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domingo, 11 de noviembre de 2012

El perroflautismo, una enfermedad contagiosa

   Hay enfermedades que han marcado épocas enteras. Fue el caso de la peste, de la tuberculosis, de la sífilis y del SIDA. El perroflautismo va camino de convertirse en la enfermedad de la nuestra. Los síntomas son bien conocidos. El sujeto que la padece desarrolla multitud de intolerancias y alergias, reaccionando con virulencia ante la policía, las órdenes, el trabajo y todo lo que huela a valores establecidos. Es una enfermedad típica de jóvenes y suele desarrollar en ellos ese característico gusto por las rastras, las flautas y los perros que le dan nombre. Más que un piso, una cuenta corriente y una hipoteca, estos jóvenes aman el nomadismo. Es bien conocido que todo imperio tiene como subproducto suyo una serie de pueblos nómadas que viven en su frontera exterior y/o en el interior de sus territorios. Son siempre lo otro, los no sometidos al sistema, aquello contra lo que hay que combatir y que, precisamente por eso, acaban por servir para que el imperio defina sus límites. Como tales, no son lo contrario a él, sino, precisamente, una de sus partes constitutivas, por lo que la presencia de estos perroflautas en las plazas públicas, en las calles, en las fiestas de los pueblos, no dejaba de ser una anécdota.
   Un día, unos opinadores profesionales de esos que llenan las radios españolas (¡si Platón levantara la cabeza!), ante la evidencia de que sus oyentes habían dejado de seguir las consignas predigeridas que acostumbraban poner en sus cabezas, diagnosticaron un perroflautismo generalizado en las manifestaciones populares del 15 M. Cierto que en ellas no sólo había jóvenes, no se escuchaban flautas y los perros brillaban por su ausencia. Sí había un regusto contra lo establecido, ese juvenil aire de querer cambiar las cosas, un deliberado intento de anteponer las personas a las cifras, las ideas a las monedas, la decencia a la conveniencia. Se trataba, desde luego, de la mutación del agente patógeno original, una mutación que lo convertía en mucho más peligroso. Primero porque se difundía de un modo exponencial por las calles y las redes sociales. Segundo porque ya no afectaba a grupúsculos nómadas, cualquiera podía resultar contagiado.
   Desde entonces, la lista de enfermos de perroflautismo no ha hecho más que incrementarse, produciendo un impacto social cada vez más grande. Ha habido de todo: sindicatos policiales, familias enteras que acudían a las manifestaciones como si fuesen fiestas, economistas, desde premios Nobel como Joseph Stigliz a peces gordos de Intermoney como José Carlos Díez... El 25 de septiembre vimos algo difícil de olvidar. Los usuarios de la estación de Atocha en Madrid sufrieron un súbito contagio a resultas del cual se lanzaron a golpear salvajemente las porras de los antidisturbios con sus cuerpos. El último colectivo que ha resultado afectado ha sido el de los jueces. Ya hemos mencionado en este blog el caso del juez Pedraz, que ha sido para esta enfermedad lo que Rock Hudson fue para el SIDA. Más recientemente, un vocal, por lo demás, conservador, del Consejo del Poder Judicial, reconocía públicamente ser un afectado al pedir en un informe, nada más y nada menos, que cambios en las leyes sobre desahucios para proteger a los más desfavorecidos. Después, hemos sabido de jueces a los que "les pica la toga", de decanos del mismo cuerpo que piden por escrito el cambio de la ley, de sentencias que buscan resquicios en el marco legal existente... Es una demostración palpable de hasta qué punto es peligrosa esta enfermedad.
   Las leyes para facilitar el desahucio de los propietarios de una vivienda parecen ser uno de los pilares centrales de la convivencia y el buen orden en nuestro país. Lo demuestra el hecho de que tienen más de un siglo de antigüedad. Ni la República, ni Franco, ni los sucesivos gobiernos democráticos, por mucho que se proclamaran "de izquierdas", han alterado una sola coma de ella, no vaya a ser que los españoles lograran sacudirse los pesados grilletes de las hipotecas, que mantienen sus pies bien pegados al suelo. Hace unos meses, ese ejemplo de simpatía y buen humor que es el Sr. de Guindos, sufrió un leve episodio de perroflautismo y lanzó un manual de buenas prácticas para las entidades financieras en el que les pedía un poco de consideración. Afortunadamente para los hombres de bien de nuestra patria, se recuperó pronto y, desde entonces, no ha movido una ceja ni por los ciudadanos que se han tirado por el balcón cuando las fuerzas para mantener la seguridad del Estado (de cosas), es decir, la policía, acudía a echarlos de sus casas.
   Lo último es todavía peor. La enfermedad ha llegado a Europa. Nada menos que la Comisión Europea ha hecho saber al gobierno español que los propietarios que no pueden afrontar el pago de una hipoteca son, ante todo, clientes de una entidad, no delincuentes, y que en el corazón mismo de la legislación europea está el hacer, por lo menos, como si se protegiese a los débiles de los todopoderosos.
   Los políticos españoles, que empiezan a sentirse como los protagonistas de The Walking Dead, rodeados de enfermos por todas partes, han decidido que, lo mejor para escabullirse, es hacer como si ellos también estuviesen afectados. Ahí tenemos el bonito espectáculo del PPSOE, mostrándose como lo que son, una panda de medradores, que no dudan en salvarse la cara unos a otros, porque tienen intereses comunes, pactando una ley que no soluciona nada, pero disimula un montón. Semejante mendacidad no podía dejar de tener émulos y CiU ya ha anunciado su intención de subirse al carro, por el bien de los ciudadanos, claro. Lo que no está tan claro es por el bien de qué ciudadanos, los que no tienen para pagar una hipoteca o los que se están enriqueciendo con el sufrimiento ajeno. En cualquier caso, quede como quede la ley, difícilmente va a impedir que el perroflautismo se siga extendiendo.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Portugal

   España limita al Norte con Francia, al Este con el Mediterráneo, al Sur con Marruecos y al Oeste con una cosa que todos sabemos que está ahí, pero que nadie conoce. Si uno analiza el turismo español, encontrará que, tradicionalmente, ha habido más afluencia a la lejana y cara Praga que a Lisboa. Ud. dice: "he pasado unos días en Lisboa" y la gente le mira raro, como si, repentinamente, se hubiesen acordado de la existencia de una remota ciudad con ese nombre. En las hermosas tierras lusitanas, encontrará numerosos portugueses que hablan español o, al menos, una versión suavizada y sin acentos de su lengua, versión ésta a la que se conoce como "portuñol". ¿Cuántos españoles hablan portugués? Ni uno. Bueno, es mentira, yo tengo un primo que estudió portugués, pero eso sólo demuestra lo raros que somos en mi familia. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Nos inculcan con cinco años que nuestra lengua la hablan 300 millones de personas y que es un idioma en expansión, así que los niños ven inútil aprender inglés, alemán, chino o cualquier cosa parecida. Ahora las cosas están cambiando, las familias se pirran porque sus hijos estén en un colegio bilingüe y dominen el inglés antes de saber leer. En cualquier caso, sigue habiendo algo pacato en nuestra mentalidad. Hablar idiomas significa hoy hablar inglés. ¿Para qué aprender varios idiomas si con el inglés se puede ir a todas partes? Pero me estoy desviando del tema sobre el que quería escribir.
   Portugal es un país lleno de encanto, con ciudades maravillosas, playas preciosas (aunque de aguas heladas) y una dulce melancolía que lo envuelve todo. Los portugueses son gente humilde, trabajadora, que siempre parecen estar y no estar, como si tratasen de pasar desapercibidos. Naturalmente, hay gente engreída, pero un portugués engreído es un español modesto... Y después está Mourinho. Por algo los portugueses declararon fiesta nacional el día en que lo fichó el Chelsea.
   La relación entre españoles y portugueses es la de un matrimonio feliz, dormimos espalda con espalda. Históricamente siempre hemos estado en alianzas diferentes, nosotros con los franceses y ellos con los ingleses. La cosa cambió con el surgimiento de la Comunidad Europea. Los ingleses entraron porque estaba Francia, aparte de eso nunca le han encontrado aliciente. Tampoco los portugueses se lo veían, pero la posibilidad de que entrase España cambió las cosas. Tuvieron que hacer una difícil elección. De un lado estaba la posibilidad de que un día dejara de existir su frontera con nosotros, de otro, que España estuviese en Europa y ellos no. Al final, se tragaron el sapo fronterizo y entraron.
   Los portugueses nos admiran, nos temen y nos desprecian a partes iguales. Desprecian nuestra arrogancia, temen el hecho de que seamos más que ellos y admiran nuestro civismo a la hora de conducir. Es imposible explicar esto último si Ud. no pasado por la inefable experiencia de conducir por las carreteras portuguesas. Todavía me acuerdo de una ocasión en la que estaba al volante de mi coche, esperando que un semáforo lisboeta se pusiera en verde. Llegó un conductor autóctono por detrás y empezó a echarme las largas para que me lo saltara. Pese a ello, a mí siempre me ha parecido que Portugal iba por delante de nosotros en muchas cosas. Por ejemplo, los portugueses se libraron de su dictadura un año antes que nosotros de la nuestra. Y no porque se les muriese el dictador en su cama como nuestro tormento, no. Una generación de mandos intermedios, ideologizados en las guerras coloniales, plantaron los tanques en la calle con dos narices. De inmediato, el pueblo salió a manifestarse, para dejar claro de parte de quién estaba. Ahí aparecieron los claveles y un nombre para la historia.
   Otra razón por la que creo que Portugal va por delante de nosotros es que tiene curiosas tradiciones. Una de ellas es que si un ministro tiene responsabilidad en un escándalo, ofrece un trato de favor a un familiar, insulta a un diputado o cualquier cosa semejante, ¡dimite! Sí, sí, los ministros pueden dimitir. Yo me enteré, precisamente, por la noticia de la dimisión de un ministro portugués. Siempre había pensado que las constituciones democráticas lo prohibían. En España, cuando a uno le entregan la cartera de ministro, en ella van los correspondientes remaches del 14 especial, con los cuales queda ya atornillado a la poltrona hasta el siguiente cambio de gobierno. El único ministro que dimitió, hasta donde yo recuerdo, fue Manuel Pimentel. Este singular personaje de la derecha española, no dejó el gobierno por un escándalo, sino por desacuerdos con la política sobre inmigración, es decir, por principios. No me extrañó que después acabase por abandonar la cúpula del PP cuando Pepe Mari decidió pasar a la historia invadiendo Irak. Manuel Pimentel es un ejemplo más de que quien no entra en la política para medrar, acaba por irse.
   Portugal nos mostró el camino, de nuevo, cayendo al abismo antes que nosotros. En realidad, no había motivos para ello. Sus cifras macroeconómicas no habían empeorado significativamente en los últimos años, sus bancos no se habían vuelto locos de codicia como en Irlanda, no habían mentido sobre las cuentas públicas como Grecia y ni siquiera habían tenido una burbuja inmobiliaria como la nuestra. Simplemente, era una economía pequeña, era posible tumbarla y los merkados fueron a por ella. Si Portugal hubiese tenido el tamaño de España, estaría todavía viéndolas venir, como Francia o Bélgica. Y llegaron los hombres de negro, con sus hojas de cálculo, sus informes de mil páginas y sus poderosísimas herramientas de análisis para hacer lo mismo que hacía mi madre cuando los rosales no daban rosas: podar todo lo podable. Algunas veces, a mi madre le salía bien y el rosal, escarmentado, comenzaba a echar flores antes de que le volvieran a salir las hojas. La mayor parte de las veces les ocurría como a los países sudamericanos en las décadas de los 70 y los 80, como a Grecia, a Irlanda, a España y a Portugal, esto es, se deprimían y se morían. Los portugueses, de hecho, llegaron a la conclusión de que no querían un país recortado, que les habían metido a la fuerza en un proyecto en el que no querían estar, que les estaban robando la vida para que unas cifras, que por sí mismas no significan nada, cuadrasen. El sábado 15 de septiembre se lanzaron a la calle, unos 300.000 en Lisboa, alrededor de un millón en todo el país. Las manifestaciones las llenaron los perroflautas de siempre: jubilados, policías de paisano, funcionarios en general, parados, estudiantes, familias enteras. Corearon esloganes simples, pidieron cosas elementales: que se les dé a quienes lo necesitan, que se les quite a quienes tienen, que se emplee racionalmente lo recaudado, que no se les robe el futuro a generaciones enteras. Ahora, esos perroflautas asisten a cada acto político, a cada cena pagada con dinero público, a cada bonita fotografía para la posteridad, con huevos, tomates y carteles donde puede leerse: "ladrones". Este sábado, más de 10.000 personas se han concentrado frente a la sede de la jefatura de Estado, a la hora en que estaban reunidos el Presidente de la República, el Primer Ministro y buena parte de su gabinete, entre otras personalidades. A diferencia de la, supuestamente, democrática España, no se ha detenido a ningún instigador de la protesta antes de que haya cometido delito alguno. El Sr. Passos Coelho, que hasta ayer, como el Sr. De Guindos, sólo parecía ufano cuando los podadores le daban una palmadita en la espalda, ya ha dicho que una cosa es ser firme y otra intransigente. Su sólido gobierno se tambalea y acaba de descubrir que, al fin y al cabo, en las reuniones de primeros ministros europeos hay 25 para tirarle de las orejas y en las calles portuguesas hay millones. Por todo ello, pienso que nuestros vecinos peninsulares están, otra vez, mostrándonos el camino a seguir.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Radriografía de la opinión pública española

   Según las estadísticas de Google, en el último mes, 191 personas visitaron este blog. De ellas sólo 53 residían en España. No estoy muy seguro de que este dato sea correcto porque, últimamente, cada vez que entro en Google desde uno de los ordenadores de mi casa, todos los resultados me salen en portugués, pero, en fin. Menciono todo esto porque quizás debiera aclarar que las opiniones y juicios vertidos en este blog, para nada representan las opiniones y juicios del ciudadano medio español en estos momentos. De un modo muy burdo, yo diría que en torno a siete de cada diez españoles tienen una actitud que oscila entre la defensa más encendida y la indiferencia hacia el actual gobierno. Hasta el momento, he escuchado tres tipos de argumentos para sustentar dicha actitud: el gobierno actual no puede hacer otra cosa, dada la situación heredada; el gobierno actual está mejor preparado que el anterior para afrontar la situación; y, bajo ningún concepto, se puede permitir que los sinvergüenzas del PSOE vuelvan al poder (ya). Si Ud. no vive en España, como es lógico, no entenderá a qué vienen estos argumentos (en realidad, si Ud. no vive en España es poco probable que entienda nada de lo que ocurre en este país de locos), por lo que voy a tratar de explicarlos.
   En el caso de que Ud. resida en Sudamérica, puede llegar a comprender el primero de ellos gracias a un símil. "No se puede hacer otra cosa con la situación que hemos heredado" es la versión patria de: "la culpa es del colonialismo español". Como todos sabemos, el colonialismo español es el causante de todos los males de Iberoamérica, desde la gripe hasta la reciente explosión de una refinería en Venezuela pasando por el golpe de Estado contra Allende y la presencia ocasional del fenómeno de El Niño. En nuestro caso, "no se puede hacer otra cosa con la situación heredada", forma parte del pecado original de nuestra democracia. Franco no sólo fue el dictador más longevo de Europa, llegada la democracia se convirtió en la excusa perfecta para justificar todo lo que iba mal. ¿Qué las cárceles estaban saturadas? Culpa de Franco. ¿Que la policía disparaba balas de verdad en las manifestaciones? Culpa de Franco. ¿Que la economía no levantaba cabeza? Culpa de Franco. ¿Que había mucho paro? Culpa de Franco. Los sucesivos gobiernos de Felipe González hicieron de esta cantinela una forma de gobernar. "La situación heredada" abarcaba no ya los cuarenta años de la dictadura, también los desaguisados cometidos por los gobiernos de UCD. A Felipe González lo pudimos ver justificando cada escándalo de sus ministros por "la situación heredada". Poco a poco, tras repetir recurrentemente la misma canción, ésta fue penetrando en las capas más profundas de la mente de los españoles y la "situación heredada" resulta ser la causante, incluso, de la caca que el perro del vecino ha dejado en la acera. Hasta tal punto ha penetrado en la mente de los españoles, que hace unos meses, una mandataria del gobierno andaluz, echó la culpa de la mala calidad de la enseñanza a la "situación heredada", lo cual no está nada mal si tenemos en cuenta que el partido de esta eminencia lleva tres décadas gobernando en Andalucía. La "situación heredada", como el colonialismo español, es el capote con el que se nos torea para que no nos hagamos la pregunta obvia: ¿no debería gobernarnos alguien capaz de obtener resultados pese a la situación heredada? Para obtener resultados cuando las cosas van bien, sirvo hasta yo.
   Que el gobierno actual esté mejor preparado que el anterior se refiere a que los actuales ministros hacen exhibición de su buen nivel inglés. La respuesta a la pregunta que Ud. se está haciendo es no, hasta ahora ningún político español había demostrado un nivel de inglés superior al de los niños de seis años alemanes o fineses. Entiéndaseme, no es un logro menor. De ahí a considerar que por eso ya tienen méritos para gobernar hay un trecho. También Pocholo habla inglés y yo no lo pondría de ministro economía. ¡Claro! digo, yo, don Naniano Rajoy, ya veremos cómo acaba. El resultado es que todo el mundo se queda muy satisfecho viendo cómo el Sr. de Guindos es saludado efusivamente por sus colegas europeos. La verdad, a mí esas escenas no acaban de tranquilizarme. Un día de estos Schäuble lo va a besar como don Vito Corleone y entonces igual acaba por entenderse el significado último de tanta efusividad.
   Finalmente, los menos proclives al actual gobierno suelen argumentar que no se puede permitir la vuelta al poder del PSOE. Este argumento suele tomar una forma muy concisa, del tipo: "pues vuelve a votar al PSOE ¡idiota!" La gracia del asunto está en que quien así argumenta, votó en su día al PSOE y volverá a hacerlo en cuanto le digan que la crisis ha pasado. Para buena parte de la ciudadanía de este país la democracia consiste en elegir entre dos partidos que están de acuerdo en qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo, aunque no en cómo hay que explicarlo. Si a este ciudadano trata Ud. de aclararle que el duopolio no es algo muy diferente de la dictadura, no tardará mucho en llamarle "golpista", "perroflauta" y/o "comunista".
   Quedan, naturalmente, los tres ciudadanos que sí están dispuestos a criticar a este gobierno. Unánimemente, le ofrecerán un argumento para hacerlo: que es un gobierno "fascista". Lo que quieren decir al tachar a este gobierno de "fascista", es que no es del PSOE, porque, para estos ciudadanos, como para los anteriores, la democracia consiste en elegir entre dos refrescos de cola, uno envasado en rojo y el otro en azul, que, a lo mejor, difieren en su sabor, pero que, al cabo, son la misma fucsina.
   Nadie o, por lo menos, nadie con quién yo haya tenido la oportunidad de conversar en los últimos meses, será capaz de ofrecer un argumento a favor o en contra del actual gobierno por cuestiones como que no tenemos un problema de gasto excesivo sino de recaudación; que subir el IVA, a lo mejor crea inflacción y al gobierno le viene muy bien para pagar la deuda, pero va a hundir el consumo y con él, una vez más, la recaudación; que quienes necesitan una línea de financiación europea no son los bancos, sino las familias; y muchas más cosas que vengo diciendo aquí y que no me apetece repetir una vez más. ¿Por qué resulta tan infrecuente oír estas perroflautadas?
   No se puede entender este país si no se sabe que en la inmensa mayoría de los hogares españoles se almuerza viendo el telediario. Telediario que esquematiza, empaqueta y predigiere las informaciones para que sean engullidas y asimiladas como un bocado más. Terminado este ritual de avinagramiendo cotidiano, los españoles vuelven a su interminable jornada laboral, preguntándose si son los tonos rojizos o celestes los que mejor combinan con el decorado de cartón piedra que los rodea. Y, claro, con estos mimbres, sólo nos puede salir un país de opereta, que es lo que siempre hemos tenido.

lunes, 21 de mayo de 2012

¿Falta sensatez o falta vergüenza?

   Se está discutiendo mucho acerca de si esta es una crisis financiera o fiscal, de si demuestra el predominio de los mercados o de la democracia, de si estamos ante una crisis más o ante el inicio de una nueva época. Para mí, la cuestión, la gran cuestión que se está dilucidando en este momento, es si lo que más escasea entre la clase política en el poder es la sensatez o la vergüenza.
   Veamos, desde que Tales de Mileto abrió los ojos al cielo estrellado, Grecia ha sido siempre un ejemplo para el resto del mundo, ejemplo en el sentido de que se podía aprender mucho de ella. La semana pasada pudimos ver cómo los políticos del país heleno lo arrojaban por el precipicio por un quitáme de ahí esa poltrona. En lugar de preocuparse por el desastre que significaba acudir a unas nuevas elecciones, su principal preocupación ha sido cuántos diputados iban a obtener en ella. Frente a semejante interés ¿qué importancia podía tener lo demás? Entre otras razones para esta actitud está el que gobernar en medio de la bancarrota es mucho más fácil si uno está particularmente falto de inteligencia y/o vergüenza. En un país mucho más joven, Argentina, comenzaron a salir de la crisis del “corralito” el día en que los ciudadanos asaltaron la Casa Rosada y De la Rúa y buena parte de la clase política que ascendió con él, tuvo que salir por piernas (cargados de billetes, eso sí). Tras él vino una generación de políticos quizás no mejor ni peor, pero sí capaz de tener un ojo puesto en la calle mientras el otro controlaba los juegos de salón. En España estamos lejos de tener una clase política de esa naturaleza. Aquí lo más importante son los jueguecitos de despacho y las colas para recoger comida en Cáritas son despachadas con una sonrisa autosuficiente. Este gobierno, que va camino de convertirse en el peor que hemos tenido desde la llegada de la democracia (¡ahí es nada!), no deja pasar día sin demostrarnos hasta qué punto es ajeno a la desesperación en que está cayendo la ciudadanía y resulta muy difícil decidir si este desprecio a la calle se debe a falta de vergüenza o de inteligencia.
   Hace una semana, las manifestaciones para conmemorar el nacimiento del 15-M, semilegales, como no podía ser de otra manera, estuvieron rodeadas por un fuerte dispositivo de policías preparados para la tercera guerra mundial. Está claro que los ciudadanos sólo pueden ser rehenes de unos y otros en forma de números de una estadística. En cuanto pretenden hacer algo más que dejarse abducir por televisión, se los encarcela. Y es que, ahora que se va a tener mano blanda con los terroristas, es necesario endurecerla con quienes no están dispuestos a optar por la violencia por mucho que el gobierno los incite a ello. No de otra manera cabe entender los cambios en la legislación que equiparan la resistencia pasiva con el atentado contra la autoridad. De un modo nada disimulado se nos anima a cargar contra los policías, pues la pena que nos puede caer por ello será la misma que la que nos ganaremos por resistirnos pasivamente. Lo cierto es que la legislación es tan disparatada que, de acuerdo con ella, esta insinuación por parte del gobierno debería acarrearle a todos sus miembros pena de cárcel, por lo que volvemos, nuevamente, a la cuestión de la inteligencia y la vergüenza.
   Una vez zarandeados los ciudadanos, magullados algunos perroflautas por hacer gala de verdades como puños y disueltas las acampadas de quienes no tienen vivienda, quedaba la segunda parte, mofarse de ellos. Nadie mejor que el Sr. Wert para cumplir esta misión. En una entrevista televisada, a la pregunta del presentador de si no se sentía mal por ser el ministro peor valorado del gobierno (y no se sabe qué es más sorprendente si esa pregunta por parte de un vocero oficial o conseguir tal calificación entre una caterva de pésimos ministros), respondió algo así como que su hermano estaba extrañado de que él, el Sr. Wert, que lloraba en sus tiempos de estudiante por sacar un notable, ahora se mostrase la mar de ufano con semejante valoración. Mientras el ministro reía su astuta autoalabanza, el espectador medio comprendía lo que el hermano no pudo (está claro que la falta de luces es congénita): está tan tranquilo porque ahora tiene asegurada una pensión millonaria y vitalicia.
   Y, después de todo esto, lo importante, gobernar, es decir, prolongar las intrigas de palacio. En el consejo de política autonómica, las cuentas presentadas por el gobierno andaluz, fueron rechazadas de entrada sin mayor problema. Al fin y al cabo, son poco más del 13% de las cuentas públicas y con el país bajo una prima de riesgo cercana a medio punto sobre el bono alemán, sólo era un suicidio no aprobarlas. Afortunadamente, intervino el consejero económico catalán, en una demostración más del alto sentido de responsabilidad de Estado de los nacionalistas catalanes, dicho de otro modo, en una demostración más de que el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, en realidad, siempre actúan con un guión pactado. Los técnicos, esos políticos de segunda fila cuya función principal es acompañar siempre al ministro para que no se quede solo (porque cuando un ministro se queda solo la lía, es decir, tiene ideas), estos técnicos, decía el consejero catalán, estaban allí, ¿por qué no trataban de llegar a un acuerdo? Lo lograron en sólo una hora. La diferencia, la diferencia real, la diferencia entre dar la excusa perfecta para un incendio generalizado o apagar la cerilla, era de unos 200 millones (algo así como el 0,62% del total). Pero para eso están De Guindos y el propio Rajoy, para destrozar todo lo que Montoro no logra reventar.
   Vamos a ver, ¿a qué cabeza de chorlito se le puede ocurrir que, precisamente en este momento, lo mejor que se puede hacer es criticar al gobernador del Banco de España? ¿De verdad es el mejor momento para demostrar los desacuerdos internos que existen en la supervisión de las entidades financieras? ¿Le daría Ud. un crédito a una empresa cuyos dos socios principales están peleados? Pues buena parte de los miembros del partido gobernante piensan que sí. “Son tontos”, pensarán Uds. No está tan claro. El Banco de España lleva más de una década clamando en el desierto contra las arriesgadas maniobras del las cajas en el mercado inmobiliario, mientras los políticos las empujaban cada vez con mayor ahínco, a comer tanto ladrillo como abarcaran sus fauces. Y ahora, ahora que han reventado de tanto tragar, el culpable resulta ser... quien advirtió de la catástrofe. Está claro que Esperanza Aguirre, quien forzó todos los chanchullos imaginables para no perder la mayoría en el consejo cuando la entidad se tambaleaba, que Rodrigo Rato, que, aparte de forrarse el riñón, ha hecho menos por su barco que el capitán del Costa Concordia, y el propio consejo de Bankia, lleno de gente nombrada a dedo por el PP, no han tenido culpa de nada, la culpa ha sido del supervisor. ¿De verdad estas excusas son debidas únicamente a la estupidez? Pero ¿por qué conformarse con desautorizar al gobernador del banco de España? ¿no sería mucho más desastroso entregar sus funciones a gestores privados y al Banco Central Europeo? De ese modo, quedamos intervenidos desde ya, anulando cualquier margen de maniobra que nos pudiera quedar. Y, lo más divertido, mientras se les hace entrega de las llaves del país, ministro de economía y presidente de gobierno, andan preguntando, cual Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall, si los que están ya pilotando la nave van a venir en algún momento a rescatarnos.
   A estas alturas ya resulta difícil responder a la cuestión de si nos gobierna una general falta de inteligencia o de vergüenza, pero la cosa empeora cuando uno se asoma a los gobiernos autonómicos. En una entrevista en El país, el consejero económico de Murcia, un chico joven, que llegará lejos, sin duda, aseveraba que no merecía la pena intentar averiguar cómo hemos llegado a esta situación. Desde luego a él no le merece la pena ya que ha llegado. A los demás, que si lo hiciéramos descubriríamos hasta qué punto todo lo que está ocurriendo es responsabilidad exclusiva de nuestro políticos, no sé. Y, para rematarlo, está el gobierno andaluz, ¿recuerdan? ése al que todos los trabajadores de Europa estaban mirando. Se les deben haber caído los clisos. Primera medida: reducción del sueldo de los “trabajadores públicos” (no se va a especificar cuántos son empleados públicos y cuántos funcionarios, no vaya a acabar descubriéndose el gran secreto de Estado, a saber, cuántas empresas públicas hay, a qué se dedican y cómo están sus cuentas), mileurización de los interinos, recortes sociales generalizados... Los que anteayer defendían las redistribución de la riqueza han aclarado, una vez llegados a la poltrona, que se referían a la riqueza de los asalariados, porque los ricos de verdad, ya se sabe, son poderosos y mejor no importunarlos con la milonga de la justicia social. Eso sí, ellos también se recortan sus salarios, pero no un 30% como la izquierda francesa, no, un 5%, no vaya a ser que los tachen de radicales. Naturalmente, todo esto se hace “por imperativo legal”, aunque también porque “otra política económica es posible”... con otros gobernantes, claro.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Demasiado bonito para ser cierto

   Una de las características de todas las tragedias es que personajes, en apariencia, secundarios, acaban por ser claves en su desenlace. Los griegos saben mucho de esto, por algo fueron los inventores de las tragedias (también saben mucho del eterno retorno y si no me creen busquen, busquen apellidos como Papandreu, Venizelos o Karamanlis). Este Papandreu (y digo "este" porque yo ya conocí a otro Papandreu gobernando Grecia), parece el actor ideal para desempeñar ese papel. Si algún historiador hubiese tenido que describir el desarrollo de la actual crisis europea, apenas le hubiese dedicado dos líneas. Es el típico político que se gana el apodo de "el compresa", porque está en el mejor lugar pero en el peor momento. Parecía uno de esos perritos que estuvieron tan de moda hace tiempo. Se los colocaba en la bandeja posterior del coche e iban diciendo que sí con la cabeza todo el viaje. Hasta ahora Papandreu había sido el correveydile de la Unión Europea, sirviendo de mensajero y paragolpes a la vez. Lo malo de ir de un lado a otro recibiendo recriminaciones por donde se pasa es que uno acaba cansándose. Tal vez han sido presiones familiares, tal vez se le ha aparecido en sueños su abuelo, tal vez estaba harto desde hacía tiempo, tal vez ha visto las fotos del mausoleo de Néstor Kirchner y le ha entrado envidia, el caso es que el bueno de Papandreu se sacó de la manga un referéndum sobre el último paquete de "ayudas" comunitarias. Por supuesto, este "nuevo" paquete de "ayudas" tiene tanto de "nuevo" como de "ayuda". A cambio de otra reducción del tamaño del Estado, que, según tengo entendido, incluye vender la sede del gobierno a una inmobiliaria y celebrar las reuniones debajo de un puente alquilado, otorga una cierta calderilla para llegar a los aguinaldos. La novedad ha consistido en que nuestro hombrecillo, en lugar de decir que sí, se ha sacado de la manga una consulta popular. "Con ella Grecia recuperará el papel que le corresponde en Europa", dicen que le ha largado a Merkel en toda la cara (por teléfono, claro). Efectivamente, Grecia hubiese recuperado, gracias a una consulta popular, la capacidad para negociar, para decidir su propio futuro, en definitiva, su soberanía.
   Dicen que a Papandreu lo han "invitado" a una cena en la próxima cumbre del G-20. Me lo imagino. Veinte mandatarios internacionales con enormes tenedores y cuchillos para cortar la carne en sus manos y el bueno de Papandreu, sentado en un taburete más bajo que los demás, tratando de alzar la voz. Si se hubiese atrevido a hablarles del derecho del pueblo griego a decidir su futuro, de la supremacía de la democracia sobre los mercados, de que Europa se debe construir tomando como base una libertad diferente a la de horarios comerciales, lo hubiese nombrado "héroe de la Torre de Marfil". Naturalmente, a título póstumo. La primera decisión después de anunciar la convocatoria de un referéndum fue destituir a la cúpula del ejército por si las moscas. Difícilmente hubiese salido vivo de Cannes y mucho menos para volver a Grecia. De hecho, es un cadáver político. Incluso si hubiese convocado un referéndum, le hubiese quedado la hercúlea tarea de decidir cuál hubiese sido su propia postura en el referéndum. Es obvio que hubiese ganado el "no" al último acuerdo con la Unión Europea. ¿Hubiese sido capaz Papandreu de encabezar una campaña por el "sí" y ganarla contra toda lógica? Caso de lograrlo, le estaría reservado en Europa un sillón que no ha ocupado nadie desde que Felipe González ganase el referéndum sobre la OTAN. Pero si hubiese perdido, las voces llamándolo tonto se podrían escuchar desde aquí. La otra posibilidad era encabezar una campaña por el "no", tratando de ponerse a la cabeza de la contestación ciudadana. Era un poco tarde para ello, pero igual hubiese podido ingeniárselas para presentarse como gran líder patriota y sacar algún rédito. El problema era, nuevamente, que, contra todo pronóstico, el "sí" hubiese conseguido la victoria, en cuyo caso, hubiese terminado en un psiquiátrico.
   La victoria del "no" sólo podía conducir a un camino. La Unión Europea cancelaría sus ayudas a Grecia, el país se declararía en bancarrota y abandonaría el euro. Adoptaría una moneda en caída libre que sanearía las cuentas públicas a cambio de reducir a nada los ahorro de los griegos. En medio de este reajuste salvaje, Grecia arrastraría a los tenedores de su deuda pública y a los tenedores de los seguros contra impago de su deuda, es decir, la banca francesa y alemana. Francia tendría que optar entre recapitalizar sus bancos o dejar que se hundiesen. Lo primero significaría aumentar brutalmente su ya enorme deuda pública, acabando en el mismo precipicio en el que ahora se encuentra la propia Grecia. Por el camino quedarían otros exquisitos cadáveres, Italia, España, Bélgica... ¿Y el euro? Ya lo dije con anterioridad, sería la moneda común de Alemania y Finlandia. ¿Cuánto podría exportar Alemania a unos vecinos con divisas hundidas? ¿podría exportar? Pero éste es sólo un escenario posible.
   En esta vida siempre suele haber opciones. Para evitar un escenario de esta naturaleza, Alemania podría garantizar la deuda pública griega con su propia deuda. Hay algo de justicia poética en ello, pues, gracias a las penurias griegas, Alemania ha estado financiando su propia deuda a precios ridículos a pesar de que, como ya he dicho varias veces, su sistema financiero está tan podrido o más que el irlandés o el islandés. Más simple todavía, podrían dar el sí definitivo a la creación de los eurobonos. Claro, que, de ser lo suficientemente inteligentes para adoptar esta solución, la habrían adoptado el primer día de la crisis y se hubiesen ahorrado tanto sufrimiento y quedar ahora como estúpidos. El gobierno alemán tendría que tragarse sus palabras del último año y medio, pero, bueno, al fin y al cabo son políticos, hubiesen sabido cómo hacerlo y quedar bien. Finalmente había otra opción: volver a invadir Grecia. Teniendo en cuenta que ésta hubiese sido, probablemente, la opción más barata, estoy seguro de que la hubiese apoyado Herr Schäuble.
   Sí ya sé, no es del todo justo insinuar que el señor Schäuble es un neohitleriano. No se merece ese título... él solo. De Durao Barroso a Frau Merkel, son muchos quienes han amenazado con gravísimas consecuencias a quien deseara ejercitar las libertades democráticas y consultar al pueblo. Esto públicamente. Entre bambalinas la componenda no resulta difícil de imaginar. ¿Cuánto dinero le hubiese costado a los principales bancos europeos la decisión de Papandreu? ¿y cuánto les ha costado convencer a algunos políticos griegos para que "le hagan entrar en razón" o le den la patada? ¿cuántas llamadas han recibido los parlamentarios griegos en el día de hoy desde las altas esferas de los principales bancos franceses y alemanes? ¿a cuánto se ha llegado a cotizar el voto contra Papandreu en la moción de confianza? La mitad de los gobiernos europeos y todos y cada uno de los que se lanzaron a una espiral de ventas después del anuncio de Papandreu, se han desenmarscarado al fin y han dejado claro lo que son y ha sido siempre, una peligrosísima banda de neofascistas. Nadie, desde Hitler o Mussolini había dejado tan claro que al pueblo ni se lo debe ni se lo puede consultar. Al pueblo, asfixia económica y antidisturbios, robarle sus salarios, sus ahorros, su salud y su futuro y si quieren protestar, que griten en las calles o que elijan, cuando se les pida, entre dos partidos que están dispuestos a compartir el poder bajo la premisa de pagar y callarse. Cualquier otra posibilidad, ya lo sabemos, es una majadería irrealizable típica de los perroflautas.¿Y éstos son los que van a darles lecciones de democratización a los chinos, a Siria, a los libios, a los tunecinos? ¿Éstos son los que se asombran de que pidamos democracia real ¡ya!?

domingo, 9 de octubre de 2011

First we take Manhattan...

   Cuando el año 2.012 comience, habrá quedado en claro la cuestión que va a decidirse en los próximos meses. Esta cuestión es bien simple, a saber, si las revoluciones mediterráneas supondrán un hito histórico o bien se quedarán como un fugaz rayo de esperanza. Los contendientes saben de la seriedad de lo que se avecina y están tomando posiciones. No hace falta más que mirar las diferentes trincheras. En Túnez y Egipto, las fuentes de esta revolución, los detentadores del poder han optado por imponer un ritmo lento de reformas para conseguir que, de tanto esperar, al final la ciudadanía se olvide de qué estaba pidiendo y se acabe acostumbrando a otro dictadorzuelo "provisional". En Libia, ha comenzado la cuenta atrás para la fotografía que nos muestre al sátrapa colgado cabeza abajo, como aquella gloriosa instantánea de Mussolini. En Siria falta muy poco para que se "libianicen". En España quedan seis semanas para las elecciones. Hay que recordar que unas elecciones son la gran fiesta de la democracia. Es responsabilidad de todos nosotros que sea eso, una fiesta, una gigantesca fiesta y una gigantesca fiesta de la democracia, de la democracia real. Y, lo más sorprendente, el Mediterráneo ha resultado tener una orilla en New York. El movimiento "Ocupa Wall Street", se ha propuesto, algo tan extraño en los Estados Unidos como expropiar a los expropiadores, rescatar nuestro futuro de las manos de aquellos que ya se quedaron con nuestro pasado.
   Qué se espera de nosotros, los ciudadanos, está claro y qué debemos hacer también. Túnez, Egipto y España necesitan de una acción decidida por nuestra parte. Como ya he dicho, la democracia se convierte periódicamente en una gran fiesta. Hemos de festejar nuestras democracias por venir en cada calle, en cada plaza, en cada mitin, en cada rueda de prensa, en cada acto en que alguien que no sean los ciudadanos quiera robarnos el protagonismo de una fiesta que nunca debió de dejar de ser nuestra, de todos. No obstante, no hay que ser ingenuos. No va a ser fácil. El ejemplo de Gadafi, de Al Assad cunde. Hasta 700 detenidos hubo en New York por ocupar un puente y su alcalde ya ha amenazado con hacer valer los derechos de la mayoría silenciosa, es decir, con sofocar cualquier intento de no ser obediente. En Bruselas la policía ni siquiera permitió la concentración de los peligrosísimos manifestantes. En España las señales también son nítidas. El pasado viernes, una valerosa unidad de élite de ese cuerpo de seguridad que tienen en Cataluña, apellidado "escuadra"(1), detuvieron a un puñado de perroflautas que tomaban una copa en la cafetería de la Ciudad de la Justicia a la espera de entregarse al juez en cuanto éste se lo permitiera. Dicen que los miembros de la "escuadra" de asalto, haciendo gala de la habitual contención policial, no emplearon sus armas reglamentarias para repeler un durísimo roce de las rastras de uno de los detenidos. El juez de guardia intentó ponerse en contacto con el juez competente y éste, actuando conforme a la ley (del Talión), se negó a aceptar su entrega si no era esposados y previo paso por los calabozos. No era menos lo que merecían, ciertamente, estos facinerosos que hasta se atrevieron a arrojar pintura a uno de los que hace tiempo que debería estar en el calabozo donde ellos durmieron por apropiarse de lo que es de todos en nombre de los necesarios recortes.
   Andalucía no es como Cataluña. Aquí gozamos de un espléndido gobierno de izquierdas que ha tenido la gentileza de aprobar una ley de participación ciudadana, calcada de la estatal aprobada hace ya hace unos años. Una comisión del 15-M explicó a los miembros del Parlamento andaluz lo que ellos ya sabían, que con una ley de este género van a llegar a dicho Parlamento el mismo número de leyes por iniciativa ciudadana que los que han llegado al Parlamento nacional. ¿Cuántas leyes se han aprobado hasta ahora por iniciativa popular en este país? Pues, en números redondos, cero. Es normal, la cantidad de trámites es tan elevada, el procedimiento tan prolijo, las molestias que ocasiona a sus promotores de tal calibre, que sólo alguien con enormes recursos y fácil acceso a los medios de comunicación podría tramitar una cosa así. ¡Adivinen! Los únicos con medios para lograr que una ley sea aprobada por iniciativa popular son los ricos. Pero, insisto, esto es muy diferente al modo de gobernar en Cataluña. Es un gobierno de izquierdas. Un gobierno de izquierdas tiene siempre en la sensatez del gasto y su beneficio para la mayoría la guía de su actuación. Por ejemplo, para restaurar el Palacio de San Telmo, patrimonio de todos los andaluces y, por casualidad, sede de la presidencia de la Junta de Andalucía, se han gastado 53.000.000 de euros. Aunque la oposición asegura que la factura real asciende a 100 millones de euros y los rumores que circulan por Sevilla la elevan a 200 millones. Y si Ud. se está preguntando cuántos desahucios se podrían evitar con cincuenta y tres millones de euros, es que Ud. también es un maldito antisistema con rastras, más o menos como yo.
   Lo anterior demuestra que, en las actuales circunstancias, las reivindicaciones de cualquier movimiento social que se precie no pueden ser estrictamente políticas. Poco a poco, las cartas van quedando al descubierto. La última rebaja del rating de la deuda española por parte de la agencia de calificación Fitch muestra cuál es la dinámica real. Siempre se nos ha contado que las agencias de calificación analizan los datos de determinadas entidades, emiten informes resultantes de esos análisis y los inversores actúan en consecuencia. Es mentira. El funcionamiento real de las agencias de calificación es otro. Son los grandes inversores internacionales los que analizan la situación de determinadas entidades para ver las posibles acciones que pueden conducir a pingües beneficios. Una vez establecidas éstas, piden a las agencias que suban o bajen la calificación para que el movimiento consiguiente de los inversores medianos y pequeños acabe por proporcionarles los beneficios ya calculados. A España se la ha bajado dos escalones en la escala de riesgo de Fitch sin ninguna justificación objetiva. Simplemente, la acción concertada de los bancos nacionales había tirado por tierra las apuestas ya hechas por los grandes inversores de un despeñamiento de las economías europeas. Había que poner en marcha una reacción brutal de los mercados que sobrepasara toda capacidad de actuación por parte de los bancos nacionales y la respuesta era, obviamente, una bajada de dos escalones. Ahora los beneficios de los grandes inversores quedan salvaguardados.
   Si los movimientos ciudadanos quieren convertirse en actores reales de los acontecimientos que van a venir, es imprescindible un programa económico. En qué debe consistir éste resulta claro. A partir de este momento a España lo que le queda es ver cómo los tipos de interés solicitados para su deuda aumentan exponencialmente. Como consecuencia, aumentará nuestra deuda soberana, lo cual provocará, en un círculo vicioso, el aumento de los intereses. Al final, el FMI se ofrecerá para "ayudarnos". El caso de Suramérica en los años 70, de los países africanos en diferentes etapas y de Grecia, Irlanda y Portugal recientemente, muestra que, lo que debemos evitar, no es la bancarrota sino, precisamente, es "ayuda" del FMI que, después de sacrificios bestiales sin fin acaba conduciendo.... a la bancarrota. Por tanto los ciudadanos debemos exigir una reestructuración inmediata de la deuda soberana y autonómica. Debemos reestructurar nuestra deuda ¡ya! haciendo una quita significativa y progresiva, mayor para los grandes inversores. Reestructurar nuestra deuda ahora significará ahorrarnos varios años de sacrificios absolutamente inútiles que, como demuestra el caso griego, al final sólo agravan el mal que pretendían curar. Naturalmente, esta reestructuración debería hacerse sin la "ayuda" del FMI ni de Europa, quiero decir, deberá hacerse mediante una salida del euro a partir del próximo 1 de enero de 2.012. De hecho, deberíamos invitar a todos los países de la zona euro a salirse del mismo, salvo aquellos países sin problemas fiscales. Es cierto que esto dejaría al euro circulando únicamente por Alemania y Finlandia, pero las circunstancias lo exigen. Quizás esta medida suponga que se dispare la inflación, pero hay que recordar que ese aumento de la inflación conduciría, en realidad, a la práctica cancelación de la deuda que quede tras la reestructuración.
   En este punto se me puede acusar de inconsistente, pues en una entrada anterior manifesté mi adhesión a la idea de Europa y a su moneda única. No hay tal inconsistencia. Únicamente se trata de una diferencia entre táctica y estrategia. Los países con problema fiscales deben abandonar momentáneamente la zona euro. ¿Durante cuánto tiempo? ¿hasta que acaben sus problemas fiscales? Tal vez no sea necesario esperar tanto, bastará con volver a la zona euro cuando en ella no manden ni Herr Schäuble ni Frau Merkel. Aunque, claro, habría que ver cuánto tiempo sobrevivirían, políticamente hablando, si un solo país concretase su amenaza de abandonar el euro. Y entonces... entonces tomaremos Berlín.



   (1) Por cierto que, como siempre, no todos los miembros del colectivo están cortados por el mismo patrón y, si no me creen, lean, lean