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domingo, 24 de agosto de 2014

Irak o de la codicia

   En 2003, Errol Morris dirigió The Fog of War, un documental largo, basado en una exhaustiva entrevista con Robert Macnamara (no confundir con su tocayo, Fabio, que cantaba con Almodóvar ataviados ambos con faldas), Secretario de Defensa de los EEUU entre 1961 y 1968, es decir, durante la escalada de la guerra de Vietnam. Macnamara, que venía de la Ford, llevó a las junglas asiáticas los procedimientos que habían permitido aumentar la producción de coches. Cuarenta años después, seguía mostrando su extrañeza porque el aumento de producción de muerte en Viertnam no hubiese conducido a la victoria. Menciono esto porque he visto anunciado un documental que pretende hacer algo parecido con Donald Rumsfeld. En él se puede ver al bueno de Donald sonriendo y encogiéndose de hombros mientras declara que, por errores de inteligencia, resulta que en Irak no había armas de destrucción masiva. Desde luego, es un ejemplo perfecto de “fog of war”, de niebla de la guerra, de cómo se puede seguir retorciendo una mentira, veinte años después, para que nadie se pregunte dónde está la verdad.
   Donald Rumsfeld y Dick Cheney son dos buenos prototipos de algo que todos conocemos, desalmados que entran en política con el único fin de hacer negocios. Si eso ocurre en un país como España, a lo que se llega es a que se le pase al Ayuntamiento de turno una factura de diez mil euros por poner un parquecito infantil con columpios que cuesta seis mil. Pero si de lo que estamos hablando es del Imperio, entonces el dinero se consigue a base de defenestrar países enteros y, con ellos a sus habitantes. Rumsfeld y Cheney llevaron a cabo un adelgazamiento brutal del ejército de los EEUU con el único fin de que muchas de sus labores fueran externalizadas en forma de jugosos contratos, particularmente hacia Halliburton, empresa que los ha tenido a ambos en nómina desde hace medio siglo. Obviamente, los réditos que podían obtener por ello se multiplicarían si, en medio de tal proceso, se declarara una guerra. Hicieron, pues, todo lo posible por encontrar una y, no hay que decirlo, la consiguieron. Convirtieron una dictadura feroz en una pesadilla sin fin.. Al primer acto de este proceso se le conoce como “guerra de Irak”. Rumsfeld llevó a cabo una incansable labor vendiéndola como una guerra barata, rápida y que proporcionaría un botín desbordante para todos sus amigos, desde la industria armamentística hasta las compañías petrolíferas, sin olvidar que Sadam Husein poseía un arsenal biológico que en cualquier momento podía usar, es decir, sin olvidar que también subirían las acciones de las empresas farmacéuticas con las que siempre ha tenido tan buenos contactos. El mismo “error” de disolver el ejército iraquí, tantas veces reseñado, fue, en realidad, un producto más de la codicia de estos personajes, que vieron en tal decisión la oportunidad para aumentar sus beneficios contratando empresas para formar y equipar al nuevo ejército. Y otro tanto cabe decir de la “arriesgada” decisión de equipar las tribus suníes del Norte.
   Los primeros enviados del gobierno norteamericano que llegaron a Irak intentando engrosar su curriculum y no su cuenta corriente, descubrieron muy pronto que era imposible lograr la menor apariencia de normalidad sin el beneplácito de Teheran, cuyos servicios secretos han penetrado hasta el tuétano la nueva administración iraquí. Desde entonces, los antaño archienemigos, tratan de buscar un terreno de entendimiento. EEUU quiere irse de Irak ahora que ya ha esquilmado todo lo que podía. La condición es que el país permanezca unificado para dar la apariencia de que no ha hecho lo que realmente ha hecho. A Irán la integridad o no de su vecino le importa relativamente poco. Lo que le interesa es que nunca más vuelva a ser un país estable. Más allá de la retórica acerca de la protección de los chiíes y sus santos lugares, temen a un rival con el que ya han tenido varias guerras y, sobre todo, la posibilidad de que los chiíes encuentren la manera de vivir en paz libres de la teocracia de los ayatolás. De ninguna manera puede desvincularse de los intereses iraníes la veloz retirada del ejército ante el avance del Estado Islámico. Un ejército, no lo olvidemos, formado en su mayoría por chiíes, bajo el mando de oficiales chiíes y de unas autoridades civiles chiíes. De hecho, ésta es la única manera de explicar ciertas bombas colocados en barrios ferreamente controlados por milicias chiíes y sistemáticamente atribuidos a suníes.
   Pero este bonito vals de los enamorados entre los antiguos enemigos es contemplado con preocupación por una serie de invitados que no quieren ser de piedra. Nuestros buenos amigos, las monarquías del golfo, han inspirado y financiado generosamente ese Estado Islámico cuyos métodos merecieron una reprimenda nada menos que de la dirección de Al Qaeda. No está claro si se ve en ellos lo que el wahabismo haría de no impedírselo las buenas costumbres o es que más terror que su salvaje proceder causa la idea de acabar teniendo frontera común con Irán. En cualquier caso, sólo los kurdos parecen ahora preparados para hacer frente a esta horda salvífica. Desde luego, sus servicios no serán gratis. Ya tienen los campos petrolíferos de Kirkuk y una salida al mar para su petróleo, conseguida gracias a arrojar a los cascos de los caballos turcos a sus correligionarios del PKK. Muy pronto tendrán la independencia, saludada con entusiasmo por todos aquellos que ven la oportunidad de renovar los negocios hechos en Irak a cambio de muertos.
  Si Ud. es un padre de familia iraquí, que sólo desea vivir en paz y que sus hijos vayan a la universidad, a estas alturas habrá visto su casa destrozada por los tanques norteamericanos, sus hijos reventados por los coches bomba de las guerras sectarias y la vida de lo que queda de sus seres queridos amenazadas con el degüello por quienes vienen ofreciendo el paraíso. Y todo con el fin de que las cuentas corrientes de Rumsfeld, de Cheney y de su camarilla pase de los cientos de miles a los cientos de millones de dólares.