En otra vuelta de tuerca sintomática del mundo que nos ha tocado vivir, acaba de aparecer una versión en blu-ray de Safety last (El hombre mosca) de Harold Lloyd, película muda estrenada en 1923. Ahora ya podemos disfrutar de las andanzas de Lloyd en perfecto 4K y oír su banda sonora en Dolby ProLogic 7.1, algo que nos proporcionará sin duda… ¿Qué nos proporcionará? ¿El número de píxeles de cada fotograma hará más angustiosa la ascensión del señor Lloyd? ¿hará más divertida la escena de la paloma? ¿viviremos con mayor intensidad el momento en que se queda colgado de las manillas de un reloj en movimiento? ¿Había algo que añadirle a Safety last para hacerla mejor? Todavía más, ¿hay algo mejor que Safety last?
Como ya he explicado varias veces, el cine juega para nosotros el papel que la mitología griega o romana ocupó en esta parte del Mediterráneo durante siglos. Da cohesión, ofrece un sentido a hechos que carecen de él, justifica formas de poder establecidas, inocula en nuestras cabezas modos de vida deseables, se utiliza como suelo firme sobre el que construir la reflexión filosófica, crea estereotipos con los que se identifican los individuos y genera dispositivos para la redistribución de riqueza. Pero, claro, a veces se alza, incómoda, la cuestión de qué sustenta esta mitología, porque ninguna de dichas funciones puede utilizarse para justificarla sin desvelar su verdadera naturaleza. Para mantener viva la mitología se utilizó el famoso recurso a las vidas ejemplares, cierto ser humano al que se le apareció tal o cual dios, cierta ciudad que tuvo un incidente con esta o aquella diosa, en definitiva, el recurso que acaba por desvelar qué debe considerarse un libro de autoayuda o no: esa persona que, sin nombre, ni oficio definido y en una época indeterminada hizo esto o aquello y le fue muy bien. Algún día alguien debería escribir un libro sobre personas, empresas y organizaciones que siguieron a pies juntillas los consejos de los más punteros expertos en escribir libros sobre cómo alcanzar el éxito y que acabaron hundiéndose en la miseria. Pero me he desviado del tema.
El cine oculta sus serviles funciones hacia lo dado bajo la pátina de "arte". No voy a discutir que alguna película concreta, pueda caer evidentemente bajo esta categoría, casi siempre, como resultado más de un incomprensible azar que debido al propósito original. Pero si no hablamos de esta o aquella película, sino "del cine", la realidad que se nos muestra ofrece un cariz mucho menos dulce.
Safety last se estrenó en 1923. Ese mismo año se estrenaron Los diez mandamientos de Cecil Blount DeMille, Una mujer de París de Charles Chaplin y debería haber visto la luz también Avaricia de Erich von Stroheim, pero la productora decidió meter la tijera en sus casi nueve horas de duración y la versión recortada no llegaría a los cines hasta el año siguiente. No voy a pedirles que comparen cualquiera de estas cuatro películas con lo mejor estrenado este año. Ya saben, el coronavirus... los problemas en los rodajes... el retraso que ha sufrido todo… Pero les apuesto lo que deseen a que las cuatro mejores películas que se estrenen en 2023, un siglo después de ese año 1923, no merecerán ni la más superficial comparación con aquéllas. Dicho de otro modo, si al cine hubiéramos de otorgarle aún el calificativo de "arte", necesariamente tendríamos que considerar que se trata de un arte en decadencia desde hace mucho.
Cecil B. DeMille, que tenía una ácida visión de sus compatriotas, afirmando que sólo les interesaba el sexo y el dinero, llegó a los años 20 con una sólida reputación como director. En lugar de dedicarse a rodar una trilogía con sombras o con vampiros, lanzó un reto a sus espectadores: rodaría la historia que ellos eligiesen. Reto que en nuestra modernísima época en la que hemos inventando el crowdfunding, han seguido también reputados directores como… ¿Hay algún director/productor de nuestros tiempos que se haya atrevido a salir de su zona de confort mediante un reto semejante? La propuesta ganadora abrió las puertas a Los diez mandamientos, película dividida en dos partes, una dedicada al relato de la Biblia y otra al modo en que dos hermanos norteamericanos de principios de siglo se comportaban respecto de ellos. Desgraciadamente, se convirtió en una de las películas más taquilleras de todos los tiempos y a DeMille, seducido él mismo por la atracción del dinero, lo recordamos hoy como un director de cine bíblico.
Charles Chaplin no necesitaba retar a sus espectadores para arriesgarse. El creador de la figura de “Charlot”, el rey de la comedia, el rostro más reconocible del cine, decidió en 1923, abandonar todo eso, rodar una película en la que ni siquiera se lo ve, protagonizada por una mujer y sin una sola escena que pueda inducir no ya a la carcajada sino a la más leve sonrisa. Una mujer de París muestra su talento bestial para construir personajes de abisales profundidades psicológicas y se la considera una obra maestra pese a que, obviamente, el público que acudió a las salas esperando encontrarse otra vez con Charlot, le dio la espalda.
Resulta muy difícil decir qué relación con el público deseaba tener Erich von Stroheim. Como director tuvo sistemáticamente problemas con los productores por su obsesión por construir una obra de arte total, con independencia de que entrara en los estándares comerciales o no. Sistemáticamente los rodajes salidos de sus manos tenían un mínimo de cuatro horas de duración, horas, por otra parte, a las que nadie de quienes pudieron contemplarlas le negaron nunca su carácter de arte en estado puro. Recorticheadas, manipuladas, saboteadas, llegaron a las pantallas y hasta nosotros, mostrándonos su obsesión por los aspectos más oscuros, en ocasiones siniestros, que nos adornan a todos y cada uno, como esa pareja protagonista de Avaricia que desde un entorno como el que cualquiera puede ver a su alrededor, se precipita a los infiernos en un espectáculo tan enfermizo como absorbente.
En Safety last, Harold Lloyd no se propuso dibujar una caída sino un ascenso, el ascenso social de un joven pueblerino en una gran ciudad norteamericana. A diferencia de Chaplin, que siempre encarnó el personaje en los bordes de la ley, desafiante de los poderes establecidos, crítico con el capitalismo salvaje tal y como se desarrollaba en los Estados Unidos, Lloyd encarnaba la otra cara, la del americano medio que con ingenio y osadía enfrenta los peligros para salir triunfante… Salvo en esta película. Frente al "safety first" (“la seguridad, lo primero”), omnipresente en los lugares de trabajo, Lloyd nos deja muy claro que en nuestras sociedades capitalistas los que nada o muy poco tienen, sólo pueden ascender socialmente poniendo en riesgo sus escasos bienes, su salud e incluso su vida. Sólo a quienes se atrevan a la locura de iniciar el ascenso de un rascacielos con el único arnés de su valor, les espera al final el beso de su chica y una recompensa económica. Lloyd, ciertamente, no puso en juego tanto. Ya con una sólida carrera profesional y un agudo sentido visual, montó los escenarios en las azoteas de diversos edificios de Los Ángeles, de ahí las sucesivas inconsistencias de los fondos de cada toma, algo que el espectador actual, con sus miles de píxeles por centímetro cuadrado de pantalla sigue sin notar, atrapado, como suele quedar, en la angustia de una escalada al borde del abismo. Lisa y llanamente, no hay una secuencia semejante en la historia del cine. De un fotograma a otro nos hace pasar alternativamente del horror al despiporre para culminar en ese icono del cine de todos los tiempos y retrato minucioso de nuestra época contemporánea: el hombre cuyo destino depende de las inmisericordes agujas de un reloj. Probablemente habría que remontarse a la caverna de Platón para encontrar una alegoría que diga más y en más sentidos de todos nosotros. Después de casi cien años, después de haber pasado por carretes, por bobinas, por cintas, por discos y por la intangibilidad de Internet, sigue sin haberse rodado nada comparable. Ni siquiera el propio Lloyd lo consiguió. Atrapado en cierta hubris, volvió a rodar esta misma secuencia en cine sonoro, sin conseguir que el público reviviera lo que provoca en nosotros la original, porque el arte no depende de las técnicas que se pongan en funcionamiento, sino de cómo se haga y en esto, el cine no ha progresado lo más mínimo en el último siglo.
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