Se llama Patania II, mide 12 metros de largo, cuatro de alto y pesa 35 toneladas. Es la heredera del prototipo Patania I, probado con éxito en 2017 y debería haber pasado sus ensayos en marzo de 2019. Un fallo en el cableado que une el aparato con el barco, los retrasó al año pasado y la Covid-19 hizo lo propio hasta este año. En esencia se trata de una aspiradora, diseñada para trabajar varios kilómetros bajo la superficie del mar. Obviamente no se la ha diseñado para recoger la abundante basura marina, sino para recolectar nódulos polimetálicos. Estos nódulos se forman en los fondos marinos, generalmente por capas sucesivas de metales varios acumulados en torno a un núcleo de coral o incluso un diente de tiburón. La mayoría tienen tamaños microscópicos, pero existe una gran cantidad de ellos de entre 3 y 10 centímetros y no resulta extraño encontrarlos de 20 centímetros y más. Aunque no está clara la causa de su aparición, se han propuesto varios mecanismos que pueden originarlos y, se supone, que en cada uno han intervenido todos o un número variable de los mismos. Casi un 30% de su peso se debe al manganeso, pero también contienen níquel, cobre, cobalto, hierro, silicio y aluminio, entre otros minerales imprescindibles para nuestros dispositivos tecnológicos, por ejemplo, las baterías de los coches eléctricos. Como digo, abundan en el fondo marino recubriendo el suelo. Una estimación de 1981 señala que podría haber hasta quinientos mil millones de toneladas repartidas por los mares y océanos del mundo, aunque, por supuesto, existen zonas donde la densidad es exuberante, como en una región cerca de las Islas Cook, en torno a la Isla Diego García en el Indico, en la zona de las Islas Juan Fernández, en la llanura abisal frente al río Loa en Chile y en la Zona Clarion-Clipperton a medio camino entre Hawaii y las Islas Clipperton.
Identificados en 1868, los nódulos polimetálicos despertaron el interés como recurso minero hace ya varias décadas, pero muy poco se había avanzado hasta la fundación de la Global Sea Mineral Resources (GSR), una filial del grupo belga DEME, que lleva años demostrando su habilidad para firmar contratos con gobiernos de todo el mundo, desde Egipto hasta Argentina, mientras lanza proclamas acerca de la protección del medio ambiente y “el beneficio de la humanidad”. En 2013 firmó un contrato de 15 años para operar en 76.000 Km2 de la Zona Clarion-Clipperton con la International Seabed Authority (ISA), encargada de organizar y controlar la explotación de los recursos de los fondos marinos situados más allá de las aguas territoriales de cada país. La autoridad de este organismo ha sido reiteradamente criticada por los EEUU, la única potencia marítima que no ha firmado la Convención de las Naciones Unidas sobre la Leyes del Mar (UNCLOS por sus siglas en inglés) de la cual emana la autoridad de la ISA. De hecho, los EEUU han pleiteado reiteradamente por obtener excepciones sobre algunos de sus principios básicos como la exigencia de permisos y tasas para la explotación del fondo marino, la redistribución de la riqueza obtenida y la imposición de leyes sobre la transferencia tecnológica. La actitud de los EEUU contrasta poderosamente con la de China, que intervino sistemáticamente en el desarrollo de la UNCLOS, participó en los organismos que han ido tomando forma a partir de ella y ha ido adecuando su propia legislación a los acuerdos adoptados. Tan entusiasta actitud resulta sin duda paradójica, pues hablamos de un país con 18.000 Km de costa, que no le permiten abrirse a ningún océano, sino a cuatro mares poblados de islas pertenecientes a otros países, algunos de ellos tradicionalmente poco amigables. Muchos analistas señalan que el multilateralismo chino en lo referente al mar, ha sufrido un brusco giro en la estela de los numerosos incidentes, reivindicaciones y litigios con sus vecinos que se han venido produciendo en los últimos años.
GSR apenas si constituye la punta de lanza de una oleada de empresas con intereses semejantes. Detrás de ella ya se han lanzado la chipriota Green Minerals AS, propietaria de minas en el Congo y que ha obtenido permisos para operar en la plataforma continental entre Noruega y Groenlandia, y la suiza Allseas, con prospecciones en varias partes del mundo. Tampoco los nódulos polimetálicos constituyen el único atractivo. A la espera de tecnologías que permitan su utilización se hallan una infinidad de montículos oceánicos ricos en cobalto y los sulfuros metálicos de las chimeneas hidrotermales. La canadiense Nautilus Minerals, por ejemplo, ha conseguido, después de 30 años, firmar un acuerdo con las autoridades de Papúa-Nueva Guinea para excavar, con robots teledirigidos, el fondo marino, bombeando a la superficie el lodo rico en minerales obtenido. En total, la ISA ha asignado ya 29 áreas de explotación, algo así como un millón y medio de kilómetros cuadrados de fondos marinos a otras tantas empresas, muchas de las cuales esperan la puesta a punto de herramientas que hagan rentables estos y otros negocios. Su impaciencia sólo es comparable con el tamaño de las advertencias que han lanzado múltiples grupos ecologistas y científicos sobre los daños que vehículos como el Patania II podrían causar en los fondos oceánicos. La Zona Clarion-Clipperton, por ejemplo, no sólo ha atraído la atención minera, también se trata de una zona de abundante fauna y flora marina en la que cada misión exploratoria descubre nuevas especies. Apenas se ha estudiado un 2% de todos los fondos marinos, por lo que se conoce muy poco sobre las especies que los habitan, los equilibrios de su entorno y las consecuencias que podría traer su alteración. La minería en tierra se ha demostrado catastrófica desde el punto de vista de los ecosistemas en los que se ha desarrollado, la amenaza que supone su vertiente marina podría convertir esos desastres en fútiles incidentes. Ciertamente, se han diseñado prototipos para la recolección de los nódulos que minimizan el movimiento de los sedimentos, la cantidad de suelo marino que se iza a los barcos, el resto de perturbaciones que la aspiración provoca, las pérdidas de los componentes hidráulicos, el ruido y las vibraciones que producen. Con los prototipos utilizados para los ensayos, se han logrado avances significativos, pero nadie puede prever qué ocurrirá con sus herederos, máquinas de mayor tamaño y operatividad, especialmente cuando éstas no se presenten en forma de intrusos aislados, sino como hordas a la captura de cuanto se ponga al alcance de sus aspiradoras y a la merced de todo tipo de accidentes como los que se pueden producir en alta mar. Por fortuna y, por los motivos mencionados más arriba, EEUU y China apoyan a quienes piden una moratoria en la explotación de los fondos marinos hasta que se hayan desarrollado suficientes estudios sobre ellos. Nadie debe llamarse a engaño, por razones diferentes ambas potencias se han rezagado en el desarrollo de tecnologías propias para dicho fin y aprovecharían una moratoria para ponerlas a punto. No hay, pues, fuentes independientes en este litigio que puedan informar a la opinión pública, con mediana imparcialidad, de lo que nos aguarda. Tampoco hay mucho tiempo. En junio de este año, la asamblea anual de la ISA podría dar luz verde definitiva a la minería comercial marina. Como siempre, las razones profundas para las advertencias ecologistas de lo que acabará afectándonos a todos se harán evidentes después de que unos cuantos hayan conseguido beneficios económicos del tamaño del desastre causado.
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