viernes, 29 de julio de 2011

Deutschland, Deutschland über alles


   Alemania es un país fascinante. La secretarias corren para llevar un papel de su mesa a la que está al lado. Los sapitos disponen de túneles para cruzar las autopistas. Los punkis compran su billete de metro como todo buen vecino. No se pueden construir puentes nuevos porque los ecologistas se ponen de uñas. Los albañiles van a las obras en un Mercedes, trabajan seis horas y jamás piropean a las mujeres. Las bibliotecas, a pesar de dos guerras mundiales, tienen el número uno de las revistas científicas que se publicaron en el siglo XIX. A los estudiantes se les da facilidades y a los investigadores hasta se los anima a investigar (¡qué cosas!) Cualquiera que haya visitado la escuela unos cuantos años habla un inglés más que decente y la gente es realmente culta por más que lean la Bild Zeitung.
   Por supuesto, no todo es positivo. Viajan mucho al extranjero, hacen voluntariados en países remotos y aprenden idiomas imposibles, como el español, en tiempo récord, pero siempre da la impresión de que nada de eso les lleva a profundizar en las culturas en las que han vivido. Vienen, toman el Sol, comen paella, beben sangría, aprenden a soltar tacos y, sin embargo, siguen creyendo que los andaluces nos pasamos el día corriendo porque perdemos mucho tiempo durmiendo la siesta. Hay en ellos una especie de incapacidad, más acentuada que en cualquier otro pueblo, para dejar de pensar como alemanes, por mucho que conozcan otras posibilidades.
   Como consecuencia, o como causa de lo anterior, parecen mantener cierta idea de que los problemas del mundo se solucionarían si todos viviésemos como ellos. Por mucho que se intente hacerles ver que su modo de vida es una consecuencia directa de su poderío económico y que, de ninguna manera, es exportable, se mantienen firmes en su idea de que si en todos los países la gente hiciera voluntariados, fuese a su trabajo en bicicleta, estudiase lejos de casa y tardase más de cinco años en terminar una carrera, los problemas del mundo desaparecerían.
   Una chica alemana me preguntó en cierta ocasión si no había desatado un escándalo en mi país un artículo sobre el método empleado para matar a los perros en las perreras públicas. Me dijo que ella era partidaria de liquidar a los perros que no tuviesen dueños, pero que en España se empleaba un método que los hacía sufrir innecesariamente. Le respondí, primero, que desconocía ese artículo y, segundo, que difícilmente una noticia así causaría escándalo en la España de entonces. Era principios de los años 90, un par de años atrás había surgido el chiste aquel de "eres más raro que un puesto de trabajo". El índice de paró alcanzó el 25%, en Andalucía el 33%. En una familia de cuatro miembros que vivía frente a mi casa, ninguno de ellos había tenido trabajo en los últimos diez meses. No era la primera racha así. Ya carecían de paro, de ayuda familiar, de todo. Ese era el problema de la España de entonces y frente a él todo palidecía. Traté de explicárselo a mi interlocutora, le pregunté si conocía a algún parado de larga duración. Todo fue inútil. "Si toda la humanidad se preocupase por el sufrimiento de los perros sin dueño..." "¡claro! los españoles, como estáis acostumbrados a disfrutar del sufrimiento de los animales por aquello de los toros..."
   Bien, tomemos ahora estos dos principios, a saber, "nuestro modo de vida es el correcto y si logramos expandirlo por el mundo los problemas se solucionarán" y "sean cuales sean mis experiencias, siempre permaneceré apegado a mi modo de ver las cosas", y coloquémoslos en la cabeza de un tiburón financiero. ¿Cuál es el resultado? Muy simple: "nosotros los alemanes tenemos un instinto especial para descubrir dónde están los árboles de los que cuelga el dinero". Adivinen cómo se llamaban esos árboles. Se llamaban "hipotecas subprime", "bonos griegos", "bonos portugueses" y, lo que es mejor, "seguros sobre impagos de deuda". Sumemos a estas ideas el hecho de que, mientras el resto de socios del euro estén en la picota, Alemania va a seguir financiando su abultado déficit a precio de costo, a pesar del agujero de sus bancos y la ineptitud de su gobierno.
   Ahora ya tenemos los elementos para entender a qué está jugando Alemania. Simplemente, la totalidad de su sistema financiero está con el culete al aire. Han asumido tal cantidad de riesgos que es imposible que salgan indemnes de esta. Sí, ya sé, me dirán, "pero los tests de estrés..." Riánse Uds. de los tests de estrés. Ya falsificaron los resultados de la primera ronda y han hecho lo mismo con esta segunda. La única posibilidad de que el sistema financiero alemán no se hunda, pasa porque los griegos paguen íntegramente su deuda como sea. En definitiva, los bancos alemanes necesitan que se les aparezca un ángel... o una angelota.
   El gobierno alemán no parece más estúpido que el resto de los gobiernos europeos. De hecho, como lo ha demostrado la epidemia de E. Coli, tampoco es más estúpido que la media de los gobiernos federales. ¡Incluso se ha comprometido a cerrar todas las centrales nucleares! Lo que diferencia al gobierno alemán de los de Italia, España o Francia es su cabeza rectora (es un decir), Frau Merkel. La Sra. Merkel encarna todas las virtudes de la mentalidad alemana, en especial, la capacidad para mantener la calma en situaciones de crisis. Claro que con la Sra. Merkel uno nunca sabe muy bien si mantiene la calma porque conoce la salida del problema o porque carece de imaginación suficiente para darse cuenta de lo que se le viene encima. El caso es que tiene que elegir entre opciones cada vez más difíciles con unas elecciones, como quien dice, a la vuelta de la esquina.
   Una de sus opciones es salvar su sistema financiero a costa de hundir la zona euro. Lo de hundir la zona euro le proporcionaría la reelección automática, pero lo de salvar a los banqueros no está tan claro. Además, sin euro ¿a quién le van a exportar sus productos? ¿a los mismos que nosotros nuestros pepinos? La otra posibilidad es salvar al euro a costa de hundir su sistema financiero. Esta opción le costaría perder las elecciones, seguro. Finalmente, puede salvar a ambos exigiendo la creación de un ministerio de finanzas europeo. Y esta opción le costaría directamente la cabeza. De modo que la buena de Merkel ha optado por hacer lo que mejor sabe hacer, dar una de cal y otra de arena. Advertir a los bancos de que algo de dinero sí que tienen que perder y arrojar cantidades cada vez mayores de euros al agujero negro que su actitud ha contribuido a crear y que se llama Grecia. Y mientras la señora Merkel va como María, un pasito adelante y dos atrás, Europa, la Europa que se fabricó a medida de Alemania, se desliza suavemente hacia el desagüe.
 
   P. D.
   Si Ud. también está indignado con el comportamiento del gobierno alemán, le propongo un bonito acertijo: adivinar dónde veranean sus integrantes.

jueves, 21 de julio de 2011

De crisis y fantasmas (2)

   El ministerio de economía español es una casa encantada. La prueba es que su titular, la Sra. Salgado, se pasa más tiempo en Bruselas o en Londres que en él. La Sra. Salgado es un ejemplo de buen ministro. No tiene ideas propias (y eso sus administrados lo agradecen, porque si un ministro tiene una idea échate a temblar), pero sí gusto al vestir y sabe a quién tiene que reírle los chistes. Son éstas, cualidades imprescindibles para llegar lejos en la vida. Aunque no sé si es el tipo de cualidades que exige el actual momento en un ministro de economía. No obstante, hay ministerios que han funcionado muy bien con titulares mucho más impresentables. Lo malo es que el segundo del ministerio es el Sr. Campa. Este señor es un triste recitador de tópicos típicos, ¡y lo peor es que cree que está recitando ideas propias! El último es uno de esos tópicos impagables: “hay que ligar salarios a productividad”. Quiero dejar claro, que no es el ligue más absurdo que conozco y que no tengo nada en contra de los ligues absurdos. Pero, vamos a ver, ¿qué significa ligar salarios y productividad? Si por ligar salarios a productividad se entiende pagar más a quien más horas pasa en el puesto de trabajo, los españoles deberíamos ser los asalariados mejor pagados de toda Europa. Nadie trabaja más horas que nosotros. Por eso me parece que no va por ahí la cosa.
   Igual, este ligue va de unir los salarios a la productividad real. Pero entonces la cosa es todavía peor. Pongamos un ejemplo simple. Supongamos que se paga más a los agricultores que más producen. Un grupo de campesinos asalariados descubriría el modo de aumentar la cosecha por hectárea. Se le pagaría más y, en consecuencia, serían rápidamente imitado por sus vecinos. El resultado sería una escalada en la producción de todo tipo, digamos, de hortalizas. ¿Mejoraría eso la situación del mercado de hortalizas? La verdad es que la consecuencia sería exactamente la inversa. La sobreproducción generaría una caída de los precios y los muy productivos agricultores acabarían en el paro. No se trata de una paradoja aparente. Para entender su naturaleza vamos a poner otro ejemplo.
   Hay en España una cosa que se llama la CEOE, esto es, la Confederación Española de Obrero Español. ¡Huy, no, perdón! Lo de “Obrero Español” son las siglas del Partido Socialista... ¿El partido socialista español es obrero?... ¿el Sr. Campa defiende a los obreros? No sé, ahora mismo me estoy liando. Da igual. La CEOE es una confederación empresarial. A lo largo de los años he llegado a la conclusión de que su ideal de lo que significa una retribución justa de los trabajadores, es que éstos den dinero al patrón por trabajar. ¿Nos permitiría esta medida salir de la crisis? ¿acabaría con el paro? Veamos. Los trabajadores pagan al empresario, éste gana dinero con ello, pero tiene que suministrarles materias primas, una fábrica, pagar la luz, los impuestos... Ahora bien, todos los recursos de los trabajadores se han ido en pagar a su empleador, luego no pueden comprar los productos que fabrican. Éstos se quedarían pudriéndose en los almacenes y habría que alquilar cada vez más almacenes por un tiempo indefinido. Con toda probabilidad, el empresario acabaría por tener que cerrar la fábrica y mandar al paro a sus trabajadores, la producción le costaría dinero.
   El Sr. Campa debería conocer la realidad que hay encerrada en este disparatado ejemplo. El FMI, la Unión Europea, los bancos centrales, exigen como primera medida de ahorro bajar el sueldo a los funcionarios. Para bien o para mal, la cifra de funcionarios en España ronda los cuatro millones. Disminuir su sueldo supone sacar del mercado una enorme masa de poder adquisitivo y una caída de la demanda. La economía se estanca, la recaudación de Hacienda disminuye ¿cuánto se ahorra realmente? ¿se ahorra realmente?
   Quizás, en una economía productiva, haya algún vínculo entre salarios y trabajo real. Pero hace décadas que Europa se halla en una economía de consumo. Trabajar no significa producir y el salario no es una recompensa por esa producción, es el límite inferior y proporcional para la adquisición de bienes. No se nos paga como trabajadores o como productores, se nos paga como consumidores potenciales. Por eso, como lo demuestra el caso de Grecia, de Irlanda, de Portugal, disminuir los salarios públicos y privados sólo conduce a hundirse aún más en la crisis.
   Otra cosa, y esto es probablemente a lo que se refería el Sr. Campa, es ligar salarios y producción virtual. En una economía centrada en el sector terciario, la mayor parte del trabajo, de la producción, es virtual, o mejor aún ficticia, el trabajo se ha convertido en una ficción útil. Tomemos un caso donde la productividad parece poder medirse de un modo fácil, los agentes comerciales. De la actividad total que despliega un agente comercial un promedio del 42% de su tiempo “de trabajo” se va en circular con su coche; un 13%, desayunando, comiendo o tomando copas; un 8%, aparcando, andando, telefoneando; un 7,5% sufriendo las llamadas que tiene que atender su cliente; un 6% esperando en recepción; otro 6% en conversaciones triviales... El tiempo efectivamente dedicado a la venta o negociación es un 5% del total(*). ¿De verdad se le paga por vender? En ese caso, su productividad aumentaría sensiblemente si no condujera, no tuviera charlas triviales, no comiese, desayunase, tomase copas... ¿O disminuiría?
   Dedicamos más tiempo a rellenar formularios explicando el trabajo que supuestamente hacemos que a hacerlo realmente. De este modo, creamos un puesto de trabajo que es el que ocupa aquella persona que supervisa nuestros formularios y que, en realidad, dedica más tiempo a rellenar formularios diciendo que ha leído nuestros formularios que a leerlos, con lo cual crea un trabajo que consiste en... Así llegamos hasta los ejecutivos, que producen... ¿exactamente qué diablos produce un ejecutivo? ¿cómo medir la productividad de un ejecutivo? ¿por los informes que rellena? ¿por los que lee? ¿por las decisiones que toma sin leer informes? ¿por cómo mejora el funcionamiento de una compañía cuyo funcionamiento depende, en realidad, de la coyuntura económica?
   Ahora ya podemos entender al Sr. Campa. Lo que él propone es que se nos pague por cumplir unos objetivos ficticios cuya única utilidad es la de fijar arbitrariamente nuestros salarios.

   (*) Las cifras proceden de un panfleto revolucionario redactado por un grupo de ultraizquierdistas: Ph. Kotler, G. Armstrong, J. Saunders, y V. Wong, Principles of Marketing, second european edition, Prentice Hall Europe, London, New York, Toronto, Sydney, Tokyo, Singapore, Madrid, Mexico City, Munich, Paris, 1999, pág. 859.

domingo, 17 de julio de 2011

"¡Pues claro que nos representan!"

   El protagonista de la noticia es un esforzado trabajador. Digo "un esforzado trabajador", porque para mí es un misterio. Si ejercer de senador, de alcalde, de diputado, ya sea nacional, autonómico o provincial, es tan duro, tan extenuante, ¿cómo puede haber super héroes que compatibilicen dos de esos cargos? ¿Qué capacidad de trabajo, qué nervios de acero para soportar esa doble responsabilidad hay que tener? ¿Cuántas horas de sueño perderán diariamente esos prohombres de la patria? Es lógico, por tanto, que, cuando les dan las vacaciones, sientan ganas de desfogarse un poco. Eso le pasó a nuestro currante. Era la última sesión del Senado y, juntando los ahorrillos de la legislatura, se fue a celebrarlo con una mariscada. Una cosa llevó a la otra y las dos lavaron la ropa, así que terminó a las cinco de la mañana en el reservado de una sauna. Como buen pueblerino, ignoro qué se hace a las cinco de la mañana en el reservado de una sauna. Debió ser algo que iba contra los principios morales de este buen hombre pues, indignado, la emprendió con el mobiliario. Naturalmente lo echaron, de modo que se fue a una comisaría a pedir a la policía que arrestara al infame personal de la sauna. La policía se le puso borde con que primero debía presentar una denuncia y, claro, la emprendió a guantazos con ellos. Cuando llegaron refuerzos, fue su hijo el que salió en su defensa, golpeando a los recién llegados. Al intentar esposarlo dicen que le oyeron gritar: "¡a mí no me detiene ni la Guardia Civil!".
   A la mañana siguiente, mejor dicho, a la tarde siguiente, ya más sereno, declaró a la prensa que "todo había sido un incidente sin mayor trascendencia" y que "le podía haber ocurrido a cualquiera". Lo de "un incidente sin mayor trascendencia" lo entiendo. Quiere decir que los policías y los empleados de la sauna pueden descansar tranquilos, no va a tomar represalias contra ellos. Lo de que le podía haber pasado a cualquiera, lo entiendo menos. Yo ya ni me acuerdo de qué era una mariscada. Cuando veo una gamba en mi casa, le canto por bulerías. En lo que respecta a la sauna, ya he explicado que soy de pueblo. Pero lo de la policía.... Recuerdo haber estado borracho, recuerdo haber estado muy borracho, recuerdo haber estado tan borracho que ni lo recuerdo, he llegado a estar tan, tan borracho, que prefiero no recordarlo. No obstante, por muy borracho que estuviera, nunca se me ocurrió levantarle la mano a un policía. Debió ser por algún sabio consejo que me inculcaron mis padres.
   A lo mejor, lo que este señor quería decir es que "le podía haber pasado a cualquiera de nosotros". Ven Uds. eso sí que lo entiendo. Le pasó a aquel fiel luchador contra el botellón, que se durmió al volante de su coche, esperando que el semáforo se pusiera en verde (el cansancio de un trabajo extenuante como ya he dicho). Le ocurrió a cierto parlamentario al que, la noche de las elecciones, los periodistas le gritaban: "¡señor diputado! ¡señor diputado! ¡levántese del suelo que mañana tendrá que hacer declaraciones!" Le ha sucedido, en la última feria de Sevilla, a un exministro cuando unos policías locales trataron de impedirle que se colara en el aparcamiento VIP. También le ha pasado a muchos despistados. Al concejal de tráfico de una localidad sevillana, lo pillaron conduciendo sin haber tenido nunca carnet. Su excusa causó sensación: "es que el coche era de mi mujer", dijo. De este género es también el despiste que llevó, a cierto parlamentario, a pagar la factura de un puticlub con la tarjeta Visa Oro del partido. Eso, por no mencionar el buen corazón de un alto cargo autonómico que, para ayudar "a unas pobres criaturitas" (les juro por Snoopy que así lo declaró en una entrevista), las incluyó en expedientes de regulación de empleo de empresas para las que nunca habían trabajado. Aunque, para buen corazón, el de su jefe máximo, que tras más de veinte años de presidente de la Autonomía, declaraba tener en el banco alrededor de 2.000 €. O el espíritu de sacrificio de aquel eurodiputado, que se negaba a viajar en clase turista porque, por las cuentas que él hizo antre la prensa, tenía que coger cada día el avión para ir de su casa al trabajo.
   Después dicen los del 15-M que no nos representan. Yo estoy con Savater, "¡pues claro que nos representan!" Nos representan el espectáculo diario del nepotismo, la bajeza moral y la chulería. Nos representan la farsa de una democracia más válida para unos que para otros. Representan para nosotros el bochornoso espectáculo de una gestión pública convertida en el compadreo de cómo se van a repartir las mariscadas, los reservados de las saunas y las incompatibilidades. Están continuamente representándonos una ópera bufa delante de nuestras caras y encima nos exigen que aplaudamos en el entreacto que se produce cada cuatro años. Es lógico que los seguidores de Voltaire defiendan este tipo de representación política. También él se solucionó la vida gracias a un chanchullo. Pero si se lee en los libros de historia, se podrán encontrar los nombres de una serie de políticos que fueron capaces de hacer pactos de Estado más allá de lo que eran sus intereses electorales del momento. Personas capaces de sentarse a consensuar documentos, nombramientos, una Constitución entera con quienes los persiguieron. Pusieron las bases para un país que debía regirse por normas nuevas, normas que nunca antes habían funcionado en él, normas que eran un prodigio de equilibrio entre posturas que durante más de un siglo llevaron a la armas a sus defensores.
   Lo que los libros de historia no les contarán es dónde radicó la clave de todo. Y la clave de todo estuvo en que, aquellos políticos, no eran mejores que los actuales, ni más honrados, ni más inteligentes. Tenían, eso sí, algo de lo que carecen éstos, miedo a la calle. Los políticos de la Transición vivieron bajo la perpetua espada de Damocles de que todo se les fuese de las manos, que las reivindicaciones de la ciudadanía los desbordasen, que el pueblo tomaran la iniciativa antes de que ellos alcanzaran sus pactos. Regenerar la clase política depende, pues, de nosotros. Pasa, simplemente, por volver a insuflarles aquel miedo fundacional.

miércoles, 13 de julio de 2011

De crisis y fantasmas (1)


   La mayor parte de las crisis vienen provocadas por fantasmas. Es el caso de nuestras crisis personales, que suelen iniciarse cuando nuestros fantasmas nos acorralan. Pero también es válido para las crisis económicas, que no existirían sin cierto género de fantasmas. Son múltiples los fantasmas que se le vienen a uno a la mente cuando piensa en esta crisis. El primero de todos es uno muy parecido a la rana Gustavo, pero cuyo nombre es Alan Greenspan. Hasta que llegó él, el presidente de la Reserva Federal era un señor discreto, que aparecía en televisión una vez al año y a quien sus vecinos le decían: "¿presidente de la Reserva Federal? ¿de verdad existe ese cargo?" Greenspan no quería pasar desapercibido entre sus vecinos, así que decidió aparecer ante los medios de comunicación con la regularidad de los presentadores de telediarios. Los periodistas no entendían muy bien para qué demonios un presidente de la Reserva Federal quería hacer tantas declaraciones y, en verdad, entendían bastante poco de sus datos y análisis. Un día, uno, más avispado que el resto, descubrió que, cuando el Sr. Greenspan, en medio de su avalancha de datos, arqueaba la ceja derecha es que iban a subir los tipos de interés. Por contra, cuando arqueaba la ceja izquierda, es que iban a bajar los tipos de interés. Pronto esta observación se convirtió en una predicción económica. Es más, algunos periodistas de mayor perspicacia, llegaron a establecer que cierta inflexión en la voz de Greenspan anunciaba que, en su próxima comparecencia, arquearía la ceja derecha o la izquierda. Durante un tiempo la cosa pareció funcionar. Greenspan arqueaba su ceja, los periodistas anunciaban la buena (o mala) nueva y los mercados bajaban o subían de acuerdo con ella. El propio Greenspan llegó a la conclusión de que las cosas estaban bien así y, literalmente no movió una ceja, mientras el mercado creaba nuevas herramientas financieras que elevaban a límites disparatados los riesgos. Todo el mundo, incluido Greenspan, parecía estar convencido de que el único riesgo del capitalismo eran sus cejas y que, por tanto, no hacía falta medida regulatoria del mercado alguna. Al final de su mandato apareció toda una oleada de biografías preguntándose si de verdad para pasar a la historia de la economía había que ser un economista teórico y no, por ejemplo, un presidente de la Reserva Federal. Algunos de esos libros estaban firmados por prestigiosos ejecutivos de agencias de calificación y otros por autores que ahora no paran de escribir libros sobre lo mal que se hicieron las cosas en aquella época. Hace poco, cuando se le preguntó a Greenspan por qué no advirtió la catástrofe que se avecinaba, hizo una revelación significativa: levantó las cejas (ambas dos).
   En cualquier caso, el modelo Greenspan triunfó. Los líderes europeos se lanzaron a buscar alguien con cejas bien pobladas que pudiera ejercer las funciones comunicativas que, se suponía, eran las únicas de importancia en el presidente de un banco central. El elegido fue Jean-Claude Trichet. Pero el bueno de Trichet no ha tenido suerte. Nunca entendió muy bien por qué los mercados no seguían las subidas y bajadas de sus cejas. La verdad es que, al principio, estaban más pendientes de las de Greenspan que de las suyas y después ya no miraban las cejas de nadie. Trichet lo intentó todo, se subía y bajaba las gafas, se atusaba el pelo, hacía gestos de cansancio, incluso trató de mover las orejas. Hace poco, con voz cavernosa, anunció que no dudaría en mover un dedo si con eso la Unión Europea volvía a la senda de la recuperación. Ni flores. El pobre hombre aún no ha comprendido que la hora de los gestos pasó, es hora de hacer algo, es decir, es la hora de crear un ministerio de finanzas europeo.
   España, como siempre, es diferente. Formamos parte del poco recomendable club de países con un gobernador del banco central que terminó en la cárcel (¡por fraude a Hacienda!). Como siempre que pasan estas cosas, los políticos se pusieron de acuerdo en nombrar a alguien que le devolviera algo de prestigio a la institución y así acabó de gobernador Luis Ángel Rojo. Tengo que decir, que, durante su paso por el Banco Central de España, me pareció un funcionario gris, en la cara opuesta a Greenspan, alejado de los medios de comunicación y trabajando de puertas para adentro. Fue una entrevista concedida después de dejar el cargo, la que me desveló a un tipo realmente inteligente, que decía verdades como puños y que sabía dónde estaban los problemas. Revisándolo con perspectiva me parece que este señor hizo unas cuantas cosas bien, cosas que nos evitaron caer en el desastre en el que nos encontramos mucho antes. En esto se diferencia del Sr. Fernández Ordóñez. Alguien debería advertirle que, aunque sea gobernador de un banco, él no es banquero. Es realmente difícil encontrarle una declaración que no resulte del agrado de lo más rancio del banquerío español. Cuando no es un ajuste de cuenta con las cajas de ahorro, es un ajuste de cuentas con los salarios o, mejor aún, con las nóminas de los funcionarios.
   Claro, estas cosas ocurren porque los bancos centrales han estado es manos de hombres. Todos sabemos que los hombres somos testoterónicos, pendencieros, agresivos, poco dados al diálogo y poco sensibles. Otra cosa ocurriría si el mundo lo gobernaran mujeres. Ahí tienen el ejemplo de la Sra. Lagarde, primera mujer al frente del FMI. Apenas ha llegado al cargo y ya ha soltado que los planes de ajuste presentados hasta ahora por parte del gobierno griego son demasiado blandos. Es necesaria sangre, mucha más sangre. Hay articulaciones que todavía se mantienen intactas, así que es necesario darle un par de vueltas más al potro. Eso sí, lo ha dicho con esa sonrisa maternal y ese tono tan elegante que la caracteriza. No me cabe la menor duda de que será una excelente directora del FMI, otra cosa es que le aporte algo más que testosterona, insensibilidad y vampirismo.
   Acabar con una crisis siempre exige acabar con los fantasmas que la causaron o, al menos, ponerlos en su sitio. Recordarles que son producto de la propia imaginación o de la imaginación colectiva y que están ahí gracias a nosotros. Dicho de otra manera, que seguirán provocando crisis mientras no les plantemos cara. A veces, en casos extremadamente graves, hace falta llamar a un exorcista para que nos ayude. Conozco a uno que promete maneras. Se llama Joseph Stiglitz, ¿les he hablado de él?

miércoles, 6 de julio de 2011

La SGAE como metáfora

   Decía en Sr. Luis Yáñez en una reciente carta al director de El País que la SGAE era una de las instituciones más admiradas en los países que él había visitado. No es un testimonio baladí, pues, en su calidad de Secretario de Estado para las Relaciones con Iberoamérica, viajó mucho. ¿Cómo? ¿Ha podido vivir hasta ahora sin saber que existe un cargo que es el de Secretario de Estado para las Relaciones con Iberoamérica? Pues sí, existe. Es un puesto de una trascendencia sólo comparable a la de los embajadores en misiones especiales para la Gobernanza Global, la conmemoración de los bicentenarios de la independencia de las repúblicas iberoamericanas, las cuestiones referentes a los derechos humanos, la Alianza de Civilizaciones, los asuntos energéticos, los asuntos trasatlánticos, los asuntos estratégicos, los asuntos migratorios, los asuntos del Mediterráneo, los organismos internacionales africanos, o la cumbre mundial del microcrédito. ¿Que de qué se ocupan estos cargos? ¡Qué pregunta más tonta! Se ocupan de... Quiero decir, su principal misión es... O sea, que se dedican a... Bueno, me estoy alejando del tema, así que vamos a dejarlo.
   No me extraña que la SGAE fuese admirada en Iberoamérica. Se trata de un organismo independiente del Estado que ha creado un cuerpo parapolicial encargado de aterrorizar a los menos poderosos (peluqueros, organizadores de bodas, dueños de tiendas de informática...) para proteger a los más poderosos (las multinacionales). Aunque formalmente el Estado debía supervisar sus acciones, pues se supone que es misión del Estado proteger a los ciudadanos, en realidad no era así. Y aquí es donde la SGAE se convierte en una metáfora de este país. Resulta que, pese a haber modificado reiteradamente la Ley de Propiedad Intelectual, para favorecer a la SGAE, el primero que incumplía tal normativa era el propio ministerio impulsor de la ley. El artículo 159, afirma que es el ministerio de Cultura el encargado de supervisar el funcionamiento de las sociedades gestoras de los derechos de autor. Una sentencia de 1997 del Tribunal Constitucional establecía que dicha redacción es anticonstitucional. Los sucesivos ministros de cultura, en lugar de cambiar la ley, decidieron declinar sus responsabilidades ¡durante 14 años! ¿Cómo es posible? Es fácil de entender, repasen la lista de ministros de cultura desde 1997: González-Sinde, Carmen Calvo, Pilar del Castillo, Mariano Rajoy... Esperanza Aguirre... Vamos a dejarlo.
   Pero la SGAE es metáfora de algo más. Como buena sociedad gestora, como buena empresa, se sometió a varias auditorías y a la Agencia de Evaluación de Calidad. Es sabido que las firmas de auditoría y las agencias de evaluación se encargan de... Quiero decir, su principal misión es... O sea, que se dedican a... Otra vez me estoy alejando del tema, así que vamos a dejarlo. El caso es que ninguna se dio cuenta del hábil truco que consiste en que un alto cargo contrate única y exclusivamente empresas que son de su propiedad. Con ese sofisticadísimo truco, presuntamente, un puñado de amiguetes se embolsaba el dinero de autores no identificados. Esta parte es graciosa. La SGAE ha sido capaz de formar todo un cuerpo de inspectores que visitan peluquerías, bodas, conciertos y locales públicos en general, pero se le ha olvidado crear un cuerpo encargado de averiguar a quién pertenece realmente el dinero que recauda. Y ya que estaba recaudado y nadie conocía su dueño ¿por qué no repartírselo, presuntamente, claro?
   ¿Y mis admirados miembros de la SGAE? ¿aquellos que me emocionaron e hincharon mi corazón de bellos ideales? Bien, en realidad ellos han llevado a la práctica lo que mucha gente piensa. Hay una cierta idea en el ambiente de este país que se expresa de múltiples formas, pero cuyo contenido esencial es que un buen político sería aquel que nos sacase de la crisis. Es una idea aparentemente anodina, por mucho énfasis que se ponga en enunciarla. Sin embargo, es una idea terriblemente peligrosa. Eso es precisamente lo que pensaban los alemanes de principio de los años 30 del siglo pasado. Y, efectivamente, apareció un político dispuesto a sacarlos de la crisis. De hecho, los sacó de la crisis. Se llamaba Adolf Hitler. Es algo que se dice en la película Ciudadano Kane de Orson Wells: "hacerse rico no es tan difícil como la gente cree, si es hacerse rico lo único que se desea". Salir de la crisis no es tan difícil. La cuestión no es ésa. No se trata de salir de la crisis como sea, ni de crear empleo como sea, ni de recaudar dinero en concepto de derechos de autor como sea. Teddy Bautista lo hizo. Aumentó la recaudación de derechos de autor de un modo exponencial, pero ¿a costa de qué? ¿Cuántos autores noveles han conseguido comenzar a vivir de su arte gracias a la SGAE? ¿cuántos de ellos han sido defendidos por la SGAE de la voracidad de las multinacionales? ¿ha mejorado el estado del cine, de la literatura, de la música española en 25 años de gestión de derechos de autor? ¿hemos dejado de tener una cultura subvencionada? La organización de la SGAE es una auténtica plutocracia en la que mandan los que más aportan a sus arcas. Menos del 9% de los miembros de la SGAE deciden la composición de la junta directiva y, por tanto, el funcionamiento de la sociedad y el reparto del dinero.
   Cuenta la leyenda que cada barco que atracaba en el puerto de Alejandría era inspeccionado a la búsqueda de contrabando y de textos. Si se encontraba algún escrito de valor, se confiscaba y se enviaba, para ser copiado, a los amanuenses. Buena parte de la gran biblioteca de Alejandría se nutrió de textos conseguidos de esta maenra. De haber existido la SGAE en Egipto, los Ptolomeo hubiesen sido multados, los directores de la biblioteca destituidos y para acabar con ésta no hubiese hecho falta un incendio, habría bastado una fogatilla. Hoy, la moderna tecnología permite que el más remoto colegio de Africa tenga acceso a varias grandes bibliotecas de Alejandría. Obviamente no conviene.
   Al cabo, que la cúpula de los defensores de los derechos de autor se dedicara, presuntamente, a quedarse con el dinero de los autores, es la manifestación última de un principio más general. En efecto, las ideas pertenecen a las épocas, son de todos. La mentira de la propiedad intelectual es el escudo bajo el cual se convierte en un bien privado un patrimonio de la humanidad. Si por definición ser hombre significa ser un animal cultural, la propiedad intelectual es la manera de arrebatarnos lo que nos constituye para ponerlo en manos de unos pocos, aquellos que pueden permitirse pagar por la cultura. Decía Proudhon que la propiedad es un robo. No sé si tiene razón. De lo que estoy convencido es de que la propiedad intelectual es un expolio.

viernes, 1 de julio de 2011

El último hombre íntegro

  
   Hay una película que se llama Los tres días del cóndor. Es de otra época. Se rodó en 1975 y eso significa que no se le da todo mascado al espectador para que no tenga que pensar nada. Es difícil, terrible, oscura, es una película genial, como las que hacía Sydney Pollack por entonces. En una escena un alto cargo de la CIA cuenta a su interlocutor cómo se pasó varios meses durante la guerra en un crucero, tirándose a una espía enemiga. "Me dieron una medalla por ello", dice. Entonces, su interlocutor le pregunta si echa de menos la acción de aquellos tiempos y él le responde: "No, echo de menos la claridad". Parece como si al mirar atrás estuviese muy claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos, todavía mejor, que había buenos y malos. Esa claridad se pierde cuando la mirada se concentra en el ahora.
   Una de las características de nuestros tiempos es la segmentación. Es la clave en cualquier proceso de marketing moderno, es el supuesto de cualquier campaña publicitaria y es la fuente del mal. La segmentación es lo que permite elegir un grupo de consumidores que difícilmente se va a resistir al producto en cuestión, es lo que permite que una empresa obtenga el monopolio de un pequeño, pero rentable, sector del mercado y es lo que permitía a los vigilantes de los campos de concentración llegar a casa, lavarse las manos y jugar como padrazos con sus hijos. Se segmentan los mercados, se segmenta a la población, se segmenta, sobre todo, a los individuos.
   Tenemos trabajos en los que ni siquiera nos planteamos si tienen algo que ver con la justicia, seguimos caminos perfectamente trazados para nosotros, con nítidos protocolos de actuación que nos impiden averiguar qué demonios estamos haciendo realmente. Pero suena el timbre y al fin podemos ser nosotros mismos, podemos solucionar el mundo delante de una cerveza, podemos exigir nuestros derechos o los de nuestros hijos y podemos apoyar varias campañas subversivas desde Internet. El tiempo del trabajo ha quedado atrás y somos hombres nuevos, capaces de asumir decisiones que jamás intentaríamos asumir en el ámbito laboral.
   Mi padre era un hombre íntegro e intentó hacer de la integridad uno de mis valores fundamentales, pero ¿qué demonios significa hoy día ser íntegro? ¿Cómo podemos mantener algún resquicio de integridad en un mundo en el que ya no tenemos facetas sino que somos personas diferentes en el trabajo, en el ocio, en la familia, en las tiendas, en las calles y en el interior de un coche? ¿Qué integridad podemos tener si insultamos al volante a los mismos a los que tratamos con respeto cuando se nos presentan como clientes potenciales? ¿qué integridad le cabe a quien despide a padres de familia porque ése es el trabajo con el que puede alimentar a sus hijos? ¿cómo se puede hablar de la integridad de un especialista en marketing que presenta una reclamación por publicidad engañosa? ¿es íntegro un profesor que ejerce sobre los profesores de su hijo la misma presión que detesta que el resto de padres ejerza sobre él?
   Es raro el día en que no me hago estas preguntas. El pasado miércoles no fue uno de esos días. De las noticias que traía la prensa podía deducirse fácilmente que la tensión en los mercados se había relajado porque la policía griega había herido a 500 personas durante la contención de los disturbios originados por el nuevo (que no último) plan de ajuste. Ya he explicado el caso de la policía, así que no me referiré otra vez a ellos.
   Hace no mucho tiempo las bolsas subían cada vez que aumentaba el paro. ¡Qué tiempos! Parece que hemos entrado en una nueva era. A partir de ahora las bolsas subirán cada vez que la policía haga una nueva demostración de poder represor. El caso es que, esos "mercados", son un conglomerado de entidades financieras muchas de las cuales, para desgravar, conceden becas, entre otros, a algún hijo de uno de los apaleados. Los bancos tienen unos accionistas a los que no les van a hablar de otra cosa que no sea de dinero (ese elemento que tiene la extraña propiedad de no ser manchado ni por la sangre) y una obra social que promueve la mejora material y/o cultural del entorno en el que opera. Si ambas cosas fuesen a la par, si estuviesen integradas en los mismos departamentos, en las mismas estructuras, no habría nada malo que decir. Pero no ése no es el caso. Se ayuda a quienes se ha contribuido a convertir en alguien que necesita ayuda.
   Hoy tampoco ha sido un día en el que no me haya hecho la pregunta en torno a qué pueda significar la palabra "integridad". He tenido noticias de la existencia de un manifiesto de apoyo de los filósofos al movimiento del 15-M. En ese manifiesto, entre otras cosas, se pone a caldo a quienes andan buscando desesperadamente excusas para no participar en las protestas. Lo he firmado casi impulsivamente. Después he reparado en sus promotores. Por supuesto conozco a alguno. Hay gente a la que admiro. Hay gente a la que respeto profundamente. Hay gente de la que, simplemente, sé con toda seguridad que son mejores personas que yo y que ayudan mucho más a los que les rodean que yo. Hay quienes exigían repartir megáfonos antes de que hubiese ninguno en nuestras plazas (¿verdad Txetxu?) Pero hay gente... Entiéndaseme, si quisiera decir que no son personas íntegras lo diría sin más. No es eso. No estoy convencido de ser una persona íntegra y, por lo tanto, no me voy a poner a juzgar a los demás. Lo que ocurre es que ignoro qué harían si las propuestas del 15-M traspasaran las barreras de la política y la economía y llegaran a la universidad. ¿De verdad están por abolir todos los privilegios injustos? ¿de verdad apoyarían, por ejemplo, la participación de todos los sectores en la elaboración de los presupuestos de los departamentos? ¿de verdad dejarían en manos de una asamblea decidir la distribución del espacio en una facultad?
   He asistido a unos cuantos congresos, he trabado relación con mucha gente extraordinaria, he comido, bebido y reído con ellos. Con algunos mantuve el contacto durante años. Recibí de ellos calor, comprensión, ánimos y ayuda. Pero ¿qué hubiese obtenido de ellos si los hubiera conocido como miembros de un tribunal de oposiciones? Y al contrario ¿cómo se hubiesen portado en un congreso los que conocí en un tribunal? Todavía más ¿acaso he sido yo dos personas distintas, una en los congresos y otra ante un tribunal de oposiciones?
   En fin, he llegado a esa triste edad en la que uno echa de menos poder consultarle cosas a su padre.