Alemania es un país fascinante. La secretarias corren para llevar un papel de su mesa a la que está al lado. Los sapitos disponen de túneles para cruzar las autopistas. Los punkis compran su billete de metro como todo buen vecino. No se pueden construir puentes nuevos porque los ecologistas se ponen de uñas. Los albañiles van a las obras en un Mercedes, trabajan seis horas y jamás piropean a las mujeres. Las bibliotecas, a pesar de dos guerras mundiales, tienen el número uno de las revistas científicas que se publicaron en el siglo XIX. A los estudiantes se les da facilidades y a los investigadores hasta se los anima a investigar (¡qué cosas!) Cualquiera que haya visitado la escuela unos cuantos años habla un inglés más que decente y la gente es realmente culta por más que lean la Bild Zeitung.
Por supuesto, no todo es positivo. Viajan mucho al extranjero, hacen voluntariados en países remotos y aprenden idiomas imposibles, como el español, en tiempo récord, pero siempre da la impresión de que nada de eso les lleva a profundizar en las culturas en las que han vivido. Vienen, toman el Sol, comen paella, beben sangría, aprenden a soltar tacos y, sin embargo, siguen creyendo que los andaluces nos pasamos el día corriendo porque perdemos mucho tiempo durmiendo la siesta. Hay en ellos una especie de incapacidad, más acentuada que en cualquier otro pueblo, para dejar de pensar como alemanes, por mucho que conozcan otras posibilidades.
Como consecuencia, o como causa de lo anterior, parecen mantener cierta idea de que los problemas del mundo se solucionarían si todos viviésemos como ellos. Por mucho que se intente hacerles ver que su modo de vida es una consecuencia directa de su poderío económico y que, de ninguna manera, es exportable, se mantienen firmes en su idea de que si en todos los países la gente hiciera voluntariados, fuese a su trabajo en bicicleta, estudiase lejos de casa y tardase más de cinco años en terminar una carrera, los problemas del mundo desaparecerían.
Una chica alemana me preguntó en cierta ocasión si no había desatado un escándalo en mi país un artículo sobre el método empleado para matar a los perros en las perreras públicas. Me dijo que ella era partidaria de liquidar a los perros que no tuviesen dueños, pero que en España se empleaba un método que los hacía sufrir innecesariamente. Le respondí, primero, que desconocía ese artículo y, segundo, que difícilmente una noticia así causaría escándalo en la España de entonces. Era principios de los años 90, un par de años atrás había surgido el chiste aquel de "eres más raro que un puesto de trabajo". El índice de paró alcanzó el 25%, en Andalucía el 33%. En una familia de cuatro miembros que vivía frente a mi casa, ninguno de ellos había tenido trabajo en los últimos diez meses. No era la primera racha así. Ya carecían de paro, de ayuda familiar, de todo. Ese era el problema de la España de entonces y frente a él todo palidecía. Traté de explicárselo a mi interlocutora, le pregunté si conocía a algún parado de larga duración. Todo fue inútil. "Si toda la humanidad se preocupase por el sufrimiento de los perros sin dueño..." "¡claro! los españoles, como estáis acostumbrados a disfrutar del sufrimiento de los animales por aquello de los toros..."
Bien, tomemos ahora estos dos principios, a saber, "nuestro modo de vida es el correcto y si logramos expandirlo por el mundo los problemas se solucionarán" y "sean cuales sean mis experiencias, siempre permaneceré apegado a mi modo de ver las cosas", y coloquémoslos en la cabeza de un tiburón financiero. ¿Cuál es el resultado? Muy simple: "nosotros los alemanes tenemos un instinto especial para descubrir dónde están los árboles de los que cuelga el dinero". Adivinen cómo se llamaban esos árboles. Se llamaban "hipotecas subprime", "bonos griegos", "bonos portugueses" y, lo que es mejor, "seguros sobre impagos de deuda". Sumemos a estas ideas el hecho de que, mientras el resto de socios del euro estén en la picota, Alemania va a seguir financiando su abultado déficit a precio de costo, a pesar del agujero de sus bancos y la ineptitud de su gobierno.
Ahora ya tenemos los elementos para entender a qué está jugando Alemania. Simplemente, la totalidad de su sistema financiero está con el culete al aire. Han asumido tal cantidad de riesgos que es imposible que salgan indemnes de esta. Sí, ya sé, me dirán, "pero los tests de estrés..." Riánse Uds. de los tests de estrés. Ya falsificaron los resultados de la primera ronda y han hecho lo mismo con esta segunda. La única posibilidad de que el sistema financiero alemán no se hunda, pasa porque los griegos paguen íntegramente su deuda como sea. En definitiva, los bancos alemanes necesitan que se les aparezca un ángel... o una angelota.
El gobierno alemán no parece más estúpido que el resto de los gobiernos europeos. De hecho, como lo ha demostrado la epidemia de E. Coli, tampoco es más estúpido que la media de los gobiernos federales. ¡Incluso se ha comprometido a cerrar todas las centrales nucleares! Lo que diferencia al gobierno alemán de los de Italia, España o Francia es su cabeza rectora (es un decir), Frau Merkel. La Sra. Merkel encarna todas las virtudes de la mentalidad alemana, en especial, la capacidad para mantener la calma en situaciones de crisis. Claro que con la Sra. Merkel uno nunca sabe muy bien si mantiene la calma porque conoce la salida del problema o porque carece de imaginación suficiente para darse cuenta de lo que se le viene encima. El caso es que tiene que elegir entre opciones cada vez más difíciles con unas elecciones, como quien dice, a la vuelta de la esquina.
Una de sus opciones es salvar su sistema financiero a costa de hundir la zona euro. Lo de hundir la zona euro le proporcionaría la reelección automática, pero lo de salvar a los banqueros no está tan claro. Además, sin euro ¿a quién le van a exportar sus productos? ¿a los mismos que nosotros nuestros pepinos? La otra posibilidad es salvar al euro a costa de hundir su sistema financiero. Esta opción le costaría perder las elecciones, seguro. Finalmente, puede salvar a ambos exigiendo la creación de un ministerio de finanzas europeo. Y esta opción le costaría directamente la cabeza. De modo que la buena de Merkel ha optado por hacer lo que mejor sabe hacer, dar una de cal y otra de arena. Advertir a los bancos de que algo de dinero sí que tienen que perder y arrojar cantidades cada vez mayores de euros al agujero negro que su actitud ha contribuido a crear y que se llama Grecia. Y mientras la señora Merkel va como María, un pasito adelante y dos atrás, Europa, la Europa que se fabricó a medida de Alemania, se desliza suavemente hacia el desagüe.
P. D.
Si Ud. también está indignado con el comportamiento del gobierno alemán, le propongo un bonito acertijo: adivinar dónde veranean sus integrantes.
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