A las once de la mañana del día 22 de junio de 1921, tras casi siete horas de dudas y deliberaciones, el general Silvestre dio la orden a sus tropas para retirarse de la posición que ocupaban, cerca de la población de Annual en Marruecos. Era el comienzo de uno de los mayores desastres del ejército español en toda su historia. Hasta 20.000 personas perderían sus vidas de un modo horrible, la mayoría en las siguientes horas. Durante siglos los soldados españoles habían combatido tan valerosamente como lo hace quien no tiene nada que perder, por tanto, ganamos muchas batallas, perdimos muchas batallas e hicimos el ridículo en numerosas ocasiones, con independencia de lo justificable que fueran los fines de las diferentes campañas. Lo de Annual fue otra cosa. Silvestre había llevado a cabo un avance disparatado por territorio hostil. Su propia presencia más allá del río Amerkan encrespó los ánimos de la población autóctona que sólo esperaba una señal de debilidad por parte española para unirse a los rebeldes comandados por Abd-el-Krim. Las posiciones que habían de proteger una posible retirada estaban disparatadamente mal dispuestas, muy en alto todas ellas, pero todas ellas muy lejos de las fuentes de agua potable. Las unidades indígenas que en muchos casos debían proteger estas posiciones se hallaban al borde de la insurrección porque, como es natural, no se les pagaba la soldada. A las supuestas poblaciones rendidas y dejadas en la retaguardia no se les retiraron las armas. Todo fue precipitado, improvisado, hecho de cualquier manera, es decir, como siempre en este país. Por si fuera poco, la moral era extremadamente baja. Asolados por la sed, los piojos y la falta de municiones, los soldados españoles se sabían en manos de unos oficiales propensos a la buena vida, la corrupción y el desprecio.
Apenas las primeras balas de los rifeños comenzaron a silbar en el aire, el pánico se apoderó de la retirada española que, rápidamente, se convirtió en desbandada. Los oficiales, corriendo como el que más, fueron incapaces de mantener ningún mando sobre la tropa. Annual no fue una batalla, fue una caza del hombre. Las pocas unidades que se replegaron con orden y con cierta actitud combativa lograron llegar hasta la retaguardia sin demasiadas bajas, gracias, eso sí a que unos cuantos puestos defensivos fueron mantenidos bajo control en un alarde de heroicidad.
El alto mando del ejército y algunos políticos de la época no dudaron en rasgarse las vestiduras y nombrar una comisión al efecto que esclareciera los hechos. Cometieron un error, pusieron al frente de la misma al General Juan Picasso, héroe de guerra y representante español ante la Sociedad de Naciones. Tal vez pensaron que, por su reciente ascenso, su comisión sería una más de las que se crean para que no concluyan nada que merezca la pena. Se equivocaron. La investigación llevada a cabo por Picasso fue un paradigma de eficacia y presteza, así que, muy pronto, quienes le habían nombrado para el cargo le fueron denegando progresivamente acceso a los documentos, capacidad de intervención y la posibilidad misma de interrogar a los testigos. No sirvió de mucho. El 23 de enero de 1922 ya tenía listos los 2.433 folios en los que recogía el resultado de su investigación. Antes de que se hicieran públicos, Primo de Rivera precipitó su golpe de estado. Aunque no está claro que el informe como tal haya llegado a ver la luz en su integridad, resulta fácil imaginar que por sus páginas desfilaban todas las miserias, corruptelas, ineptitudes, estulticias y componendas que caracterizaban a nuestro país hace casi un siglo. De sus decenas de miles de líneas, una, una polémica, ha pasado al imaginario colectivo: el famoso telegrama de Alfonso XIII a Silvestre animándolo a que prosiguiera su avance. Fue al rey a quien intentó salvar Primo de Rivera, a aquel rey de quien muchos sabían que se había ido a un balneario de vacaciones pocos días después de la catástrofe, el mismo rey a quien se le había oído murmurar “¡qué caro está el kilo de gallina!” cuando se le dio a conocer el rescate que pedía Abd-el-Krim por los soldados españoles hechos prisioneros.
España durante el último siglo transcurrido ha cambiado enormemente. Gobiernos de todas las tendencias políticas han modernizado el país, nos han insertado en Europa y nos han refundado como una nación más justa, más igualitaria, más democrática. Cuando a los soldados españoles se los manda a una misión como Afganistán, no tienen que pagarse el rancho de su propio bolsillo, ni se los hace patrullar con vehículos que carecen de blindaje contra las minas, ni se trapichea con las piedras preciosas extraídas de minas controladas por los talibanes. Las cosas han cambiado tanto que cuando nuestros flamantes reyes quieren animar a uno de sus amiguetes para que prosiga con sus desmanes, ya no emplean telegramas, usan el muy moderno WhatsApp.
“Sabemos quién eres, sabes quiénes somos. Nos conocemos, nos queremos, nos respetamos. Lo demás, merde”, ha reconocido la Casa Real que escribió Su Majestad la reina Dña. Letizia a su “compi yogui”, Javier López Madrid. Al bueno del Sr. López Madrid, habían tratado de enlodarlo porque se pulió 34.800€ en tiendas de lujo y restaurantes de no menos postín pagados con tarjetas black, esas de las que ni Hacienda conocía su existencia y que sacaban sus fondos no de las cuentas del honorable Sr. López Madrid, sino de las cuentas de todos los clientes de Bankia. Por supuesto, el muy meritorio Sr. López Madrid, devolvió de inmediato los 34.800€ gastados. Él no es un robagallinas que le quita a otros lo que es suyo para comer. Estamos hablando del yernísimo del todopoderoso Villar Mir, consejero delegado de su grupo empresarial, miembro del consejo de administración de OHL y de Fertiberia, consejero de Inmobiliaria Espacio, vicepresidente y consejero delegado del Grupo Ferroatlántica, presidente de Tressis, fundador y presidente del holding inversor Siacapital, miembro del World Economic Forum y miembro del patronato de la Fundación Princesa de Asturias. Eso sí, no tiene idea de cómo borrar datos de su móvil en condiciones. Su honorable nombre ha aparecido, igualmente, en la trama de corrupción descubierta con la operación púnica y la lista de sus amistades casi coincide con los españoles incluidos en la lista Falciani, la que desvelaba los detentadores de cuentas en Suiza. López Madrid pertenece al selecto grupo de españoles que pueden usar al fiscal como los burros su cola, para espantarles moscas del trasero y lo ha demostrado recientemente cuando su dermatóloga lo denunció por acoso sexual. Una persona como él no se gasta el dinero de los demás para comer, ni siquiera lo hace por codicia, es puro deporte.
España sigue divida en dos y no es una roja y la otra nacional, como una progresía interesada en mantener el tinglado pretende hacernos creer. Por un lado estamos nosotros, los que tenemos que apechugar cada día con la sed, los piojos y la falta de municiones para cimentar los pilares de la patria, los que nos sacrificamos para ahorrar un par de euros y acabamos sucumbiendo en la primera catástrofe amasada por la ambición de Ellos. Por otro, Ellos, los que beben champán frío en Melilla, venden las balas que nosotros echamos de menos a los que han de matarnos y despilfarran nuestro dinero. Ellos son los que reciben palmaditas de ánimo de nuestras élites gobernantes, para nosotros, ya lo ha dicho Su Majestad la reina, merde.
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