente departamento de innovación, a cargo de personas formadas en la lluvia ideas, el pensamiento lateral y cosas semejantes, quienes rápidamente vieron en aquellas técnicas radicalmente nuevas y exitosas una amenaza para sus propios puestos. Además, hubo un auténtico choque de culturas. Altshuller consideraba que los centros de enseñanza en los que no se impartían cursos de, al menos, 120-140 horas no merecían el nombre de “Escuelas TRIZ”. Debe recordarse que esas horas hacían referencia estrictamente a la duración de las clases, no contaban el tiempo dedicado en casa a la resolución de las tareas propuestas y que dichos cursos van dirigidos a ingenieros a los que, de modo generalizado, no se libera de sus obligaciones habituales. Ciertamente, aumentan el número de invenciones, pero a tres años vista. En nuestras sociedades capitalistas ese plazo coincide, más o menos, con lo que falta para el Juicio Final. A TRIZ no le quedó otro remedio que entrar en las empresas por la lucrativa vía del circuito de cursos de formación, muchas veces de carácter express. La supervivencia en ese ecosistema no resulta fácil para TRIZ. Muchos de esos “cursos TRIZ” consisten en una presentación por parte de los miembros de la empresa del problema que les preocupa y de una sesión de lluvia ideas por la mañana. Tras una pausa para comer el grupo se divide en subgrupos a los que se les explica cómo poner en marcha diferentes protocolos TRIZ para resolver el problema y se constata la diferencia cuantitativa y cualitativa de las respuestas obtenidas. Fin de la historia. Altshuller se hubiese desmayado... Incluso los cursos de mayor intensidad buscan mucho más incentivar a individuos concretos a proseguir su formación en TRIZ que difundir conocimientos profundos sobre ella, algo que costaría demasiado tiempo en términos de nuestras sociedades capitalistas. A partir de ese momento se abren dos posibilidades. La primera, que a este individuo se le pase considerar el “genio creativo”, ese gurú al que se le permite llevar camisas hawaianas en las cenas de la empresa. La otra posibilidad consiste en que esa persona se convierta en un líder innovador que promueva una formación en TRIZ más profunda y estable. 

   Las dificultades de TRIZ se incrementan cuando hablamos de implementar áreas que dan resultados mucho menos tangibles como en el caso de la gestión de empresa, donde, a diferencia de la invención, TRIZ debe competir con tradiciones que dicen hacer lo mismo y avaladas por una larga práctica corporativa en el capitalismo. Por si fuera poco, en este campo, muchas empresas se lanzan a la piscina sin el menor asesoramiento ni control experto, porque algún directivo ha leído algo que le ha llamado la atención. Otras tantas se mueven espasmódicamente de acuerdo con el ritmo de cambios en los puestos clave de la dirección y únicamente aquellas con un respaldo unánime y sistemático desde los cargos más elevados consiguen el éxito en su propósito. Obviamente a nadie más que a la propia TRIZ se culpa de los fracasos. Todo esto mientras las formas habituales de “creatividad” en Occidente continúan cosechando el magro porcentaje de una idea exitosa de cada 3.000 ensayadas. Rápidamente surge la cuestión, ¿en serio que la creatividad constituye el núcleo del capitalismo?

   Desde la propia TRIZ se acepta que el 52% de los problemas de las empresas se puede solucionar mediante conocimientos de su personal o por ensayo y error. Para un 37% restante basta la simple lluvia de ideas o alguna forma elemental de análisis morfológico. Esto significa que sólo el 11% de los problemas que enfrentan las empresas habitualmente requiere verdadera creatividad. Aunque los problemas de niveles inferiores pueden resolverse mejor y más rápidamente aplicando TRIZ, el ámbito en el que muestra sus ventajas diferenciales queda restringido a uno de cada 10 problemas. No hace falta escarbar mucho para encontrar los motivos, Alvin Toffler sostenía que un 80% de los productos fabricados en Estados Unidos no satisfacen ninguna necesidad real. El propio Altshuller constató que el uso del ensayo y error se hallaba tan arraigado en la mente humana que incluso mostrándole las posibilidades de una metodología inventiva, la inercia psicológica conduce a negar lo que parece evidente. No se trata del único modo en que la inercia psicológica nos domina. Diferentes cuestionarios muestran que la mayoría de los ejecutivos que se dicen abiertos a nuevas ideas, eligen las más conservadoras en cuanto se enfrentan a situaciones algo o moderadamente inciertas. Ahora sólo tenemos que añadir todos los niveles de decisión que tiene que pasar una idea innovadora para llegar hasta quien pueda ordenar su puesta en práctica y obtendremos la única conclusión posible: para los requisitos de nuestras sociedades capitalistas las empresas tienen ya tanta creatividad como necesitan. Tomemos el caso de la industria que más dice invertir cada año en innovación y creatividad, la industria farmacéutica. Las estatinas constituyen un buen ejemplo. Diseñadas para bajar los niveles de colesterol en sangre, la primera, fabricada por Merck, salió al mercado en 1.987 bajo el nombre de Movecor. Desde entonces han aparecido Zocor, también de Merck; Lipitor, de Pfizer; Pravachol, de Squibb; Lescol, de Novartis; Crestor, de AstraZeneca, Livalo de Eli Lilly, etc. La práctica totalidad del dinero que la industria farmacéutica dice invertir en innovación y desarrollo en realidad va a marketing y a medicamentos me too. No se trata de un rasgo distintivo de la industria farmacéutica. Los productos mee too copan la totalidad del mercado libre. Para constatarlo no hay más que acudir a cualquier superficie, con independencia de lo que se venda en ella, y buscar en cada sección un producto que encarne una idea cualitativamente innovadora. Difícilmente se podrá encontrar siquiera uno por establecimiento. El núcleo del capitalismo no lo ocupa la creatividad sino el saqueo, porque el saqueo, como dijo Altshuller siempre resulta más rentable que la creatividad...pero no proporciona sus alegrías. 

domingo, 18 de julio de 2021

Viaje a las puertas del infierno.

Ahora que nos hallamos en una época típica de turismo y, dado que en las actuales circunstancias planear cualquier viaje se ha convertido en una tarea infernal, ¿por qué no visitar la puerta del infierno? En 1971, un equipo soviético de prospección geológica se desplazó a un remoto paraje del desierto de Karakum, cercano a la aldea de Darvaza, en el actual Turkmenistán, buscando petróleo o, al menos, gas natural. Encontraron un afloramiento de gas a nivel de superficie e iniciaron sus tareas de perforación. Para su asombro, se produjo un hundimiento del terreno que se tragó todo el equipo y el campamento entero. No se produjeron víctimas, pero el agujero, de 69 metros de diámetro, exhalaba gas por todas partes. Al parecer, habían perforado el techo de una gruta subterránea, repleta de metano. Ante la proximidad de asentamientos humanos y temiendo catástrofes mayores, alguien, no se sabe muy bien quién, porque no ha quedado informe oficial alguno sobre el incidente, decidió que la mejor solución consistía en quemar el gas, que, sin duda, se consumiría en unos pocos días. Hace 50 años de aquello y todavía perduran las espectaculares llamaradas. Con un área de más de 5000 metros cuadrados y una profundidad de hasta 30 metros, la temperatura en su interior alcanza los 400 grados, lo cual no ha impedido, más bien ha permitido, que lo colonicen microorganismos extremófilos, que necesitan de esas temperaturas para vivir. Aunque se puede contratar una visita al lugar una vez se ha llegado a Turkmekistan, el particular régimen del país, no lo promociona especialmente y pasaría desapercibido si no lo sacaran a la primera plana de los periódicos la típica abulia veraniega o los selfies de algún youtuber alocado. No se trata de la única puerta del infierno que existe. Hay otra, cuya historia parece exactamente la opuesta.


Pozo de Darvaza

A toda Azerbayán se la conoce como “la tierra del fuego”. Sus abundantes yacimientos petrolíferos generan bolsas de gas que, con frecuencia, afloran a la superficie. Los accidentes naturales o la intervención humana convierte muchos de ellos en llamas perpetuas como en Yanar Dag, pero el más antiguo parece situado en Surakhani, una pequeña población a las afueras de Bakú en la que se construyó la primera refinería de petróleo en 1857. Un siglo más parece tener su templo/castillo en el que, desde cierto pasado difícil de determinar, ardía también un fuego eterno. Testimonios diversos señalan que desde mucho antes del siglo XVII, el lugar constituía un centro de peregrinaje de zoroastras, hindúes y sikhs, religiones todas ellas a las que el comercio había hecho proliferar en la región. No queda claro si los cimientos del actual templo los cavaron miembros de la primera o de la segunda de estas creencias, pero desde el siglo XVII, los brahamanes parecen haberse hecho cargo de las edificaciones y los cultos. Eso sí, quienes se acerquen por Bakú no deben hacerse ilusiones. El fuego que ahora arde en el templo lo lleva allí una moderna tubería, porque el original, el que ardía desde tiempo inmemorial y provocó la peregrinación desde lejanas tierras, acabó apagándose cuando la extracción de gas y petróleo dejó exangüe su fuente original.

Si quiere visitar otra puerta del infierno, mucho menos lejana y exótica, puede hacerlo también en Filadelfia, Standford, Tokio, Zúrich, Ciudad de México y, por supuesto, París. En todas ellas existen reproducciones de la Puerta del Infierno de Rodin y también esta puerta tiene una historia interesante y aleccionadora. El 16 de agosto de 1880, una carta firmada por el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia, encargaba al escultor Auguste Rodin la ejecución de una puerta «adornada con bajorrelieves que representaran a la Divina comedia de Dante» a cambio de 8.000 francos de la época. Además se le proporcionó a Rodin un estudio donde llevar a cabo su obra y se le prometió que que su obra abriría la entrada al Museo de Artes Decorativas de París. Dicho museo nunca llegaría a construirse y el gobierno francés acabó cancelando el encargo. Rodin, sin embargo, trabajó sobre él buena parte de su vida y en ese desarrollo, tan espasmódico como obsesivo, acabarían por ver la luz algunas de sus obras más famosas. Pensada como una recreación de la Divina comedia, cobró poco a poco un carácter autónomo, mucho más simbólico, que acabó emparentándola con Las flores del mal de Baudelaire. Las hojas la componen personajes envueltos en un mar de llamas, muchos de ellos mujeres, en poses a veces seductoras y a veces trágicas, como el terrible atractivo del mal. Los personajes de la Divina comedia aparecen por aquí y por allá y coronando el tímpano, aparece la famosa figura del pensador. Rodin lo concibió inicialmente como el propio Dante cavilando sobre la estructura de su poema, seguido en tropel por sus personajes. Su modelo parecía muy claro, el Jeremías de la Capilla Sixtina. Pero Miguel Angel pintó a un Jeremías rollizo, entogado, a diferencia de la mayoría del resto de personajes que, originalmente, iban en pelotas picadas. Jeremías no planea cómo expresar su visión del infierno. El Jeremías de Miguel Angel reflexiona sobre cómo presentar a los hombres unas profecías que necesariamente han de cumplirse, cómo hablarles de lo que, con absoluta seguridad, ocurrirá, cómo explicarles la verdad sin que los Joaquines y Sedecías de turno ahoguen su clamor en sangre. Jeremías, recordémoslo, desafió la violencia, la corrupción, la mendacidad de los poderes establecidos y exigió como muestra de arrepentimiento la liberación de los esclavos. Sus advertencias de la inminente derrota de Judea si no se restablecía la alianza con Yavéh hicieron recaer sobre él la acusación de espía babilonio, acusación, por cierto, renovada cuando Nabucodonosor lo liberó de prisión tras conquistar Judea. Rodin quiso otro destino para su pensador. Presidiría la puerta del infierno, pero no como portavoz de ningún Dios ni de ningún demonio. Su pensamiento debía separarse de todos y de todo, colocarse más allá de las pasiones y de los castigos, de las tentaciones y de su rechazo, en definitiva, convertirse en un acto creador. El pensador de Rodin no contempla la obra de otro, la construye con su puro acto de pensarla. Ascético, delgado, desnudo, carece de todo porque ha conseguido lo máximo a lo que un ser humano puede aspirar, al dominio de su pensamiento, mostrándonos con un ejemplo que muy pocos pensadores siguieron en el siglo XX, que difícilmente puede haber libertad en un pensamiento opuesto a la renuncia.




domingo, 11 de julio de 2021

La ciencia de la creatividad (13. Curva en S)

   Si construimos unos ejes de coordenadas en cuya abscisa figure el tiempo y en su ordenada la productividad, velocidad de evolución o número de invenciones que ha generado, observaremos que la trayectoria de los sistemas tecnológicos, pero también de los organismos vivos, sigue una curva en S de este tipo:

Altshuller, G. S. Creativity as an Exact Science

Señalamos ya que varias tendencias presentan un camino de ida y vuelta desde la simplicidad a la complejidad para terminar en la simplicidad. Ese camino de ida y vuelta puede quedar representado por la distribución normal, la famosa curva de campana. La curva en S corresponde a la mitad de este camino, de hecho si integramos la función de Gauss, obtendremos una curva en S o curva sigmoidal, aunque no todas las curvas sigmoidales pueden conectarse con la función de Gauss. Este tipo de curvas tienen exactamente un punto de inflexión, carácter real, diferenciable limitado, con una derivada no negativa en cada punto. La curva en S aparece como la gráfica de cualquier función del tipo 1/(1+e-x) pero también de la función arcotangente, de la función error, de algunas funciones algebraicas como x/√(1+x2), etc. Hasta aquí, por tanto, nada espectacular. Lo llamativo radica en la omnipresencia de la curva en S, pues caracteriza a todos los procesos de crecimiento y desarrollo que imaginar quepa, desde el proceso de aprendizaje de las neuronas artificiales hasta la estimación de costes en los proyectos, pasando por las ecuaciones de dosis-respuesta de Hill en farmacología o la asignación de valores de pertenencia a los conjuntos difusos, sin olvidar que puede entenderse a la Venus de Milo o el tribhanga del arte hindú como otras tantas curvas en S. El modo tradicional de entender el tribhanga resulta muy significativo, pues consiste en contraponer la dirección hacia la que se mueve el cuerpo con la dirección de las rodillas, los hombros y el cuello en un gesto que suele repetirse en danza y que recuerda un movimiento serpenteante. En occidente este “serpenteo” suele remontarse a Praxíteles, tres siglos anterior a su aparición en la India. La curva en S constituye casi una constante en la pintura occidental, pero ya no encarnada en seres humanos, sino en la forma de meandros fluviales, al menos, hasta que Edvard Munch pintó su famoso grito. No debe extrañarnos, pues, que Charles Handy se haya convertido en un gurú de la gerencia cabalgando sobre curvas en S en libros como The Age of Unreason (1989) o The Second Curve (2015). Por esas fechas Zlotin y Zusman (Zlotin, B. L. y Zusman, A. V. “Поиск новых идей в науке”, en Zlotin B. L. y  Zusman A. V. Решение исследовательских задач, ISTC Progreso, Chisináu, pág. 34) ya habían visto en la curva en S una representación gráfica de los paradigmas de Kuhn y no han faltado quienes, han querido descubrir en ella el modelo por excelencia del salto de la cantidad a la cualidad (!?) Pero antes, entre Praxíteles y Handy, Altshuller, como decimos, la utilizó para describir la vida en general y la vida los sistemas técnicos en particular.

   En su infancia (segmento 1), el sistema técnico se desarrolla muy lentamente, llegándose a un punto (α) en el cual se alcanza un primer pico de creatividad, con soluciones que pertenecen a los niveles 4 ó 5 en cuanto a creatividad. A un inventor se le ofrecen en este período múltiples oportunidades, pero debe armarse de paciencia porque el desarrollo hasta el punto α puede resultar extremadamente lento. A este segmento pertenecen la mayor parte de los “inventores heroicos”, creadores que adquieren una imagen de unicidad en su campo, luchando contra las circunstancias y que, con frecuencia, reciben poco o nada a cambio de sus esfuerzos. A partir de este punto α, comienza la implementación industrial, se multiplican los beneficios, pero el nivel inventivo disminuye sensiblemente. El esfuerzo se centra en eliminar pequeñas fallas o en la optimización en forma de pequeñas mejoras marginales pues cualquiera de ellas trae un ahorro sensible y una ventaja competitiva. Los inventos simultáneos menudean hasta alcanzar β (segmento 3), momento en que ya no puede seguir expandiéndose el campo de la nueva tecnología por el simple procedimiento de mejorarla trivialmente. Para una auténtica mejora, se requiere alcanzar nuevos máximos de creatividad, pero tal esfuerzo ya no vendrá recompensado por otra explosión en su uso, sino que éste va a crecer de un modo más pausado. Con frecuencia, la posibilidad de seguir trabajando en la misma línea viene acompañado por una invención de nivel 4 ó 5, que crea un nuevo sistema tecnológico (B), el cual comienza su lenta ascensión, mientras que el anterior (A), crece de un modo pausado hasta iniciar su curva de desconexión a partir del punto γ.

   El conocimiento de las tendencias de los sistemas técnicos en general y de la curva en S en particular, tiene un profundo significado no ya para los negocios sino para cualquier disciplina con necesidad de prospectiva, especialmente si, como hemos venido señalando, no se refiere en exclusiva a sistemas tecnológicos sino a “sistemas de interacción”. Aún más, con esta herramienta en la mano, podemos predecir el punto en que aparecerán nuevos problemas y la travesía de los mismos, todo ello generado por herramientas susceptibles de crítica y discusión y no por las estimaciones subjetivas de los expertos de turno. Por supuesto, la clave reside en saber en qué momento del desarrollo nos encontramos. TRIZ considera que el número de patentes por año referidas a la función primaria del sistema constituye el criterio último para determinarlo. Como ya hemos señalado, el tránsito por el punto α marca el momento en que la cantidad y, sobre todo, la diferencia cualitativa entre las patentes disminuye de un modo drástico. El paso por el punto β, indica el declive definitivo en el número de patentes. En concreto, si detectamos que el sistema no ha llegado al punto α, la primera cuestión a plantear reside precisamente en dónde se encuentra ese punto α. Altshuller señaló que no se puede predecir la llegada a él observando únicamente la evolución de los sistemas sino que hemos de prestar atención al sistema al que viene a reemplazar, que actúa como obstáculo para que el nuevo desarrollo alcance ese punto. Si el sistema ha pasado del punto α, pero no ha llegado al punto β, la cuestión consiste en determinar cuáles pueden considerarse los niveles 2 y 3 de invención referidos a ese sistema, quiero decir, qué mejoras en términos de optimización puede lograrse, lo cual, de modo general, no cuesta demasiado esfuerzo, pues los límites físicos suelen ofrecerse siempre con claridad meridiana. Finalmente, si el sistema ha atravesado el umbral β, la búsqueda de mejoras debe centrarse en el hallazgo de un nuevo sistema, quiero decir, uno cualitativamente nuevo, pues el anterior ha llegado ya a su agotamiento. 

domingo, 4 de julio de 2021

Las islas de ayer y de hoy.

   Lorenzo Ferrer Maldonado nació en Berja, Almería, en 1557, como “cristiano viejo”. La revuelta morisca de 1568 le costó la vida a su padre y los bienes a su familia, que se mudó por un tiempo a Guadix. Como las autoridades no reconocieron los censos moriscos, pudo regresar a la Alpujarra como “repoblador” y obtener permiso para embarcar hacia las Américas. Regresó en 1589 lleno de un oro que no tardó ni un año en perder. Emigra entonces a Madrid, donde se gana la vida, primero, como falsificador y, después, como alquimista, lo cual le permitió entrar en la corte. Allí no se cansó de repetir lo que había venido diciendo desde que volvió de las Indias, que en 1588 había descubierto el estrecho de Anián, el mítico paso que conectaba el Pacífico con el Atlántico rodeando América por el Norte. Dada su fama de embrollador, se lo ha incluido habitualmente entre los muchos bravucones que afirmaron haberlo hecho sin aportar prueba alguna. Hace ocho años, Valeriano Sánchez Ramos, del Centro Virgitano de Estudios Históricos, publicó un artículo en la revista Fura, en el que ponía de manifiesto las coincidencias entre las descripciones de fauna y flora hechas por Ferrer y las que, al parecer, existen en es Estrecho de Bering que, por supuesto, no conecta al Pacífico con el Atlántico, sino con el Ártico.  Pero en los siglos XVI y XVII, los occidentales desconocían por completo qué había allí. Ni Alaska ni el extremo oriental de Siberia formaban parte de los territorios explorados. Se supone que Semión Dezhniov, navegó aquel estrecho en 1648, en un viaje tan escasamente documentado como su propia vida, en la que hay muchas más lagunas que hechos ciertos. El mérito de haber certificado la separación entre Asia y América se lo llevó, pues, Virtus Bering, danés de nacimiento, pero al servicio de la armada rusa desde 1703. Bajo las órdenes de Pedro el Grande, exploró Kamchatka entre 1725 y 1730. Tras descubrir la isla de San Lorenzo y pasar por las Diómedes, emprendió rumbo al Norte “hasta que ya no divisó tierra”, lo cual parece indicar que recorrió todo el estrecho de Bering. Sin embargo, no logró el propósito último de la misión encomendada por el zar: encontrar la costa americana y descender por ella desde el Norte hacia el Sur. Eso tuvo que esperar hasta 1741 en la “Gran expedición del Noroeste”, que llegó a implicar a más de 3000 personas, convirtiéndose en una de las mayores expediciones de la historia y que le permitió arribar a Alaska. Pero esa gran aventura terminaría con su vida. Murió, junto con muchos de sus marineros, en el viaje de regreso. Su tumba todavía se conserva en la isla que lleva su nombre,

   Alaska se convirtió en una lejana y atractiva joya, en la que los rusos establecieron poco más que precarias bases para el comercio de nutrias. La primera colonia estable tuvo que esperar a 1784. Para entonces, los enfrentamientos con los occidentales y las enfermedades transmitidas por éstos ya habían despoblado la región de aborígenes. España reclamó sus derechos sobre Alaska y allá que mandó expediciones al mando de Bruno de Heceta y Alejandro Malaspina, pero, procedentes de California, decidieron que mejor volver a donde hacía calorcito y nunca hubo más que una reclamación formal. Más en serio se lo tomaron los ingleses que mandaron a Cook y a Vancouver, así que Alejandro II, corto de efectivo, temiendo un enfrentamiento con los británicos y mostrando mayor sensatez de la que después mostrarían los españoles, aceptó la propuesta norteamericana de venderles la región por 7,2 millones de dólares en 1867. La “locura de Seward”, como bautizó la compra la prensa norteamericana por el nombre del Secretario de Estado, William H. Seward, convirtió en frontera los 3,8 kilómetros que separan a Diómedes Mayor de Diómenes Menor, las dos islas situadas en el centro del estrecho de Bering. Unidas por cultura, tradiciones y población, oficialmente se las separó colocando entre ellas la Línea internacional de cambio de fecha. En Diómenes Mayor comienza el día que terminará en Diómenes menor (supuestamente) 24 horas después. Por si esto pareciera poco, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades soviéticas decidieron evacuar a la población de Diómedes mayor y reasentarla en Siberia. Después, durante 50 años, se impuso entre ambas la “Cortina de Hielo” que dividió al mundo entre uno y otro bando de la Guerra Fría. Sus pobladores, que en invierno habían compartido visitas, comercio y celebraciones ancestrales cruzando a pie por las aguas heladas que separaban a las dos islas, tuvieron que verse como ciudadanos hostiles de dos maneras de entender el mundo. Desde 1990 la cosa no llega a tanto aunque tienen que seguir solicitando permisos especiales para las visitas. Pero si esto les parece un desaguisado, apenas si representa una ínfima parte de lo que podía haber sucedido si los norteamericanos hubiesen aceptado la propuesta del científico soviético Petr Borisov de crear una represa de 90 Km en el estrecho de Bering para permitir la llegada de las corrientes cálidas del Pacífico al polo y así derretirlo. La idea, que adquirió la forma de una propuesta formal del gobierno de Nikita Jrushchov a los EEUU en 1956, no llegó a materializarse evidentemente, no por razones de la magnitud del desastre medioambiental, sino porque los norteamericanos no acabaron de ver claras las consecuencias que tendría para la “seguridad nacional” (que, por supuesto, nunca ha incluido consideraciones de carácter ecológico). Desde entonces ha habido numerosas propuestas de túneles, puentes y hasta ampliaciones del estrecho de Bering, la última, protagonizada por China, que intenta llevar sus mercancías directamente por ferrocarril hasta el mercado estadounidense.

   Quizás 40.000 años antes de Bering, un grupo de seres humanos procedente de las costas orientales de Asia, probablemente sin darse cuenta, atravesó, entre vientos y neblinas un territorio pantanoso de aguas bajas y heladas, culminando la proeza de caminar desde Asia hasta América. Apenas si constituyó la vanguardia de un puñado de oleadas más que los siguieron y que, de algún modo, lograron sortear la inmensa masa de hielo que cubría el actual Canadá para comenzar la expansión humana hacia el Sur. Con toda seguridad no ha habido exploración más meritoria de una epopeya que esta.