domingo, 25 de marzo de 2018

El próximo Oriente (Medio)

   Insisten los medios occidentales en que, desde la llegada al trono de Salmán bin Abdulaziz en enero de 2017, Arabia Saudí se halla en plena ebullición. Responsable sería no tanto el rey como su ambicioso hijo, Mohamed Ibn Salmán, nombrado heredero en junio del año pasado y que une a dicha designación los cargos de Ministro de Defensa y vicepresidente del Consejo de Ministros. Para muchos es el artífice de la agitación que ha embargado al país y que se ha hecho, en cierta medida, bajo las viejas formas. Recordemos que la voz de Riad era temida en los años setenta porque solía transmitirse al mundo a través del portavoz de la Organización de Países Productores de Petróleo que, en última instancia, dictaminaba el devenir de las economías occidentales. Después, comenzaron a aparecer productores de petróleo no adscritos a la OPEP, el fraking inundó el mercado de crudo y el gobierno saudí tuvo que hacerse a la idea de que la época de las vacas gordas había pasado. Inició entonces una defensa de sus intereses mucho menos "multilateral".
   Cuando se habla de "los intereses de Arabia Saudí", hay que tener claro lo que esta expresión implica: en esencia, lo contrario de lo que quiera Irán. Si bien la casa real no muestra una actitud displicente hacia ninguna crítica, el chiísmo supone una réplica a todos y cada uno de los elementos sobre los que aquélla se entiende asentada: ha constituido una república, el poder religioso se sitúa por encima del temporal y, para acabar de rematarlo, no reconoce su autoridad como protectora de los santos lugares del Islam. La posibilidad de que los chiíes acaben dominando un territorio que abarca desde el Hari Rud hasta el Mediterráneo, aterroriza a la familia Saud. 
   Casualmente, en los tiempos en los que la OPEP había devenido irrelevante, se alzó en el Irak ocupado por los EEUU una resistencia suní mucho más eficaz que el ejército de Sadam Husein, al que sucedió Al Qaeda y los lunáticos del Estado Islámico. Casualmente la disensión que llevó a que éstos se separaran de aquéllos consistió, precisamente, en la necesidad de fundar un Califato, esto es, en el creación de un territorio libre de influencia chií, justo entre Irak y Siria. Y casualmente también, el ascenso del nuevo monarca, ha resultado contemporáneo de los más sonados reveses del Estado Islámico cuyas huestes se han desvanecido en las arenas del desierto. 
   Arabia Saudí parece haber constatado el fracaso de los intentos de frenar a los iraníes por su cuenta (corriente) o, lo que es lo mismo, por fuerzas interpuestas y ha decidido dar un paso adelante en la escena internacional. A Saad Hariri, nominalmente presidente de Líbano, lo obligaron a buscar refugio en casa de sus patrones y, posteriormente, a regresar a hombros de muy espontáneas manifestaciones de apoyo para dejar claro que, por mucho poder que tengan los chiíes de Hezbola en el país del cedro, hay líneas rojas que los saudíes no van a permitir que se traspasen.
   Ibn Salmán se encuentra detrás del bloqueo a Qatar y de la intervención directa de las fuerzas saudíes en la carnicería de Yemen. En ambos casos, el enemigo era el mismo, aliados o, simplemente, lo que a ojos de Riad aparecen como elementos condescendientes con Irán. En ambos casos, igualmente, podemos ver cómo Arabia Saudí ha tratado de volver a cierto multilateralismo buscando el apoyo, aunque sea simbólico, de otras monarquías del Golfo. Esta visión, un tanto más acorde con las realidades del mundo contemporáneo, incluye la apreciación de que a Irán no bastará con bombardearlo o con aislarlo, al menos no con las fuerzas que los saudíes y sus aliados del Golfo puedan aportar. De aquí la aproximación, cada vez menos disimulada, a Israel. Es un secreto a voces los contactos,  a alto nivel, de los responsables de seguridad de ambos países. Incluso se ha permitido a un ministro declarar a la prensa que un atentado terrorista debe ser condenado con independencia del país donde se produzca, aunque se trate de un país cuya existencia su gobierno no reconoce como es el caso de Israel. 
   Por supuesto, el acercamiento a Israel, aunque se produzca fuera de los focos, tiene un precio y los Salmán están dispuestos a pagarlo. Permitir que las mujeres conduzcan ha sido un primer paso para ganar sustento popular, pero el más importante lo constituye la campaña contra la corrupción que ha enviado a más de 200 personas ante los jueces, incluyendo empresarios, ministros y, lo más novedoso, príncipes. Nadie dejará de observar que entre  los detenidos no figura ningún fiel seguidor del nuevo monarca o su heredero, pero la redada ha sido bien acogida por los ciudadanos saudíes de a Mercedes (ciudadanos saudíes de a pie no los hay), hartos de la impunidad en que se mueven las élites del país. Incluso los ulemas declaran a los medios occidentales su satisfacción por unas reformas que la gente demandaba. Pero claro, el horizonte no está libre de nubarrones.
   En primer lugar, aunque no es lo más importante, tenemos la cuestión palestina, con la que tradicionalmente la monarquía saudí se ha dicho tan vinculada. A Hamas, que domina la franja de Gaza y que nunca ha ocultado sus contactos y simpatía con Hezbolá, el cambio dinástico le ha pillado, además, enfrentado a un gobierno egipcio que no le perdona sus afinidades con otra formación maldita en la región, los Hermanos Musulmanes. La diplomacia saudí se encuentra ante la cuadratura del círculo: ofrecerle algo a Mahmoud Abbas que le permita presentarse como victorioso, humillando a Hamas y, a la vez, que tenga el visto bueno de Israel. De momento, la primera propuesta de la diplomacia saudí ha sido recibida con indignación por parte de la vieja guardia de la OLP.
   En segundo lugar, Yemen va camino de convertirse en el Vietnam saudí. No sólo el país recuerda ya a Somalia, no sólo los aliados de Irán mantienen el control sobre el terreno sin muchas dificultades, no sólo los bombardeos propiciados por su vecino del Norte han demostrado causar muchas más víctimas inocentes que progresos, sino que, por si fuera poco, las facciones apoyadas por Riad y sus aliados se hallan en guerra entre sí, como demostró la toma de Aden por parte de milicianos separatistas del sur. Irán ya ha puesto sobre la mesa la solución más humillante que quepa imaginar para los Salmán: una conferencia internacional de paz.
   Por último y, sin embargo, lo más importante, la nueva monarquía ha acelerado la carrea atómica. Recientemente han contratado un bufete de abogados norteamericanos para constituir un lobby a favor de este programa nuclear. Dicen las malas lenguas que el bufete en cuestión ha sido utilizado en múltiples ocasiones por empresas del presidente norteamericano y, casualmente, también ha defendido intereses de personas muy próximas al Kremlin en los EEUU. Hay quien acusa a los saudíes de estar ingresando dinero directamente en las cuentas de Donald Trump. El problema no es tanto el programa nuclear en sí, teóricamente pacífico, sino el hecho de que los saudíes pretenden desarrollarlo sin firmar tratado de no proliferación alguno. Ciertamente en Tel Aviv estarán contentos de tener otra parte de la pinza con la que pretenden conducir a EEUU al bloqueo de las maniobras iraníes, pero parece poco probable que reciban con agrado la propuesta de que exista una nueva potencia nuclear en su entorno aun cuando se les ponga por delante la zanahoria de un reconocimiento por parte de Arabia Saudí.
   Todo esto conduce a una cuestión ciertamente inquietante, la de qué nos cabe esperar de un futuro monarca en Riad, que haya fracasado en todos sus intentos diplomáticos pero esté en posesión de un botón nuclear.

domingo, 18 de marzo de 2018

Micromachismos y macromajaderías (2 de 2)

   Como resulta habitual en la vida de un profesor de instituto andaluz, esta semana también he tenido que acudir a dos reuniones absolutamente inútiles. En la segunda, un compañero al que, por lo demás, aprecio, se empeñó en que tenía que leernos el e-mail que nos mandará próximamente. Hice lo que suelo hacer en estos casos, me puse a leer un libro. Cuando se me pidió mi opinión contesté sarcásticamente. ¿Encuentra algo reprobable en mi comportamiento? ¿merece ser calificado con algún adjetivo peyorativo? ¿hay alguna etiqueta que se me pueda adjudicar? Supongamos que, en lugar de un compañero, hubiese sido una compañera. Se puede describir fácilmente la situación: una mujer hablaba mientras yo, que soy un hombre, leía distraídamente. Cuando me preguntó mi opinión, le solté un sarcasmo. ¿Cómo se describiría ahora mi comportamiento? ¿no constituye un ejemplo palmario de “micromachismo”? ¿Qué ha cambiado en la situación para que cambie tan radicalmente el juicio? La conclusión parece obvia: no se puede juzgar la bondad o maldad de las acciones hasta que averiguamos quién las realiza. Preguntarle en la calle a alguien con aspecto foráneo si se ha perdido, es un gesto de bondad o un ignominioso desprecio machista dependiendo del sexo de los sujetos implicados. Por supuesto, tal principio se puede generalizar. A quien roba hay que castigarlo, o no, dependiendo de si se trata de un desgraciado que mete la mano en bolsillo ajeno o del yerno del rey. La corrupción es intolerable si en ella se hallan implicados políticos de otros partidos e inexistente si implica a políticos de mi partido. Declarar unilateralmente la independencia es el gesto lógico si se trata del oprimido pueblo catalán y una burla intolerable si se trata del pueblo tabarnés, etc. etc. etc. 
   Naturalmente, esta generalización también presenta sus límites. No se puede, como hacen ciertos angelitos del Señor, argumentar, por una parte, la “indudable” diferencia física entre hombre y mujer y, por otra parte, denunciar la injusticia de una ley de violencia de género que castiga más al hombre que pega a una mujer que a la mujer que pega a un hombre. Obviamente la diferencia de poder entre el agresor y el agredido constituye un agravante desde el punto de vista jurídico, como lo es la desproporción entre la ofensa y el desagravio. Apelar a cualquiera de los dos principios hubiese blindado la ley de violencia de género contra las pataletas de semejantes angelitos a cambio, eso sí, de hacer innecesario el genitivo “de género” en la denominación de la mencionada ley. Naturalmente, nuestros políticos prefirieron colgarse la medallita de semejante genitivo antes que cerrarles la boca a quienes hacen que el resto de quienes compartimos su género nos avergoncemos en cuanto abren la boquita. 
   Pueden llamarme neomachista, micromachista, machista o lo que les plazca, pero me niego a admitir que la solución al problema desvelado por Hume, a saber, que no hay paso del ser al deber ser, pueda encontrar una solución en que lo bueno o lo malo dependan de la magia del ser... hombre, mujer, nazi, judío, rico, pobre, occidental o africano. Si un nazi como Schindler salva a gente de morir, eso es bueno y si un judío escapado de un campo de concentración ordena que a los palestinos detenidos se les parta los brazos con piedras, eso es malo. La procedencia de quienes hicieron una cosa u otra, añadirá interesantes matices a la cuestión, pero no la decidirá. O, si quiere, se lo repetiré de otra manera, las tragedias de Shakespeare no me emocionarían más ni menos si se descubriese que las escribió Bacon, Cervantes o Maslow, no me interesarían más las ¿cuántas van ya? ¿700? sombras de Grey si supiese que las ha escrito un hombre y no me gustaría ni más ni menos la música de Mozart si la hubiese compuesto su mujer Constance. Lo contrario no conduce a una liberación de la mujer, ni a la eliminación de las barreras que la oprimen, ni a repensar las relaciones de género, lo contrario conduce a dejar sin réplica posible cuantas arbitrariedades quieran imponernos. Veamos un ejemplo.
   La primera de las reuniones que mencioné al principio se inició cuando una compañera, a la que también aprecio, captó nuestra atención mostrando su inquietud debido a las críticas que había recibido una iniciativa suya por parte de personas, supuestamente, bajo la supervisión de quienes allí estábamos, a la sazón, todos hombres. Aparté mi libro y colaboré en el intento conjunto de localizar el origen del problema. Más o menos cuando lo habíamos conseguido, es decir, al cabo de diez minutos, la reunión giró hacia un monólogo por parte de esta compañera sobre cosas que estaba haciendo y que iba a hacer y en las que los demás tomábamos parte de modo tangencial por no decir nulo. Detalles nimios aparecían para ser rápidamente rectificados o desmentidos, los comentarios no seguían ningún orden comprensible y todo se orientaba a dejarnos allí escuchando aquello durante una hora. Comenzamos a interrumpirla con bromas de diferente tipo hasta el punto de que conseguimos ponerla nerviosa y que se acabase aquella perorata. Ahora leo que una socióloga se ha dedicado a contar el número de veces que mujeres y hombres son interrumpidos en una reunión de trabajo hallando que a las mujeres se las interrumpe más veces, ejemplo, nuevamente, de un micromachismo palmario en el que incurrimos los presentes en aquella reunión. Coincido plenamente con los hechos y la conclusión, pero ni de lejos me parece que el diagnóstico pueda considerarse acertado. Cuando un hombre, en una reunión inter pares, se pone a charlar sobre cosas conocidas de sobra por todos, más pronto que tarde alguien le espeta: “mira, tío, eso lo sabemos todos. Cuéntanos algo que no sepamos”. Cuando una mujer en las mismas circunstancias, repite cosas que todo el mundo sabe ¿alguien dice, "mira, tía, eso ya lo sabemos todos, cuéntanos algo que no sepamos"? ¿Hay algún género de comentario, de indicación, de movimiento de orejas, que un hombre pueda realizar para transmitir a la oradora lo improcedente de sus palabras, pero que no lo delate como defensor ideológico de los que oprimen a la mitad de la humanidad? Y si la ponencia, el artículo, el libro, trata de feminismo, de visibilización de las mujeres, de denuncia de los roles de género, ¿qué puede oponerle un hombre para dejar claro que no está diciendo nada novedoso, interesante o relevante, sin desvelar sus supuestos intereses de género? ¿Por qué? ¿porque todo discurso feminista es, por definición, novedoso, interesante o relevante? ¿porque todo lo que dice una mujer, por el hecho de ser una mujer quien lo sostiene, es novedoso, interesante y relevante con independencia de su contenido?
   A una mujer se la interrumpe más veces porque, habitualmente, se le envían señales mucho más matizadas que a un hombre para mostrarle el descontento del auditorio. Tal condescendencia, ¿no constituye un género de paternalismo, de machismo? Por supuesto que sí, pero ¿de verdad se nos está pidiendo lo otro? Y en caso de que se nos pida, ¿no seremos igualmente descalificados? ¿Exactamente qué se nos está pidiendo a los hombres? ¿qué imagen de masculinidad se nos propone? ¿la absoluta pasividad, el acatamiento silencioso? ¿O no se trata de que se nos pida nada, de que se persiga nada, de que se proponga nada, sino, simplemente, de un intento más por convencernos de que la identidad siempre se logra negando a lo otro, de que la liberación de unos se consigue acallando a los demás, de que las cosas no mejoran compartiendo sino arrebatando?

domingo, 11 de marzo de 2018

Micromachismos y macromajaderías (1 de 2)

   Con motivo del día de la mujer, El País publicó uno de esos artículos que dejan claras las cosas desde su titular: “Micromachismos: si haces alguna de estas cosas, debes replantearte tu comportamiento”. A continuación se detallaban cuarenta tipos de comentarios y, de acuerdo con el titular, si Ud. incurre en uno solo de ellos tiene que replantearse todo su comportamiento. En caso de que indague un poco descubrirá que los micromachismos no son ni más ni menos que machismos cotidianos, así que si el 2,5% de sus comentarios pueden etiquetarse de tal, Ud. amigo mío, comparte modo de pensar con los que van por ahí matando mujeres. Al cabo, una confirmación más, de que todos los hombres llevamos un maltratador dentro, concretamente, en el diminuto cromosoma Y.
   Veamos algunos de esos cuarenta comportamientos machistas cotidianos.
   1. He creído necesario explicar algo a una mujer, sin que ella me lo pidiese, por el hecho de ser mujer.
   Pues sí, ya lo creo que lo he hecho. A varias alemanas les expliqué, sin que me lo pidieran, que cuando uno quiere decir que tiene mucho calor en español no debe emplear la expresión “estoy muy caliente”, como se hace en alemán, porque en español tiene connotaciones diferentes.
   Mal empezamos, primera cuestión y ya tengo que reconocer mi micromachismo.
   2. He comentado a un amigo que se quedaba al cuidado de sus hijos: “Hoy te han dejado de niñera”.
   Supongamos que veo a un amigo mío cuidando de sus hijos y al día siguiente lo vuelvo a ver cuidando de sus hijos y al tercer día otra vez. ¿Le digo entonces “hoy te han dejado de niñera”? No. Le digo “hoy te han dejado de niñera” si es la primera vez que lo veo cuidando de sus hijos. Por tanto, el comentario “hoy te han dejado de niñera” no presupone que las mujeres tengan que cuidar de los niños, constata que he visto muchas veces a la mujer de mi amigo cuidando de ellos y que hoy, por primera vez, lo veo a él realizando esta labor. ¿Dónde está aquí el micromachismo?
   3. Le he preguntado a una mujer si “está con la regla” cuando me ha respondido con desgana o desaire.
   Esto es algo que resulta muy divertido comentarlo con los amigos, sólo lo uso con una mujer cuando creo estar seguro de que ella va a entender que estoy de coña.
   4. En la cama antepongo mi placer sexual al de mi compañera y no suelo preguntar por sus preferencias y necesidades.
   ¿Quedan todavía de éstos?
   5. He dicho que yo “ayudo” en las tareas del hogar, asumiendo que el trabajo es de una mujer y yo estoy ayudando, no participando en igualdad.
   Supongamos un hombre que hace de comer la mitad de los días, que recoge la cocina todos los días, que pone la lavadora, tiende y recoge la ropa una tercera parte de las veces, que plancha la mitad de las veces, que lleva a los niños al colegio, les prepara el desayuno y los recoge la mitad de los días, que les prepara la cena y los acuesta todas las noches, que hace las compras más de las dos terceras partes de las veces, que arregla las averías de la casa y limpia los zapatos. Cuando su mujer va a tomar café con sus amigas, ¿qué les comenta? ¿que su marido “participa en las labores de casa en igualdad” o que su marido “ayuda”? Vamos a ver, malas víboras, ¿qué tiene que hacer un hombre en casa para que digáis de él que “participa en las labores de casa en igualdad”? Hoy día, en la práctica totalidad de los hogares, las tareas son compartidas, sólo que en unos el hombre hace el 10% y en otros el 65%. Pues bien, toda esa amplísima horquilla es “ayudar”. En esas condiciones, claro que “ayudo”, ¿qué otra cosa puedo hacer? ¿pasar la aspiradora mientras limpio el polvo con un plumero en el culo?
   6. Asumo continuamente la heterosexualidad de las mujeres y de otros hombres.
   Desde luego, yo asumo continuamente la heterosexualidad de las mujeres, los hombres y los animales. ¿Por eso soy micromachista? Vale, pues entonces, si le hablo de cisnes y Ud. asume que son blancos, es Ud. un microrracista.
   7. No he hecho nunca la coleta a mi hija y ni siquiera concibo que la pueda llevar mi hijo.
   Teniendo en cuenta que carezco de la práctica que da treinta años de hacer peinados en el pelo de una mujer, suponiendo que tuviese una hija, tardaría al menos cinco años en hacerle algo que mi pareja pudiera identificar con una coleta. Haría, desde luego, lo que pudiese, pero una coleta, coleta...
   8. En mi trabajo o entre mis amistades, solo propongo jugar al fútbol a los varones, dando por sentado que ellas no quieren jugar.
   Jamás le propondría a nadie jugar al fútbol.
   9. Cuando el niño va al médico o de compras, lo acompaña su madre. Cuando el niño va al fútbol, lo acompaño yo.
   Si alguna vez ha ido a la consulta de un pediatra habrá observado madres solas, padres solos, parejas y parejas de abuelos. Si ha ido a tiendas de ropa infantil habrá visto a madres solas y a madres solas mientras sus maridos están diez pasos más allá o fuera de la tienda mirando el móvil con cara de aburrimiento supino. En el fútbol no sé qué hay porque no voy, ¿está allí el micromachismo?
   10. He preguntado a mi sobrina si ya le gusta algún chico.
   Vamos a ver, si yo le pregunto a mi sobrina si ya le gusta algún chico, eso es micromachismo. Si lo hace mi mujer eso es empatía femenina, ¿no?
   Recuerdo cómo me incomodaba de pequeño que me preguntaran si ya me gustaba alguna chica y no, no soy la sobrina de ningún hombre.
   11. He preguntado a alguna mujer que para cuándo los hijos cuando nunca se lo he preguntado a un hombre.
   Tener un hijo es una locura a la que nadie llega por una decisión racional. No se me ocurrirá preguntarle a nadie, hombre o mujer, si está lo suficientemente loco como para dejarse arrastrar a ello.
   12. He pagado de forma sistemática mis cenas con mujeres presuponiendo que es lo que se espera de mí.
   Desde que tiene dieciocho años, un hombre se acostumbra a tropezarse con chicas que le piden que las invite a una copa o, por lo menos, que vaya por ellas. Si con treinta él asume que tiene que pagar la cena ya no es costumbre, es micromachismo. Curioso.
   13. He descrito a una mujer como “poco femenina”.
   Yo sí lo he hecho, lo he hecho, sí, y lo sigo haciendo y lo haré en el futuro. Conocí en Alemania una chica, no sé si polaca o rusa, que tenía más vello en el bigote y las patillas que yo en cualquier parte de mi cuerpo. Me causaba un shock abrir la puerta por la mañana en la residencia de estudiantes en la que estaba y encontrármela. Sé que en algunos países del Este se considera sexy una mujer velluda, pero para mi gusto, una chica con el aspecto de Freddie Mercury en el vídeo de I want break free, es  “poco femenina”, ¿qué quieren que les diga?
   14. He usado la palabra “provocador” para describir el atuendo de una mujer.
   No, pero sí el adjetivo “arrebatador”, ¿esto cuenta?
   15. He comentado que esas no son formas de hablar “para una señorita”.
   Esto es algo que hago sistemáticamente con toda jovencita que suelta más tacos o expresiones soeces de las que yo soy capaz de soltar por minuto. ¿Cuenta esto?
   17. Considero normal que en televisión los presentadores sean los ácidos y divertidos y ellas las guapas.
   Vamos a ver, vamos a ver: llamadme micromachista si queréis, pero paso de interesarme por los presentadores de televisión guapos.
   18. He hecho el comentario "Sara es una mujer fuerte" dando por hecho que considero que ser fuerte es un rasgo más masculino.
   En mi opinión “Sara es una mujer fuerte” si, por ejemplo, tiene que cuidar de sus padres enfermos, de sus hijos porque su marido la abandonó y lleva adelante su trabajo. ¿Me explican dónde está el micromachismo?
   19. Tengo mellizos y nada más nacer hice socio el Atleti a mi hijo y no a mi hija.
   Tercera mención del fútbol
   20. Dejo a mi hijo adolescente salir hasta las 3 de la madrugada, pero a mi hija le obligo a venir antes de medianoche.
   Es decir, que si en plena psicosis de mujeres desaparecidas, me empeño en que mi hija regrese a casa cuando hay gente por la calle, no soy un padre preocupado sino un micromachista sin remedio. Pues, ¡qué bien!
   21. En mi trabajo o entre mis amistades, solo propongo jugar al fútbol a los varones, dando por sentado que ellas no quieren jugar
   Aquí está ya la gota que colma el vaso. ¿Cuántas referencias llevamos ya al fútbol? ¿por qué? ¿porque el fútbol es un caldo de cultivo para el machismo? Entonces, ¿por qué El País, tan preocupado por los micromachismos, no hace campaña, por ejemplo, por las listas cremallera en las directivas de los equipos de fútbol? ¿por qué no se niega a publicar información sobre el fútbol hasta que no acabe el machismo en él?
   21. Nunca he hablado con mi hijo de feminismo.
   Como puede observarse, no hay restricciones de edad en este enunciado. Si su hijo tiene trece meses y no ha hablado con él de feminismo, Ud. amigo mío, es un micromachista irredento, como yo, como el vecino y, en definitiva, una vez más, como todo hombre. Aún mejor, si su hijo tiene veinticinco años y no ha hablado con él de feminismo, ni de los problemas de integración en nuestra sociedad de los inmigrantes congoleños, ni del genocidio de los gitanos polacos en los campos de exterminio, Ud. es también microrracista y micronegacionista.
   23. Invitado a comer en la casa de unos amigos, he felicitado a la mujer por la comida sin preguntar antes quién había cocinado.
   ¿El autor de este artículo no sabe quién cocina en la casa de sus amigos? 
   24. Invitado a comer en la casa de unos amigos, me he dirigido al hombre para hacer preguntas sobre automóviles, dinero o deportes porque he deducido que a ellas no les interesarán esos temas.
   ¿El autor de este artículo no sabe qué temas le interesan a sus amigos? Usted no ha tenido un amigo en su vida, ¿verdad?
   25. He presentado a una mujer por el cargo o la posición de su marido: "esta es la mujer de...", en vez de por su nombre y profesión.
   En una ocasión una amiga se puso a soltar pestes de las condiciones de vida de los oficiales del ejército delante de otra amiga mía que a ella no la conocía de nada. Entonces le dije, “ésta es la mujer de... Javier, el oficial del ejército que te acabo de presentar”. Está claro que soy un micromachista sin remedio.
   26. Soy camarero y siempre pongo la bebida alcohólica al chico y la bebida sin alcohol a la chica, sin preguntar quién ha pedido cada una.
   Esta es muy buena. Estábamos sentados dos hombres y dos mujeres. El otro hombre y una de las mujeres pidieron una copa de licor. El camarero nos colocó las copas de licor a los dos hombres. No nos pusimos a llamale “micromachista” a gritos porque no habíamos bebido lo suficiente, de hecho, nos acababa de traer las copas. Es como cuando estás en pareja y pides una ensalada y un filete, el filete siempre se lo ponen al hombre. O como cuando pides una salchicha y unos chochitos (altramuces para los remilgados), que le ponen... En fin, vamos a dejarlo.
   28. Intentando ser amable, he llamado “guapa” a una mujer a la que no conozco de nada.
   La verdad es que yo sólo hago esto con los bebés, me imagino que eso me convierte en minimicromachista ¿o se dice ínfimomachista?
   30. Me he callado ante el comentario machista de un amigo.
   Por deformación profesional no suelo atacar de frente los comentarios que me repugnan.
   32. En alguna ocasión he dicho a mi pareja: "¿Vas a salir así, sin maquillar?" o "¿No te has maquillado demasiado?"
   Sinceramente, cuando no tienes más remedio que darle un besito de protocolo a una mujer y notas la grasa que se te queda pegada en la mejilla, la segunda pregunta me arde en los labios. Lo dicho, micromachista sin remedio.
   33. Me refiero al conjunto de ciudadanos que buscan la igualdad como “las feministas”, en femenino, asumiendo que es una lucha únicamente reservada a las mujeres.
   A estas alturas, ya habrá comprobado cómo, la lumbrera que ha redactado este presunto artículo periodístico, ha supuesto que todos estos comportamientos los hacen los hombres, porque, como todo el mundo sabe, el machismo es algo que está en el cromosoma Y, por tanto, nada hay en la cabeza de una mujer que merezca tal calificativo. Cuando una mujer califica a otra, famosa por sus conquistas amorosas, con un adjetivo que empieza por “p” y termina con “uta”, eso no es machismo, es ensalzamiento de las buenas costumbres. Eso sí, si yo digo que “las feministas” es femenino, eso es machismo...
   34. Alguna vez, en una conversación entre amigos, he pronunciado la palabra “feminazi” para referirme a una mujer que reivindica derechos.
   Con independencia de lo acertado que me pueda parecer el término “feminazi”, conozco a los angelitos que lo utilizan y hago lo posible porque ninguno de ellos se acerque siquiera al círculo de mis amigos.
   35. Alguna vez, en una conversación entre amigos, me he referido a una mujer como “loca del coño”.
   “Feminazi”, “loca del coño”, ¿en qué ambientes se mueve el que ha escrito este artículo?
   37. He comprado ropa de color rosa o muñecas a una niña sin consultar con sus padres (o con la propia niña) qué regalo deseaba.
   Comprar regalos sin preguntar antes a los padres es siempre el modo más eficaz de quedar en ridículo.
   38. He hecho un favor a una mujer “por guapa”.
   He hecho muchos favores a mujeres por ser mujeres, ¿eso cuenta?
   40. En una conversación sobre políticos, me parece normal hacer comentarios sobre el aspecto de ellas cuando no lo hago sobre el de ellos.
   ¿Está de coña? ¿Alguien puede evitar hacer comentarios sobre el aspecto de Rajoy o de Trump?

   Para terminar diré que las masivas manifestaciones de mujeres del 8 de marzo me han convencido de que es inútil seguir negándolo, sí, hay que admitirlo, son una nación y merecen que se celebre un referéndum por su independencia.

domingo, 4 de marzo de 2018

De cerebros y hombres.

   A poco que uno indague en los textos de psicología, neurofisiología, filosofía de la mente o cualquier cosa semejante, encontrará dos principios que constituyen un ejemplo perfecto de cómo una cultura, un paradigma, una mitología, puede sostener afirmaciones incompatibles sin que quienes participan en ella se percaten del sinsentido en el que incurren. Al primero de dichos enunciados se lo llama, con mucho bombo, la “ley de Hebb”, aunque más apropiadamente debería llamársele “ley de Malebranche-Hebb” o, con mayor rigor, “conjetura de Malebranche-Hebb”. Entre 1674 y 1675, el padre Nicolas Malebranche publicó los cinco libros de su Recherche de la verité. Si bien esta obra pasó a la historia de la filosofía como el gran manifiesto ocasionalista, buena parte de sus páginas se dedican a explicar cómo los espíritus animales, en su tránsito por el cerebro, van dejando trazas que constituyen las marcas físicas sobre las que se asientan los recuerdos, sentimientos, emociones y aprendizajes. 270 años más tarde, Donald Hebb adaptó el mecanismo explicativo de Malebranche a los nuevos tiempos, sustituyendo “trazas” por “reforzamiento sináptico” y “espíritus animales” por “neurotransmisores” y dejando todo lo demás igual. Cuando dos neuronas conectadas por una sinapsis se activan sucesivamente de modo reiterado, la conexión entre ambas se refuerza, explicándose por este procedimiento los recuerdos y aprendizajes. Hebb no aclaraba en qué consistía dicho “reforzamiento” mucho más de lo que ya hizo Malebranche y nadie ha progresado demasiado en tal esfuerzo. Por otra parte el intento de dilucidar la evolución mediante el uso y el desuso había puesto de manifiesto su inoperancia en el caso de los organismos y unos años después de Hebb recibiría un nuevo varapalo en lo referente al sistema inmunitario, de aquí que los científicos y los ingenieros encargados de construir redes neuronales recibieran semejante propuesta... con los brazos abiertos. Muy pronto las ideas de Hebb se enfrentaron con un problema que ya le habían echado en cara a Lamarck. Si las cosas funcionasen de este modo, se necesitarían cientos si no miles de ensayos para que se pudiera crear una diferencia estructural significativa entre algo que se usa poco y algo que se usa mucho. Las redes neuronales artificiales construidas de acuerdo con los principios de Hebb confirman lo certero de esta crítica. Ciertamente hacen cosas que hacen los seres humanos e incluso mejor, pero necesitan decenas o cientos de miles de ensayos para poder llegar a conseguirlo. Si los seres humanos funcionásemos de acuerdo con los principios de Hebb, tendríamos que meter los dedos en un enchufe cien mil veces para concluir que dicho comportamiento conduce inevitablemente al calambrazo. Peor aún, dado que las sinapsis entre las neuronas habrían quedado firmemente enlazadas, nadie podría convencernos ya de que, una vez cortada la luz, se pueden meter los dedos en el enchufe sin problemas. Así que los principios de Hebb conducen a un sistema neuronal que aprende con lentitud exasperante y fija conductas irremediablemente estereotipadas, sin hablar de la oscuridad en la que nos deja acerca de los mecanismos moleculares del supuesto “reforzamiento”. 
   Naturalmente, ningún filósofo vigesimico se metió en tales profundidades. Constituía una hipótesis basada en el “uso y el desuso” y no en el peligroso azar y la maldita selección natural, un pesado entramado matemático protegía las redes neuronales que los científicos exhibían con orgullo, ¿para qué más? ¿para qué pedir hechos biológicos que sustentaran la presunta explicación del funcionamiento de nuestro cerebro? Había nacido una ley tan "científica" como el resto de la psicología y todos los debates filosóficos del siglo pasado giraron en torno a si un cerebro constituido de semejante manera bastaba para explicar el comportamiento humano o si se necesitaba todavía un alma asomando por detrás de él. Nadie se atrevió a sacar la consecuencia lógica de las propuestas de Hebb, a saber, que cuantas más sinapsis tenga un cerebro, más podrá aprender y, dado que los test de inteligencia demuestran que los aprendizajes adquiridos posibilitan mejores resultados en ellos, cuantas más sinapsis tenga un cerebro, mayor inteligencia podrá albergar... Recientes mediciones parecen indicar que los cerebros de los hombres tienen mayor número de sinapsis que los cerebros de las mujeres, por lo que los hombres poseerían también mayor inteligencia (algo que la experiencia cotidiana desmiente de modo rotundo). Por otra parte, las neuronas humanas se hallan menos interconectadas que las neuronas de otras especies animales y, para acabar de rematarlo, tenemos el caso de la Globicephala melas (la ballena piloto, una especie del género de los delfines), que tiene casi el doble de neuronas en el neocórtex que los seres humanos. Y aquí aparece el segundo principio que comentamos antes.
   Como abandonar el puesto privilegiado de la creación siempre nos ha costado mucho, en cualquier libro de psicología, neurofisiología o filosofía de la mente, se podrá encontrar un enunciado que parecía atornillarnos definitivamente a ese puesto: el cociente de encefalización. La inteligencia, la capacidad para aprender, los procesos cognitivos superiores, dependerían, no del tamaño del cerebro, sino de la proporción existente entre éste y el resto del cuerpo. Obviamente, a los cuerpos grandes les corresponden cerebros grandes, como ocurre con las ballenas o los elefantes, pero el ser humano tiene un cerebro desproporcionadamente grande para su tamaño, hasta el punto de que un niño, incluso a los tres años, va hacia donde va su cabeza. Si se observa detenidamente, podrá verse lo que el siglo XX se mostró incapaz de ver, que este cociente introduce un punto de vista absolutamente incompatible con la conjetura de Malebranche-Hebb. En efecto, ésta postula que, para entender lo que nos hace humanos, hemos de atender exclusivamente a nuestro cerebro y, más en concreto, a las conexiones entre neuronas que existen en él. El cociente de encefalización dice una cosa toto caelo diferente, a saber, que para entender lo que nos hace humanos hemos de atender a la relación que existe entre nuestro cerebro y el resto de nuestro cuerpo. El número de neuronas, las conexiones que existen entre ellas, la cantidad de neurotransmisores que migran entre unas y otras, conforman factores que quedan supeditados al modo en que nuestro cerebro se relaciona con otros sistemas de nuestro cuerpo. Los dos principios en los que la mitología del siglo XX asentó todo su pretendido saber para explicar la relación entre la mente y el cerebro se muestran ahora, simplemente, incompatibles. Resulta evidente que, si de verdad queremos entender algo y no limitarnos a repetir cual papagayos eslóganes convenientes, habremos de quedarnos con aquel principio asentado en hechos y no con el que nos ha dado sobradas muestras del barrizal con el que se moldearon sus pies.