jueves, 29 de septiembre de 2011

Paisajes otoñales

   Recuerdo una novela, de autor ruso contemporáneo, que narraba el ascenso de un botarate a la cúpula de una organización mezcla de agencia publicitaria, secta y mafia. En su escalada, descubría que los personajes de la actualidad social, cultural y política eran, en realidad, el producto de unos buenos guiones y sofisticadísimas técnicas de animación. La totalidad de imágenes de los telediarios procedían de ahí, desde la visita a un hospital del Jefe de Estado, hasta los atentados en Chechenia. La cosa se complicaba porque, en un determinado momento, el protagonista recibía gruesos sobres de dinero y tarjetas de felicitación, enviados desde paraísos vacacionales y firmados por los nombres de los personajes, en teoría, sólo ficticios, de la actualidad del país. El relato terminaba con el tipo, ya encaramado en la cúpula de la organización, por voluntad de gente de un nivel superior de decisiones a quienes la novela no retrataba. Allí, aparte de una vida la mar de placentera, desarrollaba un cierto gusto por hacer apariciones, como personaje secundario, en diferentes anuncios. Toda esta historia me pareció horriblemente estrambótica y llegué hasta el final, sobre todo, porque estaba en la India y no conseguí encontrar nada más interesante que leer. Sin embargo, ha pasado a formar parte de esos libros y películas que, sin gustarme, recuerdo una y otra vez. De hecho, me acuerdo de ella siempre que leo noticias sobre Rusia. La última es que hasta la organización que se describía en la novela, ha llegado la crisis. Para reducir costes, han decidido no desarrollar nuevos personajes. Por tanto, los dos protagonistas principales de los telediarios de los últimos años, esto es, Putin y Mendeleiev, seguirán siéndolo durante seis o doce años más. Eso sí, para no conducir a los guionistas a un ataque de nervios, volverán a intercambiar sus papeles.
   Todos sabemos que Rusia es una democracia ficticia, España es diferente. Aquí tendremos la oportunidad, el próximo 20 de noviembre (bendita fecha), de elegir entre el PPSOE y el PPSOE para que nos apliquen una política de mercado. Hubo una época, que nos pareció espantosa, en que nuestros gobernantes tomaban sus decisiones basándose en los sondeos de alguna empresa creada a tal fin. Ahora parece una época gloriosa. Hace ya una buena temporada que las estadísticas que se consultan para tomar decisiones políticas son las que reflejan cómo va el mercado. Lo más divertido es ver a los políticos insistiendo en que deben ser los mercados quienes se plieguen a ellos, mientras miran de reojo el diferencial con el bono alemán para saber si van por buen camino o no. ¿Y quiénes componen ese mercado que decide sobre nuestro futuro? Pues, esencialmente, gente con muchísimo más dinero que el tal Alessio Rastani, pero con su misma mentalidad. Éste es un caso para la historia. La BBC, el paradigma de buen hacer periodístico, lleva a un programa de gran audiencia, un “experto” del que, al parecer, lo único que sabe, es su nombre, el monto de su hipoteca y que se dedica a invertir de modo privado (por el monto de su hipoteca, hemos de suponer que cantidades muy modestas). Si ése es todo el curriculum para ser citado como “experto” por la BBC, no quiero ni imaginarme cuál es el curriculum de los “expertos” que citan los medios de comunicación españoles.
   El tal Sr. Rastani, en sus quince minutos de fama, se dedicó a cocinar una buena receta de profecía que se autocumple y que, a buen seguro, le permitirá aparecer como “gurú” la próxima vez. De un modo nada disimulado comunicó a la audiencia que quienes no saquen inmediatamente su dinero de los bancos y lo inviertan en bolsa como hace él, lo perderán todo. Además, dio pistas de cómo hay que invertir: debemos apostar, y fuerte, porque la cosa se va a ir al garete. Tal y como están los mercados, lo único que les hace falta es una legión de pequeños inversores, corriendo como pollos sin cabeza, a la búsqueda de apuestas a la baja que les proporcionen un buen pelotazo. Efectivamente, eso lo mandaría todo al garete en un visto y no visto. Como digo, ésta es la mentalidad de quienes vienen haciendo dinero a espuertas desde hace más de treinta años, de aquéllos a quienes se suelen  considerar genios de las finanzas o, de un modo resumido, triunfadores. El moderno capitalismo nos ha enseñado de todas las maneras imaginable que la destrucción genera beneficios y que, cuanto más grande sea la destrucción, mayores serán los beneficios. Parece que ha llegado la hora de obtener beneficios récord tirando bombas H económicas por doquier. No sé si el Sr. Rastani es quien dice ser o no. Carece de importancia. Se trata de un revolucionario de primer orden al que le bastarían otros quince minutos ante las cámaras para lograr lo que Marx y su Partido Comunista no lograron en dos siglos.
   Afortunadamente, tenemos a nuestros políticos para salvarnos de estos subversivos. Sin pausa, avanza el plan de rescate para Grecia que, ¡adivinen! exigirá nuevos sacrificios, y también se está avanzando en un plan de rescate para la banca. Los buitres del FMI han descubierto que con otra subvención de tamaño descomunal los bancos podrán... ¿Esperar tranquilamente hasta la nueva subvención? Ya lo he dicho, soy viejo, he visto unas cuantas cosas. Recuerdo haber oído argumentar que el subsidio de desempleo no podía ser muy elevado ni demasiado duradero porque, de ese modo, los parados perdían el incentivo para buscar trabajo. ¿Las subvenciones a la banca sí pueden ser elevadas y duraderas? ¿para qué? ¿para que pierdan el incentivo de buscar clientes? Quien realmente necesita un plan de rescate, masivo e inmediato, no es Grecia ni la banca, son las familias. El nivel de endeudamiento alarmante es el de las familias, españolas en particular y europeas en general. Hasta que las subvenciones no vayan a las familias para que salgan de su asfixia cotidiana, esta crisis no va a hacer otra cosa que agrandarse. Pero claro, una de las cosas más graciosas de la macroeconomía es que los macroeconomistas olvidan que ése no es el nivel último de explicación posible, mejor todavía,  ése no es el nivel explicativo. Las explicaciones, las explicaciones reales, siempre están a nivel microeconómico porque la economía, como el poder, siempre es “micro”.
   Hablando de “micro” (es decir, de microcerebros), acabamos de enterarnos que el sueldo de Dña. Esperanza Aguirre es el de cinco profesores de secundaria. Como los profesores de secundaria sólo trabajamos 18 horas semanales, esto es, sólo trabajamos cuando estamos en clase con los alumnos/as, hay que suponer que ella trabaja 90 horas semanales. Lo cual significa, si mis cálculos no fallan, que la Sra. Aguirre se pasa 13 horas diarias en su despacho, porque, en justa correspondencia, consideraremos que ella, cuando no está en su despacho, es que no trabaja. Por supuesto, estas horas diarias incluyen sábados y domingos. Esas son las cuentas según la Sra. Aguirre y si resulta que ella no dedica 13 horas diarias a estar en su despacho es que trabaja menos que los profesores. Pero bueno, tampoco le vamos a pedir a la Sra. Aguirre que sepa de matemáticas. A estas alturas nadie le pide seriamente que sepa de nada. Son las cosas que pasan en Madrid. En la periferia estas cosas no pasan. Pasan otras.
   Es de agradecer la sensatez de CiU. Haciendo gala de una exquisita coherencia, ha decidido no inmiscuirse en las próximas elecciones del país vecino y ellos siguen recorta que te recortaré aquí y allá, hoy un geriátrico, mañana un hospital, pasado la enseñanza de nuevo, 1,6 millones de subvención al doblaje de películas americanas al catalán... ¡Huy, no! ¡Perdón! He leído mal la noticia. Los 1,6 millones sí que se los van a gastar. Es lógico, al fin y al cabo, con los recortes en educación, un profesor de lengua puede acabar dando matemáticas, eso sí, en catalán. Lo que los futuros catalanes aprendan, que se mueran en las salas de urgencia de los hospitales, no tiene mucha importancia. Que se enteren del discurso de Nochebuena del President, eso, eso es, fundamental. No sé si CiU va a presentar listas al parlamento de la nación vecina, quiero decir, al parlamento español. Quizás, debería sumarse al plan de ahorro y evitarse molestas porque, con cosas como éstas, no les van a votar ni los del Opus.
   Menos mal que, en medio de tanto desconcierto, uno siempre encuentra buenos motivos para reírse. Uno de ellos es que acaba de surgir un nuevo dúo cómico que son la monda. Se llaman Rubalcaba y Rajoy. La verdad es que no sé quién de los dos me resulta más gracioso. El primero ha dicho, muy serio, como mandan los cánones, que si los socialistas que bajaron el sueldo a los funcionarios ganan, les subirán el sueldo. Lo que no me ha quedado claro es si lo volverán a subir hasta donde estaba o si lo subirán a partir de donde estaba. Supongo que sólo es cuestión de que vayan pasando los días. El segundo ha asegurado que, si sale elegido, no vacilará en no mover ni un dedo, que se compromete a hacer ya veremos qué y que, con él, el país irá hacia alguna parte. Todavía mejor, su partido ya ha elegido lema de campaña. Es conciso, brillante, suena a honestidad, a ausencia de escándalos, a seriedad, a savoir faire. ¿Que cuál es el lema? Muy fácil: “Por el cambio”. Y el caso es que a mí este lema me suena de algo... En fin, para que después digan que estos señores no son capaces de crear ilusión.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Perdidos en la traducción (4)

   Entiéndaseme, no tengo nada en contra de los vendedores de seguros. Amigos míos lo han sido durante largo tiempo. Es una profesión que contribuye al progreso de la humanidad tanto (o tan poco) como otras muchas. No obstante, hay algo particular en vender seguros. Si Ud. va a un concesionario de coches, podrá tocar el modelo deseado, subirse en él y puede que hasta arrancarlo. Naturalmente, no se va a comprar un traje sin probárselo y difícilmente se le ocurrirá asociarse a un club sin echarle un vistazo a sus instalaciones. Cuando se trata de un seguro, la cosa varía. Nadie pide probar la eficacia de un seguro. La verdad es justo lo contrario, estamos deseando no tener que probarla. Ciertamente, uno se puede hacer una idea leyendo las cláusulas de cobertura, pero eso no es nada comparable con probarse un traje. Sólo se las leerá cuando ya lo tiene contratado. A menos que sea un experto en leyes, no alcanzará a comprenderlas todas y, lo que es aún mejor, a los pocos meses le comenzarán a llegar "actualizaciones" de determinados supuestos que, en poco tiempo, compondrán un volumen más grueso que el conjunto de cláusulas originales. Los vendedores de seguro lo saben. Por eso llaman a su puerta ofreciéndole un seguro "mucho mejor", aunque difícilmente podrán especificar en qué consiste esa mejoría, salvo en una disminución de la prima que paga Ud. Por decirlo de un modo breve, un vendedor de seguros vende aire.
   Benjamin Lee Whorf fue agente de seguros. Se ganaba la vida vendiendo aire, hasta que un día decidió vender también aire en un campo al que era aficionado: la sociolingüística. Así nació la famosa tesis de Sapir-Whorf. Esta tesis afirma que nuestro lenguaje determina el modo en que captamos la realidad por lo que, en última instancia, determina el pensamiento. Dos individuos pueden coincidir en sus maneras de percibir la realidad únicamente si sus trasfondos lingüísticos son equivalentes.
   La relación de Edward Sapir con la tesis que lleva su nombre es más compleja de lo que parece. Es cierto que en su escrito Language: An Introduction to the Study of Speech, afirma que el lenguaje no se puede considerar el rótulo final que se le pone al pensamiento, sino que tiene "una función pre-racional", dándole a aquel sus clasificaciones y sus formas. Pero, en el mismo libro, se puede leer que es necesario clasificar las lenguas, que entre ellas se produce convergencia evolutiva, que es "una verdad a medias" el que cada lengua tenga su propia historia, que no se pueden identificar lengua y cultura, y que no se puede hablar de relación causal alguna entre ellas.
   En apoyo de la tesis de Sapir-Whorf, se suele citar la colección de palabras que tienen los esquimales para designar la nieve. Sin duda tienen muchas, pero ¿cuántas? Según me contaron a mí en la facultad el número no estaba por debajo de las trescientas. En realidad, el último conteo es de 1978, de un editorial de The New York Times y las cifra en unas cien, es decir, unas 93 más de las que daba Whorf en su artículo original. Claro que el propio Whorf había inflado la cifra de Boas, quien había mencionado la existencia de cuatro palabras para la nieve1.  En realidad, ni los esquimales tienen tantísimas palabras para designar la nieve, ni en inglés, francés o castellano existe sólo una. Y esto es curioso, el castellano, idioma originario de unas latitudes poco propicias para las nevadas, tiene, por supuesto, la palabra "nieve", pero también "aguanieve", "nevisca", "escarcha" y lo que solemos añadir al gin-tonic, es decir, hielo. Si echamos bien las cuentas, veremos que los que tienen muchos términos para designar la nieve no son los esquimales, sino los castellanohablantes. Cinco palabras para cubrir una realidad que los castellanos originarios difícilmente verían más de un puñado de horas al año implica una gran riqueza lingüística.
   En la primera mitad del siglo XX, los sociolingüistas estaban deseosos de algún género de teoría que diera amparo a la multitud de estudios empíricos existentes, de modo que acogieron la tesis de Sapir-Whorf con satisfacción. Poco después se expandió el estructuralismo y los lingüistas la abandonaron con la misma satisfacción con que la habían acogido. Pero el virus ya estaba en circulación y los siguientes en contagiarse fueron los antropólogos. Deseosos de dar una fundamentación al relativismo que Franz Boas había puesto en circulación contra el eurocentrismo de la antropología evolucionista decimonónica, Sapir y Whorf aparecieron como los profetas de una nueva verdad.
   A finales de la década de los 60, Eleanor Rosch y, posteriormente, Brent Berlin y Paul Kay, demostraron la falsedad de la tesis de Sapir-Whorf. Sus estudios pusieron de manifiesto que la percepción de los colores no depende del número de palabras que se tengan para ellos. Fácilmente hallaron una serie de patrones comunes que permitían articular las divisiones entre colores en las más diferentes categorías. Ciertamente, hay lenguas que hacen sutiles distinciones ausentes en otras lenguas, pero esas sutiles distinciones no se hacen en lugar de otras más burdas y universales, se hacen además de ellas. Es, por tanto, ridículo decir que estas lenguas deben ser inconmensurables con el resto.
   Para cuando los antropólogos comenzaron a renegar de la consabida tesis, ésta ya había dado el salto a otra disciplina, la filosofía. Los filósofos no sólo mostraron una propensión fuera de los común a contraer la enfermedad sino, lo cual es más preocupante, una enorme resistencia a cualquier tipo de tratamiento, ya provenga de la más pura lógica, de la experiencia o de su práctica cotidiana.
   Yo tengo un amigo que, cada vez que le digo, "fíjate qué casualidad, ha ocurrido que...", él me mira condescendiente, sonríe y me dice: "las casualidades no existen". Por ejemplo, supongamos que yo le dijese: "fíjate qué casualidad, una semana después de salir los papeles de Wikileaks sobre Guantánamo van y matan a Bin Laden, gracias a las confesiones de un preso de Guantánamo". Él me miraría, sonreiría condescendientemente y me repetiría: "las casualidades no existen". Si yo le dijese: "pues, casualmente, la aceptación de la tesis de Sapir-Whorf en filosofía es contemporánea con la explosión de las campañas de marketing", estoy seguro que él me respondería...
   Tengo que reconocer que, en efecto, aquí hay algo que no cuadra. Los filósofos llevan más de cuarenta años afirmando que es imposible pensar lo otro, que no hay manera de meterse en la cabeza de una persona de otra cultura y ver el mundo como él lo ve. Sólo un esquimal puede saber cómo piensa un esquimal y esto se puede reiterar a múltiples niveles: sólo un gitano sabe cómo piensa un gitano, sólo una mujer sabe cómo piensa una mujer y sólo los vecinos del quinto podemos saber cómo pensamos los vecinos del quinto. Sin embargo, hay unos señores que llevan cuarenta años averiguando, precisamente eso, cómo piensan los otros, cómo meterse en sus cabezas, cómo ver el mundo igual que ellos lo ven. A estos señores se los suele llamar técnicos en marketing y algo de razón deben tener cuando mueven un negocio de varios miles de millones de euros anuales. De modo que aquí nos hallamos ante una disyuntiva incómoda: o bien los técnicos en marketing son unos estafadores y es imposible averiguar cómo piensan los habitantes de la India o bien son unos estafadores los que defienden la inconmensurabilidad entre las culturas. Mi amigo, el que no cree en las casualidades, dice que no se trata de una disyuntiva, que en realidad, ambos forman parte del mismo tinglado. Me cuenta que los teóricos de la inconmensurabilidad sólo han lanzado una cortina de humo consistente en negar que fuese posible lo que los técnicos de marketing estaban de hecho haciendo con nosotros. Yo no quisiera ser tan radical, pero sí creo tener una pista sobre quién nos ha estado mintiendo: la India está infectada de carteles de Pepsi-Cola.

   1 La historia completa, mucho mejor contada, la pueden encontrar en el magnífico blog de zrubavel Pons asinorum.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Mercedes Alaya

   Hay diferentes profesiones de las que no envidio nada. Por ejemplo, no envidio nada de los maestros, especialmente, los que tratan con niños pequeños con los no se puede dialogar. No envidio nada de los profesionales de la salud,  por mucho que ganen y más que descansen. Los envidio tanto menos cuantas más probabilidades tengan sus pacientes de morirse. Trabajar cada día con enfermos, luchar con sus enfermedades y ver que, hagas lo que hagas, se te escapan de las manos, debe ser terrible, al menos, los primeros años. Ahora las cosas van más allá. Conozco un ATS denunciado por un paciente al que se le infectó un piercing, un hospital en cuyos pasillos ha sido atracado su personal y algún médico y enfermero agredido durante el ejercicio de su trabajo.
   Tampoco envidio a los jueces. Uno de los pocos consensos políticos de que ha hecho gala este país desde la llegada de la democracia ha sido convertir su trabajo en algo imposible. Se los atiborra de expedientes hasta niveles sobrehumanos, se les priva del necesario personal para que agilice la tarea y se les multiplican las instancias fiscalizadoras para hacer su posición tan insegura como se pueda. Por si acaso siguen con ánimos, se los recluye en edificios que se caen de puro viejo y en los que los documentos van ocupando habitación tras habitación, desalojando a los seres humanos hasta de los servicios. Hace unos años hubo uno de esos pactos, tan frecuentes en este país, para “modernizar” la justicia. Se compraron unos ordenados, se estiró un poquito la oferta de plazas para funcionarios judiciales y, como ya se olvidó la foto, ¿para qué más? Lo que asombra de la mayor parte de los juzgados españoles no es que funcionen mal, lo que asombra es que funcionen.
   Insisto, no se trata de un cúmulo de circunstancias y, desde luego, no es casualidad. Es un plan orquestado desde las esferas políticas para impedir que haya un sistema judicial eficiente. No se engañen, no le interesa a nadie. ¿Quién puede estar interesado en algo así? ¿políticos que quieran que se investigue la procedencia del dinero que manejan sus partidos? La demostración más palpable que se trata de un plan trazado por los políticos es que, cuanto más elevada es la instancia judicial, esto es, cuanto más cerca está de los políticos, más surrealista es su funcionamiento. No sé cómo anda exactamente el ranking, pero sospecho que no hay muchos países de nuestro entorno en los que el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo se hayan cruzado denuncias. Mejor no menciono al Consejo General del Poder Judicial. El resultado último es que la justicia española es errática por decirlo de un modo suave. Conozco una persona que ha litigiado en decenas de ocasiones. Me contaba que sólo había ganado un caso. Se saltó un semáforo en rojo, entró en una rotonda y chocó contra el coche que se hallaba en ese momento circulando por ella. Ése fue el único caso que ganó, no tuvo que pagar nada. Pero de la justicia española se puede decir algo todavía más grave: es  lenta. Es imposible que un sistema judicial lento haga justicia. ¿Cómo castigar de un modo justo, por ejemplo, a un condenado que, cinco, diez años después del delito, se ha reintegrado en la sociedad pero no ha cumplido su condena?
   Es lógico que si yo cometo una agresión sexual en Leshoto, haya un juzgado de Madrid que no lo sepa. Lo que no es lógico es que si yo he sido sentenciado en un juzgado de Jaén, el juzgado de Sevilla no lo sepa. Y no es lógico en una época en que nuestros brillantes dirigentes no hacen más que regalar ordenadores portátiles, hablar de la importancia de la alfabetización digital y publicitar el DNI electrónico. Pues bien, mientras todas estas fotitos van rellenando los medios de comunicación, la interconexión de los juzgados comenzó ¡en 2010! ¡¡y a nivel provincial!! Se espera que, “un día”, los juzgados de toda España, estén conectados y puedan saber, por ejemplo, si de verdad un imputado tiene ya una sentencia en firme por el mismo delito. Nada, una nimiedad judicial poco importante comparada, por ejemplo, con la candidatura olímpica de Madrid.
   En medio de tantos deseos por hacer su labor imposible están los jueces. Sí, ya lo sé, hay jueces, como hay maestros y médicos, a los que parece que el cargo les ha tocado en la tapa de los yogures. También los hay que parecen haber querido siempre ser otra cosa, poetas, estrellas de la televisión... Pero ser juez no debe ser nada de fácil. Los jueces tienen que soportar todo lo que he descrito antes, además de la propia naturaleza de su trabajo. No debe ser fácil sentarse en un sillón a escuchar cómo declara el menor de edad que ha apuñalado a una persona, el millonario chulesco con su equipo de abogados que sabe que, pase lo que pase, va a salir indemne, o la mujer agredida que, por mucho que declare y por mucho que el juez quiera hacer por ella, va a terminar muerta cuando salga del juzgado. ¿Qué harían Uds.? ¿Qué harían Uds. si, después de todo eso, un político, alguien con recursos de verdad, le guiña un ojo y le promete un ascenso, un Jaguar nuevo, amueblarle su chalet como Ud. le pida? Sin duda, hay jueces que acaban por hacer lo mismo que Ud. o yo haríamos. Pero los hay que no son así. Esos, ésos que no son como Ud. o como yo, deberían ser nuestros héroes, aquellos en quienes tendríamos que hacer todo lo posible para que se fijaran nuestros hijos. Uno de ellos se llama Mercedes Alaya y ejerce muy cerca de donde yo vivo.
   Esta historia es curiosa. Al menos desde el año 89, vengo oyendo rumores acerca del funcionamiento real de Mercasevilla. La imagen que me he ido formando a partir de ellos es que aquello es como el asesinato de Kennedy, un enigma dentro de un acertijo, dentro de un laberinto. El caso, es que debo ser el único habitante de la provincia que ha oído semejantes cosas. El propietario en última instancia de Mercasevilla, es decir el ayuntamiento, ha ido cambiando de manos políticas. Nadie en el PSOE, el PP, el PA, ni IU parece haber oído algo que pudiera inducir a abrir una investigación. Es más, cabe imaginar que por pura casualidad, ahora que el PP vuelve a mandar, tiene prisa por cerrar Mercasevilla mientras el escándalo sólo afecte al PSOE. Y, en medio de tantas curiosidades y coincidencias, apareció Mercedes Alaya.
   Por motivos que no vienen al caso, me consta que su fama de persona con tesón, de trabajadora infatigable, de puntillosa, es muy anterior a su entrada en la carrera judicial, forma parte de su carácter. Desde el PSOE ya la han acusado de ser la punta de lanza del PP, cosa nada nueva pues, para el PSOE sólo existen dos tipos de jueces, los fascistas y los que están dispuestos, más pronto o más tarde, a formar parte de sus candidaturas. El País, el que fue “el independiente de la mañana”, aunque siempre se ha redactado por la tarde, ya intentó enlodarla con no sé qué historia de un contrato que la empresa de su marido había tenido con Mercasevilla. Ella nunca replica, no concede entrevistas, no emite notas de prensa. Habla a través de sus autos. Argumenta lo imprescindible, dictamina de modo contundente. Su diálogo con la Junta de Andalucía es paradigmático. Ante los periodistas, altos cargos de la administración autonómica anunciaron la creación de un comité ad hoc encargado de remitir a la jueza toda la información que deseara. Pueden Uds. leer entre líneas lo que eso significa. La Sra. Alaya respondió pidiendo que las actas de las reuniones del gobierno andaluz pasaran inmediatamente a su custodia pues corrían el riesgo de ser manipuladas. No hace falta que lean entre líneas, está todo en ellas.
   Habrá que ver dónde acaba toda esta instrucción, habrá que ver qué hacen con ella si se lleva efectivamente a juicio, habrá que ver si alguien acaba finalmente condenado. No creo que yo lo llegue a ver. Pero, ¿qué quieren que les diga? esta señora me ha alegrado más de un día demostrando que el muro de impunidad que rodea las decisiones de nuestros gobernantes andaluces se puede romper, que la desfachatez de los chanchullos tiene un límite aunque uno se llame don Manué Ruiz de Lopera y presente alegatos por indefensión (tiene guasa la cosa) y que, para todo ello sólo hace falta una fe ciega en la justicia y un maletín con ruedas.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Por qué soy un privilegiado

   Pertenezco a la privilegiada clase de los funcionarios. Si bien cíclicamente me planteo dedicarme a otras cosas, todavía no he encontrado nada mejor. A este respecto, debo insistir en el motivo central de este blog. Aunque parezca que la filosofía está muy alejada de la vida cotidiana, lo cierto es que nunca deja de vigilarla con un ojo. En contra de lo que suele decirse, el primer motivo de reflexión de los filósofos no fue la naturaleza, el ser o la realidad, sino cómo ganarse la vida (para dedicarse a pensar sobre esas cosas). Del que comenzó todo esto, Tales de Mileto, se cuenta que primero se procuró un buen pelotazo financiero y después se dedicó a estudiar las estrellas y esas cosas. Desde entonces la gente intentó seguir muy de cerca las inversiones de los filósofos, así que esta vía de ingresos quedó cerrada por unos siglos. En cuanto a un filósofo se le ocurrió pedir el subsidio de la democracia se lo cepillaron. Es lo que se conoce como la muerte de Sócrates. Un ejemplo para los filósofos del porvenir, sin duda. De modo unánime, los filósofos llegaron a la conclusión de que las democracias preferirían siempre emplear el dinero en cosas más útiles: bacanales, circos romanos o fútbol y buscaron el mecenazgo de los tiranos o bien dedicarse a la enseñanza. Algunos, más listos, buscaron ambas fuentes de financiación, caso de Platón o de Aristóteles. A este último le cabe el honor de haber sido el primero en dejar negro sobre blanco este tipo de preocupaciones filosóficas. Si uno se quiere dedicar a la teoría, dice Aristóteles, lo mejor es que satisfaga antes sus necesidades primarias, comida, vestimenta, etc. Quien pasa hambre y no tiene ropa que ponerse difícilmente se va a dedicar a preguntarse por qué existe el ser y no la nada. Él desde luego lo hizo. Se casó con la sobrina de un gobernador y completó los ingresos derivados de la dote aceptando la oferta para educar al Ale, el hijo del rey de Macedonia después conocido como Alejandro Magno. Aunque el Ale no aprendió gran cosa de su maestro, cosa típica de todos los alumnos/as, le permitió entrar a lomos de la victoria en Atenas. En un principio no lo pareció, pero Aristóteles creó el estilo de vida característico de los filósofos: vivir a costa del Estado y no tener que preocuparse por la cesta de la compra.
   Antes que aceptar plenamente las doctrinas de Aristóteles, una serie de filósofos encontraron otra manera de hacer fortuna. Consistía en ofrecer una cajita que encerraba todos los bienes de este mundo. A cambio de abrirla al pobre incauto de turno se le pedía la cesión de toda su fortuna o, al menos, la realización de "tareillas". Una vez enganchado el sujeto, daba básicamente igual qué hubiese en la cajita, porque, habiéndolo perdido todo, difícilmente reconocería que el maestro estaba desnudo. Este modelo de negocio es lo que actualmente se llama secta y, en buena medida, no es un modelo de negocio, es el modelo de negocio ideal que persiguen un buen número de multinacionales. Sus creadores fueron estoicos y epicúreos, pero fue rápidamente perfeccionado en Oriente. Hasta tal punto fue perfeccionado, que los filósofos acudieron en manada a aliarse con el chiringuito financiero más exitoso de la historia, quiero decir, con la religión. La simbiosis pareció, ciertamente, productiva. Los filósofos se encargaron del departamento de marketing de este chiringuito. Acuñaron eslóganes imperecederos (como el de "creo en el absurdo"), formaron una imagen de marca y elaboraron todo tipo de argumentos para estampárselos en la cara a los clientes insatisfechos (algo así como la atención al cliente de las compañías telefónicas). A cambio, la religión les ofreció comida, alojamiento y, en muchos casos, cerveza de gran calidad. No se pueden Uds. imaginar lo creativo que se vuelve un filósofo cuando se le ofrecen esas cosas.
   Pero, todo lo bueno se acaba. La religión fue perdiendo importancia y los filósofos tuvieron que volver a buscarse las papas. En general eso supuso hallar una buena corte a la que alagar oportunamente. El problema es que los filósofos, a diferencia de los bufones, no siempre tienen gracia diciendo las cosas. Bueno, la verdad es que casi nunca tienen maldita la gracia. Resultaban, pues, más molestos que otra cosa y este tipo de contratos acabaron muy mal, piensen en Descartes. En honor a la verdad hay que decir que no tan mal como aquellos que pretendieron trabajar como autónomos, caso de Spinoza. Con la generalización de la enseñanza, surgió al fin, ya en el siglo XIX, el modelo que todos aceptamos como la conformación estándar, es decir, el filósofo profesor.
   Ser profesor y filósofo no es ningún chollo y, si no que se lo digan a Moritz Schlick. El Estado pide lo más preciado para alguien que estudie filosofía, su tiempo. Tiempo que, como es normal en cualquier funcionariado, hay que emplear en no importa qué. Por ejemplo, este comienzo de curso viene marcado por la imprescindible realización de pruebas iniciales para determinar el nivel de los alumnos/as. Es algo perfectamente comprensible para los alumnos/as de nuevo ingreso en un centro. Un poco menos comprensible resulta para los niveles en los que se hallan implicados los profesores de filosofía. Una consulta de cinco minutos con cualquier compañero que haya conocido a los alumnos/as con anterioridad bastaría. Aún menos comprensible es que se obligue a realizar este tipo de pruebas cuando cada curso termina con el relleno sistemático de todo tipo de informes acerca de las aptitudes y actitudes demostradas por el alumno/a con anterioridad. Y todavía menos comprensible es la exigencia de que cada prueba vaya acompañada de un informe cualitativo del alumno/a y de la introducción de una nota numérica (es decir, cuantitativa) en el correspondiente programa. Se puede resumir de un modo breve, el Estado nos ve como a simples burócratas que hemos de rellenar papeles cuya única utilidad es que otros justifiquen su salario comprobando que han sido rellenados de modo correcto. Las actuales y draconianas medidas de varias autonomías españolas lo muestra bien a las claras, se exigen más horas de docencia, como si impartir clase fuese el mismo tipo de actividad que atender a los ciudadanos en una ventanilla. A efecto de los intereses del Estado, la docencia o la consulta del médico, son ventanillas en las que se dispensan papeles, papelillos y papelotes con los que ir a otras ventanillas a realizar trámites.
   El licenciado en filosofía metido a burócrata intenta racionalizar su kafkiana tarea como buenamente puede, en general, trashumando de un clásico en otro a la búsqueda de una respuesta que dé algo de sentido a la pantomima cotidiana. Mientras tanto se consuela pensando que el Estado, a la vez que rellena su cabeza con tareas absurdas, rellena su estómago y que fuera de sus acogedoras alas, se pasa mucho más frío y es mucho más difícil hacer filosofía. Esas son las ideas que se pretenden inculcar con la especie de que los funcionarios son unos privilegiados. Diría que este argumento es de tontos, de no ser porque se le ha ocurrido a alguien que no llega ni siquiera a eso, es decir, al amiguete de toda la vida de un político, enchufado a dedo como "asesor". Vamos a ver, Ud. tiene que operarse a vida o muerte, ¿quién desea que le opere, una persona muy satisfecha con el trabajo que tiene, un privilegiado, o alguien amargado con su trabajo? ¿Y si se trata de educar a su hijo? ¿Qué hace Ud. cuando su jefe lo trata mal? ¿devuelve ese maltrato con una atención exquisita a los clientes? ¿Qué espera que haga un funcionario cuando sus jefes lo tratan mal? ¿y va a dejar a su tierno infante en manos de alguien pisoteado por sus superiores? ¿De verdad le gustaría acabar con los privilegios de los funcionarios? ¿Qué nos interesa realmente, que los servidores del Estado sean los mejores posibles o que sean los peores posibles? ¿y cómo se consigue atraer a los mejores funcionarios posibles, con buenas condiciones de trabajo o con malas condiciones de trabajo?
   Como decía, yo pertenezco a la privilegiada casta de los funcionarios. Soy un privilegiado porque no comencé a ganar dinero a los 16 años como cualquier buen autónomo, sino que tuve que esperar bastante más allá de los 24. Soy un privilegiado porque he accedido al puesto que tengo gracias a mis conocimientos en una materia concreta. Soy un privilegiado porque dediqué más de un año de mi vida a preparar unas oposiciones, sin la menor certeza de poder aprobarlas y sin ganar un sólo euro mientras lo hacía. Soy un privilegiado por haber aprobado esas oposiciones libres. Soy un privilegiado por hacer algo que nadie puede hacer con ocho meses de aprendizaje. Soy un privilegiado por haberme llevado buena parte de mi juventud más preocupado por prepararme que por hacer caja. Y si por ser un privilegiado así tengo que pedir perdón, pues perdonen Uds.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Perdidos en la traducción (3)

   Un toro puede ser albahío, dorado, avinagrado, azabache, barroso, casta o, cenizo, colorado, ensabanado, herengue, jabonero, jaro, jión, mohino, mulato, pajizo, perlino, zaíno, aparejado, bragado, meano, calzón, albardado, listón, gargantillo, aldinegro, calcelero, calzado, botinero, carinegro, apirote, rabicano, burraco, lombardo, coletero, alunarado, anteado, aparejado, atigrado, carbonero, chorreado en morcillo, chorreado en verdugo, entrepelado, estornino, lavado o desteñido, mosqueado, nevado, remendado, burraco, capirote, llorón o zarco, ojinegro, ojalado, bociblanco, bocidorado, bocinegro, careto, caribello o carivevado, carifosco, estrellado, facado, lucero, meleno, albardado, axiblanco, aldiblanco, cinchado, listón, rabicano, rebarbo, acaramelado, astiblanco, astinegro, astisucio, cornialto, cornibajo, cornitrasero, astifino, astigordo, cornalón, cornicorto, astillano, brocho o cornibrocho, capacho, corniabierto o paliabierto, corniapretado, cornivacado, cornidelantero, cornipaso, cornivuelto, cubeto, playero, veleto o corniveleto, bizco, tocado, zurdo, astillado, escobillado, despitorrado o despitonado, descornado o mocho, mogón, hormigón, abanto, abrochado, acapachado, acarnerado, acochinado, agalgado, badanudo berrendo, cunero, aleonado, cuatre o chaqueteado, galafate, probón, terzón, y utrero, entre otras cosas.
   El toro puede aconcharse, acularse, agarrocharse, amosquilarse, aquerenciarse, aspearse, barbear, calamochear, embrocar, y encampanarse. A su vez, se lo puede descordar, desentablerar, embarbar, embraguetar, enchiquerar, enguionar, descuartar, se le puede hacer una gurripina, un kikiriquí, una kikorda, un procunazo, una recolina, un tapatías, y también se le puede poner un mueco, rematarlo con el verduguillo, esperarlo en contraquerencia, o en el chiquero, entre otras muchas cosas.
   ¿Poético, verdad? Pues bien, traduzca todo esto al italiano. ¡¿Cómo?! ¡¡¿Que no puede?!! ¡¡¡Acabamos de descubrir que el español y el italiano son inconmensurables!!! Es imposible hacer una traducción fiel del español al italiano. El Quijote jamás podrá ser bien traducido al italiano ni Il nome della rosa al español. Todas las supuestas traducciones que se han hecho hasta ahora son una pura estafa. Como estafadores deben ser los miembros del Club Taurino Milano. Los premios a la mejor faena que entregan cada año deben ser igualmente un fraude. 28 años llevan estafando al mundo estos señores. ¡Y eso que su presidente es un jurista! Por mucho que ellos digan, por mucho que se esfuercen, por más que lo intenten, españoles e italianos no pueden llegar a comprender sus respectivos puntos de vista, no hay modo alguno de que lleguen a fundir sus horizontes. Jamás podremos entendernos. Y si no, inténtelo Ud. Coja un texto en italiano, colóquese cerca un buen diccionario. Por mucha paciencia que le eche, nunca podrá llegar a entender lo que pone. Y no digamos ya hablar. Váyase a Milán, hable despacio y gesticule abundantemente, ponga buena voluntad y encuentre a alguien que también le ponga buena voluntad y hable despacio, será imposible que se entiendan... ¿O no? ¿Acaso podemos entendernos hablando nuestros respectivos idiomas? ¿Acaso sólo basta un poco de buena voluntad y no atropellar demasiado las palabras? ¿Acaso se pueden leer textos en italiano sin haber dado jamás una clase de italiano? ¿Acaso carece de importancia que una parte del lenguaje, especializada en determinado ámbito, no sea traducible a otro idioma? Pero, entonces, ¿quiénes son los estafadores, los miembros del Club Taurino Milano o los papagayos de la inconmensurabilidad?

jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Más Europa, es la guerra!

   Lo he ido insinuando por aquí y por allá, pero quiero decirlo con todas las letras: creo en Europa, creo en la vieja, decadente y burocratizada Europa. Si consultan con cualquier experto, discrepará mientras sonríe complacientemente. Les hablará de la potencia China, del imperio americano al que, aunque en crisis, todavía le queda mucho por colear, les mencionará que el número de patentes europeas desciende año tras año, incluso puede que les hable de la India o Brasil. Desconfíen. Probablemente será el mismo experto que puso por modelo a los "tigres asiáticos" hasta el mes antes de que se derrumbaran, el mismo que renombró a Irlanda como el "tigre celta" y que no se enteró de nada de lo que estaba pasando en Grecia hasta que fue tarde. Es cierto que las patentes europeas van disminuyendo progresivamente, pero también lo es que los científicos norteamericanos envidian proyectos como el LHC. Saben que en Europa es más fácil conseguir fondos para ciencia "pura" y temen que, a medio o largo plazo, eso suponga una ventaja estratégica. En cuanto a la India, ha progresado de modo asombroso, desgraciadamente le queda mucho para llegar a ser una potencia de índole mundial. Y, por supuesto, está China, que crece a un ritmo del 9% anual, mientras Europa no consigue pasar de un raquítico 2%. Lo que no se suele mencionar es que China necesita crecer a porcentajes de dos cifras para crear empleo y, creciendo a porcentajes de dos cifras es casi imposible evitar la inflación. Esta es una palabra de resonancias bíblicas en China. La inflación derivada de un patrón monetario fijado a la plata fue lo que desencadenó las turbulencias que culminaron en la guerra civil y el triunfo del Partido Comunista. Nadie mejor que ellos sabe que la inflación tumba gobiernos. Combinar creación de empleo con dominio de la inflación, desarrollo de las "zonas especiales" con el mantenimiento de la mayor parte de la población dedicada a la agricultura, no es un reto menor. Claro, que si estuviésemos hablando de Europa, sería una fruslería.
   Hagamos un poco de historia. En 1648 termina la Guerra de los Treinta Años. Para nosotros, seres medicalizados, es difícil imaginar la catástrofe que supuso esta guerra. El hambre, las enfermedades, que no los combates, dejaron despoblada centroeuropa. En buena medida, la guerra termina porque la escasez de habitantes ha dejado a los contendientes sin recursos económicos. Países en cuyo suelo no se combatió, como España, inician un declive del que ya no saldrán. Para cualquier región del mundo, la historia hubiese acabado aquí por unos cuantos siglos. Sin embargo, en esta guerra participa Descartes. Leibniz, Newton y Leeuwenhoek, entre otros muchos de una brillante generación de científicos y matemáticos, ya están en el mundo cuando termina. El siglo XIX se inicia con el ciclo de guerras napoleónicas. En 1848, las revoluciones románticas ponen de manifiesto que los problemas iniciados por ellas no han terminado. Pues bien, Hegel escribe su Fenomenología del Espíritu mientras oye los cañones de Napoleón a las puertas de Jena. Antes de que termine el siglo, Europa acaba de hacer una aportación a la humanidad que, para bien o para mal, lo cambiará todo: la revolución industrial. No contenta, el nuevo siglo lo inicia, otra vez, con una guerra. Aunque no es muy destructiva desde el punto de vista militar o económico, se lleva por delante una generación de jóvenes en los campos de Verdún o el Somme. Una década después, ya está alcanzando su madurez una nueva generación de científicos brillantes, la de Einstein o Heisenberg. Como todos estos retos parecían pequeños, decidimos hacernos el harakiri. 1945 es el año cero para Europa. No ha quedado nada en pie de lo que fue, ni militar, ni económica, ni arquitectónica, ni moralmente hablando. Devastada, medio hibernada por culpa de una guerra fría, veinte años después está asombrando al mundo con una revolución en la cultura de masas. Salimos de nuestro estado de hibernación a finales de los ochenta y todavía hay quien se asombra de que tengamos las articulaciones rígidas.
   "Bueno, se me dirá, todo eso es historia, el futuro..." El futuro es brillante. Como se decía en el filme del majadero de Lars von Trier, esto es Europa y aquí todo el mundo ha traicionado a todo el mundo. No sólo nos hemos traicionado, nos hemos peleado, combatido, humillado, violado y exterminado de todas las maneras que cabría imaginar. En cualquier otro lugar del planeta eso hubiese significado la perduración de odios atávicos. En Europa nos ha hecho llegar a la conclusión de que es hora de intentar lo que nunca antes habíamos intentado: entendernos y convivir. Países sin una tradición cultural, sin un idioma, sin una política común, han decidido crear un proyecto de Estado.
   Un amigo mío que no es hermeneuta, me planteó una cuestión digna de tal: "¿cómo voy a compartir yo cosas con un granjero escocés? ¿qué tengo yo en común con un granjero escocés?" Pues ésa es la gracia de toda esta historia. Como han demostrado los chats, los foros y demás, con quien estamos dispuestos a compartir cosas es con quien no tenemos nada que ver, aunque sí posibilidades de comunicarnos. Con quien lo tenemos todo en común, lengua, cultura, costumbres y normas de comportamiento, es con nuestro vecino de al lado, ése al que no podemos ver ni en pintura y al que, por no comunicarle, ni siquiera le damos los buenos días. Al nivel de países, un caso que a mí me resulta particularmente triste es el de Iberoamérica. Desde río Bravo a Tierra del fuego, una pluralidad de pueblos comparte un idioma y un bagaje cultural común (por mucho que pueda considerarse que fueron impuestos). ¿Para qué les ha servido? Pues, hasta ahora, desgraciadamente, para que se entiendan sin problemas cuando se insultan. Bolivia perdió su acceso al mar a resultas de la Guerra del Pacífico (o del guano o del salitre) en 1883. El tratado de paz entre ambos países tardó 21 años en firmarse. ¡¡Y el artículo correspondiente en la Wikipedia todavía está sometido a discusión!! Por lo que tengo entendido, a los niños bolivianos se les sigue inculcando el odio a Chile como si la guerra hubiese terminado ayer.
   En esta Europa en la que no compartimos lengua ni cultura, tenemos un país llamado Polonia. No es que le hayamos quitado su salida al mar, es que nos lo hemos repartido un par de veces. Prácticamente todas las sagradas tierras de nuestros padres fueron holladas por botas francesas y la inmensa mayoría también por botas alemanas. ¿Inculcamos el odio al vecino en nuestros hijos? ¡Hombre, la verdad es que ganas no nos faltan! Pero, en lugar de eso, los europeos han creado las becas Erasmus. Mediante ellas, miles de estudiantes europeos pasan seis u ocho meses en universidades de otro país. Es el mayor instrumento de integración jamás puesto en marcha. Ha contribuido, de modo fundamental, a fomentar no ya el entendimiento o la comprensión, sino el amor entre los pueblos... o, por lo menos, el sexo. Y es que, seamos francos, nuestra opinión acerca de otro país mejora sensiblemente cuando uno consigue, por fin, echar un buen polvete en él (aunque sea con nuestra/o novia/o de toda la vida). Si de verdad se quiere consolidar la integración en Iberoamérica, en lugar de grandilocuentes discursos, haría falta generalizar unas becas de este tipo. Aunque no es preciso ir tan lejos. Nada contribuiría más a la unidad de España que unas becas Erasmus internas. Estudiantes de Sevilla podrían ir becados al País Vasco, Cataluña, Canarias o Galicia y todas las viceversas posibles. Con un instrumento de este género, la rémora de los nacionalismos (vasco, catalán, gallego, canario, español, etc.) que llevamos arrastrando más de dos siglos, desaparecería de nuestras vidas tan rápido como suelen hacerlo los preservativos usados. Pero, claro, políticamente no interesa.
   Llegamos así a la razón por la que tengo que creer en el proyecto Europa: detesto las fronteras. Nadie ha matado más gente ni ha causado más infelicidad que el tipo que las inventó. Se pueden argumentar muchas cosas a favor de ellas. Yo entiendo algunos de esos argumentos, pero nada me evitaría ser feliz si me diesen una goma con la que borrar de los mapas todas las fronteras. Por eso, un proyecto que pretende anular las fronteras entre 27 ó 30 países, las fronteras por las que tanta sangre se ha vertido, sólo puede contar con mi más caluroso y entusiástico apoyo. Y de nada me sirve que se me argumente que esta Europa es la Europa del capital o la Europa de los políticos. Ambos son argumentos que implican un error deductivo. Si se dice que ésta es la Europa del capital, se están presuponiendo los planteamientos marxistas. Leyendo detenidamente a Marx uno encontrará que, según él, el capital se mueve de modo contradictorio y anula las fronteras a la vez que las reconstituye. Pero cuando Marx dice eso, está simplemente, describiendo una situación. Lo que el proletariado debe hacer es aprovechar ese carácter contradictorio del capital en su propio beneficio. En lo que a nosotros se refiere, decir que ésta es la Europa del capital es, en realidad, un argumento para participar en ella y aprovechar los resquicios que ofrece para transmutarla en otra cosa.
   Aún más grave es el oxímoron que pasa por rechazar el proyecto de construcción europeo como un proyecto "de los políticos". En efecto, esta afirmación revela una grave contradicción en nuestras ideas. Por una parte, asumimos que el nivel de estulticia en la sangre de los políticos es bastante más alto que en la población en general. Por otra, nos oponemos a hacer lo que los políticos nos piden porque consideramos que siempre favorecerá sus intereses, dado que son... ¿muy inteligentes? Si, efectivamente, son tontos, desearán cosas que, en realidad, están lejos de favorecerles. Comprobar que es ésta, precisamente, la situación, es fácil, basta con observar el rictus que se les queda a nuestros gobernantes, empezando por Frau Merkel y Herr Schäuble, cada vez que se menciona en su presencia la palabra "eurobono".

domingo, 4 de septiembre de 2011

Lecciones de una crisis

   La verdad es que Bienvenido Mr. Chance, película protagonizada por Peter Sellers en 1979, me aburrió soberanamente. Contiene, sin embargo, una lección que debería figurar en el frontispicio de las facultades de economía de todo el mundo. El Sr. Chance, jardinero analfabeto que sólo conoce la vida por lo que aparece en televisión, acaba teniendo una conversación con el presidente de los EEUU. Para burlarse de él, éste le pregunta qué opina de la situación económica. La respuesta del Sr. Chance es algo así como que en otoño las hojas de los árboles se caen, en invierno todo parece estar muerto, pero luego llega la primavera y las plantas vuelven a florecer. El presidente se queda perplejo y le contesta que es la opinión más favorable que ha recibido nunca de su política económica. Es, desde luego, una gran lección de economía política. El crack bursátil que nos aguarda a dos años vista, marcará el invierno de esta crisis que vivimos. Después, volverán las lluvias de primavera, el calorcito y con ellos, las flores. Y volverán los expertos, esos que ahora nos dicen que vivimos un cambio de era, a vaticinar un sempiterno crecimiento iniciado sobre bases sólidas y estables. No estaría de más que entonces nos acordemos de las lecciones que nos está enseñando esta crisis, que son muchas y muy provechosas, tanto que deberíamos llevarlas marcadas a fuego en la piel.
   La primera de ellas, es que nuestra Constitución no es un andamiaje oxidado, que sirvió en su momento, pero se ha quedado anticuada. Esta crisis nos ha dejado claro que nuestra Constitución es tan sabia, que contiene los elementos necesarios para reformarla. Y que para reformarla, no se tiene que dar ningún fantástica confabulación de astros o una larguísima y fundamentada reflexión. De hecho, ni siquiera hace falta el consenso. Simplemente, hay unos procedimientos establecidos. Si se cumplen, se la pueda modificar y modificar en el sentido que se quiera. En consecuencia, no se le puede esgrimir a ninguna de las nacionalidades que componen este país, que su proyecto no tiene cabida en la Constitución. No lo tiene si no hay voluntad política para que no lo tenga. Porque si hay voluntad política, se puede cambiar la Constitución para que todos tengamos cabida bajo ella.
   La segunda es que una reforma constitucional no tiene que ser para siempre, ni por muchos años, ni siquiera duradera. Recordemos, los que han establecido el tope de déficit que va a figurar en nuestra Constitución, son los mismos que hace algo más de tres años decían que no había crisis y que, caso de haberla, ésta era psicológica. De hecho, son los mismos que vaticinaron una duración de la crisis de un año, máximo de catorce meses. ¿De verdad hemos de creer que ha venido a iluminarlos el Espíritu Santo de las finanzas para que, ahora sí, acierten con la cifra justa y necesaria?
   La tercera es que hubo un señor llamado Karl Marx, que, a lo mejor, no se lució mucho ideando modelos de sociedad, pero que caló hasta lo más hondo la naturaleza de nuestras democracias burguesas. Lo que no pudieron hacer los ochocientos muertos de ETA, lo que no pudo hacer el plan Ibarretxe, lo que no pudo hacer un gesto en favor de la igualdad de género como era la modificación de la línea de sucesión en la corona, lo que era imposible hacer para satisfacer cualquier proyecto político, lo ha logrado fácilmente el poder económico de unos mercados cuya opinión está por encima y, en muchos casos, en lugar de la opinión de los ciudadanos. Después hay quienes preguntan qué significa el lema "democracia real, ya". Bueno, pues muy fácil, es lo mismo que decir: "de esto, ¡basta ya!"
   La cuarta es que PP y PSOE, izquierda y derecha, el dóberman y la socialdemocracia, en lo fundamental, están total y absolutamente de acuerdo. Sin duda, hay matices, modos de presentar las cosas, actitudes, que diferencian a determinadas alas de un partido de determinadas alas de otro. Incluso, estoy dispuesto a admitir, que existen diferencias entre ellos si se trata de despilfarrar el dinero de las arcas públicas cuando éste corre a raudales. Hasta ahí llegan las diferencias. Cuando se trata de afrontar una crisis, cuando el dinero escasea y los fondos se agotan, la socialdemocracia es pura palabrería y todo lo que queda es el liberalismo neoconservador que riega las venas tanto de unos como de otros.
   La quinta es que ese pilar del "estado del bienestar" que es la sanidad, no está ahí para mejorar la salud de los ciudadanos, ni siquiera para mejorar su capacidad productiva. Puede observarse cómo, todos los debates en torno a la misma, son debates puramente mercantiles. La salud es una mercancía regida por los dictados de una industria que sólo quiere que consumamos cantidades progresivamente incrementadas de sus productos. Cuántos pacientes van a ser atendidos por un ATS en las noches de un hospital, cuántos enfermos se van a morir en las salas de espera de las urgencias, cuántos diagnósticos erróneos se van a producir por la saturación de las consultas, son asuntos cuya importancia se diluye ante la gran cuestión: cuánto va a dejar de ganar la industria farmacéutica si se siguen aplicando recortes en sanidad.
   La quinta es que a nadie le importa un comino la educación. No le importa a nuestros políticos que son lo suficientemente estúpidos para considerarla desde una perspectiva exclusivamente económica. La sangría de dinero público que se va en ella les escandaliza por la sencilla razón de que sus resultados no se podrán mostrar antes de las próximas elecciones. No le importa al conjunto de administraciones públicas, a las que sólo le interesa la publicidad de un curso que "comienza con normalidad" y la foto de consejeros regalando ordenadores portátiles a niños que están hartos de manejar modelos mucho mejores en sus casas. No le importa a los padres y abuelos de esos niños, que celebran el látigo de siete colas aplicado a los profesores porque, en este país, los que logran algo por su esfuerzo, como aprobar unas oposiciones libres, es que "han tenido mucha suerte".
   La sexta, que dejaremos como última, es que nadie debe temer que haya "más Europa", que la política fiscal escape de las manos nacionales o que sea terrible no poder hacer los presupuestos generales del Estado sin consultar con otros países. Ni siquiera debemos temer que "nos intervengan". Ya estamos intervenidos. Nos gobiernan desde fuera, son otros países, otros gobiernos, los que toman las decisiones acerca de lo que debemos hacer. Es el precio que pagamos por haber aceptado que "gobernar también es improvisar".