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domingo, 27 de febrero de 2022

Guerra en Europa.


   El hombre de 56 años que sale en el vídeo es Petro Poroshenko, anterior presidente de Ucrania. Llegó al poder en 2014 tras la revuelta del Euromaidan e inició de inmediato el acercamiento a Europa. Tuvo que apechugar con una situación política endemoniada tras la declaración de independencia de Donetsk y Lugansk y una economía convulsa. En 2017, la cadena norteamericana CBS consideró a su gobierno uno de los más corruptos del mundo y él, que ya era rico antes de llegar al poder, amasó una fortuna de 400 millones de dólares mientras lo ostentó. Tiene una causa abierta en Ucrania por traición y terrorismo según la cual ayudó, comisión mediante, a vender carbón para financiarse a las repúblicas separatistas. Siempre ha dicho que esa causa es una invención de su rival político y sucesor, Zelenski. Hace dos semanas Putin le ofreció asilo político en Rusia. Podría haber aprovechado la actual coyuntura y escapar entre los refugiados. Su fortuna personal le permitiría estar en un lujoso apartamento de Londres, Múnich o Moscú. Se ha quedado en Kiev. El jueves montó un batallón de voluntarios para combatir al invasor. Tienen kalashnikovs, un par de ametralladoras y una larga cola de gente, la mayoría sin experiencia militar alguna, a los que no han podido admitir porque no tienen armas para todos. Cuando el periodista de la CNN le pregunta que cuánto tiempo podrán resistir, casi se le saltan las lágrimas y responde: "¡Para siempre!" y explica que Putin no tiene soldados suficientes para doblegar a todos los ucranianos. El hombre al que acusa de "inventar" un proceso contra él es Volodomir Zelenski, el actor y productor televisivo, de origen judío, que protagonizó "Servidor del pueblo", una serie muy popular. La serie se convirtió en partido político y lo aupó a la presidencia del país en 2019. Dado que el ruso era su lengua materna, se opuso a la ley de 2014 que prohibía la contratación de actores y actrices rusos para las producciones ucranianas. Es el típico producto de nuestra época, un político hecho desde y para las pantallas de televisión, del que ningún analista hubiese esperado más que gestos, imágenes y pocos, si acaso algún, hecho. En tres días de invasión rusa, se ha convertido en un gigante con una estatura moral que, a su lado, Putin subido en todo su inmenso arsenal nuclear, parece un insignificante piojillo. Domina las cámaras como nadie. No se presenta a la humanidad como presidente de un país, sino como uno más de los que luchan por defenderlo, apenas el rostro reconocible de los que están batallando y muriendo por todos nosotros. Agradece la ayuda concreta y no las buenas palabras. Nos interpela para que decidamos de qué lado estamos realmente. Le han ofrecido sacarlo del país y, al parecer, ha contestado: "necesito municiones, no un viaje". Sigue en la capital, con su familia y los miembros de su gobierno. Sabe que le queda poco tiempo, que caerá muerto o prisionero y que, en cualquier caso, su final será cualquier cosa menos honorable. Pero sigue ahí, delante de las cámaras, mostrándonos a todos en qué consiste el deber cuando un carnicero con un arsenal nuclear a sus espaldas como Putin, intenta ponernos de rodillas.
   En 2013 Putin se ufanaba de tener sobre su mesa planes para conquistar Ucrania en dos semanas. El Jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov, lo convenció de que podía lograr lo mismo sin casi disparar un tiro. Puso el mundo de la estrategia militar patas arriba y popularizó las "guerras híbridas". Al matarife de San Petesburgo aquello le supo a poco. Seguro que le han entregado planes para provocar un golpe de Estado, para que unidades de comando secuestraran al gobierno ucraniano, para provocar sabotajes y volver el país ingobernable. Pero él quería sangre, quería muertos, quería inocentes asesinados, ciudades arrasadas, edificios en llamas, que los rusos constataran con su miseria la grandeza de su visión y, sobre todo, quería una excusa para poner sobre la mesa sus misiles nucleares y arrastrar a la humanidad al borde de la extinción. 
   Las tropas rusas avanzan hacia sus objetivos. Puede que Kiev haya caído antes de que esta entrada aparezca. Pese a ello, su avance tiene muy poco del paseo militar que supusieron y ha necesitado refuerzos chechenos, unidades adicionales. En esencia Ucrania es una inmensa planicie en la que el único accidente geográfico significativo es el río Dniéper que la atraviesa. Carece de refugios naturales para tropas de infantería que tengan que enfrentarse a unidades blindadas o aéreas. Sin embargo, en la zona de Donetsk y Lugansk, las milicias separatistas, con experiencia de combate y conocedoras del terreno, reforzadas por el ejército ruso, apenas si han conseguido avances. Jarkov, de mayoría rusófona y en la misma frontera, ha tardado cuatro días en caer y todavía no parece que esté totalmente controlada. Del desembarco aerotransportado en el aeropuerto de Antonov se sabe que los ucranianos lo recuperaron sin que los rusos hayan desmentido esa noticia. Si, efectivamente, han desembarcado en Odessa, no hay rastros de progreso más allá de la ciudad. Las imágenes muestran misiles "inteligentes" de "alta precisión" incrustados en mitad de las calles, que han causado impacto en carreteras o han acabado destruyendo edificios residenciales a 300 metros de sus supuestos objetivos. La aviación ha bombardeado instalaciones militares, pero no a las unidades desplegadas en el frente, quizás porque no conoce su ubicación. A nadie se le ha ocurrido cerrar las vías por las que pueden llegar suministros a los invadidos. El ejército ruso, en cuya reforma el Kremlin se ha gastado un buen trozo del PIB de los últimos años, parece construido con los mismos mimbres del que convirtió a Chechenia en un baño de sangre sin acabar de controlarla. Resulta fácil localizar testimonios de blindados rusos destruidos, de ataques rechazados y hasta existe la leyenda de un piloto ucraniano que ha derribado seis aviones enemigos. Con una experiencia de combate muy relativa, en inferioridad aérea, con su arsenal parcialmente destruido por los bombardeos iniciales, nadie puede dudar de que el ejército ucraniano está combatiendo con honor, aferrándose al terreno con coraje y causando al enemigo más bajas de las que éste podía esperar. Al cabo, la superioridad aérea y de carros de combate los aplastará, pero, la victoria rusa sobre el terreno va camino de acarrearles una de las mayores derrotas de la historia en términos de imagen. A estas alturas, las patéticas palabras del ogro de Moscú pidiendo a los soldados ucranianos que abandonen las armas y regresen a sus casas o que den un golpe de Estado, sólo demuestran su estupidez, hasta qué punto está o preso de delirios trasnochados o desinformado por un entorno que no tiene arrestos para contarle la realidad, que sólo posee ascendiente sobre aquellos que se dejan atemorizar por él. La activa campaña de Biden denunciando cada maniobra planificada, anticipando cada decisión, desvelando el truco escondido en cada gesto, ha hecho caer todas sus caretas denudando la bestialidad que lo constituye hasta tal punto que, antes de terminar con Ucrania, ya ha amenazado a Finlandia, a Suecia y a Occidente en general. Cuesta bastante trabajo encontrar quien repita sus dislocadas excusas y muy poco entender por qué. Se aferran a ellas para no ver lo que todos estamos viendo, que la Europa que conocimos después de la caída del muro de Berlín, desapareció el pasado 24 de febrero y que nos hallamos embarcados en un salto hacia atrás en el tiempo que nadie sabe cuántas décadas (o quizás milenios) nos hará retroceder.

domingo, 9 de marzo de 2014

Crimea (otra vez)

  No me convenció mucho Empire Earth. Se trataba del típico juego de civilizaciones que comenzaba con la Edad de Piedra y terminaba en nuestros días. Lo más interesante de él es que uno apostaba un cavernícola con su garrote para impedir que los enemigos se infiltrasen por una colina y acababa teniendo una unidad de tanques que hacía exactamente lo mismo en el mismo sitio. Hay zonas del planeta que han sido regadas una y otra vez por la sangre de diferentes generaciones. De aquí nace la geoestrategia, a la que podemos definir fácilmente como el arte de tropezar mil veces en la misma piedra. Obviamente, este arte no existiría sin gobernantes tan ignorantes, tan cortos de luces o tan idiotas como para no darse cuenta de que van camino de tropezar donde tantos otros lo hicieron. Crimea es una piedra de esta naturaleza.
Hemos de recordar que Rusia nació como un país que, esencialmente, carecía de salidas hacia mares navegables. Uno de los ejes de su política expansiva fue encontrar puertos viables en el Pacífico y en el Mar del Norte. Faltaba, cómo no, ese mar con imán que parece ser el Mediterráneo. Quedaba lejos, así que tan pronto como finales del siglo XVIII, los rusos fijaron sus ojos en la península de Crimea. Quien controlase Crimea controlaba el Mar Negro y a quien controlase el Mar Negro sólo un estrecho lo separaba del Mediterráneo, estrecho, eso sí, en manos de los turcos. 
  A mediados del siglo XIX el imperio otomano era un gigante con pies de barro, sostenido, más que por sí mismo, por Inglaterra y Francia. Rusia apenas si podía contener las ansias de expandirse a su costa. Aludiendo a la defensa de la fe ortodoxa las tropas zaristas invadieron Moldavia y Valaquia. Las potencias europeas, que veían tales afanes expansionistas con preocupación, respondieron lanzando un ejército contra Crimea. En realidad, ni unos ni otros querían una guerra y ésta tuvo lugar más por la falta de imaginación a la hora de encontrar un acuerdo capaz de satisfacer a todas las partes, que por los deseos bélicos de unos y otros. La propia guerra fue un despropósito. La coalición británico-franco-turca-piamontesa se las vio y se las deseó para establecer una cabeza de puente en Crimea. Las tropas que sitiaban Sebastopol no pudieron acudir a la batalla de Balaclava porque el general al mando se negó a interrumpir su muy inglés y flemático desayuno. Durante esta batalla se ordenó a la caballería británica cargar contra la artillería rusa, la cual estaba en una posición, ligeramente ventajosa. De hecho, estaba guarecida tras un valle rodeado por colinas tomadas por las tropas del zar y a su retaguardia aguardaba tranquilamente el grueso de la caballería cosaca. La famosa Carga de la Brigada Ligera (o “cabalgada al infierno”) fue una de las muchas carnicerías de esta guerra.
  Han pasado 160 años de aquellos hechos y las cosas han cambiado mucho. Ahora tenemos a unos funcionarios europeos que cuando les dan el plantón, en lugar de poner la cara de póker que hemos puesto todos en esa situación, utilizan el documento que se iba a firmar como bandera con la que unificar a los opositores al presidente ucraniano. Tenemos a un presidente ucraniano que negocia con la UE y acaba firmando con Putin. A un Putin que no duda en invadir un país vecino y proclamarse, como el zar en 1850, protector de todos los rusos, cuando, en realidad, lo único que le importa, son sus basesitas en Crimea y demostrar quién la tiene más grande. A una Crimea que decide unirse a Rusia, porque, al fin y al cabo, sus habitantes son rusos, cuando los habitantes originarios de la península son los tártaros que, bajo ningún concepto, quieren estar de nuevo bajo el mandato de un país que los invadió, los utilizó y los deportó. Tenemos a la administración Obama que ha ninguneado a Europa como ninguna administración norteamericana lo había hecho nunca y que, precisamente por ello, tiene ahora que aguantar que los rusos les mojen la oreja con amenazas y bravatas de todo género. Tenemos a una Canciller alemana, cual Chamberlain, negociando la futura estructura de Ucrania con los rusos como si Ucrania fuera ya tan suya como España. Tenemos a la city londinense, a “expertos” de toda laya y a la muy democrática prensa occidental advirtiendo que lo más democrático que se puede hacer cuando un matón invade un país democrático es dejar que lo despedace a gusto, exactamente lo mismo que proclamó cuando Hitler despedazó Checoslovaquia. Tenemos a los flamantes dirigentes de esa democracia que de verdad creyeron que no iba a pasar nada por olvidarse de los intereses rusos en su país. Tenemos a un ejército invasor al que, según dicen, los millones que le han llovido encima en los últimos años, han hecho de él algo mejor que la panda de presidiarios que arrasaron con todo en Chechenia bajo el mando del general Eristoff™. Y, por encima de todo, tenemos a dos ejércitos apuntándose los unos a los otros a la espera de que un soldado más nervioso que la media inicie una contienda que nadie ha querido provocar.
  Si ahora me preguntan Uds. qué debe hacerse, mi respuesta es muy simple: declararle la guerra... pero no a Rusia, sino al rebaño de inútiles que nos han conducido a esta situación.