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domingo, 7 de abril de 2013

Cuando llega la crisis


Dicen que hay que ser positivo, que siempre hay que ver el lado bueno de las cosas (de hecho, eso es lo que proponía el positivismo de Augusto Comte según la mayoría de mis alumnos). Puestos a ser positivos, vamos a sacarle partido a esta crisis. Una de las ventajas de las crisis es que si cuando las cosas van bien la realidad se desmelena, cuando van mal, se desmena, es decir, se limpian las impurezas que la cubren. Esas impurezas son lo que en minería se llama la ganga. En efecto, lo que define a las épocas de crisis es que ya no hay gangas por ninguna parte. Desaparecidas las gangas, desmenada la realidad, quienes votaron reiteradamente a la izquierda de la izquierda se quejan porque se les da asistencia sanitaria a los inmigrantes; quienes cantaban canciones revolucionarias, hacen lo posible porque se dejen de oír canciones en las bodas sin pagar un canon feudal; y los políticos cuyas bocas se llenaron hablando de la democracia y la participación ciudadana, tratan de esconder sus vergüenzas tras policías fuertemente armados. Cuando llega la crisis se descubre quién de verdad es generoso, solidario, está dispuesto a ayudar a los necesitados y quién se limitó a adoptar poses de nuevo rico. Cuando llega la crisis las supuestas democracias se quitan la careta y dejan claro qué es lo único que le permiten a sus ciudadanos libres: participar muy sumisamente en una mascarada cada cuatro años.
¿Recuerdan la iniciativa legislativa popular? Lean la Constitución. De la constitución española vigente nunca se pudo decir que fuese muy avanzada socialmente, ni muy liberal. Fue redactada por un puñado de políticos que de liberales y de avanzados socialmente no tenían nada, pero sí sabían cómo hacer las cosas, sabían lo que se esperaba de ellos y tenían conocimientos jurídicos para dar y regalar. Quisieron hacer un texto elástico, que posibilitara siempre y nunca impidiese, exactamente lo contrario a una camisa de fuerza. Bien que lo consiguieron. La constitución española permite muchas cosas, muchas más de las que después se ha tenido valor para sacar de ella. Permitía un desarrollo autonómico superior al que finalmente se llevó a cabo, permite modificaciones exprés de la misma.... permite iniciativas legislativas populares. Nuestros políticos, nuestros democráticos políticos, estaban quejumbrosos de la apatía ciudadana, querían que los ciudadanos propusieran cosas, que el pueblo tomara el Parlamento. Después intentó, no ya tomarlo, acercarse siquiera y vimos todos lo que pasó. Ahora es peor, se han tomado en serio lo de la iniciativa popular. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (¡menuda labor la que están realizando estas gentes!) ha conseguido lo (que todos los políticos esperaban que fuese) imposible, reunir las firmas necesarias. En realidad, han reunido muchas más de las necesarias, alrededor de un millón y medio de firmas. En este país, en el que reuniendo un millón de ciudadanos uno ya cree ser nación independiente, ellos han reunido mucho más simplemente para modificar una ley que hasta el tribunal de Estrasburgo dice que es brutal, abusiva, y decimonónica. 
¿Qué van a hacer los defensores de la constitución, los que acusan a los promotores de escraches de ser antidemocráticos, los que no se cansan de repetir que todas las ideas pueden ser defendidas dentro de los cauces de la ley, los que tanto reclamaban la participación ciudadana? Pues lo de siempre. Como buenos políticos no van a decir ni que sí ni que no. Ni la han aceptado ni la han rechazado, la han guardado en un cajón. Esperarán, esperarán a ver si los que en su día firmaron se olvidan de que han firmado, esperarán a ver si pueden encarcelar a los promotores de la idea por cualquier otro motivo, esperarán a que el clamor popular amaine un poco. Después “rescribirán” la ley. Pondrán “pago completo de la hipoteca” donde decía “dación en pago”, “proteger los derechos de los bancos” donde se hablaba de “proteger los derechos de los ciudadanos”, “garantizar el pago hasta el último céntimo” donde figuraba “garantizar la subsistencia de los más desfavorecidos”. La presentarán al Parlamento, la aprobarán por mayoría y todos de pie, a la izquierda y a la derecha del hemiciclo, aplaudirán la promulgación de la primera ley por iniciativa popular de nuestra historia, el triunfo supremo, al cabo, de nuestra bendita democracia de pacotilla.

lunes, 30 de abril de 2012

Virtudes democráticas

   Supongamos que su país atraviesa una larga crisis de la que no parece haber salida. Los mandatarios existentes aseguran que la tierra prometida del crecimiento está a la vuelta de la esquina, pero no llega. Mientras tanto, siguen viviendo en su mundo de lujo y despilfarro, ajenos, por completo a la realidad. Supongamos que se presenta la oportunidad y, al fin, el pueblo les da la patada. Ahora se trata de elegir a quienes hayan de sucederles. Entre los muchos candidatos, hay un partido de larga tradición, bien asentado, conocido de todos. Este partido ha demostrado, cuando le han dejado, una buena capacidad organizativa, sus líderes están protegidos por una aureola de honestidad y de ser buenos gestores. ¿Por qué no habría de votarlos la mayoría de los ciudadanos? ¿Acaso no lo haría Ud.? Es lo que ha ocurrido en Islandia, en Irlanda, en España y lo que está a punto de ocurrir en Francia. El caso de Italia es todavía mejor. En un golpe de mano desde los mismos límites de la Constitución, se nombró un gobierno no elegido por los ciudadanos y que, a todos los efectos, actúa sin un verdadero control del parlamento. Por una especie de consenso habermasiano, partidos, sindicatos y demás entidades políticas se han autosilenciado para permitir la ejecución de una serie de recortes impuestos por los merkados (es decir, a medias por Merkel y a medias por “los mercados”).
   Mientras todas estas cosas suceden en Europa, intelectuales, expertos y parroquianos de las tabernas, en general, hablan acerca de la supremacía de la economía sobre las democracias liberales (como si fuesen cosas diferentes y, todavía más irónico, contrapuestas), del sistemático cambio de gobierno al que abocan las crisis y de nuevas versiones del milenarismo (el fin del Estado del bienestar, la nueva era que se avecina, la necesidad de que todo esto acabe con una guerra...) Pero cuando estas mismas cosas suceden en Africa, ya no se habla de los límites de la democracia, de lo que se habla es del peligro del ascenso de los movimientos islamistas, de lo cerrado de mollera que son estos moros que sólo confían en la religión y de que con nuestros gentiles amigos los dictadores sanguinarios vivíamos mejor. De paso, se trata con desdén a todos aquellos ilusos que pretenden hacer de la democracia una realidad global.
   Una de las cosas más curiosas de los defensores de este sistema político que se proclama el menos malo de todos los posibles, es que siempre quieren regímenes peores para los demás. Entre las virtudes que suelen adornar a los defensores de la democracia está el que, aun cuando digan defender la democracia en general, en realidad, siempre están pensando en su democracia,  la democracia a la que identifican con su país. Frente a ella, el resto de democracias parecen malas copias, desvíos de la verdad y la cordura, juego democrático adulterado. Por ejemplo, es un tema ya manido entre los intelectuales occidentales y, por qué negarlo, entre los intelectuales occidentalizados de otras regiones del mundo, preguntarse si el Islam es compatible con la democracia. Al parecer es un problema que no se plantea con otras religiones. Que antes de la invasión china, Tíbet fuera una teocracia en la que el pueblo trabajaba para y estaba subordinado a la casta sacerdotal, no ha llevado nunca a plantear que el budismo puede no ser compatible con la democracia. Habría que ver la pacífica convivencia entre el dalai lama y un jefe de gobierno encargado de gestionar todos los asuntos no regidos por los mandatos budistas, es decir, ninguno.
   Tampoco suele plantearse si, efectivamente, el cristianismo es compatible con la democracia. Desde luego, si por cristianismo entendemos la religión católica romana, la cosa se puede calificar de muchas maneras salvo como evidente. Para empezar, la Iglesia católica no es una democracia. Ni siquiera se puede aducir que la elección del papa es resultado de una votación pues, no hay que olvidarlo, en ella los cardenales no actúan como individuos libres que eligen según decisión propia, sino como meros instrumentos del Espíritu Santo, quien lo prepara todo para que el correspondiente pucherazo no se note demasiado. A partir de ahí, todo es voluntad de una sola persona o, una vez más, del Espíritu Santo. Espíritu Santo que, por lo demás, tiene cierta obsesión por inspirar sólo a quienes hacen pipí de pie, pues media Iglesia católica, no tiene ni voz ni voto y ya puede ir dando gracias por no ser obligada a llevar velo. Que cada vez que el papa, un cardenal o un obispo se pronuncie sobre cuestiones mundanas se monte un escándalo demuestra que la convivencia entre democracia y cristianismo es cualquier cosa menos pacífica. Para escamotear este hecho, se fundaron, después de la Segunda Guerra Mundial, una serie de partidos autodenominados “cristiano-demócratas”. Insuflar aire cristiano a la democracia condujo a políticas claramente de derechas... y a cosas peores. Entre los honorables supervivientes de aquellos partidos está la Unión Socialcristiana de Baviera, derecha dentro de la derecha alemana, que lleva más de sesenta años gobernando con mayorías absolutas aquellas hermosas tierras. Sin duda, es un buen ejemplo de la democracia a la que aspira el cristianismo, una democracia en la que manden los mismos por siempre jamás.
   Otro honorable superviviente de la democracia cristiana es don Giulio Andreotti, hombre fuerte de los gobiernos italianos durante más de treinta años, senador vitalicio en otro ejemplo de la búsqueda de la eternidad que caracteriza a la democracia cristiana y objeto de múltiples acusaciones de connivencia con la mafia, la logia masónica P2, el terrorismo de ultraderecha y un sin fin de los asuntos más oscuros de aquella época, paladín, en definitiva, de cómo hacer democracia sin el pueblo. No obstante, se me puede objetar, que estoy exagerando, que seguimos lejos de hacer del Corán la fuente de inspiración de las leyes y de obligar a las mujeres a cubrirse  con el velo. Sí, es cierto, estoy lejos porque todavía no hemos tratado el asunto clave, esto es, la presencia en el cristianismo (y en muchos gobiernos “cristiano-demócratas”) de miembros de ese sector a veces rigorista, a veces, lisa y llanamente integrista, del cristianismo llamado Opus dei. Al parecer, es contrario a la democracia obligar a la mujer a que se cubra con el velo, pero no aspirar a que tenga una educación separada del hombre. Es un peligro para la libertad que un predicador salafista pueda llegar a la presidencia de Egipto, pero no que un diputado español hable de la homosexualidad como algo característico de enfermos. Ofende la dignidad humana el castiga físico de diferentes "delitos", si con la presión de las buenas maneras se obliga a llevar un cilicio, no como castigo, sino como prevención de los malos pensamientos, eso es algo que podemos obviar.
   Integristas, radicales, gente dispuesta a quemar al prójimo para salvarlo, los hay en todas las religiones. Ocurre, sin embargo, que, junto con los rezos, los rituales y el amor a Dios, a todos se nos enseña a no ver los peligros de los puristas de nuestra religión y sí de los que proliferan en otras religiones.
   De todos modos, la verdad es que todavía no hemos pasado de arañar la superficie. Si los Hermanos Msulmanes se han repartido el pastel con el ejército en Egipto, si diversos grupúsculos integristas están controlando la situación sobre el terreno en Libia, si Enada ha llegado al poder en Túnez, si Justicia y Caridad ha alcanzado la jefatura del gobierno en Marruecos no es, como se nos suele decir, porque una oleada islámica avance al calor de la primavera árabe. La razón es mucho más pedestre. Se trata de una oleada, sí, pero de dinero. Detrás de todo este resurgimiento islámico lo único que hay es dinero, mucho dinero, una riada de dinero o, por decirlo mejor, dinero de Riad. Hace décadas que Arabia Saudí en primer lugar y Qatar después, están financiando movimientos nada moderados en todo lo que un día fueron territorios del Califato Omeya. De hecho, su financiación ha llegado hasta la mezquita de la M-30 o aquella cosa tan simpática que una vez se presentó a las elecciones autonómicas llamada Nación Andaluza. Así que, en el fondo, no hay de qué preocuparse, pues, por mucho que estos movimientos sean ya radicales o se puedan radicalizar, detrás de ellos, están nuestros buenos amigos, los miembros de la familia real saudí, famosos por su tolerancia religiosa y espíritu democrático. Sí, sí, sí, son tolerantes y demócratas, de lo contrario ya los habríamos invadido, ¿no?