Mostrando entradas con la etiqueta Freud. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Freud. Mostrar todas las entradas

domingo, 9 de agosto de 2015

Homunculando Intensamente (1 de 2)

   Parece haber sido Paracelso el primero en afirmar que enterrando una bolsa con carbón, mercurio, pelo o piel de un ser humano y rodeándolo todo de estiércol de caballo, nacía una especie de ser humano en miniatura capaz de realizar las tareas que se le encomendasen... durante un cierto tiempo. Después se volvía cada vez más protestón y, al final, se daba a la fuga. A este simpático personajillo se le dio el nombre de homúnculo y se hizo tan popular que a finales del siglo XVII saltó a la ciencia. A mediados de ese siglo, van Leeuwenhoek, utilizando microscopios de fabricación propia, observó por primera vez las bacterias, los glóbulos rojos y los espermatozoides. Lo de las bacterias y los glóbulos rojos estaba bien, pero lo de los espermatozoides fascinó a los científicos de la época, pues planteaba la enigmática cuestión de cómo un ser humano podía salir de algo que no era un ser humano. Por fortuna para todos apareció Nicolás Hartsoeker, quien observó la presencia de una especie de homúnculo en el interior de cada espermatozoide. De este modo, un ser humano salía, como era obvio, de otro ser humano más pequeñito y, por añadidura se aclaraba que las mujeres sólo aportaban a la concepción el alimento necesario para que ese homúnculo se desarrollaba. Esta “explicación” tuvo enorme éxito, pese a que dejaba sin aclarar muchas cosas, por ejemplo, por qué todas las mujeres acaban pareciéndose a su madre. Además, si los homúnculos estaban en los espermatozoides, debía haber espermatozoides de los espermatozoides que dieran lugar a aquéllos. Los homúnculos empezaron a proliferar entonces hasta tal punto, que no tardaron en meterse en nuestras cabezas. Entre los responsables de semejante acontecimiento está un tal Sigmund Freud.
   Si uno analiza la primera tópica, descubrirá que el motivo por el cual yo deseo comerme un helado no es porque yo quiera comerme un helado, es porque hay una especie de pequeño hombrecillo en mi cerebro que me conduce inevitablemente a comerme ese helado, hombrecillo que yo no controlo, bien al contrario, es él quien me domina a mí. A este homúnculo, Freud, lo llamó el inconsciente. El inconsciente serían todos aquellos contenidos que la conciencia no puede aceptar y que, por tanto, rechaza a capas más profundas de la psique de donde, en principio, no pueden volver a aflorar. Sin embargo, esta descripción adjudica a la conciencia una capacidad activa, una fuerza, que difícilmente puede encajar en el sistema freudiano, en el cual, la conciencia resulta ser un mero residuo del inconsciente que, por carecer, hasta carece de energía propia. Si, efectivamente, tuviera poder para rechazar determinados contenidos, habría que preguntarse para qué más tiene poder. Por tanto, en múltiples ocasiones Freud explica que es el inconsciente el que, en actitud paternal, arrebata determinados contenidos a la conciencia, que ésta no puede tolerar, para protegerla. Claro que en este caso hay que explicar por qué, acto seguido, el inconsciente trata de que esos contenidos vuelvan a la conciencia de un modo más o menos modificado pero no menos inquietante. Todavía mejor, cuando el paciente de una enfermedad mental decide ir al psicólogo para sanar de la misma, ¿quién ha tomado esa decisión? ¿la conciencia que carece de poder? ¿acaso es el inconsciente el que, reconocedor de sus desmanes, quiere que se le pongan coto? Así que ya tenemos a un inconsciente paternalista, caprichoso, poderoso, con mala conciencia y tan protestón como lo había descrito Paracelso, en definitiva, un homúnculo que subyuga de modo continuado a nuestra conciencia. 
  Por supuesto, la presencia de tal hombrecillo vuelve a plantear problemas de consistencia. Está muy bien que yo quiera comerme un helado porque mi homúnculo lo quiere, pero, ¿por qué lo quiere? Freud propuso que en la cabeza de ese pequeño hombrecillo hay otro pequeño hombrecillo, tan pequeño que, de hecho, es un niño. Son mis experiencias infantiles las que conducen a que el homúnculo que me domina quiera un helado. La cuestión está en que, entonces, en la cabeza de ese niño también tiene que haber un homúnculo más pequeñito, en cuya cabeza debe haber otro niño, etc. Hay otra solución, plantear que existen en nosotros tendencias naturales que nos llevan a querer lo que queremos, aunque entonces, la cadena de homúnculos resulta innecesaria. Yo quiero comerme un helado porque hay una tendencia natural en mí a hacerlo. Sabedor de este problema, Freud no tardó en abandonar su primera tópica por la segunda, lo cual no ha evitado la pervivencia del primer homúnculo. El común de los mortales va por ahí convencido de que lo que le ocurre es resultado de un inconsciente protestón que lo explica todo porque, en realidad, no explica nada de nada o al menos, no más de lo que había logrado explicar Hartsoeker. 

domingo, 13 de julio de 2014

Programación Neurolingüística (3. Las críticas)

   Woody Allen asegura haber asistido a terapia durante más de 30 años. Le hubiese salido más barato darle a su psicólogo un porcentaje de las ganancias de sus películas que pagarle sesión a sesión. ¿Se imaginan Uds. la cara del terapeuta de Woody Allen cuando se enteró de que tenía un competidor que prometía curar a los pacientes en veinte minutos? Más de uno se sintió, en efecto, incómodo con la nueva verdad emergente. Por una lado, su popularidad prometía atraer a consulta mareas humanas. Por otro, la velocidad de sus curaciones mandaría más de la mitad de los colegiados al paro. Mientras la curva de la PNL se mostraba ascendente, pocos se atrevieron a hablar contra ella. A finales del siglo pasado la tendencia cambió y, con la resaca, aparecieron las primeras críticas hacia técnicas concretas, tales como el acceso ocular. Esas primeras críticas se trocaron, con el paso al nuevo siglo, en estudios que ponían en duda la “cientificidad” de la PNL, pero aún pasaría una década hasta que alguien se atreviese a calificarla de “pseudociencia new age”.
   Que los psicólogos rechacen una teoría por no ser científica es algo así como poner multas por exceso de velocidad en las 500 millas de Indianápolis. Recordemos, la historia de la psicología del siglo XX estuvo dominada, básicamente, por dos corrientes: el psicoanálisis y el conductismo. Los “centenares de casos de curación por la palabra” de que hacía gala Freud, se reducen, en realidad, a ocho casos clínicos. Ocho casos que, si son leídos sin maldad, llevan a la conclusión de que Freud empleó más tiempo en convencer a sus pacientes de que tenían una enfermedad que en “curarlos”. Todo lo cual no es óbice para que la inmensa mayoría de los psicólogos que viven de tratar a pacientes hagan uso de técnicas enraizadas, de modo más o menos lejano, en las creadas por el padre del psicoanálisis.
   La otra gran corriente fue, como digo, el conductismo. El conductismo condujo a la psicología a las ansiadas riveras de la cientificidad al módico precio de renunciar al estudio de lo que se suponía que era su objeto de atención, la psique. El detenido análisis de gráficas, el estudio pormenorizado de tasas de refuerzo y complejas fórmulas matemáticas creadas ad hoc permitieron, por ejemplo, que tras largas sesiones, un niño que tenía fobia a las ratas, paladeara su postre favorito mientras acariciaba una. Logro este, que fue exhibido con orgullo por los secuaces de Skinner, pero que, al común de los mortales, no podía dejar de causarle inquietud.
   ¿Que la PNL no cura? Pues miren, si yo tuviese que elegir entre un señor que no me va a curar después de cinco años de tratamiento y un señor que no me va a curar en una sola sesión, personalmente lo tendría muy claro. ¿Que las técnicas de PNL que funcionan no son invento de Bandler y Grinder? Eso ya lo pueden leer negro sobre blanco en sus escritos.
   En realidad, las miserias de la PNL están allí donde se hallan sus grandezas. Bandler y Grinder no sólo modelizaron a los terapeutas más famosos de su época, también hicieron lo propio con magos, hipnotizadores, estafadores y charlatanes de todo tipo. Por otra parte, la propia PNL es claramente invasiva, hay que enseñar al sujeto a manipular su propia mente y, para ello, nada como manipularla delante de sus ojos. La línea entre sacar lo mejor de una persona y convencerla de que ha sufrido una epifanía en presencia de su terapeuta es muy delgada. Bandler no tuvo mucho inconveniente en cruzarla y sus epígonos se lanzaron a tumba abierta tras él. Aún peor (si cabe), su promesa de curar en una sesión amenazó las prácticas de la psicología tradicional, pero también a los propios “maestros” de la PNL. Buena parte de la terapia consiste en dotar al sujeto de una serie de herramientas para que intervenga sobre sí mismo cada vez que se le presente un problema. Dicho de otro modo, paciente tratado, paciente que no vuelve. Rápidamente Bandler se dio cuenta de que el negocio no iba a estar en curar a nadie, de modo que trató de convertir la PNL en una especie de marca comercial de la que había que expulsar al propio Grinder. No, si la PNL había de convertirse en un negocio, el dinero habría de venir de otro sitio, de los seminarios, las conferencias y los libros que se hicieran basados en ella. El ascenso de la PNL es indisociable de la proliferación de libros de autoayuda que, de un modo más o menos descarado, tomaban sus enseñanzas de ella.  Hoy día es fácil encontrar cursos de PNL que por el "asequible" precio de 2000€ prometen tocar el cielo con la mano a todos los que se inscriban en él. Como comentaba una persona habitual de estos cursos, si pagas 2000€ por un curso de unas cuantas horas, o te autoconvences de que has visto el rostro de Dios o le confiesas a todo el mundo que eres tonto de capirote. Los partidarios de la nueva fe argumentarán que autoconvencerse es, en realidad, la clave de toda mejora personal. Ahora bien, ¿creer que se poseen todos los recursos para alcanzar un objetivo conduce a alcanzar el objetivo? Sin duda, sí... O puede que no... O, quizás, depende...

domingo, 18 de marzo de 2012

Ciencia de ultratumba

   En lugar de alguna parida de las que se me ocurren, en esta entrada me voy a limitar a reproducir una carta de mi buen amigo, el veterinario y analista Javier Grande. Dice así:
   "Querido Manuel, en los últimos días se está desarrollando en un periódico de tirada nacional (El País) una auténtica campaña de difamación contra mi persona y la de mi fiel colaborador el Dr. Lemus. Sabiendo que difícilmente voy a encontrar un medio neutral en el que poder exponer mi versión de los hechos, me sirvo remitirte este escrito para que lo publiques en tu blog.
   Como sabrás, el susodicho diario ha lanzado una serie de infundiosos artículos en los que sostiene que nuestro equipo, el formado por el Profesor Blanco, el Dr. Lemus y yo mismo, nos hemos dedicado a falsificar todo tipo de datos sobre los que edificar artículos fraudulentos. Se sostiene allí, por ejemplo, que nuestro fenomenal hallazgo de un 40% de aves infectadas por el virus del Nilo occidental, es "erróneo" o, al menos "muy extraño", pues nadie había hallado nada semejante. Desde luego, es algo "muy extraño" si uno es incapaz de utilizar la metodología adecuada. ¿Qué pasa? ¿que nadie probó a inocular primero el virus en las aves? Como todo el mundo recordará, los artículos en los que Mendel fundamentaba sus famosas leyes, mostraban un recuento de muestras de guisantes, asombrosamente redondo y coincidente con una estadística ideal, lejos de lo que puede reproducirse en cualquier experimento. A la luz de sus datos resulta muy claro que él o algún ayudante, seleccionaron las muestras para dar lugar a esos números. ¿Acaso es nuestra estadística más lejana de la realidad que las de Mendel?
   Se acusa también a Lemus de engrosar su curriculum con artículos inexistentes. En concreto se menciona su "Distocia y cesárea paradorsal en un caimán de anteojos" e "Infección por Butiaxella agrestis en el turón europeo (Mustela putorius)". Vamos a ver, ¿de verdad alguien cree que se le van a poner anteojos a un caimán para hacerle una cesárea o se le va a preguntar a un turón infectado por Butiaxella si es un ciudadano comunitario? ¿Qué importancia tienen seis articulitos más o menos? Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, que cambió la manera de entender al ser humano, decía basar su metodología en "decenas" de casos de curación por la palabra. Sólo nos legó ocho miserables historiales de "curación". ¡Y qué historiales! El sí que inoculaba la enfermedad en las pobres mentes de sus pacientes antes de "curarlos".
   Y después vienen las descalificaciones personales. Sobre el Profesor Blanco se arroja la sospecha de apadrinar, cuando no encubrir a un embustero. ¿Desde cuándo los catedráticos que firman en primer lugar las publicaciones científicas se las leen antes? Como todo el mundo sabe, si el artículo aparece firmado por Fulanito, Menganito y Zetanito, "Fulatino" es el Sr. Catedrático que, si es una persona capaz y preocupada, hasta se habrá leído el resumen antes de enviarlo y todo. Él será el único nombre reconocido pues, a partir de ese momento los autores del artículo se abreviarán como "Fulatino et al." "Menganito" es el profesor titular o ayudante de Universidad, que ha tenido la idea para el artículo, lo ha escrito y ha diseñado los experimentos. Finalmente, "Zetanito" es el becario que se ha pasado las noches en blanco y los fines de semana a pie de cañón, montando y calibrando los aparatos, recogiendo los datos y verificando la exactitud de los mismos.
   Dicen que es inexplicable que hayamos podido hacer todo esto durante años. ¿Cómo va a ser inexplicable? ¿Alguien consideraría serio un artículo titulado: "Infección por Mycobacterium asiaticum en un tití de manos doradas"? Pues bien, éste es un artículo real, detrás del cual hay una investigación seria realizada en Florida. ¿Cuántos lectores crees que puede tener el Journal of avian medicine and surgery? Es más, ¿cuántos lectores aspira a tener esta publicación científica? Si aspirase a ser una revista de difusión masiva no tendría el precio que tiene (sin ser de las más caras). Tiene ese precio, precisamente, para que no la puedan comprar particulares y sólo se puedan suscribir a ella instituciones. De este modo, la demanda se vuelve inelástica y pueden subir la suscripción lo que quieran cada año. Esas instituciones adquieren prestigio por poder estar suscritas a esas revistas y las revistas se hacen igualmente prestigiosas porque sólo esas instituciones, con fuerte poder adquisitivo, están suscritas a ellas. A cambio, convierten el requisito básico de la ciencia, la publicidad, en el privilegio de una restringida élite. Del prestigio recíproco y retroalimentado se nutren quienes publican en estas revistas, recibiendo su parte alicuota. Este prestigio así recibido les servirá para entrar en instituciones cuya reputación se debe a que en ellas militan personas cuyo crédito proviene, una vez más, de publicar en tales revistas. Esta gigantesca espiral de prestigio autoalimentado y que, en realidad, se sostiene en los intereses (la mayor parte de las veces económicos) mutuos, se convierte en una cascada difícil de parar. Ningún científico al que se le envíe un artículo destinado a una de estas revistas, pondrá muchas pegas si el remitente pertenece a una de esas instituciones con gran reputación, tal actitud podría convertirlo en un árbitro o consultor "conflictivo" y acabar por hacerlo indeseable para tal función.
   Se dice de mí que no he trabajado nunca en dos de esas prestigiosas instituciones en las que Lemus me atribuía cargos. ¿Significa eso que podré acogerme al ERE que el gobierno plantea hacer en ellas? ¡Pues claro que no he trabajado allí! Si soy un fantasma, ¿cómo quieren que pique mi ficha? Por eso agradezco al Dr. Lemus todas las oportunidades que me ha dado, los ectoplasmas estamos discriminados y, habitualmente, no se nos permite publicar. ¿Qué pasa? ¿que por tener una sábana en lugar de bata no puedo ser un buen científico? Pues bien blanquito que luzco.
   El problema, el problema real, es que el proceso de domesticación de la ciencia ha llevado a convertir en un estigma el término "ciencia pura". Más pronto que tarde en su carrera, al científico se le deja claro que tiene que "contaminarse" o, de un modo más crudo, que tiene que aprender a venderse si quiere obtener becas y financiación. Se le inculca así que no debe aspirar al descubrimiento de teorías generalmente válidas, todo lo más, está en posesión de meros productos que, como el papel higiénico, tienen que echar mano del marketing si quieren lograr sus objetivos de ventas. De este modo, las leyes sociológicas presentes en todas las comunidades humanas, incluida la comunidad científica, se convierten en las únicas leyes rectoras de la misma y no pocos comienzan a ver atajos para llegar a la cúspide. A la vez que la ciencia va entrando así en los cauces de lo establecido, se preparan las fanfarrias para su cercano amaestramiento. Su carcasa huera permite ahora amparar contenidos mucho más interesantes. El adjetivo "científico" vende muy bien. Todas las disciplinas de fundamento inevitablemente ideológico, pretenden resguardarse bajo ese paraguas, la economía, la psicología, la sociología... "Científicamente probado" es el eslogan que permite vender detergentes o programas de contorl social, que permite colocar a los obesos al final de las listas de espera o encarcelar a los hijos de los que tienen un gen que los hace antisociales antes de que cometan un delito. No estaría de más que alguien viniese, por fin, a explicar cómo y por qué funciona la ciencia antes de que deje de hacerlo.
   Un abrazo"
   Hasta aquí la carta que me ha remitido el Sr. Grande. Si Uds. se preguntan cómo puedo tener un amigo de esta naturaleza, la respuesta es fácil, a lo largo de mi vida he conocido a muchos fantasmas, fantasmitas y fantasmones.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Por una nueva praxis pedagógica

   Decía Freud que los niños se educan no siguiendo el Yo de sus padres, sino su Superyó. Si uno lee la Anatomía del fraude científico de H. F. Judson, el mito de Freud se le cae un poco a los pies. Resulta que las decenas de curaciones por la palabra que Freud aseguraba haber realizado, se reducen a ocho historiales clínicos en los que más parece que Freud indujo una enfermedad en sus "pacientes" que una verdadera curación. No obstante, como todos los charlatanes, Freud era un agudo observador del comportamiento humano. Cuando hablaba de cómo se educan los niños, se refería a que lo hacen siguiendo las normas que sus padres ejecutan de un modo consciente o inconsciente, más que las normas que sus padres dicen que se deben seguir. Esta sería la razón por la cual cuesta tanto trabajo que dejen de gritar y tan poco que aprendan a apagar y encender el televisor. Les decimos, a gritos, que dejen de gritar, con lo que el mensaje se vuelve confuso. Nos ven cotidianamente, con un gesto casi mecánico, encender y apagar el televisor, es un mensaje nítido, sin "ruido" y lo captan a la primera.
   Observar y copiar es algo que la naturaleza ha puesto en nosotros. Se trata de pura supervivencia. Del mismo modo y por los mismos motivos, la naturaleza ha puesto otros tipos de comportamientos en nosotros. Uno de ellos es buscar y procurar la atención de nuestros padres. En nuestra vida civilizada no tiene mucho interés, en la naturaleza salvaje es crucial. El polluelo que atrae la atención de sus padres es el que recibe el gusanito en su pico, el resto pasa hambre. Los niños hacen cualquier cosa para atraer la atención de sus padres, gritan, lloran, rompen cosas o se vuelven tiernos y graciosos. Cuando aprecian una disminución en el grado de atención paterna, recurren a todo tipo de comportamientos extremos para recuperarla: se vuelven agresivos, tartamudean crónicamente o, todavía peor, enferman. He llegado a oír casos de alopecia en niños con síndrome de Down profundo cuando notaban que dejaban de ser el centro de atención.
   Ahora unamos los dos hechos anteriores y veamos qué pasa con la educación en nuestro país. Tenemos un sistema educativo cuyo centro de interés fundamental es evitar el fracaso escolar. Todo está pensado para que los alumnos consigan aprobar de alguna manera y acaben obteniendo un título como sea. Estamos, incluso, dando un paso más, tratamos de que los alumnos no abandonen. El centro de atención son, por tanto, los alumnos con los peores expedientes académicos. Sin embargo, los resultados académicos no dejan de empeorar, cada vez hay más abandono y el fracaso escolar alcanza cotas alarmantes. ¿Por qué? Los pedagogos de turno, es decir, los nombrados a dedo por nuestros políticos, no los que luchan cotidianamante al pie del cañón, insisten en que el problema está en lo que los profesores enseñan y no en lo que los alumnos aprenden y que el centro de todo el proceso educativo son los alumnos, no el profesor. Pues bien, pongámonos en la cabeza de un alumno. Un alumno que procede de un hogar disfuncional (es decir, según las estadísticas psicopedagógicas, uno de esos que conforma el 86% de los hogares españoles), es un alumno que, con toda seguridad, no recibe en casa la atención que él quisiera recibir. Va a un centro educativo y allí no hace nada. Por "nada" quiero decir nada, no lleva el material escolar, no saca el libro en clase, ronca (dormir no es un motivo por el que se le vaya a llamar la atención), etc. Muy pronto sus profesores comenzarán a hablar con él y tratarán de conseguir de él algún compromiso. Probablemente intervendrá el tutor. A poco que se descuide tendrá una charla a solas con el orientador en su despacho. Esfuerzo realizado por el alumno: ninguno. Resultado obtenido: todo el interés que no le dan en casa. ¿Qué piensa el alumno? Muy fácil: "¡guau! ¡qué chollo! Si sigo sin hacer ni el huevo, todo el mundo seguirá prestándome atención". En realidad, una vez alcanzado cierto compromiso con los profesores y "diagnosticado" por el orientador, la atención disminuirá. Así que el alumno tenderá a buscar de nuevo atención. La manera más fácil es llamando a un profesor cualquiera, por ejemplo, "hijo de p." El protocolo que se activa a partir de ese momento es el siguiente. El profesor deberá enviar al delegado de clase a buscar al profesor de guardia, éste lleva al alumno ante un miembro del equipo directivo, el cual, a su vez, lo remite a la biblioteca. Con posterioridad a la clase, el profesor en cuestión llamará a los padres del alumno. A continuación se reúne la comisión de convivencia que, una vez escuchados a los padres, determina el castigo. Mientras todo esto sucede, el alumno sigue acudiendo a clase con normalidad. Dicho de otra manera, con tres palabras, el alumno ha conseguido la atención de una docena de adultos incluyendo ("¡al fin!" pensará él) a sus padres. ¿Cuánto tiempo tardará en repetir su comportamiento?
   Un alumno que no aprueba una asignatura al final del curso debe recibir un informe personalizado, en el que se recojan sus problemas de aprendizaje, los puntos en los que han fallado, el programa de recuperación y el tipo de prueba que se realizará en septiembre. Si aún así el alumno no aprueba (hablando en plata, si hace todo lo posible por impedir que el profesor lo apruebe) la asignatura le quedará pendiente. En este caso, el profesor debe realizar un programa personalizado para ese alumno y un seguimiento puntual del mismo. Piénselo, todos conocemos ese dicho de: "que se hable de ti, aunque sea mal". El mensaje que se está transmitiendo a los malos alumnos es horrorosamente confuso, como el que transmitimos cuando le decimos a nuestros hijos, gritando, que no deben gritar. Por una parte se les dice que deben ser buenos alumnos. Por otra se les regala lo que más desean precisamente por no estudiar. Los profesores dedican el 80% de su tiempo al 20% de los alumnos, es decir, a los problemáticos. De ellos se habla mucho, demasiado, incluso peor, nuestro sistema educativo sólo habla de los malos alumnos, habla continuamente, su verborrea incesante no para de darle vueltas a un discurso sin fin sobre ellos. Alumnos que en otras condiciones saldrían adelante sin mayores problemas, sienten una cierta envidia, consciente o no, de tanta atención, de tanta gente hablando de otros, quieren ver sus nombres escritos en un documento oficial y buscan denodadamente fracasar para que el sistema acabe por mencionarlos.
   Resumamos, un sistema educativo centrado en evitar el fracaso escolar genera fracaso escolar en cantidades industriales; un sistema educativo que trate de evitar el abandono escolar genera abandono escolar; un sistema educativo que no deja de mencionar qué y cómo se enseña provoca que los alumnos no aprendan. ¿Queremos mejorar nuestro sistema educativo? Muy fácil, centrémonos en la excelencia. Los dos mejores alumnos de cada curso serán felicitados personalmente por los directivos del centro, sus padres se reunirán con el equipo educativo para intercambiar impresiones, sugerencias de mejora del centro y sugerencias de mejora en los aspectos en que sus hijos flaqueen un poco. Recibirán, trimestralmente, un informe personalizado con posibles lecturas o proyectos de investigación que puedan realizar. La tercera parte del horario del orientador estará dedicado a procurarles becas e intercambios con centros del extranjero. Por ley los profesores deberán dedicar el 80% de su tiempo a ese 80% por ciento de los alumnos que de veras quieren estudiar. En cuanto a los malos alumnos, llamar "hijo de p." a un profesor implicará que éste lo acompañe hasta la sala de espera del centro, le imponga una expulsión por X días y llame a sus padres para que vengan a recogerlo, pues la sanción entra en vigor ipso facto. Después, por supuesto, los padres podrán presentar todas las alegaciones que consideren oportunas ante el equipo directivo, la comisión de convivencia y/o la inspección, pero después. A estos alumnos hay que enviarles un mensaje simple y nítido: la mano para ayudarles siempre va a estar ahí, eso sí, tendrán que cogerla. Esa mano no va a tratar de agarrarlos una vez tras otra si, previamente, ellos no la agarran. Se los va a ayudar, se los ayudará mucho en verdad, aunque para ello, previamente, tendrán que pedirlo. En definitiva, si queremos que el sistema educativo mejore, centrémonos, de una vez, en los mejores... Pero, ahora que lo pienso, la educación en España no puede mejorar, ya va de maravilla. Al fin y al cabo, proporciona ordenadores gratis y nadie parece interesado en que procure ninguna otra cosa.