domingo, 14 de agosto de 2016

Zulú.

   Todos tenemos una película que, aunque no la mencionaríamos como “favorita”, ni diríamos de ella que “es la mejor que he visto”, si nos la tropezamos, no podemos evitar quedarnos sentados viéndola, aunque ya nos la sepamos de memoria. La mía es Zulú, dirigida por Cy Endfield en 1964, con Stanley Baker y Michael Caine. “Basada en hechos reales”, cuenta con cierta fidelidad la escaramuza de Rorke’s Drift, en la que 150 soldados británicos defendieron un mísero enclave frente a más de 3.000 guerreros zulúes. Este enfrentamiento se produjo unas horas después del desastre de Isandhlawna en el que los británicos habían perdido alrededor de 2.000 hombres, entre muertos y prisioneros, en una de las peores derrotas de su ejército. 
   En enero de 1879, el gobierno de su graciosa majestad había decidido dar un escarmiento al rey zulú Cetshwayo, que parecía haberse tomado en serio su designio de encabezar un imperio. 16.800 soldados, Voluntarios de Natal y boéres en general, cruzaron el río Búfalo con intención de atacar a los zulúes. A principios del siglo XIX, bajo el reinado de Shaka, los zulúes se habían organizado militarmente y eran famosos por su disciplina y ferocidad en el combate. Exceptuando el armamento, se los podía considerar un ejército moderno para la época y extremadamente eficaz. De hecho, acogieron la invasión británica con enorme astucia. Una parte de sus hombres se dedicaron a jugar al ratón y al gato en una zona montañosa con la vanguardia del ejército británico, que incluía su artillería, mientras el grueso del ejército zulú (unos 22.000 hombres) los superaba por los flancos y caía sobre el campamento de retaguardia, prácticamente desguarnecido. El resultado fue la matanza de Isandhlawna, en la que los británicos perdieron armas, municiones, suministros y hombres, obligándoles a retirarse como buenamente pudieron a Eshowe, donde sufrirían un asedio de cuatro meses.
   Con los fusiles británicos, continuando una marcha que duraba ya seis días y sin haber comido en 48 horas, la misma mañana de la batalla de Isandhlawna, los regimientos zulúes uDloko, uThulwana e inDlu-yengwe se plantaron en Rorke’s Drift y aquí es donde comienza la película. Aunque es poco más que cine de clase B y aunque se trata de una película de acción, Cy Endfield no deja de subrayar que se trató de una batalla heroica e inútil, donde unos y otros combatieron con enorme valentía por nada. Ni la posición en sí misma tenía la menor relevancia estratégica ni para el ejército zulú representaba ningún peligro dejar tras de sí 150 soldados británicos, la mayor parte de los cuales estaba allí para construir un miserable puente. En un conciso diálogo, un soldado se pregunta por qué ellos, por qué les ha tocado morir a ellos y su sargento, un, como siempre, impresionante Nigel Green, le responde: “porque estamos aquí”. El heroico oficial al mando, John Chard (Stanley Baker en la película), tiene que escuchar cómo el médico le llama “carnicero” antes de curarle una herida. Aún más, en medio de todo lo que ocurre, hay hueco para narrarnos el enfrentamiento personal entre John Chard y Gonville Bromhead (un Michael Caine al que llegan a vérsele hasta los empastes de las muelas), militar de casta este último mientras el primero ha llegado al ejército para escapar de un entorno familiar humilde. Huelga decir que Cy Endfield estaba rodando en Gran Bretaña porque en 1951 había sido acusado de comunista por el Comité de Actividades Antiamericanas y su nombre se colocó en la lista negra de personas que no podrían seguir trabajando en Hollywood.
   La batalla se inició a las 16,00 del 22 de enero de 1879. Oleadas de zulúes armados con escudos y azagayas se lanzaron contra los británicos, mientras éstos, obedeciendo disciplinadamente las órdenes de sus superiores, abrían fuego contra ellos. Pronto los zulúes se dieron cuenta de que la cosa no iba a ser fácil y trataron de excavar la improvisada empalizada por debajo o saltarla apoyándose en los cuerpos de sus compañeros muertos. En varias ocasiones consiguieron penetrar en el perímetro defendido por los británicos, pero éstos, conservando la calma, lograron rechazarlos. Desde las estribaciones cercanas, los zulúes disparaban con los fusiles robados a los soldados muertos en Isandhlawna. El pequeño hospital del enclave se convirtió también en campo de batalla con soldados heridos y zulúes luchando en su interior hasta que se incendió. La noche del día 22, el perímetro defendido había quedado reducido al entorno del almacén. Después de diez horas de combate ininterrumpido, prácticamente todos los soldados británicos aún vivos estaban heridos de mayor o menor consideración. A partir de las cuatro de la mañana del día 23, los atacantes comenzaron a disminuir en número y hacia el amanecer, habían desaparecido. Sobre las siete, los británicos avistaron un nuevo contingente zulú, pero desaparecieron sin realizar ningún ataque. A las ocho, una columna del ejército inglés llegó a Rorke’s Drift, la batalla había terminado. 67 soldados británicos y más de 900 zulúes habían perdido la vida. 
   Se concedieron once cruces Victoria, el mayor número de tales condecoraciones, las más altas del ejército británico, concedidas a una sola acción. La batalla pasó a formar parte del imaginario popular de Gran Bretaña durante el siglo XIX. No obstante, malas lenguas aseguran que tal glorificación de algo que, hablando en términos militares, no pasó de ser una escaramuza, intentaba realmente ocultar la humillante derrota de Isandhlawna, que acabó por no tener mayor significado porque el rey zulú se limitó a una guerra defensiva y no quiso ir más allá de sus territorios históricos. Territorios que, por cierto, hubo de ver invadidos por segunda vez y, ahora sí, de modo definitivo. tras su derrota en julio de 1879.
   Los heroicos soldados de Rorke’s Drift, que tantos cuadros, medallas y alabanzas recibieron, fueron abandonados a su suerte, tuvieron que sobrevivir en aquel perdido punto de la provincia de Natal como pudieron durante semanas y alguno de ellos tuvo que regresar por sus propios medios a Gran Bretaña. John Chard, recibió, además de condecoraciones y el favor popular, la envidia de sus superiores. Murió de cáncer de laringe (era un impenitente fumador) en 1897. Seis años antes había muerto de fiebres en la India Gonville Bromhead, donde proseguía su carrera militar. La película sirvió para lanzar a la fama a un jovencito Michael Caine, que ya no dejaría de pasear su irónico perfil por lo mejor del cine británico de la época. En cuanto a Cy Endfield, dirigió cuatro películas más hasta retirarse en 1971 con Soldado universal (no, no es la de Van Damme), donde hacía un cameo, pero no volvió a alcanzar las cotas mostradas en Zulú.

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