Una de los problemas de lo que se llaman los hipertextos, o, de un modo más pedestre, la lectura en pantalla, es que se pierde la linealidad. Ante un documento digital, ya no leemos de izquierda a derecha y de arriba abajo, vamos saltando de página en página, de párrafo en párrafo y de documento en documento. “Para ayudarnos”, se insertan enlaces que permiten “ampliar la información”, aunque lo que hacen realmente, es conducirnos en una dirección predeterminada por la que debe ir nuestra indagación para que no nos hagamos demasiadas preguntas. Cuando uno lee un libro, una revista o un periódico de papel, los “hipervínculos”, no están establecidos de antemano, sino que es el lector el que debe realizarlos a su entera libertad o bien guiado por un hilo conductor propio. Es éste un fenómeno que me saltó a la cara hace un par de días leyendo El País. En su segunda página ha inaugurado una sección bajo el epígrafe “Conversación global”, cuya misión es demostrar que España no es el único país del mundo en el que el latrocinio es la actividad habitual de la clase política (y, ciertamente no lo es, aunque sí destacamos por el monto, la fruición y el descaro con que se practica dicha actividad). En su tercera página, aparecía, como es habitual, lo más destacado de la actualidad internacional. La contraposición de ambas páginas, que hubiese sido imposible en una edición digital, llevaba a una fácil conclusión, a saber, que Europa es la luz del mundo.
Hace ya mucho tiempo que los ecologistas alemanes descubrieron que las pobres ranas se habían convertido en las víctimas mortales más frecuentes de carreteras y autopistas. En cuanto consiguieron llegar a los diferentes parlamentos, lograron imponer leyes que obligaban a la creación de pequeños túneles para anfibios en todas las autovías de nueva construcción. “Si nuestros horrendos vecinos alemanes protegen a los pobres sapitos, ¿por qué vamos nosotros a dejar desprotegidas las ardillas?” Eso parece que debieron pensar las autoridades locales de La Haya cuando decidieron unir dos parques de la ciudad, cortados por una carretera, con un puente para estos simpáticos roedores. Ante tan preclaro razonamiento, cualquier hecho o cantidad por gastar palidecía, así que no se encargó ningún estudio que pudiera justificar los 144.000€ que empleados en la construcción de un bonito puente de metal para las ardillas. Muy pronto se hizo notar que las ardillas prefieren los materiales tradicionales a las construcciones high-tech y que cruzar, lo que se dice cruzar, ninguna había hecho el intento pasados varios meses de la instalación del puente. El consistorio no dudó en lo acertado de su decisión, muy al contrario, aguzó su ingenio para apuntalarla. Probablemente, justificaron, había sido un buen año de nueces y piñones a ambos lados de la metálica estructura. Cuando llegase la época de escasez, el hambre conduciría a las ardillas por el buen camino y, sin duda, se formarían atascos de roedores como los hay a la entrada de cualquier puente europeo que merezca tal nombre. Pero, ¡ay! el tiempo pasaba y miles de euros seguían colgando del aire como monumento a la inutilidad. Al fin, se decidió que estaría bien gastar algo más de dinero para comprobar cuáles eran los hechos y se colocaron cámaras que filmaran el deambular de las ardillas por el puente. Hasta cinco ejemplares se han visto utilizarlo, no sin mostrar sus dudas, en los últimos dos años. Evidentemente, los hechos no son capaces de parar la capacidad de razonar de los sagaces miembros del gobierno local que, ufanos, han proclamado que a lo mejor es verdad que el puente no sirve para nada, pero los habitantes de La Haya no tienen por qué preocuparse, fue pagado con fondos estatales, por lo que a los vecinos de la ciudad no les ha costado un solo euro (razonamiento éste que presupone la independencia de facto de La Haya respecto al resto de Holanda).
Lo que ocurre es que, a veces, de tanta luz como emitimos, nos llenamos de mosquitos impertinentes. Lo ha dicho esta semana Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, que por fin ha logrado que alguien se entere de su existencia. “Extranjeros, si no sois de Siria, de Irak o de algún sitio parecido, no vengáis a Europa”. Dicho de otro modo, quienes quieran venir a Europa a forjarse un destino digno, tendrán que conseguir primero que les proporcionemos un movimiento terrorista o un dictadorzuelo, que los torture y extermine como es debido. De lo contrario, no los dejaremos pasar. Su hambre, su miseria, no nos conmueven como sí lo hace el destino de las pobres ranitas y ardillitas que pueblan nuestro continente. A nosotros los europeos no nos duele gastarnos 144.000€ en salvar de las privaciones a cinco ardillitas, pero que nadie ajeno a nuestras fronteras piense que nos vamos a gastar esa cantidad en sacar de la pobreza a cinco seres humanos. El estómago vacío, conduce con precisión a nuestros animalitos por el correcto camino, haciéndolos cruzar los puentes que para ellos hemos construido. Pero si de seres humanos se trata o, por ser más exactos, si se trata de asiáticos y/o africanos, la gusa sólo los puede conducir por el mal camino de los traficantes de hombres, de los peligros del mar, de la agonía de los campos de inmigrantes y del sueño de un futuro más digno entre nosotros. Esta es la gloria de nuestras fronteras, proteger a quienes están dentro, ya sean hombres, roedores, batracios o gusanitos, para que no tengan que soportar la mirada de quienes se quedan fuera.
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