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domingo, 22 de noviembre de 2015

Ni siquiera es terrorismo

   El lunes 29 de enero de 1979, Brenda Ann Spencer, que por aquel entonces tenía 16 años de edad, acudió a su escuela armada con una pistola. Mató a dos adultos e hirió a ocho niños y un oficial de policía. Cuando le preguntaron por qué lo hizo, respondió: “no me gustan los lunes”. De vivir en estos inicios del siglo XXI, podría haberse convertido al islam un par de meses antes de los hechos, haber gritado “Alá es grande” mientras disparaba y respondido que lo hizo para que los americanos sintieran lo que estaba ocurriendo con sus hermanos musulmanes. Ciertamente, Bob Geldolf no habría escrito su famosa canción, no habría llegado a ser Caballero de Honor de la reina ni hubiese recaudado dinero para los niños de África, pero eso no habría cambiado la suerte de los muertos y heridos. Esta es la razón por la cual los movimientos terroristas suelen buscar algún tipo de carga simbólica a sus acciones, para que se diferencien de la simple carnicería organizada por un lunático. A diferencia de un psicópata, el terrorista mata por una causa. O, todavía mejor, en realidad no quieren matar, es su enemigo el que no le deja otra opción. Si se estudia la historia de los movimientos terroristas que en el mundo han sido, desde los zelotes hasta nuestros días, podrá observarse que han tenido cierta fobia a los ataques indiscriminados salvo por dos tipos de circunstancias: que se pudiera decir que el objetivo atacado era, digamos, el continente y no las personas contenidas en él (por ejemplo, el ataque contra los torres gemelas o, muy típicamente, contra algún género de medio de transporte); o bien, que se tratase de señalar al conjunto de los atacados como el objetivo (por ejemplo, el reciente atentado contra un mercado en Beirut en pleno barrio chií). Puede observarse fácilmente que ninguna de estas dos opciones es aplicable en la reciente matanza de París. Como objetivo del ataque los continentes son irrisorios desde un punto de vista político o religioso: un estadio de fútbol, una serie de restaurantes y una sala de fiestas. También es peliagudo considerar que se trata de designar a un grupo poblacional como objetivo. ¿Acaso el objetivo son los franceses, incluyendo sus cinco millones de musulmanes? ¿el objetivo son los clientes de los restaurantes (de comida no francesa por lo demás)? ¿los amantes del fútbol y el heavy metal
   Una adecuada hermeneusis de estos atentados exige ir más allá de la lógica característica del terrorismo. Y es que el Estado Islámico no es exactamente un movimiento terrorista, de hecho, la razón por la cual se escindió de Al-Qaeda fue, entre otras cosas (de las cuales no gozó de poca importancia la de quién se quedaba con qué), su disconformidad con los métodos utilizados por dicha organización. El Estado Islámico se concibe a sí mismo, precisamente como un Estado, es decir, domina un territorio geográfico bajo el cual una población es administrada. El paso lógico subsecuente es la declaración del califato, como efectivamente han hecho. Que el califato históricamente fuese entendido como un contrato entre la población y el califa por el cual éste se comprometía a no dictar leyes injustas y a buscar el progreso del país, entre otras cosas, promoviendo la investigación científica; que el califato exija el respeto a los derechos de todo el mundo, incluyendo quienes profesan otra religión; o que el califa esté sometido a un consejo que controla cada una de sus decisiones y puede destituirlo, eran, evidentemente, minucias que la trupe de neófitos que conforma el Estado Islámico sólo podía despreciar. Lo importante era apiolar a todo el que no estuviese dispuesto a apiolar a más gente y, lo que es más importante, poner el acento en que cualquier buen musulmán tenía la obligación de acudir a defender el califato. De este modo, la comunidad musulmana quedaba claramente dividida en dos mitades, los auténticos musulmanes, cuyo único rasgo distintivo era tomar las armas y estar a las órdenes del califa y los otros, los impíos que sólo merecen morir.
   El Estado Islámico no responde, pues, a los golpes que se le infligen como suele hacerlo un movimiento terrorista, no se trata de denunciar matanzas atroces ni torturas. Como cualquier Estado, responde intentando “igualar el marcador”. Contabiliza muertos en un sentido deportivo, para buscar el empate en cuanto el enemigo crea que se acerca el silbido final. Por eso, la referencia última de sus acciones fuera del territorio que controlan, no puede buscarse en ningún movimiento terrorista tradicional. Son mucho más parecidas a las balaceras de los narcotraficantes mexicanos (que hasta han asaltado fiestas de cumpleaños) que a las típicos bombazos terroristas. Sin embargo, precisamente aquí es donde surge el problema que éstos quieren evitar. No hay nada en la carnicería organizada en París en lo que un musulmán pueda reconocerse. No hay manera de que ningún creyente pueda interpretar el asesinato de comensales o seguidores de un grupo musical como defensa de la fe. Sin duda, estas acciones habrán servido para elevar la moral en las propias filas, que debe haber bajado un tanto cuando del cielo, en lugar de las bendiciones del Profeta han comenzado a caer bombas. Sin duda, atraerán nuevas huestes, personal como Brenda Ann Spencer que no necesitaba ningún motivo para matar, pero que pensará que teniéndolo podrá matar más y mejor. La cuestión está en que esta buena gente, tan ansiosa de ir al paraíso, no va a tener muy claro dónde está su puerta de entrada. En efecto, si se puede luchar por la fe de Mahoma, en el disparatado sentido en que estos recién llegados la entienden, en las calles de París, ¿qué necesidad hay de peregrinar allí donde el califato ha sido declarado? Aún más, ¿qué sentido tiene dicha declaración?

domingo, 12 de julio de 2015

Sobre el uso político de la marihuana

   Forma parte del discurso de la progresía una defensa, más o menos encendida, del uso de las drogas. Los argumentos son múltiples y, a veces, fundamentados en hechos. Se afirma, por ejemplo, que las drogas amplían nuestra conciencia, proporcionan nuevas experiencias, abren la mente. En las drogas, por tanto no hay nada malo o no lo habría si estuviesen legalizadas y hubiese un control sanitario de su pureza y las sustancias con las que se corta. La demostración más palpable es que todas las culturas las han usado con mayor o menor prodigalidad. Además, el uso adecuado de las drogas sólo afecta al ámbito privado del individuo, las pretensiones moralizantes del Estado son puro paternalismo trasnochado. Nadie tiene por qué proteger a un individuo de lo que él no quiere ser protegido. Pero, por encima de todo, el argumento que cualquier adolescente puede exponer es que existe una amplia gama de drogas, particularmente la marihuana, que no hace ningún daño. 
   La idea de que un porro no es nada malo la escuché por primera vez cuando tenía 14 años y los dinosaurios dominaban la tierra. Por aquel entonces yo estaba dispuesto a creérmelo. Ahora que veo en qué se han convertido los que me lo decían, ya no me lo creo. Ciertamente, un porro no le hace daño a nadie ni tiene por qué conducir a drogas más duras. Tampoco la estricnina le hace daño a nadie si se toma en la cantidad apropiada. De hecho, en la cantidad apropiada, es una droga, pero, por mucho que esto me excluya de pertenecer a la progresía, no voy a argumentar en favor de su utilización por quien quiera hacerlo de modo libre y sin la intervención de un supervisor. También es cierto que todas las culturas han hecho uso de las drogas, pero ninguna, como la nuestra, lo ha hecho con fines recreativos. El uso de las drogas en la práctica totalidad de las culturas tradicionales estaba ligado a la religión o, al menos, el culto a los antepasados.
   No obstante, España es un país muy progre y el discurso a favor de las drogas se ha instaurado entre nosotros, generando una tolerancia hacia el consumo de drogas a todas las edades escalofriante. Nadie hace estadísticas acerca del consumo de marihuana en nuestro país porque las cifras serían escandalosas y un reciente estudio reveló que estamos a la cabeza del mundo en cantidad de cocaína por litro circulante en nuestros ríos. Para darse cuenta de lo que estamos hablando le sugiero que recorra la noche de cualquier pueblo medianamente alejado de la capital de provincia correspondiente y observe los hábitos de la juventud en fin de semana. Pueblos de serranía los hay en los que el olor a “hierbabuena” le asalta a uno nada más ver el cartel que anuncia la localidad y se convierte en tufo insoportable al atravesar el umbral del ayuntamiento.
   La ley legaliza el consumo privado de marihuana y la tenencia de cantidades para dicho consumo personal. El Estado, este Estado paternalista y deseoso de penetrar en la vida privada de sus ciudadanos, “no se entera” de cuál es la planta más cultivada en los balcones de nuestras ciudades o de lo que ocurre en muchas de sus esquinas y plazas, porque a nadie, salvo a los funcionarios encargados de ello, parece importarle mucho.
   Cuento todo esto porque esta semana han sido detenidos dos jóvenes españoles cuando han regresado de luchar contra el Estado Islámico en Siria. Forman parte de una avanzadilla que, cansados de la palabrería política, aburridos de ver cómo Occidente discute acerca de galgos y de podencos, han llegado a la conclusión de que sí se puede hacer algo, de que cada uno de nosotros tiene la capacidad para tomar la decisión de cambiar las cosas y cambiarlas. Casualmente al Estado, a este Estado tan duro de oído que tampoco se enteró de los vuelos de la CIA que atravesaron nuestro país con secuestrados camino de paraísos de la tortura, le ha faltado tiempo para detenerlos en cuanto han regresado mientras la progresía miraba hacia otra parte. Al parecer las drogas proporcionan nuevas experiencias y abren nuestra conciencia, la lucha contra el totalitarismo, no. Es curioso que nuestra sociedad tolere el uso incontrolado de drogas por parte de los jóvenes y actúe con presteza y contundencia contra jóvenes que han decidido luchar contra quienes matan inocentes para instaurar la tiranía. Nadie los menciona como ejemplos para quienes se pasan el día pegados al móvil y la consola, a nadie le resulta meritorio que se hayan jugado la vida por las mismas palabras que nuestros políticos malgastan cotidianamente, nadie considera que haya en ellos algo más y mejor que quienes compiten por ser los más rápidos preparando una cachimba. La cárcel y el olvido debe ser el premio por haber luchado para defendernos a todos, mientras nosotros lo veíamos a través de nuestra pantalla de 4K. ¿Por qué este rasero tan extraño? ¿Acaso porque preferimos una juventud drogada a una juventud combativa?

domingo, 21 de junio de 2015

Diplomáticos y diplomáticos (2 de 2)

   A la carrera diplomática se llega tras una licenciatura y unas oposiciones con cinco pruebas en las que, entre otras cosas, se exige idiomas y amplios conocimientos en derecho y economía. Quienes pasan esta primera fase entran en la Escuela Diplomática como funcionarios en prácticas. Allí deben alcanzar la formación necesaria para ingresar en la carrera diplomática. Además de los conocimientos que se les supone, un diplomático debe tener iniciativa, don de gentes, paciencia, educación exquisita, capacidad para adaptarse a diferentes ambientes y situaciones, capacidad para negociar, una notable resistencia a los efectos del alcohol y, por encima de todo, saber quién vendería a su madre por, digamos, unas entradas para una corrida de toros. Si consigue cumplir con todos estos requisitos, ya está dispuesto para esperar un nombramiento que, muy probablemente, lo hará recorrer como agregado delegaciones en países que le costará trabajo encontrar en el mapa. Con un poco de suerte podrá casarse con alguien que no sea su carrera diplomática y a quien arrastrará, junto con los hijos que vaya teniendo, por medio mundo. Lo más seguro es que pierda los mejores años de su vida organizando saraos flamencos para dictadorzuelos del tres al cuarto. Eso sí, igual llega a cobrar un sueldo medianamente decente. Mientras, verá cómo, gente con muchos menos méritos, que ha dado menos vueltas y que posee menor capacidad que Ud. va obteniendo cargos en los países que siempre quiso visitar, gracias a uno de los tradicionales métodos españoles para lograr puestos en la administración, es decir, el compadreo. Con todo, lo peor será cuántas veces se va a preguntar lo otro. Y “lo otro” es qué demonio loco dirige la diplomacia española, si es que alguien la dirige. Voy a poner únicamente un ejemplo.
   Uzbekistán es un país asiático de unos 30 millones de habitantes y algo más pequeño que España. Crece al 8% anual, su presupuesto tiene superávit y es rico en oro, petróleo y gas natural, aunque su escaso desarrollo tecnológico está ralentizando la explotación de dichos recursos. El país ofrece enormes posibilidades. Talgo firmó un contrato de 38 millones de euros para suministrarles trenes de alta velocidad y obtuvo un contrato para su mantenimiento que ha conllevado la presencia estable de la compañía en el país. ACS recibió un contrato para la creación de una planta de ciclo combinado por valor de 330 millones de euros. ISOLUX ha conseguido un contrato por valor de 138 millones de euros para la construcción de carreteras. La empresa de explosivos para minería Maxam, cuenta con varios miles de empleados y factura más de 180 millones de euros anuales en el país. Incluso Mango ha visto las posibilidades de hacer negocio y ha abierto dos tiendas. Que es la punta del iceberg lo reconoció el propio Estado español al organizar una visita del anterior rey que, finalmente, por un accidente de éste, no se llevó a cabo. El interés del gobierno uzbeko por incrementar las relaciones con España quedó demostrado al nombrar como primer embajador en nuestro país a Gulnara Karimova, hija del presidente, Islam Karimov. Porque, eso sí, Uzbekistán es uno de esos países de régimen “curioso” surgidos tras la desintegración de la URSS. A Karimov le falta poco para ser nombrado presidente vitalicio por aclamación ya que todos los que no parecían dispuestos a aclamarle están muertos o exiliados. Desde su cargo ha reprimido con igual brutalidad infiltraciones islamistas procedentes del vecino Afganistán, revueltas campesinas y disidentes que reclamaban más democracia. 
   Pues bien, para posibilitar la obtención de nuevos contratos y para proteger los intereses españoles en un país regido por la arbitrariedad contamos con el paraguas del cónsul honorario de España en Uzbekistán, a la sazón el delegado para la zona de la ya mencionada empresa de explosivos Maxam, y el embajador de España... en Moscú, sito a 3.402 Km de la capital de Uzbekistán. Sería hermoso decir que no estamos interesados en incrementar nuestra relaciones comerciales con Uzbekistán porque allí no se respetan los derechos humanos ni por equivocación, pero la verdad es que no hacemos negocios con ellos por desidia, entre otros, de nuestra diplomacia.
   En un panorama así, un Sr. como Bernardino León, con sus contactos, sus amistades y sus capacidades, podría haberse dedicado muy bien a hacer pasillos aquí y allá para lograr alguna embajada de relumbrón en la que dormitar a la espera de obtener una buena poltrona en la política nacional. Sin embargo, mientras Ud. y yo vitoreábamos los goles de nuestro equipo, este señor ha llevado a cabo misiones especiales en Liberia, Sierra Leona y Zaire, ha negociado el establecimiento de un comité que investigara la muerte de tres cooperantes españoles en Burundi y todavía le ha sobrado tiempo para ayudar en la organización de la Fundación Barenboim-Said para la Música y el Pensamiento y la West-East Divan Orchestra, donde músicos israelíes y palestinos pueden tocar juntos. Ahora, ahora que nosotros estamos celebrando los éxitos de nuestro fútbol en Europa, él lleva desde principios de septiembre del año pasado intentando negociar un acuerdo que ponga fin al enfrentamiento entre las dos principales facciones del conflicto libio (las guerrillas islamistas que controlan la capital y el gobierno “legítimo” de Tobruk). Cuatro borradores ha redactado ya este hombre a la búsqueda de algo que puedan firmar las dos partes mientras el Estado Islámico conquista terreno a ambas facciones y está a punto de crear un califato a orillas del Mediterráneo. La verdad es que tiene menos posibilidades de conseguir el éxito que yo de recibir la felicitación de un inspector educativo, sin embargo, ¿qué quieren que les diga? Tendrá un lado oscuro, como Batman, como Han Solo o como Sam Spade, pero, por ahora, es mi héroe.

domingo, 11 de enero de 2015

Terror

   En la oscura Edad Media, toda corte que se preciara tenía su bufón, un tipo extravagante o medio loco que, con frecuencia, era el único capaz de cantarle las cuarenta al rey o noble de turno. Normalmente, manchar su espada con la sangre de un bufón era considerado algo innoble, vil, indigno de un caballero. Vivimos en la era de la ciencia, de la información, de la tecnología, la luz inunda nuestros hogares disipando la oscuridad y, con ella, los ideales caballerescos. Vivimos en la era en la que los que ametrallan a un bufón son “héroes”, modelos a imitar por cualquier joven que quiera defender la religión y cultura de sus padres. Vivimos unos tiempos no menos oscuros que los medievales, en la era del miedo y el terror o, si lo quieren expresado de otro modo, de la mentira. 
   Mentira es que estemos “haciendo frente a un desafío terrorista sin precedentes”, como ha afirmado el impresentable de Manuel Valls y repetirán hasta la saciedad políticos cuya estulticia sólo es comparable con la de los terroristas. Este terrorismo tan religioso, tan inspirado por un profeta y tan defensor de las tradiciones, copia su modo de operar, de la estructura desestructurada del terrorismo anarquista de finales del XIX y principios del XX y puede ser combatido exactamente como se hizo desaparecer aquél, mejorando las condiciones sociales para que dejara de haber la masa de desesperados entre los que reclutaban sus miembros.
   Mentira es que el terrorismo se combata con más presencia policial, con más cámaras de vídeo en las calles, con más controles en los aeropuertos, restringiendo las libertades y los derechos de los ciudadanos. “Protegidos” por la policía estaba el director de Chalie Hebdo y el propio edificio de la publicación, con la utilidad que se ha podido comprobar. Las idas y venidas de los terroristas han sido grabadas por cámaras que llevan años violando la intimidad de los ciudadanos que pasan diariamente ante ellas a cambio de tener un puñado de grabaciones que subir a youtube. Ni la lectura de nuestros e-mails, ni de nuestros whatsapps, ni de nuestros tuits, ni el policía que me hizo quitarme los zapatos en el aeropuerto de Orly, han impedido que un puñado de kalashnikovs, explosivos y lanzagranadas hayan llegado al corazón de París.
   Mentira es que los descerebrados que se han llevado por delante 17 personas pertenezcan a ninguna “organización”, medianamente organizada, que defiendan el Islam o que estén movidos por ideales, ideas o creencias reconocibles de algún modo. En el cerebro de alguien que asegura a la prensa que se ha llevado tres años planificando el atentado y que después se deja el carnet de identidad en uno de los coches que roba, puede haber una idea o una creencia a lo sumo, dudosamente habrá sitio para  algo más. Desde que en 2011, recibieran el encargo de un emir de la rama yemení de Al-Qaeda, no se les ha ocurrido preparar un piso franco en el que aguardar que la búsqueda policial aflojara para prolongar el terror. Procedentes de la delincuencia común, la era post-atentado la han copiado de Fast and Furious, una huida sin fin en la que llevarse por delante cualquier cosa que fuesen encontrando, incluidos los amantes de la comida kosher. No es de extrañar que dos de ellos se digan miembros de Al-Qaeda en Yemen y el tercero, integrante del Estado Islámico en “sincronización” con los anteriores. Hay que recordar que el Estado Islámico es una escisión de Al-Qaeda y que entre ambos ha habido algo más que palabras hasta el punto de que los milicianos de Al-Qaeda en Siria se ofrecieron voluntarios para defender la ciudad kurda de Kobane del asedio del Estado Islámico. En cualquier caso, de ser verdad su pertenencia a estos grupos terroristas, sería un hito que hayan matado franceses pues si por algo se caracterizan Al-Qaeda en Yemen y el Estado Islámico es por haber asesinado brutalmente un sinnúmero de ciudadanos yemeníes, iraquíes y sirios, musulmanes todos ellos hasta la médula. 
   Mentira es que la hipocresía de Occidente consista en denunciar estos atentados y no las muertes que causa en Oriente sin hacer ruido, como ha dicho el actor Willy Toledo que ganaría mucho si sólo abriese la boca para recitar lo que otros le escriben. Esto es algo muy típico. Si yo mañana salgo a la calle y denuncio todos los aires acondicionados y antenas parabólicas que vea y que si efectivamente se ven desde la calle son contrarios a la ley, nadie me alabará por haber cumplido con mi deber de buen ciudadano. Sin embargo, si en vez de denunciarlos me dedico a disparar contra los propietarios de dichos aires acondicionados y parabólicas en nombre, por ejemplo, de los derechos de autor de los arquitectos que diseñaron las fachadas de esos edificios, seguro que aparece alguien defendiendo mi acción. No hay nada como matar para que la gente busque razones.
   Mentira es que forme parte de los ideales republicanos franceses la libertad de expresión. La libertad de expresión no le interesa lo más mínimo a ningún gobierno de ningún país por muy democrático que se diga. Porque la hipocresía de Occidente no radica allí donde la encuentran progres pseudointelectuales. La hipocresía de Occidente consiste en defender cierta libertad de prensa en ciertos momentos y para ciertas cosas. Los caricaturistas franceses muertos por publicar viñetas de Mahoma, son mártires de la libertad. Los caricaturistas, los periodistas, los blogueros presos o muertos en Argelia, en Egipto, en Arabia Saudí, en Qatar, en Yemen, en Siria, en Irak y en tantos y tantos otros lugares, no existen, porque su existencia va contra los intereses (económicos) de estos gobiernos tan preocupados por la libertad de expresión y que jamás osarán convocar una marcha para defenderlos ante sus respectivos gobiernos.
   Mentira es que el Islam sea una religión cerrada, proclive a la violencia y caldo de cultivo de todo género de integrismos. Estoy seguro de que el asalto a Charlie Hebdo no ha sido celebrado únicamente en los desiertos del norte de Yemen. En hogares cristianos y judíos, mucho más próximos a nosotros, también se ha celebrado, pues con todos ellos se metieron sus redactores. Durante treinta años ETA discutió largamente si era o no socialista. Lo que no se discutió nunca fue su naturaleza católica, para eso nació en el belén de los seminarios. El IRA llevó a cabo durante décadas una guerra santa contra los protestantes, sin que nadie acusara nunca a sus miembros de integristas católicos, pese a que lo eran. Y mejor no hablamos de lo que está ocurriendo en la CIA, inundada desde hace años por los acólitos del Opus Dei. Ya lo hemos dicho en otra entrada, lo primero que hace una religión es colocarnos una venda en los ojos que nos impide ver los integristas de nuestra propia tribu y resaltar los integristas de las demás.
   Mentira es que hayamos sido puntualmente informados estos días atroces por medios de comunicación que disfrutan de la libertad de prensa. Apabullados por tantos vídeos, por tantas imágenes, por tantas fotos, infogramas, gráficos y mapas, casi han conseguido que olvidemos dos preguntas claves que no interesa que nos hagamos: ¿quién era el tercero de los asaltantes al edificio de Charlie Hebdo? y, sobre todo, ¿cómo y por qué un puñado de delicuentes de poca monta consiguieron meter en el corazón de París varios fusiles de asalto, un lanzagranadas, granadas y explosivos?
   Mentira es, en fin, que en España se sepa distinguir entre unos musulmanes y otros como han declarado dirigentes de asociaciones musulmanas, decididos a mantener un perfil bajo. Visiten Ceuta y Melilla, tomen el pulso de las ciudades, acérquense, si tienen valor, a sus barrios marginales, allí donde el radicalismo ha comenzado a desplazar al modo tradicional de entender el Islam en el norte de Marruecos. En realidad, no hace falta que vayan tan lejos. En esta ciudad de Sevilla que con tanto orgullo exhibe su pasado musulmán, ciudad tan acogedora, tan comprensiva, la comunidad islámica viene reclamando al Ayuntamiento terrenos para una mezquita desde hace cuatro décadas, generando enormes protestas en todos y cada uno de los barrios sucesivamente designados para su instalación. Naturalmente eso no es islamofobia, no, es miedo al musulmán, al musulmán pobre. Porque, eso sí, los mormones, cuya historia no está plagada de paz y amor precisamente y cuya falta de tolerancia es vista con recelo por los propios norteamericanos, obtuvieron rápidamente el permiso para una macro iglesia en cuanto mostraron sus posibilidades económicas al cargo político de turno.
   Y es que, cuando el terror aparece, las balas silban y las explosiones aturden, la primera víctima siempre es la verdad.