domingo, 25 de agosto de 2019

Sobre sentido y referencia.

   Fiedrich Ludwig Gottlob Frege, publicó “Über Sinn und Bedeutung” en 1.892, texto que acabó convirtiéndose en fuente de buena parte de las reflexiones sobre el lenguaje del siglo XX. Lo que Frege  dice en este texto parece extremadamente simple. Tomemos un ejemplo puesto por él mismo, las expresiones “el lucero matutino” y el “lucero vespertino”. Ambas expresiones se refieren a la primera estrella que brilla en el cielo al atardecer y la  última estrella que deja de brillar en el cielo al amanecer. Dicho de otro modo, se trata de dos formas de referirse a Venus. Por tanto, ambas expresiones indican lo mismo. En ambas hay algo idéntico y algo diferente. A eso idéntico, Frege lo llama su Bedeutung y a lo diferente lo llama su Sinn. Hasta aquí lo que podemos considerar claro en la exposición de Frege. Pero incluso en esta primera aproximación existen numerosos elementos que pueden tomarse de una u otra manera y que, inevitablemente, condujeron a los enredos de la filosofía del siglo pasado. Comencemos con lo más elemental. “El lucero matutino”, “el lucero vespertino”, la primera y la última “estrella”, no aluden a nada que “reluzca” ni a ninguna estrella, se trata de un planeta. Esto puede parecer una jocosa anécdota, pero constituye algo de un calado mucho más profundo. Frege presupone siempre la dispar naturaleza de las referencias, no sometiéndolas a ninguna regla estricta. En el caso concreto que nos atañe y en la mayoría de casos que discute, utiliza expresiones que supone referidas a objetos, por tratarse de los casos más simples. Ahora bien, por continuar con el ejemplo de Venus, si realmente estas expresiones cumplen con su papel y si, de verdad, indican hacia "algo", ese "algo" no puede consistir en un objeto, porque el objeto mencionado en ellas, el “lucero” o la “estrella”, no puede caracterizarse realmente ni de un modo ni de otro. Nosotros percibimos dicho planeta como un lucero o en analogía con otras estrellas. Por tanto, lo indicado por tales expresiones no corresponde a nada que podamos patear, pisar o tocar, a lo que solemos llamar “un objeto”. Aquello a lo que se alude corresponde a un punto concreto en nuestro sistema de conocimientos.
   Pero si ya tenemos aquí un primer problema imprevisto, aparece un segundo, inmediato, con los términos alemanes utilizados por Frege. La palabra Bedeutung se traduce indefectiblemente por “significado”, salvo, precisamente, en las traducciones de este texto, que, de un modo unánime, se convierten en “referente” o, más recientemente, “denotación”. Para entender el lío que hay aquí debe comprenderse que las primeras traducciones de este texto fregeano se realizaron al inglés y que en inglés meaning, que podemos traducir como “significado”, también puede querer decir “sentido”. Los traductores eligieron como términos contrapuestos no sense y meaning, distinción demasiado sutil, demasiado alemana, para los anglosajones, sino sense y reference. El contagio al español convirtió Bedeutung en “referencia” (término que, aparte de en este texto, sólo se utiliza, abreviado, para los catálogos de productos) y, ya, con el paso por EEUU de la cuestión, en "denotación". Eso sí, nadie ha explicado, con todas estos ditirambos, que más allá de las intenciones de Frege, sobre las cuales hoy día podemos saber bastante poco, no hay ninguna otra palabra para “significado” en alemán aparte de Bedeutung
   Resumamos, pues, lo que llevamos visto hasta aquí: en “Sentido y referencia”, Frege nos dijo que, en la mayoría de los casos, las expresiones denotaban un objeto, cuando, siguiendo sus ejemplos, no queda más remedio que concluir que, en realidad, el significado siempre indica una posición, una posición en nuestro sistema de conocimientos. ¿Cómo pudo perderse Frege en sus propios ejemplos? Muy fácil, retomemos las primeras páginas de “Über Sinn und Bedeutung”. Allí Frege se plantea si pueden afirmarse las mismas cosas de a=a que de a=b y llega a la obvia conclusión de que en a=b hay algo diferente de a=a, a saber, que esta segunda fórmula no amplía nuestro conocimiento y la primera sí. Por tanto, dice Frege: “son evidentemente enunciados de diferente valor cognoscitivo”. Y continúa: “el descubrimiento de que cada mañana no se levanta un nuevo sol, sino que siempre es el mismo, fue ciertamente uno de los descubrimientos más trascendentales de la astronomía”. ¿En serio? Desde luego que no. El descubrimiento más trascendental de la astronomía consistió en que el sol que se levanta hoy contiene 48 billones de toneladas de hidrógeno menos que el que se levantó ayer. ¿Cómo pudo un matemático de la capacidad de Frege despreciar semejante inmensidad numérica? Pues porque Frege escribe “a=a y a=b”, pero lee “a es igual a a y "a es igual a b”. O, resumidamente, “a es a y a es b”. Si “a es a”, a siempre es igual a a, el sol siempre es el mismo sol y entre el lucero matutino y el lucero vespertino tiene que haber algo común, un objeto permanente, firme, sólido, siempre igual, aquello que es común a ambas expresiones y siempre lo será, lo que hace que una expresión sea equivalente a la otra.
   Rehusemos ahora  decir lo que las cosas son o, mejor todavía, olvidemos el ser. Entonces leeremos el signo entre a y b no como “es igual a”, sino como, "tiene rasgos comunes con" o “comparte rasgos con”. Naturalmente a comparte todos y cada uno de sus rasgos con a en todo momento, pero ahora entendemos que “a=b” tiene dos lecturas posibles. La primera, que hemos escrito impropiamente b, porque deberíamos haber escrito a, quiero decir, que a y b comparten todos sus rasgos. La segunda, todavía más interesante, que, a efectos de esta ecuación, de este problema, de esta situación, a comparte rasgos con b. En este caso, ciertamente, hay una diferencia entre ambas expresiones y, ciertamente, porque nos aporta un nuevo conocimiento, a saber, que el intervalo temporal en el que valía la primera proposición resulta más amplio que el intervalo temporal en el que vale la segunda. El vínculo entre “sentido” y “referencia”, entre “expresiones” y “significado”, entre “signos” y “representaciones”, que en Frege aparece siempre como una coincidencia circunstancial e inexplicable sin aludir a la psicología de los sujetos, se vuelve ahora de una necesidad lógica ineludible. Obviamente, cada posición tiene que designarse de diferentes modos porque el sistema de nuestros conocimientos, como el sol, se halla sometido a un continuo reajuste.

domingo, 18 de agosto de 2019

Cachemira sagrada (y 2)

   Se llama interculturalidad a la maldita costumbre que tenemos los occidentales de no enterarnos nunca de nada. En Juegos Sagrados, Chandra pone un ejemplo. Un occidental pasea por el malecón de Bombay. Tres niñas le rodean y comienzan a gritar “¡hambre! ¡hambre!” en el idioma del turista. Un grupo de niños que va a unirse a las niñas pasa por delante de una lugareña sin prestarle atención. Ella piensa con malevolencia que el occidental pagará el tributo que le corresponde “por tener la piel tan blanca”. Después el extranjero se sentirá agobiado y huirá a su habitación de hotel, huirá de Bombay, huirá, quizás, de la India, pero ya no perseguido por los niños sino por su mala conciencia.  Tal vez se trate de un alemán, de esos que sermonean a los niños que piden limosna en las estaciones de tren de su país, pero en Asia se siente culpable. Ella tiene una posición económica desahogada y sus ropas lo muestran, conoce los nombres de los niños y, de vez en cuando, charla con ellos, pero no le van a pedir nada. A su corta edad saben invertir su tiempo, con la precisión de un agente de bolsa, en lo que más réditos puede proporcionarles.
   Ya casi no se encuentran textos en los que se hable de “Bombay”. Da igual al país que se acuda, casi inevitablemente, se encontrará el término “Mumbai”, como Lleida, Girona, A Coruña o Donostia. “Se trata de mostrar respeto por su cultura”, bala el progresismo interculturalista que con tanta facilidad se cacarea desde todos lados. Parece, sin embargo, que la cultura norteamericana, británica o alemana no merecen el mismo respeto, pues nadie utiliza New York, London o München, sino Nueva York, Londres y Múnich. Como “Mumbai” se rebautizó a la antigua Bombay en 1996, recuperando el término original en lengua marathi. Lo hizo el partido en el gobierno en aquel momento, el Shiv Sena, que llegó al poder con su feroz retórica antiinmigración, defendiendo la segregación de las comunidades por su etnia y/o religión, exigiendo una India para los hindúes y despreciando la multiculturalidad de Bombay. Ni tamiles, ni bangladesíes, ni sijs, ni, por supuesto, musulmanes, especialmente la gran cantidad de ellos que han hecho carrera en el cine, se han reconocido nunca en el discurso descaradamente xenófobo del Shiv Sena y cuyo rostro más visible lo constituye el rebautizo de la ciudad. Todos ellos siguen prefiriendo el "Bombay" colonial. A eso, a esa narrativa del odio, le rendimos culto los occidentales cuando hablamos de Mumbai, creyendo mostrar respeto por una cultura milenaria, cuando en realidad sólo mostramos nuestra ignorancia y nuestra mala conciencia, mientras le damos la espalda, precisamente, a todo lo que de verdad deberíamos apoyar.
   Las alarmas saltaron cuando la ultraderecha alcanzó el gobierno de Austria y suenan cada vez que el Frente Nacional acaricia la presidencia de Francia. Sin embargo, nadie en occidente parece haberse alarmado con las sucesivas victorias  del Partido Popular Indio (BJP), apenas un retoño del Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), organización paramilitar implicada en numerosas revueltas sectarias contra musulmanes y cristianos, entre otras, la demolición de la mezquita de Babri. Ningún gobierno democrático le ha hecho ascos a la mano de Modi, miembro del RSS y que, en ningún momento ha ocultado sus deseos de “hinduizar” la multicultural India, aumentar el presupuesto militar de un país con bomba atómica y “resolver” el asunto de Cachemira. A finales de febrero, cuando la prensa pakistaní llevaba ya tiempo hablando de la nueva “guerra híbrida” lanzada por India, las fuerzas aéreas de dicho país bombardearon supuestos campos de entrenamientos de milicias cachemires en Pakistán en respuesta a una emboscada en la que habían muerto 42 policías indios. La represalia no acabó demasiado bien, pues un avión resultó abatido y su piloto tuvo que lanzarse en paracaídas acabando en manos del ejército paquistaní. Antes de que nadie lograra preguntarse si realmente los acontecimientos se habían desarrollado de acuerdo con los deseos del gobierno indio, el primer ministro paquistaní, la otrora leyenda del criquet y actual político anti-establishment  Imran Khan, dio orden de liberarlo sin condiciones, en un sorprendente gesto que desactivó una situación potencialmente explosiva. En aquel momento, muchos medios occidentales hablaron de la llegada de una nueva época en las relaciones indo-pakistaníes. Pero el BJP tenía otros planes, como venían advirtiendo los medios de comunicación de sus vecinos.
   A finales del mes pasado 25.000 soldados se sumaron a los 800.000 ya desplegados en Cachemira antes del arresto domiciliario del gobierno autónomo y de la suspensión de la autonomía el día cinco de este mes. Sin duda, habrá occidentales interculturalistas que verán aquí sombras de un 155 asiático sin prestar atención a las palabras de Modi. “Un país, una Constitución”, ha dicho este miembro de una formación, el RSS, que se negó a reconocer la Constitución india por no emanar de la legislación recogida en los textos sagrados hindúes. “Un país, una Constitución”, amenaza a otras varías autonomía recogidas en el texto fundacional, igualmente conflictivas y sobre las que pende la amenaza, ahora materializada en Cachemira, de la codicia de quienes financian el BJP. La clave no se halla en los acuerdos entre China y Pakistán para la tan ansiada "nueva ruta de la seda", sino en que, a partir de ahora, las concesiones, las ventas de terreno y las licencias de construcción dependerán del gobierno central, sin las cortapisas de una ley fundamental que entregaba a la autoridad autónoma la última palabra en estas cuestiones. Algo parecido, pero a mayor escala, de lo que cuenta Chandra en Juegos Sagrados, cómo, en los días posteriores a la destrucción de la mezquita de Briba, las “multitudes enfebrecidas por el sectarismo religioso", escoltadas por miembros de las “autodefensas” y mafiosos, asaltaron barrios musulmanes enteros, matando a los hombres, violando a las mujeres y rociando los niños de gasolina para meterles fuego, porque esos terrenos ya se hallaban en manos de promotores inmobiliarios y había que “desalojar a los inquilinos” sin que se notase de qué iba el asunto. Y, mientras se iniciaban los trabajos de construcción de modernos bloques de pisos, sesudos occidentales interculturalistas se dedicaron a interpretar los acontecimientos como una demostración más de la inconmensurabilidad entre Islam e hinduismo. 

domingo, 11 de agosto de 2019

Cachemira sagrada (1)

   La suspensión de la autonomía de Cachemira me pilla leyendo Juegos sagrados, la monumental novela de Vikram Chandra, a la que llegué tras ver la primera temporada de la serie del mismo nombre. Si uno contempla la televisión india o las películas de Bollywood, podrá disfrutar de jovencitas con tops y vaqueros ajustados y de atléticos muchachotes que circulan por impolutos bulevares en sus deportivos y motos de gran cilindrada. Eso sí, sus apasionados romances terminan sin que medie entre ellos ni un miserable besito. Trasmiten la imagen de una India cercana, próxima a los valores y la opulencia occidentales, que los sucesivos gobiernos han ido prometiendo a la población desde la independencia. Por contra, si uno visita la India verá algo muy lejano de lo que aparece en las pantallas: calles a las que apenas ilumina un puñado de bombillas por la noche y a las que nunca visitó el asfalto, vehículos desvencijados casi rozándose en un tráfico infernal, monos circulando entre la basura, tenderos que sirven la fruta con las mismas manos con las que se han estado cortando las uñas de los pies, mujeres con la cabeza cubierta por el velo de sus saris, rascacielos de cristal y acero rodeados por familias que viven bajo un plástico, predicadores vomitando un odio mal disimulado contra Occidente y mugre, mugre que observa sonriente cómo los seres humanos, los imperios, las glorias, van y vienen mientras ella permanece allí, impertérrita. Entonces llegó Netflix, llegó su adaptación de la novela de Chandra y las casas sin agua potable de la policía, los amores transexuales, la violencia sin otro sentido que la supervivencia, la corrupción, las estratagemas de los de siempre para seguir donde siempre, en definitiva, la India que habita las calles, asomó su rostro en las pantallas. Y, claro, se lió. El Partido del Congreso presentó una denuncia contra Netflix porque en la serie se llamaba a Rajvi Gandhi “cobarde”, apenas una muestra de la incomodidad de toda la clase política con lo que allí aparecía, porque, vale que todo el mundo los llame corruptos o asesinos en urdu y en panyabí, pero que eso se haga en inglés y para un público global constituye harina de otro costal. Como ha dicho Saif Ali Khan, el actor que encarna al entrañable Sartaj Singh, un policía sikh de Bombay que parece extranjero en su piso, en su familia, en la ciudad en la que ha nacido, en su país y hasta parecería extranjero en el mismísimo templo dorado: "No sé si puedes criticar mucho al gobierno de la India. Alguien podría matarte". El propio Chandra vive a caballo entre Mumbai y Oakland, porque lo que aparece en la serie apenas si da un pálido reflejo de la novela, en la que a Gandhi se le deja a un respetuoso lado pero sobre el propio Nehru ya se lanzan todo tipo de andanadas. De todos modos, la peor parte se la lleva  el Partido Popular Indio (BJP) en el poder, al que vemos presentarse como azote de la corrupción del Partido del Congreso mientras aparta a sus votantes de las urnas el día de las elecciones gracias a su alianza con mafiosos locales; gana simpatía popular hasta llegar al gobierno por sembrar el terror en los guetos musulmanes; y que, ya fuera de la novela, ha rendido públicamente tributo a Vinayak Damodar Savarkar, juzgado en su día (y absuelto) como ideólogo del asesinato de Gandhi.
   Chandra nos cuenta los tropiezos de Sartaj Singh en un caso que hasta él mismo sabe que le viene grande mientras vemos desfilar ante nuestros ojos la historia de la India, desde la partición hasta nuestra rabiosa actualidad, mucho después de que la novela se publicase, con sus infinitas traiciones, sus infinitas castas, sus infinitas lenguas, sus infinitas religiones y, sobre todo, sus espasmódicas carnicerías. Tenía material para una trilogía, pero renunció a ella (a mi juicio erróneamente) y nos entregó a cambio una epopeya de más de mil páginas. “Epopeya” no porque se la pueda considerar, como afirma el tontaina que escribió la contraportada, “heredera de la narrativa victoriana”, sino epopeya porque realmente resulta titánico leer esta obra en una versión española a la altura de la miseria que la editorial habrá pagado a la traductora. Uno no entiende muy bien por qué se hace peregrinar hasta el glosario al lector cada vez que el mafioso de turno quiere llamar a alguien “gilipollas” o “capullo” o quiere mencionar su pene, como si el hindi o urdu añadieran alguna sonoridad o matiz al castellano. A cambio, quizás para evitar problemas, del término rakshak, que designa a las unidades de "autodefensa" que tanto han contribuido al ascenso de los sectores más ultranacionalistas de la política india, se da por toda explicación: “literalmente, protector”. Y, para acabar de rematarlo, el Pakistán Oriental, que acabó convirtiéndose, guerra mediante, en Bangladesh aparece como “el este de Pakistán”. Claro que, si de despistar se trata no hay nada como las “sesudas” críticas de la serie, presentada en algunos medios como “el Narcos de la India”.
   A Chandra, más que con la tradición victoriana, se le puede emparentar con Zola, con ese naturalismo decimonónico con el que se nos describe el atasco cotidiano de la circulación en Bombay, la rutinaria mecánica de la corrupción policial, el asfixiante cubículo en el que viven las familias de los funcionarios, la miseria de los cartones empapados en agua con los que se trazan los interminables barrios de chabolas, el rutilante mundo de Bollywood y el inframundo que lo rodea, el lujo impagable de un filtro que permite beber el agua del grifo, el cosquilleo lujurioso de un aire acondicionado que mantiene las habitaciones frías y, por encima de todo, la cínica impiedad de recubrir el ansia de oro con motivaciones religiosas y apelaciones a la salvación de la patria.

domingo, 4 de agosto de 2019

Examen de septiembre.

   Decía Aristóteles que la hipocresía era el tributo que la mentira rinde a la verdad. Ha llegado un momento en la política española en la que ya ni hipocresía queda, porque no es que nuestros políticos mientan, es que no podrían reconocer la verdad ni aunque alguien se la pusiera delante de la cara y se la señalase con el dedo. Tres meses han tenido para negociar desde las elecciones, tres meses para intercambiar nombres, poltronas y parabienes, tres meses para dejar claras sus posturas y, como los malos estudiantes que siempre fueron, han preferido ir a septiembre que hacer sus tareas. Sin disimulo, sin excusas, sin justificaciones, simplemente, no les ha dado la gana. Está claro que necesitaban tiempo, los malos estudiantes lo necesitan. Tiempo para aclarar sus ideas, tiempo para poder ir viendo lo que todo el mundo ve a estas alturas, tiempo para quitarse de encima una molicie poco disimulada. 
   Algunos medios de comunicación descubren, como oráculos de un misterio insondable, que el PSOE quiere gobernar en solitario. ¡Pues claro que quiere gobernar en solitario! Es lo mejor que puede hacer. Yo también quiero tomar el sol en la cubierta de mi yate y sería lo mejor que podría hacer pero no es lo que estoy haciendo, entre otras cosas porque no me llega para tener un yate. Las cuentas de Sánchez, "el renacido", y sus deseos, son ahora mismo irrelevantes porque carecen de soporte alguno en la realidad. Debe entender que el muchachito de la coleta tiene una hipoteca que pagar y una familia que sostener y, como es lógico, no le alcanza con dos sueldos de diputado, que la  vida está muy cara. Quiere un ministerio y, como decía, lo ha expresado con claridad, no tiene por qué ser un “Ministerio de Estado”, ni siquiera tiene por qué ser un Ministerio importante, se conforma con un ministerito o una vicepresidencita, incluso un ministerio sin cartera le bastaría. Que él no quiere mandar ni influir, hombre, que sólo se trata del sueldo, de ir pagando las letras, ya saben, lo de todos los españoles, que él no es de “la casta”. Y que si el problema es que no queda bien que haya un ministro con coleta, que no pasa nada, oiga, que se conforma con un colega suyo, que ya se cobrará de lo que le corresponda al partido. 
   En Podemos quieren copiar la táctica del “renacido”. Entró en el gobierno por la puerta de atrás, cuando nadie daba un duro por el PSOE y ha acabado ganando unas elecciones. Ellos, que cada vez van peor en las encuestas, quieren cinco ministerios y una vicepresidencia... No, tres ministerios... No, dos y medio... Lo que sea, pero que les permita ocupar las portadas de los periódicos con algo diferente a sus peleas internas. No debe extrañarnos que en el PSOE nadie se plantee darles esa oportunidad. Creen haber descubierto los principios ideológicos para una refundación de la socialdemocracia del siglo XXI, el grito “¡que viene la ultraderecha!” y no le temen a una repetición de las elecciones, mucho menos pudiendo acusar a los morados de impedir la creación de un gobierno “de izquierdas”. Todavía mejor, hay otro caladero en el que podrían comenzar a pescar antiguos votantes muy pronto.
   Que haya que ir a septiembre y, es posible, de nuevo a las urnas, es algo que buena parte del electorado de Ciudadanos no entiende. A pesar de las declaraciones de Rivera y a pesar de que votaron por los naranjas hartos del PSOE, empiezan a preguntarse si dejar a Sánchez en brazos de Podemos y de los independentistas constituye la opción más sensata. Ya dijimos que Rivera se autonombró, desde el principio, “líder de la oposición”. Ve un futuro sin el PP, en el que domine todo el centro y la derecha del espectro político, dejando a los ultramontanos en manos de Vox. En esta visión, no hay lugar para permitir un gobierno del PSOE. Pero esta visión, como la de Sánchez, corresponde a algo bastante lejano y hay problemas más inmediatos. Ciudadanos ha acumulado un enorme poder autonómico que habrá que ver cómo consigue digerir. Para empezar, carece de cuadros intermedios que puedan ir ocupando despachos designados a dedo. Incluso en Andalucía, donde primero tuvieron que enfrentar esa realidad, siguen apoyándose en antiguos cargos socialistas, que permanecen en sus puestos porque no hay nadie en Ciudadanos para sustituirlos. El PP tiene a este respecto menores problemas y no resulta difícil ver cómo las áreas que les corresponden van adquiriendo cierta fluidez. A ello hay que unir que a los cavernícolas de Vox no les cuesta mucho trabajo tomar la iniciativa con sus propuestas retrógradas. El camino hacia el monopolio de la derecha, que tan fácil ve Rivera, puede estar plagado de minas y se haría más fácil con un cierto período de asentamiento que el gobierno de Sánchez podría procurarle.
   Y entre medias queda, cómo no, lo impresentable, esa reencarnación del Cid Campeador que alerta contra los peligros de un gobierno de “izquierda radical”, entre Sánchez y el hipotecado, a quienes el servicio de seguridad no les habría permitido ni entrar en un mitin de Santiago Carrillo. O ese señor, que uno no sabe si es más tonto que Rufián o Rufián que tonto, que aspira a ocupar el puesto de Xabier Arzálluz y que declaró que en la “puta Espanya”, los gobiernos de izquierda no son capaces de ponerse de acuerdo en tres meses, mientras que los gobiernos de la derecha ya tendrían “hasta repartidas las comisiones”, como han demostrado ellos repartiéndose rápidamente gobierno y comisiones con Junts pel Sí en el mucho más eficiente futuro país vecino. Y, por si faltara algo, ha aclarado que, ahora mismo le dan igual sus compañeros encarcelados y pueden votar por Sánchez, pero que en septiembre, sentencia de por medio, igual tienen que votar contra él aunque sus compañeros en la cárcel les sigan importando un comino.