domingo, 21 de agosto de 2016

Deportistas y deportistos.

   Oficialmente hoy se clausuran los Juegos Olímpicos de Río 2016, aunque lo que realmente se clausura es el derecho de las mujeres deportistas a tener minutos de televisión y portadas de prensa. Resulta patética la cantidad de tinta que se está dedicando a buscar machismos debajo de los botones, mientras quienes cobran subvenciones por escribir semejantes cosas se tapan la cara para no ver el machismo en alta definición que aparece sobre las cincuenta y cinco pulgadas de sus televisores. Suele decirse que durante la mayor parte del año “deporte” significa “fútbol”, pero es mentira. “Deporte” significa “fútbol masculino”, porque hay poderosas ligas de fútbol femenino, que no merecen ni un segundo de atención mediática.
   Sí, ya me conozco la retahíla: las mujeres tienen menos masa muscular y, en consecuencia, las deportistas son menos veloces y saltan menos. Si de verdad se cree semejantes tonterías y es seguidor de algún equipo de fútbol de la parte media/baja de la tabla, me gustaría ver a su equipo enfrentado no ya contra la selección alemana o sueca, que sería injusto, sino contra las Portland Thorns o el equipo de Washington de la National Women Soccer League de los EEUU. O, mejor aún, me gustaría verle intentando encestar una canasta ante Brittney Griner o jugando de boya en un partido de waterpolo femenino. Griner ya ha lanzado el reto de jugar un una contra uno con DeMarcus Cousins, la emergente estrella de los Sacramento Kings. Sus compañeros de la NBA, acostumbrados a considerar sinónimos “mujer” y “juguete sexual”, se han reído de ella, pero yo, viendo cómo Pau Gasol, literalmente, a la pata coja, se merendó a Cousins, sería mucho más precavido. La Srta. Griner pertenece a la única competición femenina que uno puede seguir con cierta regularidad... pagando, claro, porque el deporte femenino no se puede conseguir ni pirateando. Llegará el día en que alguna de las que tan bien viven con las subvenciones que obtienen por hacer historia de ciencia de género decidirá rendir algún servicio a su supuesta causa y pondrá números a cuántos eventos deportivos femeninos pueden conseguirse en esa maravillosa plataforma de difusión de deportes minoritarios que es Rojadirecta. Y eso que estamos hablando de la WNBA que, salvo por la cantidad de tacones altos que hay en los banquillos, resulta comparable con cualquier liga nacional.
   Supongamos que, efectivamente, el razonamiento de los músculos es válido en el deporte. En la WNBA, hay equipos con entrenadores masculinos y femeninos, ¿cuántas entrenadoras hay en las competiciones masculinas de cualquier deporte? Muchas atletas tienen un entrenador, en bastantes casos, su marido o pareja. Resulta lógico, ¿no? Pero ¿por qué resulta lógico? ¿porque una mujer tiene siempre que tener un tutor? ¿Insisto, cuántos atletas, cuántos equipos masculinos, tienen una entrenadora? ¿Acaso se me va a argumentar que el músculo da conocimientos tácticos? “Es que no la respetarían”, se me dirá. Está muy bien, pero, ¿no se la respetaría porque los deportistas consideran que no se debe respetar a una mujer? ¿porque los aficionados al deporte y, particularmente, al fútbol, creen que no se debe respetar a las mujeres? ¿porque las mujeres no son respetables? ¿porque las mujeres no imponen respeto? ¿Hillary Clinton no impone respeto? ¿Angela Merkel no impone respeto? ¿Es más fácil para una mujer dirigir un país que entrenar un equipo o a un solo atleta? Si se ponen por ley cuotas de mujeres en los consejos de dirección de las empresas, en las listas electorales de los partidos políticos, ¿por qué no se ponen en los banquillos? ¿porque eso podría empezar de verdad a cambiar las mentalidades y lo que se quiere es seguir repartiendo subvenciones entre los/as amigotes/as sin cambiar nada?
   Soy lo suficientemente viejo como para conocerme muy bien el argumento de “no son lo bastante buenas”. Lo empleó Inglaterra para no participar en los primeros mundiales. Al fin y al cabo, habían inventado el fútbol, ¿quién podría hacerles sombra? Pues miren el historial de los mundiales y vean cuántos han conseguido ganar. Cuando Michael Jordan asombraba con sus vuelos, su equipo era declarado, año tras año, “campeón del mundo”. Después alguien tuvo la idea del trofeo McDonald́s y los equipos de la NBA comenzaron a venir por Europa como parte de su preparación. Al principio, no ocurrió nada distinto de lo que cabría esperar. Pero una tarde en París, el Joventut de Badalona le plantó cara a Los Angeles Lakers y Magic Johnson tuvo que sudar lo que no hay en los escritos para que su equipo ganase. Otros tomaron ejemplo y las derrotas de los equipos NBA comenzaron a hacerse habituales. Por aquel entonces a jugadores como Fernando Martín o Drazen Petrovic se los trataba en los EEUU como si fuesen tarados precisamente porque no tenían músculos suficientes para defender. Hoy vivimos la otra cara de la moneda y los equipos norteamericanos se pirran por fichar jugadores europeos. Pues bien, déjese a las mujeres competir con hombres de modo regular, permítaselas entrenar con ellos, formar parte de los equipos masculinos en igualdad de condiciones y ya veremos cuánto tarda en surgir la sorpresa. Con toda seguridad, tardará menos de lo que piensan. Esas mujeres deportistas, esas mujeres cuyos triunfos ningunean sus compañeros varones, esas mujeres cuyas marcas están tan lejanas de las masculinas, esas mujeres a las que se cuestiona que deban ganar lo mismo que los hombres, la mayoría de esas mujeres, han llegado ahí por estar hechas de una pasta mucho más dura que la de los machotes que se ríen de ellas. Tuvieron que aficionarse al deporte sin tener otro referente que no fuese un hombre, porque, probablemente, ni conocían el nombre de ninguna mujer que practicara su disciplina, no vamos a decir que pudieran encontrar un miserable póster que colgar en su habitación de alguna de ellas. Tuvieron que pelear con un entorno familiar que difícilmente entendería el deporte más que como una distracción de las labores que propiamente les correspondían. Tuvieron que escuchar bonitos epítetos como “marimacho” por dedicarse a algo que no se esperaba de ellas. Tuvieron que encontrar pareja en un entorno que sólo podía ser el deportivo, pues pocos hombres ajenos a ese círculo tolerarían tales aficiones. Y, a la vez, tuvieron que entrenar y competir como cualquier hombre. ¿De verdad me van a contar que merecen ganar menos dinero, tener menos atención mediática, recibir menos elogios por sus logros?
   No quisiera terminar sin lanzar una propuesta digna de un neomachista como yo. Las muy feministas miembras de la gobierna andaluza que cargan al presupuesto público un departamento de igualdad que lo único que hace es asegurarse de que en cada ley que se aprueba se diga “el/las”, “alumnos/as”, “mujeres/hombres”, etc. tal vez harían mejor en dedicar ese dinero a que nuestra televisión pública andaluza emitiera cada día de la semana un evento deportivo femenino. Con toda seguridad no acrecentaría demasiado el bochornoso agujero presupuestario que luce y si preocupa la posible caída en la audiencia que inicialmente provocaría, dudo mucho que pusiera en peligro el mayor logro que la caracteriza hasta ahora: ser la cadena más vista en los geriátricos.

domingo, 14 de agosto de 2016

Zulú.

   Todos tenemos una película que, aunque no la mencionaríamos como “favorita”, ni diríamos de ella que “es la mejor que he visto”, si nos la tropezamos, no podemos evitar quedarnos sentados viéndola, aunque ya nos la sepamos de memoria. La mía es Zulú, dirigida por Cy Endfield en 1964, con Stanley Baker y Michael Caine. “Basada en hechos reales”, cuenta con cierta fidelidad la escaramuza de Rorke’s Drift, en la que 150 soldados británicos defendieron un mísero enclave frente a más de 3.000 guerreros zulúes. Este enfrentamiento se produjo unas horas después del desastre de Isandhlawna en el que los británicos habían perdido alrededor de 2.000 hombres, entre muertos y prisioneros, en una de las peores derrotas de su ejército. 
   En enero de 1879, el gobierno de su graciosa majestad había decidido dar un escarmiento al rey zulú Cetshwayo, que parecía haberse tomado en serio su designio de encabezar un imperio. 16.800 soldados, Voluntarios de Natal y boéres en general, cruzaron el río Búfalo con intención de atacar a los zulúes. A principios del siglo XIX, bajo el reinado de Shaka, los zulúes se habían organizado militarmente y eran famosos por su disciplina y ferocidad en el combate. Exceptuando el armamento, se los podía considerar un ejército moderno para la época y extremadamente eficaz. De hecho, acogieron la invasión británica con enorme astucia. Una parte de sus hombres se dedicaron a jugar al ratón y al gato en una zona montañosa con la vanguardia del ejército británico, que incluía su artillería, mientras el grueso del ejército zulú (unos 22.000 hombres) los superaba por los flancos y caía sobre el campamento de retaguardia, prácticamente desguarnecido. El resultado fue la matanza de Isandhlawna, en la que los británicos perdieron armas, municiones, suministros y hombres, obligándoles a retirarse como buenamente pudieron a Eshowe, donde sufrirían un asedio de cuatro meses.
   Con los fusiles británicos, continuando una marcha que duraba ya seis días y sin haber comido en 48 horas, la misma mañana de la batalla de Isandhlawna, los regimientos zulúes uDloko, uThulwana e inDlu-yengwe se plantaron en Rorke’s Drift y aquí es donde comienza la película. Aunque es poco más que cine de clase B y aunque se trata de una película de acción, Cy Endfield no deja de subrayar que se trató de una batalla heroica e inútil, donde unos y otros combatieron con enorme valentía por nada. Ni la posición en sí misma tenía la menor relevancia estratégica ni para el ejército zulú representaba ningún peligro dejar tras de sí 150 soldados británicos, la mayor parte de los cuales estaba allí para construir un miserable puente. En un conciso diálogo, un soldado se pregunta por qué ellos, por qué les ha tocado morir a ellos y su sargento, un, como siempre, impresionante Nigel Green, le responde: “porque estamos aquí”. El heroico oficial al mando, John Chard (Stanley Baker en la película), tiene que escuchar cómo el médico le llama “carnicero” antes de curarle una herida. Aún más, en medio de todo lo que ocurre, hay hueco para narrarnos el enfrentamiento personal entre John Chard y Gonville Bromhead (un Michael Caine al que llegan a vérsele hasta los empastes de las muelas), militar de casta este último mientras el primero ha llegado al ejército para escapar de un entorno familiar humilde. Huelga decir que Cy Endfield estaba rodando en Gran Bretaña porque en 1951 había sido acusado de comunista por el Comité de Actividades Antiamericanas y su nombre se colocó en la lista negra de personas que no podrían seguir trabajando en Hollywood.
   La batalla se inició a las 16,00 del 22 de enero de 1879. Oleadas de zulúes armados con escudos y azagayas se lanzaron contra los británicos, mientras éstos, obedeciendo disciplinadamente las órdenes de sus superiores, abrían fuego contra ellos. Pronto los zulúes se dieron cuenta de que la cosa no iba a ser fácil y trataron de excavar la improvisada empalizada por debajo o saltarla apoyándose en los cuerpos de sus compañeros muertos. En varias ocasiones consiguieron penetrar en el perímetro defendido por los británicos, pero éstos, conservando la calma, lograron rechazarlos. Desde las estribaciones cercanas, los zulúes disparaban con los fusiles robados a los soldados muertos en Isandhlawna. El pequeño hospital del enclave se convirtió también en campo de batalla con soldados heridos y zulúes luchando en su interior hasta que se incendió. La noche del día 22, el perímetro defendido había quedado reducido al entorno del almacén. Después de diez horas de combate ininterrumpido, prácticamente todos los soldados británicos aún vivos estaban heridos de mayor o menor consideración. A partir de las cuatro de la mañana del día 23, los atacantes comenzaron a disminuir en número y hacia el amanecer, habían desaparecido. Sobre las siete, los británicos avistaron un nuevo contingente zulú, pero desaparecieron sin realizar ningún ataque. A las ocho, una columna del ejército inglés llegó a Rorke’s Drift, la batalla había terminado. 67 soldados británicos y más de 900 zulúes habían perdido la vida. 
   Se concedieron once cruces Victoria, el mayor número de tales condecoraciones, las más altas del ejército británico, concedidas a una sola acción. La batalla pasó a formar parte del imaginario popular de Gran Bretaña durante el siglo XIX. No obstante, malas lenguas aseguran que tal glorificación de algo que, hablando en términos militares, no pasó de ser una escaramuza, intentaba realmente ocultar la humillante derrota de Isandhlawna, que acabó por no tener mayor significado porque el rey zulú se limitó a una guerra defensiva y no quiso ir más allá de sus territorios históricos. Territorios que, por cierto, hubo de ver invadidos por segunda vez y, ahora sí, de modo definitivo. tras su derrota en julio de 1879.
   Los heroicos soldados de Rorke’s Drift, que tantos cuadros, medallas y alabanzas recibieron, fueron abandonados a su suerte, tuvieron que sobrevivir en aquel perdido punto de la provincia de Natal como pudieron durante semanas y alguno de ellos tuvo que regresar por sus propios medios a Gran Bretaña. John Chard, recibió, además de condecoraciones y el favor popular, la envidia de sus superiores. Murió de cáncer de laringe (era un impenitente fumador) en 1897. Seis años antes había muerto de fiebres en la India Gonville Bromhead, donde proseguía su carrera militar. La película sirvió para lanzar a la fama a un jovencito Michael Caine, que ya no dejaría de pasear su irónico perfil por lo mejor del cine británico de la época. En cuanto a Cy Endfield, dirigió cuatro películas más hasta retirarse en 1971 con Soldado universal (no, no es la de Van Damme), donde hacía un cameo, pero no volvió a alcanzar las cotas mostradas en Zulú.

domingo, 7 de agosto de 2016

Fotografiando cerebros (2 de 2, Frenología como iconografía).

   El problema, como decíamos, radica en que toda imagen resulta de un proceso de construcción y se construye bajo unos supuestos, contando con unos intereses y utilizando unas máquinas. Las máquinas que tenemos actualmente, alcanzan un límite de resolución de un milímetro cúbico, límite que se debe a la intensidad de la resonancia nuclear que se puede medir y a que el tiempo para llegar a obtener una señal de un espacio tan pequeño hace que los sujetos experimentales se desesperen. En un milímetro cúbico de nuestra materia gris hay varios millones de neuronas y varias decenas de miles de millones de sinapsis. La “localización” de la que ha hecho gala la ciencia hasta el momento ha consistido en algo así como si la intercepción de conversaciones telefónicas nos hubiesen permitido “localizar” una célula terrorista “en la comunidad de Madrid”. Si se trata de localizar un tumor, una lesión cerebral o un coágulo, realmente, tenemos más que de sobra. Nadie se va a morir porque le quiten medio milímetro cúbico de materia gris sana. Pero si queremos “localizar” las emociones, los sentimientos o la creatividad, lo logrado puede igualarse a absolutamente nada. Mientras nos reíamos de los medievales, de sus supersticiones acerca de las imágenes y de su pervivencia entre los cristianos ortodoxos, obtuvimos un sofisticado procedimiento para fabricar nuestros modernos iconos. Teníamos, en efecto, las imágenes ante nuestras narices, esas bonitas imágenes con colorines, esas minuciosas imágenes de nada, repetidas una y otra vez, hasta en 40.000 artículos, creando un corpus científico, una disciplina. ¿Cómo llegaron ahí, bajo nuestras narices? ¿cómo se las fabricó?
   En principio la cosa resulta muy fácil, obvia. Se toma un sujeto, se le asigna una tarea y se le realiza una resonancia mientras lo hace. Si hay áreas de su cerebro que necesitan más aporte sanguíneo que el resto, hemos encontrado lo que buscábamos. Ahora bien, para que hablemos de ciencia, resulta necesario que no lo hagamos únicamente con un sujeto, hay que hacerlo con muchos. Y aquí viene el problema, ¿dos sujetos diferentes tienen el mismo cerebro? Si hablamos de su estructura general, resulta obvio que sí. Pero si hablamos de su constitución milímetro cúbico a milímetro cúbico, parece evidente que no habrá dos cerebros exactamente iguales. Y si, como modernos frenólogos que somos, nuestro objetivo consiste en localizar cerebralmente tal o cual actividad, entonces nos hallamos ante un problema mayúsculo. Localizar esa actividad, ¿en qué cerebro? ¿en el cerebro de quién? Aún peor, se supone que hacemos ciencia, luego no puede tratarse del cerebro de nadie, debemos referirnos “al cerebro en general”, a un constructo que, en realidad, nadie posee. Cuando todo esto comenzó, en la década de los 90 del siglo pasado, no había datos que permitieran saber cómo se hallaba estructurado el cerebro medio de los seres humanos milímetro cúbico a milímetro cúbico, dado que esa, precisamente, constituía la tarea que se iba a emprender. Así que los modernos frenólogos “normalizaron” la superficie del cerebro en base no a datos empíricos sino a ciertos supuestos estadísticos y a ciertas creencias acerca de cómo funcionaba el cerebro, que facilitaban la labor. De modo que ya tenemos un cerebro modelo construido sobre toda una serie de decisiones en el que iban a localizar “científicamente” las diferentes funciones. Pero los problemas no habían terminado.
   Todos lo sabemos, rara vez hacemos una única cosa. Conducimos mientras recordamos la discusión con nuestro jefe, nos quedamos mirando los pechos de una chica mientras hacemos lo posible para que no se nos caiga la baba y nos concentramos en la lectura de un documento trascendental mientras recordamos la hora del partido del domingo. ¿Qué área del cerebro se lleva más sangre? ¿la del documento o la del partido? Nuevamente nos tropezamos con que, al comienzo del todo, no había datos que permitieran distinguir las aportaciones de sangre al cerebro que correspondían a la tarea asignada a los sujetos experimentales y aquellas que constituían mero “ruido”. Así que, una vez más, se recurrió a todo tipo de decisiones sobre supuestos estadísticos y de cómo funcionaba nuestro cerebro, que permitirían hacer “ciencia”. Lo que Eklund, Nichols y Knutsson han descubierto resulta extremadamente fácil, a saber, que el conjunto de decisiones adoptadas sobre las que se basan los programas más habitualmente utilizados para el mapeado cerebral, contienen errores. Una simple comparación con las amplias bases de datos de mediciones reales existentes al respecto muestran significativas divergencias, lo cual genera una catarata de errores en la creación de las imágenes. Todavía mejor, como subrayan Eklund, Nichols y Knutsson el núcleo de su trabajo consiste en comparar datos con teorías, por tanto, compartir datos resulta fundamental (algo que ya dejamos escrito por aquí). Afirmación ésta tanto más llamativa, cuando hablamos, supuestamente, de ciencia. Pues bien, en un muestreo realizado por ellos en 241 publicaciones (todas con notables diferencias entre lo que efectivamente mostraban y lo que se suponía que debían mostrar), los datos, los datos de las mediciones realmente efectuadas, brillaban por su ausencia, como viene siendo habitual en las publicaciones “científicas” de los últimos 50 años. Eso sí, apuesto a que tenían enormes fotografías con lindos colorines.
    ¿Creen que este artículo parará la catarata de ilustraciones de ese lugar de nuestro cerebro donde se halla lo que nos hace humanos? ¿Creen que Nature o Science comenzarán a pedir a los autores de sus artículos menos fotos y más tablas de mediciones? ¿Creen  que servirá para que algún filósofo comience a ejercer esa sospecha de la que tanto ha leído, sobre los telediarios, sobre los periódicos, sobre las imágenes, sobre la ciencia tal y como se halla constituida hoy día? ¿Creen que servirá para que deje de propagarse la especie de que “la ciencia cuenta la verdad”? ¿Creen que minará los cimientos de nuestra fe en los modernos iconos, en la moderna frenología? ¿Por qué no?

domingo, 31 de julio de 2016

Fotografiando cerebros (1 de 2, Ver para creer)

   No se puede realizar una caracterización correcta de nuestra época si no se entiende que vivimos en la era de la imagen. La imagen nos moldea, nos constituye, nos hace ser, pues la imagen, lejos de copiar, crea la realidad. La vieja cuestión que tantos ríos de tinta filosófica hizo fluir en el siglo XIX, la de qué relación guardaban representación y realidad, ha perdido su sentido desde el siglo XX. La imagen se identifica con la realidad, no hay realidad más allá de las imágenes ni imágenes que no configuren una cierta realidad. Si la representación podía merecer el calificativo de falsa en algunos casos, no existe criterio alguno para la falsedad de las imágenes o, dicho de otro modo, no hay imagen que pueda demostrar la falsedad de otra. Por eso, cuando se llamó al siglo XXI el siglo del cerebro, en realidad se quería decir que durante el siglo XXI obtendríamos imágenes del cerebro como jamás las tuvimos antes. Y cuando reduccionistas, naturalistas o como se los quiera llamar y sus adversarios se enzarzaron en disputas interminables acerca de si lo que llamamos “mente” se limitaba a un conjunto de procesos químicos que se producían dentro del cerebro o no, en el fondo, la disputa consistía en si podríamos algún día obtener una imagen de la conciencia o no. 
   El peligro de la imagen, la fuente de todos los males que produce en nosotros, la raíz de todos sus desvaríos, no procede de que la imagen pueda no corresponder con la realidad, pues, como decimos, para nosotros, no hay más realidad que la que produce la propia imagen. El peligro radica en que, bajo su apariencia naïv, bajo su aparente inmediatez, se nos entrega algo constituido y constituido por procesos e intereses que escapan al control de los individuos. La imagen resulta algo obvio porque se la ha fabricado para que así nos lo parezca y no porque en ella exista obviedad alguna.
   Esta semana ha aparecido en la prensa generalista una noticia que muestra bien a las claras lo que estamos diciendo.  En la década de los 90 del siglo pasado se pusieron a punto técnicas para lo que se ha llamado la creación de neuroimágenes. Hasta donde sabemos, las neuronas no acumulan glucosa, así que su funcionamiento depende del aporte de azúcar que pueda realizar la sangre. Seguir los puntos en donde el aporte de sangre resulta más significativo permitiría, por tanto, identificar las áreas del cerebro en funcionamiento para cada tarea. Teniendo en cuenta que diferentes dispositivos de resonancia magnética permiten la localización de los elementos químicos, resultaba bastante fácil crear imágenes del cerebro en funcionamiento. Como consecuencia, las revistas científicas se han ido plagando de imágenes que mostraban al cerebro haciendo esto o aquello, quiero decir, localizando las áreas encargadas de las emociones, los sentimientos, las opiniones políticas, etc. Ha nacido una nueva ciencia llamada neuromarketing, que estudia las áreas del cerebro que se activan ante la presencia de cada producto, cada forma de empaquetarlo, cada manera de anunciarlo. De soslayo, se dejaba caer que más pronto que tarde, en una de estas, nos encontraríamos aquí o allí el santo grial, que uno de estos días, las portadas de los periódicos mostrarían unos colorines sobre la fotografía de un cerebro y alguien podría poner una flechita diciendo: “ahí está la conciencia”. Se subrayaraba con ello la obviedad de que si para matar la mosca en nuestro escritorio basta con un aerosol tóxico, para acabar con la esquizofrenia situada sobre un cerebro cuyas áreas se iluminan de modo distinto al habitual, bastaría igualmente con algún aerosol o comprimido efervescente o, en definitiva, una pastillita que habría que tragarse... Y nos lo tragamos.
  En un artículo publicado el día 12 del presente mes de julio, Anders Eklund, Thomas E. Nichols y Hans Knutsson, han puesto de manifiesto que un número indeterminado de imágenes publicadas sobre las que se ha basado la localización de funciones cerebrales (y que bien podía incluir los 40.000 artículos “científicos” publicados en los últimos 20 años, dicho de otro modo, todas las neuroimágenes que conocemos) contienen errores. Si lo quieren en lenguaje corriente, podríamos decir que la localización de áreas cerebrales encargadas de esto o de aquello se ha realizado al azar. No me resisto a reproducir las palabras con que se abre el artículo en cuestión:
“Since its beginning more than 20 years ago, functional magnetic resonance imaging (fMRI) has become a popular tool for understanding the human brain, with some 40,000 published papers according to PubMed. Despite the popularity of fMRI as a tool for studying brain function, the statistical methods used have rarely been validated using real data. Validations have instead mainly been performed using simulated data, but it is obviously very hard to simulate the complex spatiotemporal noise that arises from a living human subject in an MR scanner”.

domingo, 24 de julio de 2016

Ganar la guerra, perder la paz

   La última entrada en la que escribí sobre África la han leído cuatro personas. Un loco con un camión se busca una excusa para matar a 84 viandantes, el ISIS publica una disparatada reivindicación de la matanza y la noticia ocupa las portadas de periódicos y las declaraciones de dirigentes políticos durante semanas. El mismo ISIS lleva a cabo un atentado suicida contra manifestantes de la minoría hazara en Kabul causando idéntico número de muertos y la noticia no estará en portada más de 24 horas. Un tonto entra con una pistola en un McDonald's de Munich matando a 19 personas y el hecho da la vuelta al mundo. 19 soldados de Malí resultan muertos en el ataque a una base del ejército y la noticia casi pasa desapercibida. Lo malo de nosotros los occidentales no estriba en que no escarmentemos, lo malo es que no tenemos la menor intención de escarmentar. Sólo son noticia los blancos muertos, nuestros muertos. Lo de Niza da miedo, lo de Kabul no me va a impedir bañarme mañana en la playa. Ya se sabe, todos somos humanos, pero unos, nosotros, los de aquí, más humanos que otros. De entre todos los no blancos del mundo se salvan los negros norteamericanos que, aparte de meter canastas increíbles, son asesinados sin reparo por la policía de su país. Entonces, escuchamos la noticia y movemos la cabeza... antes de seguir dejando que nos metan el miedo en el cuerpo con nuestros muertos.
   Afganistán no está al otro lado del mundo, ni lo habitan marcianos con turbante, ni resulta indiferente respecto del día de playa que nos espera mañana. Había sido un país envuelto en el caos desde mediados de los años 70, invadido por la URSS en los ochenta y en guerra civil en los 90 mientras todo el mundo miraba hacia otro lado. Si hemos de creer la versión oficial, de allí salieron los aviones que derribaron las torres gemelas. ¿Solución? Muy fácil, invadirlo de nuevo, esta vez por parte de EEUU. Desde la retirada de las tropas norteamericanas, el país vive, una vez más, una guerra civil, en la que los talibanes no se han hecho con el poder porque el apoyo paquistaní no es tan decidido como en los 90, porque EEUU sigue controlando la situación en la sombra, o porque están esperando el momento oportuno, pero, desde luego, no porque el supuesto gobierno de Kabul controle nada. La matanza del otro día fue la puesta de largo del Estado Islámico en el país, un actor nuevo, con creciente poder, que espanta incluso a los talibanes. Occidente, Estados Unidos, como antes la URSS y antes los ingleses, ganaron la guerra de ocupación, pero perdieron todo lo que vino después olvidando algo fundamental en cualquier conflicto bélico y es que una guerra no termina hasta que se consigue una paz estable. Hubo una época en que Europa estuvo gobernada por gente que lo sabía bien y que forjó reglas duraderas para el juego político. Esa generación desapareció sin haber dejado alguien digno de sus enseñanzas tras de sí. Hace tres años, desde este mismo sitio, confiaba en que François Hollande perteneciera a la vieja escuela. Obviamente no es el caso. Ha seguido el modelo de la nueva generación de políticos que ocupa el poder en EEUU desde los años 50 y que va dejando tras ellos una estela de progresos conseguidos por la fuerza de las armas y perdidos por la ineptitud de la diplomacia.
   La intervención militar francesa en Malí, iniciada en enero de 2013 y que terminó hace ahora dos años, va camino de convertirse en un nuevo fiasco. Formalmente, hay una serie de acuerdos de paz, firmados el año pasado, que, sobre el papel, ponen las bases para el final de la inestabilidad en el norte del país. En la práctica no se ha hecho nada más que crear una serie de puntos en los que ha de producirse la desmovilización de las milicias, pero a los que no ha llegado nadie ni hay fecha para que lo haga. Las familias que huyeron a países vecinos tras los avances islamistas hace cuatro años, siguen esperando en campos de refugiados que alguien les garantice una cierta seguridad. En el terreno un batiburrillo de organizaciones tuaregs, islamistas y simples bandidos, dominan la región sin muchos impedimentos. Las fuerzas leales (es un decir) al gobierno de Bamako, carecen, como siempre, de instrucción, de ánimos y de equipamiento para hacer frente a nadie. En cuanto a las tropas desplegadas por la ONU, bastante hacen con protegerse a sí mismas. Es cuestión de tiempo que la situación se pudra lo suficiente como para que alguien, alguien que a nadie, particularmente a los malienses, le interese que llegue ahí, amenace nuevamente con hacerse con el control total del país. Un día, alguien nacido en Malí o cuyos padres nacieron en Malí, cogerá un camión y arrollará a ochenta personas o tiroteará un restaurante o se hará saltar por los aires a la entrada de un campo de fútbol. Y ese día sentiremos mucho miedo y preguntaremos por qué nuestros políticos no construyeron murallas más altas en nuestras fronteras o por qué no expulsaron a nuestros vecinos. Pero la culpa no será de ellos, será nuestra por llorar las catástrofes en lugar de evitarlas.

domingo, 17 de julio de 2016

Tras la máscara dorada.

   Existe un procedimiento muy habitual entre las empresas farmacéuticas para promocionar un producto a cierto nivel. En esencia consiste en encargarle a alguno de los redactores en nómina la elaboración de una reseña en la que se glosen los estudios que muestran los logros del producto en cuestión. Acto seguido se paga a personalidades del área de investigación de que se trate para que firmen como “autores” de dicha reseña. Por supuesto, lo ideal es contar con algún premio Nobel o galardonado de ese género. Una vez conseguido, se envía el artículo a alguna revista de prestigio. En el supuesto de que los comités de redacción de las revistas médicas fuesen objetivos e imparciales, tendrían dificultades para rechazar semejante escrito. De este modo, el médico que quiere estar por encima de la media e informarse de los nuevos avances, se traga, como verdad científicamente conseguida, lo que no deja de ser una hábil maniobra del departamento de marketing de una empresa farmacéutica. En realidad la cosa va más allá, pues los propios comités de redacción de las revistas médicas son meros apéndices de los departamentos de marketing y las grandes empresas farmacéuticas “colaboran” con  el entramado de fundaciones que se halla tras los premios Nobel. Ciertamente, la firma de un Nobel no se cotiza tan cara como pudiera parecer. 109 de ellos han firmado una carta acusando a Green Peace de “crímenes contra la humanidad”. Causalmente la carta llegó a la redacción de los periódicos el 1 de julio, es decir, en fin de semana y en el inicio del período estival, en el cual las noticias comienzan a escasear y los periódicos hablan hasta del monstruo del lago Ness. La carta es para leerla. Comienza hablando de la urgente necesidad de aumentar la producción de los cultivos a nivel mundial porque, de lo contrario, el crecimiento de la población provocará formidables hambrunas, algo que el muy reaccionario Malthus ya predijo en 1798 como un acontecimiento a la vuelta de la esquina y que, cada vez que se desata una ola conservadora, se nos vuelve a recordar. A renglón seguido y sin más explicación, la muy laureada carta, comienza a hablar de los cultivos transgénicos  y de lo triunfalmente que han superado todas las pruebas de salubridad, de hecho, han conseguido superar semejantes pruebas de un modo casi tan inmaculado como lo hicieron los barbitúricos antes de ser lanzados en masa al mercado, barbitúricos que hubieron de ser retirados de él pues, como se comprobó posteriormente, constituyen una de las sustancias más adictivas jamás fabricadas por la humanidad. Por supuesto, la carta no pierde la ocasión de mencionar el “arroz dorado”, un arroz modificado genéticamente para incorporar vitamina A y salvar a  medio millón de niños al año de la ceguera. De aquí que Green Peace haya cometido un “crimen contra la humanidad”. 
   Que yo sepa, Green Peace no ha asesinado a ningún niño ciego ni ha quemado cosechas de arroz dorado, producto, que dicho sea de paso, sigue en el limbo de las posibilidades, pues aún no se ha comercializado. Todo lo más, se puede acusar a Green Peace de oponerse sin fundamento a él, lo cual, a lo sumo, constituye un delito de opinión, es decir, en un país libre, algo que no es delito. De hecho, la ciencia se supone que funciona porque cualquiera, con independencia de su rango en la disciplina en cuestión, puede argumentar y criticar lo que considere oportuno siempre que justifique sus puntos de vista. Y el punto de vista de Green Peace resulta extremadamente claro, a saber, que el arroz dorado constituye únicamente la cara amable de un proyecto más vasto que consiste en levantar las restricciones para la comercialización de todo tipo de alimentos transgénicos. Detrás de esta cara tan amable está, por supuesto, Sauron, popularmente conocida como Monsanto. 
   Monsanto, la otrora fabricante del “agente naranja” utilizado por los EEUU en Vietnam, ha mostrado una meticulosidad cercana a la paranoia persiguiendo judicialmente a cualquier agricultor que se guardase un puñado de semillas obtenidas de la cosecha para sembrarlas al año siguiente. Sus contratos de venta prohíben explícitamente cualquier intento en este sentido. Obviamente, se encontró con ciertos jueces reticentes a condenar pobres agricultores por estas prácticas, así que inició hace décadas una campaña de patente de cualquier cosa que pudiera introducirse en la tierra y florecer. La llegada de los transgénicos supuso para ellos poco menos que la segunda venida de Cristo y, como es obvio, la empresa tiene actualmente como único objetivo que todas y cada una de las semillas que comercializa acabe siendo producto de una modificación genética.
   Casualmente Monsanto tendrá que afrontar este año un juicio por “crímenes contra la humanidad” en el Tribunal Internacional de la Haya. La razón es que otra de las fuentes de ingresos de la compañía son los herbicidas y pesticidas, algunos de los cuales, como el PCB o el herbicida Lasso, han acabado en la lista de productos agrícolas prohibidos por sus efectos tóxicos en animales y humanos. Efectos, todo hay que decirlo, que parecieron no existir durante el período de testeo “científico” antes de su comercialización. Pero el caso paradigmático es el glifosato, comercializado por Monsanto en exclusividad durante 20 años. Este herbicida es el complemento ideal para todo tipo de cultivos modificados genéticamente... para resistirle. Se creó soja, maíz, algodón, modificados genéticamente, no para evitar que los niños cegaran, sino para evitar que estas plantas muriesen tras rociarlas con glifosato, el cual arrasa con todo lo que no ha sufrido esta manipulación genética. ¿Qué ocurría con las plantas modificadas genéticamente? Muy fácil, todas las pruebas con ellas demostraban su inocuidad para los seres humanos. Ahora bien, estas plantitas venían aderezadas con fuertes cantidades de gliofosato, cuyo potencial cancerígeno fue reconocido por la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC). Para entonces su uso estaba tan extendido que prohibirlo conduciría a una notable reducción de las cosechas, así que la OMS, con los mismos datos “científicos” utilizados por la IARC,  decidió que era “poco probable”, que su inclusión en la dieta pudiera provocar cáncer. A todo esto, la National Academy of Sciences de los EEUU, a la cual, hay que suponer, pertenecen muchos de los firmantes de la carta a favor de los transgénicos, informó en marzo de este año “que no hay evidencias de que los alimentos modificados genéticamente hayan originado aumentos en la productividad”. Dicho de otro modo, nada ha demostrado hasta el momento que la modificación genética de las semillas permita una multiplicación de los alimentos en el mundo, aunque sí está “científicamente” comprobado que producen una multiplicación estratosférica de los beneficios de las empresas que las comercializan. Y es que la salud de los consumidores finales, la biodiversidad, ya saben, los beneficios para la humanidad, no cotizan en bolsa.   

domingo, 10 de julio de 2016

A la tercera va la vencida

   Dicen que las últimas elecciones generales dieron unos resultados imprevistos, dicen que el PP ganó contra pronóstico, dicen que Podemos sufrió su primer fracaso, dicen que el PSOE siguió perdiendo votos, dicen que la desilusión ha caído sobre Ciudadanos, dicen que la situación política ha cambiado radicalmente, dicen que nos hallamos ante un nuevo escenario, dicen que la incertidumbre política continua y dicen y dicen y dicen... La verdad es que cuanto hay que decir, lo dejé dicho ya por aquí. No obstante, para no dar la impresión de que sigo en el mundo de las mentes y los cerebros, voy a recopilar algunas cosas. En primer lugar, ha quedado claro, una vez más, que nuestros políticos saben estar a la altura de las circunstancias y escuchar el clamor popular. La gente pedía cambio, pedía refundar los cimientos de nuestra convivencia democrática, pedía repensar la política, ¿qué han hecho nuestros mandatarios? Muy fácil, aburrirlos. ¿Queréis decidir? Pues elecciones cada seis meses. ¿Queréis cambiar cosas? Pues cambiad vuestro voto. ¿Queréis otra forma de hacer política? Pues juguemos a que no se puede gobernar así. La repetición de las elecciones ha desmovilizado a gran parte del electorado, que se volcó con los partidos emergentes y que ahora los ha dejado en la estacada. El gran perdedor de esta desmovilización ha resultado ser Ciudadanos, al que, poco a poco, sus votantes van conociendo y no les gusta demasiado lo que encuentran. Como ya dije, se trata de un partido de centro derecha con gran predicamento entre los votantes de izquierda, particularmente los más jóvenes. Que apoyaran a nuestra amadíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisima y queridíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisima Sra. Presidenta  de la Junta de Andalucía, mujer y madre, la Susanita, a cambio, literalmente, de nada, ya dejó a más de un votante andaluz con las patitas colgando, pero el correveydile del Sr. Rivera entre Rajoy y Sánchez, constituyó la puntilla. Lo votaron para que hiciera la revolución y él se dedicó a buscar pactos y, por si fuera poco, se puso en campaña con unas fotos electorales que, no sabría muy bien decir por qué, me recordaban a los malos de V de vendetta, el autocriticado cómic de Alan Moore, que alcanzó la fama al convertirse en (pésima) película.
   Pero si a Albert Rivera no se le puede echar la culpa de no ser lo que la gente cree que es, tampoco se le puede echar la culpa a la dirección de Podemos de ser lo que son. Provienen de las facultades de Ciencias Políticas y Filosofía, aspiraban a profesores de universidad, pedirles que supieran que 69 más 2 no da 91, ni 101, ni 215, es pedirles más de lo que pueden dar. Se lanzaron a por el sorpasso y se encontraron con el sorpresazo, el sorpresazo de que han tocado techo, el techo de los 71 escaños, dejándose doscientos mil votos detrás. Cabe suponer, los doscientos mil votos de todos aquellos que votaron de buena fe a IU para acabar viendo a sus concejales tan pringados en el barro como los demás. Las malas noticias no acaban ahí. Algunas federaciones, lejos de perder votos, los han ganado. En concreto, han ganado votos federaciones críticas con la dirección, como ha sido el caso de Andalucía y, muy particularmente, el País Vasco. A mí no me cabe la menor duda de que se trata sólo de una crisis de crecimiento. Esta gente llegará. Se han curtido en las zancadillas universitarias, en las peleas a patadas por una cátedra, en la puñalada trapera de los tribunales de oposiciones y saben lamer sus heridas. Más pronto que tarde serán una alternativa real de gobierno y prometerán salirse de la OTAN, la reforma agraria y la nacionalización de Rumasa, como uno al que ahora le duele la boca de pedir un pacto entre PP y PSOE.
   Lo del PSOE es lo más divertido que he visto desde que acabó la tercera temporada de Silicon Valley. Nuestra Susanita ha obtenido una fantástica victoria “contra el populismo”, que no contra los populares, que se han convertido en la fuerza más votada en la comunidad. Allí donde la crítica contra Pedro Sánchez arrecia, arrecia también la pérdida de votos. Sería para pedirles una reflexión seria si no estuviésemos hablando de políticos. Recapitulemos, fueron la novia de España, con quien todos querían casarse. Eligieron a Albert Rivera por amor y porque fue la única opción que dejó Susanita y ahora sólo pueden optar entre dejar que el PP gobierne en minoría o aliarse con ellos. Si hay terceras elecciones y las críticas contra la secretaría general continúan, puede que, por fin, consigan lo que quieren, no tener que elegir.
   La mayoría de votantes del 26-J llegaron a una conclusión que ya anticipamos aquí y es que nuestro queridíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo y amadíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo Sr. Presidente del Gobierno, Don Tancredo, tiene una gran virtud, una virtud que ojalá hubiese adornado también a todos sus ministros y fuese una virtud común entre nuestros políticos, la de no hacer nunca nada. Durante seis meses hemos vivido sin gobierno y las cosas han ido estupendamente bien. Sería fantástico prolongar esta racha de suerte tres o cuatro años más. Por ello, la mejor opción para Ud. y para mí, para los ciudadanos de a pie, sería un gobierno en minoría del PP. Don Tancredo tendría la excusa perfecta para hacer todavía menos, cualquier ley, cualquier acuerdo, cualquier reforma, tendría que ser consensuada sobre una amplia base y, por si fuera poco, esta situación resultaría muy estable, pues el PP sigue teniendo mayoría absoluta en el Senado, con lo que cualquier disposición en su contra podría ser derribada allí. Por eso me temo mucho que no es ésta una opción que nadie contemple seriamente. De hecho, no le interesa a ninguno de nuestros dirigentes políticos, acostumbrados como están al ordeno y mando. Vamos de cabeza hacia otra pantomima, hacia otro remedo de negociación para convencernos a todos de que necesitamos darle la mayoría absoluta a alguien. Así, al fin, en unas terceras votaciones, el pueblo podrá elegir libremente lo que nuestros gobernantes eligieron para nosotros hace ya algún tiempo.

domingo, 3 de julio de 2016

Europa, año cero

   Me he pasado cuatro entradas viajando por el mundo de las ideas porque cuando me fui no parecía ocurrir nada o, por lo menos, nada nuevo y no me gusta repetirme. Ahora que he vuelto todo el mundo me dice que han pasado muchas cosas, que se han producido acontecimientos históricos y que el mundo ha cambiado. Lo dudo mucho. Verá, si es Ud. español y ya ni se da cuenta de cuando le aparecen canas nuevas, recordará a un torero llamado Curro Romero. Desde que figura en mi memoria era el torero que participaba en más festejos a lo largo del año. Levantaba pasiones, había quien lo amaba y quien lo odiaba, pero entre unos y otros agotaban las entradas en cuanto se ponían a la venta. El día en que a Curro Romero le salían su toro, reventaba la plaza, toreaba como ningún otro. Eso sí, tenía que ser un toro como él quería, cuando él quería y del modo en que él quería, esto es, a lo sumo una vez cada dos o tres temporadas. En la mayoría de las corridas le faltaba brazo para alejar la muleta de su cuerpo, hubo algunas en las que se negó a salir del burladero y en más de una ocasión mató al toro pinchándole en la barriga. Lo habitual es que el paseíllo final lo hiciera entre una lluvia de almohadillas y otros objetos arrojadizos. Cuando me dieron la noticia de que se iba a retirar, pregunté: “¿todavía más?” No he podido evitar repetir la misma pregunta cuando me comunicaron que Gran Bretaña había decidido salirse de la Unión Europea: ¿todavía más? La mayor concesión que han hecho los británicos a Europa fue adoptar el sistema decimal en lo referente a las monedas. Todo lo demás tuvo que contar siempre con la excepción británica, tan apegados a sus fueros y sus costumbres. Cada vez que Europa ha intentado avanzar, aunque sea mínimamente, por el camino de una mayor integración, ha tenido que vérselas con la obstinada oposición británica, cada vez que se ha intentado abandonar el camino marcado por Washington, los británicos han estado ahí para torpedear tales intentos, cada vez que se ha dado un paso ridículo por hacer de Europa algo más que un simple mercado, Gran Bretaña ha mostrado sus garras para defender su insularidad. La única razón por la que ha permanecido hasta ahora en la Unión Europea ha sido porque en ella estaba Francia, su eterno rival y enemigo, con la que le unen odios ancestrales. 
   La Unión Europea constituye el objeto del 44% de las exportaciones del Reino Unido; uno de cada cinco empresarios británicos está dispuesto a deslocalizar su negocio con algo tan simple como saltar el Mar de Irlanda e irse a Dublín; alrededor de 1,2 millones de británicos residen en la Unión Europea, entre ellos más de sesenta mil jubilados en España, y unos tres millones de europeos residen en las Islas, entre ellos el 14% del total de su personal sanitario (unas 130.000 plazas que tendrán que cubrir de alguna otra manera); el viejo truco de operarse en España durante las vacaciones porque en Gran Bretaña el seguro no cubre ese tipo de intervenciones se acaba; problemas zanjados, como la independencia de Escocia, el conflicto de Irlanda del Norte o el estatus de Gibraltar, se reabren ahora con fuerza; el cisma se convierte en el horizonte de los dos partidos mayoritarios, mientras los extremistas del UKIP avanzan; los incidentes racistas de multiplican con objetivos que no se restringen a los ciudadanos europeos, africanos, asiáticos, miembros de la Commonwealth en general se ven ahora afectados, mientras los tabloides sensacionalistas, que tanta culpa tienen de todo esto, callan; han sido los mayores quienes han decidido el destino de sus jóvenes los cuales, por otra parte, no fueron a votar... ¿Estos son los logros que querían conseguir saliéndose de la UE? ¿Esta es la democracia que los británicos quieren defender frente a la burocracia de Europa? ¿la democracia en la que se vota con el corazón y no con la cabeza? ¿la democracia en la que sólo se defiende una de las posturas ante un referéndum porque quien defiende la otra lo hace con la boca pequeña y mirando hacia otro lado para que nadie lo identifique? ¿La democracia de Eton?
   David Cameron, al que no pocos historiadores apodarán “el tonto”, ha dicho algo enormemente sensato: la culpa del Brexit la tiene Europa. Es verdad, la culpa es de Europa, no hemos debido dejar que se fueran, deberíamos haberlos echado en el momento mismo en que Margaret Tatcher paseó su bolso euroescéptico por Bruselas. A ella y no a los húngaros o a los polacos, habría que haberle dicho que ya no hay lugar para fascistas en Europa y que jugase con las reglas de todos o se fuese. No se hizo y hemos llegado a esto. Ahora los británicos quieren irse pero sin marcharse, abandonar la UE pero sin dejar de estar en ella, acceder al inmenso mercado continental pero levantando murallas en sus fronteras. Sí, puede que, después de todo, estemos ante un momento histórico, pero no porque los británicos se hayan ido, sino porque, por fin, el resto de europeos podremos avanzar en la construcción de este proyecto único en la historia llamado Europa. Mucho me temo, sin embargo, que no nos lo van a permitir. Lo que ha ocurrido en Gran Bretaña va a crear toda una escuela de epígonos, de esos que aman las alambradas, las cámaras de vigilancia y las torretas con ametralladoras. Probablemente han descubierto el más terrible secreto guardado en el corazón mismo de nuestras democracias. Y es que, la razón por la cual se permitió que el poder residiera en el pueblo, no radica en la bondad de nuestros gobernantes, ni en el progreso de la razón ilustrada, ni en todas esas excusas que rezuman nuestros libros de historia. Se permitió que el poder residiera en el pueblo porque se descubrió lo extremadamente fácil que es hacer que el pueblo quiera lo que sólo le interesa a unos cuantos, en particular, a unos cuantos políticos que prefieren ser gobernantes en un país arruinado antes que ciudadanos corrientes en un país próspero.

domingo, 26 de junio de 2016

La solución al dilema mente/cerebro (y 4. Conclusiones)

  Probablemente se me estará agradecido si resumo de modo conciso lo que hemos ido detallando en las anteriores entradas de este blog. Recapitulemos pues:
   1. ¿Puede reducirse lo que habitualmente llamamos “mente” a los procesos que ocurren en nuestro cerebro? La respuesta a esta pregunta resulta extremadamente simple: no. Y no porque la filosofía del siglo XX se encerró jugando con un solo juguete, el cerebro, como no lo había hecho la filosofía anterior nunca, ignorando lo más obvio y elemental, a saber, que nuestro cerebro forma parte de un organismo más amplio del cual resulta ridículo aislarlo por mucho que exista una barrera hematoencefálica. Todavía peor, se ha tratado a las neuronas como si tuvieran la exclusividad en lo que se refiere al procesamiento de la información exterior al organismo, exclusividad que de ninguna de las maneras les corresponde. Nuestra actividad psíquica, al menos en lo referido a cuestiones como la adquisición de nuevos conocimientos o el sueño, no viene determinada únicamente por lo que ocurre o deja de ocurrir en las redes neuronales. O si lo prefieren se lo digo de otra manera, parte de los procesos de los que emerge la conciencia vienen producidos por cosas que se hallan fuera de nuestro cerebro. Por tanto, el dilema mente/cerebro desenfoca la cuestión hasta tal punto que mucho más acertado parece el intento de la filosofía anterior a tantos conocimientos neurofisiológicos que hablaba de un alma que tiene que interactuar con un cuerpo, entendido éste como totalidad.
   2. ¿Es sostenible el dualismo alma/cuerpo? De nuevo la respuesta resulta simple: no. Lo que hemos expuesto hasta aquí muestra que la integración entre lo que tradicionalmente se ha llamado “alma” y lo que se ha llamado “cuerpo” alcanza tal nivel que cualquiera de las descripciones que se han realizado hasta ahora desde el dualismo, incluyendo la cárcel del alma platónica, la dualidad de sustancias cartesiana o el paralelismo espinocista, trazan líneas divisorias mucho más drásticas de lo que realmente parece haber.
   3. ¿Puede reducirse lo que llamamos “mente” o “alma” a algún género de proceso biológico? Aquí resulta imprescindible hacer ciertas matizaciones:
   - El primer matiz consiste en que si por “reducir” se entiende convertir algo complejo en el resultado de procesos mucho más simples, volvemos a encontrarnos otra vez con la misma respuesta: no. Todas las redes neuronales construidas para simular procesos cognitivos han demostrado lo mismo, a saber, que los más elementales de tales procesos exigen modelos de una complejidad extrema. Nos quedan, por tanto, dos posibilidades. La primera consiste en mantener el sentido de “reducir” tradicional, como paso de lo complejo a lo simple y mecánico (en lo sucesivo reducir1). En tal caso, todo parece indicar que la reducción1 ha de hacerse no de los procesos mentales a los biológicos sino, precisamente a la inversa, quiero decir, reducir1 los procesos biológicos a procesos mentales, pues éstos parecen mucho más simples y mecánicos que la topología de las redes neuronales. La otra posibilidad consiste en cambiar el sentido de “reducir” que ahora pasará a significar, traducir o, por emplear un sinónimo, replicar algo de extremada complejidad en un sistema igualmente complejo, pongamos por caso, el sistema neuroendocrinoinmunulógico (en lo sucesivo reducir2). De aquí se pasa inmediatamente al siguiente matiz.
   - Si por “proceso biológico” se entiende una molécula, una célula o un conjunto de moléculas o de células a los cuales puedan reducirse1 los procesos mentales, volveremos, de nuevo a responder: no, no se puede producir tal reducción1. Precisamente la integración de los procesos mentales y biológicos que nos hacían rechazar el dualismo, aplicada estrictamente a los procesos biológicos, lleva a rechazar cualquier intento de reducción1 naturalista en este sentido. Ya lo hemos dicho, pensamos porque nuestro cerebro se halla en continua transformación, en un proceso continuo de recreación de sí mismo, tal proceso no puede llevarse a cabo sin citoquinas, las citoquinas son elaboradas por los linfocitos de nuestro sistema inmunitario y nuestro sistema inmunitario viene modulado por su interacción con la flora bacteriana que portamos, ¿de verdad se quiere utilizar una máquina de cortar carne para poner una frontera y decir “hasta aquí llega el mecanismo productor de conciencia, lo demás, no”?
   - Ahora bien, si por “proceso biológico” se quieren entender ciertos rasgos topológicos del sistema neuroendocrinoinmunitario, una cierta trayectoria en el espacio analítico conformado por todos los estados posibles de las neuronas de nuestro cerebro, de los linfocitos de nuestro sistema inmunitario y de las glándulas hormonales (por cierto, esto implica más dimensiones que átomos hay en el universo), o, si le resulta más placentero utilizar metáforas, un cierto ritmo, el resonar de ciertas redes (por no decir cuerdas), entonces, , la conciencia, los fenómenos mentales, el alma, puede reducirse2 a esto. Debo hacer constar, sin embargo, que por aquí nos hallamos mucho más cerca de los “átomos metafísicos” de que hablase Leibniz que de cualquier concepto de “materia” utilizado por los siglos XIX y/o XX porque desde que Einstein, Podolsky y Rosen pusieron de manifiesto que la mecánica cuántica implicaba un entrelazamiento entre las partículas que permanecería más allá de su alejamiento en el espacio, la física ha ido asumiendo que la única explicación de los fenómenos pasa por atenerse a lo que ocurre en los espacios analíticos y no en este espacio que recorremos habitualmente cada día. Si aplicamos semejante modo de proceder a la biología y, más en concreto, al problema de la naturaleza de los seres humanos, nos veremos conducidos a la idea de que la única explicación de nuestra experiencia subjetiva se halla, no en los enlaces entre moléculas orgánicas, sino en los enlaces que se producen en ese espacio analítico en el que aparecen los fenómenos de conciencia y al que o bien calificamos de “real” o bien habremos concluir con Leibniz que lo “real” sigue a lo “ideal”.

domingo, 19 de junio de 2016

La solución al dilema mente/cerebro (3. ¿Sabe su intestino que Ud. existe?)

   ¿Sabe Ud. que Ud. existe? ¿pero lo sabe Ud. o lo sabe su cerebro? ¿o sus neurotransmisores? ¿o sus linfocitos? Y su intestino, ¿sabe su intestino que Ud. existe? Qué preguntas más tontas hago, ¿verdad? ¿Cómo va a saber ese tubo lleno de porquería de su existencia? ¿Cómo puede haber una relación entre la mierda y las facultades intelectuales superiores, el conocimiento, la razón, la conciencia...?
   La filosofía del siglo XX pareció haberse peleado con el mundo. Se mire donde se mire, el mundo resulta descrito como lo ajeno y enfrentado. Realmente no cabe otra manera de entenderlo si se lo hace consistir en una sucesión de imágenes sin número que nos asaltan, nos invaden y nos atropellan. Desde una pantalla, el mundo se muestra como algo peligroso y cruel que espera simplemente que le volvamos la espalda para apuñalarnos. La pre-vención, la pre-ocupación, la necesidad de encerrarse en un horizonte abarcable, constituyen requisitos imprescindibles para habérnosla con un mundo definido por su fractura en una infinidad de mundos inconmensurables, con los que no hay diálogo posible sino, todo lo más, combate. Nada más natural que refugiarse tras alguna empresa de seguridad que proteja nuestros dominios, nada más natural que considerar la principal función de los Estados asumir semejante tarea aunque haya que pagarles con el oro de nuestra libertad. Aún peor, en un mundo unánimemente descrito en tonos tan amenazadores, nuestra identidad se vuelve problemática, pues en el torrente incesante de imágenes que nos avasallan, perdemos la noción de nosotros mismos y se nos escapa con cuál de ellas hemos de identificarnos. Sin embargo, todos estos planteamientos contienen un error en el mismo punto de partida.
   El mundo no nos rodea, no se nos opone ni se nos enfrenta, no se halla delimitado a nuestro alrededor por una frontera, un muro o muralla, no hay línea, horizóntica o no, que lo separe de nosotros. El mundo colabora con nosotros, nos ayuda, nos mantiene vivos, vela por nuestra integridad o, mucho mejor aún, la conforma, nos identifica. Heidegger lo supo ver muy bien, ser significa ser-con, ser-con-nuestra-flora-bacteriana. La simbiosis constituye una característica tan definitoria de los seres humanos como la racionalidad. Nuestra vida resulta imposible sin ella. Hasta un kilogramo de su peso corresponde a su microbiota, más de 2.000 tipos de bacterias que pueblan nuestros intestino, nuestra garganta, nuestra vagina y nuestra piel. Nos protegen de agentes patógenos que podrían invadirnos si ellos no se hallasen ahí, nos dan vitaminas que necesitamos, ayudan a la reabsorción de buena cantidad de agua que se perdería sin ellos y nos proporcionan ciertos ácidos grasos de cadena corta de suprema importancia por motivos que veremos muy pronto.
   La proporción exacta de esa microbiota conforma un rasgo identificativo de cada uno de nosotros como las huellas dactilares y, algo que resulta sintomático, esta huella microbiótica presenta mayores diferencias entre individuos de pueblos pertenecientes a culturas no occidentales que entre occidentales. El capitalismo nos recorta a todos como copias unos de otros también en nuestra flora bacteriana. ¿Se da cuenta? podemos identificarnos por lo que hay en nosotros de ajeno, de extraño, por la cantidad de cosas que no reconocemos como propias y que, sin embargo, nos constituyen. De hecho, el sistema inmunitario ignora lo propio, lo que pertenece al organismo. Aquellos linfocitos capaces de reconocer proteínas del propio organismo, mueren en el timo antes de madurar. Los que se liberan al torrente sanguíneo, se caracterizan por ignorar lo propio y reconocer únicamente lo ajeno, lo extraño. Así preserva nuestra integridad. Se lo digo de otra manera: sólo ignorando aquello que nos pertenece, aquello a lo que llamamos "de nuestra propiedad", podremos mantener nuestra identidad. 
   La alteración de la flora intestinal provoca diarreas y, si persiste, una proliferación de organismos patógenos que conduce a la formación de úlceras y una sucesión de procesos cada vez más graves que pueden resultar letales. El  E. Coli, con diferencia la bacteria más abundante en nuestra microbiota, tiene una cara oscura, pues si penetra en el torrente sanguíneo o adquiere ciertos genes que no están presentes en la mayor parte de la población, puede matar a un ser humano. Entonces el sistema inmunitario sí reacciona contra ella y ferozmente. Mientras las bacterias se mantienen en la luz del intestino, al otro lado de la mucosa o de la piel, sin embargo, las deja vivir tranquilamente. Obviamente hemos llegado a este estado de no beligerancia gracias a un largo proceso evolutivo convergente que nos ha hecho a nosotros más tolerantes hacia estos microorganismos y a ellos menos letales para nosotros. Si nos hallásemos al final de la historia, tendríamos un ejemplo más de cómo la identidad depende de la id-entidad, quiero decir, de la preservación de la entidad de lo otro, del mantenimiento de una relación simbiótica, constitutiva (no de negación, ni de rechazo, ni de exclusión) con lo otro. Pero, en realidad, apenas si hemos comenzado a contar la historia.
   Mencionamos más arriba los ácidos grasos de cadena corta. Datos aportados por diferentes equipos muestran que éstos, aparecidos como resultado de la fermentación que lleva a cabo la microbiota, ejercen un papel modulador sobre las citoquinas. Dicho de otro modo, la microbiota regula el sistema inmunitario. Ratones criados experimentalmente en un entorno que impedía la proliferación de bacterias en sus intestinos desarrollaban atrofia en el timo y un sistema inmunitario deficiente. No resulta extraño, por tanto, que personas con una dieta rica en almidón resistente y fibra prebiótica (que favorecen la actividad de la flora intestinal), reporten abundancia de sueños lúcidos y/o placenteros. Como tampoco resulta extraño que en los pacientes de colon irritable, su intestino perciba el estrés antes que su cerebro. Recapitulemos entonces, nuestro intestino constituye una pieza clave en la creación y mantenimiento de un sistema inmunitario poderoso y el sistema inmunitario garantiza nuestra identidad, además de colaborar en los procesos cognitivos. Así que la pregunta con la que comenzamos podría llegar a tener, efectivamente, cierto sentido. Tal vez nuestro intestino no sepa de nuestra existencia, pero contribuye de modo fundamental en el mantenimiento de nuestra identidad. Ahora bien, la tradición filosófica del siglo XX asignaba a la conciencia, entre otras cosas, el mantenimiento de la identidad personal, aún más, con ningún órgano concuerda mejor la típica metáfora de la conciencia utilizada por los filósofos del siglo pasado, quiero decir, la imagen de una cámara oscura en la que se produce un flujo incesante de imágenes (o de residuos) que con el intestino. ¿Habremos hallado, pues, el asiento biológico de la conciencia?.

domingo, 12 de junio de 2016

La solución al dilema mente/cerebro (2. "A veces veo [antígenos] muertos")

   Los neuroinmunólogos suelen denominar con cierta guasa al sistema inmunitario “el sexto sentido” ya que, efectivamente, funciona como un órgano sensorial que recoge información acerca de lo que no vemos, oímos, tocamos, paladeamos ni olfateamos. Procesa esa información y envía sus resultados, o las órdenes que tal procesamiento le lleva a tomar, al cerebro. Sin embargo, si uno sigue con cierto detenimiento las explicaciones científicas, podrá apreciar cómo en ellas, cosa bastante habitual, el énfasis se sitúa en su capacidad para percibir lo que no se ve. Por tanto, más que con un sexto sentido, resulta apropiado compararlo con el “tercer ojo”, ese ojo espiritual que el hinduismo situaba en el entrecejo y al que las versiones más new age no dudan en hundir hasta convertirlo en la epífisis, una vez más, la glándula pineal.
   El funcionamiento del sistema inmuntario implica la posesión de una sabiduría milenaria, de una especie de "verdad perenne" acumulada en nosotros por el proceso evolutivo, que incluye el reconocimiento de nuestra identidad, la capacidad para separar lo propio de lo ajeno, precisamente lo que solemos identificar como característico y definitorio de la conciencia y que aquí podemos ver aflorar (en directa relación pero) de modo independiente respecto de lo que se considera “actividad cerebral”. Del sistema inmunitario, como del tercer ojo, se afirma que tiene la llave del mundo interior y, aún más, de cómo lo percibimos, porque actúa como un distribuidor de las potencialidades del organismo. De hecho, si queremos ser materialistas y reducir toda la complejidad del sistema neuroendocrinoinmunológico a la pueril determinación de un La Mettrie, llegaremos a la inevitable conclusión de que a nuestro tercer ojo (tanto tiempo considerado la quintaesencia de lo espiritual) le corresponde determinar cómo percibimos, por ejemplo, si los estímulos externos nos van a resultar apetecibles o no, pues como ya dijimos, la “conducta de enfermedad” implica pérdida del apetito nutritivo y/o sexual.
   Insistiendo, como hizo la filosofía del siglo XX, en buscar las bases cerebrales de la mente y, en consecuencia, en identificar la conciencia con algún estado, proceso o área de nuestro cerebro, lograremos extraer de los resultados de la neuroinmunología cosas verdaderamente chocantes, porque el sistema inmunitario, como el esotérico tercer ojo, ve sin que lo vean, percibe lo que queda más allá de los sentidos, conduce a reinos interiores y, hemos de concluir inevitablemente, a nuevos estados de conciencia. De hecho, si tenemos en cuenta que hablamos de una conciencia no localizable ni identificable con el cerebro, a una conciencia difundida por todo nuestro organismo o bien, a una conciencia difusa, nos hallaríamos, en términos del siglo pasado, ante la famosa conciencia expandida o bien, ante "estados alterados de conciencia". Aún más, esta conciencia alterada, este estado expandido, lejos resultar el producto místico de experiencias suprasensoriales, constituye la base misma de la actitud natural. Cada día, en cada momento, nos hallamos en tal estado. Por contra, la conciencia producto, exclusivamente, de un mecanismo neuronal, la conciencia suspendida de cualquier contacto con la realidad por una decisión metodológica, aparece ahora como lo raro, lo alterado, lo carente de base empírica alguna que lleve a suponer su existencia.
   El conocimiento de que hace gala el sistema inmunitario parte de la pura empirie, nada hay en el sistema inmunitario que no provenga de la experiencia... salvo el sistema inmunitario mismo. Por una parte, produce inmunoglobinas de varios tipos con una región, la denominada Fab, extremadamente variable de unas a otras incluso dentro del mismo tipo o, dicho de un modo resumido, el sistema inmunitario produce millones de anticuerpos diferentes por un proceso de generación al azar que circularán por el organismo hasta que encuentren (o no), algo ajeno que puedan reconocer. Por otra parte, la experiencia o, si se quiere, la tactación directa de las toxinas y superficies proteínicas de virus y bacterias, dirige toda su reacción. Ahora bien, esa experiencia no se almacenará en cuanto tal, se almacena la modificación que causó en el sistema inmunitario, el modo en que lo alteró. Dicho de otro modo, reconocemos las cosas porque tenemos categorías previas a la experiencia, pero estas categorías no viven en el reino de las ideas de Platón, ni las ha engendrado el uso puro de la razón, ni constituyen ideas innatas puestas en nosotros por Dios, se hallan presentes desde poco después de nuestro nacimiento y deben su existencia al azar. Que acaben coincidiendo con algo que encontremos o no resulta una mera cuestión de combinatoria y probabilidad. Aún más, si hemos de seguir empleando los viejos pelucones que el siglo XX utilizó como conceptos, habremos de decir que el sistema inmunitario proporciona conocimientos y experiencias que vienen de fuera de la mente, de hecho, nos saca de ella. De modo que: sí, puedo percibir el mundo desde fuera de mi cerebro; sí, puedo tener un contacto con el mundo previo e independiente al lenguaje; sí, puedo crear una imagen especular de la realidad no condicionada lingüísticamente; y sí, hay una fuente de conocimiento estructuralmente idéntica en todos los seres humanos salvo pequeñas regiones que nos hacen a cada uno de nosotros diferente de los demás pero que en todos funciona exactamente igual. Todavía mejor, realizamos cotidianamente todas estas cosas que la filosofía del siglo XX se emperró en calificar de imposibles. En este sentido, el sistema inmunitario nos enseña que la resolución de los problemas no viene por el análisis lingüístico, ni por ningún género de refutación y mucho menos, por quedarnos escuchando la voz de algún papanatas que se nos presente como el ser. El camino que conduce a la resolución de los problemas pasa por trascenderlos, quiero decir, cambiar el marco en el cual se desenvuelven, por ejemplo, cambiando la fórmula leucocitaria, cambiando el ritmo normal del cuerpo, cambiando su temperatura, cambiando el nivel de inflamación del tejido... “De otro modo” y nunca “más” se llama el camino que conduce a solucionar los problemas. O, si lo prefiere, lo puedo explicar un modo diferente: el sistema inmunitario resuelve los problemas transformándose en otra cosa.

domingo, 5 de junio de 2016

La solución al dilema mente/cerebro (1. Hay chica nueva en la oficina)

   Hay chica nueva en mi oficina y me tiene embelesado o, por decirlo de otro modo, tengo un juguete nuevo. Se llama neuroinmunología, aunque en realidad esto es una abreviatura, su nombre completo es neuroendocrinoinmunología. Si dijera que trata de las interacciones entre el sistema inmunitario y el sistema nervioso, con frecuencia, gracias a la intermediación del sistema endocrino, no estaría aclarando mucho las cosas. Propiamente, la neuroendocrinoinmunología considera que sistema inmunitario, sistema endocrino y sistema nervioso conforman uno y el mismo sistema, dividido a efectos de facilitar su estudio, pero a los que no separa ninguna barrera real.
   Vamos a comenzar por una experiencia corriente. Ud. come un alimento en mal estado y al cabo de unas horas lo vomita. “Me ha sentado mal”, es la explicación habitual. Parece simple y no lo es. El reflejo del vómito está controlado por el sistema nervioso central, más en concreto por el bulbo raquídeo. Por tanto, para que se proceda al vaciado del estómago es preciso que llegue a esta zona la información pertinente. Ahora bien, ¿quién envía dicha información? El primer sospechoso es el estómago, pero hay motivos suficientes para descartarlo. El estómago es poco más que un saco en el que vierten sus contenidos diversos órganos, apenas un ensanchamiento del tubo que nos constituye. Nada hay en él capaz del procesamiento de información que se requiere para enviarle señales a nuestro sistema nervioso central. Candidato mucho más apropiado es el sistema inmunitario que, desde luego, sí tiene una poderosa capacidad de análisis de información sobre todo lo que se le presenta, sabiendo distinguir lo propio de lo ajeno y lo tóxico de lo inocuo. Es por tanto el sistema inmunitario el que, al descubrir una fuerte concentración de toxinas en el alimento en cuestión, da la orden al sistema nervioso central para que proceda a su inmediata evacuación. Quiero resaltar lo que he dicho, poseemos un poderosísimo sistema de procesamiento de información y toma de decisiones, distinto de nuestro cerebro, capaz, en determinadas circunstancias, de dar órdenes que éste, nuestro cerebro, se limita a ejecutar.
   Hasta aquí no hemos mencionado nada verdaderamente relevante, nos hemos limitado a poner el acento en algo en lo que no se suele colocar, que somos un organismo (en realidad somos muchos organismos) y, como tal, es lógico que entre las partes que nos componen se produzcan interacciones. Vamos a poner, pues, otro ejemplo procedente de la experiencia cotidiana, esa somnolencia, ese sopor, que suele causar en nosotros la enfermedad. Todos lo sabemos, en cuanto pillamos un catarro o una gripe, por hablar de enfermedades frecuentes, por una parte, se nos cierran los ojos a la menor ocasión, pero, por otra, dormimos mal, dando vueltas, con pesadillas más que sueños. Nuevamente, es normal, pero ¿por qué ocurre esto y no cualquier otra cosa? 
   Las citoquinas son definidas habitualmente como las moléculas encargadas de transmitir información entre las células del sistema inmunitario. Al menos tres de ellas, la IL-1β, la IL-6 y el factor de necrosis tumoral (TNF-α) alteran el sueño, provocando, precisamente, somnolencia y disminución de la fase REM. Así que, cuando el sistema inmunitario reacciona ante la presencia de un agente invasor, comienza a secretar grandes cantidades de tales citoquinas que afectan al cerebro, el cual pierde capacidad para concentrarse y provoca lo que se denomina “comportamiento de enfermedad”. La única forma de que todo ello se produzca es porque las células de nuestro tejido nervioso tienen receptores para las citoquinas. 
   Hasta aquí tampoco hemos ido tan lejos. Que la enfermedad afecte el funcionamiento del cerebro es, en realidad, lo único que recuerda a un argumento de todo lo que se recoge en ese famoso libro que tan pocos han leído llamado El hombre máquina. Pero, claro, es que aquí no termina la historia. Los neuroinmunólogos han demostrado que nuestro cerebro no se limita a recibir citoquinas, las produce, es más, los linfocitos del sistema inmunitario tienen receptores para los neurotransmisores y, por si fuera poco, existen terminaciones nerviosas en diferentes órganos del sistema linfoide en estrecho contacto con células T y macrófagos. Eso explicaría un curioso experimento llevado a cabo por Aden y Cohen en 1975. Básicamente consistía en darle a los sujetos una sustancia azucarada acompañada por un inmunosupresor. Tras unos días, bastaba con administrarles la misma sustancia azucarada para que pudiera detectarse un debilitamiento de su sistema inmunitario aun en ausencia del inmunosupresor. También estaríamos ante una explicación de lo que han descubierto Velázquez, Rojas, Esqueda, Quintanar y Jiménez, a saber, que la deprivación de fase REM del sueño (exclusivamente de la fase REM), debilita significativamente el sistema inmunitario (*) . Lo que ya no explica tanto es que cuando se procede a extraerles linfocitos a los ratones éstos pierdan habilidades cognitivas, habilidades que, por otra parte, recuperan en cuanto se les reinyectan sus linfocitos (**). Probablemente eso está relacionado con la presencia de células T del tipo CD4 y la alta concentración de la citoquina que éstas producen, la IL-4, en las zonas del hipocampo en las que se lleva a cabo la neurogénesis como consecuencia del aprendizaje. Aunque todavía no se sabe qué tienen que ver las citoquinas con la neurogénesis se ha demostrado que puede haber neurogénesis en ausencia de neurotransmisores. 
   Por cierto, ¿han sacado ya la consecuencia lógica de la interrelación del sistema inmunitario y el cerebro vía sistema endocrino? ¿no? Pues es muy fácil, que el órgano privilegiado de intercambio de información entre sistema inmunitario y sistema nervioso central es la glándula pineal en la que Descartes señaló que se producía la interacción del cuerpo con el alma.


   (*) Véase: J. Vázquez Moctezuma, J. A. Rojas Zamorano, E. Esqueda León, A. Quintanar Stephano y A. Jiménez Anguiano, "Selective REM Sleep Deprivation and Its Impact on the Immune Response", en S. R. Pandi-Perumal, D. P. Cardinali, y G. P. Chrousos,-Eds.- Neuroimmunology of Sleep, Springer, N. Y. 2007,  pág. 170.
   (**) Véase, por ejemplo: Kipnis et al. (2004) y Brynskikh et al. (2008)


   P. D. Cuando escribí el texto del que saldría esta entrada, un artículo en papel y otras cosas, ya tuve la impresión de incurrir en una provocación al llamar al estómago "apenas un ensanchamiento del tubo que nos constituye". Desde luego pensaba en él más que como un mero "saco", quizás porque recordaba a Nietzsche y su afirmación de que pensamos en función de lo que comemos. Aunque no lo juzgo importante para el razonamiento subsiguiente, sí quiero anotar que a fecha de hoy, 23 de noviembre de 2016, he tomado conciencia de hasta qué punto lo he denigrado refiriéndome a él de semejante manera. Tenemos los mamíferos una cosa llamada Sistema Nervioso Entérico, que consiste en una envoltura neuronal del sistema digestivo, desde el esófago hasta el colón. Lo forman más de cien millones de neuronas (sí, ha leído bien, neuronas), que controlan todos los aspectos de la digestión, pero que tiene, además, la capacidad de recordar y aprender, hasta el punto de que los neurogastroenterólogos se refieren a él como el "segundo cerebro".

domingo, 29 de mayo de 2016

Venezuela

   Venezuela es uno de esos países que, si no existiese, habría que inventarlo. Puesto que el capitalismo es incapaz de mostrar una cara agradable ni siquiera cuando sonríe, necesita todo tipo de monstruos que se digan alternativas a él, para convencer a los indecisos. Esto lo sabe cualquier régimen comunista: no hay nada como una masacre de la propia población, convenientemente divulgada fuera de las fronteras, para que los adalides de las libertades democráticas te dejen en paz. Fue el caso de Stalin, de Mao, de los jeremes rojos y más recientemente, de Corea del Norte, muestra palpable de que la única alternativa real que permite el capitalismo es la monarquía absoluta. Si en algún momento se intenta crear algo que difiera de ese modelo, rápidamente es abortado, mientras que la formación de una Casa Real recibe pronta bendición, como la que Obama ha ofrecido a los Castro. Pero me estoy alejando del tema.
   El tema es que, definitivamente, la situación en Venezuela ha pasado a formar parte de la campaña electoral española. La prensa de una y otra dirección cacarea con orgullo las desgracias que viven los venezolanos como amenaza de lo que ocurre cuando se acaba votando por partidos políticos ajenos al reparto de cromos tradicional. En Egipto, en Eritrea, ocurren cosas peores desde hace años sin que merezcan un titular ni por equivocación. Pero Venezuela, sí. Puntualmente se nos informa de lo que ocurre allí. O, lo que es lo mismo, puntualmente se nos desinforma. Porque la desgracia real es que en Venezuela no ocurre nada que no haya ocurrido desde la fundación del país. El desabastecimiento y la violencia política no son un invento del chavismo, son tan antiguos como la propia república venezolana, donde encarcelar a los opositores casi es la forma habitual de hacer política. 
   Venezuela es uno de esos países que tiene el petróleo como condena. Desde la fundación del Estado moderno, digamos que a principios del siglo XX, todo el poder político y económico quedó en manos de unas cuantas familias que lo administraban como si fuese una herencia. El resto de venezolanos veían el banquete desde lejos, esperando que los grandes nombres se levantaran de la mesa para poder recoger las migajas. A veces se nombraban testaferros para que desempeñaran los cargos públicos y la cosa no fuese demasiado evidente y a veces había que recurrir a algún general o coronel que restaurara los intereses familiares, pero, al final, todo quedaba en casa. El 31 de octubre de 1958 se firmó el Pacto de Punto Fijo por el que los partidos con mayor representación parlamentaria pasaban a formar parte proporcional del gobierno, quedando excluido el Partido Comunista de Venezuela, en una especie de institucionalización de lo que en Italia se hacía por acuerdos ad hoc después de la constitución de cada parlamento. En la práctica el sistema venezolano consagró un bipartidismo que socialmente permitió el enriquecimiento de unos pocos mientras la mayoría vivía al albur de la situación económica mundial, bien cuando ésta iba bien y mal en cuanto comenzaba a ir regular. Siendo uno de los principales productores de petróleo del mundo, Venezuela llegó a acumular una deuda externa de mareo que hizo al país someterse a los dictados del FMI, cosa que todos sabemos lo que supone para el ciudadano de a pie. Y así llegamos a finales del siglo XX.
   La tragedia de Venezuela no fue la llegada al poder de Hugo Chávez, la tragedia de Venezuela es que la llegada al poder de Hugo Chávez fue vista por amplias capas de la población como una señal de que se hallaba cercana la época en que, por fin, se haría justicia social o, al menos, justicia histórica. Para todos los venezolanos que del petróleo no habían recibido más que la subvención de la gasolina, para todos los que divisaban el juego político desde lejos, para quienes no tenían la misma proporción de sangre española que Bolívar, Hugo Chávez era un giño a su dignidad, era la autoconciencia a caballo o, mejor, sobre un tanque. Su efecto fue inmediato y rápidamente catalizó movimientos análogos en Bolivia y Ecuador, había llegado la hora de que los desposeídos en general y las poblaciones autóctonas en particular, adquiriesen la categoría de ciudadanos. Chávez abrió espacios para la reflexión en las otrora machacadas (muchas veces literalmente) universidades venezolanas, creó programas de  ayuda y desarrollo social e hizo que una parte de los beneficios del petróleo fuera repartido entre las capas más populares del país. Todo ello lo envolvió en una bonita palabrería acerca del Socialismo del Siglo XXI, el bolivarianismo y el patriotismo latinoamericano. Apenas que uno escarbase un poco en todo aquello no encontraba más de lo que ya encumbró a Perón y los suyos. La praxis política de Chávez tampoco fue muy diferente de sus antecesores, reformó el sistema político a su antojo y conveniencia, nacionalizó (otra vez) Petróleos de Venezuela y ejerció la violencia política contra los opositores, todo dentro de la más rancia tradición de la política venezolana. En cuanto al “Socialismo del Siglo XXI”, significó lo que siempre ha significado la palabra “socialismo”: repartir lo que sobre de la tajada que yo me voy a llevar. Y, por encima de todo, su ideal político, como el de cualquier venezolano que se precie, nunca fue la Cuba de la que tantas cosas bonitas decía, sino las monarquías del Golfo, regímenes totalitarios en los que las familias reales otorgan a la población la gracia de vivir de sus dádivas. De la “grandeza” real del personaje da cuenta que hizo lo que ya había hecho el emperador romano Tiberio, nombrar para sucederle a alguien mucho peor que él con el objetivo de que todo el mundo lo echase de menos.
   Nicolás Maduro sólo heredó de Chávez el chándal de colorines chillones. Con una cámara en la que aún conservaba un buen número de asientos, con una oposición unida exclusivamente por su rechazo al chavismo y conservando las estructuras de poder que le dan un régimen presidencialista, hasta Hugo Chávez hubiese sabido maniobrar para fracturar a la oposición y tomarse la revancha en las próximas elecciones. Pero Maduro es incapaz de otra argucia política que no sea la embestida y, al fin, los benjamines de las familias que siempre mandaron en Venezuela como si su cortijo fuese, representan la gran esperanza democrática de una ciudadanía a la que sólo cabe desearle que no le ocurra nada peor de lo que ya les ha pasado, que no ha sido poco.    

domingo, 22 de mayo de 2016

Mapas

   Vivimos una de esas etapas en las que todo parece empantanado, estamos a la espera de que ocurra algo, no se sabe muy bien qué y los periódicos no hacen más que repetir una y mil veces las mismas noticias, apenas sazonadas por nuevos matices. La ultraderecha avanza, el ideal de Europa se derrumba, siguen llegando refugiados y, en España, todo el mundo está en campaña aunque nadie quiera reconocerlo y ni siquiera hacerla. En épocas de este tipo, no hay nada como sacar a pasear viejos fantasmas. Uno de los más jugosos es el de Mercator. El pobre hombre se propuso, nada menos, que diseñar un mapa que permitiera, además de la proeza de proyectar en una superficie lisa una esfera, dibujar las trayectorias de navegación con líneas rectas. El procedimiento fue ingenioso, imaginar la tierra como un globo en el interior de un cilindro para después abrir ese cilindro y mostrar las marcas dejadas por aquélla. La tarea era realmente compleja y al bueno de Mercator le llevó tanto tiempo que la realización de su atlas tuvo que culminarla su hijo. No obstante, nos legó lo que hemos entendido como el mapa del mundo en los últimos cuatrocientos años. Hay que tener muy claras varias cosas respecto de él.
   La primera es que Mercator, como buen europeo, nunca dudó de que Europa debía estar en el centro del mundo. Esta es una constante de todos los pueblos que ha habido en la historia. Más allá de sus respectivas lenguas, de sus culturas y los diferentes adornos con que engalanaban sus cuerpos, todos estaban de acuerdo en que su país ocupaba el centro del mundo. Los mapas griegos ponían a Grecia ahí, los babilónicos a Babilonia y, ¿adivinan quién ocupaba esa posición para los chinos? Como mucho, algunos mapas medievales pusieron a Jerusalén en el centro, lo cual, dado que es la ciudad sagrada de tres religiones, casi se puede considerar una reivindicación del multiculturalismo. Ahora, sin embargo, está muy de moda acusar a Mercator de eurocéntrico, colonialista y no sé cuántas cosas más cuando, al fin y al cabo, Mercator no hizo lo que sí hicieron muchos pueblos con anterioridad a él, dejar fuera de sus mapas a tal o cual vecino con el que no se llevaban demasiado bien. Sí es verdad que su proyección distorsiona los tamaños de los países, pero no lo hizo para perjudicar a nadie, simplemente en el sistema proyectivo empleado cuanto más alejados están los países del ecuador, más grande parecen. Benefició a Europa, es cierto, pero la gran beneficiada realmente fue Groenlandia, por la que dudo mucho que tuviera alguna preferencia política. Recuerdo que de pequeño me fascinaba ese inmenso continente blanco, tan grande como África y que pertenecía a un diminuto país llamado Dinamarca. Siempre me pregunté cómo se las apañaron los daneses para conquistar y explorar, ellos solitos, el África del Norte. Mi padre me explicaba que era sólo el efecto de la proyección y me enseñó otras proyecciones más realistas, pero eso no hacía sino sumirme en una confusión aún mayor, la de cuál era la mejor. 
   Ser adulto consiste, en buena medida, en darse cuenta de que  no hay nada “mejor” en términos absolutos, simplemente hay cosas mejores para ciertos fines. A Mercator, desde luego, le han salido muchos competidores. Hay mapas que corrigen su proyección, los hay que adoptan otras, los hay que colocan el Pacífico en el centro, dejando a Europa y, más concretamente a España, en un rincón del mundo, o la ahijada por la ONU que hace del polo norte el centro, discriminando a los pobres pingüinitos del sur, que ni siquiera parecen tener una tierra en la que asentarse. Las entrañables discusiones que cada una de ellas genera suele ocultar el punto central, a saber, que no hay manera de traducir lo que ocurre sobre un esferoide achatado en dos dimensiones sin distorsionar algo. Dicho de otro modo no debemos confundir los mapas con el territorio, por mucho que lo configuren. Los mapas tienen valor porque permiten traducir, por ejemplo, lo esférico y tridimensional en un plano y esa traducción funciona para los fines propuestos. No se trata de reflejar la realidad, se trata de orientarnos, de posibilitar la identificación de los elementos que van surgiendo al paso. Por tanto, sólo podrá hablarse de su eficacia si nos permiten recorrer una y otra vez el camino que lleva desde ellos al territorio, para así irlos retocando permanentemente. Se trata, en verdad, de una tarea sin fin, pues la tarea de la identificación no acaba jamás. Nos identificamos con los mapas en el doble sentido de que reconocemos en ellos nuestra posición en el mundo y de que lo que llamamos “identidad” proviene de la constancia de ciertas distancias. Por eso, porque constituye un requisito imprescindible de todo mapa el mantenimiento de ciertas distancias constantes, resulta clave caracterizar sus dimensiones. Un mapa no puede hacerse con cualesquiera dimensiones, hay que realizar una selección adecuada sobre la amplia variedad de dimensiones posibles y esa selección se hace en base a lo que sabemos, quiero decir, todo mapa dispone sobre una superficie una serie de conocimientos. Pero hace tiempo que hemos dejado de hablar de Mercator...

domingo, 15 de mayo de 2016

El nacimiento de una asignatura.

   La enorme preocupación e interés de nuestras autoridades por la educación se demuestra en el hecho de que, quienes tenemos que materializarla, nos enteramos por las editoriales de lo que enseñaremos dentro de cuatro meses. De entre todos los libros de texto, cuadernos del alumno y del profesor y papelajos varios que han colapsado las salas de profesores de los centros educativos estos días merecen especial mención los referidos a una nueva asignatura, que le robará horas a la Física, la Química, la Historia y antiguallas semejantes. Se le dan diversos nombres haciendo combinatoria con los términos “cultura” y “emprendedor” (por ejemplo, “Cultura Empresarial y Emprendedora”) y se va a impartir en todos los niveles educativos, es decir, la sufrirán alumnos/as desde los 12 a los 18 años. Se insinúa, ya de entrada, que las elevadísimas tasas de paro de nuestro país son culpa (como todo) de una educación que no prepara para el mundo laboral. Afortunadamente, los españoles tenemos un ministerio que vela por suplir las deficiencias de sus funcionarios y, para ello, nada como una misma asignatura, repetida seis años consecutivos, con el objetivo, de: 
“preparar a los jóvenes y las jóvenes para una ciudadanía responsable y para la vida profesional...Se trata de impulsar y fomentar la cultura emprendedora en todos y cada uno de los niveles y ámbitos, de forma que en cada uno de ellos se prepare a alumnos y alumnas para adquirir un perfil emprendedor, innovador y creativo, independientemente del nivel máximo de estudios que alcance. Todo ello sin olvidar los aspectos más concretos relacionados con la posibilidad de creación de un negocio propio o de ser innovadores o "intraemprendedores" en su trabajo dentro de una organización. La competencia "sentido de iniciativa emprendedora y espíritu emprendedor", asociada a esta materia, incide no solo en la pura actividad económica sino en la contribución a la sociedad por parte de los individuos, la inclusión social y el aseguramiento del bienestar de la comunidad”.
   Una vez leí la orden de alistamiento de mi padre y su posterior licencia del servicio militar. La primera, recibida en 1936, cuando tenía 17 años, le conminaba a presentarse en la caja de reclutas bajo la amenaza explícita de ser fusilado. La segunda, loaba su “voluntaria adhesión al glorioso alzamiento nacional desde los primeros días”. Después de aquello suelo echarme a temblar cuando aparecen palabras grandilocuentes en los documentos oficiales, esconden amenazas terribles.
   La primera cosa que llama la atención de esta asignatura es que nunca se le pide a los/as alumnos/as que recurran a la experiencia laboral de sus padres o, no menos importante, las declaraciones de los emprendedores y sus asociaciones. Al fin y al cabo ahí se halla el primer contacto de cualquier joven con el mundo laboral. ¿Por qué no se empieza con lo más inmediato para los/as alumnos/as como se exige hacer en otras asignaturas? ¿Porque se teme que los alumnos/as vuelvan a oír en clase lo que ya oyen en casa, la opinión de los trabajadores acerca de los “emprendedores”? ¿Porque se le tiene pánico a que descubran que las asociaciones de empresarios están en contra de las (nuevas) elecciones? ¿Porque no se quiere que descubran la prisa que se han dado los “emprendedores” por aterrizar en un mercado tan rico en “cultura empresarial” como Cuba ni sus motivos? ¿O tal vez son las razones para la proliferación de asociaciones de “emprendedores” las que no son conveniente divulgar? Lo más probable es que no se quiera acercar al aula a nadie que sea capaz de decir lo que dijo el sin par “líder emprendedor” (por cierto, educado en el Libro rojo y no en estas zarandajas) Fernando Zhou, presidente de la Asociación de Empresarios Chinos en Valencia-España: “con despido gratís se trabajaría más” (El País, 6-XII-2012).
   En vez de acercar a los jóvenes a la realidad del mercado laboral, lo que puede encontrarse en los libros de texto de la nueva asignatura es otra cosa. Se les van a enseñar vagas generalidades del tipo de que “el siglo XXI se va a caracterizar por grandes cambios” (cosa que jamás ha ocurrido en ningún otro siglo). Se les va a explicar que si María suspende su examen es porque no ha estudiado lo bastante, induciéndoles a la conclusión de que si alguien está en paro es porque no ha trabajado lo bastante. Se les va a convencer de que la inteligencia (emocional) está relacionada con la iniciativa personal y que, por tanto, la falta de obtención de crédito para un proyecto es culpa de la incapacidad expositiva de quien lo presenta, no del pánico que provoca en cualquier banquero la palabra “nuevo”. Se les va a inculcar que las empresas buscan trabajadores proactivos, con capacidad de emprender, autónomos, dotados de liderazgo y no quien esté dispuesto a trabajar más horas de las que estipula su contrato por el mismo dinero. Se les va a desorientar con la idea de que los emprendedores pueden surgir de cualquier estrato social, para que tarden lo más posible en darse cuenta de que los contactos familiares son el paso necesario para el inicio en cualquier negocio que se desarrolle en este país. Se les va a adiestrar en el relleno de la solicitud, digamos, de una licencia municipal para la apertura de un local de comida basura, sin aclararles cuáles son los dos trámites imprescindibles: colocar como encargada a la sobrina del alcalde y meter 10.000€ en un sobre para el concejal de turno. Se les van a proyectar inocentes fábulas como El gran salto y, desde luego, nada tan próximo a la realidad como El lobo de Wall Street. Y, por supuesto, se les guiará mediante un cuidadoso análisis de vidas ejemplares que les mostraran las virtudes que adornan a los emprendedores exitosos, obviando que los mejores de ellos, como Henry Ford o Steve Jobs, hubiesen merecido en otro tiempo el calificativo de negreros y sin que nadie mencione, ni por asomo, que tales virtudes también adornaron y, en ocasiones, mucho más, a tantos otros que se quedaron en la cuneta. Un día, estos jóvenes serán de verdad emprendedores y descubrirán que "buen empleado" no significa tener capacidad para innovar, como decía su libro, significa "el que no roba más de lo normal".
   Hace un tiempo, cuando a Savater lo escuchaban con atención en el PSOE, convenció a su jerarquía de que “ciudadano virtuoso” y “votante de la izquierda” eran sinónimos. Así nació la asignatura “Educación para la ciudadanía” y, de hecho, “ciudadanía” se convirtió en una etiqueta pegajosa, adherida a viejas y nuevas asignaturas, hasta el punto de que faltó poco para que hubiera unas “Matemáticas para la ciudadanía”. La polvareda que se levantó fue de aupa. Se acusó a los socialistas de indoctrinar a tiernos infantes obligándoles a aprobar una asignatura “ideológica” porque en algunos libros de texto de la misma se afirmaba que existen diferentes tipos de familia o que hay que ser tolerantes con todo el mundo, incluyendo a los homosexuales. Mientras el barullo crecía, en las aulas reinaba el silencio, los/as alumnos/as se aburrían mortalmente teniendo que estudiar cosas como los Derechos Humanos y su génesis. Pues bien, ahora tenemos entre manos una asignatura puramente ideológica, se va adoctrinar a nuestros jóvenes en la mitología oficial. Pero, a diferencia de lo ocurrido hace unos años, no hay discusión, no hay polvareda, no hay nadie que se rasgue las vestiduras. La razón es que esta nueva asignatura es el prototipo de lo que nuestros políticos (los progresistas y los otros) quieren para los jóvenes: algo alejado de los hechos, de la verificación, y de los razonamientos, algo firmemente asentado sobre paparruchas y mentiras. Hay que repetir seis veces, hasta convertirla en una verdad asumida por todos, que quien se halla en el paro es por su incapacidad emprendedora, no porque el paro sea un elemento estructural del capitalismo con la finalidad de mantener los salarios a nivel de subsistencia; que lo mejor que se puede hacer por la sociedad es medrar; que no hay aspecto de la vida humana que no caiga bajo el concepto de mercancía o de los preparativos para fabricar o vender una; que cualquier modo de pensar más allá de la pura lógica capitalista, es una hidra a la que se debe erradicar de la faz de la tierra.