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domingo, 5 de agosto de 2012

Una historia que es una bomba (1)

   Oficialmente, el Proyecto Manhattan, fue el esfuerzo norteamericano por fabricar la primera bomba atómica. Constituyó una especie de salto con el que los EEUU se colocaron en el centro del mundo científico del pasado siglo. Por supuesto, habían existido inventores en el nuevo mundo antes de 1945, pero nunca se había producido una integración semejante de ciencia y técnica en un proyecto común y con una financiación semejante. Era, en efecto, un nuevo modo de hacer ciencia, de hecho, el modo de hacer ciencia que caracterizaría nuestro mundo a partir de entonces. La filosofía ha construido una manera muy clara de entender estos hechos, categorizando a la ciencia como mero apéndice teórico de los procesos productivos y tecnológicos. El problema, como casi siempre, es que todo esto no son hechos, es propaganda y la filosofía que de ella ha surgido ha sido filosofía propagandística. Vayamos por partes.
   El Proyecto Manhattan no fue el proyecto para la fabricación de una bomba atómica, fue uno de los proyectos puestos en marcha a finales de la década de los treinta del siglo pasado para la fabricación de un arma atómica. Los hubo, entre otros, en la Unión Soviética, Francia, Reino Unido, China, Japón y Alemania. Estos dos últimos casos son realmente interesantes, por las implicaciones que pudieron haber tenido. El proyecto japonés es, desde un punto de vista teórico, el primero. En 1934, Hikosaka Tadayoshi, había demostrado las posibles aplicaciones armamentísticas de la energía atómica y, años más tarde, Yoshio Nishina, ex-alumno de Niels Bohr, propuso al gobierno japonés llevar a la práctica las ideas de Tadayoshi. El gobierno japonés desestimó el proyecto, no por considerarlo inviable científicamente, sino porque carecía de los recursos necesarios para poner un proyecto de semejante magnitud en marcha. Si bien la Armada, inició investigaciones por su cuenta, lo cierto es que la negativa del gobierno japonés a poner los recursos necesarios sobre la mesa cerraron la puerta a la posibilidad de que Japón obtuviese la bomba atómica. Eso sí, apenas Hiroshima fue bombardeada, tuvieron información absolutamente cierta de qué era lo que se les había venido encima. Aquí tenemos ya una primera lección que aprender, una cosa es la ciencia y las posibilidades que ella abre y otra, muy diferente, que las circunstancias económicas permitan o impidan llevar tales posibilidades a la práctica. O, por decirlo de un modo más drástico, nunca hay una trayectoria recta desde la pizarra del científico a la estantería de la tienda donde se venden los nuevos productos.
   Pero el caso más interesante es, sin duda, el alemán. De todos es sabido que Hitler amenazó hasta el último instante con "el arma definitiva" que destruiría a todos sus enemigos aunque sus vanguardias estuviesen a unas pocas horas de Berlín. Hay que admitir que aquí la megalomanía de Hitler se mezcla con la fantasías de más de uno, con las toneladas de papeles del Reich todavía clasificados en los archivos norteamericanos y... con la realidad. El caso es que en 1942 el brillante arquitecto y flamante ministro Albert Speer se reúne con un señor llamado Werner Heisenberg, premino Nobel, padre fundador de la mecánica cuántica y persona de inusitado talento para ver atajos donde los demás sólo veían densos bosques. La trayectoria teórica de Heisenberg hasta ese momento, había sido recta como una bala. Aceptó de Einstein que si no hay modo de sincronizar dos relojes separados por una distancia de magnitud astronómica, es que no existe algo así como un "instante universal" . De aquí extrajo la consecuencia de que si no se puede medir simultáneamente la posición y el momento lineal de una partícula es que ésta no las tiene definidas en cada momento. El resultado es que no se puede predecir exactamente el estado final de un sistema porque es imposible conocer con absoluta exactitud el estado de ese sistema en cada momento. El mundo es indeterminado, exactamente lo contrario de lo que quería Einstein ("Dios no juega a los dados", había dicho el padre de la Teoría de la Relatividad).
   Pero si la trayectoria teórica de Heisenberg es, como digo, absolutamente clara, la "aplicación" de sus conocimientos resulta mucho más ondulada. Su padre, de formación humanista, simpatizaba con los socialdemócratas de la época. Él fue un apasionado del piano y participó con entusiasmo en el retorno a la naturaleza que pareció embargar la Alemania del período entre guerras. Estos intereses le llevaron al Bund Deutscher Neupfadfinder y a protagonizar conciertos para los obreros. Heisenberg recuerda en sus memorias cómo sus primeras discusiones con Niels Bohr, versaron no acerca de la mecánica cuántica, sino acerca de la naturaleza de dicho grupúsculo. Y es que Bohr era danés y desde Dinamarca se veía con infinita preocupación todo lo que estaba ocurriendo en Alemania, en especial, las "nuevas formaciones" que ya habían desembocado en Italia en "novedades" de signo muy claro. Pero si Bohr sospechaba de él por su nuevo romanticismo, los nazis tampoco se quedaban cortos. Hacia 1936 ya está en boga toda una campaña contra la "ciencia judía" que se ceba con particular virulencia en Einstein y en el "judío blanco" Heisenberg. Su familia tuvo que intervenir ante Himmler en persona para que las SS lo dejaran en paz.