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domingo, 9 de marzo de 2014

Crimea (otra vez)

  No me convenció mucho Empire Earth. Se trataba del típico juego de civilizaciones que comenzaba con la Edad de Piedra y terminaba en nuestros días. Lo más interesante de él es que uno apostaba un cavernícola con su garrote para impedir que los enemigos se infiltrasen por una colina y acababa teniendo una unidad de tanques que hacía exactamente lo mismo en el mismo sitio. Hay zonas del planeta que han sido regadas una y otra vez por la sangre de diferentes generaciones. De aquí nace la geoestrategia, a la que podemos definir fácilmente como el arte de tropezar mil veces en la misma piedra. Obviamente, este arte no existiría sin gobernantes tan ignorantes, tan cortos de luces o tan idiotas como para no darse cuenta de que van camino de tropezar donde tantos otros lo hicieron. Crimea es una piedra de esta naturaleza.
Hemos de recordar que Rusia nació como un país que, esencialmente, carecía de salidas hacia mares navegables. Uno de los ejes de su política expansiva fue encontrar puertos viables en el Pacífico y en el Mar del Norte. Faltaba, cómo no, ese mar con imán que parece ser el Mediterráneo. Quedaba lejos, así que tan pronto como finales del siglo XVIII, los rusos fijaron sus ojos en la península de Crimea. Quien controlase Crimea controlaba el Mar Negro y a quien controlase el Mar Negro sólo un estrecho lo separaba del Mediterráneo, estrecho, eso sí, en manos de los turcos. 
  A mediados del siglo XIX el imperio otomano era un gigante con pies de barro, sostenido, más que por sí mismo, por Inglaterra y Francia. Rusia apenas si podía contener las ansias de expandirse a su costa. Aludiendo a la defensa de la fe ortodoxa las tropas zaristas invadieron Moldavia y Valaquia. Las potencias europeas, que veían tales afanes expansionistas con preocupación, respondieron lanzando un ejército contra Crimea. En realidad, ni unos ni otros querían una guerra y ésta tuvo lugar más por la falta de imaginación a la hora de encontrar un acuerdo capaz de satisfacer a todas las partes, que por los deseos bélicos de unos y otros. La propia guerra fue un despropósito. La coalición británico-franco-turca-piamontesa se las vio y se las deseó para establecer una cabeza de puente en Crimea. Las tropas que sitiaban Sebastopol no pudieron acudir a la batalla de Balaclava porque el general al mando se negó a interrumpir su muy inglés y flemático desayuno. Durante esta batalla se ordenó a la caballería británica cargar contra la artillería rusa, la cual estaba en una posición, ligeramente ventajosa. De hecho, estaba guarecida tras un valle rodeado por colinas tomadas por las tropas del zar y a su retaguardia aguardaba tranquilamente el grueso de la caballería cosaca. La famosa Carga de la Brigada Ligera (o “cabalgada al infierno”) fue una de las muchas carnicerías de esta guerra.
  Han pasado 160 años de aquellos hechos y las cosas han cambiado mucho. Ahora tenemos a unos funcionarios europeos que cuando les dan el plantón, en lugar de poner la cara de póker que hemos puesto todos en esa situación, utilizan el documento que se iba a firmar como bandera con la que unificar a los opositores al presidente ucraniano. Tenemos a un presidente ucraniano que negocia con la UE y acaba firmando con Putin. A un Putin que no duda en invadir un país vecino y proclamarse, como el zar en 1850, protector de todos los rusos, cuando, en realidad, lo único que le importa, son sus basesitas en Crimea y demostrar quién la tiene más grande. A una Crimea que decide unirse a Rusia, porque, al fin y al cabo, sus habitantes son rusos, cuando los habitantes originarios de la península son los tártaros que, bajo ningún concepto, quieren estar de nuevo bajo el mandato de un país que los invadió, los utilizó y los deportó. Tenemos a la administración Obama que ha ninguneado a Europa como ninguna administración norteamericana lo había hecho nunca y que, precisamente por ello, tiene ahora que aguantar que los rusos les mojen la oreja con amenazas y bravatas de todo género. Tenemos a una Canciller alemana, cual Chamberlain, negociando la futura estructura de Ucrania con los rusos como si Ucrania fuera ya tan suya como España. Tenemos a la city londinense, a “expertos” de toda laya y a la muy democrática prensa occidental advirtiendo que lo más democrático que se puede hacer cuando un matón invade un país democrático es dejar que lo despedace a gusto, exactamente lo mismo que proclamó cuando Hitler despedazó Checoslovaquia. Tenemos a los flamantes dirigentes de esa democracia que de verdad creyeron que no iba a pasar nada por olvidarse de los intereses rusos en su país. Tenemos a un ejército invasor al que, según dicen, los millones que le han llovido encima en los últimos años, han hecho de él algo mejor que la panda de presidiarios que arrasaron con todo en Chechenia bajo el mando del general Eristoff™. Y, por encima de todo, tenemos a dos ejércitos apuntándose los unos a los otros a la espera de que un soldado más nervioso que la media inicie una contienda que nadie ha querido provocar.
  Si ahora me preguntan Uds. qué debe hacerse, mi respuesta es muy simple: declararle la guerra... pero no a Rusia, sino al rebaño de inútiles que nos han conducido a esta situación.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Paisajes otoñales

   Recuerdo una novela, de autor ruso contemporáneo, que narraba el ascenso de un botarate a la cúpula de una organización mezcla de agencia publicitaria, secta y mafia. En su escalada, descubría que los personajes de la actualidad social, cultural y política eran, en realidad, el producto de unos buenos guiones y sofisticadísimas técnicas de animación. La totalidad de imágenes de los telediarios procedían de ahí, desde la visita a un hospital del Jefe de Estado, hasta los atentados en Chechenia. La cosa se complicaba porque, en un determinado momento, el protagonista recibía gruesos sobres de dinero y tarjetas de felicitación, enviados desde paraísos vacacionales y firmados por los nombres de los personajes, en teoría, sólo ficticios, de la actualidad del país. El relato terminaba con el tipo, ya encaramado en la cúpula de la organización, por voluntad de gente de un nivel superior de decisiones a quienes la novela no retrataba. Allí, aparte de una vida la mar de placentera, desarrollaba un cierto gusto por hacer apariciones, como personaje secundario, en diferentes anuncios. Toda esta historia me pareció horriblemente estrambótica y llegué hasta el final, sobre todo, porque estaba en la India y no conseguí encontrar nada más interesante que leer. Sin embargo, ha pasado a formar parte de esos libros y películas que, sin gustarme, recuerdo una y otra vez. De hecho, me acuerdo de ella siempre que leo noticias sobre Rusia. La última es que hasta la organización que se describía en la novela, ha llegado la crisis. Para reducir costes, han decidido no desarrollar nuevos personajes. Por tanto, los dos protagonistas principales de los telediarios de los últimos años, esto es, Putin y Mendeleiev, seguirán siéndolo durante seis o doce años más. Eso sí, para no conducir a los guionistas a un ataque de nervios, volverán a intercambiar sus papeles.
   Todos sabemos que Rusia es una democracia ficticia, España es diferente. Aquí tendremos la oportunidad, el próximo 20 de noviembre (bendita fecha), de elegir entre el PPSOE y el PPSOE para que nos apliquen una política de mercado. Hubo una época, que nos pareció espantosa, en que nuestros gobernantes tomaban sus decisiones basándose en los sondeos de alguna empresa creada a tal fin. Ahora parece una época gloriosa. Hace ya una buena temporada que las estadísticas que se consultan para tomar decisiones políticas son las que reflejan cómo va el mercado. Lo más divertido es ver a los políticos insistiendo en que deben ser los mercados quienes se plieguen a ellos, mientras miran de reojo el diferencial con el bono alemán para saber si van por buen camino o no. ¿Y quiénes componen ese mercado que decide sobre nuestro futuro? Pues, esencialmente, gente con muchísimo más dinero que el tal Alessio Rastani, pero con su misma mentalidad. Éste es un caso para la historia. La BBC, el paradigma de buen hacer periodístico, lleva a un programa de gran audiencia, un “experto” del que, al parecer, lo único que sabe, es su nombre, el monto de su hipoteca y que se dedica a invertir de modo privado (por el monto de su hipoteca, hemos de suponer que cantidades muy modestas). Si ése es todo el curriculum para ser citado como “experto” por la BBC, no quiero ni imaginarme cuál es el curriculum de los “expertos” que citan los medios de comunicación españoles.
   El tal Sr. Rastani, en sus quince minutos de fama, se dedicó a cocinar una buena receta de profecía que se autocumple y que, a buen seguro, le permitirá aparecer como “gurú” la próxima vez. De un modo nada disimulado comunicó a la audiencia que quienes no saquen inmediatamente su dinero de los bancos y lo inviertan en bolsa como hace él, lo perderán todo. Además, dio pistas de cómo hay que invertir: debemos apostar, y fuerte, porque la cosa se va a ir al garete. Tal y como están los mercados, lo único que les hace falta es una legión de pequeños inversores, corriendo como pollos sin cabeza, a la búsqueda de apuestas a la baja que les proporcionen un buen pelotazo. Efectivamente, eso lo mandaría todo al garete en un visto y no visto. Como digo, ésta es la mentalidad de quienes vienen haciendo dinero a espuertas desde hace más de treinta años, de aquéllos a quienes se suelen  considerar genios de las finanzas o, de un modo resumido, triunfadores. El moderno capitalismo nos ha enseñado de todas las maneras imaginable que la destrucción genera beneficios y que, cuanto más grande sea la destrucción, mayores serán los beneficios. Parece que ha llegado la hora de obtener beneficios récord tirando bombas H económicas por doquier. No sé si el Sr. Rastani es quien dice ser o no. Carece de importancia. Se trata de un revolucionario de primer orden al que le bastarían otros quince minutos ante las cámaras para lograr lo que Marx y su Partido Comunista no lograron en dos siglos.
   Afortunadamente, tenemos a nuestros políticos para salvarnos de estos subversivos. Sin pausa, avanza el plan de rescate para Grecia que, ¡adivinen! exigirá nuevos sacrificios, y también se está avanzando en un plan de rescate para la banca. Los buitres del FMI han descubierto que con otra subvención de tamaño descomunal los bancos podrán... ¿Esperar tranquilamente hasta la nueva subvención? Ya lo he dicho, soy viejo, he visto unas cuantas cosas. Recuerdo haber oído argumentar que el subsidio de desempleo no podía ser muy elevado ni demasiado duradero porque, de ese modo, los parados perdían el incentivo para buscar trabajo. ¿Las subvenciones a la banca sí pueden ser elevadas y duraderas? ¿para qué? ¿para que pierdan el incentivo de buscar clientes? Quien realmente necesita un plan de rescate, masivo e inmediato, no es Grecia ni la banca, son las familias. El nivel de endeudamiento alarmante es el de las familias, españolas en particular y europeas en general. Hasta que las subvenciones no vayan a las familias para que salgan de su asfixia cotidiana, esta crisis no va a hacer otra cosa que agrandarse. Pero claro, una de las cosas más graciosas de la macroeconomía es que los macroeconomistas olvidan que ése no es el nivel último de explicación posible, mejor todavía,  ése no es el nivel explicativo. Las explicaciones, las explicaciones reales, siempre están a nivel microeconómico porque la economía, como el poder, siempre es “micro”.
   Hablando de “micro” (es decir, de microcerebros), acabamos de enterarnos que el sueldo de Dña. Esperanza Aguirre es el de cinco profesores de secundaria. Como los profesores de secundaria sólo trabajamos 18 horas semanales, esto es, sólo trabajamos cuando estamos en clase con los alumnos/as, hay que suponer que ella trabaja 90 horas semanales. Lo cual significa, si mis cálculos no fallan, que la Sra. Aguirre se pasa 13 horas diarias en su despacho, porque, en justa correspondencia, consideraremos que ella, cuando no está en su despacho, es que no trabaja. Por supuesto, estas horas diarias incluyen sábados y domingos. Esas son las cuentas según la Sra. Aguirre y si resulta que ella no dedica 13 horas diarias a estar en su despacho es que trabaja menos que los profesores. Pero bueno, tampoco le vamos a pedir a la Sra. Aguirre que sepa de matemáticas. A estas alturas nadie le pide seriamente que sepa de nada. Son las cosas que pasan en Madrid. En la periferia estas cosas no pasan. Pasan otras.
   Es de agradecer la sensatez de CiU. Haciendo gala de una exquisita coherencia, ha decidido no inmiscuirse en las próximas elecciones del país vecino y ellos siguen recorta que te recortaré aquí y allá, hoy un geriátrico, mañana un hospital, pasado la enseñanza de nuevo, 1,6 millones de subvención al doblaje de películas americanas al catalán... ¡Huy, no! ¡Perdón! He leído mal la noticia. Los 1,6 millones sí que se los van a gastar. Es lógico, al fin y al cabo, con los recortes en educación, un profesor de lengua puede acabar dando matemáticas, eso sí, en catalán. Lo que los futuros catalanes aprendan, que se mueran en las salas de urgencia de los hospitales, no tiene mucha importancia. Que se enteren del discurso de Nochebuena del President, eso, eso es, fundamental. No sé si CiU va a presentar listas al parlamento de la nación vecina, quiero decir, al parlamento español. Quizás, debería sumarse al plan de ahorro y evitarse molestas porque, con cosas como éstas, no les van a votar ni los del Opus.
   Menos mal que, en medio de tanto desconcierto, uno siempre encuentra buenos motivos para reírse. Uno de ellos es que acaba de surgir un nuevo dúo cómico que son la monda. Se llaman Rubalcaba y Rajoy. La verdad es que no sé quién de los dos me resulta más gracioso. El primero ha dicho, muy serio, como mandan los cánones, que si los socialistas que bajaron el sueldo a los funcionarios ganan, les subirán el sueldo. Lo que no me ha quedado claro es si lo volverán a subir hasta donde estaba o si lo subirán a partir de donde estaba. Supongo que sólo es cuestión de que vayan pasando los días. El segundo ha asegurado que, si sale elegido, no vacilará en no mover ni un dedo, que se compromete a hacer ya veremos qué y que, con él, el país irá hacia alguna parte. Todavía mejor, su partido ya ha elegido lema de campaña. Es conciso, brillante, suena a honestidad, a ausencia de escándalos, a seriedad, a savoir faire. ¿Que cuál es el lema? Muy fácil: “Por el cambio”. Y el caso es que a mí este lema me suena de algo... En fin, para que después digan que estos señores no son capaces de crear ilusión.