domingo, 27 de junio de 2021

La ciencia de la creatividad (12. Tendencias evolutivas)

   Vimos que un estudio de los registros de patentes indica claramente que la creatividad humana sigue unas pautas nítidas. Señalamos que, si hablamos de un conjunto que bien podría abarcar los cuatro millones de patentes, entonces, nos enfrentamos, más que con la creatividad técnica o la creatividad de la que hacen gala los ingenieros, con la creatividad humana en general. Indicamos, cómo, de las pautas de esa creatividad así entendida, pueden extraerse una serie de protocolos para la producción de soluciones inventivas. Inevitablemente se deduce de aquí que la evolución de los sistemas tecnológicos ha tenido que seguir a lo largo de los siglos unas líneas claras, reconocibles y predecibles. Dicho de otro modo, TRIZ nos permite una reconstrucción racional de la historia de la tecnología en la que ya no tenemos que limitarnos a ir marcando las fechas en las que este o aquel dispositivo apareció, como fulguraciones mágicas, sino que podemos explicar por qué surgió esto y no cualquier otra cosa en ese momento concreto. Y podemos hacerlo sin aludir a la “necesidad” que existía en ese momento, a las circunstancias históricas precisas, ni a la voluntad o el capricho de ciertos seres humanos talentosos. Simplemente, la llegada de la tecnología hasta un punto concreto, ponía al alcance posibilidades que ahora podemos ver como consecuencia de los protocolos inventivos, pero que entonces, en aquel momento, ignorándolos, dependería del carácter visionario de alguien, como Kepler pudo ver sus leyes antes de que pudieran extraerse de la mecánica celeste alumbrada por Newton. Existe, por tanto, la posibilidad de la reconstrucción racional de la tecnología en un sentido en que los pobres filósofos vigesimicos ni siquiera sospecharon y, dado que hablamos de la inventiva humana, de creatividad, podemos aventurar que existe la posibilidad de reconstruir racionalmente cualquier historia.

   A pesar de la claridad con que se deducen las conclusiones anteriores de los presupuestos de TRIZ y a pesar de que, como hemos señalado, deja a años luz el punto al que llegaron los confiados filosofillos del siglo pasado, existen aquí importantes consideraciones filosóficas no resueltas. En efecto, Altshuller repite sin duda alguna y cada vez que tiene ocasión, que la evolución de los sistemas tecnológicos “como todos los demás sistemas, sigue las leyes de la dialéctica materialista”. A continuación, como si siguiésemos hablando de lo mismo, afirma que la tendencia principal de los sistemas técnicos consiste en su “tendencia a la idealidad”. Evidentemente, Altshuller no hubiese tenido arrestos para decirle esto a la cara a Marx, Engels o Lenin, porque hubiesen resucitado a Stalin para que volviera a mandarlo al gulag. Pero, dejando a un lado este pequeño detallito que sólo le parecerá relevante a los filósofos, la tendencia a la idealidad, tal y como la formulamos y la definimos a la hora de hablar del Resultado Final Ideal, constituye en TRIZ el motor fundamental de la evolución de todos los sistemas tecnológicos. De ella, en efecto, se derivan las demás tendencias identificadas por Altshuller. Si imaginamos la existencia de un problema en un subsistema cualquiera, su solución, no consistirá en un compromiso, sino en alcanzar un ideal. Ahora bien, una parte ideal dentro de un todo que no puede caracterizarse de ese modo, inevitablemente generará conflictos con otras partes del sistema, quiero decir, problemas, que conducirán a alcanzar soluciones ideales. Tendremos entonces un sistema ideal como parte de un macrosistema que no puede caracterizarse de ese modo, etc Acabamos de enunciar otra de las tendencias de los sistemas tecnológicos identificada por Altshuller, el desarrollo heterogéneo, de las partes del sistema, que genera los inevitables desacoples percibidos como problemas a solucionar. Surge de aquí una tercera tendencia. Para solucionar esos desacoples entre las partes de un sistema se procederá, como primer intento a acompasar los ritmos entre partes anteriormente desacompasadas o, a la inversa, a desacompasar los ritmos entre partes anteriormente acompasadas. Coordinar lo que antes se mostraba descoordinado y dejar de preocuparse por coordinar elementos que antes presentaban este rasgo, constituye el primer recurso al que se echa mano cuando un sistema muestra problemas entre sus partes. Si este intento fracasa, se procede a medidas más drásticas. De ahí que una cuarta tendencia consista en el incremento en la segmentación. Este incremento en la segmentación toma diferentes formas. Una muy típica consiste en el empleo de partes cada vez más pequeñas, hasta que éstas tienen un tamaño tan nimio que pueden sustituirse por el efecto de un campo. Visto desde otra perspectiva, este proceso parece paradójico. Primero los sistemas se muestran muy simples, después sus partes se van haciendo cada vez más complejas conforme se van miniaturizando, posteriormente el paso de esas partes mínimas a campos genera una simplificación, pero la propia producción y control de esos campos puede resultar bastante compleja. Dicho de otro modo, en la evolución de los sistemas técnicos hay una oscilación continua desde la simplicidad hacia la complejidad para volver a la simplicidad. Pero esta oscilación, no cabe entenderla como una especie de ley del péndulo y ni siquiera en un sentido “dialéctico”. Más bien, se trata de trayectorias en torno a un atractor o del remolino que se forma cuando un líquido se desliza hacia el fondo de un embudo en cuyo punto central más bajo se halla la solución ideal final, hacia la que todo el sistema tiende pese a (o, precisamente, mediante) sus oscilaciones. 

   En todo lo anterior, la tendencia a la idealidad, lleva implícita una tendencia a crear sistemas más dinámicos, flexibles y controlables. Existe una clara coimplicación entre estos factores, pues, la exigencia de sistemas más dinámicos obliga a hacerlos más flexibles, lo cual se logra por la segmentación, pero el aumento en el número de partes exige un mayor control. Incrementar el grado de control y precisión, hacer los sistemas más dinámicos y flexibles, induce a eliminar las rémoras, destruir cualquier inercia psicológica, acabar con el apego que pueda haber en ellos a lo pasado, quiero decir, la tendencia a la idealidad significa disminuir lo menos ideal que hay en este mundo, el factor humano. Por tanto, la tendencia a la idealidad implica la tendencia a la automatización.

   Si ahora observamos todo este proceso a lo largo del tiempo y lo comparamos con el número de invenciones que conlleva y los beneficios que genera, obtendremos que estas tendencias originan un gráfico de curva en S. Pero esta curva en S merece por sí misma una entrada aparte.

domingo, 20 de junio de 2021

El reciclaje que salvará al mundo.

   El eslogan de que el reciclaje nos salvará de la catástrofe se ha impuesto como doctrina oficial. Hay algo de cierto en él, pero, desde luego, no en el hecho de que se haya convertido en un elemento básico en nuestras economías del siglo XXI. Ecológicamente, en lo que se refiere a la reducción del impacto ambiental de nuestras actividades, tiene un carácter marginal, por no decir despreciable. Sin embargo, en términos económicos, conforma un negocio multimillonario. El caso de los plásticos resulta muy característico. Todo el esfuerzo por aislar los plásticos y verterlos en lugares específicos que se lleva a cabo en los hogares se traduce en 170 millones de toneladas de plástico anuales arrojadas al vertedero, al mar o incineradas. De promedio sólo se recicla el 35% de los plásticos que se produce, aunque este cifra esconde una monumental mentira porque, hasta hace muy poco, Occidente incluía en las cifras de su "reciclaje", mandar millones de toneladas de plástico a países asiáticos que, en muchos casos, acababan por tirarlos al mar. De este modo, a la contaminación que ellos generaban se añadía la producida por su transporte. Eso sí, los beneficios económicos se multiplicaban. Los países desarrollados (entre ellos España,, noveno exportador mundial de plásticos) pagan a empresas que, en lugar de reciclar, subcontratan ese "reciclaje" a otras y estas a otras en una cadena que termina con los plásticos en los mares y vertederos de China, Indonesia y Malaisía. En medio de toda esta "creación de riqueza", el reciclado real de los plásticos fabricados desde 1950 se reduce a un 9% del total. Mención aparte merecen el "modelo sueco" o el "modelo alemán", que venden como "reciclado", la generación de energía mediante la quema de plásticos provocando más contaminación de la que originan las centrales de gas o de carbón. A esta locura se añaden disparates como la campaña para "acabar con las bolsas de plástico". Se nos ablandó el corazón con las pobrecitas tortugas marinas que morían asfixiadas al confundir las bolsas de plástico flotantes en el mar con medusas, sin que nadie se preguntase cómo acababan allí bolsas teóricamente recicladas. Se nos concienció de la necesidad de extirparlas de nuestras vidas y, desde entonces… se nos cobra por ellas. ¿El resultado? El mercado de las bolsas de plástico se halla en plena expansión y cada día se fabrican más. Por supuesto, todas ellas lo hacen bajo una etiqueta de biodegradabilidad muy discutible en algunos casos y más difícil de comprobar en el resto.

   En realidad, el plástico reciclado ni tiene las mismas prestaciones que el plástico recién producido ni tiene un precio mejor, en especial cuando el petróleo abunda. Los estrechos márgenes de beneficio obligan a contar con una mano de obra con bajísimos niveles de capacitación y de motivación, que convierte en caricaturas los más avanzados y sofisticados procesos de reciclado. Pero lo mismo cabe decirse del otro punto de la cadena. La cotidiana separación de plásticos de los hogares no sirve para nada, pues lo que metemos en los correspondientes contenedores tiene una composición tan dispar que hace imposible su reutilización sin proceder a separarlos de modo más eficiente, incluyendo su separación por colores. Una limpieza eficaz resulta también imprescindible para el proceso de reciclaje en el caso de los plásticos y eso incluye eliminar las etiquetas identificadoras y los adhesivos utilizados para fijarlas. Algunos de los plásticos más difícilmente degradables o abundantes y, por tanto, más contaminantes, no permiten obtener ningún beneficio económico de su reciclado, caso de todas esas finas láminas y laminillas que se utilizan en el envasado de los productos alimenticios.

   No obstante, el problema del plástico casi parece insignificante si se lo compara con otro tipo de residuos que sigue su mismo camino: la basura electrónica. Una de las características de nuestros modernos e imprescindibles indicadores de estatus social consiste en la multiplicidad de materiales que los componen. La separación real de todos ellos y su debido tratamiento de un modo que procure cero impacto en el medio ambiente resulta poco menos que imposible. El ciclo medio de estos productos sigue patrones perfectamente trazables. Los ciudadanos ecológicamente comprometidos y educados por el discurso oficial, los depositan en los puntos limpios puestos a nuestra disposición por todas la corporaciones locales. Mientras conciliamos el sueño felices por haber cumplido con nuestra responsabilidad, los más ricos en las materias económicamente rentables del momento salen, no necesariamente por la puerta de atrás, del punto limpio, para acabar en los almacenes de chatarreros que tienen un acuerdo, digamos que "opaco" con los empleados municipales, una vez más, poco cualificados, poco motivados y peor retribuidos. Todo lo que al chaterrero de turno no le interese acabará en el vertedero. El resto de lo que queda en los puntos limpios, se "recicla", quiero decir, las correspondientes empresas cobrarán de los gobiernos por transferirlas a bajo costo a una compleja red de empresas que acaban trasladándolos a China o a Ghana. Allí, sin más legislación que el la ley del más fuerte, quiero decir, la libertad del mercado, los materiales económicamente rentables se extraen de ellos sin importar cómo ni a qué costo ambiental o para la salud de sus trabajadores (muchas veces niños) y se envían de vuelta a los países desarrollados, sumando al disparate ecológico, la contaminación de un transporte de ida y vuelta, en otro ejemplo de lo que entiende el capitalismo por "crear riqueza".

   Las etiquetas que indican el carácter reciclable de los productos, el bonito discurso acerca de la necesidad de reciclar y de los beneficios que comporta, calla acerca de la naturaleza de esos beneficios. En un mundo regido por el mercado libre, en un mundo en el que el mercado hace lo que le da la gana con todos nosotros, poner en el reciclaje la esperanza para salvarlo de la catástrofe a la que lo conducimos sólo puede entenderse como la excusa de los colaboracionistas. Si de verdad qusiéramos librarnos de lo que ya resulta inevitable, hace décadas que deberíamos haber aprendido a hacer más con menos, a vivir felizmente sin consumir, a mostrar como triunfo las cifras de contracción de nuestra economía y a valorar lo que las personas "son" por todo aquello que han dejado de hacer. Quizás aún tengamos tiempo si, desde hoy mismo, nos olvidamos de la milonga del reciclaje de las basuras y comenzamos a reciclarnos nosotros mismos y nuestra disparatada forma de pensar.

domingo, 13 de junio de 2021

La ciencia de la creatividad (11. Un algoritmo para inventar)

   El algoritmo de la invención (ARIZ) consiste en una serie de pasos que nos conducen a una solución altamente creativa e inventiva al problema planteado. Como tal puede considerárselo un work in progress en la vida de Altshuller. Aunque sólo se introdujo el término “algoritmo” en 1965, puede vérselo ya presente en el artículo seminal “Acerca de la psicología de la creatividad inventiva” escrito con Rafael Shapiro en 1956 y desde entonces no dejó de acumular versiones en 1959, 1961, 1965, 1971, 1977, 1982 y 1985. De hecho, en el texto de 1982, Altshuller hablaba de la inevitabilidad de esa sucesión infinita de versiones y señalaba que existiría un ARIZ-87 y un ARIZ-88. Cada vez, decía allí, ARIZ se vuelve más sofisticado, más eficaz, pero, por lo mismo, apunta con mayor nitidez hacia los aspectos mejorables en él. Tres años después, sin embargo, en la tercera de sus versiones, Altshuller señalaba que ARIZ-85 debía considerarse la versión definitiva y no se necesitarían ulteriores modificaciones del texto. Para ello dotó a ARIZ-85c de los pasos necesarios para que generara su propia modificación por la vía de utilizar los estándares y señalar el modo en que podían añadirse nuevos estándares inventivos. Probablemente también influyeron circunstancias externas. Altshuller asumió desde el principio la exclusividad de la tarea de introducir modificaciones en ARIZ y, según parece, su salud comenzó a resentirse a partir de esos años. 

   Tampoco el papel de ARIZ se mantuvo constante a lo largo del tiempo. Hasta su denominación como tal, figuró en la obra de Altshuller a modo de demostración de una posibilidad, como la indicación de un hecho o como la descripción de un proceso llevado efectivamente a cabo por los inventores. Su conversión en algoritmo lo hizo colocarse en el centro de TRIZ. Altshuller se enfadaba cuando se le recordaba que en la década de los 60 y de los 70 ARIZ constituía el núcleo duro de TRIZ y echaba la culpa “a los otros”, a los oponentes a TRIZ, de haberse aferrado a la palabra “algoritmo”. Sin embargo, si se revisan los escritos de esa época, puede apreciarse cómo el acento se pone en aprender a manejar el algoritmo, porque mediante él se podían resolver el 85% de las tareas, quedando el 15% restante para la aplicación de otros protocolos de modo aislado, por ejemplo, el listado de los estándares. A partir de 1977, el algoritmo de la invención perdió progresivamente esa centralidad y pasó del protocolo para el 85% de las tareas al protocolo para el 15% de las tareas, en esencia todas aquellas que resistían el abordaje de los restantes protocolos por separado, hasta el punto de que hoy día, en la literatura TRIZ, resulta fácil encontrar la declaración de que ARIZ sirve para “una tarea al año”. Esa especialización no puede desligarse de la expansión de TRIZ por el mundo. Altshuller insistía una y otra vez en que ARIZ constituía una herramienta extremadamente delicada y que sólo tras un curso de capacitación de 80 horas podía utilizarse adecuadamente. Por supuesto no se trata de que nos vaya a explotar en las manos si lo utilizamos mal, pero sí que requiere detenerse en cada instrucción, progresar sin pausas pero sin prisas, cumplimentar meticulosamente cada paso para que ARIZ nos entregue resultados a la altura de sus posibilidades. De lo contrario, la respuesta que nos devuelve puede resultarnos decepcionante y difícilmente le echaremos la culpa a nuestro descuidado modo de tratar la cuestión. Mas, esa especialización, ha traído también otra consecuencia, la de convertirlo cada vez más en una herramienta diseñada para problemas de ingeniería. Desde luego porque los problemas de ingeniería necesitan una meticulosidad poco habitual en el resto de disciplinas, pero también porque su diseño se realizó teniendo en cuenta los obstáculos que iba encontrando al confrontarlo con problemas de ese área de conocimientos y, como resultado, se lo adaptó a esas necesidades y no a otras de carácter más general. No obstante, el propio Altshuller señalaba que ni debía interpretarse a ARIZ como el único algoritmo para la solución de problemas inventivos posible, ni debía considerarse su aplicación tal cual a las diferentes ramas del conocimientos e instaba a su adaptación para necesidades específicas manteniendo siempre la estructura general que caracteriza a ARIZ. Dicho de otro modo, en TRIZ, en los textos de Altshuller, queda abierta la puerta (todavía más, se nos insta de hecho), a modificar ARIZ para convertirlo en un instrumento apto para la solución, digamos, de problemas filosóficos. Ciertamente esta adaptación necesitaría de la creación de una base de datos de “efectos de filosofía”, a modo de la base de datos de efectos físicos, químicos, geométricos y biológicos que existe en TRIZ y no tenemos nada semejante. Ni las historias de la filosofía al uso ni los diccionarios de filosofía existentes sirven a estos fines. Sin embargo, Altshuller nos dejó un ejemplo práctico de cómo construir esta base de datos de ideas filosóficas en su registro de ideas de ciencia ficción. Pero me he alejado del tema.

   Casi hemos señalado cómo y por qué ARIZ apareció en diferentes versiones a lo largo de 30 años. Constituyó el núcleo de lo que se enseñaba en los institutos de creatividad que se fundaron en la extinta URSS a partir de 1971 y que alcanzaron una red de 500 centros. Cada vez que un grupo de alumnos quedaba atrapado en un callejón sin salida a la hora de resolver un problema, se revisaban las causas que habían llevado a esta situación, se buscaba el paso de ARIZ en el que podían haberse perdido y se modificaba su redacción. Este procedimiento llevó de hecho a la mejora de todos y cada uno de los protocolos de TRIZ. Aquí se halla la sensación de “magia” que nos produce su aplicación. No hay nada de “mágico”, simplemente, los enfrentamos, otra vez, a las mismas pruebas que condujeron a su redacción tal y como han llegado a nosotros y, por eso, no debe extrañarnos que vuelvan a superar la prueba que ya superaron miles de veces con anterioridad. Este rasgo distintivo puede verse con toda claridad en el tránsito de ARIZ-65 a ARIZ-71. El año 1971, como ya hemos señalado, constituye el momento en el que se abrió el primer centro de enseñanza de TRIZ. Mientras ARIZ-65 parece un ejemplar de vitrina, puesto ahí para que cualquiera pueda contemplar con sus propios ojos lo “imposible”, en ARIZ-71 se especifica cada paso, cada acción, cada anotación, se acompaña cada desarrollo con el mimo, con el gesto adusto, del maestro que trata de guiar en el tránsito hacia la creatividad, algo que se acentúa aun más en ARIZ-77, del cual dejamos una versión aquí.

domingo, 6 de junio de 2021

Derechos básicos.

   Marx criticó en los derechos humanos la intrínseca hipocresía de todas las declaraciones burguesas. Se proclamaba la libertad de reunión, sin garantizar que hubiese un lugar para reunirse; se proclamaba la libertad de asociación, sin permitir los medios para sustentarla; se proclamaba el derecho a la libertad de expresión, sin procurar medios en los que todo el mundo pudiera expresarse; en definitiva, más que proclamar una serie de derechos, se proclamaba la obligación de quedar sometidos a las formas capitalistas de producción y reproducción. Marx no vivió para conocer la declaración de 1949 que promulga la libertad de acceso a la cultura… para todos aquellos que puedan pagarla. Pero no se entenderá la naturaleza del problema si la denuncia llevada a cabo por Marx de la hipocresía burguesa no se acompaña de otro elemento presente también en sus textos: que la hipocresía constituye el rasgo característico de la conciencia burguesa. No se trata, pues, de una cuestión de actitud, ni de voluntad de engaño. Necesariamente tiene que ocurrir así. Dicho de otro modo, toda declaración de derechos humanos, en un mundo en el que la libertad del mercado resulta más importante que la propia libertad de los individuos, necesariamente debe contener supuestos que hacen de ella algo muy diferente de lo que dice "ser". 

   Tomemos el caso de la Declaración de Derechos de Virginia de 1776. Esta declaración "la primera declaración de derechos humanos de la historia", la plasmación de los ideales revolucionarios de las colonias y en la que se puede leer que "todos los hombres son por naturaleza igualmente libres", vio la luz en uno de los estados norteamericanos más recalcitrántemente esclavistas, que no permitió por ley la emancipación de los ciudadanos negros hasta 90 años después de su famosa Declaración. Quien quiera quedarse en la epidermis de la cuestión verá aquí otro ejemplo de la hipocresía burguesa, pero si acudimos a lo que ocurre con las sucesivas versiones de la Declaración de Derechos de los Ciudadanos promulgadas en Francia a partir de 1789, podremos ver cómo, dichas declaraciones, cumplen una función nada ambigua ni hipócrita: definir qué es un ciudadano. Ahora podemos entender por qué la declaración de derechos de los seres humanos aparece por primera vez en un estado esclavista, porque tenía como finalidad decir qué pasaría a considerarse desde ese momento un ser humano. Y un ser humano, obviamente, debía de gozar de libertad, así que la mano de obra esclava, por definición, no la constituían seres humanos. De modo semejantes, quienes no tuvieran propiedades, ni derecho de voto, no podían considerarse ciudadanos. Y quien no tiene casa, ni tiene trabajo, ni tiene dinero para pagar la cultura, simplemente, no es un ser humano. Aquí no hay nada punible, no hay nada que un brazo militar de la ONU tenga que castigar, ni siquiera algo que un cuerpo jurídico deba garantizar. A lo sumo, todo el entramado de cortes penales internacionales deben juzgar si, individuos de los que se habla en ciertos artículos, por ejemplo, los que tienen recursos para pagar las costas de una apelación a semejantes instancias jurídicas, pueden considerarse humanos pese a carecer de otros propiedades constitutivos de la "humanidad". Insisto, no hay hipocresía, ni inconsistencia, ni contradicción por ningún lado, simplemente, puesta en práctica de una función concreta para la que esta colección de derechos se promulgó. Ahora podemos entender varias cosas. Primero que se "descubran" nuevos derechos, quiero decir, que cada día que pasa se añadan nuevos requisitos a los mínimos exigibles para atravesar el umbral de la humanidad. El caso del acceso universal a Internet lo demuestra de un modo palmario. De aquí a muy poco, únicamente se considerarán "humanos" aquellos seres que tengan presencia en el mundo virtual, porque el resto, a todos los efectos, no existirán. 

   Segundo, se puede distinguir entre dos géneros de críticas a los derechos humanos. Por un lado, quienes, como hago yo aquí, critican su utilización y, por otro lado, quienes critican lo que son. Son... eurocéntricos, burgueses, hipócritas, cristianos. En consecuencia, no pueden/deben aplicarse a… África, América, los regímenes socialistas, los países islámicos. Ocurre aquí lo mismo que con la democracia. Dos tipos de críticas contra ella se confunden con suma facilidad porque utilizan argumentos nominalmente idénticos con intención dispar: quienes la critican por cómo funciona y quienes la critican por lo que es. Dirimir cuándo tenemos que vérnoslas con un tipo de crítica o con otra resulta, sin embargo, muy fácil, basta con pedir que pasen la prueba de reformular sus argumentos sin utilizar el verbo ser

   Plantear que toda declaración de derechos humanos se utiliza para definir lo que ciertos seres humanos son en función de sus propiedades (por no decir, "posesiones"), permite entender aún una tercera cosa, a saber, por qué algunos de los derechos más básicos a los que con frecuencia apelan los seres humanos, no se hallan incluidos, ni por atisbo, en ellas. Uno de esos derechos lo vimos funcionar en la entrada anterior. Por encima de todas las cosas, los seres humanos hacen cotidianamente uso de su derecho a no saber, de su derecho a no aprender, de su derecho de no entender (adecuadamente) lo que se les dice. Desde la persona que insiste marcando el mismo número para hablar con alguien que no tiene ese número de teléfono a las hordas que asaltaron el Capitolio con camisetas en las que podía leerse "mi mamá dice que soy especial", los seres humanos consideran uno de sus derechos básicos no aprender, no saber, no reconocer la realidad que les abofetea. A él apelaron quienes se negaban a mirar por el telescopio de Galileo, a él apelan quienes acuden a bares y celebraciones para compartir virus y agradables momentos sin mascarillas, a él se aferran, como un derecho básico y elemental, quienes proponen como soluciones para los males de su país, "remedios" de cuyas catastróficas consecuencias la historia, precisamente de su país, ha dejado patente evidencia. Todos hemos visto y aún hemos hecho fanático ejercicio de ese derecho a la ignorancia, a la ceguera, a la memez y a la pacatería, cada vez que alguien nos ha azotado los belfos con algo nuevo, verdaderamente creativo y rompedor. Sin embargo, nadie ha propuesto jamás que semejante derecho pase a incorporarse en ninguna de nuestras grandilocuentes declaraciones de derechos. Sabemos el motivo, aunque difícilmente lo confesaremos: que lo definitorio de los seres humanos no consiste en quedarnos aferrados a los mismos troncos, rumiando las mismas hojas, cada vez más secas. A nuestra especie la ha definido siempre, desde el momento en que bajamos de los árboles, la búsqueda de nuevos horizontes.