domingo, 30 de diciembre de 2012

El nuevo biopoder (2)


Además de en educación, los recortes que se están aplicando a los servicios públicos afectan especialmente a la sanidad. Se ha aumentado el horario de los profesionales del sector, con la inevitable pérdida de calidad del servicio, y, de todos modos, se ha recortado personal, procediéndose, además, a la disminución de camas disponibles en determinadas fechas. La consecuencia ha sido una inevitable degradación de ese intangible que se llama “bienestar social”, pero, a veces, lo que ha producido es una serie de dramas personales muy tangibles. Por si fuera poco, estas medidas han ido acompañadas de un tijeretazo semejante al caudal de productos farmacéuticos pagados por el Estado. Ciertamente es una dimensión trágica para enfermos crónicos necesitados de ciertas medicinas que, a partir de ahora, tendrán que pagar de su bolsillo. No obstante, junto a este aspecto, indudablemente negativo, hay un aspecto positivo en esta medida, muy positivo. Pongamos un ejemplo. Víctima no de este tijeretazo sino de otro anterior que se produjo en época de bonanza económica, se cayeron de la bolsa de productos pagados por el Estado, todos los jarabes antitusígenos. Resulta difícil hacer una lista de cuántos hay en el Vademecum, cada uno con una diana específica. Existen antiespasmódicos, dilatadores bronquiales,  algunos que se dirigen a los centros neuronales que originan la expectoración y, cómo no, mezclas de los anteriores. La pregunta obvia que se plantea es por qué se los sacó de la bolsa de los subvencionados. Yo, que he tomados litros de la mayoría de ellos, puedo dar una explicación fácil: ninguno sirve para nada. De entre toda la infinidad de antitusígenos que he probado, el único que ha producido real eficacia en mí ha sido la infusión de tomillo con miel. El resto no produce una mejoría sensible superior a la de un vaso de agua (literalmente). Independientemente de que mi experiencia personal tal vez no sea generalizable, el hecho de que los jarabes contra la tos hayan dejado de ser financiados por el erario público conduce a la inevitable pregunta de por qué lo fueron alguna vez.
Hace unos años, era fácil encontrar algún médico que, en cuanto los análisis de sangre mostraban un colesterol elevado, recomendaban el inicio de un tratamiento que, además de la consabida dieta, incluía algún tipo de medicamento. La industria alimenticia no tardó en montarse al carro y sacó todo tipo de productos que “ayudaban a controlar el colesterol”. No se trataba de un simple diagnóstico. Tener el colesterol alto, significaba entrar en la categoría de los enfermos crónicos, pues, por mucho que se siguiera el tratamiento y que se consiguiera reducir los índices de colesterol, no se podía abandonar la dieta ni la medicación sin que pendiera sobre nosotros la amenaza de recaer. Pues bien, la parte divertida de esta “enfermedad crónica” es que no se trata de ninguna enfermedad crónica, de hecho, no es ninguna enfermedad. Un colesterol elevado es, únicamente, un índice de riesgo, un índice de riesgo de sufrir una enfermedad coronaria. A partir de aquí las cosas se vuelven cada vez más divertidas.  En primer lugar, ¿de qué riesgo estamos hablando? Un análisis riguroso de los ensayos clínicos al respecto muestra que ningún tratamiento logra disminuir el riesgo de infarto en mujeres que no han sufrido previamente uno por muy elevado que sea su colesterol. Para mujeres con un infarto el riesgo bajaba del 18 al 14% en cinco años. Entre los hombres, el riesgo bajaba del 15 al 13% si ya habían sufrido un infarto y es difícil decir si había algún beneficio para hombres que no hubiesen sufrido  infarto alguno. Dicho de otro modo, para más del 95% de la población tener el colesterol alto no implica ningún género de riesgo real y, sin embargo, se los condena a un tratamiento de por vida. Tratamiento, eso sí, que, con toda probabilidad, les llevará a contraer nuevas enfermedades que no hubiesen aparecido de no seguirlo. Incluso se puede escarbar un poco más en la misma dirección. ¿Cuál es la frontera que marca lo que es un “colesterol alto”? Esencialmente, esa frontera no se traza por criterios objetivos, sino por criterios de beneficios, de beneficios de la industria farmacéutica. La diferencia entre poner ese límite en 220 ó en 240, es un 2% de un mercado potencial de cientos de millones de personas o, si lo quieren en plata, la diferencia entre poner el límite en 220 ó en 240 es que la industria farmacéutica gane o no unos centenares de millones de euros más o menos al año.
Con las cosas como están, si los análisis de sangre revelan un colesterol alto, los médicos son mucho más proclives a pedir otro régimen de vida al paciente, a darle una lista de alimentos prohibidos y recomendados y nada más. Los medicamentos contra el colesterol que tanto bien hacían, teóricamente, a la humanidad, han sido, igualmente, víctimas del tijeretazo que se ha efectuado en la sanidad pública y, nuevamente, cabe preguntar por qué se los ha sacado de la bolsa de medicamentos subvencionados y por qué, en su día, fueron incluidos dentro de ella. 
El resumen de estas dos historias es una famosa huelga de médicos que sufrió Israel allá por los años 70. Los hospitales  se cerraron y durante más de quince días no hubo asistencia primaria ni pública ni privada, simplemente, no había médicos que atendieran a los pacientes. Las estadísticas muestran que en aquellos quince días, prácticamente, no hubo defunciones. En medicina, como en muchas cosas de la vida, se revela como una hermosa verdad el principio rector del minimalismo enunciado por Mies van der Rohe: menos es más.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Reflexiones en torno a una matanza


Es de dominio público que la reciente matanza de 20 niños y 4 adultos en Newtown  (Connecticut) ha permitido a un sector de Partido Demócrata poner sobre la mesa, una vez más, la cuestión del control de armas en los EEUU. A este respecto no hay que ser hipócritas. Los europeos y, más concretamente, España, vende armas a todo el mundo, incluso a los países más indeseables. Balas españolas están matando inocentes en todas las guerras que hay ahora mismo en curso. Ni siquiera los políticos más de izquierdas plantean la necesidad de suprimir ese comercio. A lo sumo, hacen un guiño a sus conciencias proponiendo cambiar la lista de clientes, pues, como es sabido, la supresión de la industria armamentística crearía paro y nada hay que teman más los ideólogos de la izquierda que una masa de población no encadenada al tripalium*. Lo que hace llamativo el caso de los EEUU es que la población víctima de la libertad del mercado (de armas) es la propia, los mismos habitantes del país, incluso los que, por edad, están fuera de ese mercado, es decir, niños y adolescentes. De hecho, lo que ha causado conmoción en el último incidente no es el número de víctimas, sino su edad (en torno a los seis años). Frente a los intentos por reformar la Constitución, la Asociación Nacional del Rifle (NRA), ha esgrimido siempre una línea defensiva muy clara: “no son las armas las que matan, matan las personas”. En un reciente artículo para la NBC, Ned Resnikoff, traía a colación el ataque realizado contra esa línea de defensa por el joven filósofo Evan Selinger a propósito de la que, hasta ese momento, era la peor masacre de la reciente historia americana, el tiroteo en un cine de Colorado durante el estreno de la última película de Batman (y que, para dar una idea de cómo están las cosas, se produjo en una fecha tan “remota” como el 22 de julio de este año).
Amparándose en unas reflexiones de David Dobbs para Wired, Selinger argüía que, si bien existen diferentes culturas de las armas y uno puede usar un fusil para remover la colada, lo cierto es que un arma, particularmente un arma de asalto, divide al mundo en dos, el que está del lado de la culata y los que resultan encañonados. La idea de que no matan las armas sino las personas, continuaba Selinger, además de ser un eslogan más que un argumento, liquida la diferencia entre máquinas e instrumentos y supone que cualquier instrumento es indiferente a su uso. Dicho de otro modo, la intención del usuario lo es todo. Tenemos aquí la vieja excusa cristiana de que es la libertad del hombre, no Dios, la causante del mal en el mundo, sólo que el nuevo dios es la libertad del mercado, inevitablemente pervertida por algunos individuos en su beneficio y de la que muchos otros salen perjudicados por su natural impericia para pertenecer al género de los primeros. Unir ambos planteamientos es cualquier cosa menos un sofisma. Si recordamos que Marx era un ferviente determinista tecnológico, que, para él, la introducción de nueva maquinaria conllevaba, inevitablemente, cambios en el sistema productivo y, por ende, en la sociedad en su conjunto, entenderemos que hay una línea que enlaza la inocencia social de la máquina con su indiferencia ética, con el indeterminismo tecnológico y con la panacea neoconservadora de quienes militan en la NRA. Frente a todo ello, Dobbs y Selinger, trataban de mostrar que un arma, especialmente un arma de asalto, sólo puede servir para una cosa, que las pistolas siempre acaban por dispararse y por dispararse contra alguien y que ningún fabricante de armas puede encogerse de hombros ante las matanzas como si fabricase pañales para bebés.
Dobbs y Selinger tienen razón en varios puntos. Lo primero que fabrica una nueva tecnología no son nuevos productos, sino nuevos sujetos. Esto es cierto desde el sentido obvio de que una nueva tecnología crea un tipo de sujetos que la compra y sabe manejarla, hasta el sentido abstracto de que cada uno de nosotros puede caracterizarse por ser un punto en un espacio de fases con tantas dimensiones como tecnologías hay funcionando en una época. En este último sentido, cada máquina nueva nos define a todos, tanto si la usamos como si no, pues cualquiera que se niegue o que sea incapaz de usar la nueva tecnología, correrá el riesgo de ser excluido de las redes que ésta tienda. En el caso que nos atañe, no hay más que pensar en la introducción o la prohibición de nuevas armas más rápidas, más potentes, más manejables. ¿La comprará si ya tiene otra? ¿mejorará el blindaje de sus puertas? ¿la entregará si tiene una y acaban de ser prohibidas? Las máquinas transforman a las personas de un modo que no es jamás cierto en la recíproca. La moderna tecnología está llevando esto al límite. Nuestros netbooks, nuestras tablets, nuestros móviles, acompañan nuestro recorrido por las ciudades identificándose, identificándonos, ante cada red con la que toman contacto. Lo que antes pudo ser el deambular por las calles a la búsqueda de una buena taza de café, es ahora una trayectoria a través de redes, reconstruible y, por tanto, susceptible de ser seguida, hasta sus últimos detalles, a diferencia de lo que es capaz de hacer nuestra memoria.
Pero lo certero de las observaciones de Dobbs y Selinger va más allá. La tecnología no sólo nos cambia, no sólo nos permite identificarnos a nosotros mismos, también altera nuestro modo de relacionarnos con los demás. Naturalmente es el caso de un arma, pero también de Whatsapp y del email. Este último es ejemplo absolutamente pertinente para el tema de las armas. La inmediatez, la posibilidad de la respuesta instantánea a cada email, tiene una cara oculta, extremadamente peligrosa. En la época en que la gente escribía cartas, si se querían evitar tachaduras, era conveniente redactar un buen borrador. Esto permitía pensar y repensar lo que se quería decir, aún más, limar las asperezas del lenguaje, haciendo que se mimase el intento por reflejar fielmente los pensamientos que estaban tras él. La posibilidad de escribir sobre un medio que no deja rastro de las tachaduras, caso del ordenador, ha generado una tendencia ferozmente impulsiva, que nos entrega al infantilismo del principio de placer, la satisfacción inmediata de nuestras pulsiones. A poco que uno se descuide, la respuesta a un email nace directamente de las vísceras, exacerbando cualquier tono crítico, cualquier contraofensiva a lo que ha podido parecer algo desagradable. Ese impulso, esa descarga inmediata de una emoción que surge, igualmente, de modo instantáneo, no es muy diferente cuando, en lugar de mensajes electrónicos, estamos lanzando de balas.
Sí, es cierto que el fabricante de armas no es responsable, moral o jurídicamente, de lo que con ellas se hace. Es cierto que una tecnología no determina su uso, de hecho, cuanto más indeterminado, cuanto más abierto sea el uso que pueda dársele, más fácil es que esa tecnología se difunda. Pero cualquier tecnología crea nuevos sujetos y si no hubiese fusiles automáticos, no habría autores de masacres. Por tanto, la introducción de una nueva tecnología conlleva, inevitablemente, una responsabilidad, cuando menos, social, que, de ninguna de las maneras, puede permitirse que la libertad del mercado diluya.


   * Instrumento de tortura del que deriva el término “trabajo”.

domingo, 16 de diciembre de 2012

NBA (1)


  Me gustan todos los deportes que no se me ocurriría practicar. El baloncesto es uno de ellos. Mi madre me hizo ver los primeros partidos internacionales del Real Madrid. De ahí pasé a la liga nacional, a los partidos de la selección y, finalmente, a la NBA, mucho antes de que Ramón Trecet nos dejara pegados al televisor las noches de los viernes. Yo no diría que la NBA es la mejor liga que existe y, desde luego, cada día que pasa está menos claro que quien la gane sea “campeón del mundo”. No obstante, es una competición que me fascina porque, como me ocurre con otros deportes, cuanto más partidos veo, menos entiendo. Y veo muchos partidos. Todavía no comprendo por qué todos los equipos rotan a sus jugadores igual. Vayan ganando o perdiendo, lo estén haciendo bien o mal, los titulares sólo juegan la primera mitad de los cuartos impares y la segunda mitad de los cuartos pares.  El resultado está claro, uno mira las estadísticas de cualquier superestrella y sí, es espectacular, 25, 30 puntos por partido. Pero ¿con cuántos tiros? ¿con qué porcentaje de acierto? Un Kobe Bryan sigue en pista en la parte decisiva del encuentro aunque su porcentaje no supere el 30% de aciertos. En cualquier equipo europeo de medio pelo Bryan no haría otra cosa más que chupar banquillo durante casi toda la temporada. Hay otro aspecto de la misma cuestión. ¿Alguien les ha explicado a los entrenadores de la NBA que el baloncesto es un juego de equipo? ¿Cuántos pases se dan antes de efectuar un tiro en un partido cualquiera? ¿Qué estrategias existen para jugar la última posesión cuando se va perdiendo, salvo que el chupón de turno se la juegue a falta de nueve segundos? Dicho de otro modo ¿cuál es el sistema de ataque básico de cualquier equipo de la NBA? ¿existe tal cosa? Si han pasado el balón dos veces después de atravesar la mitad del campo, parece como si ya quemara en las manos y hubiese que lanzar como fuese. Por supuesto eso contribuye a que el juego sea más vivo, más rápido, más brillante... siempre que se acierte, porque, volvemos a lo mismo, cuando los porcentajes de tiro no acompañan, cosa que suele ser la tónica en la Conferencia Este, todo es un ir y venir sin orden ni concierto.
Insisto, ¿a qué se dedican los entrenadores de la NBA? Tomemos algunas de las leyendas vivas de los banquillos norteamericanos. Phil Jackson, por ejemplo. El más laureado de los entrenadores de la NBA, el mítico entrenador de los Bulls de Chicago, de los Lakers... Vamos a ver, Phil Jackson, aparte de llegar a unos equipos plagados de megaestrellas y mirar cómo éstas maduraban por sí mismas, ¿ha hecho algo más? ¿Cuántos equipos ha sacado Phil Jackson de la nada? ¿Qué hubiese hecho Phil Jackson con un equipo como el Limoges? Bozidar Maljkovic (que no es santo de mi devoción) consiguió hacerlos nada menos que campeones de Europa. Después de mucho observar cómo jugaban sus estrellas y racionalizarlo a toro pasado, a Jackson se le atribuye el famoso “tridente ofensivo”, “innovación táctica” que consiste en ponga Ud. tres cracks en pista y déjeles que hagan lo que quieran.
Popovich, el odiado aunque admirado entrenador de los San Antonio Spurs ha logrado, ahí es nada, que su equipo esté sistemáticamente entre los mejores de la Conferencia Oeste, hacerlo campeón varios años y que, en el peor de los casos, cualquier equipo tema vérsela con ellos. Muy bien. Pero vamos a ver, si Ud. ha tenido en un mismo equipo a David Robinson y Tim Duncan (o Tim Duncan y Manu Ginobili), la cuestión no es si ha ganado o no algún título, la cuestión es: ¿por qué no los ganó todos? La brillantez de Popovich, la agudeza intelectual de este buen señor, su profundo conocimiento del juego se resume en una anécdota. Cuando Memphis traspasó a Pau Gasol a los Lakers a cambio, entre otras cosas, de los derechos sobre su hermano, un tal Marc Gasol, Popovich comentó que la NBA debía investigar este tipo de traspasos porque, más que traspaso, había sido un regalo de Memphis a los Lakers. No les voy a contar lo que me reí cuando Memphis eliminó a San Antonio en los play-offs.
No sólo hay tontos y tontos de relumbrón en los banquillos de la NBA. Marc Gasol llegó a los Grizzlies, cuando su plantilla era una nueva versión de los famosos Portland Jail Blazers, ¡hasta tenían a Zach Randolph! Nadie apostaba porque su futuro fuese muy diferente allí del que tuvo su hermano, aguantar mecha hasta que lo traspasaran. Al menos él entraba más dentro de lo que los americanos quieren ver en un pívot: altura, corpulencia y rebote. Y en esto colocaron a Lionel Hollins como entrenador principal. Hollins ha hecho algo muy europeo e infrecuente en la NBA, ha construido un equipo a base de coser, con enorme sensatez, un conjunto de retales. La dimensión real de su trabajo puede apreciarse en cada partido. Vayan bien o mal las cosas, los jugadores no tratan de resolver los problemas por su cuenta y riesgo. Aunque la desventaja en el marcador sea grande, echan mano de los sistemas que Hollins les ha inculcado, como si lo llevaran en los genes, como si tuvieran una fe infinita en lo que pueden hacer como equipo. A Hollins no le molesta que Gasol no tire todo lo que podría, que se dedique a dar pases desde la posición de cuatro, que acumule más asistencias que muchos bases. De hecho se puede decir que Hollins juega con dos bases, Conley y Gasol. No hay más que ver cómo estos dos se pasan los partidos hablando entre sí. Si se quiere entender dónde está la grandeza de Hollins, el secreto de Memphis este año, no hay más que comparar a Marc con su hermano. En realidad, hacen lo mismo, de hecho, tienen los mismos números. Por hacer eso Marc es un héroe en Memphis, un pilar de su éxito, alguien que contribuye con su juego a los triunfos del equipo porque no destaca mucho respecto de sus compañeros, todos están a lo mismo. Pau, por contra, es el chivo expiatorio favorito de todos los entrenadores que llegan a los Lakers, el clavo que sobresale y recibe todos los martillazos, el raro que juega como los demás no juegan.
Y si aún se están haciendo la misma pregunta que todo el mundo, la respuesta es: sí, Marc es un jugador tan bueno como su hermano y sí, Marc llegará, si las lesiones y la suerte le acompañan, a ganar, como mínimo un anillo. La única diferencia entre uno y otro es que Pau explotó con 18 años en aquella final de la Copa del Rey de 2001 y Marc no es un jugador de explosiones, sino de progresión. Simplemente, cada año juega mejor que el anterior.

domingo, 9 de diciembre de 2012

(e)Lecciones catalanas (y 2)


Yo creo que una nación debe ser, ante todo, un proyecto común. Históricamente, los Estados exitosos han sido precisamente eso. Tomemos el caso de España. España surgió como el proyecto común de castellanos, vascos y aragoneses para invadir y conquistar, primero la península ibérica y, después, medio mundo. Mientras el proyecto de invasión y conquista progresó adecuadamente, no hubo problemas. Castilla guardó las espaldas de la corona aragonesa durante su expansión mediterránea. Aragón hizo lo propio con castellanos y vascos mientras se aventuraron por los anchos mares del mundo y todos actuaron de consuno durante las diferentes guerras europeas. Los problemas surgieron en la segunda mitad del siglo XVII, cuando quedó claro que ya no se podrían invadir ni conquistar nuevos territorios. A lo largo de los dos siglos y medio posteriores, trató de redefinirse la idea de España de un modo progresivamente dramático, hasta el punto de que la propia corona de Aragón se fracturó durante el proceso entre un interior, fiel a los compromisos contraídos con Castilla, y un área más mediterránea, cuyos intereses, obviamente, no quedaban representados por lo que querían “los del interior”. Cuando resultó claro que todo lo conquistado se perdería, es decir, durante el siglo XIX, vascos y aragoneses mediterráneos comenzaron a plantear que la única cuestión pendiente era: “¿qué hay de lo mío?” En fechas más recientes, se han oído múltiples voces en Cataluña contra el pago de subsidios agrarios en Andalucía con dinero procedente de los impuestos catalanes. Dicho de otro modo, Cataluña ya no está dispuesta ni al sostenimiento económico de los territorios que contribuyó a conquistar. 
Una de las cosas más curiosas del capitalismo es que, cuando inventa algo que funciona bien, rápidamente la gente se olvida de que fue un invento que favorecía el status quo y trata de cambiarlo por algo que funciona peor. Hablo de lo que comenzó siendo “ayudas al desarrollo” de los países no industrializados y que, después, se aplicó dentro de los países industrializados en forma de “ayudas estructurales” o “fondos de compensación territorial”. La idea es muy simple, quien tiene más da dinero a quien tiene menos, a cambio de que compre sus productos. ¿Para qué? ¿No sería mejor subvencionar las exportaciones? Pues no. Veamos un ejemplo.
Supongamos un pueblecito remoto que recibe fondos estructurales de la UE para hacer una carretera. En realidad, no hay ningún sitio a dónde ir, de modo que la carretera no hace falta, pero siempre se puede asfaltar el camino a la ermita por donde transita la romería anual del pueblo. Por la tangente se desviará algún dinerillo con el que el alcalde, el concejal de urbanismo y el adjudicatario de la obra, podrán comprarse un Mercedes. En el pueblo todo el mundo iba en burro, excepto el que podía llevar una yegua blanca. Ahora circulan Mercedes. Aquí entra un principio básico del capitalismo, lo que decía Hannibal Lecter en El silencio de los corderos: codiciamos lo que vemos. Uno, dos, puede que hasta tres vecinos, queden deslumbrados con los vehículos que ven y no dudarán en hipotecar las cosechas de los dos próximos años para poder financiarse, ellos también, la compra de un Mercedes. Pero, claro, tanto Mercedes para ir del Ayuntamiento a la ermita, no mola. “A petición popular”, el alcalde se verá obligado a asfaltar dos o tres caminos más, aunque la financiación de estas obras implique subir los impuestos a los vecinos. ¿Quién ha salido beneficiado? Esencialmente quien concedió los fondos para construir la carretera inicial que ha vendido un puñado de Mercedes donde antes nadie soñó con vender uno y material para  hacer tres carreteras. Y, lo más divertido de todo, lejos de subsanar las diferencias económicas entre esa zona desfavorecida y la media europea, esos fondos han contribuido a hacer a los pobres más pobres y a los ricos más ricos, que es el meollo mismo de todos los mecanismos de funcionamiento del capitalismo.
Me parece a mí que la balanza fiscal es una de esas herramientas económicas que impiden hacer un cálculo a menos que uno introduzca en ellas una variable llamada “ideología”. Realmente no sé si la balanza fiscal es favorable o desfavorable a Cataluña. Sí sé que los fondos estructurales de la Unión Europea se gastaron en hacer carreteras para las romerías y cosas peores. ¿De dónde, si no, habría salido dinero para comprar tanto coche alemán como se ve circulando por las carreteras andaluzas? ¿Dónde iban a vender sus productos las empresas catalanas si la balanza fiscal no fuese desfavorable a Cataluña? ¿en EEUU? ¿de verdad Andalucía es capaz de generar suficiente riqueza por sí misma para consumir tanto cava como consumimos?
Ya lo he dicho, odio las fronteras, me parecen el más mortífero de los inventos humanos. Toda frontera es una forma de esclavitud. Si por mí fuera, las borraría todas. No obstante, los argumentos que se escucharon el mes pasado a favor de la sacrosanta unidad de España me parecieron tristes, aburridos, cuando no peligrosos. No quiero vivir en un país cuyo fundamento para seguir existiendo es que “no es el momento”, “los mercados nos están mirando” o “vuestros ricos lo van a pasar muy mal”. Un país debe ser un proyecto común y quien no quiera participar en ese proyecto debe tener derecho a irse (¡me pido primer!) Pero éste no es un razonamiento a favor de los independentistas, por más que ellos lo esgriman. El nuevo país también debe ser un proyecto común y “común”, significa “común a la mayoría”, a una clara mayoría. Hablar del derecho a decidir del 50% más uno de los votos, es algo digno de tahúres de las balanzas fiscales, de idiotas que no son capaces de comprender ni el sentido de la “ayuda” al desarrollo, de politicastros a los que sólo les importa conservar su poltrona y no de padres de la patria. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

(e)Lecciones catalanas (1)


En el comienzo de esta crisis, un amigo me comentó que se nos venía encima una nueva oleada nacionalista. Yo le respondí que los nacionalismos se exacerban al olor del dinero y que, cuando las arcas están vacías, todo el mundo piensa en su bolsillo, no en su país. Craso error por mi parte. Obvié algo que nunca hay que subestimar: la estupidez del género humano, particularmente si de políticos se trata. El Sr. Arturo Mas, desde el helicóptero en el que llegó al Parlament huyendo de la ira popular, alcanzó a vislumbrar un nuevo miembro de la Unión Europea que estaba, ahí, al alcance de la mano. Creyó que usando la bandera catalana como capote, la ciudadanía olvidaría su política ultraliberal, el desmantelamiento del estado del bienestar, la  infinidad de vueltas de tuerca aplicadas a la sanidad, a la educación, a las ayudas sociales, que han permitido que Cataluña siga siendo un modelo, pero, ahora, de lo que jamás se debe hacer con una sociedad pujante. Quiso hacer creer don Arturo que cerrando ciento veinte hospitales más para abrir las ciento veinte embajadas nuevas que harían falta, ipso facto, del erial en que ha convertido Cataluña, se alzarían las doradas torres de Camelot.
Tuve la suerte de visitar Barcelona cuando era joven y he conocido un puñado de catalanes por esos mundos de Dios. En ningún momento me dieron la impresión de ser lo suficientemente tontos como para seguir a don Arturo en su viaje hasta la majestad. Los resultados de las elecciones lo han dejado claro. El viraje hacia el monte ha hecho que CiU perdiera 12 escaños. Don Arturo pasará a la historia como el primer político que, teniendo una mayoría holgada, disuelve el parlamento a mitad de legislatura para obtener unos resultados peores. Más de uno debe haber empezado ya a afilar los cuchillos en su partido. ERC se acerca a su tope histórico, pero con un mensaje que debería haberle quedado nítido: no tiene una base electoral propia. Vive de lo que pierden los demás y sus futuras subidas o bajadas dependerán del devenir de los otros partidos, no de lo que ellos mismos hagan. El PP gana un escaño, mostrando que, cuando un nacionalismo periférico se agita, el nacionalismo español también sale beneficiado. El PSC se acerca a la debacle, logro imputable a ser el partido que más tiempo lleva jugando a la historia de la independencia (del PSOE). Y, por supuesto, los grandes triunfadores, los partidos minoritarios de nuevo cuño, ajenos a los grandes bloques, sean independentistas o no, Ciutadans y CUP.  Ahora, hagan cuentas, señores.
Para empezar, los partidos independentistas son un 47% del  Parlament y ello pese a la enorme movilización. El resto de partidos está a dos puntos porcentuales de ellos. Ya me dirán qué ansias de independencia nacional reflejan estos resultados. Por otra parte, Don Arturo, como buen político, estará dispuesto a hacer cualquier cosa, salvo reconocer que se ha equivocado. Hablará de derecho a decidir, de tarea histórica, de la necesidad de estar unidos frente a los ataques de Madrid y otras zarandajas para garantizarse la investidura. ERC hubiese hecho bien en decirle que deje las palabras y hable de cifras, es decir, de cuántas Consellerías les va a dar. Habrá que ver las caras de los chicos de Unió Democràtica cuando se enteren de los términos en los que se está negociando con los republicanos (más afilar cuchillos). El problema es que hay un elemento en esta negociación que no habrá manera de cuadrar: los recortes. Ya lo he dicho, ERC no vive de votos propios, por tanto, no apoyará nuevos recortes. Gobernar, es decir, recortar, le exigirá a CiU, más pronto que tarde, un pacto muy claro, para alivio de esa Unió que tanto tiene en común con el gobierno o, por lo menos, con su ministro de justicia. Ese pacto se convierte en el único posible si seguimos otro razonamiento. No creo que Don Arturo sea lo suficientemente tonto como para no darse cuenta de que el futuro de su partido y, en especial, de su cuello, pasa por llevar a CiU a hacer lo que ha hecho siempre, esto es, gobernar en Cataluña e influir en Madrid.  ¿Adivinan de qué pacto estoy hablando? La otra parte del mismo ya ha dicho lo que quiere: “no pactaremos con Mas”, aseguran en el PP. El mensaje está claro, si CiU quiere un pacto para gobernar en Cataluña e influir en Madrid, tendrá que quitar de en medio a Mas. Don Arturo se investirá nacionalista, pero cuando los rigores del invierno pasen, con la llegada de la primavera, que la sangre altera, o puede que con los calores del verano, descubrirá que ERC no es un socio fiable... que las circunstancias exigen un cambio de rumbo... que Europa pide un acuerdo histórico para hacer Cataluña gobernable... y al final, al final, volveremos al principio, que es lo que Mas y Rajoy pactaron, tácita o explícitamente, en su ya famosa entrevista.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Illusions (y 2)


El problema no es el Fallen Soldiers de Audiomachine, ni su Danuvius, ni siquiera Final Hope. El problema no es Audiomachine, ni  Immediate Music, ni X-Ray Dog. El problema empieza con Two Steps From Hell. Tomemos un "disco", cualquiera, Nero, por ejemplo, su audición es perturbadora. Es lo de siempre, épica impostada, una treintena de temas todos iguales, todos in crescendo, todos asegurándose apelar a emociones básicas por la contraposición entre los sonidos de los tambores y las voces femeninas, todos por debajo de los cuatro minutos. Pero la reiteración no produce cansancio, bien al contrario, el oyente espera ansiosamente el inicio del siguiente tema. Hay algo en ellos, algo que reclama eximirlos de la falsedad implícita en ser música para un producto aún no creado y hasta de la mercantilización. Y ese algo se llama Thomas Bergersen
Bergersen maneja las orquestas y los coros con la frescura con que los niños manejan sus espadas de madera. Sabe dónde debe ir cada cosa, conoce perfectamente qué está haciendo y a qué está jugando. Y, por encima de todo, Bergersen es como Dvorak, le crecen las melodías con la misma facilidad con que a los demás nos crece el cerumen de las orejas. En Nero hay melodías suficientes para toda la carrera de cualquier otro compositor y ello pese a que, según declara, desecha nueve de cada diez temas que se le ocurren. Vivimos en una época en que los musicólogos, empezando por Adorno, han condenado por estúpida cualquier cosa que suene melodiosa. Vivimos en una época en que todo género de papanatas se ha aprovechado de esta sentencia para convertir la música clásica en instrumento de su onanismo mental bajo la excusa de que, después de los conciertos de Schumann, se han agotado las posibilidades de hacer nuevas cosas dentro de la música tonal. Vivimos en una época en que las melodías que suenan por la radio apenas alcanzan la talla del soniquete de una lata cuando uno elimina el refuerzo de graves de su reproductor. Vivimos en una época en que el rock es demasiado viejo (y si no me creen, miren la cara de Mick Jagger), las vanguardias son pelucones empolvados, la música new age anestesia más que emociona y en el pop está permitido todo menos la originalidad. En un panorama tal, puede entenderse fácilmente que la música compuesta por Bergersen para traileres no tenga dificultades para llegar a los primeros puestos de iTunes.
Entre los especialistas, se esperaba de él un disco en serio, un álbum de verdad. Lo hizo el año pasado. Se llama Illusions. Son “sólo” 19 temas. Bergersen parece, una vez más, un niño. Quiere probarlo todo, quiere experimentarlo todo, quiere hacer las cosas muy rápido, añadir más y más condimentos al plato que está guisando. Se le nota demasiado el medio del cual proviene y aún no ha abandonado los convencionalismos que lo caracterizan. Le falta calma para desarrollar los temas, le falta perder el miedo a componer algo por encima de los tres minutos, le falta comprender que menos es más. Le sobra percusión, le sobran coros (dobles), le sobran efectos de estudio. No es un álbum de madurez. Pero esto, que en cualquier otro compositor podría ser una crítica demoledora, en Bergsersen es, simplemente, una promesa de futuro, pues aquí el muchacho tiene treinta años o, en términos musicales, es poco más que un bebé. Ahora bien, un bebé capaz de regalarnos este Gift of life. Escuchando este tema, como muchos otros de este disco, uno no puede evitar quedar atrapado en un dilema peliagudo. Sí, es una épica sin sentido. Sí, es música hecha para ser vendida. Por supuesto que son melodías, aunque no pueda haberlas después de Auschwitz. Pero es música hermosa, muy hermosa. Por tanto, ¿es arte?


domingo, 18 de noviembre de 2012

Illusions (1)

   Hace tiempo que Adorno denunció el hecho de que la música había dejado de ser una creación estética para devenir un simple producto del mercado. Todo cuanto pudiera haber en la música de originalidad, de esfera autónoma hecha por sujetos no sometidos a estándares, ha desaparecido. Ya no se trata de ofrecer alternativas a la realidad, es pura duplicación de la realidad, una copia tosca y embustera que no duda en autoproclamarse superficial y frívola porque lleva en su seno su inmediato recambio, otra copia no menos superficial y frívola, pero sutilmente modificada respecto de la anterior. La música de la industria resulta así inseparable de la moda. Como en todo mercado debidamente estandarizado, los consumidores no pueden dejar de pedir los mismos platos precocinados de siempre, si bien bajo envases distintos para impedirles caer en la abulia compradora, pues estamos convencidos de que el envase es el producto como el medio es el mensaje.
   El caso más típico de cuanto venimos diciendo, señala Adorno, es el de las bandas sonoras. La música, aplicada al cine, sólo tiene valor por su capacidad de estimular al espectador, de restablecer la continuidad rota con la sucesión de planos, de constituirse en un elemento dramático en el desarrollo épico y elemento épico en el planteamiento dramático. De hecho, la etiqueta "banda sonora" no designa tanto una parte común a todas las películas, como una cierta forma, muy común, de hacer música. Mientras las mejoras técnicas permiten películas inimaginables hace 50 años, esas mismas películas se siguen acompañando de la música de hace 50 años y con idéntica función: ocultar la absoluta vaciedad de los diálogos, la intrascendencia de la acción.
   La manera tradicional de entender la música cinematográfica está basada en una idea wagneriana. Cada pasaje de la partitura debe ser sobrecargado de significaciones para convertirlo en una representación simbólica de un personaje, una situación, o, más aún, una cualidad metafísica. Hay que hacer de la música mero instrumento intensificador de las imágenes, arrebatándole cualquier capacidad para enfrentarse a ellas. En la práctica, a lo que conduce la idea wageneriana, es a una inevitable mentira, pues, en las producciones al uso, el compositor puede sentirse feliz si logra ver una vez la película ya montada antes de componer la partitura.
   El devenir de los acontecimientos, medio siglo después de Adorno, ha convertido sus textos en un fiel reflejo de la realidad. Tenemos, por una parte, los intentos por hacer música de un modo diferente, asfixiados por una industria musical a la que su declive no ha privado de su capacidad para imponer gustos. Tenemos, por otra parte, músicos que componen con el único fin de que alguna empresa anunciante se ponga en contacto con ellos para licenciar una de sus piezas. Esto ha originado todo un subgénero musical, las músicas para los traileres de las películas. El trailer de una película se hace antes de que ésta se estrene y, con frecuencia, antes de que se le hayan dado los retoques finales. Por tanto, mucho antes de que ningún compositor haya sido contratado para su banda sonora. Por otra parte, las necesidades de la industria son muy diferentes en el caso de una banda sonora y un trailer. No es lo mismo la sucesión de imágenes de un par de minutos que, en la mayoría de los casos actuales, resumen fielmente la película, que la hora y media en la que este relato se amplía (sin, por supuesto, complicarse). Toda una pléyade de músicos se han embargado en la tarea de proporcionar a la industria música compuesta no para ese trailer, sino para cualquier trailer o para cualquier anuncio, o para cualquier juego. Música que tiene que fingir su adecuación a lo narrado del mismo modo en que una prostituta finge sus orgasmos para su cliente.
   El modo de hacerlo obedece a unos estándares perfectamente establecidos: una orquesta wageneriana, es decir, ampliada hasta el extremo; un coro, doble, de voces femeninas; un refuerzo doble o triple en la sección de timbales; y un crescendo de no más de tres minutos. Es recomendable una pausa, o dos, para acentuar la sobrecarga sonora que se aproxima hacia el final. El resultado es lo que se ha dado en llamar "música épica" y que se ha convertido en un género en alza. Dicho de otro modo, el pobre espectador termina apabullado, aplastado en su asiento por una contundencia musical que ya hubiese querido Bruckner para sus sinfonías. Sin saber muy bien qué se le ha venido encima, será incapaz de formarse una idea clara de si la película prometida merece el dinero que debe gastarse en ella, que es, precisamente, lo que se pretendía. Por lo demás, con unos mimbres como los mencionados resulta extremadamente fácil introducir pequeñas variaciones para fabricar centenares de títulos en el plazo de unos pocos años. Lógicamente, si uno tiene ciertas nociones musicales y un par de centenares de músicos a su disposición (o un medio electrónico para simularlos), al cabo de dos o tres cientos de pequeñas variaciones sobre el mismo tema, inevitablemente, acabará por fabricar alguna que otra pequeña joyita. No tienen más que escuchar el Fallen Soldiers (por supuesto, sin percusión), de Audiomachine. Pero si ésta fuese toda la historia, yo no me habría molestado en escribir una línea sobre ella.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El perroflautismo, una enfermedad contagiosa

   Hay enfermedades que han marcado épocas enteras. Fue el caso de la peste, de la tuberculosis, de la sífilis y del SIDA. El perroflautismo va camino de convertirse en la enfermedad de la nuestra. Los síntomas son bien conocidos. El sujeto que la padece desarrolla multitud de intolerancias y alergias, reaccionando con virulencia ante la policía, las órdenes, el trabajo y todo lo que huela a valores establecidos. Es una enfermedad típica de jóvenes y suele desarrollar en ellos ese característico gusto por las rastras, las flautas y los perros que le dan nombre. Más que un piso, una cuenta corriente y una hipoteca, estos jóvenes aman el nomadismo. Es bien conocido que todo imperio tiene como subproducto suyo una serie de pueblos nómadas que viven en su frontera exterior y/o en el interior de sus territorios. Son siempre lo otro, los no sometidos al sistema, aquello contra lo que hay que combatir y que, precisamente por eso, acaban por servir para que el imperio defina sus límites. Como tales, no son lo contrario a él, sino, precisamente, una de sus partes constitutivas, por lo que la presencia de estos perroflautas en las plazas públicas, en las calles, en las fiestas de los pueblos, no dejaba de ser una anécdota.
   Un día, unos opinadores profesionales de esos que llenan las radios españolas (¡si Platón levantara la cabeza!), ante la evidencia de que sus oyentes habían dejado de seguir las consignas predigeridas que acostumbraban poner en sus cabezas, diagnosticaron un perroflautismo generalizado en las manifestaciones populares del 15 M. Cierto que en ellas no sólo había jóvenes, no se escuchaban flautas y los perros brillaban por su ausencia. Sí había un regusto contra lo establecido, ese juvenil aire de querer cambiar las cosas, un deliberado intento de anteponer las personas a las cifras, las ideas a las monedas, la decencia a la conveniencia. Se trataba, desde luego, de la mutación del agente patógeno original, una mutación que lo convertía en mucho más peligroso. Primero porque se difundía de un modo exponencial por las calles y las redes sociales. Segundo porque ya no afectaba a grupúsculos nómadas, cualquiera podía resultar contagiado.
   Desde entonces, la lista de enfermos de perroflautismo no ha hecho más que incrementarse, produciendo un impacto social cada vez más grande. Ha habido de todo: sindicatos policiales, familias enteras que acudían a las manifestaciones como si fuesen fiestas, economistas, desde premios Nobel como Joseph Stigliz a peces gordos de Intermoney como José Carlos Díez... El 25 de septiembre vimos algo difícil de olvidar. Los usuarios de la estación de Atocha en Madrid sufrieron un súbito contagio a resultas del cual se lanzaron a golpear salvajemente las porras de los antidisturbios con sus cuerpos. El último colectivo que ha resultado afectado ha sido el de los jueces. Ya hemos mencionado en este blog el caso del juez Pedraz, que ha sido para esta enfermedad lo que Rock Hudson fue para el SIDA. Más recientemente, un vocal, por lo demás, conservador, del Consejo del Poder Judicial, reconocía públicamente ser un afectado al pedir en un informe, nada más y nada menos, que cambios en las leyes sobre desahucios para proteger a los más desfavorecidos. Después, hemos sabido de jueces a los que "les pica la toga", de decanos del mismo cuerpo que piden por escrito el cambio de la ley, de sentencias que buscan resquicios en el marco legal existente... Es una demostración palpable de hasta qué punto es peligrosa esta enfermedad.
   Las leyes para facilitar el desahucio de los propietarios de una vivienda parecen ser uno de los pilares centrales de la convivencia y el buen orden en nuestro país. Lo demuestra el hecho de que tienen más de un siglo de antigüedad. Ni la República, ni Franco, ni los sucesivos gobiernos democráticos, por mucho que se proclamaran "de izquierdas", han alterado una sola coma de ella, no vaya a ser que los españoles lograran sacudirse los pesados grilletes de las hipotecas, que mantienen sus pies bien pegados al suelo. Hace unos meses, ese ejemplo de simpatía y buen humor que es el Sr. de Guindos, sufrió un leve episodio de perroflautismo y lanzó un manual de buenas prácticas para las entidades financieras en el que les pedía un poco de consideración. Afortunadamente para los hombres de bien de nuestra patria, se recuperó pronto y, desde entonces, no ha movido una ceja ni por los ciudadanos que se han tirado por el balcón cuando las fuerzas para mantener la seguridad del Estado (de cosas), es decir, la policía, acudía a echarlos de sus casas.
   Lo último es todavía peor. La enfermedad ha llegado a Europa. Nada menos que la Comisión Europea ha hecho saber al gobierno español que los propietarios que no pueden afrontar el pago de una hipoteca son, ante todo, clientes de una entidad, no delincuentes, y que en el corazón mismo de la legislación europea está el hacer, por lo menos, como si se protegiese a los débiles de los todopoderosos.
   Los políticos españoles, que empiezan a sentirse como los protagonistas de The Walking Dead, rodeados de enfermos por todas partes, han decidido que, lo mejor para escabullirse, es hacer como si ellos también estuviesen afectados. Ahí tenemos el bonito espectáculo del PPSOE, mostrándose como lo que son, una panda de medradores, que no dudan en salvarse la cara unos a otros, porque tienen intereses comunes, pactando una ley que no soluciona nada, pero disimula un montón. Semejante mendacidad no podía dejar de tener émulos y CiU ya ha anunciado su intención de subirse al carro, por el bien de los ciudadanos, claro. Lo que no está tan claro es por el bien de qué ciudadanos, los que no tienen para pagar una hipoteca o los que se están enriqueciendo con el sufrimiento ajeno. En cualquier caso, quede como quede la ley, difícilmente va a impedir que el perroflautismo se siga extendiendo.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Hitos históricos

   El martes, es decir, el primer martes después del primer lunes de noviembre, como marca la tradición, será elegido el próximo gobernador del mundo por tres o cuatro años. Digo por tres o por cuatro años, porque si resulta reelegido Obama, siguiendo otra tradición, nadie le hará ni puñetero caso durante el último año de su mandato (dado que no puede ser elegido otra vez). En estas elecciones, los norteamericanos deberán optar entre un mormón y un negro. Alguien que no conozca demasiado la historia norteamericana las considerará unas elecciones con un resultado fácilmente previsible porque el negro, como en todas las series y películas, tiene que ser el primero en caer. En realidad, la cuestión es peliaguda. Optar entre Romney y Obama es algo así como elegir entre Zapatero (o Rubalcaba) y Rajoy, es decir, de ilusión nada de nada.
   Como decimos, Mitt Romney es mormón. En España eso suena a jóvenes altos y rubios, con impecables camisas blancas, que recorren la geografía peninsular sin ceder jamás el asiento en el autobús ni a las embarazadas. El hecho de que sólo vengan varones y que hayan conseguido con tanta facilidad permiso para construir un centro de culto nada más y nada menos que en el sevillanísimo barrio de la Macarena (nombre, por lo demás de una popular virgen), les da ya un cierto toque inquietante. A este respecto hay que recordar que los musulmanes siguen esperando permiso para hacer una mezquita en el mucho más periférico barrio de los bermejales.
   Pero si de verdad quieren que se les pongan los pelos de punta, busquen información acerca de la vida cotidiana en el Estado mormón por excelencia, Utah. La fachada es impecable: la menor tasa de delincuencia de los EEUU, parques y bosques a dos pasos de cualquier lado, leyes para regularizar a los inmigrantes ilegales... Tras la fachada las cosas cambian ligeramente. Si Ud. no es mormón y no tiene la menor intención de serlo, hará bien en visitar el consejo mormón de su localidad e informarles de ello. De lo contrario, sus compañeros de trabajo y sus vecinos, pueden hacerle un desagradable vacío. Niños y adolescentes no suelen tolerar bien a los que son diferenes, así que, normalmente, las cosas son más difíciles para ellos. Por lo demás, el consejo mormón es quien realmente toma las decisiones importantes siendo el gobernador del Estado su amanuense. Si se decide a escarbar aún más, encontrará que Utah no sólo está a la cabeza de las estadísticas que miden el bienestar ciudadano, también está a la cabeza en el consumo de pornografía y estupefacientes. Por si todo esto siguiera sin inquietarle, debería conocer las primeras etapas del movimiento mormón, las matanzas que sufrieron... y las que provocaron, dentro de lo que se llamó las "guerras mormonas".
   Pero la figura de Mitt Romney no se comprende únicamente sobre el trasfondo del mormonismo. Es lo más presentable que le quedó al partido republicano quitando a todos los candidatos tramontanos. Se dice de él que carece de principios. Sí los tiene o, más bien, lo tiene, en singular. Su actuación se rige siempre por el principio básico de cualquier buen político: lo que sea por pillar. Así se entiende su encendida defensa de la sanidad universal siendo gobernador y el famoso discurso en el que decía que su intención era gobernar para el 5% del país que producía riqueza y no para los que estaban acostumbrados a las subvenciones. ¿Por qué formó tanto escándalo este discurso? Muy fácil, en ese 95% de americanos perezosos, acostumbrados a vivir de las subvenciones, se incluyen los veteranos de guerra, las empresas dedicadas a la exportación, la gran industria aeronáutica y armamentística y la totalidad de campesinos de la América profunda, es decir, el 95% de los votos republicanos. ¿Le sorprende saber que los americanos que protestan contra una economía subvencionada son los que más subvenciones reciben? No es el único país en el que ocurre.
   La gran ventaja de Romney es que enfrente tiene a Obama. Todo el mundo esperaba grandes cosas de él y las hizo: fue elegido, ¿para qué más? Un presidente que por sí mismo es un hito histórico ya no puede hacer nada comparable a su propia presencia en el cargo. Obama forma parte de esa oleada de justicia histórica que ha llevado al poder a minorías marginadas desde que pasó a considerárseles ciudadanos, esto es, desde que dejaron de ser esclavos. Es el caso de los negros de Norteamérica y de los indígenas de Venezuela o Bolivia. El problema está en que quien llega al poder por un método suele ser desalojado de él de la misma manera. Obama que está ahí por ser un hito histórico, puede acabar fuera de la Casa Blanca por el hito histórico que sería el primer presidente mormón. Evo Morales, que llegó al poder por la vía de la agitación social, tiene émulos hasta en el movimiento cocalero que él dirigió. Mientras unos y otros se pelean por la poltrona y las leyes de memoria histórica para con los indígenas van y vienen, el país sigue durmiendo su miseria en un colchón de gas, cuya única salida natural, Chile, está vedada por resentimientos históricos. Desde luego, es estupendo ver a un negro en la Casa Blanca, como fue estupendo ver el jersey a rayas de Morales pasearse por la Moncloa. El problema es que detrás de la negritud, detrás del indigenismo, no hay más que el reemplazo de unas camarillas por otras.
   La omnipresencia del Estado en Venezuela no tiene su modelo en Bolívar y mucho menos en el socialismo cubano. El ideal que persigue Chávez está mucho más hacia oriente, en concreto, allí donde vive la monarquía saudí. Pero ni siquiera eso es una idea de Chávez, más bien se trata de la culminación de un proceso que empezó mucho antes de la gloriosa revolución bolivariana. La producción de petróleo, efectivamente, está en manos del pueblo o, más bien, de varios pueblos, pues  el número de empleados de PDVSA casi se ha triplicado al tiempo que la producción ha iniciado una significativa caída. El día en que el petróleo se agote o, más simple aún, el día en que los especuladores se salgan del mercado y hagan retornar los precios a lo que deben ser según la estafa de la oferta y la demanda, Venezuela estará al borde de otro hito histórico, el marcado por un espantoso abismo.

domingo, 28 de octubre de 2012

Emotional rescue



   Dicen que es fácil reconocer a un gallego porque es esa persona que nunca se sabe si sube o baja una escalera. La verdad es que los gallegos que he tenido la oportunidad de conocer en esta vida no respondían para nada a esta descripción. Sin embargo, todo es ver a nuestro queridísimo y amadísimo Sr. Presidente de gobierno D. Nanniano Rajoy y es que se me viene a la cabeza el tópico. A ver, ¿cuánto tiempo llevamos ya al borde del rescate? Si es que yo ya ni me acuerdo cómo era este país antes de que todo el mundo lo diese por rescatado. ¿Cuánto tiempo más vamos a estar paseándonos por el fondo de un precipicio fingiendo que todavía estamos en el borde? Como esto siga así, al final tendrá que haber no sólo un rescate financiero sino, también, como decía la canción, un rescate emocional, porque vamos a terminar todos con los nervios destrozados.
   El rescate tenía que haber sido solicitado hace un año y si hace un año no se pudo hacer, hace seis meses y si hace seis meses no se pudo hacer, hace tres... Era una cosa de antes de ayer, no del año que viene. Cuanto más tardemos en pedir un rescate, mayor será su coste, peores las condiciones y menor el margen de maniobra. Argumenta el gobierno que no hay que precipitarse porque sería peor tener que pedir un rescate un mes después de haber pedido el primero. Como demuestran el caso de Grecia y de Portugal, la sucesión de rescates es una consecuencia de la posibilidad de un gobierno de negarse a ciertas imposiciones y no de lo bien que se cuenten los céntimos que faltan. Por eso, cuanto menos se tarde en pedir el rescate, mayor será el margen de maniobra y menos probable la necesidad de pedir otro. Aún más, el rescate que se pida debe ser cualquier cosa menos ajustado a las necesidades del país. Hay que hacer un cálculo por lo alto y, una vez establecido, solicitar el doble. En la situación en la cual nos hallamos, lo que realmente desatará el pánico de los mercados sería una demanda de ayuda a la baja o, dicho de otro modo, sería precisamente esa solicitud a la baja la que desataría la necesidad de pedir otro rescate. Curiosamente, nos hallamos de nuevo en un punto sobre el que ya he insistido con frecuencia, el que nos desbarranquemos o no es responsabilidad exclusiva de nuestros políticos, con independencia de cuáles sean las cifras macroeconómicas. Y, precisamente aquí es donde está el mayor riesgo que corremos en este momento.
   El próximo mes de septiembre se celebran elecciones en Alemania. Según todos los sondeos, la CDU de Merkel y el SPD, la socialdemocracia, están virtualmente empatados. Si, efectivamente, estas encuestas reflejaran el resultado final, los grandes perdedores serían los liberales del FDP, que han hecho de su euroescepticismo el banderín de enganche para sus electores. Una coalición entre los dos grandes partidos para formar gobierno, única posibilidad con estos números en la mano, llevaría, probablemente, a que los socialdemócratas dejaran la Cancillería y el Ministerio de economía en las mismas manos en que se encuentran. Dicho en plata, Merkel y Schäuble cuentan con estar cuatro años más en la poltrona. Por tanto, están muy interesados en que las cosas, de aquí a septiembre, se muevan lo menos posible y todo esté en calma. Recordemos, Alemania es la gran beneficiada con la situación actual de los países del Sur más Irlanda. ¿También le conviene a éstos que todo esté en calma y apaciguado? ¿cómo puede interesarle al que sale beneficiado y a los perjudicados el mismo estado de cosas? ¿de verdad alguien piensa en el gobierno español que si le facilitan la reelección a Dña. Angelota, ésta nos lo va a agradecer aflojando la soga?
   Si faltan once meses hasta las elecciones alemanas, hay que lanzar once bombas, una tras otra, hasta que la Sra. Merkel pierda de una vez la calma y pida una tregua que vaya más allá de su reelección. ¿Cómo? Lo acabo de decir, para empezar, solicitar una ayuda que rompa todas las previsiones. Al mes siguiente recordar que el rescate no tiene por qué venir de la Unión Europea, el FMI también tiene fondos y los ha puesto a nuestra disposición (por cierto, aunque ninguna de las dos sea mi tipo, entre que te flagele Madame Lagarde y lo haga Frau Merkel, es que no hay color). Al siguiente mes declarar que las condiciones impuestas por el FMI tampoco nos satisfacen, así que vamos a imponer una quita a todos los deudores extranjeros (me imagino la cara de los banqueros alemanes leyendo la noticia en la Bild Zeitung). Al siguiente mes afirmar que, debido a nuestra situación económica y para clarificar los trámites en caso de que Cataluña se independice, nos salimos de la UE. Y al siguiente mes, decir que bueno, que a lo mejor con un 80% del rescate que inicialmente se pidió, igual teníamos para pagar lo que debemos y otra vuelta a la matraca. Para entonces el electorado alemán estaría en un estado tal de efervescencia que más de uno sacaría la bandera blanca. Pero, claro, para hacer todo eso necesitaríamos que nos gobernase alguien con pinta de ser tan tonto como para cumplir sus faroles (por ejemplo, su Majestad Arturo Mas) y no alguien que nos cante:

"¿Acaso no sabes que las promesas nunca fueron hechas para ser cumplidas?
Igual que la noche se disuelve en el sueño
Seré tu salvador, firme y auténtico
Acudiré a tu rescate emocional
Acudiré a tu rescate emocional"
(Rolling Stones, Emotional rescue)

domingo, 21 de octubre de 2012

Homeland

  
   La ganadora de la reciente edición de los premios Emmy ha sido Homeland, serie que tuve la ocasión, digamos, de ver, a lo largo del verano. El artículo de El País en el que se daba cuenta de este hecho, gloriaba unos guiones que funcionaban como un mecanismo de relojería, para no estropear el tópico. La verdad es que es una de esas ocasiones en las que me pregunto si el periodista ha visto la misma serie que yo o si ha visto alguna en general. Los guiones de Homeland rozan lo inverosímil cuando están bien cosidos. En el resto de los casos, se mantienen en los márgenes del disparate. Así ha salido el tal Nicholas Brody, un marine capturado por los talibanes y que parece tan feliz al lado de su esposa como al lado de su amante, junto al vicepresidente de los EEUU y junto al líder terrorista, vestido con su uniforme y con un chaleco explosivo. Más que un alma atormentada, carece de alma, es un monigote, puro cartón piedra del que se puede esperar todo y nada pues los guiones circulan por su interior sin alterarlo lo más mínimo. No es de extrañar que haya una segunda temporada. Con un personaje así puede haber una tercera, cuarta y una quinta, en la que se le cambiará de sexo. El punto fuerte de la serie está en otro lado, en haber reunido un elenco de actores realmente fantástico, que dan verosimilitud a un espectáculo más falso que el rey Miguel. Ahí está, por ejemplo, Mandy Patinkin, dándole vida a un extraño agente de la CIA del que no sabemos muy bien de dónde viene ni a dónde va, cómo aprendió árabe, por qué se separa de su mujer ni por qué defiende a su aprendiz. Aunque la tarea del héroe ha recaído en un ex-alumno de Eton, de nombre Damian Lewis. Lo descubrí, me imagino que como la mayoría, en Hermanos de sangre. Grande, pelirrojo, con un rostro atravesado por numerosos surcos en cuanto realiza el menor gesto, debió aprender muy pronto que, si quería ser actor, debía autocontenerse y componer el personaje por su modo de andar, de moverse, de (no) gesticular. Es de esos actores que le dan un empaque muy propio y característico a un papel en cuanto aparece en pantalla. Desde luego, la persona ideal para insuflar vida en ese monigote que es el sargento Brody.
   Goloso en extremo es el personaje de su némesis, la desgraciada agente de la CIA Carrie Mathison. Frágil, inmisericorde, desequilibrada, sagaz, obcecada e insegura. Al cabo, una víctima más del espionaje norteamericano como aquellos a quienes ella misma ha enviado a la tumba. Claire Danes sabe moverse entre los extremos, mostrar siempre nuevos gestos que transparentan su clarividencia ante todo, salvo a ante su propio estado mental. De hecho, lo mejor de la primera temporada es el brutal y fugaz romance entre ambos personajes, Brody y Mathison, un idilio apasionado y falso, feroz y tierno, sin esperanza y, por encima de todo, nada idílico. Hasta ahí llega la audacia de la serie. Su transgresión, su capacidad para romper tabúes, acaba, prácticamente, donde termina la cabecera. En ese montaje inicial hay, ciertamente, muchas más cosas explicadas acerca de lo que ha sucedido en los últimos veinte años, que en muchos tratados sobre el tema y, desde luego, hay muchas más explicaciones que en lo que viene a continuación en cada capítulo. Es una constante de los actores, guionistas y personajes de la serie la insistencia en que no se pueden hacer sinónimos Islam y terrorismo, pero lo cierto es que todos los musulmanes que vemos en su minutaje, participan, apoyan o defienden las acciones terroristas. Por este lado, siempre queda claro quiénes son los malos, aunque su intención sea vengar el asesinato de 82 niños.
   El mérito de la serie, si es que queremos encontrar alguno, radica en que nunca está muy claro quiénes son los buenos. Por la propia Mathison, uno puede sentir ternura, nunca simpatía. Miente, presiona, se salta las normas, buscando siempre su salvación personal más que otra cosa, sin importarle demasiado qué o a quién se tenga que llevar por delante. Los que están por encima de ella tampoco son mejores. Como sabe cualquier buen conocedor de los servicios secretos, el enemigo contra el que se combate es una mera excusa para acabar con el verdadero enemigo, a saber, el tipo que está sentado en el despacho de al lado. De hecho, la parte central de cada capítulo de Homeland son los tiras y aflojas entre Mathison y sus inmediatos superiores. Y es que los servicios secretos son un caldo de cultivo perfecto para las rencillas personales, las envidias y los odios entre sus miembros. En el caso de la CIA, hay dos factores que contribuyen a multiplicar exponencialmente este clima de guerra de todos contra todos. El primero de ellos es la complejidad de este mastodonte que, de tanto abarcar, rara vez ha sido capaz de imponer una cierta coherencia a sus acciones en teatros diferentes. El segundo consiste en ser una de esas curiosas agencias de espionaje que proporciona candidatos a cubrir los altos cargos políticos, costumbre ésta típica de las dictaduras y que hace de dos de las grandes potencias nucleares, democracias bajo sospecha.

domingo, 14 de octubre de 2012

Sobre pijos ácratas

  
   Los hechos son bien conocidos, pero no estará de más recapitularlos. La pasada primavera, dos mujeres que se conocían por Internet, decidieron poner en marcha una protesta bajo el lema "ocupa el Congreso", que recordaba el ya famoso "ocupa Wall Street". Rápidamente, una serie de microcolectivos se unieron a la protesta amplificando su magnitud. Alguien colgó en youtube un texto leído por un sintetizador de voz llamado "Jorge", con las reivindicaciones a conseguir. Entonces surgió la magia. La efervescencia virtual era de tal grado que los políticos recuperaron el espíritu de la Transición, es decir, sintieron miedo. ¿Qué hace un padre de la democracia cuando ve peligrar su poltrona? Muy fácil, intenta aterrorizar a la población. Las concentraciones preparatorias del 25-S comenzaron a llenarse de policía más o menos infiltrados, que tomaban nota, grababan e identificaban a quienes más se dejaban ver. Por cierto, ¿sabe Ud. cuántas identificaciones lleva a cabo la policía española, por qué motivos y con qué resultados? ¿No lo sabe? Ni Ud. ni nadie, es un secreto de Estado. Desvelarlo pondría en peligro los fundamentos de nuestra democracia, es decir, dejaría en claro que tenemos una apariencia de democracia.
   En cuanto los cabecillas de este movimiento sin líderes fueron identificados, se los detuvo. El delito cometido era muy claro, impedir la celebración de un pleno que todavía no se había celebrado. Ahora había que llevarlos ante un juez. Pero, como siempre en estos casos, era preciso espera a que estuviera de guardia el juez apropiado. Debía ser alguien fácilmente influenciable, con ambiciones y proclive al gobierno, aunque no demasiado. Era preciso dar cierta apariencia de instrucción ecuánime. Por último, si tenía buena presencia, mejor. ¿Qué tal Santiago Pedraz? A él llegó un informe policial que hablaba de golpe de Estado, de masas alucinadas que tomaban las calles, en definitiva de un peligroso levantamiento popular para ocupar ilegítimamente esa casa del pueblo que es el Congreso. Alarmado, el juez hasta pidió los nombres de quienes habían ingresado dinero en las cuentas para pagar los autobuses.
   Y llegó el 25 de septiembre. El terror estatal surtió efecto y hubo mucha menos gente de la esperada. También surtió efecto en otra dirección. Lo que inicialmente era una fiesta se había llenado de gente nerviosa, crispada, atenta al primer incidente. Frente a ellos, policías traídos de toda Esapaña, lo cual lleva a la pregunta inevitable: ¿por qué traídos de toda España? ¿No había policías suficientes en Madrid o es que los políticos no se fiaban de ellos? Aún más, ¿a quiénes se llevó a Madrid? ¿cómo se hizo la selección? ¿eran unidades disponibles? ¿eran voluntarios? ¿se eligió a los más bragados en situaciones difíciles, a los que eran capaces de detener feroces turbas con absoluta sangre fría o a las unidades más aguerridas?
   El resto está colgado en youtube: cargas policiales en Neptuno, desde donde sólo con un mortero se podía impedir el normal funcionamiento de las Cortes; heroicos policías defendiendo a palos nuestra democracia de peligrosísimos viajeros que pretendían tomar... un tren en las estación de Atocha; y padres de familia ejemplarmente apaleados delante de sus hijos, para que éstos vayan aprendiendo a dónde se llega con el pacifismo. A la mañana siguiente hubo un juez que se levantó y, al mirarse en el espejo, vio a alguien a quien habían tomado por un tonto útil. Por si acaso, pidió las actas de la sesión del Congreso. Después le faltó tiempo para cerrar el caso y dejar a los imputados en libertad sin cargos. "Las convocatorias origen de estas diligencias, -dice el auto- no suponen comisión de delito alguno. Ninguno de los imputados en la presente causa, como otros identificados inicialmente como posibles partícipes de la convocatoria, ha cometido delito alguno". Y continúa: "La gravedad aventurada por la Policía no era tal". Para terminar, un poco de sentido común: "No cabe prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política".
   El gobierno ha ganado la batalla en la calle, pero sus objetivos iban más lejos, anhelaban escarmentar a futuros convocantes. La presión de los ciudadanos les molesta y mucho. Hay que pararla como sea. La represión policial y jurídica era el camino elegido. Pero, en lugar de ello, se han encontrado con la reconvención del juez. ¿Qué hace un gobierno democrático cuando choca con los límites de su poder? Insulta y amenaza. "Pijo ácrata", "indecente", "inaceptable", "impresentable" e "intolerable", fueron las lindezas que le dedicó el portavoz adjunto del Grupo Popular en el Congreso, Rafael Hernando. Entre líneas, el habitual estribillo mafioso: "prepárate, porque vamos a por ti". El resto de partidos reaccionó de modo más matizado, aunque todos coincidían en lo esencial, el juez Pedraz había cometido el error de creerse esa tontería de que el poder judicial es un poder independiente.
   Sin pretenderlo, porque no creo que la mollera del Sr. Hernando dé para tanto, el portavoz del PP ha trazado de un modo nítido la línea que está fracturando España y que, desde luego, no pasa por el Ebro. A un lado están los pijos y los ácratas, los padres de familia y los estudiantes, los jueces y los perroflautas, la gente que está en paro y la gente que transita por los apeaderos de Atocha camino del trabajo. Unas recientes declaraciones públicas han dado la pista para identificar a los que están al otro lado. Al otro lado están quienes han convertido la crisis económica y social que atraviesa el país en una cuestión de orden público. ¿Que quién ha dicho eso? Pues José María Benito, portavoz del Sindicato Unificado de Policía.

domingo, 7 de octubre de 2012

Monadología como mercadología (y 2)

   Si lo que vimos en la primera parte de esta entrada es verdad respecto de los instrumentos de análisis, no deja de serlo respecto de los planteamientos habituales sobre los mercados. Es un dogma neoliberal que la información se distribuye de modo homogéneo, puesto que está "ahí" y sólo hay que descubrirla. Los críticos del neoliberalismo señalan que la información se concentra allí donde hay concentración de dinero, con lo que no hay distribución homogénea de información y, por tanto, tampoco de oportunidades. Ambos tienen razón. La información se distribuye de modo homogéneo dentro de unos círculos concéntricos cuyo perímetro viene trazado por la cantidad de dinero disponible para la inversión. De un modo burdo podemos decir que hay tres de estos círculos. El primero y más numeroso es el conjunto de pequeños y medianos inversores cuyas fuentes de información son las noticias que pululan por los periódicos o Internet. Entre ellos puede haber diferencias notables en lo referente a la cantidad de dinero y de información disponible, pero estas diferencias son menores de las que guardan, como conjunto, con los integrantes del segundo círculo, el de los agentes que se dedican a efectuar compras y ventas en el mercado. Finalmente, están los grandes potentados, directores de los grandes fondos de inversión, presidentes de grandes entidades financieras y otros actores capaces de determinar con sus decisiones las tendencias que seguirán los anteriores. Es cierto que un pequeño inversor tiene las mismas oportunidades que cualquier otro, pero, en absoluto puede competir con el empleado de un banco que maneja una cantidad de dinero de éste invirtiéndola en bolsa y no digamos con el presidente del mismo. Por tanto, los mercados no son eficientes en un sentido general y sin restricciones. Lo son en la distribución de ganancias entre los actores que manejan las mismas herramientas de análisis y entre los que tienen una cantidad de información y de dinero comparable.
   Insisto, Stevens es inteligente y calla más de lo que dice. Por eso el libro comienza advirtiendo a los lectores, sin llegar a decir una palabra, de las consecuencias que para sus bolsillos puede tener todo lo anterior. El modo que suele hacerse eso tradicionalmente es recitando los consejos de la doctrina neoliberal sobre "cálculo de riesgos". Ése fantástico charlatán que es Nassim Taleb contaba en El cisne negro (maravilloso ejemplo de cómo escribir un libro para no decir nada), una anécdota esclarecedora sobre lo que es el "cálculo de riesgos". En el transcurso de una jornadas sobre dicho tópico, organizadas por un conglomerado de casinos de Las Vegas, se le mostraron, previa firma de un compromiso de confidencialidad, todas las medidas de seguridad que se seguían en las diversaas salas de juego. Las medidas, le aseguraron a Taleb, cubrían todos los riesgos posibles. No obstante, también le confesaron que habían pasado dos situaciones apuradas. La primera fue cuando un empleado, en lugar de entregar cada día a sus superiores el obligatorio formulario para Hacienda, los fue guardando en un cajón. La broma le costó a la entidad una multa que casi la arruina. La segunda ocurrió cuando unos mafiosos secuestraron a la hija de uno de los mayores accionistas. La conclusión, correcta, que saca Taleb es que resulta absurdo hablar de prevención de riesgos. El riesgo, por definición, es el conjunto de circunstancias que no podemos prever. Hablar de prevención, de cálculo de riesgos, es, simplemente, un modo de tranquilizar a quienes están destinados a correrlos, a la vez que se libera de responsabilidades a quienes sacan beneficios de que los demás los corran.
   Pues bien, exactamente, ¿cuántas cosas hay que cambiar en el libro de Stevens para convertirlo en un buen tratado de nigromancia? Veamos, las líneas de los gráficos se pueden sustituir fácilmente por líneas de la mano. El reconocimiento de patrones, el descubrimiento de indicios, la identificación de las tendencias predominantes, son algo tan aplicable a lo uno como a lo otro. Charles Dow ya descubrió el secreto de todo buen nigromante, a saber, la capacidad para beneficiarse de los sentimientos del mercado (o del cliente). Todos esos "puede" que Stevens utiliza cuando habla de que los patrones, los indicadores "pueden" servir (o no) para predecir el comportamiento del mercado, es posible dejarlos sin alteración en lo que se refiere a las líneas de la mano. Las profecías que se autocumplen son el secreto del éxito en ambas disciplinas. Muchos inversores juegan en bolsa (y hacen fortuna) siguiendo los consejos de sus astrólogos. No estaría mal que alguien del MIT investigase qué disciplina tiene mayores porcentajes de acierto, el análisis técnico o la nigromancia.
   Ahora, hagamos como hace Stevens, pongámoslo todo junto. De una parte, tenemos unos mercados que funcionan gracias a métodos de análisis cuya "objetividad" consiste en que todo el mundo utiliza las mismas herramientas y, por tanto llegará a las mismas conclusiones; tenemos, por tanto, un sin fin de profecías que se autocumplen; tenemos una "ciencia" que en poco se diferencia de la más tramposa adivinación mágica; tenemos actores económicos capaces de determinar tendencias; tenemos cálculos de riesgos que no calculan nada; tenemos mercados que reparten eficazmente beneficios en función del capital que se posea; tenemos a la muy socialista familia Papandreu especulando con seguros sobre impagos mientras uno de sus miembros dirigía Grecia hacia el impago de la deuda; y tenemos países atrapados en una espiral de recortes por recomendación de quienes los han lanzado a necesitar esa espiral de recortes. De otra parte, tenemos diabéticos griegos que acuden a Médicos Sin Fronteras porque no tienen para pagar su dosis diaria de insulina. ¿A qué conclusión llegamos?

domingo, 30 de septiembre de 2012

Monadología como mercadología (1)

   Este viernes he terminado de leer el libro de Leigh Stevens, Essential Technical Analysis. Tools and Techniques to Spot Market Trends (John Wiley & Sons, 2002). Es un libro magnífico. Da gusto leer algo escrito de un modo tan claro por una persona inteligente, especialmente, si el tema no es baladí. Y, desde luego, el tema de este libro no lo es. A lo que hace referencia el "análisis técnico" es al conjunto de técnicas estadísticas para predecir el comportamiento de un mercado, sea de acciones, de futuros o de cualquier otro bien negociable. Dicho de otro modo, son las herramientas con las cuales los actores que conforman "el mercado" toman sus decisiones. Existe toda una panoplia de ellas. La más elemental es el trazado de "canales" por los que circula el precio de un valor, enlazando al menos tres mínimos o máximos. Se supone que, al llegar al borde inferior de ese "canal", el precio "rebotará" y otro tanto, aunque en sentido inverso, ocurrirá cuando llegue al borde superior. No obstante, hay que vigilar el valor medio entre ambos extremos, pues marca la tendencia y ésta puede desembocar en nuevos valores mínimos y máximos del "canal". También hay que tener en cuenta el volumen total negociado, ya que, como estableciera el padre de todo esto, un tal Charles Dow (fundador de Dow, Jones & Co.), el volumen precede al precio. Además, hay que vigilar otro género de gráficas, como uno ideado por un japonés del XVIII, conocido popularmente como el modelo de "velas". "Velas" que, por supuesto, pueden ser blancas o negras (les juro que no estoy de coña). Por si fuera poco están los ángulos y arcos que es preciso reconocer en las gráficas, las islas, los rectángulos, las banderas, las oscilaciones, cuándo un mercado es un "toro" y cuándo un "oso", etc. etc. etc. Si ahora ponemos todo esto a funcionar tomando un valor cualquiera y realizando su análisis técnico, indefectiblemente, un tercio de los resultados le dirán que el valor bajará sin duda, el otro tercio le indicará un alza más que probable y el tercio restante no le señalará ni en una dirección ni en otra. Stevens cuenta una anécdota esclarecedora al respecto. Dicen que si uno hace meditación trascendental durante cinco años, las casas dejan de parecer casas y los árboles dejan de parecer árboles. Pero si se sigue haciendo meditación trascendental cinco años más, al final, las casas vuelven a parecer casas y los árboles, árboles. Algo muy semejante puede decirse del análisis técnico. ¿Cómo toman entonces sus decisiones los actores económicos? ¿cómo saben de qué elementos del análisis han de fiarse? Para ello es necesario un buen conocimiento del mercado o, dicho de otro modo, una mezcla de suerte y corazonadas. En definitiva, las decisiones se toman, habitualmente, por motivos que no pueden calificarse de racionales. Digo "habitualmente", porque hay casos en los que todos los parámetros están de acuerdo en que habrá subidas o bajadas. Son esos casos en los que Ud. y yo también somos capaces de augurar una subida o bajada sin necesidad de ningún análisis técnico.
   Stevens es inteligente y no deja de advertir contra el uso "mecánico" de las herramientas que él proporciona. Llega, incluso, a calificar de "ideología", el aferrarse a la pura matemática (pág. 306). No obstante, todo este conjunto de precauciones, resultan un tanto misteriosas. Su punto de partida era la ya consabida "eficiencia de los mercados", esto es, la inconmobible fe neoliberal en que el precio acabará por reflejar toda la información que existe sobre un activo. Si los mercados son eficientes, ¿por qué no son tan predecibles como la trayectoria de una bala de cañón? La razón es que hay dos errores en esta manera de enfocar las cosas, errores que, sin duda, Stevens conoce, pero que, de aclararlos, harían inútil este libro.
   El primero es un error básico de planteamiento. El punto de partida es la idea de que hay, por una parte, un sujeto y, por otra, un objeto, llamado "el mercado". La realidad es muy diferente. No se trata de un sujeto confrontado a un objeto, sino de una multiplicidad de sujetos que interactúan de forma compleja entre sí. Por poner un modelo filosófico, no estamos ante en sujeto cartesiano, que trata de conocer un mundo absolutamente diferente de sí mismo. Más bien, estamos ante la mónada leibniciana. Leibniz definía su mónada como un reflejo del universo, pero este "universo" no era sino una pluralidad de mónadas que se reflejaban unas a otras. Exactamente eso es el mercado, una pluralidad de sujetos en todo momento pendientes de todos los demás. Ahora bien, la pregunta que cabe plantear respecto de esta manera de entender las cosas es, precisamente, la inversa de la que vimos anteriormente, a saber, cómo puede haber pautas de regularidad en el comportamiento de una masa de sujetos, todos pendientes unos de otros, dispuestos a reaccionar el menor síntoma de pánico o de euforia. Y la respuesta está en Leibniz y en el análisis técnico. El universo leibniciano era un todo ordenado porque todas las mónadas estaban constituidas de la misma manera y el mercado presenta regularidades porque todos sus actores utilizan las mismas herramientas para analizarlo. Son estas herramientas las que conducen a soluciones equivalentes y las que garantizan una cierta homogeneidad de comportamientos. Evidentemente, no todos los actores van a una porque, como hemos visto, estas herramientas proveen soluciones dispares y dependerá de a cuál de ellas se le preste atención preponderante. Estamos, en cualquier caso, lejísimos del modelo clásico de un sujeto que tiene que conocer un objeto llamado "mercado". Esta es la razón del éxito de los paseos aleatorios por la bolsa.
   Hace ya tiempo, unos periodistas demostraron que, vendándose los ojos, lanzando dardos sobre las páginas de cotizaciones del Wall Street Journal y comprando las acciones así "seleccionadas", se podían obtener beneficios superiores a los obtenidos mediante la utilización de cualquier método de análisis. Es significativo que Stevens dedique un considerable esfuerzo a demostrar que los instrumentos por él descritos proporcionan resultados mejores que un paseo aleatorio. A tal efecto cita muy pronto un estudio del MIT que vendría en apoyo de sus procedimientos aunque, como acabaremos descubriendo si seguimos leyendo, los resultados del MIT sólo dicen que el análisis técnico es mejor que un paseo aleatorio para ciertos mercados, bajo ciertas condiciones y a largo plazo, cuidándose mucho Stevens de cuantificar el porcentaje de aciertos (por no mencionar de dinero) del que estamos hablando.
   Que las herramientas de análisis son la causa de los resultados y no, simplemente, el método que conduce a ellos, explica una curiosa paradoja. Charles Dow, Muchisa Homma, W. D. Gann y otros padres del análisis técnico, fueron exitosos inversores que lograron obtener notables fortunas personales utilizando algunos instrumentos de su invención. En realidad, nunca se nos aclara, ni se nos aclarará, si esa fortuna se debió a su éxito como inversores o como escritores de libros que se vendieron como rosquillas, pero, bueno, supongamos lo primero. Todos los que vinieron después, usaron sus herramientas, progresivamente con menos éxito. Ninguno de ellos logró repetir la acumulación de dinero de que hicieron gala los fundadores del método. ¿Por qué? Pues porque cuando todo el mundo utiliza las mismas herramientas de análisis, la ventaja que éstas proveen desaparece, pasando a integrarse como canales reguladores del propio flujo económico. Con ello, dejan de ser parte de la solución y se convierten en parte del problema. La prueba más simple de lo que venimos diciendo es que cuando los análisis coinciden en que un valor debe subir o bajar, éste sube o baja, sin que haya necesariamente nuevas informaciones sobre él, simplemente, porque las herramientas de análisis conducen a una profecía que se autocumple.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Portugal

   España limita al Norte con Francia, al Este con el Mediterráneo, al Sur con Marruecos y al Oeste con una cosa que todos sabemos que está ahí, pero que nadie conoce. Si uno analiza el turismo español, encontrará que, tradicionalmente, ha habido más afluencia a la lejana y cara Praga que a Lisboa. Ud. dice: "he pasado unos días en Lisboa" y la gente le mira raro, como si, repentinamente, se hubiesen acordado de la existencia de una remota ciudad con ese nombre. En las hermosas tierras lusitanas, encontrará numerosos portugueses que hablan español o, al menos, una versión suavizada y sin acentos de su lengua, versión ésta a la que se conoce como "portuñol". ¿Cuántos españoles hablan portugués? Ni uno. Bueno, es mentira, yo tengo un primo que estudió portugués, pero eso sólo demuestra lo raros que somos en mi familia. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Nos inculcan con cinco años que nuestra lengua la hablan 300 millones de personas y que es un idioma en expansión, así que los niños ven inútil aprender inglés, alemán, chino o cualquier cosa parecida. Ahora las cosas están cambiando, las familias se pirran porque sus hijos estén en un colegio bilingüe y dominen el inglés antes de saber leer. En cualquier caso, sigue habiendo algo pacato en nuestra mentalidad. Hablar idiomas significa hoy hablar inglés. ¿Para qué aprender varios idiomas si con el inglés se puede ir a todas partes? Pero me estoy desviando del tema sobre el que quería escribir.
   Portugal es un país lleno de encanto, con ciudades maravillosas, playas preciosas (aunque de aguas heladas) y una dulce melancolía que lo envuelve todo. Los portugueses son gente humilde, trabajadora, que siempre parecen estar y no estar, como si tratasen de pasar desapercibidos. Naturalmente, hay gente engreída, pero un portugués engreído es un español modesto... Y después está Mourinho. Por algo los portugueses declararon fiesta nacional el día en que lo fichó el Chelsea.
   La relación entre españoles y portugueses es la de un matrimonio feliz, dormimos espalda con espalda. Históricamente siempre hemos estado en alianzas diferentes, nosotros con los franceses y ellos con los ingleses. La cosa cambió con el surgimiento de la Comunidad Europea. Los ingleses entraron porque estaba Francia, aparte de eso nunca le han encontrado aliciente. Tampoco los portugueses se lo veían, pero la posibilidad de que entrase España cambió las cosas. Tuvieron que hacer una difícil elección. De un lado estaba la posibilidad de que un día dejara de existir su frontera con nosotros, de otro, que España estuviese en Europa y ellos no. Al final, se tragaron el sapo fronterizo y entraron.
   Los portugueses nos admiran, nos temen y nos desprecian a partes iguales. Desprecian nuestra arrogancia, temen el hecho de que seamos más que ellos y admiran nuestro civismo a la hora de conducir. Es imposible explicar esto último si Ud. no pasado por la inefable experiencia de conducir por las carreteras portuguesas. Todavía me acuerdo de una ocasión en la que estaba al volante de mi coche, esperando que un semáforo lisboeta se pusiera en verde. Llegó un conductor autóctono por detrás y empezó a echarme las largas para que me lo saltara. Pese a ello, a mí siempre me ha parecido que Portugal iba por delante de nosotros en muchas cosas. Por ejemplo, los portugueses se libraron de su dictadura un año antes que nosotros de la nuestra. Y no porque se les muriese el dictador en su cama como nuestro tormento, no. Una generación de mandos intermedios, ideologizados en las guerras coloniales, plantaron los tanques en la calle con dos narices. De inmediato, el pueblo salió a manifestarse, para dejar claro de parte de quién estaba. Ahí aparecieron los claveles y un nombre para la historia.
   Otra razón por la que creo que Portugal va por delante de nosotros es que tiene curiosas tradiciones. Una de ellas es que si un ministro tiene responsabilidad en un escándalo, ofrece un trato de favor a un familiar, insulta a un diputado o cualquier cosa semejante, ¡dimite! Sí, sí, los ministros pueden dimitir. Yo me enteré, precisamente, por la noticia de la dimisión de un ministro portugués. Siempre había pensado que las constituciones democráticas lo prohibían. En España, cuando a uno le entregan la cartera de ministro, en ella van los correspondientes remaches del 14 especial, con los cuales queda ya atornillado a la poltrona hasta el siguiente cambio de gobierno. El único ministro que dimitió, hasta donde yo recuerdo, fue Manuel Pimentel. Este singular personaje de la derecha española, no dejó el gobierno por un escándalo, sino por desacuerdos con la política sobre inmigración, es decir, por principios. No me extrañó que después acabase por abandonar la cúpula del PP cuando Pepe Mari decidió pasar a la historia invadiendo Irak. Manuel Pimentel es un ejemplo más de que quien no entra en la política para medrar, acaba por irse.
   Portugal nos mostró el camino, de nuevo, cayendo al abismo antes que nosotros. En realidad, no había motivos para ello. Sus cifras macroeconómicas no habían empeorado significativamente en los últimos años, sus bancos no se habían vuelto locos de codicia como en Irlanda, no habían mentido sobre las cuentas públicas como Grecia y ni siquiera habían tenido una burbuja inmobiliaria como la nuestra. Simplemente, era una economía pequeña, era posible tumbarla y los merkados fueron a por ella. Si Portugal hubiese tenido el tamaño de España, estaría todavía viéndolas venir, como Francia o Bélgica. Y llegaron los hombres de negro, con sus hojas de cálculo, sus informes de mil páginas y sus poderosísimas herramientas de análisis para hacer lo mismo que hacía mi madre cuando los rosales no daban rosas: podar todo lo podable. Algunas veces, a mi madre le salía bien y el rosal, escarmentado, comenzaba a echar flores antes de que le volvieran a salir las hojas. La mayor parte de las veces les ocurría como a los países sudamericanos en las décadas de los 70 y los 80, como a Grecia, a Irlanda, a España y a Portugal, esto es, se deprimían y se morían. Los portugueses, de hecho, llegaron a la conclusión de que no querían un país recortado, que les habían metido a la fuerza en un proyecto en el que no querían estar, que les estaban robando la vida para que unas cifras, que por sí mismas no significan nada, cuadrasen. El sábado 15 de septiembre se lanzaron a la calle, unos 300.000 en Lisboa, alrededor de un millón en todo el país. Las manifestaciones las llenaron los perroflautas de siempre: jubilados, policías de paisano, funcionarios en general, parados, estudiantes, familias enteras. Corearon esloganes simples, pidieron cosas elementales: que se les dé a quienes lo necesitan, que se les quite a quienes tienen, que se emplee racionalmente lo recaudado, que no se les robe el futuro a generaciones enteras. Ahora, esos perroflautas asisten a cada acto político, a cada cena pagada con dinero público, a cada bonita fotografía para la posteridad, con huevos, tomates y carteles donde puede leerse: "ladrones". Este sábado, más de 10.000 personas se han concentrado frente a la sede de la jefatura de Estado, a la hora en que estaban reunidos el Presidente de la República, el Primer Ministro y buena parte de su gabinete, entre otras personalidades. A diferencia de la, supuestamente, democrática España, no se ha detenido a ningún instigador de la protesta antes de que haya cometido delito alguno. El Sr. Passos Coelho, que hasta ayer, como el Sr. De Guindos, sólo parecía ufano cuando los podadores le daban una palmadita en la espalda, ya ha dicho que una cosa es ser firme y otra intransigente. Su sólido gobierno se tambalea y acaba de descubrir que, al fin y al cabo, en las reuniones de primeros ministros europeos hay 25 para tirarle de las orejas y en las calles portuguesas hay millones. Por todo ello, pienso que nuestros vecinos peninsulares están, otra vez, mostrándonos el camino a seguir.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El curso ha empezado con normalidad

   Hay un colegio cuya fachada está protegida por una malla, pero la autoridad educativa asegura que no hay peligro de que caigan cascotes demasiado grandes.
   Hay un colegio, inaugurado hace cinco años, que imparte clases en el comedor y en la sala de profesores y que el curso que viene ya no podrá acoger más alumnos porque no tiene sitio.
   Hay un centro de secundaria en el que se invirtieron varios miles de euros para dotarlo de una red wi-fi. Hace dos años una avería impidió su funcionamiento en uno de los edificios. Está en una lista de espera de la empresa encargada de las reparaciones y ahí sigue. En el otro edificio, cuando todos los ordenadores que existen en él se conectan, la red wi-fi se cae. No tiene capacidad para absorber ese tráfico. Este centro tiene más suerte que otros en los que, cuando se encienden todos los ordenadores, lo que se cae es su anticuada instalación eléctrica. Han llegado a un acuerdo para que la mitad de las aulas enciendan los ordenadores los días pares y la otra mitad los días impares. No obstante, se acusa a los profesores de luditas, de negarse a utilizar las nuevas tecnologías y no querer desarrollar contenidos multimedia para impartir sus clases, contenidos multimedia de los que, por lo demás, la Junta de Andalucía se apropia, negándose a reconocerles derechos de autor a los profesores.
   Hay un centro en el que ciento cuarenta y tantos alumnos de segundo de bachillerato van ser repartidos en cuatro cursos. Para disminuir la ratio, la única solución otorgada por la autoridad educativa era eliminar un curso de primero de bachillerato. No era factible. La ratio en primero de bachillerato es de 37 alumnos por clase. En uno de ellos, será integrada una alumna con necesidades educativas especiales. La ley dice que no puede tener más de 24 compañeros. La autoridad educativa va a obligar al centro a incumplir la ley. Es lo habitual.
   Los centros educativos andaluces han sido obligados a instalar pizarras digitales al precio de 3.000 € la unidad. Ningún centro las solicitó. Con un proyector y una pizarra táctil se puede conseguir algo igualmente operativo. El precio total de esta instalación ronda los 700 €. 2.300 € de sobrecoste por aula han salido de lar arcas públicas para acabar en cuentas privadas sin necesidad alguna y en plena época de recortes.
   Los directores medianamente inteligentes se han negado a que las pizarras tradicionales abandonen las aulas. La utilización de las nuevas tecnologías exige que haya que esperar el encendido de un ordenador y la inicialización de una pizarra digital para escribir un nombre que los alumnos no entienden. Simplemente, no es funcional. Ahora bien, no todas las aulas son lo suficientemente grandes como para que ambas pizarras quepan una al lado de la otra. En la mayoría, cada pizarra ocupa una pared. Como la mesa del profesor debe estar en las inmediaciones de la pizarra digital, pues en ella se instala el ordenador que la controla, los alumnos tienen que cambiar la dirección de sus sillas y/o pupitres cada vez que el profesor necesita escribir algo en la otra pizarra. Las nuevas tecnologías han conseguido que las pizarras tradicionales tampoco sean ya funcionales.
   Gracias a los recortes y al aumento de horas lectivas, los profesores de filosofía van a impartir música; los de geografía e historia, educación física; y los de francés, latín. El ilustrísimo, aunque más valdría decir, el ilustrativo (de lo que es el actual gobierno) Sr. Wert, quiere convertir este desaguisado en norma. Un proyecto de ley obligará a los profesores "de letras" a dar lengua y a los profesores de "ciencia" a dar matemáticas. Los habrá implicados que intentarán asumir el reto con dignidad. Los habrá tan desmoralizados que no llegarán ni a eso. Ni unos ni otros tendrán el entusiasmo mínimo que exige esta profesión para que las cosas salgan bien. Los economistas neoliberales aplaudirán el ahorro. Socialmente es el mayor despilfarro de la historia. Todos los millones gastados en formar especialistas se tira a la basura por el ocurrendo de un ministro, como si ese dinero hubiese crecido en los árboles.
   Este curso comienza un nuevo modelo educativo. Hasta ahora, se podía elegir entre educación pública y educación privada. Dada la red de centros privados que existe fuera de Madrid y Barcelona, la elección, en realidad, era entre educación pública y educación para élites económicas. Con mucha dedicación, algunas artimañas y un poco de suerte, una familia trabajadora podía conseguir para sus hijos una educación pública bastante aceptable. A partir de ahora, la educación pública ofrecerá, exclusivamente, el gran encierro de los adolescentes, sin otra finalidad que el control social y el adocenamiento. No se trata de un logro del Sr. Wert. El sólo ha culminado un intento que comenzó hace unos treinta años. Por ello, la única conclusión posible es que el curso ha empezado con normalidad.