domingo, 27 de mayo de 2018

Ciudadanos, Juntos, Podemos.

   Dicen los sesudos analistas que las encuestas auguran un espectacular vuelco electoral en las próximas elecciones generales, pero yo las miro y veo lo mismo de los últimos años, que el BBVA aumenta su número de escaños sobre el Banco Santander. Eso sí, ya no gracias a su buque insignia, sino a su marca blanca. Al fin PP y Junts pel Sí (al que nosaltres diguem), descubren que sus respectivas estrategias les han conducido a tener un enemigo común, Albert Rivera, quien ya mira al sillón presidencial y canta "Te miro y tiemblo". De hecho corren rumores de que Puigdemont le ha ofrecido un cuarto en su mansión de Bruselas a Don Tancredo Rajoy por si se tiene que exiliar tras la sentencia del caso Gürtel. El análisis, tan rico en matices, que muchos seguidores del independentismo catalán hacen, a saber, que no se trata de independencia o no, sino de franquistas contra republicanos, se ha mostrado certero. Una vez más, los inquisitoriales jueces franquistas han cargado contra los santos varones republicanos: Correa, Gürtel, Bárcenas, Turrull, Torra, Torrent, Torrim y Turròn. Yo, como buen franquista, sólo puedo sentir simpatías por el Turròn y por Torrent. Alguien que ha creado un gestor de descargas tan bueno no puede ser mala persona.
   La cuestión es qué pareja de baile elegirá el Sr. Rivera llegado el caso. El pasado indica que, probablemente, se inclinará por una coalición interbancaria entre su partido y el PSOE. Funciona muy bien. En Andalucía llevamos ya varios años disfrutando de una cosa así y a ellos les va tan ricamente. Los ciudadanos de verdad, los de a pie, seguimos igual que siempre, que es de lo que se trata. No obstante, también podría optar por un acuerdo a la italiana con Podemos. Los transalpinos, nos han mostrado por dónde van los tiempos, uniendo en un abrazo fraternal a los vástagos de esos dos cómicos entrañables que fueron Beppe Grillo y Umberto Bossi. La fórmula es muy simple: olvidarse de nimiedades tales como las ideas o los programas políticos y atornillarse a la poltrona con un personaje de consenso como Giuseppe Conte, cuyo equivalente español sería Cristina Cifuentes, ahora disponible.
   Desde aquí yo quiero romper una lanza en pro de esa formación, en horas tan bajas, como es Podemos. No sólo las cosas les iban mal, sino que las encuestas dicen que les irá peor y la realidad puede demostrar que todavía se quedaron cortas cuanto todos los criptosocialistas que los apoyan acaben ejecutándolos, como a tantas formaciones de izquierda, con un puñal llamado “voto útil”. ¿Qué quieren que les diga? Uno tiene su corazoncito y cuando me enteré de que había al menos una pareja en Podemos que hacía el amor y no la guerra, me puse tierno. Los envidiosos de turno dicen que si poner a tu novieta de número dos del partido es nepotismo, que si tanto criticar a la casta y somos como ellos, que si patatín, que si patatán. Vamos a ver, Daniel Ortega nombró vicepresidenta a su mujer; sucesor en la presidencia del país a su hijo Laureano; Rafael, otro hijo, está a cargo de la empresa petrolera nacional; y sus hijas dirigen el emporio comunicativo estatal en el que también trabajan otros dos hijos más de la pareja, ¿por esas menudencias ha pasado a formar una casta? ¿ha dejado por eso de ser menos revolucionario? ¿ha perdido el favor de esa vanguardia izquierdista mundial llamada Venezuela? Pues entonces, ¿por qué no puede la pareja Iglesias-Montero compartir, además de felicidad, las riendas del partido?
   Y ahora se buscan un nidito, cuatro paredes, un techito, donde fundar una familia y todo el mundo carga contra ellos. Es que no se enteran, que ellos no querían, que por ellos se hubiesen quedado en el piso de estudiante del Sr. Iglesias, pero es que en esa zona hay un colegio tan bueno... ¿Han leído las declaraciones de la directora del colegio? Háganlo, son geniales. Dice poseer un alumnado poco menos que elitista por su nivel sociocultural y, gracias a las pedagogías más innovadoras, obtener de ellos resultados "en la media de la comunidad". Ese colegio se va a convertir en cantera de los futuros ministros de educación del país. A continuación, sin ningún miedo, afirma, que a su colegio, en esta zona de chalecitos de 600.000€, van los hijos de “varios miembros del partido”. De manera que tener chalets de lujo se ha convertido en habitual en Podemos sin que nadie diga “esta casta es mía”, pero en cuanto se compran uno Iglesias y Montero, ¡hale! todo el mundo a despellejarlos. Afortunadamente Podemos no es como otros partidos. Una formación que tiene como referentes éticos a Nicolás Maduro y Evo Morales, podrá ser muchas cosas, pero ni tienen apego al cargo, ni son personalistas. Los términos de la hipoteca de Iglesias y Montero lo dejan bien claro, planean estar en la poltrona 30 años nada más, el tiempo justo de completar su programa político. Y ¡ojo! las bases tendrán la palabra, podrán votar libremente en un referendum con una pregunta clara: ¿estáis conmigo o contra mí? ¿Acaso puede haber algo menos personalista?

domingo, 20 de mayo de 2018

Capitalismo e inteligencia (2 de 2)

   A mediados de los 60 del siglo pasado, Beldoch y Leuner introdujeron el concepto de “inteligencia emocional” sin conseguir atraer la atención de la mayoría de los psicólogos. Estos habían quedado escaldados por lo ocurrido con los test de inteligencia, así que prefirieron hacer como si no hubiesen oído nada. Además, el intento  parecía un suicidio conceptual, pues había unido dos agujeros negros de la psicología, la inteligencia y las emociones. El Tratado sobre las pasiones del alma de Descartes, aparecido en 1649, abrió, en efecto, una de las más largas y aburridas contiendas de la psicología, la de cuántas emociones hay, cómo pueden clasificarse y cuáles pueden considerarse básicas, elementales o primarias. En los años 80 una acertada elección de colores en las ilustraciones que acompañaban una clasificación de las emociones, permitió cierto acuerdo por desgaste, al menos, entre los psicólogos no daltónicos. 
   Sin embargo, en 1985 Goleman se atrevió a publicar un libro titulado, precisamente, Inteligencia emocional. Conocía muy bien a su público objetivo y se dedicó a llamar a las puertas de las grandes empresas para explicarles que sí, que, desde luego, sus directivos carecían de inteligencia entendiendo por tal cosa  algo vinculado al razonamiento lógico, pero que destacaban en otro tipo de inteligencia, la inteligencia emocional. Hábilmente descrita como la inteligencia de la que hacen gala los líderes y las personas con influencia social, resultó que casualmente, el concepto encajaba como un guante con el modo genérico en que se veían a sí mismas las élites políticas y económicas. El dinero comenzó a afluir a los cursos que se impartían en las empresas sobre inteligencia emocional y, siguiendo su fino instinto científico, los psicólogos acudieron en tropel. De hecho, hallaron la forma de ampliar el mercado, pues, aun con los test de Goleman, creados ex post, muchos directivos y dirigentes seguían sin poder destacar de la media. Toda la palabrería golemaniana acerca de la identificación de las emociones, del reconocimiento de las mismas y su manejo, se diseñó para dejar fuera del campo visual el hecho de que la emoción básica que recorre muchas empresas, especialmente, muchas empresas líderes en su sector, por no hablar de los organismos oficiales, se llama miedo. Saber a quién aterrorizar, cómo, cuándo y en qué medida, constituye la habilidad fundamental que debe manejar quien aspire al mando en las sociedades capitalistas. Y si no me creen, pregúnteles a los empleados de Steve Job o de Travis Kalanick. Ciertamente, si muchos jefes destrozaran cuerpos con la misma asiduidad con que destrozan vidas, los psicólogos que ven en ellos las características definitorias de los líderes, los etiquetarían como psicópatas. 
   Las ideas de Goleman, desde luego, tienen un inmenso poder explicativo. Si, efectivamente, nuestros líderes han llegado a los puestos que ocupan gracias a sus habilidades emocionales, eso permite entender por qué nuestras sociedades capitalistas parecen encarriladas hacia el precipicio, pues las emociones, frente a la razón, se caracterizan por su incapacidad para tener en cuenta el medio o largo plazo. Las emociones constituyen respuestas a lo inmediato, a lo presente aquí y ahora, procurando una salida para dentro de un instante, no pregunten por los resultados que acarrearán mañana. Ahora podemos ver, además, el motivo último de ese empeño en aterrorizarnos de modo continuo, de bombardearnos con noticias de atentados, asesinatos y enfermedades. Atraparnos en el temor y la ansiedad, además de incentivar el consumo como ya expliqué, nos condena a “elegir libremente” líderes muy duchos en manejar nuestros miedos, pero carentes no ya de inteligencia, sino de los más elementales conocimientos que se les suponen a los escolares. En fin, no hay más que observar quiénes dominan el panorama político contemporáneo para entender de qué modo las emociones, las emociones primarias, configuran nuestras democracias mucho más allá de la libertad de voto. Pero, claro, describir esto con todas las letras, conducía a los psicólogos a hablar acerca de la realidad, trago por el que pocos querían pasar, así que rescataron del olvido un sucedáneo mucho más edulcorado de las teorías de Goleman, la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, que, como decía, les permitió, además, ampliar el mercado para sus sermones.
   Un Gardner, ya más allá del bien y del mal, confesaba a cierto programa de televisión que en los primeros borradores de sus escritos hablaba de “talentos múltiples”, pero, como nadie le echaba cuenta, utilizó la función “buscar y reemplazar” de Word para cambiar “talento” por “inteligencia”. A partir de entonces le quitaron los libros de las manos. Para los psicólogos resultaba algo genial, habían encontrado una razón de por qué no se habían puesto de acuerdo acerca de en qué consistía la inteligencia. El problema no radicaba en que hicieran ciencia del mismo modo que los autores de ciencia ficción, que nunca se ponen de acuerdo sobre las características que tienen los marcianos, el problema radicaba en que había muchos tipos de inteligencia. Aún más, ahora ya podemos entender por qué nos dirige quien lo hace: Puigdemont tiene inteligencia delirante; Rajoy, inteligencia inactiva; Donald Trump, inteligencia degradante, etc. etc. etc. Quien manda lo hace porque tiene una inteligencia especial. Dicho de otro modo, la teoría de las inteligencias múltiples no permite hacer predicciones, pero sí justificar los hechos una vez han sucedido. Todavía mejor, permite justificarlos “científicamente”. Nos hallamos, pues, ante un ejemplo palmario de lo que Marx llamaba una ideología, un conjunto de ideas destinadas a justificar lo dado. ¿Entienden ahora toda la presión existente para convertir a la inteligencia emocional y a la teoría de las inteligencias múltiples en el eje vertebrador mismo de los sistemas educativos?

domingo, 13 de mayo de 2018

Capitalismo e inteligencia (1 de 2)

   La mayor parte de lo que suele llamarse “darwinismo social”, no se encontrará en las páginas escritas por Charles Darwin, sino en las de su primo Francis Galton. Galton, decidido a medirlo todo, recopiló una de las más extensas colecciones de cráneos del momento, sentando las bases de la craneometría, la “ciencia” que habría de suministrar exactos datos empíricos a la frenología. Estos estudios le llevaron a concluir que la sociedad victoriana se hallaba al borde del colapso porque los incapaces tenían más hijos que los hidalgos británicos (él mismo no los tuvo). Evitar tal colapso, sin embargo, resultaba posible. El genio, como cualquier otra característica se heredaba y correspondía al Estado incentivar el matrimonio precoz de los dotados intelectualmente, los cuales, como mostraban todas las medidas cranométricas, coincidían, casualmente, con las élites sociales y económicas del país. A este tipo de prácticas, las etiquetó con un nombre que cobraría fama: eugenesia. Pero Galton no se quedó aquí.
   Obsesionado con medir, desarrolló toda una batería de pruebas para medir la inteligencia. Las pruebas de Galton tenían un pequeño defecto: no servían para nada. Cuando la frenología y la craneometría se hundieron en el ridículo, Simon, Binet y otros se agarraron al clavo ardiendo de las pruebas de inteligencia y, por sucesivas comparaciones entre modelos de preguntas y respuestas de personas que se consideraban  intelectualmente “normales”, “retrasados” y “brillantes”, consiguieron aproximarse a una correlación entre las personas que suelen caer en una u otra categoría y los resultados que obtenían en sus test. El gobierno francés hizo política de Estado de semejantes pruebas y rápidamente aumentó la lista de países interesados en seguirle. Llegados hasta aquí no había motivo para no volver a Galton y a eso se dedicó Cyril Burt. 
   Desde su cargo como presidente de la Sociedad Psicológica Británica, Burt impuso el determinismo genético de la inteligencia como regla elemental para diferenciar lo psicológicamente “científico” de lo que no podía entrar en esta categoría. Su test de inteligencia decidió la vida de generaciones enteras de niños británicos hasta los años 70. Si alguien quiere encontrar estudios sobre gemelos que despejan cualquier duda acerca del carácter genético de la inteligencia o pruebas palmarias de que los test de inteligencia miden capacidades innatas, no tiene más que leer sus libros. En ellos se halla toda la base científica de la aplastante superioridad de los genes sobre el medio a la hora de decidir qué va a ocurrir con nuestras vidas. Lamentablemente, tras la muerte de Burt, se descubrió que había falsificado la práctica totalidad de sus estudios. Del medio centenar largo de gemelos que decía haber estudiado, no se pudo localizar jamás a ninguno y los intentos por replicar dichos estudios condujeron a resultados exactamente contrarios a sus conclusiones. Pero, bueno, ningún determinista que se precie sentirá incomodidad por estos pequeños detalles sin importancia. Al fin y al cabo, nadie defendería el determinismo si se fijase en los detalles. Incluso aquellos que accedan a contar esta bonita historia omitirán un matiz crucial: ¿por qué alguien se sintió interesado en indagar los fundamentos últimos de toda una autoridad como Burt?
   Hacia finales de la década de los 50, los test de inteligencia se toparon con un problema extremadamente grave. Por supuesto no tenía nada que ver con que mujeres, negros y demás sectores excluidos de las élites sociales del siglo XIX dieran resultados sistemáticamente bajos en ellos. El problema consistía en que directivos, empresarios, políticos y altos cargos de la administración también daban resultados sistemáticamente bajos, en algunos casos inferiores a la media. El supuesto de Galton, el supuesto con el que comenzó todo esto, a saber, que las élites políticas y sociales habían alcanzado tal lugar por su brillantez intelectual, demostraba carecer de la menor base empírica. El capitalismo no funciona porque encumbre a los mejores, bien al contrario, el capitalismo funciona, precisamente, porque los que mandan apenas si se elevan intelectualmente por encima de la media. De hecho, dada la universalidad que presentan estos resultados, podría afirmarse que el capitalismo se halla diseñado para impedir que los mejor dotados intelectualmente alcancen puestos relevantes de mando. Los psicólogos, que por aquel entonces ya se veían con plaza de aparcamiento reservada en las grandes empresas, se pasaron en masa al conductismo, una psicología para accionadores de palancas y botones, quiero decir, para trabajadores manuales y que corría un tupido velo sobre las aptitudes de los directivos. Casualmente, el descubrimiento de las cortas luces que orientaban el devenir del capitalismo corrió paralelo a una oleada de críticas contra los test de inteligencia. Se “descubrió” justo entonces, que maltrataban a mujeres y negros, que se hallaban corroídos por la ideología victoriana del XIX, que estigmatizaban y categorizaban, etc. etc. Una turba de mentes liberales y bienpensantes, herederas de aquéllas que habían puesto a los test de inteligencia como determinantes de la vida de los ciudadanos, gritó a los cuatro vientos entonces la injusticia de sentenciar, en base a ellos, a niños... y directivos...

domingo, 6 de mayo de 2018

Cervera, la genealogía, los males de España (y 3)

   ¿Han leído las biografías de Cervera que han venido apareciendo desde que la Sra. Colau abrió la boquita? ¿En cuántas de ella se narran las circunstancias que rodearon su dimisión como ministro? ¿por qué? ¿Porque en España resulta normal que los ministros dimitan cuando sucede algo que va contra sus principios? ¿O porque todavía a nadie le interesa recordar que en este país también ha habido políticos que siempre conservaron un a modo de integridad? ¿Acaso hay alguna relación entre esta integridad moral y el hecho de que políticos en ejercicio lo hayan llamado “facha” y “represor de republicanos anticolonialistas”? ¿Quizás tengamos que encontrar en semejante integridad imperdonable la razón última de que se lo nombrara Comandante General de una Escuadra que no contaría con los acorazados más modernos del momento, pero sí con un número suficiente de buques “con o sin cañones”, según promesa del Ministerio?
   Cita nuestro opinante de Público el juicio según el cual Cervera “fue incapaz de idear una estrategia militar coherente y estructurada”, juicio extraído del manual de combate naval más profundo que nuestro opinador ha alcanzado a manejar: la Wikipedia. Craso error, el almirante Cervera desarrolló la única estrategia militar coherente y estructurada con los objetivos que se había marcado. La cuestión, la cuestión clave fácilmente comprensible por quienes hayan tenido la paciencia de llegar leyendo hasta aquí radica, precisamente, en qué objetivos tenía en mente Cervera en aquellos momentos. Su correspondencia de esa época deja patente que sabía que lo habían mandado a una muerte cierta, a morir como un héroe y sacrificar en nombre de un imperio feneciente la tripulación de sus navíos. ¿Por qué tenía tal convencimiento? Aquí caben dos posibilidades. Una, considerar que el valiente marino de Filipinas, con el transcurrir de los años, se había convertido en un pusilánime ancianito, cuestión que arroja serias dudas sobre la capacidad mental de quienes lo pusieron al mando de nuestra flota. La otra, que, dado su conocimiento de las entrañas de nuestra Armada, desde las falúas utilizadas en Mindanao hasta los acorazados construidos en Francia, pasando por los despachos del ministerio, sabía perfectamente qué podía y qué no podían hacer ya los barcos españoles. Y Cervera, que se había jugado la propia vida innumerables veces por el imperio, decidió que ya no merecía la pena seguir adelante, que había llegado la hora de decirle la verdad al mundo, a los españoles y a sí mismo, que una sucesión de gobiernos preocupados, ante todo, por sus cuentas corrientes había conducido a un callejón sin salida en el que la única opción digna consistía en evitar que muriese demasiada gente.
   El Almirante Cervera, despedido como heroico vencedor de los imberbes americanos, regresó como traidor a la patria. Se le formó un consejo de guerra y no faltó parlamentario alguno, de cualquier adscripción política, que no pidiera su cabeza y todas sus medallas a voz en grito. Pero la lentitud de la justicia hizo que en Nueva York, en Bruselas, comenzara a publicarse la documentación que había caído en poder de los americanos cuando capturaron a Cervera: la naturaleza de sus barcos, su exacta potencia de fuego, el carbón que alimentaba sus calderas, la falta de instrucciones concretas de Madrid, el caos organizativo de Cuba... Poco a poco, el clamor mundial a favor de los soldados españoles y contra la clase política acabó por llegar a nuestro país. Su resumen se puede encontrar en La escuadra del almirante Cervera, libro publicado en 1899 por Víctor M. Concas y Palau, comandante del Teresa en Santiago de Cuba:
“Si España estuviera tan bien servida por sus hombres de Estado y empleados públicos, como lo ha sido por sus marinos, ¡todavía sería una gran nación!”
A Cervera lo dejaron en paz, permitiéndole pasar al retiro, pero él siguió peleando, primero para que dejaran también tranquilos a sus subordinados y, después, para que les concedieran reconocimiento militar a los muertos y heridos en la bahía de Santiago de Cuba. No obstante, los políticos seguirían dando vueltas a su alrededor, como polillas atraídas por cierto género de brillo, otorgándole cargos y prebendas, a la vez que tratando de colocarle en puestos desde los que no pudiera molestar demasiado. Los “republicanos anticolonialistas cubanos” represaliados por Cervera, curiosamente, le recordaron siempre con cariño, por lo menos dos de ellos, un tal Fidel Castro que no cesó de llamarlo “héroe” y un tal Raúl Castro, que inauguró un monumento dedicado a él en 2005. O su labor represora tuvo mucha menos envergadura de lo que los papanatas actuales nos quieren hacer creer, o existe una cierta solidaridad internacional entre los represores. En España, por supuesto, nunca tuvo monumentos, que yo sepa, pero sí una calle. Cabe preguntarse cómo y por qué. La respuesta duele en su simplicidad, cierto ministro franquista quiso homenajear no al personaje histórico sino a un barquichuelo con su nombre que intervino en el bombardeo de malagueños indefensos durante la guerra civil.
   Desde el pasado mes ya no hay calle con su nombre en Barcelona y no porque se haya querido borrar un triste acontecimiento de nuestro pasado reciente, sino porque, una vez más, la zafiedad de unos políticos que dedican el poco intelecto del que pueden disfrutar a engrandecer sus rentas, ha vuelto a cargar contra él. Cervera ha perdido una calle con su nombre por el mismo mal que corroe a este país desde que nos obligaron a conquistar un imperio y nos condenaron a perderlo, no porque haya motivo alguno para calificarlo de “facha” o de “represor”.