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domingo, 3 de julio de 2016

Europa, año cero

   Me he pasado cuatro entradas viajando por el mundo de las ideas porque cuando me fui no parecía ocurrir nada o, por lo menos, nada nuevo y no me gusta repetirme. Ahora que he vuelto todo el mundo me dice que han pasado muchas cosas, que se han producido acontecimientos históricos y que el mundo ha cambiado. Lo dudo mucho. Verá, si es Ud. español y ya ni se da cuenta de cuando le aparecen canas nuevas, recordará a un torero llamado Curro Romero. Desde que figura en mi memoria era el torero que participaba en más festejos a lo largo del año. Levantaba pasiones, había quien lo amaba y quien lo odiaba, pero entre unos y otros agotaban las entradas en cuanto se ponían a la venta. El día en que a Curro Romero le salían su toro, reventaba la plaza, toreaba como ningún otro. Eso sí, tenía que ser un toro como él quería, cuando él quería y del modo en que él quería, esto es, a lo sumo una vez cada dos o tres temporadas. En la mayoría de las corridas le faltaba brazo para alejar la muleta de su cuerpo, hubo algunas en las que se negó a salir del burladero y en más de una ocasión mató al toro pinchándole en la barriga. Lo habitual es que el paseíllo final lo hiciera entre una lluvia de almohadillas y otros objetos arrojadizos. Cuando me dieron la noticia de que se iba a retirar, pregunté: “¿todavía más?” No he podido evitar repetir la misma pregunta cuando me comunicaron que Gran Bretaña había decidido salirse de la Unión Europea: ¿todavía más? La mayor concesión que han hecho los británicos a Europa fue adoptar el sistema decimal en lo referente a las monedas. Todo lo demás tuvo que contar siempre con la excepción británica, tan apegados a sus fueros y sus costumbres. Cada vez que Europa ha intentado avanzar, aunque sea mínimamente, por el camino de una mayor integración, ha tenido que vérselas con la obstinada oposición británica, cada vez que se ha intentado abandonar el camino marcado por Washington, los británicos han estado ahí para torpedear tales intentos, cada vez que se ha dado un paso ridículo por hacer de Europa algo más que un simple mercado, Gran Bretaña ha mostrado sus garras para defender su insularidad. La única razón por la que ha permanecido hasta ahora en la Unión Europea ha sido porque en ella estaba Francia, su eterno rival y enemigo, con la que le unen odios ancestrales. 
   La Unión Europea constituye el objeto del 44% de las exportaciones del Reino Unido; uno de cada cinco empresarios británicos está dispuesto a deslocalizar su negocio con algo tan simple como saltar el Mar de Irlanda e irse a Dublín; alrededor de 1,2 millones de británicos residen en la Unión Europea, entre ellos más de sesenta mil jubilados en España, y unos tres millones de europeos residen en las Islas, entre ellos el 14% del total de su personal sanitario (unas 130.000 plazas que tendrán que cubrir de alguna otra manera); el viejo truco de operarse en España durante las vacaciones porque en Gran Bretaña el seguro no cubre ese tipo de intervenciones se acaba; problemas zanjados, como la independencia de Escocia, el conflicto de Irlanda del Norte o el estatus de Gibraltar, se reabren ahora con fuerza; el cisma se convierte en el horizonte de los dos partidos mayoritarios, mientras los extremistas del UKIP avanzan; los incidentes racistas de multiplican con objetivos que no se restringen a los ciudadanos europeos, africanos, asiáticos, miembros de la Commonwealth en general se ven ahora afectados, mientras los tabloides sensacionalistas, que tanta culpa tienen de todo esto, callan; han sido los mayores quienes han decidido el destino de sus jóvenes los cuales, por otra parte, no fueron a votar... ¿Estos son los logros que querían conseguir saliéndose de la UE? ¿Esta es la democracia que los británicos quieren defender frente a la burocracia de Europa? ¿la democracia en la que se vota con el corazón y no con la cabeza? ¿la democracia en la que sólo se defiende una de las posturas ante un referéndum porque quien defiende la otra lo hace con la boca pequeña y mirando hacia otro lado para que nadie lo identifique? ¿La democracia de Eton?
   David Cameron, al que no pocos historiadores apodarán “el tonto”, ha dicho algo enormemente sensato: la culpa del Brexit la tiene Europa. Es verdad, la culpa es de Europa, no hemos debido dejar que se fueran, deberíamos haberlos echado en el momento mismo en que Margaret Tatcher paseó su bolso euroescéptico por Bruselas. A ella y no a los húngaros o a los polacos, habría que haberle dicho que ya no hay lugar para fascistas en Europa y que jugase con las reglas de todos o se fuese. No se hizo y hemos llegado a esto. Ahora los británicos quieren irse pero sin marcharse, abandonar la UE pero sin dejar de estar en ella, acceder al inmenso mercado continental pero levantando murallas en sus fronteras. Sí, puede que, después de todo, estemos ante un momento histórico, pero no porque los británicos se hayan ido, sino porque, por fin, el resto de europeos podremos avanzar en la construcción de este proyecto único en la historia llamado Europa. Mucho me temo, sin embargo, que no nos lo van a permitir. Lo que ha ocurrido en Gran Bretaña va a crear toda una escuela de epígonos, de esos que aman las alambradas, las cámaras de vigilancia y las torretas con ametralladoras. Probablemente han descubierto el más terrible secreto guardado en el corazón mismo de nuestras democracias. Y es que, la razón por la cual se permitió que el poder residiera en el pueblo, no radica en la bondad de nuestros gobernantes, ni en el progreso de la razón ilustrada, ni en todas esas excusas que rezuman nuestros libros de historia. Se permitió que el poder residiera en el pueblo porque se descubrió lo extremadamente fácil que es hacer que el pueblo quiera lo que sólo le interesa a unos cuantos, en particular, a unos cuantos políticos que prefieren ser gobernantes en un país arruinado antes que ciudadanos corrientes en un país próspero.

domingo, 9 de marzo de 2014

Crimea (otra vez)

  No me convenció mucho Empire Earth. Se trataba del típico juego de civilizaciones que comenzaba con la Edad de Piedra y terminaba en nuestros días. Lo más interesante de él es que uno apostaba un cavernícola con su garrote para impedir que los enemigos se infiltrasen por una colina y acababa teniendo una unidad de tanques que hacía exactamente lo mismo en el mismo sitio. Hay zonas del planeta que han sido regadas una y otra vez por la sangre de diferentes generaciones. De aquí nace la geoestrategia, a la que podemos definir fácilmente como el arte de tropezar mil veces en la misma piedra. Obviamente, este arte no existiría sin gobernantes tan ignorantes, tan cortos de luces o tan idiotas como para no darse cuenta de que van camino de tropezar donde tantos otros lo hicieron. Crimea es una piedra de esta naturaleza.
Hemos de recordar que Rusia nació como un país que, esencialmente, carecía de salidas hacia mares navegables. Uno de los ejes de su política expansiva fue encontrar puertos viables en el Pacífico y en el Mar del Norte. Faltaba, cómo no, ese mar con imán que parece ser el Mediterráneo. Quedaba lejos, así que tan pronto como finales del siglo XVIII, los rusos fijaron sus ojos en la península de Crimea. Quien controlase Crimea controlaba el Mar Negro y a quien controlase el Mar Negro sólo un estrecho lo separaba del Mediterráneo, estrecho, eso sí, en manos de los turcos. 
  A mediados del siglo XIX el imperio otomano era un gigante con pies de barro, sostenido, más que por sí mismo, por Inglaterra y Francia. Rusia apenas si podía contener las ansias de expandirse a su costa. Aludiendo a la defensa de la fe ortodoxa las tropas zaristas invadieron Moldavia y Valaquia. Las potencias europeas, que veían tales afanes expansionistas con preocupación, respondieron lanzando un ejército contra Crimea. En realidad, ni unos ni otros querían una guerra y ésta tuvo lugar más por la falta de imaginación a la hora de encontrar un acuerdo capaz de satisfacer a todas las partes, que por los deseos bélicos de unos y otros. La propia guerra fue un despropósito. La coalición británico-franco-turca-piamontesa se las vio y se las deseó para establecer una cabeza de puente en Crimea. Las tropas que sitiaban Sebastopol no pudieron acudir a la batalla de Balaclava porque el general al mando se negó a interrumpir su muy inglés y flemático desayuno. Durante esta batalla se ordenó a la caballería británica cargar contra la artillería rusa, la cual estaba en una posición, ligeramente ventajosa. De hecho, estaba guarecida tras un valle rodeado por colinas tomadas por las tropas del zar y a su retaguardia aguardaba tranquilamente el grueso de la caballería cosaca. La famosa Carga de la Brigada Ligera (o “cabalgada al infierno”) fue una de las muchas carnicerías de esta guerra.
  Han pasado 160 años de aquellos hechos y las cosas han cambiado mucho. Ahora tenemos a unos funcionarios europeos que cuando les dan el plantón, en lugar de poner la cara de póker que hemos puesto todos en esa situación, utilizan el documento que se iba a firmar como bandera con la que unificar a los opositores al presidente ucraniano. Tenemos a un presidente ucraniano que negocia con la UE y acaba firmando con Putin. A un Putin que no duda en invadir un país vecino y proclamarse, como el zar en 1850, protector de todos los rusos, cuando, en realidad, lo único que le importa, son sus basesitas en Crimea y demostrar quién la tiene más grande. A una Crimea que decide unirse a Rusia, porque, al fin y al cabo, sus habitantes son rusos, cuando los habitantes originarios de la península son los tártaros que, bajo ningún concepto, quieren estar de nuevo bajo el mandato de un país que los invadió, los utilizó y los deportó. Tenemos a la administración Obama que ha ninguneado a Europa como ninguna administración norteamericana lo había hecho nunca y que, precisamente por ello, tiene ahora que aguantar que los rusos les mojen la oreja con amenazas y bravatas de todo género. Tenemos a una Canciller alemana, cual Chamberlain, negociando la futura estructura de Ucrania con los rusos como si Ucrania fuera ya tan suya como España. Tenemos a la city londinense, a “expertos” de toda laya y a la muy democrática prensa occidental advirtiendo que lo más democrático que se puede hacer cuando un matón invade un país democrático es dejar que lo despedace a gusto, exactamente lo mismo que proclamó cuando Hitler despedazó Checoslovaquia. Tenemos a los flamantes dirigentes de esa democracia que de verdad creyeron que no iba a pasar nada por olvidarse de los intereses rusos en su país. Tenemos a un ejército invasor al que, según dicen, los millones que le han llovido encima en los últimos años, han hecho de él algo mejor que la panda de presidiarios que arrasaron con todo en Chechenia bajo el mando del general Eristoff™. Y, por encima de todo, tenemos a dos ejércitos apuntándose los unos a los otros a la espera de que un soldado más nervioso que la media inicie una contienda que nadie ha querido provocar.
  Si ahora me preguntan Uds. qué debe hacerse, mi respuesta es muy simple: declararle la guerra... pero no a Rusia, sino al rebaño de inútiles que nos han conducido a esta situación.

domingo, 11 de marzo de 2012

Argentinos

   Una de mis lecturas más apasionadas (que no apasionante) de estos días es El pensamiento vivo de Jauretche, del profesor de la Universidad de Buenos Aires, Gustavo Cangiano. Jauretche, agitador intelectual y, al cabo, político peronista, se las apañó para crear un sistema de categorías con el que resultaba poco menos de imposible poner en claro qué estaba ocurriendo en la Argentina de la época. El andamiaje conceptual que utiliza, por ejemplo, para denunciar la brutal separación entre el pueblo llano y las élites políticas e intelectuales es, nada menos, que la dicotomía entre civilización y barbarie. La civilización estaría del lado de los intelectuales de cátedra, de las secretarías generales de los partidos políticos, no importa de qué bando, y de los medios de comunicación en general. De este modo, todas las manifestaciones populares caerían del bando de una nobleza bárbara que Jauretche no pareció cansarse de ensalzar. Si uno pone esto en el contexto histórico del ascenso del peronismo y de los movimientos fascistas, resulta extraño que Jauretche se endemoniara cuando alguien no atinaba a reconocer la verdadera intención de sus escritos.
   Pero, el bueno de Jauretche parece que no se contentó con liar las cosas de este modo. Según Cangiano, su obra está transida por una original metodología mezcla de inducción, relativismo y consideraciones del tipo de que "lo nacional es lo universal desde nuestro punto de vista". La verdad es que original sí que es esta metodología, tanto que yo no he conseguido averiguar cómo demonios puede funcionar. Con ella y con mucho sentido común, ése que, según Descartes, era el menos común de los sentidos, Jauretche parece haber llegado a una especie de epistemología de "los argentinos primero", cuya consecuencia inmediata es la denuncia lo que él llama una "pedagogía de la colonización". A ciencia cierta, no he logrado entender qué es, pero intuyo, que se puede hacer sinónima de "todo aquello que va en contra de mis teorías". La deconstrucción de la misma debe conducir al meollo del pensamiento jauretchiano, esto es, a lo nacional. Este es el momento en que uno ya no puede evitar el esbozo de una cierta sonrisa. ¿Qué puede ser lo "nacional" en un país como Argentina?
   Suele decirse de los argentinos que son italianos que hablan español, visten como franceses, y viven como ingleses. Los que tienen apellido "gallego" llevan a gala la limpieza de su sangre, su autenticidad criolla, aunque lo que de verdad da pedigrí es tener un apellido italiano. Por muy disparatado que parezca, sólo la entrada de España en la Unión Europea les llevó a plantearse que, tal vez, ellos no fuesen tan europeos como pensaban. Pero ese replanteo no duró demasiado. Quizás por eso nadie los puede ver en el resto de Sudamérica. Por lo general, sólo los encontrará sentados en una mesa con otros hispanohablantes si en esa mesa los españoles son mayoría. A nosotros sí, nos resultan simpáticos y próximos. Nos atrae la dulzura de su acento y sus modos europeizantes, especialmente si no los vemos en su salsa. Todavía me acuerdo del ciclo de cine argentino que echaron una vez por La 2 de Televisión Española. No conseguí enterarme de nada durante las seis primeras películas. Ellos suelen decir que las películas "en gallego" deberían llevar subtítulos "en argentino". Pero hay más motivos por los que los argentinos nos caen bien. No es el de menor importancia que hicieron el reparto de riqueza que los españoles siempre tuvimos en la cabeza: el oro y la plata para nosotros y el plomo para los habitantes originarios del país (y para todos los que acabaron por asimilarse a ellos, como los gauchos).
   Desde luego, lo de Jauretche tiene gracia. Precisamente, uno de los problemas clave de Argentina, como del resto de Sudamérica, es el de su identidad nacional. A diferencia de los galeses, de los catalanes o de los Steelers, el único principio unificador de los diferentes Estados americanos es el conjunto de azares históricos que han llevado las cosas hasta donde están. Más que por naciones, América está constituida por barcazas a las que se han ido subiendo náufragos de las más distintas procedencias. Por mucho que pueda pesarnos, el país que ha sabido apañar algo funcional con todo ello han sido los EEUU, sustituyendo los identificadores de cada cultura por estándares mercantiles. Es esto lo que permite que judíos, noruegos y senegaleses sigan comiendo su pan tradicional, siempre que se puedan fabricar todos con las mismas máquinas. El intento de imponer este modelo en Europa sólo puede conducir a nuestro empobrecimiento porque lo que ha hecho de Europa algo de mediano interés es, precisamente, la ciencia, el arte, la pluralidad lingüística y demás intangibles culturales. Pero nos hemos alejado del tema.
   El caso es que Jauretche critica la manía de los intelectuales argentinos por importar modelos explicativos europeos que poco o nada tienen en cuenta la realidad de las tierras australes. Es una crítica certera, si bien, me parece a mí, la razón de por qué lo es, se halla más en la propia idiosincrasia argentina que en los ideales colonialistas de (y ésta es otra)... ¿la Europa del siglo XX? ¿Inglaterra? ¿Alemania? ¿España? ¿Todas ellas de consuno? Sea como fuere este nacionalismo sin nación, que, más bien, es populismo, conduce inevitablemente a Jauretche a su antiimperialismo. El antiimperialismo es algo que nunca está mal... si no es anti-imperialista. Para empezar, ser anti-imperialista debe ser algo así como lo que decía Nietzsche, anteponer un "no" a lo que dicen los otros. Yo me imagino a muchos antiimperialistas esperando ver qué partido van a tomar los EEUU para alzar violentamente la voz de su oposición. Detesto los imperios casi tanto como las fronteras, pero ya lo he explicado, no creo que haya que criticar siempre a los que mandan. Mientras trabajamos para que desaparezcan los imperios, tratemos de condicionar los existentes por una simple terapia conductista. Porque, por otra parte, las épocas sin imperio, como el comienzo de la Edad Media, tampoco parecen especialmente gloriosas.
   Tomar las cosas como suelen hacen los antiimperialistas, conduce a tesituras en las que el propio Cangiano parece haberse visto atrapado. Para muchos antiimperialistas, los EEUU son una especie de rey Midas del mal que convierten en perverso todo aquello que tocan y, eo ipso, cualquier cosa que va contra el imperio es buena, incluyendo los atentados y asesinatos. El resultado es que condenan con el mismo énfasis el golpe de Estado contra Allende y los ataques contra Milosevic. No creo que las cosas sean buenas o malas por quién las hace. Por lo mismo, también me parece inocente pretender que un imperio deba transformarse de la noche a la mañana en un ser angelical que hace el bien y no pretende cobrar nada por hacerlo. Al fin y al cabo, si los EEUU arriesgan sus tropas en Somalia o en Yugoslavia, es lógico que reciban algo a cambio. Otra cosa, naturalmente, es que se ahorque a un dictador (otrora fiel aliado) por el único motivo de arrebatarle su petróleo, dejando por el camino un país sumido en la guerra civil.
   En cualquier caso, queda muy claro que Jauretche, como el propio Cangiano, consiguen lo que quieren, no dejar indiferente a nadie, provocar, exigir una respuesta. Y eso, en esta adocenada época de panes y futbolistas, siempre es algo de agradecer.

jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Más Europa, es la guerra!

   Lo he ido insinuando por aquí y por allá, pero quiero decirlo con todas las letras: creo en Europa, creo en la vieja, decadente y burocratizada Europa. Si consultan con cualquier experto, discrepará mientras sonríe complacientemente. Les hablará de la potencia China, del imperio americano al que, aunque en crisis, todavía le queda mucho por colear, les mencionará que el número de patentes europeas desciende año tras año, incluso puede que les hable de la India o Brasil. Desconfíen. Probablemente será el mismo experto que puso por modelo a los "tigres asiáticos" hasta el mes antes de que se derrumbaran, el mismo que renombró a Irlanda como el "tigre celta" y que no se enteró de nada de lo que estaba pasando en Grecia hasta que fue tarde. Es cierto que las patentes europeas van disminuyendo progresivamente, pero también lo es que los científicos norteamericanos envidian proyectos como el LHC. Saben que en Europa es más fácil conseguir fondos para ciencia "pura" y temen que, a medio o largo plazo, eso suponga una ventaja estratégica. En cuanto a la India, ha progresado de modo asombroso, desgraciadamente le queda mucho para llegar a ser una potencia de índole mundial. Y, por supuesto, está China, que crece a un ritmo del 9% anual, mientras Europa no consigue pasar de un raquítico 2%. Lo que no se suele mencionar es que China necesita crecer a porcentajes de dos cifras para crear empleo y, creciendo a porcentajes de dos cifras es casi imposible evitar la inflación. Esta es una palabra de resonancias bíblicas en China. La inflación derivada de un patrón monetario fijado a la plata fue lo que desencadenó las turbulencias que culminaron en la guerra civil y el triunfo del Partido Comunista. Nadie mejor que ellos sabe que la inflación tumba gobiernos. Combinar creación de empleo con dominio de la inflación, desarrollo de las "zonas especiales" con el mantenimiento de la mayor parte de la población dedicada a la agricultura, no es un reto menor. Claro, que si estuviésemos hablando de Europa, sería una fruslería.
   Hagamos un poco de historia. En 1648 termina la Guerra de los Treinta Años. Para nosotros, seres medicalizados, es difícil imaginar la catástrofe que supuso esta guerra. El hambre, las enfermedades, que no los combates, dejaron despoblada centroeuropa. En buena medida, la guerra termina porque la escasez de habitantes ha dejado a los contendientes sin recursos económicos. Países en cuyo suelo no se combatió, como España, inician un declive del que ya no saldrán. Para cualquier región del mundo, la historia hubiese acabado aquí por unos cuantos siglos. Sin embargo, en esta guerra participa Descartes. Leibniz, Newton y Leeuwenhoek, entre otros muchos de una brillante generación de científicos y matemáticos, ya están en el mundo cuando termina. El siglo XIX se inicia con el ciclo de guerras napoleónicas. En 1848, las revoluciones románticas ponen de manifiesto que los problemas iniciados por ellas no han terminado. Pues bien, Hegel escribe su Fenomenología del Espíritu mientras oye los cañones de Napoleón a las puertas de Jena. Antes de que termine el siglo, Europa acaba de hacer una aportación a la humanidad que, para bien o para mal, lo cambiará todo: la revolución industrial. No contenta, el nuevo siglo lo inicia, otra vez, con una guerra. Aunque no es muy destructiva desde el punto de vista militar o económico, se lleva por delante una generación de jóvenes en los campos de Verdún o el Somme. Una década después, ya está alcanzando su madurez una nueva generación de científicos brillantes, la de Einstein o Heisenberg. Como todos estos retos parecían pequeños, decidimos hacernos el harakiri. 1945 es el año cero para Europa. No ha quedado nada en pie de lo que fue, ni militar, ni económica, ni arquitectónica, ni moralmente hablando. Devastada, medio hibernada por culpa de una guerra fría, veinte años después está asombrando al mundo con una revolución en la cultura de masas. Salimos de nuestro estado de hibernación a finales de los ochenta y todavía hay quien se asombra de que tengamos las articulaciones rígidas.
   "Bueno, se me dirá, todo eso es historia, el futuro..." El futuro es brillante. Como se decía en el filme del majadero de Lars von Trier, esto es Europa y aquí todo el mundo ha traicionado a todo el mundo. No sólo nos hemos traicionado, nos hemos peleado, combatido, humillado, violado y exterminado de todas las maneras que cabría imaginar. En cualquier otro lugar del planeta eso hubiese significado la perduración de odios atávicos. En Europa nos ha hecho llegar a la conclusión de que es hora de intentar lo que nunca antes habíamos intentado: entendernos y convivir. Países sin una tradición cultural, sin un idioma, sin una política común, han decidido crear un proyecto de Estado.
   Un amigo mío que no es hermeneuta, me planteó una cuestión digna de tal: "¿cómo voy a compartir yo cosas con un granjero escocés? ¿qué tengo yo en común con un granjero escocés?" Pues ésa es la gracia de toda esta historia. Como han demostrado los chats, los foros y demás, con quien estamos dispuestos a compartir cosas es con quien no tenemos nada que ver, aunque sí posibilidades de comunicarnos. Con quien lo tenemos todo en común, lengua, cultura, costumbres y normas de comportamiento, es con nuestro vecino de al lado, ése al que no podemos ver ni en pintura y al que, por no comunicarle, ni siquiera le damos los buenos días. Al nivel de países, un caso que a mí me resulta particularmente triste es el de Iberoamérica. Desde río Bravo a Tierra del fuego, una pluralidad de pueblos comparte un idioma y un bagaje cultural común (por mucho que pueda considerarse que fueron impuestos). ¿Para qué les ha servido? Pues, hasta ahora, desgraciadamente, para que se entiendan sin problemas cuando se insultan. Bolivia perdió su acceso al mar a resultas de la Guerra del Pacífico (o del guano o del salitre) en 1883. El tratado de paz entre ambos países tardó 21 años en firmarse. ¡¡Y el artículo correspondiente en la Wikipedia todavía está sometido a discusión!! Por lo que tengo entendido, a los niños bolivianos se les sigue inculcando el odio a Chile como si la guerra hubiese terminado ayer.
   En esta Europa en la que no compartimos lengua ni cultura, tenemos un país llamado Polonia. No es que le hayamos quitado su salida al mar, es que nos lo hemos repartido un par de veces. Prácticamente todas las sagradas tierras de nuestros padres fueron holladas por botas francesas y la inmensa mayoría también por botas alemanas. ¿Inculcamos el odio al vecino en nuestros hijos? ¡Hombre, la verdad es que ganas no nos faltan! Pero, en lugar de eso, los europeos han creado las becas Erasmus. Mediante ellas, miles de estudiantes europeos pasan seis u ocho meses en universidades de otro país. Es el mayor instrumento de integración jamás puesto en marcha. Ha contribuido, de modo fundamental, a fomentar no ya el entendimiento o la comprensión, sino el amor entre los pueblos... o, por lo menos, el sexo. Y es que, seamos francos, nuestra opinión acerca de otro país mejora sensiblemente cuando uno consigue, por fin, echar un buen polvete en él (aunque sea con nuestra/o novia/o de toda la vida). Si de verdad se quiere consolidar la integración en Iberoamérica, en lugar de grandilocuentes discursos, haría falta generalizar unas becas de este tipo. Aunque no es preciso ir tan lejos. Nada contribuiría más a la unidad de España que unas becas Erasmus internas. Estudiantes de Sevilla podrían ir becados al País Vasco, Cataluña, Canarias o Galicia y todas las viceversas posibles. Con un instrumento de este género, la rémora de los nacionalismos (vasco, catalán, gallego, canario, español, etc.) que llevamos arrastrando más de dos siglos, desaparecería de nuestras vidas tan rápido como suelen hacerlo los preservativos usados. Pero, claro, políticamente no interesa.
   Llegamos así a la razón por la que tengo que creer en el proyecto Europa: detesto las fronteras. Nadie ha matado más gente ni ha causado más infelicidad que el tipo que las inventó. Se pueden argumentar muchas cosas a favor de ellas. Yo entiendo algunos de esos argumentos, pero nada me evitaría ser feliz si me diesen una goma con la que borrar de los mapas todas las fronteras. Por eso, un proyecto que pretende anular las fronteras entre 27 ó 30 países, las fronteras por las que tanta sangre se ha vertido, sólo puede contar con mi más caluroso y entusiástico apoyo. Y de nada me sirve que se me argumente que esta Europa es la Europa del capital o la Europa de los políticos. Ambos son argumentos que implican un error deductivo. Si se dice que ésta es la Europa del capital, se están presuponiendo los planteamientos marxistas. Leyendo detenidamente a Marx uno encontrará que, según él, el capital se mueve de modo contradictorio y anula las fronteras a la vez que las reconstituye. Pero cuando Marx dice eso, está simplemente, describiendo una situación. Lo que el proletariado debe hacer es aprovechar ese carácter contradictorio del capital en su propio beneficio. En lo que a nosotros se refiere, decir que ésta es la Europa del capital es, en realidad, un argumento para participar en ella y aprovechar los resquicios que ofrece para transmutarla en otra cosa.
   Aún más grave es el oxímoron que pasa por rechazar el proyecto de construcción europeo como un proyecto "de los políticos". En efecto, esta afirmación revela una grave contradicción en nuestras ideas. Por una parte, asumimos que el nivel de estulticia en la sangre de los políticos es bastante más alto que en la población en general. Por otra, nos oponemos a hacer lo que los políticos nos piden porque consideramos que siempre favorecerá sus intereses, dado que son... ¿muy inteligentes? Si, efectivamente, son tontos, desearán cosas que, en realidad, están lejos de favorecerles. Comprobar que es ésta, precisamente, la situación, es fácil, basta con observar el rictus que se les queda a nuestros gobernantes, empezando por Frau Merkel y Herr Schäuble, cada vez que se menciona en su presencia la palabra "eurobono".

domingo, 4 de septiembre de 2011

Lecciones de una crisis

   La verdad es que Bienvenido Mr. Chance, película protagonizada por Peter Sellers en 1979, me aburrió soberanamente. Contiene, sin embargo, una lección que debería figurar en el frontispicio de las facultades de economía de todo el mundo. El Sr. Chance, jardinero analfabeto que sólo conoce la vida por lo que aparece en televisión, acaba teniendo una conversación con el presidente de los EEUU. Para burlarse de él, éste le pregunta qué opina de la situación económica. La respuesta del Sr. Chance es algo así como que en otoño las hojas de los árboles se caen, en invierno todo parece estar muerto, pero luego llega la primavera y las plantas vuelven a florecer. El presidente se queda perplejo y le contesta que es la opinión más favorable que ha recibido nunca de su política económica. Es, desde luego, una gran lección de economía política. El crack bursátil que nos aguarda a dos años vista, marcará el invierno de esta crisis que vivimos. Después, volverán las lluvias de primavera, el calorcito y con ellos, las flores. Y volverán los expertos, esos que ahora nos dicen que vivimos un cambio de era, a vaticinar un sempiterno crecimiento iniciado sobre bases sólidas y estables. No estaría de más que entonces nos acordemos de las lecciones que nos está enseñando esta crisis, que son muchas y muy provechosas, tanto que deberíamos llevarlas marcadas a fuego en la piel.
   La primera de ellas, es que nuestra Constitución no es un andamiaje oxidado, que sirvió en su momento, pero se ha quedado anticuada. Esta crisis nos ha dejado claro que nuestra Constitución es tan sabia, que contiene los elementos necesarios para reformarla. Y que para reformarla, no se tiene que dar ningún fantástica confabulación de astros o una larguísima y fundamentada reflexión. De hecho, ni siquiera hace falta el consenso. Simplemente, hay unos procedimientos establecidos. Si se cumplen, se la pueda modificar y modificar en el sentido que se quiera. En consecuencia, no se le puede esgrimir a ninguna de las nacionalidades que componen este país, que su proyecto no tiene cabida en la Constitución. No lo tiene si no hay voluntad política para que no lo tenga. Porque si hay voluntad política, se puede cambiar la Constitución para que todos tengamos cabida bajo ella.
   La segunda es que una reforma constitucional no tiene que ser para siempre, ni por muchos años, ni siquiera duradera. Recordemos, los que han establecido el tope de déficit que va a figurar en nuestra Constitución, son los mismos que hace algo más de tres años decían que no había crisis y que, caso de haberla, ésta era psicológica. De hecho, son los mismos que vaticinaron una duración de la crisis de un año, máximo de catorce meses. ¿De verdad hemos de creer que ha venido a iluminarlos el Espíritu Santo de las finanzas para que, ahora sí, acierten con la cifra justa y necesaria?
   La tercera es que hubo un señor llamado Karl Marx, que, a lo mejor, no se lució mucho ideando modelos de sociedad, pero que caló hasta lo más hondo la naturaleza de nuestras democracias burguesas. Lo que no pudieron hacer los ochocientos muertos de ETA, lo que no pudo hacer el plan Ibarretxe, lo que no pudo hacer un gesto en favor de la igualdad de género como era la modificación de la línea de sucesión en la corona, lo que era imposible hacer para satisfacer cualquier proyecto político, lo ha logrado fácilmente el poder económico de unos mercados cuya opinión está por encima y, en muchos casos, en lugar de la opinión de los ciudadanos. Después hay quienes preguntan qué significa el lema "democracia real, ya". Bueno, pues muy fácil, es lo mismo que decir: "de esto, ¡basta ya!"
   La cuarta es que PP y PSOE, izquierda y derecha, el dóberman y la socialdemocracia, en lo fundamental, están total y absolutamente de acuerdo. Sin duda, hay matices, modos de presentar las cosas, actitudes, que diferencian a determinadas alas de un partido de determinadas alas de otro. Incluso, estoy dispuesto a admitir, que existen diferencias entre ellos si se trata de despilfarrar el dinero de las arcas públicas cuando éste corre a raudales. Hasta ahí llegan las diferencias. Cuando se trata de afrontar una crisis, cuando el dinero escasea y los fondos se agotan, la socialdemocracia es pura palabrería y todo lo que queda es el liberalismo neoconservador que riega las venas tanto de unos como de otros.
   La quinta es que ese pilar del "estado del bienestar" que es la sanidad, no está ahí para mejorar la salud de los ciudadanos, ni siquiera para mejorar su capacidad productiva. Puede observarse cómo, todos los debates en torno a la misma, son debates puramente mercantiles. La salud es una mercancía regida por los dictados de una industria que sólo quiere que consumamos cantidades progresivamente incrementadas de sus productos. Cuántos pacientes van a ser atendidos por un ATS en las noches de un hospital, cuántos enfermos se van a morir en las salas de espera de las urgencias, cuántos diagnósticos erróneos se van a producir por la saturación de las consultas, son asuntos cuya importancia se diluye ante la gran cuestión: cuánto va a dejar de ganar la industria farmacéutica si se siguen aplicando recortes en sanidad.
   La quinta es que a nadie le importa un comino la educación. No le importa a nuestros políticos que son lo suficientemente estúpidos para considerarla desde una perspectiva exclusivamente económica. La sangría de dinero público que se va en ella les escandaliza por la sencilla razón de que sus resultados no se podrán mostrar antes de las próximas elecciones. No le importa al conjunto de administraciones públicas, a las que sólo le interesa la publicidad de un curso que "comienza con normalidad" y la foto de consejeros regalando ordenadores portátiles a niños que están hartos de manejar modelos mucho mejores en sus casas. No le importa a los padres y abuelos de esos niños, que celebran el látigo de siete colas aplicado a los profesores porque, en este país, los que logran algo por su esfuerzo, como aprobar unas oposiciones libres, es que "han tenido mucha suerte".
   La sexta, que dejaremos como última, es que nadie debe temer que haya "más Europa", que la política fiscal escape de las manos nacionales o que sea terrible no poder hacer los presupuestos generales del Estado sin consultar con otros países. Ni siquiera debemos temer que "nos intervengan". Ya estamos intervenidos. Nos gobiernan desde fuera, son otros países, otros gobiernos, los que toman las decisiones acerca de lo que debemos hacer. Es el precio que pagamos por haber aceptado que "gobernar también es improvisar".