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domingo, 13 de mayo de 2012

El futuro de la ciencia

   Un aspecto frecuentemente olvidado de la teoría de la evolución de Darwin es que la selección natural no es el único mecanismo que preserva individuos dentro de la variedad que presentan las especies. Junto a ella está la selección sexual. Darwin la describe como una competencia, típicamente, de los machos por las hembras, que lleva a unos ejemplares a aparearse  con más frecuencia que otros, es decir, a tener mayor descendencia. Desde un punto de vista evolutivo no es un factor trivial. Si todo el juego dependiese, como suele decirse, de la supervivencia del más apto, las especies no evolucionarían. La clave está en que, al sobrevivir, los más aptos pueden dejar descendencia con sus caracteres. Por tanto, dependiendo de las circunstancias, ambos tipos de selección tendrán, o no, el mismo peso en el devenir de una especie, pero es fundamental comprender que los caminos evolutivos a los que conducen una y otra pueden ser absolutamente divergentes (piénsese en el mimetismo del plumaje de las perdices frente a la cola de los pavos reales). Aún hay otra diferencia entre estos dos tipos de selecciones. La selección natural consiste en que sobreviven (y se aparean) los individuos que son mejores que el resto en un aspecto u otro. La selección sexual permite tener descendencia a los individuos con mejor apariencia en un sentido u otro. Y, como todos sabemos, ser no es lo mismo que parecer.
   Normalmente no se suele aludir a la selección sexual cuando el darwinismo es usado como modelo en otros campos. Es divertidísimo oír hablar a los economistas de que el mercado es una jungla en la que sólo sobreviven los mejores. Si el mercado fuese, de verdad, una jungla, no se venderían coches grandes, no sería importante la moda, ni existiría el packaging. Más bien, el mercado es como ese típico bar de copas al que todo el mundo va a ligar... y al final sólo folla el camarero. Algo parecido está ocurriendo en la ciencia. También aquí las teorías deben superar una criba en todo comparable a la selección natural. Sólo ganan nuevos adeptos (es decir, procrean), las que son capaces de sobrevivir a su confrontación con los datos y con teorías rivales. Pero, como observó Kuhn hace tiempo, existe, igualmente, una selección sexual. Teorías bien promocionadas, teorías apoyadas por buenos vendedores de las mismas o, más simplemente, teorías de moda, pueden ocupar una buena cantidad de tiempo de los investigadores. Esta deriva ha existido siempre, pero da la impresión de que se ha acentuado con los años. Las revistas científicas tienden a seguir la línea marcada por Science y Nature, con artículos cada vez más breves e impactantes. Como consecuencia, ha comenzado a confundirse la estructura de un artículo con la propia de ponencias y conferencias. Las ilustraciones ocupan ahora mayor espacio, se han hecho más grandes y más vistosas. A la información transmitida por palabras, se sobreimpone una información icónica, que, como en el caso de los congresos y simposios, roza lo superfluo. Estos, por su parte, sufren de una powerpointitis aguda que ya ha llevado a algunos a preguntarse si las presentaciones no nos estarán volviendo estúpidos a todos.
   Una presentación con PowerPoint tiene la expresa intención de captar la atención del público y es un hecho comprobado que los seres humanos prestamos más atención cuanto menos información escrita estamos viendo. El resultado es que se escamotean los argumentos, se sustituye la conexión causal por la jerarquización, a ser posible, simplificadora y parca en detalles y, por tanto, se hace extremadamente fácil introducir asunciones no siempre clarificadas. La correcta exposición de los hechos ha comenzado a ser sustituida por la adecuada selección del tipo de gráficos, el orden correcto de la explicación por la correcta asignación de colores y, en definitiva, lo que se dice ha perdido importancia respecto de lo que se ve. En ciencia, como en tantas otras cosas áreas de nuestra vida, lo más importante ha comenzado a ser la imagen que se proyecta.
   Se nos dirá, “el PowerPoint no lo es todo, únicamente es el acompañamiento de la exposición”. Así debiera ser, por supuesto, pero quien argumente de esta manera sólo está mostrando su candidez ante la dinámica que toda imagen impone. La palabra no está ahí para ser subrayada por la imagen que se proyecta. Es exactamente a la inversa, la palabra está ahí para subrayar la imagen. De otro modo no podría entenderse que el conferenciante pare su discurso hasta que el pantallazo adecuado ha sido proyectado. Lo único que hace la palabra en una presentación al uso es ofrecerle una continuidad a la gramática de la imagen de la que ésta, por sí misma, carece, pero que necesita para hacerse inteligible. Una presentación con PowerPoint tiene, de hecho, dos tiempos diferentes que muy pocos saben integrar adecuadamente, el tiempo de una imagen que, en principio, es la instantaneidad y el tiempo que tarda en leerse lo escrito en ella. Pero, como siempre que se trata de imágenes, ellas se quedan en exclusiva con el tiempo, distribuyéndolo entre las palabras a su antojo. Hacer correlativos ambos tiempos sólo es posible asimilando la palabra a la pobreza informativa de la imagen, diciendo lo mínimo que se puede decir, o, mejor aún, diciendo lo que ya todo el mundo sabe.
   Hubo un día en que congresos y simposios fueron lugares de intercambio de información, eficaces distribuidores de innovaciones, acontecimientos clave en la difusión de nuevas ideas. Todo eso se hace hoy de un modo mucho más discreto, a través de Internet o, cada vez con mayor frecuencia, no se hace. El fabuloso congreso que adorna los curricula de los investigadores no pasa de ser una brillante exhibición de colas de pavo real. La selección sexual, el reino de la apariencia, el predominio de la imagen, es ya la clave para entender la ciencia contemporánea. Hasta qué punto esto es así puede comprobarse siguiendo el rastro de los recientes escándalos por fraude. La mayor parte de ellos han sido detectados no porque alguien repitiera los experimentos con otros resultados (algo mucho más frecuente de lo que se piensa), sino porque alguien acabó por darse cuenta de la reiterada utilización de los mismos gráficos o las mismas fotografías. Hacia dónde vamos es fácil de predcir. Dentro de poco, los científicos serán marcas comerciales, las teorías más aceptadas las que más anuncios pueden permitirse y las publicaciones científicas un género de Bild-Zeitung pero sin foto de jovencita desnuda en la contraportada.

domingo, 18 de marzo de 2012

Ciencia de ultratumba

   En lugar de alguna parida de las que se me ocurren, en esta entrada me voy a limitar a reproducir una carta de mi buen amigo, el veterinario y analista Javier Grande. Dice así:
   "Querido Manuel, en los últimos días se está desarrollando en un periódico de tirada nacional (El País) una auténtica campaña de difamación contra mi persona y la de mi fiel colaborador el Dr. Lemus. Sabiendo que difícilmente voy a encontrar un medio neutral en el que poder exponer mi versión de los hechos, me sirvo remitirte este escrito para que lo publiques en tu blog.
   Como sabrás, el susodicho diario ha lanzado una serie de infundiosos artículos en los que sostiene que nuestro equipo, el formado por el Profesor Blanco, el Dr. Lemus y yo mismo, nos hemos dedicado a falsificar todo tipo de datos sobre los que edificar artículos fraudulentos. Se sostiene allí, por ejemplo, que nuestro fenomenal hallazgo de un 40% de aves infectadas por el virus del Nilo occidental, es "erróneo" o, al menos "muy extraño", pues nadie había hallado nada semejante. Desde luego, es algo "muy extraño" si uno es incapaz de utilizar la metodología adecuada. ¿Qué pasa? ¿que nadie probó a inocular primero el virus en las aves? Como todo el mundo recordará, los artículos en los que Mendel fundamentaba sus famosas leyes, mostraban un recuento de muestras de guisantes, asombrosamente redondo y coincidente con una estadística ideal, lejos de lo que puede reproducirse en cualquier experimento. A la luz de sus datos resulta muy claro que él o algún ayudante, seleccionaron las muestras para dar lugar a esos números. ¿Acaso es nuestra estadística más lejana de la realidad que las de Mendel?
   Se acusa también a Lemus de engrosar su curriculum con artículos inexistentes. En concreto se menciona su "Distocia y cesárea paradorsal en un caimán de anteojos" e "Infección por Butiaxella agrestis en el turón europeo (Mustela putorius)". Vamos a ver, ¿de verdad alguien cree que se le van a poner anteojos a un caimán para hacerle una cesárea o se le va a preguntar a un turón infectado por Butiaxella si es un ciudadano comunitario? ¿Qué importancia tienen seis articulitos más o menos? Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, que cambió la manera de entender al ser humano, decía basar su metodología en "decenas" de casos de curación por la palabra. Sólo nos legó ocho miserables historiales de "curación". ¡Y qué historiales! El sí que inoculaba la enfermedad en las pobres mentes de sus pacientes antes de "curarlos".
   Y después vienen las descalificaciones personales. Sobre el Profesor Blanco se arroja la sospecha de apadrinar, cuando no encubrir a un embustero. ¿Desde cuándo los catedráticos que firman en primer lugar las publicaciones científicas se las leen antes? Como todo el mundo sabe, si el artículo aparece firmado por Fulanito, Menganito y Zetanito, "Fulatino" es el Sr. Catedrático que, si es una persona capaz y preocupada, hasta se habrá leído el resumen antes de enviarlo y todo. Él será el único nombre reconocido pues, a partir de ese momento los autores del artículo se abreviarán como "Fulatino et al." "Menganito" es el profesor titular o ayudante de Universidad, que ha tenido la idea para el artículo, lo ha escrito y ha diseñado los experimentos. Finalmente, "Zetanito" es el becario que se ha pasado las noches en blanco y los fines de semana a pie de cañón, montando y calibrando los aparatos, recogiendo los datos y verificando la exactitud de los mismos.
   Dicen que es inexplicable que hayamos podido hacer todo esto durante años. ¿Cómo va a ser inexplicable? ¿Alguien consideraría serio un artículo titulado: "Infección por Mycobacterium asiaticum en un tití de manos doradas"? Pues bien, éste es un artículo real, detrás del cual hay una investigación seria realizada en Florida. ¿Cuántos lectores crees que puede tener el Journal of avian medicine and surgery? Es más, ¿cuántos lectores aspira a tener esta publicación científica? Si aspirase a ser una revista de difusión masiva no tendría el precio que tiene (sin ser de las más caras). Tiene ese precio, precisamente, para que no la puedan comprar particulares y sólo se puedan suscribir a ella instituciones. De este modo, la demanda se vuelve inelástica y pueden subir la suscripción lo que quieran cada año. Esas instituciones adquieren prestigio por poder estar suscritas a esas revistas y las revistas se hacen igualmente prestigiosas porque sólo esas instituciones, con fuerte poder adquisitivo, están suscritas a ellas. A cambio, convierten el requisito básico de la ciencia, la publicidad, en el privilegio de una restringida élite. Del prestigio recíproco y retroalimentado se nutren quienes publican en estas revistas, recibiendo su parte alicuota. Este prestigio así recibido les servirá para entrar en instituciones cuya reputación se debe a que en ellas militan personas cuyo crédito proviene, una vez más, de publicar en tales revistas. Esta gigantesca espiral de prestigio autoalimentado y que, en realidad, se sostiene en los intereses (la mayor parte de las veces económicos) mutuos, se convierte en una cascada difícil de parar. Ningún científico al que se le envíe un artículo destinado a una de estas revistas, pondrá muchas pegas si el remitente pertenece a una de esas instituciones con gran reputación, tal actitud podría convertirlo en un árbitro o consultor "conflictivo" y acabar por hacerlo indeseable para tal función.
   Se dice de mí que no he trabajado nunca en dos de esas prestigiosas instituciones en las que Lemus me atribuía cargos. ¿Significa eso que podré acogerme al ERE que el gobierno plantea hacer en ellas? ¡Pues claro que no he trabajado allí! Si soy un fantasma, ¿cómo quieren que pique mi ficha? Por eso agradezco al Dr. Lemus todas las oportunidades que me ha dado, los ectoplasmas estamos discriminados y, habitualmente, no se nos permite publicar. ¿Qué pasa? ¿que por tener una sábana en lugar de bata no puedo ser un buen científico? Pues bien blanquito que luzco.
   El problema, el problema real, es que el proceso de domesticación de la ciencia ha llevado a convertir en un estigma el término "ciencia pura". Más pronto que tarde en su carrera, al científico se le deja claro que tiene que "contaminarse" o, de un modo más crudo, que tiene que aprender a venderse si quiere obtener becas y financiación. Se le inculca así que no debe aspirar al descubrimiento de teorías generalmente válidas, todo lo más, está en posesión de meros productos que, como el papel higiénico, tienen que echar mano del marketing si quieren lograr sus objetivos de ventas. De este modo, las leyes sociológicas presentes en todas las comunidades humanas, incluida la comunidad científica, se convierten en las únicas leyes rectoras de la misma y no pocos comienzan a ver atajos para llegar a la cúspide. A la vez que la ciencia va entrando así en los cauces de lo establecido, se preparan las fanfarrias para su cercano amaestramiento. Su carcasa huera permite ahora amparar contenidos mucho más interesantes. El adjetivo "científico" vende muy bien. Todas las disciplinas de fundamento inevitablemente ideológico, pretenden resguardarse bajo ese paraguas, la economía, la psicología, la sociología... "Científicamente probado" es el eslogan que permite vender detergentes o programas de contorl social, que permite colocar a los obesos al final de las listas de espera o encarcelar a los hijos de los que tienen un gen que los hace antisociales antes de que cometan un delito. No estaría de más que alguien viniese, por fin, a explicar cómo y por qué funciona la ciencia antes de que deje de hacerlo.
   Un abrazo"
   Hasta aquí la carta que me ha remitido el Sr. Grande. Si Uds. se preguntan cómo puedo tener un amigo de esta naturaleza, la respuesta es fácil, a lo largo de mi vida he conocido a muchos fantasmas, fantasmitas y fantasmones.