El ministerio de economía español es una casa encantada. La prueba es que su titular, la Sra. Salgado, se pasa más tiempo en Bruselas o en Londres que en él. La Sra. Salgado es un ejemplo de buen ministro. No tiene ideas propias (y eso sus administrados lo agradecen, porque si un ministro tiene una idea échate a temblar), pero sí gusto al vestir y sabe a quién tiene que reírle los chistes. Son éstas, cualidades imprescindibles para llegar lejos en la vida. Aunque no sé si es el tipo de cualidades que exige el actual momento en un ministro de economía. No obstante, hay ministerios que han funcionado muy bien con titulares mucho más impresentables. Lo malo es que el segundo del ministerio es el Sr. Campa. Este señor es un triste recitador de tópicos típicos, ¡y lo peor es que cree que está recitando ideas propias! El último es uno de esos tópicos impagables: “hay que ligar salarios a productividad”. Quiero dejar claro, que no es el ligue más absurdo que conozco y que no tengo nada en contra de los ligues absurdos. Pero, vamos a ver, ¿qué significa ligar salarios y productividad? Si por ligar salarios a productividad se entiende pagar más a quien más horas pasa en el puesto de trabajo, los españoles deberíamos ser los asalariados mejor pagados de toda Europa. Nadie trabaja más horas que nosotros. Por eso me parece que no va por ahí la cosa.
Igual, este ligue va de unir los salarios a la productividad real. Pero entonces la cosa es todavía peor. Pongamos un ejemplo simple. Supongamos que se paga más a los agricultores que más producen. Un grupo de campesinos asalariados descubriría el modo de aumentar la cosecha por hectárea. Se le pagaría más y, en consecuencia, serían rápidamente imitado por sus vecinos. El resultado sería una escalada en la producción de todo tipo, digamos, de hortalizas. ¿Mejoraría eso la situación del mercado de hortalizas? La verdad es que la consecuencia sería exactamente la inversa. La sobreproducción generaría una caída de los precios y los muy productivos agricultores acabarían en el paro. No se trata de una paradoja aparente. Para entender su naturaleza vamos a poner otro ejemplo.
Hay en España una cosa que se llama la CEOE, esto es, la Confederación Española de Obrero Español. ¡Huy, no, perdón! Lo de “Obrero Español” son las siglas del Partido Socialista... ¿El partido socialista español es obrero?... ¿el Sr. Campa defiende a los obreros? No sé, ahora mismo me estoy liando. Da igual. La CEOE es una confederación empresarial. A lo largo de los años he llegado a la conclusión de que su ideal de lo que significa una retribución justa de los trabajadores, es que éstos den dinero al patrón por trabajar. ¿Nos permitiría esta medida salir de la crisis? ¿acabaría con el paro? Veamos. Los trabajadores pagan al empresario, éste gana dinero con ello, pero tiene que suministrarles materias primas, una fábrica, pagar la luz, los impuestos... Ahora bien, todos los recursos de los trabajadores se han ido en pagar a su empleador, luego no pueden comprar los productos que fabrican. Éstos se quedarían pudriéndose en los almacenes y habría que alquilar cada vez más almacenes por un tiempo indefinido. Con toda probabilidad, el empresario acabaría por tener que cerrar la fábrica y mandar al paro a sus trabajadores, la producción le costaría dinero.
El Sr. Campa debería conocer la realidad que hay encerrada en este disparatado ejemplo. El FMI, la Unión Europea, los bancos centrales, exigen como primera medida de ahorro bajar el sueldo a los funcionarios. Para bien o para mal, la cifra de funcionarios en España ronda los cuatro millones. Disminuir su sueldo supone sacar del mercado una enorme masa de poder adquisitivo y una caída de la demanda. La economía se estanca, la recaudación de Hacienda disminuye ¿cuánto se ahorra realmente? ¿se ahorra realmente?
Quizás, en una economía productiva, haya algún vínculo entre salarios y trabajo real. Pero hace décadas que Europa se halla en una economía de consumo. Trabajar no significa producir y el salario no es una recompensa por esa producción, es el límite inferior y proporcional para la adquisición de bienes. No se nos paga como trabajadores o como productores, se nos paga como consumidores potenciales. Por eso, como lo demuestra el caso de Grecia, de Irlanda, de Portugal, disminuir los salarios públicos y privados sólo conduce a hundirse aún más en la crisis.
Otra cosa, y esto es probablemente a lo que se refería el Sr. Campa, es ligar salarios y producción virtual. En una economía centrada en el sector terciario, la mayor parte del trabajo, de la producción, es virtual, o mejor aún ficticia, el trabajo se ha convertido en una ficción útil. Tomemos un caso donde la productividad parece poder medirse de un modo fácil, los agentes comerciales. De la actividad total que despliega un agente comercial un promedio del 42% de su tiempo “de trabajo” se va en circular con su coche; un 13%, desayunando, comiendo o tomando copas; un 8%, aparcando, andando, telefoneando; un 7,5% sufriendo las llamadas que tiene que atender su cliente; un 6% esperando en recepción; otro 6% en conversaciones triviales... El tiempo efectivamente dedicado a la venta o negociación es un 5% del total(*). ¿De verdad se le paga por vender? En ese caso, su productividad aumentaría sensiblemente si no condujera, no tuviera charlas triviales, no comiese, desayunase, tomase copas... ¿O disminuiría?
Dedicamos más tiempo a rellenar formularios explicando el trabajo que supuestamente hacemos que a hacerlo realmente. De este modo, creamos un puesto de trabajo que es el que ocupa aquella persona que supervisa nuestros formularios y que, en realidad, dedica más tiempo a rellenar formularios diciendo que ha leído nuestros formularios que a leerlos, con lo cual crea un trabajo que consiste en... Así llegamos hasta los ejecutivos, que producen... ¿exactamente qué diablos produce un ejecutivo? ¿cómo medir la productividad de un ejecutivo? ¿por los informes que rellena? ¿por los que lee? ¿por las decisiones que toma sin leer informes? ¿por cómo mejora el funcionamiento de una compañía cuyo funcionamiento depende, en realidad, de la coyuntura económica?
Ahora ya podemos entender al Sr. Campa. Lo que él propone es que se nos pague por cumplir unos objetivos ficticios cuya única utilidad es la de fijar arbitrariamente nuestros salarios.
Igual, este ligue va de unir los salarios a la productividad real. Pero entonces la cosa es todavía peor. Pongamos un ejemplo simple. Supongamos que se paga más a los agricultores que más producen. Un grupo de campesinos asalariados descubriría el modo de aumentar la cosecha por hectárea. Se le pagaría más y, en consecuencia, serían rápidamente imitado por sus vecinos. El resultado sería una escalada en la producción de todo tipo, digamos, de hortalizas. ¿Mejoraría eso la situación del mercado de hortalizas? La verdad es que la consecuencia sería exactamente la inversa. La sobreproducción generaría una caída de los precios y los muy productivos agricultores acabarían en el paro. No se trata de una paradoja aparente. Para entender su naturaleza vamos a poner otro ejemplo.
Hay en España una cosa que se llama la CEOE, esto es, la Confederación Española de Obrero Español. ¡Huy, no, perdón! Lo de “Obrero Español” son las siglas del Partido Socialista... ¿El partido socialista español es obrero?... ¿el Sr. Campa defiende a los obreros? No sé, ahora mismo me estoy liando. Da igual. La CEOE es una confederación empresarial. A lo largo de los años he llegado a la conclusión de que su ideal de lo que significa una retribución justa de los trabajadores, es que éstos den dinero al patrón por trabajar. ¿Nos permitiría esta medida salir de la crisis? ¿acabaría con el paro? Veamos. Los trabajadores pagan al empresario, éste gana dinero con ello, pero tiene que suministrarles materias primas, una fábrica, pagar la luz, los impuestos... Ahora bien, todos los recursos de los trabajadores se han ido en pagar a su empleador, luego no pueden comprar los productos que fabrican. Éstos se quedarían pudriéndose en los almacenes y habría que alquilar cada vez más almacenes por un tiempo indefinido. Con toda probabilidad, el empresario acabaría por tener que cerrar la fábrica y mandar al paro a sus trabajadores, la producción le costaría dinero.
El Sr. Campa debería conocer la realidad que hay encerrada en este disparatado ejemplo. El FMI, la Unión Europea, los bancos centrales, exigen como primera medida de ahorro bajar el sueldo a los funcionarios. Para bien o para mal, la cifra de funcionarios en España ronda los cuatro millones. Disminuir su sueldo supone sacar del mercado una enorme masa de poder adquisitivo y una caída de la demanda. La economía se estanca, la recaudación de Hacienda disminuye ¿cuánto se ahorra realmente? ¿se ahorra realmente?
Quizás, en una economía productiva, haya algún vínculo entre salarios y trabajo real. Pero hace décadas que Europa se halla en una economía de consumo. Trabajar no significa producir y el salario no es una recompensa por esa producción, es el límite inferior y proporcional para la adquisición de bienes. No se nos paga como trabajadores o como productores, se nos paga como consumidores potenciales. Por eso, como lo demuestra el caso de Grecia, de Irlanda, de Portugal, disminuir los salarios públicos y privados sólo conduce a hundirse aún más en la crisis.
Otra cosa, y esto es probablemente a lo que se refería el Sr. Campa, es ligar salarios y producción virtual. En una economía centrada en el sector terciario, la mayor parte del trabajo, de la producción, es virtual, o mejor aún ficticia, el trabajo se ha convertido en una ficción útil. Tomemos un caso donde la productividad parece poder medirse de un modo fácil, los agentes comerciales. De la actividad total que despliega un agente comercial un promedio del 42% de su tiempo “de trabajo” se va en circular con su coche; un 13%, desayunando, comiendo o tomando copas; un 8%, aparcando, andando, telefoneando; un 7,5% sufriendo las llamadas que tiene que atender su cliente; un 6% esperando en recepción; otro 6% en conversaciones triviales... El tiempo efectivamente dedicado a la venta o negociación es un 5% del total(*). ¿De verdad se le paga por vender? En ese caso, su productividad aumentaría sensiblemente si no condujera, no tuviera charlas triviales, no comiese, desayunase, tomase copas... ¿O disminuiría?
Dedicamos más tiempo a rellenar formularios explicando el trabajo que supuestamente hacemos que a hacerlo realmente. De este modo, creamos un puesto de trabajo que es el que ocupa aquella persona que supervisa nuestros formularios y que, en realidad, dedica más tiempo a rellenar formularios diciendo que ha leído nuestros formularios que a leerlos, con lo cual crea un trabajo que consiste en... Así llegamos hasta los ejecutivos, que producen... ¿exactamente qué diablos produce un ejecutivo? ¿cómo medir la productividad de un ejecutivo? ¿por los informes que rellena? ¿por los que lee? ¿por las decisiones que toma sin leer informes? ¿por cómo mejora el funcionamiento de una compañía cuyo funcionamiento depende, en realidad, de la coyuntura económica?
Ahora ya podemos entender al Sr. Campa. Lo que él propone es que se nos pague por cumplir unos objetivos ficticios cuya única utilidad es la de fijar arbitrariamente nuestros salarios.
(*) Las cifras proceden de un panfleto revolucionario redactado por un grupo de ultraizquierdistas: Ph. Kotler, G. Armstrong, J. Saunders, y V. Wong, Principles of Marketing, second european edition, Prentice Hall Europe, London, New York, Toronto, Sydney, Tokyo, Singapore, Madrid, Mexico City, Munich, Paris, 1999, pág. 859.
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