Hablar de Arthur L. Caplan significa hablar de una de las figuras señeras de la bioética norteamericana. Miembro del Hastings Center, de la American Association for the Advancement of Science, del Colegio de médicos de Filadelfia, de la Academia de Medicina de New York y del American College of Legal Medicine, la revista USA Today lo nombró persona del año en 2.001, Discover Magazine, National Journal, Nature Biotechnology y Scientific American lo consideran una de las 10 personas más influyentes de la ciencia y Modern Health Care Magazine lo sitúa entre las 50 personas más influyentes en el sistema de salud norteamericano. Recibió la medalla McGovern de la American Medical Writers Association en 1999, el John P. McGovern Award Lectureship de la Medical Library Association en 2007, el premio Patricia Price Browne en 2011, el premio al servicio público de la National Science Board/National Science Foundation en 2014, el Rare Impact Award de la National Organization for Rare Disorders en 2016, año en que también recibió el Lifetime Achievement Award de la American Society for Bioethics & Humanities y la Food and Drug Law Institute le otorgó una distinción por su servicio y liderazgo el año pasado. Caplan ha escrito más de 35 libros y 735 artículos en prestigiosas publicaciones, sin contar el sin fin de charlas y conferencias que ha dado en todo el mundo. Escritos suyos aparecen con frecuencia en la web médica Medscape y su voz puede oírse habitualmente en la radio pública de Boston y los podscast de "Everyday Ethics", por citar sólo algunos de los medios en los que aparecen con regularidad sus testimonios.
En multitud de ocasiones, desde la autoridad que su posición le otorga, ha advertido a los médicos de aceptar regalos de la industria farmacéutica pues, “se está cayendo en un modelo de negocios que socava los argumentos para el profesionalismo”. Pocos han entendido el sentido de sus palabras. Caplan no pretendía privar a los médicos de los parabienes que les proporcionan las empresas farmacéuticas, sino que les aconsejaba recibir el dinero en metálico a través, por ejemplo, de fundaciones como la que él mismo encabeza y que recibe financiación de todas y cada una de las empresas que comercializan fármacos de cualquier tipo en norteamérica, incluyendo Monsanto (sí, sí, Monsanto), Millennium Pharmaceuticals, Geron Corporation, Pfizer, AstraZeneca Pharmaceuticals, E.I. du Pont de Nemours and Company, y Schering-Plough Corporation. Por supuesto, ignoramos las cantidades exactas y a cambio de qué recibe su patrocinio Caplan. De hecho ignoramos si todos sus libros, artículos y conferencias salieron de su ordenador o llegaron a él vía e-mail desde los departamentos de marketing de las empresas que tan generosamente contribuyen a su fundación para la bioética. Y, por supuesto, ignoramos si a Caplan lo cooptó la industria cuando ya había conseguido una reputación por sí mismo o si lo fabricó, pero si echan un vistazo a quién financia muchas de las instituciones que le han otorgado premios encontrarán curiosísimas coincidencias con quienes contribuyen al mayor brillo de su fundación. Sin embargo, sí sabemos que el caso de Caplan en absoluto constituye una excepción. De hecho, resulta extremadamente raro encontrar algún experto en bioética que no reciba dinero, de una forma u otra, procedente de la industria farmacéutica. La bioética goza de absoluta y completa libertad para tratar todos los temas que desee y darles el enfoque que considere conveniente... la libertad completa y absoluta que otorga el mercado.
A lo mejor, algún especialista en bioética se ha ofendido con lo que acabo de decir. Desde luego no pretendía ofender a los estudiosos de la bioética pues no se trata de un problema exclusivo de ella. Fundaciones éticas las hay de muchos tipos, por ejemplo, la Fundación "Étnor para la ética de los negocios y las organizaciones empresariales", creada por un ex-banquero y nuestra honorabilísima Adela Cortina, quien no se cansa de repetir que “la ética es rentable” y en cuyos mercadotécnicamente libres escritos resulta difícil vislumbrar ejemplos concretos de desmanes de las empresas o denuncias de cómo los bancos esquilman cotidianamente a quienes menos tienen.
Si Caplan, la Sra. Cortina o alguno de sus epígonos leyera estas líneas, rápidamente esbozaría al menos una de las dos paradójicas líneas de argumentación con las que suelen tranquilizar sus conciencias quienes pagan las facturas con el dinero de aquellos a quienes deberían criticar. La primera línea consiste en subirse a lomos de la indignación para espetarnos que cómo nos atrevemos a pensar que las comilonas financiadas por la industria pueden haber influido en la objetividad de sus argumentos o criterios para seleccionar los temas de investigación. Supongamos que un equipo de fútbol (vamos a elegir uno al azar, la Juventus de Turín, por ejemplo), le regala 23 camisetas y le compra un Jaguar al árbitro más prestigioso del momento y que después, en un Lecce - Juventus, ese árbitro le pita 55 faltas al Lecce, hasta que la Juve gana el partido, ¿por eso ya hemos de dudar de la imparcialidad de ese árbitro? Sin duda quien haga semejante cosa, como quien señale la escasez de críticas a la industria venidas de la ética subvencionada por ella, merece el calificativo de canalla.
Decía que las líneas de argumentación para defender lo indefendible resultan paradójicas porque la segunda niega lo que la primera afirma. En efecto, esta segunda línea de argumentación se atrinchera tras el lema vigesimico de que “la objetividad es un mito”. Dejemos de lado la cuestión nada baladí de si debemos seguir repitiendo como papagayos las viejas cantinelas del siglo pasado o si hemos alcanzado ya la madurez suficiente para tomar a la objetividad como un reto, incluso en ese caso, hay un abismo entre señalar el carácter mitológico de la objetividad y embaucar a los crédulos con semejante mito. Si, efectivamente, “la objetividad es un mito” ¿por qué no se le recuerda en cada momento a los oyentes, a los lectores, a los miembros de los sistemas de salud sobre los que se va a influir? ¿por qué los especialistas en ética no hacen constar sus vínculos con la industria antes de cada una de sus intervenciones? ¿por qué los bioéticos no anteponen una declaración de conflicto de intereses a cada una de las aportaciones que hacen? ¿por qué los voceros de la ética empresarial no nos aclaran a qué empresas y cómo han servido? ¿porque ellos mismos se encuentran más allá del bien y del mal? ¿porque no quieren perjudicar el volumen de sus ingresos? ¿porque no quieren perjudicar a sus amos?
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