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domingo, 19 de noviembre de 2017

Hipertensos todos

   Vivimos en un mundo tan triste y con tantas malas noticias que me emociono cada vez que leo una buena, aunque afecte a un número muy reducido de personas. Y si se trata de que ese reducido número de personas lleva años luchando ferozmente para conseguir un objetivo y, al fin, lo ha logrado, casi no puedo evitar que se me salten las lágrimas. Eso me ocurrió el viernes. Ese día, cautivada y convencida la Asociación Americana del Corazón, el big pharma, alcanzó su objetivo de fijar la definición de hipertensión arterial en unos valores de 130/80 mm Hg. Una guerra ha terminado... Ahora empieza otra. Mientras tanto, la vanguardia de los defensores de la salud que conforman los altos directivos y accionistas mayoritarios de las grandes empresas farmacéuticas brinda con champán, no por la cantidad de vidas que van a salvar, desde luego, sino por la lluvia de millones que se les viene encima. Se lo tienen merecido. Han peleado con su habitual tenacidad, empleando todo tipo de métodos, desde la presión informativa al puro y simple soborno, para expandir su mercado desde un tercio de la población hasta casi la mitad de ella. Porque, en efecto, desde ayer la mitad de la humanidad se halla presa de la plaga del siglo XX (y XXI). No hemos de olvidar que al 46% de personas cuya tensión se sitúa en los umbrales del 130/80, hemos de añadir el 10-15% de personas hipotensas. Tampoco hemos de olvidar que la Asociación Americana de Cardiología, recomienda comenzar la vigilancia de la tensión arterial a los tres años. Y, finalmente, no hemos de pasar por alto que uno no “hipertensiona”, ni “tiene la tensión alta”. Si en un par de ocasiones las mediciones de su tensión arterial han sobrepasado los umbrales marcados actualmente, de modo automático, se dice de Ud. que “es hipertenso”. Se “es hipertenso” todo el tiempo que las cosas “son”, quiero decir, se “es hipertenso” todo el tiempo que se “es hombre o mujer”, “Darth Vader es el padre de Luke Skywalker”, o que “dos más dos son cuatro”. Por tanto, si le han controlado la tensión desde los tres años y con catorce unos pandilleros del barrio le dan una paliza en la esquina y el matón del instituto la toma con Ud. en el recreo y sus padres se separan, hará bien en tomar pastillas contra la tensión alta durante los siguiente 65 años de su vida. Si no me creen, hagan la prueba. Vayan a su médico y explíquenle que tuvieron una etapa en la que su tensión subió por encima de los 130/80, pero que de ese período han pasado 15 años, sin que hayan vuelto a tener la tensión alta. Pregúntenle si pueden dejar de tomar la pastillita diaria y obtendrán la misma respuesta inmisericorde: “tú sigue tomándola por si acaso”. Su médico se ahorrará terminar la frase aunque Ud. no dejará de oírla resonar en su cabeza “... porque tú eres hipertenso”.
   Ya tenemos aquí al filósofo loco de siempre diciendo las tonterías que sólo un filósofo puede decir. ¿Acaso no sé que la hipertensión aumenta el riesgo de sufrir infartos de miocardio? ¿Acaso nadie me ha explicado que los infartos constituyen la principal causa de muertes en occidente? ¿Qué pretendo, que la gente renuncie a un fácil medio a su alcance de evitar la muerte?  Me gustaría pensar que sí, que realmente pretendo el disparate de evitar que la gente renuncie a un fácil medio de evitar la muerte, me gustaría no saber que los infartos constituyen la principal causa de muerte en occidente y me gustaría no haberme preguntado nunca si la hipertensión aumentaba los riesgos de infartos de miocardio. Los filósofos del siglo XX creyeron que en nuestras cabezas hay los pensamientos provocados por ciertas moléculas que fluyen por nuestro cerebro, después se tomaban sus pastillas contra la tensión y nunca llegaron a preguntarse si acaso no pensarían todos lo mismo porque tomaban las mismas pastillas. A mí me gustaría haberme tomado también sus pastillas y pensar como piensa todo el mundo y creer lo que todo el mundo cree y leer lo que todo el mundo lee. Pero no, un día se me ocurrió leer el informe de 1985 en el que se decía que de cada 850 hipertensos medicados, uno se libra del infarto y eso con los estándares de hipertensión manejados en 1985. Con los aprobados el viernes, la cifra se puede rebajar a uno de cada mil y pico.
   Se me ocurrió leer la historia de Vioxx, el fármaco contra la hipertensión de Merck, que mató a más de 140.000 personas por infarto, efecto secundario que la empresa conocía desde las pruebas clínicas y que ocultó, pues, de acuerdo con las máximas de la industria farmacéutica, no debes dejar nunca que unas cuantas muertes te arrebaten un buen negocio. Merck ganó con Vioxx 2.500 millones de dólares y ha pagado hasta ahora 970 en indemnizaciones. En la fecha de su retirada, la empresa había comenzado a financiar estudios que demostraban su eficacia en el tratamiento del acné.
   Se me ocurrió, en fin, informarme de que la hipertensión no existe en las sociedades de cazadores-recolectores ni en las centradas en el pastoreo y que la hipertensión, como los infartos, afectan, sobre todo, a personas sometidas a discriminación, bajo estatus social y trabajos estresantes. La hipertensión no constituye la causa última del infarto, constituye únicamente una señal de alarma. Señal de que vivimos una vida muy diferente de la que vivieron nuestros antepasados, de lo que hasta ahora se había considerado una vida humana. Así pues, sólo me quedaron dos opciones, o concluir que el etiquetado como hipertensos de la mitad de los seres humanos constituye una estrategia descarada por hacer caja y que acabará por enfermarnos a todos gracias a los efectos secundarios de los modernos hipotensores o concluir que tratan de ocultarnos la morbidez de nuestras sociedades occidentales a base de empastillarnos.

domingo, 25 de octubre de 2015

Para una filosofía de la enfermedad (2 de 2)

   La mayor parte de la interacción médico-paciente en la que tanta influencia ha de tener la filosofía de Spinoza no se produce en las instancias en las que Delassus está pensando, sino en otras, a veces adyacentes y otras veces muy alejadas de ellas, las consultas médicas. Y aquí aparece un déficit capital en De l’éthique de Spinoza à l’éthique médicale que sería injusto achacar a algún género de fallo del autor pues es el déficit sistemático de todo eso que ha venido llamándose “ética médica”. El déficit consiste en entender esta “ética” como un deber que el médico tiene para con el paciente. Sería, pues, un derivado de su rol o de su profesión, una especie de útil adorno añadido a la bata o el estetoscopio y del que éste, el médico, se deshace en cuanto abandona su consulta y se dedica a los quehaceres diarios de cualquier mortal. Entender las cosas de semejante modo ignora dos hechos básicos que anulan cualquier pretendida fundamentación de una ética. El primero es que la ética es un componente intrínseco de las relaciones entre personas, no de las relaciones entre una persona y una bata o un estetoscopio. Los deberes, los derechos y las obligaciones que comporta cualquier relación ética implican a todos los individuos que forman parte de la misma en tanto que individuos. Exigirle a los médicos el cumplimiento de una serie de deberes añadidos a los ya contenidos en el ejercicio de la medicina pero que no les atañen en cuanto personas sino meramente en cuanto detentadores de un rol, resulta una contradicción en los términos. Los médicos sólo pueden vivirlo como una exigencia sobreimpuesta que no les aporta nada en el ejercicio de su trabajo y que, frecuentemente, conlleva molestas cortapisas. Todavía peor, estamos hablando de la profesión con la tasa más alta de suicidios. Un médico es un profesional confrontado diariamente con los límites de sus habilidades, que sabe cuántas batallas va a perder cada día y que todo el poder omnímodo que pusieron en sus manos al otorgarle un título no le va a servir para ganarlas. Si él mismo enferma, conoce perfectamente qué posibilidades tiene de superar su enfermedad y en qué estado y conoce, igualmente, que las buenas palabras y los gestos de apoyo que reciba de los que fueron sus colegas no pasarán de ser meras poses que su trabajo les exige. Es normal, por tanto, que los profesionales de la medicina adopten la actitud reiteradamente criticada por Delassus de esconderse tras un cientifismo aséptico para protegerse del profundo desconsuelo que podría suponerles considerar a su paciente algo más que un número. Si quieren se lo puedo resumir de otra manera, los médicos, más que nadie, necesitan de una ética que los ligue a sus pacientes y sin la que son incapaces de encontrarle ellos mismos un sentido a la enfermedad y la muerte. Esa ética, como valientemente ha señalado Delassus, está por construir. Y está por construir desde sus mismos cimientos, quiero decir, ni Spinoza, ni Leibniz, ni Descartes, ni ningún planteamiento filosófico que se halle medianamente contaminado de platonismo (lo cual vale tanto como decir, nada que se haya hecho en el mundo filosófico, al menos, de occidente), puede servir como suelo para construirla. Porque la cuestión está en que desde que Platón acusó al cuerpo de ser la cárcel del alma la filosofía occidental rara vez ha escapado a la tentación de declarar que el cuerpo es una enfermedad (págs. 142-3), conclusión ésta que figura en el frontispicio del big pharma
   Pasamos largas horas atrapados en edificios concebidos para la producción, no para la vida, bajo continuas amenazas, ora explícitas, ora implícitas, encadenados al temor al paro, a los accidentes o a la hipoteca. Pasamos nuestro ocio ante un televisor que no se cansa de recordarnos todas las enfermedades que podemos contraer, todos los males que nos pueden acontecer o con “sano” ejercicio en gimnasios que machacan nuestros tímpanos y en calles comidas de polución, cuando no tomando alcohol, fumando o cosas peores. Dormimos poco porque hay mucho que trabajar y muchas ocasiones para divertirse, porque no hay dios capaz de conciliar la vida familiar con la laboral, porque nuestro estrés, nuestros miedos y nuestra tos no nos permiten dormir más. Mejor no menciono la lista casi infinita de colorantes, de conservantes, de anabolizantes, de antibióticos, de fertilizantes, que sazonan nuestras comidas hagamos lo que hagamos. Y, todo ello, contando con que hayamos tenido la descomunal suerte de nacer en la parte feliz del mundo, allí donde la gente puede comer diariamente, beber algo parecido a agua potable y la vida suele valer más que el precio de una bala. Nuestro cuerpo no es una enfermedad, nuestro mundo lo es. Vivimos en una sociedad enferma, en una sociedad enfermiza, en una sociedad que nos entrega enfermedad a manos llenas y, mientras paseamos por ella, se nos quiere hacer creer que la enfermedad es la consecuencia inevitable de tener un cuerpo, todavía mejor, que el cuerpo y todo lo que ha de acontecerle es una enfermedad, cuando la única enfermedad son todas esas situaciones inhumanas que se nos obliga a vivir cotidianamente. 

domingo, 7 de junio de 2015

El nuevo biopoder (3)

   Imaginemos que es Ud. el director general de una compañía farmacéutica y que a su despacho acuden dos de los investigadores de su laboratorio. Uno de ellos le dice que ha creado una píldora contra la enfermedad X tal que, tomándola durante un mes, la enfermedad queda completamente curada. El otro le dice que ha creado una píldora, también contra la enfermedad X, pero que ésta no la cura, simplemente si un paciente la toma tres veces al día durante toda su vida, vivirá sin síntomas de la enfermedad. ¿Cuál de las dos píldoras fabricaría Ud?
   Ahora que ya sabe cuál es la lógica de la industria farmacéutica, vamos a aportar un pequeño dato: el mercado mundial de fármacos mueve más de 500.000 millones de dólares anuales con un ritmo de crecimiento aproximado del 8%. Pfizer, buque insignia del big pharma, ganó en el año 2012 46.000 millones de dólares como resultado de una inversión de unos 17.000 millones de dólares. Cabe, por tanto, otra pregunta: ¿cuántas voluntades se pueden comprar con un margen de beneficios de 29.000 millones de dólares anuales? Por brutales que puedan parecer estas cifras, hay que añadirles un detalle de fácil comprensión y es que todos queremos más, siempre queremos más. ¿Cuántos enfermos hay en el mundo? ¿cuántas personas enferman cada día? Por muchas que sean, son únicamente una parte de la población mundial. Hace casi medio siglo, cierto directivo de otra de las grandes del big pharma, Merck, señaló el camino. Decía aquel buen hombre que él siempre había soñado con crear medicamentos para las personas sanas. Aunque no estaba pensando precisamente en ellas, tales medicamentos existen desde hace más de un siglo, se llaman vacunas.
   La más reciente de todas las vacunas, la vacuna contra el virus del papiloma humano, es un ejemplo perfecto de lo que venimos diciendo. Publicitarla fue fácil, el virus del papiloma humano es “la segunda causa de cáncer en las mujeres por detrás del cáncer de mama”. Sólo el machismo imperante pudo retrasar hasta 2007 la Primera Cumbre Global sobre el cáncer de cérvix, de la que surgió la "Coalición contra el Cáncer de Cérvix" apadrinada por mujeres famosas. En enero de 2008 se celebró la "Semana Europea para la Prevención del Cáncer de Cuello de Útero". Múltiples sociedades médicas y científicas han elaborado documentos urgiendo a las autoridades a la vacunación masiva de la población femenina. Casualmente 2008 es el año en que se concedió el premio Nobel de medicina al descubridor del mencionado virus. También por casualidad, el presidente y otro miembro del comité que evaluaba los premios Nobel del año 2008 habían trabajado como consultores para AstraZeneca, la empresa que posee la patente sobre la obtención de elementos clave para el desarrollo de la vacuna. Igualmente es una casualidad que AstraZeneca sea una antigua patrocinadora de dos empresas de la Fundación Nobel.
   Ciertamente, todo esto da igual si estamos hablando de salvar vidas humanas. Pero, ¿cuántas vidas humanas va a salvar esta vacuna? En realidad, el mapa mundial del cáncer del cuello de útero muestra una dispersión muy desigual en la incidencia de dicha enfermedad. Es una plaga y causa una alta mortalidad en los países poco o nada desarrollados, países, por otra parte, donde la población femenina seguirá sufriendo sus efectos porque estamos hablando de la vacuna más cara aparecida hasta la fecha y que, por tanto, difícilmente podrá ser distribuida en los países en los que este tipo de cáncer tiene mayor incidencia. En los países desarrollados, donde sí se ha vacunado a la población, hasta el 90% de las mujeres que contraen el virus lo eliminan de modo espontáneo y buena parte del 10% restante obtiene un tratamiento eficaz antes de que la enfermedad alcance las fases más peligrosas de su desarrollo como consecuencia de las revisiones ginecológicas. 
   Pero, claro, la totalidad de las mujeres de los países ricos, sigue siendo la mitad de la población de dichos países. En EEUU hace años que se puso en marcha la segunda fase de la operación “vacuna del papiloma”. Si el cáncer de cuello de útero es causado por un virus, ¿cuál es la vía de transmisión? ¿cuántas mujeres puede infectar un adolescente que haya practicado un cunilingus a una portadora? Antes que correr un riesgo semejante, ¿no sería conveniente vacunar también a la población masculina?
   Cuento todo esto porque en España ha aparecido el caso de un niño infectado por difteria, una enfermedad prácticamente erradicada en Europa. Sus padres pertenecen a uno de los múltiples círculos anti-vacuna que se están formando por todo el mundo. Hay un lema del periodismo que dice que si un perro muerde a un hombre, eso no es noticia, si un hombre muerde a un perro, eso sí es noticia. Unos padres no vacunan a su hijo y éste contrae la enfermedad contra la que no ha sido vacunado. ¿Dónde está la noticia? Más bien debiera serlo lo contrario, los miles de casos anuales de personas vacunadas contra una enfermedad que acaban contrayéndola. Sin embargo, como norma, ninguno de estos casos aparece jamás en la prensa. Curiosamente, el caso de este niño con difteria no ha abandonado la cabecera de los principales medios de comunicación españoles en los últimos días, junto con una serie de artículos informando de quiénes son estos lunáticos que quieren que sus hijos enfermen.
   ¿Durante cuánto tiempo debe ser vacunada la población contra una enfermedad erradicada de su entorno? Si la lista de vacunas obligatorias en un país como España, difiere de comunidad en comunidad, ¿cuál es el criterio seguido para establecer qué es lo más conveniente para la población? ¿O es que la lista de vacunas no se establece en base a lo que es más conveniente para la población sino en base a lo que es más conveniente para la industria farmacéutica? ¿Cuántas de las vacunas que administramos a nuestros hijos implican realmente un beneficio a medio y largo plazo para ellos? ¿Son nuestros médicos capaces de distinguir entre unas y otras? O, dicho de otro modo, ¿existe alguna diferencia entre revistas médicas y folletos publicitarios de las empresas farmacéuticas? ¿Realmente es de enfermos hacerse estas preguntas o es una sociedad condenada a enfermar la que considera lunáticos a quienes se las hacen?

domingo, 8 de julio de 2012

El nuevo biopoder (1)


   Esta semana, la empresa farmacéutica GlaxoSmithKline ha emitido un comunicado reconociendo haber alcanzado un acuerdo extrajudicial con las autoridades norteamericanas, por el cual, a cambio de paralizar las acciones legales emprendida contra ella por malas prácticas, accedía a pagar una multa récord. La multa en cuestión asciende a los 3.000 millones de dólares. ¿Qué futuro le espera a GlaxoSmithKline teniendo que afrontar un pago de este monto en plena época de crisis? Veamos, el anterior récord en cuanto a multas lo ostentaba otro honorable miembro de lo que suele llamarse el big pharma, Pfizer. En 2.009 a Pfizer le cayeron 2.300 millones de dólares de multa. ¿Se arruinó Pfizer? ¿ha dejado de existir? Según diversas estimaciones, Pfizer gana un millón de libras... a la hora. No le costó más de 2.300 horas reunir el dinero de la multa, es decir, algo menos de 100 días. En 2.009 todavía le quedaron 265 días para hacer caja. Aunque sacadas de contexto estas cifras parecen desorbitadas, en el marco de las astronómicas cifras de ganancias del big pharma son poco más que una multa de tráfico. Esto es algo así como si a Ud. le tocaran 160 millones en la primitiva y Hacienda le reclamara un pago del 25% de esa cantidad. ¿Sentiría alguna pena?
   Que una empresa farmacéutica gane una millonada a la hora da idea de cuál es realmente el problema. Y el problema es que las empresas que constituyen el big pharma tienen presupuestos anuales más elevados que los presupuestos de la mayoría de Estados del mundo. Aunque la comparación real no debe hacerse con el presupuesto de los Estados, sino con el presupuesto que éstos dedican a sus respectivas agencias para el control de fármacos. La propia FDA, el organismo norteamericano al que le corresponde esta función, reconoce no perseguir más que el 5% de los delitos por falta de personal y presupuesto.
   En esencia, a GlaxoSmithKline se la acusaba de ofrecer a los médicos suculentas "becas" para ir a congresos que, casualmente, se celebraban en paraísos turísticos de playas cristalinas. Se la acusaba, igualmente, de haber promocionado dos fármacos más allá de los límites legales establecidos para ellos, consiguiendo que se generalizara la prescripción a menores de 18 años de un antidepresivo cuyo uso había sido aprobado únicamente en adultos y que otro antidepresivo se hiciera común en el tratamiento de los problemas de erección. Finalmente, se la acusaba de haber ocultado los graves efectos secundarios de un tercer medicamento. En definitiva, a GlaxoSmithKline se la acusaba de lo que son prácticas habituales en el sector. Como digo, la cuestión es que los Estados carecen de recursos para enfrentarse al big pharma y se limitan a arañarles unos cuantos milloncejos al año. En esta ocasión le ha tocado a GlaxoSmithKline, en los próximos años la dejarán seguir haciendo las mismas cosas, hasta que le vuelva a tocar contribuir a las arcas públicas. Las empresas farmacéuticas saben que éste es el juego y lo aceptan con deportividad.
   De todos modos, lo anterior es un planteamiento demasiado simplista. No se trata de que los Estados no tengan recursos para enfrentarse al big pharma, tampoco desean tenerlos. Teniendo en cuenta la magnitud del negocio de que estamos hablando, estas empresas se aseguran de que las líneas maestras de la política vayan por el camino que les interesa en la mayor parte de los países. Numerosísimos partidos políticos del mundo, de las más diversas tendencias, reciben generosas donaciones de las grandes multinacionales farmacéuticas, simplemente, para que "comprendan" sus problemas. Un ejemplo es Europa, donde la "comprensión" con las empresas farmacéuticas es un consenso entre los políticos. No podrá esperar de ningún político europeo una sola declaración acerca de la industria farmacéutica que no pase por considerarla eso, una industria, es decir, un sector que promueve empleos y genera riqueza, sin la menor alusión a la salud de los consumidores de los productos de esta industria.
   Porque la cuestión es que, detrás de cifras millonarias y de tejemanejes políticos, están personas de carne y hueso, personas que no entienden cómo y hasta qué punto, sus vidas están tan medicalizadas a los treinta años como la de sus padres a los sesenta. Personas que están atentas a prevenir enfermedades, como la osteoporosis o la hipertensión, que sus abuelos no sufrieron. Personas que, como Ud. o como yo, tienen ya un botiquín en su casa, compuesto por medio centenar de medicamentos que, supuestamente, han contribuido a mejorar nuestra salud. Pues bien, el día en que esté particularmente aburrido, tome cada una de esas cajas, lea sus prospectos y pregúntese: ¿contiene la curación de alguna enfermedad? no; ¿contiene algún principio que contribuya sin dudas a mejorar nuestra salud? no. Tírese entonces a las llamas porque no puede contener más que publicidad y engaño. Si procediéramos a revisar las farmacias convencidos de estos principios, ¡qué estragos no haríamos!

sábado, 4 de junio de 2011

Organización del Miedo Sistemático

   La OMS (Organización Mundial de la Salud) es una de las agencias de la ONU, creada casi a su par. Su labor de coordinación, de protección de los países con sistemas sanitarios más débiles y de prevención en la expansión de epidemias es encomiable. Probablemente nadie ha hecho más por la generalización del uso del preservativo para contener el virus del SIDA. Pero en esta vida nada es blanco ni negro y la OMS ha sido frecuentemente acusada de falta de transparencia en la toma de decisiones. Con toda probabilidad no es lo peor que se puede decir de ella. Al ser un organismo serio, eficaz y mundial, se ha convertido en el codiciado paraguas bajo el que las grandes compañías farmacéuticas han pretendido colocar sus estrategias a largo plazo. ¿Por qué digo esto? Veamos.
   ¿Se acuerdan Uds. del SARS? Ahora tal vez ni recuerden a qué correspondían estas siglas, pero la OMS y los medios de comunicación aterrorizaron a media población mundial con el Síndrome Agudo Respiratorio Severo. Esta forma de neumonía atípica apareció en China en 2003 y, según la OMS, podía trasmitirse como un resfriado común, pero con una tasa de mortalidad de casi el 10%. Dada la movilidad que caracteriza nuestra época, en pocos años, la enfermedad habría matado a varios miles de personas en todo el mundo. Lo cierto es que la tasa de infectados pasó en un año de más de 8.000 a 500. La última actualización de datos procede de 2005 y hablaba de 9 casos en China. Por entonces el SARS había dejado de estar de moda porque ya había surgido una "nueva pandemia", la gripe aviar.
   En realidad, la gripe aviar no tenía nada de nueva. Virus de la gripe han existido siempre en las aves y en 1978 hubo un caso que afectó a humanos con una tasa de mortalidad del 33%. Pero, por alguna razón especial, ahora estábamos ante algo nuevo. Era un virus que se contagiaba de modo particularmente fácil entre las aves, que las mataba (o no) y que, además, podía saltar la barrera entre especies, afectando a mamíferos y al hombre. Rápidamente los medios de comunicación alertaron de la llegada de la nueva gran catástrofe. Se inició una taxativa campa para evitar los contactos entre aves y humanos en los espacios públicos. El sensible sector ecologista alemán tuvo que ver imágenes de toda una isla "limpiada" de aves. El ministerio de sanidad español creó una página web para que pudiéramos estar informados, en tiempo real, del progreso de la enfermedad y de las barreras (se sospechaba que inútiles) que se iban levantando. La página dejó de actualizarse en 2.009. Y es que, para entonces, ya teníamos una nueva pandemia.
   2.009 es el año de la gripe A. Otra vez, el insidioso virus de la gripe (este virus es un filón), pero ahora en su vertiente porcina, había comenzado a afectar a los seres humanos. Su modo de transmisión era el habitual en la gripe, esto es, muy eficaz, pero su tasa de mortalidad era altísima (44 de cada 1.000 infectados en México). Afortunadamente ahí teníamos a la OMS para desatar el pánico, perdón, quise decir, para dar la alerta y dejar claro que había un remedio casualmente fabricado por una de las grandes empresas farmacéuticas mundiales. Los Estados se apresuraron a reservar grandes partidas del antiviral en cuestión que, desgraciadamente, llegarían tras la campaña de gripe estacional. Los expertos de turno acudieron rápidamente a los medios de comunicación para aclarar que la situación podía empeorar sensiblemente si el virus de la gripe porcina se recombinaba con el virus de la gripe estacional. En los hospitales se reservaron zonas especiales para los afectados por gripe A. El otoño se aproximaba y acabó por llegar... y por marcharse, dejándonos una campaña de gripe con la tasa de mortalidad más baja que se recuerde. Repasemos las cifras. Una gripe que se contagia como una gripe normal y que deja en México ¿1.204 casos para una población de 100 millones de habitantes? De ellos, 44 muertos. En Estados Unidos hubo 1639 casos y ¿2 muertos? Una de dos, o alguien no ha sabido contar bien los casos o alguien no ha sabido contar bien los muertos.
   En 2.011 ya nadie le teme a la gripe A, pero, afortunadamente, ya no hace falta, porque tenemos a la E. Coli. A esta pobre bacteria le ha ocurrido como a muchos colectivos, que lleva toda su vida haciendo el bien por la humanidad y por unos pocos ejemplares malignos, ha saltado a la primera página de los periódicos. Hay una decena larga de muertos por una variante enterohemorrágica y varios miles de infectados. Por sus propias características (es el tipo de bacteria más abundante en el intestino de los mamíferos), una infección por E. Coli difícilmente puede extenderse más allá de un foco localizado y mucho menos generar una pandemia, a menos que la coprofagia (y no, no voy a explicar en qué consiste), sea una práctica más extendida de lo que parece. No obstante, aquí tenemos ya a la OMS declarando: a) que estamos ante una epidemia; b) que ya existe un caso de contagio entre humanos sin mediación de heces; y c) que, miren Uds. qué casualidad, sí hay medicamentos contra la E. Coli.
   En Bowling for Columbine, Michael Moore sostenía que una población aterrorizada consumía más que una que no lo estuviese. El motivo es obvio. ¿Se va Ud. a comprar el próximo lunes una botella de su licor favorito? ¿y si creyera que se va a morir el martes? Cabe ampliar esa tesis y afirmar que una población aterrorizada por la llegada de una enfermedad tiene un consumo farmacéutico superior a otra no aterrorizada. Si a esta tesis añadimos el enorme poder económico de las grandes empresas farmacéuticas y la multiplicidad de contratos com médicos que trabajan o van a acabar trabajando para la OMS, nos encontraremos con una explicación que encaja más con los hechos que la fortuita aparición de potenciales pandemias.

   Epílogo.
   En realidad, de los agentes patógenos conocemos muy poco. Por uno del que se conoce su procedencia, modo de transmisión y toxicidad, hay diez o cien de los que se ignora todo. La mayor parte de ellos tienen un patrón de conducta muy típico y que viene repitiéndose desde que ellos y nosotros compartimos este mundo. Una mutación al azar convierte un agente de escasa incidencia en una plaga, mata a un número más o menos grande de individuos y después desaparece. A veces, vuelve a su reservorio en donde se quedará por algún tiempo reapareciendo más tarde. A veces, simplemente muta en otra forma que causa menor mortalidad. Por mucho que los expertos de turno digan lo contrario, la tendencia suele ser hacia formas menos letales. Simplemente, un patógeno que mate a su portador no se expandirá como uno que no lo haga. Un animal muerto no se mueve y entra en contacto con otros, a menos, claro está, que el virus lo convierta en un zombi. Pero ésta ya es otra historia.