domingo, 25 de diciembre de 2022

15 de diciembre de 2.022: un país sin malversadores.

   Decía Aristóteles que el hipócrita conoce la verdad, pero la oculta. El problema de los políticos catalanes es que no son nada hipócritas porque hace mucho tiempo que perdieron la noción de que pudiera haber algo verdadero. Por tanto, el máximo logro que exhiben ante sus votantes es reconocer que desviaron fondos públicos para fines para los que no estaban destinados, entre ellos, las cuentas para el mantenimiento de Carles I de Catalunya con los fastos que merece de por vida, el sostenimiento de todo lo que necesita el osito Junqueras durante el mismo tiempo, además de las correspondientes cuentas en Suiza de todos ellos y, por supuesto, algo de calderilla para organizar el referéndum por la independència que, para quienes no sepan catalán, significa “independencia”. Derogar la sedición apenas si era una de las reclamaciones para lavar la ofensa española de impedir que los políticos catalanes hicieran lo que les viniera en gana. Acabar con la represión del Estado español exigía evitar que los corruptos catalanes paguen por sus corruptelas. Por tanto, el jueves 15 de diciembre se aprobó en el Parlamento una reforma de ley por la cual deja de considerarse delito de corrupción el desvío de fondos públicos para fines para los que no estaban destinados y exige para que pueda haber corrupción “ánimo de lucro”. Podemas había sacado adelante una ley que se basaba en qué sentían los implicados. El PSOE, para no quedarse atrás, va a poner en funcionamiento una ley que se basa en el “ánimo” de los políticos. Quienes no tengan el ánimo necesario para lucrarse, tampoco tendrán que pasar mucho tiempo entre rejas, cuatro años como máximo, “causalmente”, el tiempo transcurrido desde el procès (que, para quienes no sepan leer en catalán significa “proceso”) y siempre, eso sí, que su delito haya causado un "entorpecimiento grave del servicio". La reforma no contempla agravantes. Si, pongamos por caso, un cargo público dedica el dinero destinado a comprar insulina para los hospitales a financiar a la asociación local de su propio partido, deja de haber cualquier base legal para enjuiciarlo. Y lo mismo ocurre si las ayudas para los afectados por una riada se dedican a fletar autobuses con los que llevar a miembros del propio partido a asaltar el Parlamento. Hay muy mal pensados, mayormente gente muy muy facha, que ha afeado al gobierno hacer una ley para beneficiar a personas con nombres y apellidos, algo absolutamente anticonstitucional y malévolo. Los partidarios de Pedro “el hermoso” se han desgarrado las vestiduras preguntando cómo osan acusarles de favorecer a personas concretas. No, ellos han favorecido a este país, a este continente, al mundo entero, a quienes acumulan riquezas en paraísos fiscales con la excusa de la llibertat per a Catalunya (“libertad para Cataluña”, para quienes no sepan leer en catalán) y al común de los mortales, a los ciudadanos de a pie, como José Antonio Griñán y Manuel Chaves, a quienes enviados del gobierno les han transmitido un guiño de Pedro “el hermoso”. Aún más, si una persona es una institución, ¿puede achacársele “ánimo de lucro” por desviar bienes públicos a sus cuentas privadas? Los muy izquierdistas republicanos de Cataluña han sentado las bases para que regrese el buen rey emérito, ahora libre de pecados de acuerdo con el espíritu de esta reforma. Afortunadamente, nuestro gobierno, el espejo en el que se mira nuestra nación, no lo compone únicamente el PSOE. Ahí tenemos también a Podemas, faro de referencia de la izquierda de verdad, látigo infatigable de la “casta” y sus componendas, batuta de las impolutas voces del progresismo radical. Valientemente, se han negado a suscribir una ley que, previsiblemente, vaciará nuestras cárceles de políticos represaliados por sus ideas acerca de cuánto dinero debe haber en sus cuentas cuando abandonen los cargos públicos. Eso sí, han votado a favor de ella, que ser radical, ser de izquierdas y luchar contra ella no significa que no compartan las ideas de “la casta”. 

   Dice el abogado de Griñán, en su día él mismo diputado socialista, que Griñán y Chaves, en lugar de agradecer el gesto, han sentido su dignidad ofendida (sic!) porque se los metiera en el mismo saco que los independentistas. De hecho, mezclar esta reforma de la ley con la reforma de la sedición ha levantado todas las ampollas que estaban sin cicatrizar en el PSOE contra Pedro “el hermoso”, generando una marejada de fondo de la que declaraciones de los cargos medios, de antiguos barones del partido y de supuestas “organizaciones ciudadanas”, apenas si son un pálido reflejo. Quienes conocen a los votantes del PSOE afirman que las bases están que trinan. Pero nada de eso es comparable con la estupefacción de las autoridades europeas. La reforma, como todas las leyes que venimos padeciendo en este fin de año por parte del gobierno de Pedro “el hermoso” no sólo se ha hecho deprisa y corriendo, no sólo se ha hecho consultando únicamente a los cuatro desaprensivos encerrados en un despacho, además se ha hecho en un momento en el que desde Bruselas se había animado a España a no “desfallecer” en su lucha contra la corrupción y justo en plena onda expansiva del Qatargate, que va a llevar a un endurecimiento de los controles en la Unión Europea y a colocar a España, una vez más, otra vez, como siempre, en ese lugar de Europa en el que la espalda pierde su virtuoso nombre.

domingo, 18 de diciembre de 2022

15 de diciembre de 2.022: un país sin sediciosos

   La jornada del 15 de enero de 2.022 pasará a la historia de nuestro país como el principio del fin de algo que se inició en noviembre de 1.975. Nada ocurre por saltos, no hay jornadas decisivas ni hay más acontecimientos que los que algún poder deseoso de que no preguntemos el porqué, plante ante nuestras narices. Sin embargo, el pasado jueves todo lo que iba camino del desastre en este país se hizo patente y manifiesto para quien no esconda su cabeza bajo el ala. Ese día, el gobierno de Pedro “el hermoso”, llevó al Parlamento otra de sus leyes Frankenstein, en la que, sin pensar más que en su propio pellejo, proponía cualquier cosa para salir del atolladero. En este caso, se trataba de un paquete que incluía la reforma del delito de sedición, la reforma del delito de malversación y la reforma de los procedimientos para elegir magistrados del Tribunal Constitucional, todo junto y revuelto sin otro hilo común que el que se ha convertido en el elan vital de este espasmo legislativo de nuestro preclaro gobierno: el sí porque sí. Patxi López, portavoz del PSOE en el Congreso, que hace ya mucho tiempo que se comió su última ración de vergüenza confundiéndola con una angula, ha justificado este despropósito afirmando que permite "homogeneizar" la legislación española con la europea; "corregir tipos inexistentes" que pertenecen a otra época histórica y rebajar "penas desproporcionadas" que generan "disfunciones en la cooperación entre los estados". Con estas leyes en vigor, añadió el bueno de Patxi, Carles I de Catalunya no hubiese ganado ningún recurso para evitar su extradición a España… porque nunca se habría ido de ella. En efecto, la reforma del delito de sedición, simplemente, la hace desaparecer. En lugar de sedición habla de “desórdenes públicos agravados”, la pena máxima pasa de los 15 años de prisión a los cinco que prevé la nueva ley. En su redacción original, el artículo 544 del Código Penal hablaba de alzarse “pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las leyes o a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público". La reforma, por contra, se refiere a quienes actúen “en grupo y con el fin de atentar contra la paz pública, ejecuten actos de violencia o intimidación sobre las personas o las cosas; u obstaculizando las vías públicas ocasionando un peligro para la vida o salud de las personas, o invadiendo instalaciones o edificios". Dicho de otro modo, quienes promovieron el referéndum independentista en Cataluña ni siquiera quedan imputados por este artículo. Sin embargo, un grupo de manifestantes que irrumpan en una oficina bancaria, se pongan a bailar sevillanas y se lleven de ella una grapadora, sí acabarán en prisión en la parte superior de la horquilla de penas previstas. La ley española ya nunca más molestará a los políticos que lancen a las masas contra las instituciones democráticas, eso sí, si los ciudadanos se organizan de modo espontáneo para protestar, que se vayan preparando. O, si quieren, se lo pongo más claro, un Donald Trump que explícitamente llamase al asalto del Congreso, no encontraría obstáculo legal alguno para seguir presentándose a cuantas elecciones quisiera, por contra, una acampada en la Puerta del Sol como la protesta de los indignados en 2011, nunca más podrá tener lugar en nuestro país.

   Si hubiese que creerse algo de lo que dice Patxi López, la propuesta no estaba redactada 48 horas antes de su tramitación. Dicho de otro modo, el acuerdo entre PSOE y ERC se puso negro sobre blanco sin realizar ningún tipo de consulta a expertos jurídicos, órganos consultivos ni nada semejante, con lo que nadie ha previsto posibles consecuencias indeseables de esta ley, como nadie las previó de la reforma de la ley del “sí es sí”, reforma que ha permitido la sistemática rebaja de condenas de violadores, acosadores y demás incapacitados sexuales que se dedican a asaltar a las mujeres. El resultado no se ha hecho esperar. El 7 de noviembre de 2021, un avión que volaba de Casablanca a Estambul tuvo que aterrizar de emergencia en el aeropuerto de Palma. Uno de los pasajeros parecía haber sufrido un coma insulínico. Aprovechando la llegada del equipo médico para atenderlo, 24 pasajeros organizaron un tumulto y bajaron del aparato, invadieron las pistas y la mitad de ellos, consiguieron abandonar las dependencias del aeropuerto. El aeropuerto de Palma tuvo que cerrar sus instalaciones durante tres horas con el consiguiente caos aéreo. Las Fiscalía, alentada por unas autoridades que exigían practicar un escarmiento con los detenidos, los acusó de sedición y, consecuentemente, dado que se les podía imputar hasta 10 años de cárcel, obtuvieron la prisión preventiva de todos ellos hasta la llegada del juicio. Si efectivamente, el delito de sedición queda reformado en el sentido que pide el gobierno, los abogados defensores ya han mostrado su intención de pedir la libertad condicional de todos ellos, dado que la posible rebaja de la pena impuesta ya no exigiría mantenerlos en prisión a la espera de juicio. De este modo, podrán unirse a sus compatriotas escapados y, entre todos, colgar vídeos instructivos en Youtube, explicando cómo entrar en Europa a través de un país de chascarrillo llamado “España”.

domingo, 11 de diciembre de 2022

La Primera República.

   Me gustan los deportes espectaculares, así que no tengo el más mínimo interés por el fútbol. No obstante, la derrota de España ante Marruecos y la posterior victoria de ésta ante Portugal me ha proporcionado un sin fin de risotadas por motivos múltiples. Uno de ellos es descubrir que a la altura del siglo XXI España sigue dividida en dos grandes mitades, la de aquellos que ignoran nuestra historia y la de aquellos que hacen todo cuanto está en sus manos por ignorar nuestra historia.

   Como he explicado varias veces aquí, constituye un error común (y catastrófico) considerar que el Islam es algo así como un monolito que se extiende sin variantes desde Alhucemas hasta Mindanao y, por lo mismo, considerar que el Islam hoy es igual que en los tiempos de la predicación de Mahoma. Cuando uno lee el resultado de aplicar estos simplismos a la historia de España el resultado es descacharrante. Ocho siglos de la historia de este país, ocho siglos, 800 años, más de los que han transcurrido desde el descubrimiento de América, los ocupa la historia de al-Ándalus. El primer hecho fundamental para entender al-Ándalus consiste en que Táriq Ibn Ziyad desembarcó en la península al mando de unos 9.000 hombres y que con ellos conquistó sin demasiados esfuerzos todo el territorio comprendido entre Gibraltar y la Meseta Central, dominando una población de unas 700.000, almas ,algo que de ninguna de las maneras puede conseguirse únicamente manu militari. Las posteriores oleadas norteafricanas tampoco alteraron la base demográfica de al-Ándalus y, de un modo muy parecido a lo que ocurrió con los visigodos, implicó en la llegada de unos miles de hombres armados que se convertían en la élite dirigente y que acababan diluyéndose en el sustrato existente. Un reciente estudio genético muestra que un 10% de los habitantes de este país todavía tiene genes norteafricanos algo que cuadra mucho más con lo que acabamos de describir que con muchas otras paparruchas que nos han contado.

   Como consecuencia de lo anterior, una tensión permanente recorrió la historia de al-Ándalus entre la población andalusí, descendiente directa de los pobladores originarios de la península, y las minorías llegadas del Sur, detentadoras del poder. Pero a ella había que añadir otra. La prosperidad de la dinastía omeya generó deslumbrantes ciudades, entre las que destacaba por encima de todas Córdoba. Sus habitantes se distinguieron muy pronto por su refinamiento,  sus intereses culturales y su preocupación por la justicia y la política. Sin embargo, buena parte de la población andalusí siguió residiendo en pueblos de base agrícola, a veces, en condiciones de pura subsistencia. Esto generó otra tensión, perpendicular a la anterior, entre los habitantes rurales y algo que a todas luces podríamos llamar burguesía. Con frecuencia estas tensiones desembocaron en conflictos, levantamientos y guerras civiles, más o menos encubiertas como guerras dinásticas. Problemas de esta índole provocaron a principios del siglo XI la desintegración del reino en una serie de taifas. En Córdoba las revueltas populares destituyeron a Abderramán V (1024), a Yahya al-Muhtal (1027) y a Hisham III (1031). Hartos de tribus venidas del Norte de África a modo de ejércitos pagados con impuestos abusivos, Córdoba fue la última en declararse reino independiente, pero la primera en toda Europa en declararse una república. En contra de lo que cuentan nuestros libros de historia, ni la Primera República española nació en el siglo XIX, ni la primera república islámica en el siglo XX.

   En 1031 un consejo de notables decidió entregar el poder a Abú'l Hazm Yahwar bin Muhammad de la familia de los Banu Yahwar que venía ocupando cargos públicos desde antes del colapso del califato. Yahwar bin Muhammad, sin embargo, renunció a proclamarse califa. Exigió compartir su poder con otros dos miembros de su familia y se consideró a sí mismo un delegado de la confianza popular, no la persona encargada de mandar o de prohibir. Todas sus decisiones se hicieron siempre en presencia de una asamblea de notables, en la cual todos podían hablar y dar su parecer. Aunque muchos consideran que en realidad, el poder permaneció en manos del clan de los Yahwar, no constan represalias contra los contrarios a sus decisiones ni mandatos impuestos por las buenas a dicha asamblea. De hecho, incluso quienes testimonian de su avaricia y de haber triplicado sus riquezas durante su gobierno, le reconocen a Yahwar bin Muhammad sensatez política, buen hacer y preocupación por las aflicciones de los ciudadanos de a pie. Por supuesto, como todos los que ocuparon un cargo antes que él y después que él, prohibió la venta de alcohol, pero también disolvió la milicia bereber que atemorizaba a la población, creó algo parecido a un ejército popular, hizo los impuestos soportables para todos, llevó una contabilidad minuciosa de cómo y para qué se gastaba cada moneda del erario público, colocó guardias en los palacios califales aunque no los habitó nunca, acudió, como uno más, a las ceremonias, a los ritos populares de Córdoba y a visitar los enfermos, regularizó la práctica médica, convirtió la ciudad en tierra de acogida para todos los exiliados del resto de reinos taifas y medió entre ellos para que vivieran en paz y armonía. Aunque es verdad que su mandato no se extendió mucho más allá de los muros de la ciudad, le devolvió el esplendor de los primeros años del califato omeya. Básicamente no hay críticas a su gobierno ni siquiera entre los historiadores que más aceradamente le lanzan puyas y todos le reconocen haber encabezado una época de prosperidad. Sin embargo, él nunca se consideró elegido para nada y reclamó para sí meramente el papel de guardián del califato hasta que llegase alguien que mereciera “el reconocimiento de todos”. Hasta tal punto obró regido por esta idea que dejó en manos del consejo de notables elegirle sucesor. Cuando murió, el consejo eligió a su hijo Abú'l Walid Muhammad quien durante 21 años más mantuvo la prosperidad, la tolerancia y el afán por cuidar el bienestar de los ciudadanos. Pero Abú'l Walid Muhammad tenía dos hijos, en los cuales acabó delegando el poder. Entre ellos surgió una rivalidad que les llevó a enfrentarse fratricidamente hasta que en 1070 la taifa de Sevilla se anexionó Córdoba. 

   La que verdaderamente merece el nombre de I República española, pues, no sólo presagió la que aparece en los libros deseosos de olvidar nuestra historia como I (1873-4), sino que también anticipó lo que habría de ocurrir con la que se denomina “Segunda República” (1931-9). Y todo eso sucedió aquí, en este país empeñado en sepultar bajo toneladas de olvido cualquier cosa que le recuerde que otra España es posible porque la historia muestra que ya existieron otras Españas posibles.

domingo, 4 de diciembre de 2022

En qué consiste el fascismo.

   Supongamos que enviamos una sonda espacial a inspeccionar un planeta, pero no vuelve. ¿Qué debemos hacer? La mayor parte de los seres humanos responderían: mandar X sondas espaciales más. Altshuller llamaba a eso "inercia psicológica" y consiste en que los seres humanos, cuando adoptan una línea de pensamiento ya siguen por ella con independencia de cuántas paredes haya que atravesar a cabezazos. Y, por supuesto, si no se derriban al primero sólo hay que… dar más. "Más" siempre figura en la solución que dan los seres humanos. ¿Hay delincuencia en las calles? más policía. ¿Las tasas de criminalidad no descienden? más libertad para la acción policial. ¿La criminalidad sigue aumentando? se los dota de armas más potentes. ¿Si un antibiótico no funciona ante una infección hay que suministrar más cantidad? ¿Si un sistema de entrenamiento genera lesiones en los deportistas hay que entrenar más? ¿Si el carrito de la compra tiende a irse hacia un lado, para mantenerlo en línea recta, tenemos que empujar más? Habitualmente "más" forma parte del problema, no de la solución.

   Las grandes unificaciones nacionales del XIX condujeron a la idea de que cualquier problema que surgiese podría solucionarse con más nacionalismo y así llegamos a esa trituradora de vidas humanas que fue la Primera Guerra Mundial. Como todas las guerras, solucionó bastante poco, pero agravó sin límites todos los problemas. Naturalmente, todo el mundo pensó que resolverlos exigía una guerra más grande. Sin que nadie entendiera muy bien por qué Europa se precipitó al abismo de su autodestrucción. Después, de entre ruinas innecesarias, horrores insondables y sufrimientos sin cuento, los europeos se tropezaron, al fin, con la evidencia de que todos nuestros problemas debían solucionarse de otra manera y no con más locura. Vinieron generaciones y generaciones que inventaron soluciones nuevas, que crearon nuevas posibilidades y que soñaron con otros horizontes. Desde las altas esferas se consideró que tanta creatividad era peligrosa, así que, lentamente se procedió a estrangularla. En los años noventa toda la destrucción de mediados de siglo parecía tan lejana que reapareció la vieja cantinela del “más”. Hoy día abundan quienes creen haber descubierto que las ideas que hace un siglo condujeron a la catástrofe, mañana nos llevarán al paraíso. Hasta tal punto estamos perdidos y desorientados que ya ni siquiera somos capaces de identificar el peligro. Menudean sesudos expertos que sientan cátedra afirmando que es difícil definir qué entendemos por "fascismo", pese a que el fascismo ni se oculta, ni se disimula, ni se esconde. Aún más, hay textos sobre él, textos escritos por quienes lo fundaron y por quienes lo practicaron, que no dejan mucho lugar a dudas de cuál es su naturaleza. Drieu de la Rochelle decía claramente que el fascismo no tenía un programa y Mussolini hasta le negaba la posesión de ideas. El fascismo no se asienta en ideas. No hay ninguna idea que merezca el calificativo de “fascismo”. El fascismo consiste en la acción. Como afirman sus “teóricos”, viene encarnado en una "actitud", una "mentalidad", un "espíritu", etéreo y transparente, que puede encontrarse en cualquier lugar y en ninguno y que por tanto, puede apropiarse de cualquier cosa según las circunstancias y los intereses. El fascismo no es una ideología, usa y se disfraza de cualquier ideología, según convenga. Todas las ideologías tienen cabida en el fascismo y a él llega gente que procede de todo el arco político. Las alimenta todas, hasta el punto de que las élites del comunismo italiano de los años 30 brotó de los centros de adoctrinamiento fascistas. No se trata de que el fascismo sea conciliador ni tolerante, se trata de que no tiene ideas propias y tiene que tomarlas de aquí y de allá, del presente y del pasado, de las rancias tradiciones patrias y del extranjero no importa cómo de remoto, de negar las ideas de los otros, pero siempre en la cantidad mínima, lo imprescindible para aparentar que defiende algo distinto de la barbarie en estado puro. Muchos intelectuales quedan encandilados por el fascismo como las polillas por la luz. Creen que esa amalgama es un crisol del que nacerá algo nuevo y después tienen que permitir la pública humillación o abandonarlo en cuanto pretenden pensar dentro de él por su propia cuenta. Dentro del fascismo sólo piensa uno, sólo uno tiene pensamiento propio mientras todos los demás tienen que limitarse a interpretarlo. Aplastando a esos intelectuales que se acercan a él, pulverizando sus méritos previos, el fascismo demuestra la naturaleza de su disciplina, que no consiste en afirmar unos principios, consiste en defenestrar a cualquiera que los tenga. Hay quienes se sienten cómodos en las “ciudades seguras” que ofrece el fascismo. Cierran los ojos al hecho evidente de que el fascismo siempre necesitará reforzar la disciplina aniquilando a alguien y que, llegado el caso, el líder correspondiente elegirá ese alguien a capricho. “¿Yo?” claman entonces quienes se sentían seguros bajo la bestialidad fascista, "pero si yo no he hecho nada”. Precisamente por eso nuestro buen hombre se ha convertido en víctima del fascismo, porque ni ha hecho nada, ni ante su desaparición nadie hará nada. Como actividad, como acción, el fascismo no tolera ni la resistencia ni la pasividad, o se está con él, o se está en la lista de enemigos futuros.

   El discurso del fascismo es el discurso de la nuda retórica, la que se lleva a cabo no para convencer ni para disfrutar del uso de la palabra, la que se emplea para demostrar el propio poder de hablar y por tanto, de reducir al otro al silencio, la que no tiene finalidad alguna en las palabras ya que, en el fondo, no importan. Importa la acción y por eso el discurso del fascismo es el discurso de la acción, la acción hecha discurso, la palabra como martillo, como insulto, como agresión, cuya referencia son los golpes y no los pensamientos. Cuando brota de la boca de los fascistas es un farfulleo de contradicciones que a las personas de sano juicio les parece la diatriba de un loco. Aman por encima de todo a la Patria y a algún líder extranjero que no dudaría un segundo en arrasarla. Sólo quieren a inmigrantes que sean buenos trabajadores pero no tan buenos que les quiten los puestos de trabajo a los nacionales, ni tan malos que no sirvan para emplearlos como esclavos. Se ponen cachondos con sus banderas, pero cambiarían los colores nacionales por los del billete de 100$. Critican las corruptelas de quienes enchufan a sus parientes, pero defienden que la familia tiene que estar por encima de todo. Se vuelcan por obtener buenos resultados en las elecciones autonómicas, pero quieren eliminar las autonomías. Lo darían todo por España, salvo el dinero que efectivamente tienen en sus bolsillos. Reivindican nuestra gloriosa historia ignorando las vergonzosas derrotas que la pueblan. Afirmar una cosa, su contraria y negar ambas constituye la base del discurso fascista. Ahora ya podemos entender los problemas que nos embargan. 

   Convertir el juego político en un apéndice del mercado, decir no importa qué porque de lo que importa nadie se atreve a decir nada, vaciar los programas políticos de cualquier contenido porque quien tiene un programa puede verse refutado por la experiencia, ha conducido la vida política de nuestras democracias a la entrada misma de las cuevas fascistas. Hasta tal punto el fascismo nos envolvía antes del primer triunfo de Le Pen que los votantes vieron en él la autenticidad de algo que tantos políticos encarnaban a modo de copia. El votante percibe en el fascismo la honestidad de quien no tiene vergüenza, la sinceridad del criminal confeso, la valentía del matón de barrio y como les han hecho olvidar en qué consisten de verdad esas virtudes, creen que en el fascismo hay algo que merece la pena. Al fascismo no se lo va a parar con genéricas alarmas para salvar nuestras democracias, ni aireando verdades históricas manoseadas políticamente, ni, desde luego, pactando con él para apaciguarlo. Al fascismo lo pararán las nuevas ideas, los programas enérgicos y llenos de contenido, los objetivos claros, tangibles y alcanzables, políticas dirigidas a solucionar los problemas reales de los ciudadanos o ya no lo parará nadie.