domingo, 24 de junio de 2018

Retos de la filosofía y de la ciencia del siglo XXI (3 de 3)

   Terminaba mi anterior entrada diciendo que muchos consideraron un logro la aparición de AntisciGen, el portal que permite detectar los artículos escritos por SciGen. Tal logro, sin embargo, tiene la limitación de que no todo el mundo lo conoce, por ejemplo, los editores de Drug Designing & Intellectual Properties International Journal no lo conocen. Bueno, ni el AntiSciGen ni a Kim Kardashian, pues el 2 de mayo de este año aceptaron para su publicación un artículo suyo en colaboración con Satoshi Nakamoto, el misterioso inventor del bitcoin, y Tomas Pluskal, titulado “Wanion: Refinements on Rpcs”.  Aunque Retraction Watch no pudo hablar con la (¿qué le toca esta semana, señora o señorita?) Kardashian, siempre remisa a hacer alardes de sus extensos conocimientos científicos, ni con el Sr. Nakamoto, tan esquivo como siempre, al Sr. Pluskal, con quien sí pudieron hablar,  lo presentan poco menos que como un usuario premium de SciGen.
   Resulta bien sabido que, en España, a todo el que parece exhibir veleidades científicas, se lo somete rápidamente a tres ordalías. La primera consiste en darle una guitarra flamenca, la segunda en retarle a que marque un penalti y, si fracasa en ambas, se le plantea la prueba definitiva: le damos un capote y le azuzamos un toro. O torea o consigue llegar corriendo a la frontera más próxima antes de que el toro lo alcance a él. En estas condiciones un generador de textos científicos no nos sirve para nada, pero sí tenemos un generador de relatos cortos,  del que no consta cuantos premios ha ganado, y, cómo no, este impagable generador de verborrea empresarial.
   Desde aquí sólo podemos animar a quienes quieran seguir estimulando la creatividad científica de la Kardashian, contribuyendo, con ello, a diferenciar lo que merece el nombre de “publicación científica” de lo que no lo merece; poniendo en evidencia la calidad de los premios literarios; y “evolucionar contenidos de alto valor” empresariales, sin dejar nunca de carcajearse de todo lo que la mayoría considera “importante”. Eso sí, tenemos que sacar dos consecuencias inevitables.
   La primera consiste en que nos hallamos ya en condiciones de calibrar exactamente el grado de ridiculez que alcanzó la periclitada filosofía vigesimica. En efecto, si nos quedamos con el eslogan de las teorías del significado del siglo pasado, a saber, que “el significado es el uso”, habremos de concluir que los algoritmos tras SciGen, MathGen o Aleatum, comprenden el significado de las palabras que aparecen en sus escritos dado que las usan correctamente. Cualquier pretendida superioridad de los seres humanos sobre tales líneas de código no pasaría de constituir un nuevo género de discriminación. A SciGen, por tanto, debe reconocérsele, el haberse convertido en el científico más prolífico de estos inicios de siglo XXI, muy por encima, desde luego, de muchos agraciados con el premio Nobel. Todavía mejor, si pretendemos interpretar los textos para hallar el sentido, la intención, el horizonte de vida o el espíritu que les otorgó su autor, ahora nos encontraremos en la insoluble tesitura de identificarlo. ¿A quién podemos identificar como el “autor” de los textos surgidos de estos algoritmos? ¿a quien los firma, a los algoritmos, a sus creadores? Resultará entonces que puede haber autores que ni siquiera saben lo que pone en los textos “de su autoría”, por tanto, que puede haber textos que no reflejan las intenciones, el horizonte vital, ni el espíritu de nadie, dado que los autores pueden crear infinitos textos sin tener noticia alguna de ello. O bien, otra posibilidad que conduce exactamente a lo mismo, que existen autores sin horizonte vital, sin conciencia y sin intenciones. Nos cabe, por supuesto otra opción, abandonar de una vez por todas las paparruchadas de la hermenéutica y los desvaríos a los que condujo la filosofía del siglo XX, tirar a la basura el concepto de autor y de obra, y dedicarnos a analizar cómo los conceptos se empujan, entrelazan y apelan los unos a los otros en los textos, lo cual, casualmente, conduce a otorgarle su justo lugar a todas las firmas que en él podemos hallar.
   La segunda conclusión no resulta menos importante. Unos dicen que el gran reto científico de nuestra era consiste en conseguir la unificación de todas las fuerzas de la naturaleza, otros afirman que consiste en descubrir los entresijos del cerebro, pero, por lo expuesto hasta aquí, parece que el gran reto de la ciencia del siglo XXI consiste en volver a hacer ciencia de acuerdo con los cánones habituales antes de la llegada del siglo XX.

domingo, 17 de junio de 2018

Retos de la filosofía y de la ciencia del siglo XXI (2 de 3)

   En 1996, el físico Alan Sokal publicó en Social Text, la revista sociológica de la Universidad de Duke, "Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity", un galimatías trufado de citas grandilocuentes, alusiones disparatadas a conocidos conceptos científicos y todo ello envuelto en el más rancio lenguaje postmodernista. Los físicos, matemáticos y demás practicantes de las “ciencias duras”, encontraron un buen motivo para carcajearse de la pretendida cientificidad de las sociología, la psicología y demás ciencias humanas, además de recordar los habituales chistes acerca de la filosofía. Pero, como siempre ocurre en estos casos, quien ríe el último, ríe mucho más y mejor.
   Entre 2001 y 2002, los hermanos gemelos Igor y Grichka Bogdanov publicaron seis artículos dotados de gran originalidad en revistas científicas de medio mundo, entre ellas Annals of Physic. Se adentraban con ellos en algunos de los campos punteros de ramas particularmente abstractas de la física y la cosmología. Por diferentes grupos de noticias de Internet comenzó a correr el rumor de que tales artículos, así como la tesis doctoral de ambos, constituían en realidad, una espectacular tomadura de pelo. A las revistas le temblaron las piernas y los revisores que habían aconsejado la publicación de tan “consistentes” propuestas, se volvieron atrás descubriendo resultados dudosos aquí y allá. Lo más divertido del caso no radica en que los Bogdanov les colaran artículos carentes de sentido a los supuestos revisores de revistas de física de medio mundo, lo más divertido del caso consiste en que, a día de hoy, nadie parece poder explicar con total seguridad si efectivamente se trató de una broma o si en esos artículos hay algo relevante para la ciencia y, mucho menos, por qué.
   Comparado con lo que hicieron Jeremy Stribling, Max Krohn y Dan Aguayo, lo de los hermanos Bogdanov no pasa de una guasa de parvulario. Hacia 2005, en sus tiempos de estudiantes del MIT, crearon SciGen, un generador de artículos científicos aleatorio. Se pone el nombre que se desee y, al módico precio de un click, tendrán su artículo con resumen, citas, conclusiones y demás, listo para enviar o para sacar por impresora. A su rebufo, nació MathGen, que no sólo permite obtener con pasmosa facilidad un artículo matemático sobre los campos más esotéricos, sino que, además, da la opción de tener como colaboradores del mismo a prominentes hombres de la historia de la disciplina. A mí me gusta dejar uno de estos artículos con mi nombre “distraídamente” sobre una mesa en mi trabajo o, mejor aún, “olvidarlo” en la bandeja de salida de la impresora. Al cabo de un tiempo te viene alguien, ligeramente pálido y con voz entrecortada, que te dice:
- ¿Es...? ¿Es tuyo?
- ¡Ah, sí! - le respondo con displicencia.- Me gusta hacer algunos calculitos antes de irme a dormir... Me relaja.
   Pero la broma va más allá. He explicado en varias ocasiones que lo propio de la ciencia consiste en publicar. El científico busca publicar porque eso le proporciona reconocimiento y porque permite, al menos en teoría, que otros revisen su trabajo. El carácter público de la ciencia se halla en su núcleo constitutivo. Pero hoy día la cosa ha ido mucho más allá. Para conseguir financiación, un científico necesita presentar una lista, lo más larga posible, de publicaciones, preferentemente, en lo que se llama “publicaciones de impacto”. Esto ha convertido al campo de las revistas científicas en un inmenso pastel en el que intentan obtener su porción más de 30.000 de ellas, vomitando al mundo dos millones de artículos por año, sin contar los seminarios, congresos, sesiones, jornadas y demás géneros de reuniones científicas. Se supone que la mayor parte de esos artículos han pasado una revisión de, al menos, dos árbitros, con los suficientes conocimientos en el campo como para juzgar la validez de los mismos. Si el número que sale de hacer los cálculos le parece disparatado, habré de añadirle el matiz de que este trabajo, en teoría, no recibe remuneración alguna. Pero si estos datos ya ponen las cosas mal para lo que, como digo, constituye el núcleo mismo del proceder científico, han ido menudeando de unos años a esta parte lo que se conoce como “predatory publishers”, editoriales, revistas y organizadores de congresos que, por un precio, a veces nada módico, permiten la aparición del artículo en tal o cual revista o congreso y extienden el correspondiente certificado, por supuesto, tras su “riguroso” paso por las manos de un par de árbitros. La extensión del problema ha llegado a tal punto que existen al menos dos listas, sin pretensiones de exhaustividad, de tales publicaciones(1). SciGen y MathGen sirven, pues, como excelentes herramientas para detectar la verdadera naturaleza de estas publicaciones. De hecho, el algoritmo de MathGen parece haber conseguido, al menos, una aportación al mundo de las matemáticas, aceptada para su publicación en Advances in pure Mathematics, revista con un factor de impacto 57 en el año 2011.
   Pero el problema no se limita a las publicaciones predatorias. En 2014, la todopoderosa editorial científica Springer, tuvo que retirar más de 130 artículos y conferencias de sus publicaciones por sus sospechosas semejanzas con los artículos generados por SciGen. A ellos hay que añadir los 43 que retiró a principios de 2015 y los 64 de agosto del mismo año por manipulación de los e-mails de sus autores que permitían a éstos convertirse en revisores de sus propios artículos. Por si fuera poco, en 2016, un grupo de investigadores de la Universidad de Trieste crearon un generador automático de revisiones de artículos científicos, cuyos resultados no podían distinguirse fácilmente de los creados por supuestos revisores humanos. Todo esto convirtió en un gran avance la aparición de AntiSciGen, un detector automático de artículos generados por SciGen. 

(1)

domingo, 10 de junio de 2018

Retos de la filosofía y de la ciencia del siglo XXI (1 de 3)

   Llevo bastante tiempo dándole vueltas a una serie de ideas sobre criptografía asimétrica, pero no conseguía otorgarles forma con las herramientas que habitualmente uso. Al final decidí utilizar el lenguaje matemático y casi se plasmaron ellas mismas sobre el papel. Como no se trata de mi lenguaje habitual y además los textos van dirigidos a revistas anglosajonas, los dejo aquí por si algún alma caritativa quiere revisar los cálculos y/o mi gramática inglesa:



   Seguro que quien siga la línea argumental de estos artículos descubrirá, mucho antes de lo que yo logré hacerlo, su parentesco con las ecuaciones de Darboux aplicadas a los subgrupos de Hilbert, así que no he podido evitar escribir unas notas al respecto.


   En estas andaba cuando recibí un correo de unos amigos norteamericanos. Siempre he pensado que existía un vínculo entre la teoría relacional y la ingeniería eléctrica, pero a la hora de explicarlo con mayor precisión de la que ofrecen las palabras, me topaba, una y otra vez, con la dificultad de cómo implementarlo. Después de darle muchas vueltas, decidí enviárselo a un par de amigos que juegan al baloncesto. Poca gente sabe que desde la publicación en 1979 de The Alley Oop of Physic, del profesor Wingheaddress, muchos de los grandes jugadores de la NBA se dedican a abordar problemas de física antes de los partidos para mejorar su concentración y puntería. Surgió sin embargo, una discusión entre ellos acerca de si constituía un método mejor el espolvoreado o el tirabuzón triple y al final acabaron enviándoselo a unos conocidos de ambos que le dieron la forma que aquí presento.

   Creo que hasta ahora no he hablado nunca de la empresa que fundé hace unos meses, dedicada a la asesoría filosófica. Se llama Asesoría Filosófica, S. L. y nos dedicamos a estudiar la coherencia de la filosofía de las empresas, la congruencia de su código deontológico y, por supuesto, a tachar el verbo "ser" en todos sus documentos. Para que puedan apreciar la utilidad y profundidad de nuestros informes, les dejo aquí un breve extracto de uno de ellos:
Observamos que los intentos de complementar transposiciones de distribución se realizan sin evaluar las experiencias de convergencia y sin analizar los esquemas en tiempo real. Creemos necesario, por tanto, articular proyecciones afines que permitan re-inventar mecanismos verticales, cultivar relaciones punto-com e implementar infraestructuras de última generación, consiguiendo con ello agregar funcionalidades con centro en el usuario. Necesitan alcanzar una convicción firme de que no se pueden explotar funcionalidades perimetrales sin contextualizar paradigmas llave en mano. La sistematización de comunidades de valor añadido servirá para habilitar estructuras transparentes, extendiendo las plataformas de atención al cliente

domingo, 3 de junio de 2018

El nuevo biopoder (8)

   El 17 de mayo de este año, la agencia norteamericana encargada de aprobar los medicamentos (FDA), dio el visto bueno a Aimovig, marca bajo la cual se va a comercializar Erenumab un anticuerpo humano capaz de inhibir un péptido vasodilatador, al parecer, relacionado con los trastornos que origina la migraña. Quince días después de esta aprobación, una búsqueda de “Aimovig” en Google arroja la nada despreciable cifra de más de 292.000 resultados. A esta sorprendente explosión digital han contribuido, sin duda, tres artículos. El primero de ellos, “New migraine drug: A neurologist explains how it works”, apareció ocho días después de la aprobación en The Conversation, The Chicago Tribune, Bussines Breaking News, y The Fort Bend Herald, un día más tarde en Knowledge Science Report y US Science News y el 1 de junio, entre otros medios, lo tradujo El País. El título del artículo original en inglés, no parece sugerir la autoría del único nombre que figuraba en él, el de la Dra. Yulia Orlova, que, en cualquier caso, muestra enorme habilidad periodística en este su primer artículo para tal medio, colocando el nombre y las ventajas del medicamento en cabecera y escondiendo sus aspectos más problemáticos en el final del texto.
   El segundo, “F.D.A. Approves First Drug Designed to Prevent Migraines”, firmado por Gina Kolata, resulta aún más sorprendente. Se publica el mismo día de la aprobación en The New York Times, y un día después se reproduce en US News, USA Today y cientos de otros lugares en Internet. Este artículo no tiene desperdicio. Cito la primera línea:
“The first medicine designed to prevent migraines was approved by the Food and Drug Administration on Thursday...”
Con una celeridad vertiginosa en el seguimiento de la noticia, el mismo día de su aprobación, la Sra. Kolata se las apaña para recopilar opiniones sobre el tema, escribir el artículo y publicarlo. Tan intenso resultó su trabajo que piensa hallarse ya en el día siguiente y escribe el jueves 17 de mayo que este medicamento “fue aprobado” el jueves. Por supuesto, hay una explicación alternativa de los hechos, que el artículo se escribió antes de la aprobación, en cuyo caso habría que preguntar quién y por qué le dijo que debía mantenerse atenta a esta noticia. ¿Alguien de la FDA? Eso, probablemente, viola alguna normativa al respecto. ¿Alguien de Novartis, la empresa que lo fabrica? El artículo que publicó justo una semana después, da algún indicio sobre cuál de las dos explicaciones podría considerarse adecuada a los hechos. Se trata de una especie de FAQs sobre migraña que incluye bonitas preguntas del tipo: “¿por qué los médicos no se dan cuenta de que los dolores de cabeza de una persona son migraña?” además de arrojar la curiosa estadística de que hay casos de migrañas “en uno de cada cuatro hogares”. Y si aún le quedan esperanzas de la bondad del personaje, le recomiendo que lea lo que dice Goozner de él en The $800 million pill.
   Con todo, los artículos de Kolata y Orlova debieron parecerles demasiado tibios a alguien, así que ya hay circulando una noticia de agencia en la que se habla de prevención de la migraña para quienes sufren, “al menos”, cuatro episodios al mes, se califica a éste del “primer tratamiento preventivo” y se nos informa de que
“Novartis ha creado un programa de acceso para 'Aimovig', como parte del compromiso de la compañía de proporcionar a los pacientes un acceso seguro e inmediato”.
Por supuesto, tales afirmaciones se fundamentan en datos extremadamente interesantes. En primer lugar, cuatro estudios clínicos sobre 2.600 pacientes en los que el medicamento “redujo el número de días con migraña al mes” hasta la mitad o más, “un porcentaje significativamente más alto comparado con un placebo”.  “En estudios clínicos en los que participaron más de 3.000 pacientes”, los que tomaron una dosis de 140 mg, “tenían tres veces más probabilidades de reducir sus días de migraña a la mitad o más, en comparación con placebo”. Espectacular, ¿verdad? Depende. “Tres veces más probabilidades” puede significar que los pacientes que tomaban el placebo lo reducían en un 1% y los que tomaban Aimovig lo hacían en un 3%, dicho de otro modo, 90 de cada 3.000. ¿A qué corresponde la cantidad de pacientes que "multiplican por tres su mejoría" tomando Aimovig? Consultemos la Wikipedia. Casualmente, Aimovig, pese a sus escasos 15 días de existencia, ya posee una entrada en ella en la edición inglesa y una pulcra traducción en su versión española. Allí se nos informa de que en la fase III del ensayo clínico, un grupo formado por 955 pacientes sufrieron, de promedio 3,2 menos episodios de migraña con una inyección de 70 mg; 3,7 menos con una inyección de 140 mg; y 1,8 menos con un placebo. Así pues, la dosis de que habla la noticia de agencia, el doble de lo que se va a recomendar, no mejora en nada a los pacientes. Incluso con la dosis estándar, la mejoría apenas se sitúa en 1,4 episodios menos respecto del placebo. ¿Dónde figura la multiplicación por tres de la mejoría?
   En cualquier caso nos sigue faltando algo, nos faltan todos los pacientes que van desde los 955 de que habla la Wikipedia hasta los 5.600 de la noticia de agencia. ¿Dónde se han metido?  La nota de aprobación de la FDA lo aclara. Se habla allí de tres ensayos clínicos. El ya reseñado sobre 955 pacientes, un segundo ensayo sobre 577 y un tercero con 667. En el supuesto de que haya habido más ensayos, la FDA no tiene noticias de ellos o no los ha considerado relevantes. Las cifras de estos dos ensayos no citados por la Wikipedia resultan enormemente significativas. En el llevado a cabo sobre 577 pacientes, los tratados con Aimovig sufrieron un episodio menos de promedio que los que recibieron un placebo. En el de 667 pacientes (en realidad un ensayo de fase II, cuyo interés central debe hallarse en la seguridad del fármaco), los que tomaron el medicamento sufrieron de promedio 2,5 menos episodios que los tratados con placebo. Y todo ello sin que se nos indique si el placebo también se inyectó o se administró por vía oral y sin tener en cuenta que estas cifras apenas si mejoran las de otros medicamentos ya existentes en el mercado. Por otra parte, el ensayo clínico más largo ha durado 24 semanas para un trastorno definido como crónico.
   Así pues, ¿como podemos resumir todo lo anterior? Pues de un modo absolutamente simple y fácil: Aimovig ha salido al mercado al "módico" precio de 6.900 dólares anuales. Si tenemos en cuenta que la migraña aparece en la primera juventud, multipliquen y hallarán los méritos reales de este nuevo milagro de las ciencias biomédicas.