Dice la Constitución que el Estado español es laico y aconfesional. Hasta ahí llega el laicismo de este país, hasta una declaración. La realidad, la realidad social y política es otra diferente y algo compleja. Es famosa cierta encuesta, realizada en las fechas en la que se proclamaba la laicidad del Estado, en la que se preguntaba a los madrileños un domingo si eran católicos practicantes. Hasta un setenta por cierto respondía afirmativamente. Pero si se les preguntaba qué habían hecho esa mañana, apenas un veinte por cierto mencionaba haber acudido a misa. Si hace Ud. la prueba, podrá constatar la realidad social de dicha paradoja. En una misa cualquiera de una iglesia cualquiera habrá apenas media docena de ancianitas y un puñado de jovenzuelos en edad de hacer la primera comunión. Pídale al párroco fecha para una boda, la respuesta más habitual es que está todo cogido hasta dentro de doce o quince meses. Los españoles declaran su descreimiento, lo cual no les impide tener un crucifijo por delante en todos los ritos de paso, bautizo, comunión, boda y entierro. La iglesia, que conoce bien su negocio, lo admite, igual que puede oír a catequistas y demás comerciales de la cruz, difundiendo entre los jóvenes la especie de que uno puede ser católico y creer en la reencarnación.
El catolicismo de España es un catolicismo light, 2.0, difuso, por no decir confuso, porque la iglesia católica ha admitido que la llamen como quieran para no dejar de ser la religión de facto del país. Más allá de ropajes de seda, de camuflajes y de todo género de travestismo, las cruces tardaron más de veinticinco años en abandonar las paredes de las sedes oficiales de un poder autodeclarado laico. Cuarenta años lleva un Estado laico incluyendo firmemente la religión católica en sus planes de estudio, a pesar de todas las redistribuciones habidas y por haber de las horas lectivas. En nuestros centros educativos se puede dejar de impartir filosofía, latín, biología, tecnología o cualquier otra cosa, pero no se dejará de formar el espíritu católico nacional. Naturalmente, todo se hace de como si no, disimulando, como quien no quiere la cosa. La asignatura se llama “religión” y se ha tenido la desfachatez de firmar un convenio (de hecho, ha sido firmado varias veces) con las religiones minoritarias para que ellas también puedan ser impartidas en los centros educativos. Pero, casualmente, nunca hay dinero, profesionales o alumnado, para que se acabe enseñando cristianismo evangélico, judaísmo o islam. Poco a poco, empujadas más por la realidad social que por un deseo de aplicar la ley, las administraciones van permitiendo que los alumnos que lo desean pueden recibir clase de esas otras religiones toleradas.
No se trata sólo de la educación. Los mismos políticos que sacan pecho junto a un paso, junto a un obispo o con ocasión de la coronación de alguna virgen, han convertido la tarea de tener tierra consagrada por la propia religión, cuando ésta no es la católica, en una lucha titánica.
Pero con lo que llevamos dicho no nos hemos acercado lo más mínimo al problema fundamental. Porque el problema fundamental de toda religión no es la respuesta que da a la vida después de la muerte, ni el dios que la ha alumbrado, ni la existencia o no del pecado. Si Ud. conoce algo de cualquier religión habrá podido comprobar cómo, apenas uno se adentra en ella, comienza a obtener respuestas que escapan al más somero control racional. Por supuesto, el nivel de explicaciones al que me estoy refiriendo es el del creyente medio, porque si a lo que acudimos es a las fuentes escritas, allí queda claro (además de la obvia cuestión de que si el plagio hubiese sido un delito en la antigüedad, todos seríamos fieles de una religión única) la total ausencia de lógica de cualquier religión. Claro, dicen los creyentes, porque la religión no es una cuestión lógica ni racional, es una cuestión de fe. Yo más bien creo que, en realidad, lo que ocurre es que los libros sagrados, los dogmas, los mandatos de la deidad, son más bien cosas secundarias y sin importancia verdadera en las religiones. Si fuesen tan importantes como se nos quiere hacer creer, después de tantos milenios, se hubiese hecho algo más creíble, mejor elaborado. Lo realmente importante de cualquier religión es lo que engrasa sus creencias, lo que las ha hecho perdurar a lo largo de los siglos y lo que les otorga todo su poder. Y eso, queridos amigos míos, no es otra cosa que el dinero, porque la religión, cualquier religión, es un chiringuito financiero: vende promesas de futuros beneficios intangibles a cambio de muy tangible oro. Demostrarlo es muy fácil, basta con observar el comportamiento de la iglesia católica. Mientras los comedores de Cáritas se llenan de gente necesitada, mientras sus fieles sufren y pasan necesidades, su voz guarda un recogido silencio. Cuando llega la hora de renovar el convenio con el Vaticano por el que el muy laico Estado español sigue financiando a la iglesia católica, bien que se oyen sus airados gritos contra “la violencia del laicismo radical”. Esta es la razón por la que los escritos sagrados de las religiones son tan chapuceros, están escritos con la misma desgana que los folletos informativos de las empresas cotizadas en bolsa.
Yo Manuel, que he cursado la secundaria y bachillerato, me gustaria que me hubiesen explicado (en historia o religión) que la religión Cristiana y sus derivados son un injerto de muchos otros cultos milenarios.
ResponderEliminarPero aun así veo el catolicismo esta tan arraigado que algo tan radical haría más mal que bien, al menos en el corto plazo.
Querido Francisco, esto es como todo. Unos contratan un seguro y cuando tienen un contratiempo, allí que está la compañía solucionándolo. Otros que han contratado el mismo seguro, acaban de juicio contra ella. A estos últimos no creo que nada les parezca suficientemente radical como para que cause más mal que bien.
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