Vimos que un estudio de los registros de patentes indica claramente que la creatividad humana sigue unas pautas nítidas. Señalamos que, si hablamos de un conjunto que bien podría abarcar los cuatro millones de patentes, entonces, nos enfrentamos, más que con la creatividad técnica o la creatividad de la que hacen gala los ingenieros, con la creatividad humana en general. Indicamos, cómo, de las pautas de esa creatividad así entendida, pueden extraerse una serie de protocolos para la producción de soluciones inventivas. Inevitablemente se deduce de aquí que la evolución de los sistemas tecnológicos ha tenido que seguir a lo largo de los siglos unas líneas claras, reconocibles y predecibles. Dicho de otro modo, TRIZ nos permite una reconstrucción racional de la historia de la tecnología en la que ya no tenemos que limitarnos a ir marcando las fechas en las que este o aquel dispositivo apareció, como fulguraciones mágicas, sino que podemos explicar por qué surgió esto y no cualquier otra cosa en ese momento concreto. Y podemos hacerlo sin aludir a la “necesidad” que existía en ese momento, a las circunstancias históricas precisas, ni a la voluntad o el capricho de ciertos seres humanos talentosos. Simplemente, la llegada de la tecnología hasta un punto concreto, ponía al alcance posibilidades que ahora podemos ver como consecuencia de los protocolos inventivos, pero que entonces, en aquel momento, ignorándolos, dependería del carácter visionario de alguien, como Kepler pudo ver sus leyes antes de que pudieran extraerse de la mecánica celeste alumbrada por Newton. Existe, por tanto, la posibilidad de la reconstrucción racional de la tecnología en un sentido en que los pobres filósofos vigesimicos ni siquiera sospecharon y, dado que hablamos de la inventiva humana, de creatividad, podemos aventurar que existe la posibilidad de reconstruir racionalmente cualquier historia.
A pesar de la claridad con que se deducen las conclusiones anteriores de los presupuestos de TRIZ y a pesar de que, como hemos señalado, deja a años luz el punto al que llegaron los confiados filosofillos del siglo pasado, existen aquí importantes consideraciones filosóficas no resueltas. En efecto, Altshuller repite sin duda alguna y cada vez que tiene ocasión, que la evolución de los sistemas tecnológicos “como todos los demás sistemas, sigue las leyes de la dialéctica materialista”. A continuación, como si siguiésemos hablando de lo mismo, afirma que la tendencia principal de los sistemas técnicos consiste en su “tendencia a la idealidad”. Evidentemente, Altshuller no hubiese tenido arrestos para decirle esto a la cara a Marx, Engels o Lenin, porque hubiesen resucitado a Stalin para que volviera a mandarlo al gulag. Pero, dejando a un lado este pequeño detallito que sólo le parecerá relevante a los filósofos, la tendencia a la idealidad, tal y como la formulamos y la definimos a la hora de hablar del Resultado Final Ideal, constituye en TRIZ el motor fundamental de la evolución de todos los sistemas tecnológicos. De ella, en efecto, se derivan las demás tendencias identificadas por Altshuller. Si imaginamos la existencia de un problema en un subsistema cualquiera, su solución, no consistirá en un compromiso, sino en alcanzar un ideal. Ahora bien, una parte ideal dentro de un todo que no puede caracterizarse de ese modo, inevitablemente generará conflictos con otras partes del sistema, quiero decir, problemas, que conducirán a alcanzar soluciones ideales. Tendremos entonces un sistema ideal como parte de un macrosistema que no puede caracterizarse de ese modo, etc Acabamos de enunciar otra de las tendencias de los sistemas tecnológicos identificada por Altshuller, el desarrollo heterogéneo, de las partes del sistema, que genera los inevitables desacoples percibidos como problemas a solucionar. Surge de aquí una tercera tendencia. Para solucionar esos desacoples entre las partes de un sistema se procederá, como primer intento a acompasar los ritmos entre partes anteriormente desacompasadas o, a la inversa, a desacompasar los ritmos entre partes anteriormente acompasadas. Coordinar lo que antes se mostraba descoordinado y dejar de preocuparse por coordinar elementos que antes presentaban este rasgo, constituye el primer recurso al que se echa mano cuando un sistema muestra problemas entre sus partes. Si este intento fracasa, se procede a medidas más drásticas. De ahí que una cuarta tendencia consista en el incremento en la segmentación. Este incremento en la segmentación toma diferentes formas. Una muy típica consiste en el empleo de partes cada vez más pequeñas, hasta que éstas tienen un tamaño tan nimio que pueden sustituirse por el efecto de un campo. Visto desde otra perspectiva, este proceso parece paradójico. Primero los sistemas se muestran muy simples, después sus partes se van haciendo cada vez más complejas conforme se van miniaturizando, posteriormente el paso de esas partes mínimas a campos genera una simplificación, pero la propia producción y control de esos campos puede resultar bastante compleja. Dicho de otro modo, en la evolución de los sistemas técnicos hay una oscilación continua desde la simplicidad hacia la complejidad para volver a la simplicidad. Pero esta oscilación, no cabe entenderla como una especie de ley del péndulo y ni siquiera en un sentido “dialéctico”. Más bien, se trata de trayectorias en torno a un atractor o del remolino que se forma cuando un líquido se desliza hacia el fondo de un embudo en cuyo punto central más bajo se halla la solución ideal final, hacia la que todo el sistema tiende pese a (o, precisamente, mediante) sus oscilaciones.
En todo lo anterior, la tendencia a la idealidad, lleva implícita una tendencia a crear sistemas más dinámicos, flexibles y controlables. Existe una clara coimplicación entre estos factores, pues, la exigencia de sistemas más dinámicos obliga a hacerlos más flexibles, lo cual se logra por la segmentación, pero el aumento en el número de partes exige un mayor control. Incrementar el grado de control y precisión, hacer los sistemas más dinámicos y flexibles, induce a eliminar las rémoras, destruir cualquier inercia psicológica, acabar con el apego que pueda haber en ellos a lo pasado, quiero decir, la tendencia a la idealidad significa disminuir lo menos ideal que hay en este mundo, el factor humano. Por tanto, la tendencia a la idealidad implica la tendencia a la automatización.
Si ahora observamos todo este proceso a lo largo del tiempo y lo comparamos con el número de invenciones que conlleva y los beneficios que genera, obtendremos que estas tendencias originan un gráfico de curva en S. Pero esta curva en S merece por sí misma una entrada aparte.
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