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domingo, 26 de junio de 2022

Respuesta a la pregunta "¿Qué es filosofía?" (4)

   Kant separó entre el ámbito de la filosofía y el ámbito de la ciencia. Entre uno y otro ámbito sólo podía existir el abismo platónico. Todo el mundo aceptó esta separación a pesar de que creaba figuras incómodas, las de aquellos filósofos que contribuyeron a ambos campos, Pitágoras, Aristóteles, Descartes, Pascal, Leibniz... Resultaba imprescindible no entender su producción intelectual como la escarpada cuesta por la que se salía de la caverna platónica, ni como un puente de hielo sobre el abismo, no debían haber transitado de un ámbito a otro porque semejante tránsito, queda dicho, era imposible. En realidad, los escritos de estos filósofos debían entenderse como el poema de Parménides, separados en dos ámbitos, el ámbito del ser, que estudiarían los filósofos y el ámbito del no-ser que estudiarían los historiadores de la ciencia. Los científicos se ocupaban, en efecto, de algo menos elevado que el ser, de lo que no era, o no era durante mucho tiempo, de lo mudable y cambiante con el tiempo, de la nada, de la opinión. A los filósofos les correspondía, por contra el ámbito del ser, del ser eterno, aquel en el que todo había sido siempre y siempre sería. Este modo de plantear las cosas tuvo sus ventajas y sus inconvenientes. Entre sus ventajas cabe constatar, como ha hecho Ziauddin Sardar, que Occidente colonizó en el pasado y coloniza el presente, pero ha dejado el futuro libre para que los pueblos y las tradiciones no occidentales, como el Islam, (se) piensen de modo acolonial. Como inconveniente tenemos que la ciencia podía hacer predicción, la cual implica desvelar qué supuestos podían rechazarse y qué había que corregir para que las futuras predicciones se acercasen más a la realidad. La ciencia, por tanto, avanzó con paso firme y seguro, mientras la filosofía se estancó. Desde luego, cabía preguntarse si cuando Kant dijo que la filosofía no podía ser una ciencia, eso significaba que, abandonando la compulsión por decir lo que las cosas eran no se entraría, precisamente, en el camino de la cientificidad. Pero, aferrados al ser incluso con desesperación los filósofos se quedaron jugando con un solo juguete. 

   Hasta tal punto la filosofía se acostumbró a las anteojeras del ser que se consideró un extraordinario triunfo colocar a los ámbitos kantianos las etiquetas de “explicar” y “comprender”, afirmando que las ciencias empíricas explicaban y las humanas comprendían mientras las separaba el abismo de siempre. Incluso apareció un Hempel que nos convenció a todos de que predicción y explicación poseían una estructura común y que, por tanto, a las ciencias empíricas les pertenecía el discurso acerca del futuro y a las ciencias humanas sólo les podía corresponder la comprensión del pasado, de lo ya ocurrido, de todo aquello que no quedaba más remedio que tragarse, en todo caso, inventando coloridos y melifluos envoltorios para que produjera menos repugnancia engullirlos. Por entonces las consecuencias últimas de semejantes planteamientos se habían hecho evidentes: el futuro ya no le pertenecía a las ciencias humanas ni se hallaba en sus manos, ni sabían cómo habérselas con él, en resumen, las ciencias humanas en general y a la filosofía en particular, habían dejado de tener futuro. Los filósofos inventaron todo tipo de excusas para ocultar su activa colaboración en lo ocurrido. Hablaron de la traición del proyecto ilustrado, de la alienación maquínica, del modo en que los científicos habían vendido los valores eternos, de la racionalidad instrumental... Cada excusa ayudaba a que los vastos territorios de la filosofía se acotaran, se parcelaran y se repartieran entre colonos recién llegados con mayor fruición, pues el problema subyacente, la absoluta miopía filosófica, no hacía más que agravarse. Resulta hilarante ver a los filósofos reclamando su derecho a un futuro en el que se negaron a pensar, de unas generaciones por venir a las que caracterizan con los mismos rasgos que los jóvenes atenienses con los que habló Sócrates, erigiéndose en los guardianes de una philosophia perennis a la que llevan décadas tachando de caduca.

   ¿Cuántos de entre ellos señalaron con el dedo todo lo que media entre la predicción y el quedarse esperando lo que suceda? ¿Cuántos denunciaron que la historia de cómo las ciencias nacieron, una a una, del saber único al que se designaba como “filosofía” refutaba sin paliativos la separación en ámbitos kantiana? ¿Qué honradez intelectual puede adornar a un filósofo que se etiqueta a sí mismo como “cristiano”, “nietzscheano” o “marxista” y, sin embargo, renuncia a describir el futuro? Platón nos entregó un pormenorizado catálogo de los tipos degenerados de hombres y de los correspondientes tipos degenerados de regímenes políticos que habrían de nacer tras la desaparición de la república ideal. Nietzsche, más preocupado por lo primero que por lo segundo, lo plagió descaradamente advirtiéndonos que esos hombrecillos proliferarían después de que hubiésemos asesinado a Dios con Twitter y Facebook. Los filósofos cristianos y Karl Marx dedicaron largas deliberaciones al Apocalipsis y a la llegada del reino celestial sin clases. Adorno nos advirtió en los años cuarenta de los anuncios en gran formato que ocuparían en su totalidad las pantallas de nuestros cines. El propio Kant, con su deshonestidad habitual, entregó la predicción exclusivamente a la ciencia mientras predecía los rasgos característicos de toda metafísica del porvenir. Leibniz parió el maravilloso concepto de los mundos posibles, a la vez que afirmaba que, para crearlos, se necesitaba la omnipotencia divina. Sin embargo, los economistas crean mundos posibles pese a no poseer la omnipotencia divina como lo demuestra el hecho de que no aciertan ni por equivocación. También los analistas de inteligencia crean mundos posibles, los llaman “escenarios” y han encontrado empleo por doquier, entre otros sectores, en el mundo empresarial, que no sólo fabrica mundos posibles sino que nos los venden a buen precio en forma de seguridad. Los sociólogos pueden anticipar el comportamiento de los grupos humanos y hasta los psicólogos preludiaron las tasas de refuerzo necesarias para que un trabajador rinda más observando cómo las ratas pulsan palanquitas que les evitaban descargas eléctricas. ¿Alguien llamaría a todo eso “predicción”? ¿”quedarse esperando lo que suceda”? ¿”abismo platónico entre la explicación y la comprensión”?

   Incapaz de construir descripciones de mundos posibles, la filosofía rastrea, ávida, todo género de creaciones culturales para encontrar alguna a la que vampirizar cada gota de futuro contenida en ella. Sin más criterio que los gustos personales, con metodologías que sólo les permitan hablar de la tradición pasada, de los actos de conciencia ya vividos o de los procesos presentes para llegar a acuerdos, el filósofo ansía hendir sus colmillos en las venas de los circuitos literarios o filmográficos, agenciándose de futuros que no le pertenecen. Acepta infectarse con los virus de intereses ajenos, convivir con bacterias industriales, transmitir, en definitiva, vectores de enfermedad y muerte, escondidos entre sus hermosas palabras, cualquier cosa a cambio de creer que se ha anticipado unos segundos a la inevitabilidad de lo que ya pasó. “Filosofía del acontecimiento” llamaron a este abyecto parasitismo.  

   Definir a la filosofía como aquella disciplina cuyos practicantes o atinan a separar en ámbitos sus términos o ya no saben cómo resolverlos y definirla como aquella disciplina que necesita robar los mundos posibles que otras han construido resultan dos definiciones equivalentes. ¿Cuándo tendrán los filósofos valor para crear sus propios mundos posibles, sus propios escenarios, sus propias anticipaciones de lo que ocurrirá, las corregirán cuando se equivoquen y aprenderán de sus errores para mejorar la próxima vez? ¿cuándo se enterarán los filósofos de que entre la predicción y el quedarse esperando lo que acontezca existen multitud de cosas, entre ellas una llamada prospección? ¿cuándo dejarán de exclamar con espanto "eso es imposible"?

domingo, 19 de junio de 2022

Respuesta a la pregunta "¿Qué es filosofía?" (3)

   A mi primer coche, con el correr de los años, acabé por cambiarle todas las bombillas que traía. Siempre hacía lo mismo, tomaba el libro de manejo y mantenimiento del vehículo y seguía las indicaciones sobre cómo desmontarlas y colocarlas. Sin embargo, últimamente no he conseguido cambiarle la bombilla de los faros delanteros a ninguno de los coches en los que lo he intentado. Una posible hipótesis explicativa consiste en que, con la edad, aumenta la torpeza, algo particularmente difícil en quien, como yo, ya nació torpe. Otra hipótesis explicativa consiste en que los coches se han ido fabricando con el propósito explícito de aumentar las visitas a los talleres por incidentes cada vez más nimios. Pero Schleiermacher, Heidegger, Gadamer, Ricoeur y el resto del panteón hermenéutico, probablemente, concluirían que mi incapacidad se deriva de que no he comprendido plenamente el sentido de lo que se decía en el libro de manejo y mantenimiento por no habérmelo leído entero. La obra, explican ellos, da sentido al fragmento y el fragmento a la obra, en lo que se conoce como círculo hermenéutico. Desde luego, eso no explica por qué sí pude cambiar las bombillas de mi coche antiguo. Este fallo explicativo se extiende a muchos otros textos que pueblan nuestros hogares y que explican cómo programar una lavadora, cómo cocinar con un microondas o cómo proceder a la autolimpieza de una plancha, ninguno de los cuales parece exigir para su comprensión ir de la parte al todo o del todo a la parte.

   Con toda seguridad, muchos de quienes han consultado el I-Ching han fracasado en el intento de encontrarle un sentido al resultado de su consulta. Una vez más, Schleiermacher, Heidegger, Gadamer o Ricoeur nos responderían que esa comprensión del sentido mejoraría, sin duda, si procediéramos a leer todas y cada una de las páginas del I-Ching. La sonrisa habrá aflorado en el rostro de quienes conocen la naturaleza de este texto, probablemente, el primer libro de autoayuda de la historia. El I-Ching o Libro de las mutaciones, cuyas primeras líneas se escribieron, quizás, en torno al año 1.200 a. d. C. se consulta por el procedimiento de arrojar, palillos, dados, monedas o algún otro modo de obtener un número al azar. Este número conduce a un pasaje en el que, supuestamente, el libro responde al motivo de la consulta del lector, aconsejándole acciones futuras. Aunque el confucianismo le añadió todo tipo de comentarios para sistematizarlo y asimilarlo a su propia tradición de pensamiento, no se espera de él una lectura sistemática.

   Recordemos, la comprensión se realiza siempre desde una determinada comunidad, comunidad que nos vincula con una cierta tradición. Nosotros mismos participamos en el acontecer de esa tradición y la continuamos determinando. Por tanto, el comprender parte del conocimiento de las condiciones que lo hacen posible. La más pura ortodoxia hermenéutica lo dice con todas las palabras: “comprender” significa “saber hacer”. Aún más, la comprensión legítima, rigurosa, aquella comprensión que Schleiermacher, Heidegger, Gadamer y Ricoeur siempre nos han exigido, pasa porque nos permita hacer algo, que obtengamos algo con ella, que, de algún modo, contribuya a modificar la situación en la que nos encontramos. Conservar, insiste Gadamer en un pasaje muy famoso de Verdad y método, no significa otra cosa que una forma de realización. Ahora bien, si identificamos “comprender” con “saber hacer”, si conservar una tradición consiste en realizar algo, si la interpretación implica la modificación de mi acontecer, entonces no existen más que libros de instrucciones desde el Kamasutra al Nuevo Testamento. Llegamos por aquí a una palmaria contradicción que no podrá encontrar en ningún libro de filosofía que, por un precio nada módico, le explicará las grandezas de la hermenéutica. En efecto, por un lado, para la hermenéutica, no existen más que libros de instrucciones y, por el otro, la propia hermenéutica no se aplica a los libros de instrucciones.

   El círculo hermenéutico de la comprensión, el hecho de que ésta nazca en las condiciones mismas que la hacen posible, el que sólo pueda captarse el sentido de una obra acudiendo a sus fragmentos y el sentido de estos fragmentos acudiendo a la obra como un todo, lejos de constituir un problema, cantan al unísono los serafines de la hermenéutica, implica un mejoramiento continuo de la comprensión, un proceso de optimización que nos acerca cada vez más a plenificarla, sin que jamás se llegue a comprender plena y absolutamente nada. En 2006, Wolpert y McReady, demostraron lo que se llama el teorema de No Free Lunch (NFL). El teorema, demostrado formalmente en lo que se refiere a procesos automatizados de búsqueda, dice que ningún algoritmo de optimización puede obtener mejores resultados que cualquier otro sobre un número de problemas lo suficientemente amplio y variados siempre que en ellos no haya intervención del azar. A menos que queramos argumentar que la búsqueda de sentido no forma parte del género "búsqueda", el teorema de NFL lleva 16 años diciendo, sin que los filósofos se hayan enterado, que la hermenéutica no puede proporcionarnos mejores resultados para entender los fenómenos humanos que el proceder crítico, la dialéctica, la ley del péndulo, el puro psicologismo o cualquier otro proceso de optimización, siempre y cuando, por supuesto, todas partan de la misma base de conocimientos.

   Así pues, la hermenéutica lleva implícita una profunda contradicción y puede demostrarse que no arroja resultados mejores que cualquier otra metodología. Y, sin embargo, la hermenéutica y su pueril corro de la patata, ha fascinado a todos y cada uno de los que han aspirado a la etiqueta de “filósofo” en la Europa de los últimos 70 años. En ella percibieron algo grandioso, único, especial, aunque no alcanzaron a dar más que desternillantes razones para explicar en qué consistía. Con TRIZ en la mano resulta extremadamente fácil caracterizarlo: el círculo hermenéutico forma parte de las escasísimas soluciones de la filosofía occidental que no utiliza el principio de separación en ámbitos o por condiciones, sino el principio de separación en micro y macrosistema. Y ahora, ahora que ya sabemos que, efectivamente, se pueden solucionar problemas filosóficos sin necesidad de separar sus términos en ámbitos, se abre la pregunta a la que los filósofos de cargo y subvención se asomarán dentro de 30 años: ¿qué ocurriría si eliminásemos la contradicción entre Heráclito y Parménides distribuyéndolos en micro y macrosistema? ¿qué filosofía kantiana surgiría de una distribución en términos de micro y macrosistema de fenómeno y noúmeno? ¿qué fenomenología resultaría de convertir a noesis y noema en parte y todo de un mismo sistema? ¿cuántas filosofías quedan por hacer?

domingo, 12 de junio de 2022

Respuesta a la pregunta "¿Qué es filosofía?" (2)

   Para mantener la ortodoxia doctrinal, los filósofos se contaron unos a otros la historia de que su disciplina nació cuando se produjo la separación entre el ámbito del mito y el ámbito de logos. Ni el agua, ni el aire, ni el fuego, ni la historia de Er el pánfilo, ni el carro alado, ni el cristianismo, ni el carácter emancipador de la psicología y ni siquiera la existencia de un cerebro en un cubo, merecían el calificativo de mito ninguno de ellos. Había que repetir machaconamente que todos estos relatos ficticios tenían su origen en la misma racionalidad lógica que el teorema de Gödel, porque, de lo contrario, alguien hubiese podido pensar la historia de la filosofía en términos de evolución temporal, o de formación de regiones o de cómo mito y filosofía se imbricaban complejamente en términos de micro y macrosistema y la obsesión por separarlo todo en ámbitos se hubiese difuminado como por ensalmo. Pero no bastaba. Había que irles colocando las anteojeras a los jóvenes cachorros conforme llegasen a este mundo. 

   No sólo la filosofía nació como un ámbito separado por completo de los mitos, la propia historia de la filosofía se contó en períodos que evitasen cualquier idea de una peligrosa continuidad temporal, desde la filosofía griega a la contemporánea, pasando por la medieval y la moderna. Ciertamente, esta división causaba ciertas anomalías y del mismo modo que Platón tuvo que insertar el alma irascible entre la concupiscible, netamente corporal, y la racional, netamente espiritual; del mismo modo que Kant tuvo que insertar el esquematismo trascendental entre las intuiciones y los conceptos; del mismo modo hubo que multiplicar las separaciones para disimular las evidentes aristas de tan artero modo de entender la historia. Se le dio así un toque elegante, muy “esquemático”, por lo demás, a goznes como “el período helenístico” o “la filosofía renacentista”. Pero ni de esa manera se pudieron evitar chirridos. Parménides, Zenón, Anaxágoras y Empédocles quedaron encuadrados en la filosofía previa a su contemporáneo Sócrates. A San Agustín de Hipona se lo desconectó por completo de lo sucedido con su coetánea Hipatia de Alejandría. Pocos, si acaso alguien, piensa en Schelling haciendo filosofía tras la muerte de Hegel y de Schleiermacher. Pero el mismo peligro reaparecería con los filósofos individuales. A los futuros ocupantes de cátedras se les afiló las uñas aprendiendo a establecer separaciones entre diferentes “etapas” en la vida de cada autor concreto. Como no existe dato paleográfico alguno que nos permita secuenciar los escritos de Platón, ¿por qué no separarlos en ocho períodos? Kant se pasó diez años reflexionando sobre los problemas que acabarían conformado la Crítica de la razón pura y después se la dictó al tipografista de la imprenta porque no nos ha llegado manuscrito preparatorio alguno de la misma. Se llama “período crítico” a una invención nacida de la absoluta falta de evidencia textual de cuándo debe considerárselo comenzado. Wittgenstein mismo alcanzó el Olimpo dos veces, una antes de que se le apareciese la Virgen de las Soledades Heladas y otra después. Entre un período y otro de las obras de Platón, de Kant, de Wittgenstein, de cualquiera, el jorismos de siempre, pues cada libro nace no de la maduración prolongada a lo largo de horas y días, de las correcciones sucesivas, de las añadiduras y las tachaduras, en definitiva, de separaciones espaciales, temporales y de micro y macrosistema, sino de salto de rana en salto de rana, creando tantos ámbitos separados como huellas de anuro en el barro. Cierto, algunos pupilos avezados han ido descubriendo que había más verdad en hallar una evolución continua, en ver cómo el conjunto de las páginas con una misma rúbrica se ensamblaban en forma de un sistema vital, han detectado, en fin, el continuo que hilvanaba los diferentes volúmenes de eso que se ha dado en llamar “una obra”. A todos ellos se les ha tratado igual que a los poetas en la República de Platón. Se celebró con entusiasmo su ingenio, se colocó una hermosa guirnalda de flores en sus cabezas, se les dio palmaditas en la espalda y se los acompañó amablemente a la puerta de atrás de la Academia, para que fuesen a ganarse la vida en otra parte. Indaguen atentamente la bibliografía de quienes ocupan plazas en las universidades del mundo. Por cada uno que viene peleando por mostrar la continuidad en el desarrollo de las ideas de un filósofo podrán encontrar diez que han alcanzado fama, fortuna y gloria distinguiendo “etapas”, “períodos”, ámbitos en definitiva, cada vez más minúsculos, dentro de ellas. “Brillante” se llama en el mundo de la filosofía a quien ha conseguido malinterpretar los textos para que den cabida a una nueva e insignificante miniseparación en la que distinguir, otra vez, dos microambititos intermediados por su nanoabismo. A la demostración de que una misma problemática subyace a textos dispersos a lo largo de setenta años se la califica de “interesante” y si tal demostración aduce hechos sacados de otras ramas del saber, de “fascinante”, que viene a significar: “¿estás loco? ¿quieres que nos echen de la Academia?”

   Si a un filósofo se le plantea el problema de qué hacer con el tren de aterrizaje de un avión a reacción, fácilmente responderá que, en un mundo ideal, esos aviones deberían volar con él, pero que, en este mundo sensible, todo el que se monte en uno de ellos debe tener claro que se condena a una catástrofe cierta, pues ninguno puede llevarlo. Si a un filósofo se le plantea el problema de cómo ahuyentar a los pájaros de los aeropuertos, responderá que, en un aeropuerto ideal, no habría pájaros, pero que en los aeropuertos de este mundo, tiene que haber águilas reales cazándolos, aunque tales aves de presa condenen a estrellarse a los pocos aviones que hubiesen escapado de la catástrofe que representa aterrizar o despegar sin tren de aterrizaje. Si a un filósofo se le plantea el problema de cómo lograr algo sólido y flexible a la vez, responderá que, en el mundo ideal, las bicicletas llevan un hilo para transmitir el pedaleo, pero que, en el mundo sensible, no hay más remedio que sustituir sus hebras por mármol, aunque eso haga preferible montar en un avión sin tren de aterrizaje y con águilas reales volando a su alrededor que dar un par de pedaladas. ¿Qué otra cosa cabe esperar de alguien a quien se ha formado en la idea de que un problema sólo se puede solucionar separando sus términos en ámbitos o por condiciones?

domingo, 5 de junio de 2022

Respuesta a la pregunta "¿Qué es filosofía?" (1)

   Puede definirse a la filosofía como aquella disciplina cuyos practicantes o atinan a separar los términos de un problema en ámbitos o ya no saben cómo resolverlo. Parménides se encontró con que la razón ofrecía soluciones contradictorias con lo que nos mostraban los sentidos, así que escribió un poema en el cual separaba el ámbito de la verdad del ámbito de la apariencia. Platón se encontró con que los planteamientos de Parménides contradecían a los de Heráclito, así que separó entre el ámbito inteligible y el ámbito sensible. Pero Platón descubrió algo más, descubrió también que no había motivos para separar únicamente en dos términos, se podía separar en tres clases, partes o almas y, por lo mismo, se podían distinguir tres ámbitos diferentes en una sociedad ideal. Aristóteles le hizo caso y siguió distinguiendo tres ámbitos dentro del alma, aunque para la mayor parte de los problemas prefirió dos ámbitos y separó a la materia de la forma, la sustancia de sus relaciones, quiero decir, sus accidentes, y el mundo sublunar del supralunar. Las religiones del libro trajeron problemas nuevos a la filosofía, problemas que, ¡sorpresa! los filósofos resolvieron separando entre el ámbito de la fe y el ámbito de la razón, el ámbito del tiempo y el ámbito de la eternidad, el ámbito de la contingencia y el ámbito de la necesidad. A Santo Tomás de Aquino muchos adoradores del cilicio lo consideran el filósofo más grande del mundo mundial por haber hecho lo que ningún filósofo había hecho hasta entonces… separar entre el ámbito de la esencia y el ámbito de la existencia. Afortunadamente, la modernidad nos sacó del agujero medieval separando entre el ámbito de la duda y el de la certeza, el de la intuición y el de la deducción, el del entendimiento y el de la voluntad, el de la sustancia finita y el de la infinita y aún entre el ámbito de la sustancia pensante y el ámbito de la sustancia extensa. El empirismo no dudó en poner coto a los desmanes racionalistas distinguiendo entre el ámbito de las ideas de sensación y el de las de reflexión, el de las simples y el de las complejas, el del estado de naturaleza el el estado contractual, las impresiones de las ideas, la razón de la pasión, el ser del deber… Y, por supuesto, en medio de estos ámbitos, el mismo vacío abisal de Platón, por más que en el celebérrimo mito de la caverna, se separara entre dos espacios conectados por una gradación continua, la de una empinada cuesta. Así andaban los filósofos, aplicando con fruición el cansino procedimiento de separarlo todo en ámbitos o por condiciones, hasta que llegó Kant. Como todos sabemos, porque a todos nos han contado la misma cantinela, Kant marca un antes y un después en la Historia de la Filosofía y no resulta difícil entender por qué. Nadie nunca jamás había aplicado tan obsesivamente el principio de separación en ámbitos o por condiciones. En cada tema, en cada escrito, casi en cada página de su “período crítico” o se aplica la separación en ámbitos o se prepara el terreno para hacerlo. Kant separó por ámbitos el fenómeno del noúmeno, la sensibilidad de la imaginación del entendimiento y de la razón, las intuiciones de los esquemas de los conceptos y de las ideas, tres tipos de ideas, un mínimo de siete pares de términos comprendidos en las cuatro antinomias de la Crítica de la razón pura, la de la Crítica de la razón práctica y las dos de la Crítica del juicio, el uso teórico del práctico de la razón y su  uso público del privado, la insociable sociabilidad humana, la ética material de la formal, la virtud de la felicidad, lo bello de lo sublime, la genialidad del estado común de los mortales, etc. etc. etc. A partir de este momento todo se redujo a quién podía dar cuenta de más separaciones en ámbitos o por condiciones y el idealismo descubrió que este juego podía proseguirse al infinito si se distinguía entre las condiciones necesarias para calificar a algo de “afirmación”, de “negación” o de “síntesis”, entendiendo esta “síntesis” como un compromiso, que, obviamente, no tardaría mucho en aceptarse como una “afirmación”. Hegel se entretuvo así en separar por ámbitos tripartitos desde la nada hasta el Absoluto, pasando por todos y cada uno de los términos concernientes a la religión, el derecho, la física o la filosofía, en un esquema que no permitía ni explicar ni predecir, pero cuya minuciosa sucesión de ámbitos separados unos de los otros no pudo por menos que capturar la mente de infinidad de filósofos. No a Schopenhauer, por supuesto, que nunca se cansó de loar su propia genialidad juvenil al haber repetido el esquema tetrapartito de separación, fácil de encontrar en Kant, para el caso del principio de razón suficiente. Ni siquiera me molestaré en mencionar el título de su libro más conocido. Entonces llegó Nietzsche con su martillo y destruyó todos los ámbitos en que la filosofía judeocristiana había separado el mundo… para separar entre el ámbito de la moral de señores y el de la moral de esclavos, el nihilismo activo y el nihilismo pasivo, a resentidos de superhombres y la filosofía entera tembló por la radical "novedad" de sus planteamientos. 

   La separación en ámbitos se ha convertido en algo tan rutinario que hubo cierta ladilla con pulsera de oro y cátedra universitaria que presumía de haber resuelto el problema de la causalidad distinguiendo no recuerdo si seis u ocho ámbitos en ella. Me contaron que también trató de convencer a su mujer de que había un ámbito en el cual él ejercía acciones causales como fiel esposo y buen padre de familia y otro ámbito en el cual ejercía acción causal sobre cierta alumna. Su mujer le propuso otra separación en ámbitos, la del hogar familiar, con el que se quedaba ella y el de la puta calle, donde acabó él, con sus cosas metidas en una maletita y pidiendo asilo en el piso de dos colegas de facultad a los que siempre había tratado con la punta del pie. Hay que decir en su defensa que otros sí obtuvieron honor y gloria introduciendo una distinción no en dos o en ocho ámbitos, sino en innumerables, todos aquellos en los que una palabra se usa. Llamaron a esos ámbitos “juegos del lenguaje” y hasta creyeron haberle dado un giro distinto a la filosofía. Sin embargo, la mayor parte de los filósofos del siglo XX, se aferraron a la separación en dos ámbitos, para que nadie los acusara de herejes y así tenemos la distinción entre el ámbito de la noesis y del noema o la distinción entre el ser y los entes. Ni que decir tiene que miles de colegas les hicieron la ola por haber descubierto lo impensable, que tras 2.500 años de separar cosas en ámbitos o por condiciones todavía quedaba algo por separar. Después, ya lo sabemos, la filosofía murió, porque se había llegado a la última separación que cabía hacer, la que la colocaba a ella, la filosofía, en un ámbito y a la realidad en otro.

domingo, 25 de julio de 2021

La ciencia de la creatividad (y 14. ¿Cuánta creatividad necesitamos?)

   Tras la caída del muro de Berlín, buena parte de los discípulos de Altshuller comenzaron su emigración a Occidente. Cabe imaginárselos ilusionados tras haber leído aquellas declaraciones de Joseph Schumpeter en las que decía que la creatividad constituye el núcleo del capitalismo, con algo como TRIZ debajo del brazo, casi esperando el entusiasta abrazo que les aguardaba tras cada puerta a la que llamasen. La realidad tuvo un cariz muy diferente. El primer umbral que atravesaron dirigía al correspondiente departamento de innovación, a cargo de personas formadas en la lluvia ideas, el pensamiento lateral y cosas semejantes, quienes rápidamente vieron en aquellas técnicas radicalmente nuevas y exitosas una amenaza para sus propios puestos. Además, hubo un auténtico choque de culturas. Altshuller consideraba que los centros de enseñanza en los que no se impartían cursos de, al menos, 120-140 horas no merecían el nombre de “Escuelas TRIZ”. Debe recordarse que esas horas hacían referencia estrictamente a la duración de las clases, no contaban el tiempo dedicado en casa a la resolución de las tareas propuestas y que dichos cursos van dirigidos a ingenieros a los que, de modo generalizado, no se libera de sus obligaciones habituales. Ciertamente, aumentan el número de invenciones, pero a tres años vista. En nuestras sociedades capitalistas ese plazo coincide, más o menos, con lo que falta para el Juicio Final. A TRIZ no le quedó otro remedio que entrar en las empresas por la lucrativa vía del circuito de cursos de formación, muchas veces de carácter express. La supervivencia en ese ecosistema no resulta fácil para TRIZ. Muchos de esos “cursos TRIZ” consisten en una presentación por parte de los miembros de la empresa del problema que les preocupa y de una sesión de lluvia ideas por la mañana. Tras una pausa para comer el grupo se divide en subgrupos a los que se les explica cómo poner en marcha diferentes protocolos TRIZ para resolver el problema y se constata la diferencia cuantitativa y cualitativa de las respuestas obtenidas. Fin de la historia. Altshuller se hubiese desmayado... Incluso los cursos de mayor intensidad buscan mucho más incentivar a individuos concretos a proseguir su formación en TRIZ que difundir conocimientos profundos sobre ella, algo que costaría demasiado tiempo en términos de nuestras sociedades capitalistas. A partir de ese momento se abren dos posibilidades. La primera, que a este individuo se le pase considerar el “genio creativo”, ese gurú al que se le permite llevar camisas hawaianas en las cenas de la empresa. La otra posibilidad consiste en que esa persona se convierta en un líder innovador que promueva una formación en TRIZ más profunda y estable. 

   Las dificultades de TRIZ se incrementan cuando hablamos de implementar áreas que dan resultados mucho menos tangibles como en el caso de la gestión de empresa, donde, a diferencia de la invención, TRIZ debe competir con tradiciones que dicen hacer lo mismo y avaladas por una larga práctica corporativa en el capitalismo. Por si fuera poco, en este campo, muchas empresas se lanzan a la piscina sin el menor asesoramiento ni control experto, porque algún directivo ha leído algo que le ha llamado la atención. Otras tantas se mueven espasmódicamente de acuerdo con el ritmo de cambios en los puestos clave de la dirección y únicamente aquellas con un respaldo unánime y sistemático desde los cargos más elevados consiguen el éxito en su propósito. Obviamente a nadie más que a la propia TRIZ se culpa de los fracasos. Todo esto mientras las formas habituales de “creatividad” en Occidente continúan cosechando el magro porcentaje de una idea exitosa de cada 3.000 ensayadas. Rápidamente surge la cuestión, ¿en serio que la creatividad constituye el núcleo del capitalismo?

   Desde la propia TRIZ se acepta que el 52% de los problemas de las empresas se puede solucionar mediante conocimientos de su personal o por ensayo y error. Para un 37% restante basta la simple lluvia de ideas o alguna forma elemental de análisis morfológico. Esto significa que sólo el 11% de los problemas que enfrentan las empresas habitualmente requiere verdadera creatividad. Aunque los problemas de niveles inferiores pueden resolverse mejor y más rápidamente aplicando TRIZ, el ámbito en el que muestra sus ventajas diferenciales queda restringido a uno de cada 10 problemas. No hace falta escarbar mucho para encontrar los motivos, Alvin Toffler sostenía que un 80% de los productos fabricados en Estados Unidos no satisfacen ninguna necesidad real. El propio Altshuller constató que el uso del ensayo y error se hallaba tan arraigado en la mente humana que incluso mostrándole las posibilidades de una metodología inventiva, la inercia psicológica conduce a negar lo que parece evidente. No se trata del único modo en que la inercia psicológica nos domina. Diferentes cuestionarios muestran que la mayoría de los ejecutivos que se dicen abiertos a nuevas ideas, eligen las más conservadoras en cuanto se enfrentan a situaciones algo o moderadamente inciertas. Ahora sólo tenemos que añadir todos los niveles de decisión que tiene que pasar una idea innovadora para llegar hasta quien pueda ordenar su puesta en práctica y obtendremos la única conclusión posible: para los requisitos de nuestras sociedades capitalistas las empresas tienen ya tanta creatividad como necesitan. Tomemos el caso de la industria que más dice invertir cada año en innovación y creatividad, la industria farmacéutica. Las estatinas constituyen un buen ejemplo. Diseñadas para bajar los niveles de colesterol en sangre, la primera, fabricada por Merck, salió al mercado en 1.987 bajo el nombre de Movecor. Desde entonces han aparecido Zocor, también de Merck; Lipitor, de Pfizer; Pravachol, de Squibb; Lescol, de Novartis; Crestor, de AstraZeneca, Livalo de Eli Lilly, etc. La práctica totalidad del dinero que la industria farmacéutica dice invertir en innovación y desarrollo en realidad va a marketing y a medicamentos me too. No se trata de un rasgo distintivo de la industria farmacéutica. Los productos mee too copan la totalidad del mercado libre. Para constatarlo no hay más que acudir a cualquier superficie, con independencia de lo que se venda en ella, y buscar en cada sección un producto que encarne una idea cualitativamente innovadora. Difícilmente se podrá encontrar siquiera uno por establecimiento. El núcleo del capitalismo no lo ocupa la creatividad sino el saqueo, porque el saqueo, como dijo Altshuller siempre resulta más rentable que la creatividad...pero no proporciona sus alegrías. 

domingo, 27 de junio de 2021

La ciencia de la creatividad (12. Tendencias evolutivas)

   Vimos que un estudio de los registros de patentes indica claramente que la creatividad humana sigue unas pautas nítidas. Señalamos que, si hablamos de un conjunto que bien podría abarcar los cuatro millones de patentes, entonces, nos enfrentamos, más que con la creatividad técnica o la creatividad de la que hacen gala los ingenieros, con la creatividad humana en general. Indicamos, cómo, de las pautas de esa creatividad así entendida, pueden extraerse una serie de protocolos para la producción de soluciones inventivas. Inevitablemente se deduce de aquí que la evolución de los sistemas tecnológicos ha tenido que seguir a lo largo de los siglos unas líneas claras, reconocibles y predecibles. Dicho de otro modo, TRIZ nos permite una reconstrucción racional de la historia de la tecnología en la que ya no tenemos que limitarnos a ir marcando las fechas en las que este o aquel dispositivo apareció, como fulguraciones mágicas, sino que podemos explicar por qué surgió esto y no cualquier otra cosa en ese momento concreto. Y podemos hacerlo sin aludir a la “necesidad” que existía en ese momento, a las circunstancias históricas precisas, ni a la voluntad o el capricho de ciertos seres humanos talentosos. Simplemente, la llegada de la tecnología hasta un punto concreto, ponía al alcance posibilidades que ahora podemos ver como consecuencia de los protocolos inventivos, pero que entonces, en aquel momento, ignorándolos, dependería del carácter visionario de alguien, como Kepler pudo ver sus leyes antes de que pudieran extraerse de la mecánica celeste alumbrada por Newton. Existe, por tanto, la posibilidad de la reconstrucción racional de la tecnología en un sentido en que los pobres filósofos vigesimicos ni siquiera sospecharon y, dado que hablamos de la inventiva humana, de creatividad, podemos aventurar que existe la posibilidad de reconstruir racionalmente cualquier historia.

   A pesar de la claridad con que se deducen las conclusiones anteriores de los presupuestos de TRIZ y a pesar de que, como hemos señalado, deja a años luz el punto al que llegaron los confiados filosofillos del siglo pasado, existen aquí importantes consideraciones filosóficas no resueltas. En efecto, Altshuller repite sin duda alguna y cada vez que tiene ocasión, que la evolución de los sistemas tecnológicos “como todos los demás sistemas, sigue las leyes de la dialéctica materialista”. A continuación, como si siguiésemos hablando de lo mismo, afirma que la tendencia principal de los sistemas técnicos consiste en su “tendencia a la idealidad”. Evidentemente, Altshuller no hubiese tenido arrestos para decirle esto a la cara a Marx, Engels o Lenin, porque hubiesen resucitado a Stalin para que volviera a mandarlo al gulag. Pero, dejando a un lado este pequeño detallito que sólo le parecerá relevante a los filósofos, la tendencia a la idealidad, tal y como la formulamos y la definimos a la hora de hablar del Resultado Final Ideal, constituye en TRIZ el motor fundamental de la evolución de todos los sistemas tecnológicos. De ella, en efecto, se derivan las demás tendencias identificadas por Altshuller. Si imaginamos la existencia de un problema en un subsistema cualquiera, su solución, no consistirá en un compromiso, sino en alcanzar un ideal. Ahora bien, una parte ideal dentro de un todo que no puede caracterizarse de ese modo, inevitablemente generará conflictos con otras partes del sistema, quiero decir, problemas, que conducirán a alcanzar soluciones ideales. Tendremos entonces un sistema ideal como parte de un macrosistema que no puede caracterizarse de ese modo, etc Acabamos de enunciar otra de las tendencias de los sistemas tecnológicos identificada por Altshuller, el desarrollo heterogéneo, de las partes del sistema, que genera los inevitables desacoples percibidos como problemas a solucionar. Surge de aquí una tercera tendencia. Para solucionar esos desacoples entre las partes de un sistema se procederá, como primer intento a acompasar los ritmos entre partes anteriormente desacompasadas o, a la inversa, a desacompasar los ritmos entre partes anteriormente acompasadas. Coordinar lo que antes se mostraba descoordinado y dejar de preocuparse por coordinar elementos que antes presentaban este rasgo, constituye el primer recurso al que se echa mano cuando un sistema muestra problemas entre sus partes. Si este intento fracasa, se procede a medidas más drásticas. De ahí que una cuarta tendencia consista en el incremento en la segmentación. Este incremento en la segmentación toma diferentes formas. Una muy típica consiste en el empleo de partes cada vez más pequeñas, hasta que éstas tienen un tamaño tan nimio que pueden sustituirse por el efecto de un campo. Visto desde otra perspectiva, este proceso parece paradójico. Primero los sistemas se muestran muy simples, después sus partes se van haciendo cada vez más complejas conforme se van miniaturizando, posteriormente el paso de esas partes mínimas a campos genera una simplificación, pero la propia producción y control de esos campos puede resultar bastante compleja. Dicho de otro modo, en la evolución de los sistemas técnicos hay una oscilación continua desde la simplicidad hacia la complejidad para volver a la simplicidad. Pero esta oscilación, no cabe entenderla como una especie de ley del péndulo y ni siquiera en un sentido “dialéctico”. Más bien, se trata de trayectorias en torno a un atractor o del remolino que se forma cuando un líquido se desliza hacia el fondo de un embudo en cuyo punto central más bajo se halla la solución ideal final, hacia la que todo el sistema tiende pese a (o, precisamente, mediante) sus oscilaciones. 

   En todo lo anterior, la tendencia a la idealidad, lleva implícita una tendencia a crear sistemas más dinámicos, flexibles y controlables. Existe una clara coimplicación entre estos factores, pues, la exigencia de sistemas más dinámicos obliga a hacerlos más flexibles, lo cual se logra por la segmentación, pero el aumento en el número de partes exige un mayor control. Incrementar el grado de control y precisión, hacer los sistemas más dinámicos y flexibles, induce a eliminar las rémoras, destruir cualquier inercia psicológica, acabar con el apego que pueda haber en ellos a lo pasado, quiero decir, la tendencia a la idealidad significa disminuir lo menos ideal que hay en este mundo, el factor humano. Por tanto, la tendencia a la idealidad implica la tendencia a la automatización.

   Si ahora observamos todo este proceso a lo largo del tiempo y lo comparamos con el número de invenciones que conlleva y los beneficios que genera, obtendremos que estas tendencias originan un gráfico de curva en S. Pero esta curva en S merece por sí misma una entrada aparte.

domingo, 13 de junio de 2021

La ciencia de la creatividad (11. Un algoritmo para inventar)

   El algoritmo de la invención (ARIZ) consiste en una serie de pasos que nos conducen a una solución altamente creativa e inventiva al problema planteado. Como tal puede considerárselo un work in progress en la vida de Altshuller. Aunque sólo se introdujo el término “algoritmo” en 1965, puede vérselo ya presente en el artículo seminal “Acerca de la psicología de la creatividad inventiva” escrito con Rafael Shapiro en 1956 y desde entonces no dejó de acumular versiones en 1959, 1961, 1965, 1971, 1977, 1982 y 1985. De hecho, en el texto de 1982, Altshuller hablaba de la inevitabilidad de esa sucesión infinita de versiones y señalaba que existiría un ARIZ-87 y un ARIZ-88. Cada vez, decía allí, ARIZ se vuelve más sofisticado, más eficaz, pero, por lo mismo, apunta con mayor nitidez hacia los aspectos mejorables en él. Tres años después, sin embargo, en la tercera de sus versiones, Altshuller señalaba que ARIZ-85 debía considerarse la versión definitiva y no se necesitarían ulteriores modificaciones del texto. Para ello dotó a ARIZ-85c de los pasos necesarios para que generara su propia modificación por la vía de utilizar los estándares y señalar el modo en que podían añadirse nuevos estándares inventivos. Probablemente también influyeron circunstancias externas. Altshuller asumió desde el principio la exclusividad de la tarea de introducir modificaciones en ARIZ y, según parece, su salud comenzó a resentirse a partir de esos años. 

   Tampoco el papel de ARIZ se mantuvo constante a lo largo del tiempo. Hasta su denominación como tal, figuró en la obra de Altshuller a modo de demostración de una posibilidad, como la indicación de un hecho o como la descripción de un proceso llevado efectivamente a cabo por los inventores. Su conversión en algoritmo lo hizo colocarse en el centro de TRIZ. Altshuller se enfadaba cuando se le recordaba que en la década de los 60 y de los 70 ARIZ constituía el núcleo duro de TRIZ y echaba la culpa “a los otros”, a los oponentes a TRIZ, de haberse aferrado a la palabra “algoritmo”. Sin embargo, si se revisan los escritos de esa época, puede apreciarse cómo el acento se pone en aprender a manejar el algoritmo, porque mediante él se podían resolver el 85% de las tareas, quedando el 15% restante para la aplicación de otros protocolos de modo aislado, por ejemplo, el listado de los estándares. A partir de 1977, el algoritmo de la invención perdió progresivamente esa centralidad y pasó del protocolo para el 85% de las tareas al protocolo para el 15% de las tareas, en esencia todas aquellas que resistían el abordaje de los restantes protocolos por separado, hasta el punto de que hoy día, en la literatura TRIZ, resulta fácil encontrar la declaración de que ARIZ sirve para “una tarea al año”. Esa especialización no puede desligarse de la expansión de TRIZ por el mundo. Altshuller insistía una y otra vez en que ARIZ constituía una herramienta extremadamente delicada y que sólo tras un curso de capacitación de 80 horas podía utilizarse adecuadamente. Por supuesto no se trata de que nos vaya a explotar en las manos si lo utilizamos mal, pero sí que requiere detenerse en cada instrucción, progresar sin pausas pero sin prisas, cumplimentar meticulosamente cada paso para que ARIZ nos entregue resultados a la altura de sus posibilidades. De lo contrario, la respuesta que nos devuelve puede resultarnos decepcionante y difícilmente le echaremos la culpa a nuestro descuidado modo de tratar la cuestión. Mas, esa especialización, ha traído también otra consecuencia, la de convertirlo cada vez más en una herramienta diseñada para problemas de ingeniería. Desde luego porque los problemas de ingeniería necesitan una meticulosidad poco habitual en el resto de disciplinas, pero también porque su diseño se realizó teniendo en cuenta los obstáculos que iba encontrando al confrontarlo con problemas de ese área de conocimientos y, como resultado, se lo adaptó a esas necesidades y no a otras de carácter más general. No obstante, el propio Altshuller señalaba que ni debía interpretarse a ARIZ como el único algoritmo para la solución de problemas inventivos posible, ni debía considerarse su aplicación tal cual a las diferentes ramas del conocimientos e instaba a su adaptación para necesidades específicas manteniendo siempre la estructura general que caracteriza a ARIZ. Dicho de otro modo, en TRIZ, en los textos de Altshuller, queda abierta la puerta (todavía más, se nos insta de hecho), a modificar ARIZ para convertirlo en un instrumento apto para la solución, digamos, de problemas filosóficos. Ciertamente esta adaptación necesitaría de la creación de una base de datos de “efectos de filosofía”, a modo de la base de datos de efectos físicos, químicos, geométricos y biológicos que existe en TRIZ y no tenemos nada semejante. Ni las historias de la filosofía al uso ni los diccionarios de filosofía existentes sirven a estos fines. Sin embargo, Altshuller nos dejó un ejemplo práctico de cómo construir esta base de datos de ideas filosóficas en su registro de ideas de ciencia ficción. Pero me he alejado del tema.

   Casi hemos señalado cómo y por qué ARIZ apareció en diferentes versiones a lo largo de 30 años. Constituyó el núcleo de lo que se enseñaba en los institutos de creatividad que se fundaron en la extinta URSS a partir de 1971 y que alcanzaron una red de 500 centros. Cada vez que un grupo de alumnos quedaba atrapado en un callejón sin salida a la hora de resolver un problema, se revisaban las causas que habían llevado a esta situación, se buscaba el paso de ARIZ en el que podían haberse perdido y se modificaba su redacción. Este procedimiento llevó de hecho a la mejora de todos y cada uno de los protocolos de TRIZ. Aquí se halla la sensación de “magia” que nos produce su aplicación. No hay nada de “mágico”, simplemente, los enfrentamos, otra vez, a las mismas pruebas que condujeron a su redacción tal y como han llegado a nosotros y, por eso, no debe extrañarnos que vuelvan a superar la prueba que ya superaron miles de veces con anterioridad. Este rasgo distintivo puede verse con toda claridad en el tránsito de ARIZ-65 a ARIZ-71. El año 1971, como ya hemos señalado, constituye el momento en el que se abrió el primer centro de enseñanza de TRIZ. Mientras ARIZ-65 parece un ejemplar de vitrina, puesto ahí para que cualquiera pueda contemplar con sus propios ojos lo “imposible”, en ARIZ-71 se especifica cada paso, cada acción, cada anotación, se acompaña cada desarrollo con el mimo, con el gesto adusto, del maestro que trata de guiar en el tránsito hacia la creatividad, algo que se acentúa aun más en ARIZ-77, del cual dejamos una versión aquí.

domingo, 16 de mayo de 2021

La ciencia de la creatividad (10. Análisis de sustancia - campo)

   La primera versión de TRIZ que se enseñó en torno a 1971, contenía como elemento básico la matriz de 39X39 parámetros o matriz de contradicciones. Puerta de entrada a lo que Altshuller llamó la “ciencia de la creatividad”, en cuanto la puso a funcionar en las aulas del Instituto de Creatividad de Azerbayán, sintió un progresivo desafecto por ella. Si han practicado con la matriz de contradicciones entenderán fácilmente por qué. Muy pronto los usuarios hacen de ella una forma, sofisticada, pero forma al fin y al cabo, de ensayo y error, aquello contra lo que se dirige TRIZ. Desde 1971, quiero decir, desde los inicios mismos de su implantación, Altshuller comenzó a buscarle una alternativa, algo ya muy patente en su obra clave, La creatividad como ciencia exacta (1979). La alternativa a la matriz de contradicciones, buscaba un proceder puramente analítico, guiado por tablas y ejemplos. Pero este modelo, lejos de suponer un rechazo de los anticipos que pueden encontrarse en Leibniz, revierten sobre él hasta límites inauditos, pues no sólo rememoran los pioneros estudios topológicos del alemán, sino que, además, introducen algo que no se encuentra en lo que podemos considerar la primera formulación de TRIZ: el ars characteristica o preocupación por el simbolismo. Altshuller, en efecto, desarrolló para esta segunda formulación de la ciencia de la creatividad, una serie de esquemas gráficos que, para entendernos, aparecen en una primera fase como grafos orientados, lo que ya por sí mismo constituye una suerte de combinatoria, y, posteriormente, estos grafos llevan a formas representativas simplificadas, quiero decir, a lo que puede entenderse a todos los efectos como pictogramas, con el triángulo como figura básica. Dice Altshuller, en una afirmación que casi parece extraída de los textos de Leibniz, del mismo modo que el triángulo permite componer todas las figuras regulares en geometría, la relación básica de dos sustancias y un campo constituye la forma más simple de relación que compone todos los sistemas técnicos. Aún más, hay numerosos pasajes en los que Altshuller hace referencia a la manipulación explícita de esos pictogramas como forma de buscar soluciones inventivas. Nos habla de eliminar uno de los elementos del esquema, de romper los vínculos presentes en él, de reemplazar un tipo de elemento por otro, de completar  un esquema incompleto, etc. Sin embargo, no podemos pasar de unos pictogramas a otros siguiendo únicamente procedimientos formales como ocurre con las matemáticas. Esto lleva a Altshuller a poner en correlación directa su nuevo modo de entender la ciencia exacta de la creatividad con la química. Las fórmulas químicas, nos dice, reflejan únicamente la composición de las moléculas, sin decirnos nada de sus propiedades magnéticas, ópticas o de densidad. No podremos inventar únicamente mediante la utilización de este lenguaje sin interpretarlo, quiero decir, sin su referencia a la lista de soluciones estandarizadas. Pero, del mismo modo, que

“...Conociendo varias reglas básicas y teniendo tablas de funciones trigonométricas es posible resolver problemas, sin los cuales se necesitarían laboriosas mediciones y cálculos. Exactamente de la misma manera, conociendo las reglas de construcción y transformación de los [esquemas] S[ustancia]-C[ampo], es posible resolver fácilmente muchas tareas difíciles de invención.” 

Ni Descartes ni Leibniz hubiesen quitado o añadido una coma a este fragmento.

   Esta reformulación de TRIZ patentizada en 1979, consiste  en un sistema clasificatorio de los problemas inventivos que, de modo inmediato, actúa como un índice referido a 76 soluciones estandarizadas. Una parte de estos problemas inventivos y de las soluciones estandarizadas pertinentes poseen un esquema formal que debería bastar por sí mismo para entender la naturaleza del problema y de su solución. Cada situación inventiva puede plantearse en términos de sustancias relacionadas a través de un campo y cada una de estas formas de relación actúa como índice de una solución estándar. La interacción de sustancias mediante un campo representa un dispositivo, el cual puede venir encerrado en un área tecnológica concreta y podemos entenderlo como una fábrica, un engranaje o un sistema organizacional en su conjunto. “Sustancia”, por tanto, designa cualquier objeto, con independencia de su tamaño o grado de complejidad, que pueda ejercer una acción. Un país o un átomo pueden considerarse “sustancias” en este sentido. O, dicho de otro modo, el entorno del sistema a analizar definirá lo que, desde él, puede considerarse una “sustancia”. “Campo”, por su parte, indica cualquier forma de interacción entre los elementos de dicho sistema, ya se trate de una relación mecánica, térmica, química, eléctrica y/o magnética, pero también puede incluir el olor, tacto, visión e, incluso, la emoción causada por la sustancia. La crítica a TRIZ de que no toma en consideración los aspectos estéticos, parece infundada si se refiere a toda ella, aunque, desde luego, pertinente si alude a la matriz de contradicciones. En cualquier caso, reviste especial interés el hecho de que una acción puede representar algo provechoso para nuestros intereses, perjudicial para ellos o insuficiente para que consigamos lo que deseábamos. Resulta, sin embargo, fundamental introducir aquí una cláusula de exclusión, en todo momento debemos tener claro cuántas sustancias y campos resultan necesarios y suficientes para la descripción completa del sistema, qué elementos del problema tienen relevancia y cuáles no.

   En definitiva, esta reformulación de TRIZ, trata de indagar más de cerca en algo que ya señalamos anteriormente, a saber, las relaciones entre lo ideal y lo real, pues, recordemos, precisamente lo que Altshuller llama “sustancias” coincide con lo que en el sistema leibniziano queda identificado como “lo real”, mientras que lo que Altshuller llama “campo”, corresponde a las relaciones, quiero decir, lo ideal del sistema leibniziano. Por tanto, hay una referencia implícita al protocolo ya explicado aquí del Resultado Final Ideal. Sin embargo, esta unidad sistemática, lejos de aglutinar apoyos en torno al análisis de sustancia - campo ha provocado reacciones encontradas. Por una parte los ingenieros parecen sentirse cómodos con un modelo mucho más simbólico, gráfico y acompañado de ejemplos prácticos. Por otra parte, presenta dos inconvenientes: la incompletud de su simbolismo y un cierto desorden en la sucesión de los ejemplos. Curiosamente se ha dedicado mucho más esfuerzo a tratar de solucionar lo segundo que a lo primero, cuando parece claro que ambos problemas se hallan intrínsecamente conectados.

   Dejo aquí una versión de las 76 soluciones estandarizadas con algunos esquemas de Sustancia - Campo.

 

domingo, 2 de mayo de 2021

La ciencia de la creatividad (9. Pequeños hombres inteligentes)

   Durante la Segunda Guerra Mundial, las minas marinas se enganchaban a un lastre mediante un cable, de modo que quedaran flotando en un punto fijo y a una altura tal que impactara bajo la línea de flotación de los barcos enemigos. La estrategia para eliminar estas minas consistía en un cable sumergido arrastrado por dos barcos alejados entre sí. El cable hacía doblarse el de la mina de tal modo que ésta acababa o explotando por el aumento de la presión del agua o aflorando a superficie. 

Tomado de Karen Gadd, TRIZ For Engineers: Enabling Inventive Problem Solving,
John Wiley & Sons Ltd, Chichester, 2011, pág. 11

Si quisiéramos diseñar un cable que superase este procedimiento de desminado, habríamos de sujetar la mina a su lastre por medio de algo continuo, que se convirtiera en discontinuo justo en el momento en que el cable de los barcos desminadores entran en contacto con él. Tenemos aquí una típica contradicción como las que TRIZ reconoce, de hecho se trata de la contradicción entre continuidad y discontinuidad que aparece en la segunda antinomia kantiana. Este constituye el modelo de problemas resolubles mediante la aplicación del protocolo de los “pequeños hombres inteligentes”. Se trata, por supuesto, de una ficción puesta en marcha con un triple objetivo:

   1º) Romper la inercia psicológica, el modo habitual de pensar los problemas, ofreciéndonos una visión alternativa de lo que ocurre dentro de ellos.

   2º) Seguir una de las reglas básicas de cualquier propuesta para solucionar problemas, descomponerlos en partes simples y, de resultar posible, en sus partes más simples.

   3º) Proporcionar empatía con el problema. Puede considerarse un axioma básico que los seres humanos resolvemos mejor aquellos problemas con los que podemos identificarnos o, al menos, aquellos en los que podemos identificarnos con las partes implicadas. En Puente de nieve sobre el abismo, la esposa de Altshuller, Valentina Zhuravlyova, describía un personaje capaz de resolver ecuaciones “por el método Stanislavski”. Literalmente, se metía dentro de ellas, las vivía, identificaba la x con un señor pequeño que por mucho que se esforzaba, por mucho que se elevaba al cuadrado, al cubo, permanecía pequeño. En cuanto quisiera, la alargada y malencarada y le pondría las manos encima y lo desintegraría. Resultaba preciso, pues, resolver la ecuación para ver cómo terminaba la historia y, preferentemente, quitando de en medio aquella y tan agresiva para que el señor x pudiera vivir en paz.

   Esencialmente un pequeño hombre inteligente puede hacer cualquier cosa que hace un ser humano, puede agarrarse a otros hombres inteligentes, puede limpiar una tubería por dentro, incluso puede atrapar trozos de suciedad con las manos mientras sus pies van puliendo una superficie. Y, por encima de todo, saben cuándo ha llegado la hora de marcharse y abandonar el escenario de actuación. A veces, sin embargo, se vuelven perezosos y desean permanecer en el sitio. Entonces hay que echarlos por la fuerza. En ningún caso debe permitirse que la empatía que despiertan en nosotros nos obligue a dejarlos hacer lo que deseen, así que mejor no tomarles demasiado aprecio porque a veces habrá que disolverlos en ácido o triturarlos. Por tanto, debemos evitar que se conviertan en homúnculos, esos pequeños hombrecillos, literalmente como nosotros, que, desde aquí advertimos que se habían metido en nuestros cerebros y ya no sabemos entender una neurona o un conjunto de ellas, con independencia de su naturalidad o artificialidad, más que como un ser humano pero en pequeño. Estos pequeños hombres inteligentes de los que habla TRIZ no tienen carácter, emociones ni personalidad. Difícilmente se los podrá manejar con la habilidad suficiente si se los piensa como queriendo destacar sobre sus semejantes. Todos deben tener las mismas características y rasgos, aún más, salvo por la posición que ocupan, debe considerárselos indistinguibles unos de otros. De este modo se evita que la empatía entorpezca el funcionamiento de este protocolo. 

   En general el protocolo de los pequeños hombres inteligentes se considera un protocolo no estructurado o, al menos, no tan estructurado como otros, aunque ha habido intentos por dotarlo de cierta estructura. Esto quiere decir que hay que probar con diferentes opciones. Nuestros hombrecillos deben probar a realizar diferentes acciones para solucionar el problema y, una vez más, recordemos, cualquiera de ellos debe hacer exactamente lo que hacen los otros. ¿Qué hacen, pues, para lograr el resultado deseado? ¿cómo? ¿qué ofrecería una solución mejor, pensar que cada uno de ellos actúa inteligentemente o pensar que el sistema como un todo se comporta de forma inteligente? ¿Se necesita que se transmitan entre sí alguna información? ¿cuál? ¿Qué tipo de campos servirían para transmitir estos mensajes? ¿Qué sustancias pueden interactuar fuertemente con estos campos?

   Para volver con nuestra mina, Altshuller imaginó que los pequeños hombres inteligentes conformaban el cable que la unía al lastre. Cada uno de ellos vería venir el cable desminador y, justo en el momento oportuno, soltaría una mano del hombrecillo situado por encima de él y agarraría el cable. A continuación cogería el cable con la otra mano mientras la primera volvía a agarrarse al hombrecillo por encima de él y, finalmente, dejaría marchar el cable quitaminas mientras se volvía a agarrar con su segunda mano a su congénere. La idea se hallaba a un paso de la solución final, un sistema de puerta rotatoria como se ve en esta figura. 

Tomado de Karen Gadd, TRIZ For Engineers: Enabling Inventive Problem Solving,
John Wiley & Sons Ltd, Chichester, 2011, pág. 11
 

El cable desminador, no importa por dónde llegue, acaba entrando en la muesca que le espera en cualquier lado de la puerta. Su propia fuerza de arrastre hace girar la polea y acaba saliendo por el otro lado sin haber conseguido que la mina abandone su posición. 

   Sin duda, todo esto sonará esotérico, poco útil y alejado de cualquier campo medianamente serio. La verdad se halla en el punto opuesto. Los pequeños hombres inteligentes forman parte de la tradición de pensamiento más audaz de Occidente. Al fin y al cabo, tanto el geniecillo maligno de Descartes como el diablillo de Maxwell pertenecen a la estirpe de estos pequeños hombrecitos inteligentes. 

domingo, 18 de abril de 2021

La ciencia de la creatividad (8. Resultado final ideal)

   Uno de los rasgos distintivos de TRIZ consiste en que, a diferencia de la práctica habitual de la ingeniería, no se busca el “mejor sistema tecnológico”, ni el sistema tecnológico “óptimo”. “Optimizar”, se nos dice desde TRIZ, implica perder una enorme cantidad de recursos y de tiempo dando vueltas alrededor de soluciones no suficientemente rompedoras. O, por decirlo de otro modo, no hay nada creativo en “optimizar”. La optimización consiste en permanecer atrapados dentro de los límites de compromisos ya establecidos y que sólo a la larga, con la lenta evolución de los mismos, podrán ofrecernos algo significativamente mejor que lo existente. Nada de eso satisface a TRIZ. Desde TRIZ no se aspira ni a la optimización ni a la mejora, se aspira al ideal. Siempre y en cada momento debemos perseguir lo ideal. Aquí resuena de un modo llamativo la vieja idea leibniziana de que lo real se deja gobernar por lo ideal, pero Altshuller y su esposa, Valentina Zhuravlyova, no mencionaban a Leibniz como padre de la idea, sino al matemático George Polya en cuyo libro de 1965 Como plantear y resolver problemas, se señalaba la necesidad de “comenzar siempre por el final” (lo cual, digámoslo de paso, arroja ciertas sombras sobre el consenso existente entre los seguidores de TRIZ de que ésta no puede aplicarse a las matemáticas). Formulada así, constituye la norma básica de cualquier persona aficionada a resolver problemas de ajedrez. Ante un problema de ajedrez que termine con un mate, siempre hemos de preguntarnos en qué condiciones el rey se hallaría en mate. A partir de ahí resulta muy fácil reconstruir, marcha atrás, los pasos que hemos de seguir para llegar a ese resultado deseado. Precisamente en eso consiste el protocolo del “Resultado Final Ideal”. Ante todo, hemos de preguntarnos bajo qué condiciones el problema con el que tenemos que enfrentarnos habría dejado de existir. Si podemos encontrar la respuesta a esta pregunta, varias cosas habrán recibido una luz definitiva. En primer lugar, tendremos muy claro en qué consiste el problema y qué obstáculos existen para su resolución. En segundo lugar, aún más importante, tendremos una radiografía exacta de cuáles de nuestros planteamientos, supuestos y prejuicios formaban parte de los obstáculos para hallar dicha solución. Nada de esto quiere decir que hayamos encontrado ya el camino que nos enlaza con ella, de hecho, en TRIZ se nos anima a no preocuparnos, de entrada, por cómo vamos a llegar exactamente hasta ese resultado final idea. Nos hemos deshecho de lo que impedía encontrar dicho camino, hemos cobrado conciencia de su posibilidad y con ello ya hemos dado un significativo paso adelante. Sí, efectivamente, nuestro problema de ajedrez tenía una solución, no “es imposible” hallarla. Podemos hacer un alto en nuestro camino y, por ejemplo, utilizar una metáfora, un símbolo o una simple X para designar aquello que permite alcanzar nuestro resultado final ideal. El proceso a partir de este momento consiste, precisamente, en ir dándole rasgos a esa X.

   Altshuller proporcionó una fórmula que nos permite entender qué significa “ideal”:

Ideal=Beneficios/(Costos + Perjuicios)

Alcanzamos la “idealidad”, cuando los beneficios obtenidos con un sistema cualquiera superan ampliamente la suma de sus costos más los perjuicios que causa. Esta fórmula, parecida a la de costo-beneficio en economía, a la de eficacia en gestión de empresas y al cálculo del “valor” en ingeniería, no tiene pretensiones de arrojar exactamente una cifra matemática. Más bien se trata de que cobremos conciencia de cómo de lejos nos hallamos del ideal ya que éste sólo aparece cuando la fórmula da un valor cercano a infinito. Dicho de otro modo, el sistema técnico ideal no produce absolutamente ningún perjuicio, tiene un coste de instalación y mantenimiento cercano a cero y ofrece todos los beneficios que un sistema técnico puede ofrecer. Inmediatamente, ante esta formulación, pensamos: “imposible”. Ese “imposible” que tan rápidamente brota en nuestras mentes, indica de un modo nítido la inercia psicológica que nos cierra el camino para encontrar la solución al problema planteado. En efecto, imaginemos que tenemos una máquina del tiempo y que viajamos a principios del siglo XX. A la primera persona con la que nos topemos vamos a explicarle que tenemos relojes que no pesan nada, a los que no hay que darles cuerda, que no consumen ningún tipo de energía, que no se estropean jamás y que nos dan la hora sin el más mínimo retraso o adelanto. Oiríamos de su boca, muy probablemente, ese mismo “imposible” que nos asalta cuando hablamos del sistema técnico ideal. Y, sin embargo, precisamente en eso consisten los relojes de nuestros dispositivos móviles, en relojes que dan una hora exacta sin coste ni perjuicio alguno. Ahora ya tenemos una idea mucho más nítida de en qué consiste, la mayoría de las veces, un sistema técnico ideal: un sistema técnico cuyas funciones se han integrado en otro de nivel superior y que asume, como parte despreciable, las funciones del sistema que nos resultaba problemático. “No hay nada ideal ahí”, se me dirá, “un dispositivo móvil consume energía, pesa, se estropea y lo conforman elementos contaminantes o que cuesta verdadero sufrimiento conseguir”. Desde el punto de vista de TRIZ todas esas cuestiones, por lo demás indiscutibles, constituyen otro ejemplo de cómo el protocolo del resultado final ideal sirve para desvelar compromisos, mejoras, optimizaciones, que necesitamos superar mediante la búsqueda de un nuevo ideal y que, debido a nuestra inercia psicológica, habían permanecido hasta ahora invisibles a nuestros ojos. Efectivamente, nos acercamos a la época en que parecerá inevitable que nuestros dispositivos móviles ya sólo pueden “mejorar” y que hace falta dar un salto hacia un nuevo ideal. Aún más, si nuestros relojes parecen más ideales que los relojes que circulaban a principios del siglo XX y si nuestros dispositivos móviles no parecen tan ideales como los que circularán a principios del siglo XXII, se debe a que el resultado final ideal no constituye únicamente un protocolo de TRIZ para la creatividad, también constituye una ley de evolución de los sistemas tecnológicos: el desarrollo de los sistemas tecnológicos siempre se produce en la línea de una mayor idealidad, entendiendo esta “idealidad” en los términos de la fórmula mostrada antes.

domingo, 7 de marzo de 2021

La ciencia de la creatividad (7. Principio de separación)

   Si ha manejado la matriz de contradicciones que dejamos en la entrada anterior sobre creatividad o si, al menos, le ha echado un vistazo, habrá podido comprobar que hay una serie de casillas que permanecen vacías. Para ellas los 40 principios inventivos no ofrecen solución alguna. Característicamente, toda la diagonal de la matriz se encuentra en esta situación. En estos casos pedimos que aumente un parámetro y que disminuya ese mismo parámetro. Semejante petición demuestra, según TRIZ, que ya no nos encontramos ante una contradicción técnica (queremos mejorar algo sin que empeore otra cosa), sino ante una contradicción “física”, queremos A y no-A. En realidad, nos dice Altshuller, bajo toda contradicción técnica subyace una física y aunque podamos resolver las contradicciones técnicas mediante la matriz de contradicciones u otro protocolo, el mayor grado de creatividad se logra si vamos a la raíz del problema, a la contradicción física. Esta manera de entender las cosas significa que los 40 principios inventivos constituyen otras tantas formas de aplicar principios mucho más radicales en ese sentido de mucho más cercanos a la raíz de la cuestión. Ahora bien, si los 40 principios inventivos daban cuenta de algo así como el 80% de las patentes no triviales que circulan por el mundo, entonces nos hallamos ante la sorprendente afirmación de que existe un número extremadamente reducido de principios que pueden explicar unos cuatro millones de patentes. De hecho, toda esa masa ingente de inventos pueden explicarse en base a un único principio: el principio de separación. Como tal el principio de separación tiene cuatro formulaciones:

   - Principio de separación en el tiempo. Si debemos satisfacer requisitos contradictorios entonces debemos distribuirlos en momentos diferentes. El caso de los trenes de aterrizaje de los aviones constituye un ejemplo típico. Obviamente los aviones deben tener tren de aterrizaje para que éste no constituya una catástrofe, pero la velocidad de vuelo alcanzada por los aviones a reacción hace del tren de aterrizaje un obstáculo para el vuelo y sufrirían daños durante el mismo. Por tanto, los aviones con motor a reacción deben tener tren de aterrizaje y no deben tener tren de aterrizaje. El principio de separación en el tiempo establece que la solución se halla en que tengan el tren de aterrizaje en unos momentos concretos (aterrizaje y despegue) y no lo tengan en otro (vuelo). Por tanto, debe diseñarse un sistema para que despliegue el tren de aterrizaje en el momento en que se necesite y lo haga desaparecer en el vientre del avión en los momentos en que no se lo necesita.

   - Principio de separación en el espacio. Ante requisitos contradictorios debemos preguntarnos si necesitamos que ambos requisitos se hallen presentes en los mismos lugares. Si no se necesita su presencia en el mismo lugar, entonces podemos proceder a su separación en el espacio. De un modo intuitivo, los docentes utilizan este principio cotidianamente en el aula cuando dos o más alumnos interrumpen el normal decurso de las clases. Por una parte se requiere que ocupen un lugar en el aula para que sigan recibiendo la enseñanza pertinente. Por otra parte, si permanecen ocupando su lugar en el aula no van a recibir la enseñanza pertinente porque la cercanía de unos a otros la va a perturbar. Debe procederse, pues, a una reasignación de los lugares que ocupan separándolos en el espacio. Esta práctica implica una mejora en las condiciones adecuadas para impartir clase en algo así como ocho de cada diez casos. Dicho a la inversa, el apelotonamiento de alumnos en aulas con espacio insuficiente priva al docente de una herramienta fundamental para mantener el ambiente adecuado de enseñanza en el aula sin recurrir a medidas punitivas de mayor envergadura.

   - Principio de separación entre el todo y la parte. Si los requisitos contradictorios no pueden separarse en el espacio y/o el tiempo, debe intentarse una separación de los mismos entre el microsistema y el macrosistema. Aquí se nos abren siempre dos posibilidades, la primera consiste en que el requisito A se asigne a las partes y el no-A al todo o, a la inversa, que el requisito A se asigne al todo y el no-A a las partes. La cadena de una bicicleta constituye un ejemplo típico de sistema con propiedades contradictorias entre el todo y las partes. En su totalidad se trata de un sistema flexible, pero cada uno de sus eslabones se caracteriza por la solidez exigida para que el mecanismo de pedaleo no lo deforme. Habitualmente entendemos un sistema aleatorio como un sistema constituido por partes que fluctúan sin ninguna regla, pero este modo de entender las cosas resulta erróneo. Elijamos un procedimiento cualquiera para tomar decisiones que admitamos como aleatorio, digamos, el lanzamiento de un par de dados. Supongamos que en nuestro primer lanzamiento sale el número ocho. Escribiremos los primeros ocho números pares. Supongamos que en el segundo lanzamiento sale el número once, escribiremos los once primeros números impares, etc. La sucesión de números que obtenemos así tendrá un carácter aleatorio pese a que la constituyen secciones que no tienen nada de aleatorio. Sin embargo, podrían obtenerse predicciones correctas la mayor parte del tiempo.

   - Principio de separación en ámbitos o por condición. Una última posibilidad consiste en situar uno de los requisitos de la contradicción en un entorno determinado y el otro requisito en otro. Una parte extraordinariamente significativa de la historia de la filosofía puede ponerse como ejemplo de aplicación de este principio, comenzando por Platón. En efecto, ante la evidente contradicción de la inmovilidad del ser parmenídeo y el continuo devenir de Heráclito, Platón propuso una separación entre dos ámbitos, de modo que tanto Heráclito como Parménides tendrían razón en sus propuestas bajo ciertas condiciones. Entre ambos, naturalmente, el abismo. El universo de Aristóteles se caracteriza precisamente por hallarse recortados en dos ámbitos marcados por la esfera lunar, más allá de la cual se encuentra el quinto elemento o quintaesencia con sus movimientos circulares. La misma separación en ámbitos constituyó la solución característica del pensamiento medieval cristiano a la cuestión de las relaciones entre razón y fe. Pero quizás el ejemplo más paradigmático de construcción de un sistema filosófico por aplicación reiterada y sistemática del principio de separación en ámbitos o bajo condiciones lo encontramos en Kant, cuya filosofía crítica incide una y otra vez en el mismo tipo de respuestas a los más diversos problemas. Curiosamente al mismo Kant que aplicó una y otra vez un principio clave del ars inveniendi le debemos también haber convencido a la posteridad de que cualquier ars inveniendi debía considerarse imposible.

   Inmediatamente se nos plantean toda una serie de cuestiones sorprendentes: ¿qué filosofía platónica podríamos construir si respondiésemos a sus mismas preguntas aplicando cualquiera de las otras tres versiones del principio de separación? ¿qué aristotelismo surgiría de ellas? ¿qué respuestas alternativas al problema fe-razón conseguiríamos? ¿qué filosofía crítica, diferente a la de Kant, se halla encerrada en sus textos a la espera de que otras versiones del mismo principio utilizado para responderlas acuda en su rescate? En definitiva, ¿qué modos de pensar posibles quedaron sin desarrollar en el pensamiento occidental y a qué hubiesen conducido?

domingo, 21 de febrero de 2021

La ciencia de la creatividad (6. Matriz de contradicciones)

   La matriz de contradicciones constituye, sin duda, el protocolo más conocido de TRIZ. Consta de una lista de 39 parámetros en su eje vertical y los mismos 39 parámetros en su eje horizontal. Típicamente se leen los parámetros dispuestos en columna como todo aquello que se quiere mejorar en un sistema técnico y los dispuestos en fila como todo aquello que empeorará como consecuencia de ese intento de mejoría. La lista de parámetros incluye: peso de un objeto en movimiento, peso de un objeto en reposo, longitud de un objeto en movimiento, longitud de un objeto en reposo, área de un objeto en movimiento, área de un objeto en reposo, volumen de un objeto en movimiento, volumen de un objeto en reposo, velocidad, fuerza, tensión/presión, forma, estabilidad, resistencia, durabilidad de un objeto en movimiento, durabilidad de un objeto en reposo, temperatura, brillo, energía de un objeto en movimiento, energía de un objeto en reposo, potencia, pérdida de energía, pérdida de sustancia, pérdida de información, pérdida de tiempo, cantidad de sustancia, fiabilidad, precisión de medida, precisión de manufactura, factores perjudiciales actuando en un objeto, efectos secundarios dañinos, manufacturabilidad, conveniencia de uso, reparabilidad, adaptabilidad, complejidad de un mecanismo, complejidad de control, nivel de automatización y productividad. Altshuller mismo y todos sus discípulos recomiendan no entender estas características en sentido estricto, sino adaptarlas a nuestro problema. De este modo podemos recordar en qué contextos se utiliza in fire en inglés y entender el aumento de visitas a nuestro sitio web como el parámetro 17, “temperatura”, o podemos leer el parámetro 22, “pérdida de energía”, como pérdida de dinero, o el aumento del área de un objeto en reposo (parámetro 6) como el aumento de conocimiento o el ser como fuerza (parámetro 10), etc. La casilla en la que se cruza la fila correspondiente al parámetro que pretendemos mejorar con la columna correspondiente al parámetro que empeora cuando lo intentamos, responde a la pregunta ¿“cómo mejorar x sin hacer y peor?” e incluye una serie de números, que hacen referencia a los 40 principios inventivos. Estos 40 principios constituyen el motor inventivo de TRIZ. En efecto, hallaremos la solución que buscábamos aplicando a nuestro caso concreto los principios generales sugeridos por la matriz de contradicciones.


   La tabla se pensó como un mural a colocar en los talleres, con la matriz, la lista de los principios y sus explicaciones. El modelo se aviene mal con el tamaño de nuestras pantallas actuales. Afortunadamente hoy día esta matriz existe en multitud de versiones, incluyendo documentos en formato imagen, hojas de cálculo, webs y aplicaciones, tanto gratuitas (incluyendo las adaptadas a la gestión de calidad o al marketing) como de pago. Personalmente siento debilidad por “TRIZ crossover QMS”. Además de fácil instalación en cualquier dispositivo Android, nunca me ha saltado publicidad con ella y ofrece un rango de explicaciones más amplio. Voy a añadir algunas explicaciones sobre cómo funciona, aunque el resto de aplicaciones y páginas webs no difieren demasiado de ella.

   Una vez instalada la aplicación, pulsamos “Start” en la pantalla de inicio.


   Harán bien en repasar todas las posibilidades que se les ofrecen en la pantalla siguiente, pero, de momento, vamos a conformarnos con seleccionar “39x39 Contradiction Matrix”. 



   Ya podemos observar una lista de los 40 principios inventivos. 


   Pulsando en la primera pestaña nos aparecerá la lista de 39 parámetros que se pueden mejorar. 



   Elegimos el parámetro a mejorar en la primera pestaña y en la segunda pestaña el que empeora. 


   Tras pulsar este parámetro, inmediatamente podemos ver una serie de principios coloreados en verde. La intensidad del color hace referencia a la pertinencia del principio en lo que se refiere a la ingeniería, para otras aplicaciones el resalte no resulta orientativo. 


   Pulsando sobre uno de ellos nos aparece el enunciado general del principio.


   Y, a su vez, pulsando sobre esta pantalla, aparecen explicaciones más detalladas que suponen la soluciones propuestas por TRIZ al problema tal y como lo hemos planteado.

   Sólo queda que apliquemos estas explicaciones generales a nuestro problema concreto.

   Recuerde, hablamos de ciencia de la creatividad, así que no tiene que creer que nada de lo que acabo de explicar le vaya a ayudar a Ud. a solucionar de un modo creativo sus problemas. Simplemente, pruebe y ya me cuenta.

domingo, 7 de febrero de 2021

La ciencia de la creatividad (5. Prolegómenos a TRIZ).

   Según Altshuller, únicamente podemos hablar de problemas inventivos si hemos de enfrentarnos a una contradicción. Típicamente se distinguen en TRIZ tres tipos de contradicciones: administrativas, técnicas y físicas. Una contradicción administrativa consiste en detectar el abismo que hay entre las necesidades existentes y las habilidades y los recursos a nuestra disposición. Toda contradicción administrativa revela la existencia en su seno de una contradicción técnica. Las contradicciones técnicas se caracterizan porque existe un parámetro, digamos potencia, cuya mejora conlleva, aparentemente, el empeoramiento de otro, digamos el peso. Si un ingeniero quiere dotar de mayor potencia a un motor, con toda seguridad su primer intento consistirá en aumentar su tamaño, con el consiguiente sobrepeso, lo cual hará que se necesite una mayor potencia para moverlo y una vuelta a la situación original en un círculo sin aparente salida, pero que, con las herramientas típicas de la ingeniería, permitirá una sucesión de mejoras relativas. Existen varios protocolos en TRIZ para solucionar las contradicciones técnicas, de los cuales hablaremos más adelante. Sin embargo, de acuerdo con los textos de Altshuller, una contradicción técnica siempre lleva en su interior una contradicción física y aquí ya no hablamos de algo que mejore y algo que empeore, sino de una situación en la que queremos, a la vez, A y no-A. Las soluciones verdaderamente inventivas provienen de solucionar los problemas a este nivel, porque suponen un salto cualitativo respecto de la evolución que ha habido hasta ese momento. Antes de que sigamos adelante, merece la pena que nos paremos a analizar con mayor profundidad lo que llevamos dicho.

   En primer lugar, por supuesto, el concepto de contradicción. Su uso en Altshuller goza de exquisita ambigüedad. Siempre que no se refiere a contradicciones físicas, resulta indistinguible de “conflicto” y, en sentido estricto, las contradicciones físicas más bien merecerían el calificativo de “lógicas”. De hecho, tras el abandono de la matriz de contradicciones, este segundo sentido se ve fagocitado por el primero, a la vez que el propio término “contradicción” pierde su omnipresencia en los escritos de Altshuller para aparecer únicamente cuando se describe lo que debe considerarse un problema inventivo.

   En segundo lugar, debe quedar claro que hay tres tipos de consideraciones habituales que acaban de quedar excluidas de lo que intenta hacer TRIZ: el ensayo y error, la optimización y el compromiso. El ensayo y error, el modelo típico de aprendizaje del empirismo y/o conductismo, el que hizo de Edison un mito capaz de probar 30.000 materiales hasta encontrar el que podría servir de filamento en sus bombillas, constituye para Altshuller el paradigma de lo que significa perder el tiempo y ralentizar el progreso humano. Como dijimos, TRIZ se propone llevarnos exactamente a un espacio acotado donde se halla nuestra solución. Si hay que hacer más de media docena de intentos para encontrar el modo en que podemos aplicar la solución que nos ha propuesto, debemos pensar que hemos planteado mal las cosas y volver al principio. A Edison, Altshuller lo cita reiteradamente como ejemplo de lo que no hay que hacer. Sólo debemos dedicarnos a besar sapos si utilizamos la excusa de que uno acabará convirtiéndose en príncipe para ocultar nuestra debilidad por el sabor de los sapos. Tampoco se trata de conseguir que un sistema funcione mejor de lo que lo hace, ni se trata de conseguir el justo término entre dos contrarios sacrificando algo por un lado y algo por otro. A diferencia de la síntesis dialéctica, TRIZ no intenta encontrar una amalgama útil de los términos en contradicción que obligaría al desarrollo del sistema porque la contradicción, lejos de eliminarse, sigue presente. La contradicción, como tal, desaparecerá y desaparecerá pese a que nos quedaremos con el máximo de los dos términos en conflicto, consiguiendo así no el motor que nos otorga el máximo de potencia aumentando el peso dentro de los límites tolerables, sino el motor que nos entregará la mayor potencia imaginable sin aumentar ni un gramo su peso. Cualquier compromiso, señala Altshuller, no hace sino trasladar los problemas, sin resolverlos, al futuro.

   Por supuesto, en tercer lugar, TRIZ ha tenido una extensísima aplicación en el mundo de la ingeniería. De ella nació y en ella ha demostrado todas sus potencialidades. Si sus principios constitutivos se hubiesen originado en el estudio de 200.000 patentes, de 400.000 patentes, siempre se podría pensar que hablamos de un instrumento basado en el modo en que los ingenieros se enfrentan con su práctica cotidiana. Pero si sus principios resultan adecuados para explicar cuatro o cinco millones de patentes de todo el mundo y de todos los campos patentables, como se ha demostrado posteriormente, entonces ya no podemos fingir que nos enfrentamos al modo en que los ingenieros tratan de resolver problemas. Altshuller insiste una y otra vez en que TRIZ nos ha desvelado el modo en que los seres humanos resuelven problemas, de ingeniería, de marketing, de gestión de empresas, de educación, de la vida cotidiana... Con toda seguridad, Ud. querida lectora, querido lector, tiene problemas únicos, que ningún otro ser humano ha tenido jamás, seguro que trabaja en un campo profesional muy peculiar, con características únicas, que hace inservible cualquier procedimiento general. Pero, ¿a cuántos de sus problemas personales o profesionales se aplican estas afirmaciones? ¿A todos? ¿seguro que no tiene ningún problema que ya han tenido cientos de seres humanos con anterioridad? ¿que no se enfrenta a contradicciones que ya se han resuelto en otros campos del saber, en otros países, en otras vidas? Desde luego, sólo hay una persona en el mundo llamada Tajay Gayle que en el año 2019 lograra una marca de 8,95 metros en salto de longitud. No hay nada que TRIZ pueda aportarle en este sentido. Pero, si Gayle quisiera acercarse al récord mundial de salto de longitud, ¿no se enfrentaría al mismo problema que nuestro ingeniero, que quería fabricar un motor más potente que no pesase más? De hecho, ¿nunca ha tenido el problema inverso, conseguir bajar unos kilos sin quedarse como sin fuerzas, sin energía? A esto, precisamente, se le llama el “prisma TRIZ”: buscar una formulación general para nuestro problema y lograr entonces su encaje con uno de los modelos de problema reconocido por alguno de sus protocolos. De un modo inmediato, TRIZ nos conducirá a una de las soluciones generales que a lo largo de las décadas, inventores de todo tipo han dado a ese problema de carácter general. Todo cuando tendremos que hacer entonces consistirá en adaptar esa solución general a nuestra situación concreta y nuestro problema habrá desaparecido.