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domingo, 9 de septiembre de 2012

Más basura (genómica ahora)

   Esta semana hemos asistido al primer gran descubrimiento científico del siglo XXI. Ha sido llamativo, pero, desde luego, no sorprendente. Como ya dijimos en una entrada anterior, la basura es tremendamente informativa, lo cuenta todo acerca de nosotros. Y eso, a nivel molecular, es lo que acaba de hacer público el llamado Proyecto Encode. Para entender de qué estamos hablando, hay que contextualizar el hallazgo. Hay por ahí un gusanito, llamado Caenorabditis elegans, que, de tan elengante, contiene 19.000 genes en su DNA. Por otra parte, hay un sabroso (y venenoso) pez globo japonés, cuyo DNA está constituido, en más de un 95% por genes (tiene alrededor de 30.000). Bien, si ahora añadimos el dato de que una cadena de DNA humana, es ocho veces más grande que la del pez globo, ¿cuántos genes hacen falta para crear un ser humano? Piénselo bien, en nuestro cerebro hay 100.000 millones de neuronas con sus 1.000 billones de conexiones. El Caenorabditis elegans tiene 302 neuronas. Si Ud. repasa la literatura científica sobre el tema, encontrará que las primeras estimaciones no bajaban de los 400.000 genes. Poco a poco la cifra se fue reduciendo, 300.000, 100.000, 40.000... La transcripción del mapa genético humano a cargo del Proyecto Genoma dejó la cifra en torno a 23.000. Sí, sí, 23.000, un poco más que el gusanito elegante de las narices.
   Pero, ¿y toda esa cantidad enorme de DNA que nos constituye? 23.000 genes son menos del 2% de nuestro DNA. El 98% restante es basura, secuencias que no dan información acerca de ninguna estructura significativa de nuestro organismo. Dicho de otro modo, un pececito que nos zampamos tiene un 95% de DNA significativo, nosotros un 1,5%. Tomemos el DNA humano, eliminemos todo esa basura y compactémoslo, ¿saldrá de ahí un ser humano? La apasionante respuesta es, no.
   ¿Cómo puede salir nuestro cerebro de 23.000 genes? Obviamente, nuestros genes tienen que estar pluriempleados. Muchos, la mayoría quizás, tienen que codificar más de una proteína, dependiendo de a partir de qué punto sean leídos, incluso, en qué dirección sean leídos. Y aquí viene la gran pregunta: ¿cómo sabe nuestro organismo en qué dirección y a partir de qué punto hay que leer en cada momento un gen concreto?
   Veamos, si estamos constituidos por 23.000 genes y de ellos salen el millón de proteínas que nos constituyen, péptidos aparte, las instrucciones para el desarrollo humano, las correspondientes a la especialización que debe sufrir cada célula para formar parte de un organismo y los 1.000 billones de conexiones neuronales, ¿cómo demonios puede haber un gen para la agresividad, un gen de la homosexualidad y un gen del talento? ¿De dónde han salido esos genes tan especializados que copan, con frecuencia, espacio en los medios de comunicación de masas y en las revistas de difusión científica? ¿No será que todo esto es pura ideología carente de la más mínima base científica? Si Ud. le pregunta a un especialista medianamente serio le dirá que un gen por sí mismo no es nada. Todo gen tiene un mecanismo regulador, que indica cuándo tiene que expresarse y cuándo tiene que dejar de hacerlo. Sin ese interruptor, el gen no sirve para nada. Y ese mecanismo regulador no puede funcionar si no es en interacción con la expresión de otros genes y con el medio ambiente. Ningún gen determina nada por sí mismo sin un mecanismo que lo lleve a expresarse y ese mecanismo es extremadamente sensible al contexto. Dicho de otro modo, sólo somos uno de los resultados posibles de la interacción de los genes que nos constituyen.
   Como pueden imaginarse, los mecanismos reguladores de los genes, la clave de todo, son de una complejidad extrema. Aquí se ha abierto paso la biocomputación con el uso de modelos matemáticos, topología avanzada y, por supuesto, supercomputadores de procesamiento en paralelo. Con todo, sólo se conocen las formas más simples y aplicadas a organismos elementales... Hasta ahora. Lo que el Proyecto Encode ha puesto de manifiesto es, precisamente, que el 98% de nuestro DNA codifica mecanismos reguladores de nuestros genes. El DNA "basura", dice cómo y, lo que es todavía más importante, cuándo, se tienen que expresar los diferentes genes. La sucesión física de pares de base del DNA, lleva implícita una red abstracta, en la que cada instrucción es un nodo. Cada secuencia de DNA ocupa un lugar, guardando relaciones de vecindad con otras secuencias, pero también una posición en una red, en la que sus vecinos ya no tienen por qué estar próximos físicamente. Dos nodos son adyacentes si uno ejerce influencia directa sobre el funcionamiento del otro. Y toda esa red de interacciones entre fragmentos de DNA es muy sensible a la situación en la que se encuentra el organismo. La cartografía de esa red nos permitirá entender cómo saben las diferentes células del embrión a qué órgano tienen que dar lugar, qué mecanismo llevan al organismo adolescente a secretar hormonas y de qué modo el malfuncionamiento de un gen afecta a todos los demás, entre otras muchas cosas. Ciertamente estamos más cerca de curar enfermedades con cuya curación jamás se soñó. La verdad es que, contrariamente a lo que dicen los medios de comunicación, no mucho más cerca. Queremos alcanzar la Luna y nos hemos subido en una escalera. Pero, al menos, hemos avanzado algo. Si el Proyecto Genoma Humano permitió asomarse al ojo de la cerradura de la vida, el Proyecto Encode ha entornado esa puerta. Aún queda un proyecto más ambicioso, la proteómica, la secuenciación de cada una de las proteínas que nos constituyen. Entonces, entonces sí, la puerta estará abierta definitivamente.

domingo, 3 de junio de 2012

Basura

   Hacia mediados de los años noventa, casi cualquier residencia de estudiantes alemana tenía su sistema de separación de basuras. Por un lado estaban los envases, de todo tipo, con un símbolito de dos flechas entrelazadas a modo de Ying-Yang. Por otro estaban los residuos orgánicos. Aparte se depositaban el papel y los cartones. Pilas y cristales se repartían los dos depósitos restantes. Me hablaron de un centro de investigación en donde había no menos de una docena de cubos de basura diferentes. En los parques podían verse igualmente papeleras con cuatro o cinco secciones para cada tipo de residuos. Alguien medio salvaje como yo, acostumbrado a tirar las cabezas de gambas al suelo de los bares y a mear en las esquinas de la catedral de Sevilla cada madrugada de juerga, no podía dejar de considerar todo aquello cierto síntoma de esquizofrenia.
   Estuve en una residencia en la que se organizaban turnos para tirar los diferentes tipos de basura. Yo quería ir a tirar la basura con la francesita que me enseñó cómo funcionaban las cosas por allí el primer día. Pero, entre ella y una polaca que lo mangoneaba todo, se las apañaban para que el cubo con los cristales lo llevásemos siempre un nigeriano y yo. Me recuerdo casi cogido de la mano del nigeriano, cargando con tres quintales de botellas y peregrinando de un contenedor a otro. Porque el vidrio, como es lógico, se tiraba en diferentes contenedores según fuese su color. En medio de un cierto cachondeo, que ningún alemán hubiese aprobado, sorteábamos a qué contenedor tirar las botellas de colores exóticos. Muchos años después, los contenedores para el vidrio llegaron hasta mi hogar en el salvaje Sur. Pero el Sur demostró ser mucho más avanzado que el civilizado Norte. En Andalucía estamos tan avanzados en el reciclaje que no necesitamos separar los vidrios por colores. Me imagino que aquí tenemos unas máquinas en las que, por un lado se meten trozos de botellas de todos los colores y, dependiendo del botón que se pulse, salen botellas perfectamente transparentes, marrones, verdes o azules. Algo semejante ocurre con el contenedor de las flechitas. Ahí metemos el plástico, con independencia de que tenga o no flechitas. En cambio, los embalajes de cartón con las flechitas se meten junto con el papel... si se puede, claro. Aunque han ido agrandándola, la bocana sigue siendo estrecha y, como no huele, es el que de más tarde en tarde se recoge. El resultado es que no siempre es fácil meter los papeles y cartones en él.
   Hubo una época en que el papel reciclado era casi omnipresente. Se lo podía comprar en cualquier parte, la administración lo adoptó por norma y en el papel higiénico se hallaban trocitos de periódicos. En Alemania se pusieron muy contentos. No por cuestiones ecológicas, no. Se pusieron muy contentos porque el papel reciclado que usábamos era suyo. Por más que se subvencionaba a las empresas españolas, eran incapaces de competir con las germanas, que llevaban mucho más tiempo dando satisfacción a una amplia demanda.. De este modo, cada uno de nosotros pagaba con sus impuestos la subvención a una serie de empresas que recogían y procesaban el papel, pero no lo vendían. Lo vendían las empresas alemanas que, al transportarlo desde allí, anulaban por completo los supuestos beneficios ecológicos del reciclaje. Rápidamente los españoles cogimos onda y hoy en día, el papel que Ud. y yo depositamos en un contenedor azul, suele acabar en China, donde es convenientemente reciclado y devuelto en forma de, por ejemplo, embalaje de ese iPad que está Ud. pensando comprarse. Las estadísticas dicen que España es uno de los mayores consumidores y recicladores de papel de Europa. Lo que la estadística no dice es que el papel que consumimos sea el mismo papel que reciclamos. "Bueno, al menos se está evitando la destrucción de bosques", pensará Ud. Sí, se estaría evitando la destrucción de bosques si el papel se elaborase a partir de hayas y robles. El caso es que la principal fuente de celulosa son los pinos y eucaliptos que, la verdad, más que bosques, en nuestro país conforman plantaciones de uso industrial. Otra cosa, por supuesto, es que muchos bosques quemados por el fuego, hayan sido replantados con pinos y eucaliptos para uso y disfrute de la industria papelera nacional. En cualquier caso, si aún sigue pensando en comprarse un iPad para que se ahorre papel, debo comunicarle que la mayor parte del papel que se consume en el mundo no está destinado a fabricar libros (¡ojalá!) sino el embalaje de su iPad, el papel de regalo que lo envuelve y el ticket de compra, papeles que, estos sí, acabarán en la basura, rumbo a China para volver a iniciar el proceso.
   Por si la cosa no fuese ya bastante confusa, una serie de municipios vascos gobernados por la izquierda abertzale, han decidido implantar un sistema personalizado de recogida y reciclado de residuos. Cada vivienda debe colocar un tipo de basura en un lugar identificado individualmente en un día señalado de la semana. Para cerciorarse de que el sistema funciona, unos operarios se encargan de inspeccionar la basura e iniciar los trámites para multar a quien saque basura que no corresponde o bien las mezcle inadecuadamente. La iniciativa, jaleada por ciertas instituciones dado su valor medioambiental, ha sido criticada por el resto de formaciones políticas. Naturalmente, critican el cómo y el quién, no el qué. El control de la basura es el control de la población y en ese objetivo desde la muy radical izquierda abertzale a la no menos radical derecha españolista, todos están de acuerdo. Y si cree que estoy exagerando, piénselo por un momento. La basura lo cuenta todo acerca de nosotros, nuestro sexo, edad, estado civil, nivel de ingresos, intereses, aficiones, cuáles son nuestros familiares o amigos (¿nunca ha tirado una foto a la basura?), tipo y frecuencia de compras, cuánto nos crecen las uñas y si tenemos por costumbre hurgarnos la nariz. Si Ud. practica el sexo con frecuencia, si su pareja usa preservativo o anticonceptivo, si se tiran Uds. los platos a la cabeza, de todo ello queda registro en la basura. Los servicios de inteligencia lo saben y el primer paso para espiar a alguien es recoger sistemáticamente su basura. Desde luego, cualquiera que viva en uno de esos municipios vascos y pertenezca a un partido no nacionalista o, simplemente, haya agitado una banderita española en su casa para animar a la selección, hará bien en comprarse una buena trituradora de papel.
   Reciclar está muy bien. Ahorra agua, energía y materias primas. Pero el reciclaje es un parche, no la solución. Y ni siquiera llega a parche cuando se hace de él una industria, porque entonces, queridos amigos, la basura se convierte en un bien, un bien con el que se comercia y trafica, un bien que, por definición, siempre será escaso y del que hace falta cantidades cada vez mayores, hasta que quedemos enterrados en nuestros propios bienes, es decir, en nuestras propias basuras. La solución, por tanto, no es el reciclaje. La solución es buscar un nuevo modelo económico en el que riqueza y derroche no sean sinónimos.