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domingo, 6 de septiembre de 2015

Siria, palabra e imagen

   Hubo una época en que los seres humanos se reunían alrededor de un fuego y las narraciones de los ancianos trasmitían los conocimientos y significados que daban cohesión al grupo. Hubo una época en que los caracteres permitían viajar en el espacio y el tiempo y quienes los dibujaban no tenían que explicar de qué color era el pelo de Cenicienta, ni cuántas torres tenía el castillo de la Bella Durmiente, ni cómo era el calzado de los marcianos, ni la marca de móviles que usaban los reporteros de investigación, ni el tipo de bebida alcohólica con la que empapaban sus discursos. El escritor no pretendía forjar imágenes, era simple guía de un mundo desconocido sobre el que iba trazando, junto con el lector, mapas sucesivos. Había complicidad entre ambos. La escritura dejaba amplios territorios sin cartografiar para que el lector tuviese un papel activo, rellenándolos con su imaginación. La narración era producto y, a la vez, ajena a los dos, una continua re-creación. Hubo una época en la que se rodaban escenas de tórrido erotismo sin necesidad de enseñar actores o actrices desnudos. Hubo una época en que palabras como “libertad”, “democracia”, “justicia”, tenían un significado intrínseco, que no dependía del uso que imponían los políticos de turno ni sus esbirros en los medios de comunicación. Esa época periclitó hace tiempo.
   Hoy día las palabras no significan nada por sí mismas, ni siquiera tienen una grafía fija y estable. Su uso correcto es el uso de la mayoría, su significado exacto es el que dictaminan las masas, es decir, quienes le dicen a las masas qué es lo que tienen que significar las palabras. Todo se ha vuelto abstracto, vaporoso, tenue, relativo. Uno oye hablar de “guerra civil”, “exterminio”, “ataques a la población civil” y parece un conjunto de ideas tan lejano y confuso como las esferas de cuatro dimensiones. Nadie es capaz de imaginar los cadáveres achicharrados en las aceras, las mujeres embarazadas muertas a balazos, ni los fetos ahogados en su propia sangre antes de nacer. Siria parece lejana, Palmira parece lejana, todo lo que se dice, se cuenta, se narra, parece tan, tan lejano, tan relativo...
   Hoy día sólo la imagen cuenta. Depende de un punto de vista, de un encuadre, de la iluminación, pero es nuestro Absoluto. Por eso vivimos en la era de las injusticias, porque la justicia es esquiva a las imágenes. Por eso la democracia es un vago recuerdo, porque no hay modo de fotografiarla. Por eso cada mañana hay una fila nueva de barrotes en nuestras celdas, porque no hay manera de grabar la libertad. Por eso la fotografía de un niño muerto ha conmocionado nuestras hipócritas mentes europeas de un modo que no lo han hecho los relatos acerca de los 11.000 niños muertos fuera de plano en lo que lleva su país de guerra civil.
   Nos contaron que la gente, la gente como Ud. o como yo, se había hartado de dos generaciones de dictadorzuelos sanguinarios y se habían levantado contra el gobierno. Pero no eran europeos, así que no hicimos nada por ayudarles. Nos contaron que el régimen se descomponía pues los ciudadanos querían tomar las riendas de sus destinos, como en Tunez, como en Libia, como en Egipto, como en España y recientemente en Guatemala. Pero no eran cristianos, así que nos contentamos con desearles suerte. Nos contaron que estalló una guerra civil y que la oposición laica nos pidió armas, dinero, apoyo. Tenían ciudades milenarias, tenían una historia abrumadora tras de sí, tenían cultura, pero no tenían retornos que ofrecer a nuestras empresas, pues ya hacen negocios allí, así que nos encogimos de hombros. Nos contaron que llegaron otros con dinero, con armas, con mucho y muy buen apoyo para unos y para los otros, que la oposición se llenó de barbudos alucinados dispuestos a arremeter contra cualquiera, que el régimen recuperó la iniciativa gracias a sus aliados de Hezbolá, que los kurdos tuvieron que luchar por su supervivencia como han tenido que hacer tantas veces, que el conflicto se volvió una locura infernal en la que todos atacaban y eran atacados por todos, una guerra de desgaste sin fin en la que el único acuerdo era infligir un castigo ilimitado a la población civil. Pero nosotros miramos hacia otra parte y construimos grandes muros para proteger nuestras fronteras, muros que hicieran jugarse la vida a cualquier que quisiera venir a molestarnos con los relatos del peligro que corrían sus hijos, de los amigos y familiares que habían perdido, de los recuerdos de algo tan lejano, tan abstracto, tan irreal.
   Ahora las imágenes nos asaltan. Ahora tenemos fotografías de muertos en las playas, vídeos de estaciones de tren llenas de refugiados, entrevistas en los albergues con familias más o menos mutiladas y nuestros dirigentes se reparten el horror como quien reparte cromos. Ahora las imágenes hacen que todo parezca muy cercano. Ahora las imágenes nos dicen que todo está aquí. Pudimos escapar a las narraciones, pudimos hacer oídos sordos a los testimonios, pudimos ignorar el significado de las palabras. Como buenos hijos de esta época no podemos dejar de mirar las imágenes, no podemos escapar a su fascinación, no podemos dejar de sentir las emociones que ellas nos imponen. Y nuestros dirigentes, nuestros dirigentes tienen también que cuidar... su imagen. Seguro que ya se han forjado una imagen de cómo ha de ser el futuro, la imagen de un Bashar al-Asad triunfante, cerrando las fronteras a sangre y fuego. Mientras tanto cuál pueda ser el referente de palabras como “paz”, “paz en Siria”, paz sin tiranos para que los ciudadanos puedan tener una esperanza en su propio país, para que la paz en Líbano carezca de amenazas, para que gente como Bibi Netanyahu no tengan excusas para existir, sigue siendo abstracto, tenue, vacío.

domingo, 13 de mayo de 2012

El futuro de la ciencia

   Un aspecto frecuentemente olvidado de la teoría de la evolución de Darwin es que la selección natural no es el único mecanismo que preserva individuos dentro de la variedad que presentan las especies. Junto a ella está la selección sexual. Darwin la describe como una competencia, típicamente, de los machos por las hembras, que lleva a unos ejemplares a aparearse  con más frecuencia que otros, es decir, a tener mayor descendencia. Desde un punto de vista evolutivo no es un factor trivial. Si todo el juego dependiese, como suele decirse, de la supervivencia del más apto, las especies no evolucionarían. La clave está en que, al sobrevivir, los más aptos pueden dejar descendencia con sus caracteres. Por tanto, dependiendo de las circunstancias, ambos tipos de selección tendrán, o no, el mismo peso en el devenir de una especie, pero es fundamental comprender que los caminos evolutivos a los que conducen una y otra pueden ser absolutamente divergentes (piénsese en el mimetismo del plumaje de las perdices frente a la cola de los pavos reales). Aún hay otra diferencia entre estos dos tipos de selecciones. La selección natural consiste en que sobreviven (y se aparean) los individuos que son mejores que el resto en un aspecto u otro. La selección sexual permite tener descendencia a los individuos con mejor apariencia en un sentido u otro. Y, como todos sabemos, ser no es lo mismo que parecer.
   Normalmente no se suele aludir a la selección sexual cuando el darwinismo es usado como modelo en otros campos. Es divertidísimo oír hablar a los economistas de que el mercado es una jungla en la que sólo sobreviven los mejores. Si el mercado fuese, de verdad, una jungla, no se venderían coches grandes, no sería importante la moda, ni existiría el packaging. Más bien, el mercado es como ese típico bar de copas al que todo el mundo va a ligar... y al final sólo folla el camarero. Algo parecido está ocurriendo en la ciencia. También aquí las teorías deben superar una criba en todo comparable a la selección natural. Sólo ganan nuevos adeptos (es decir, procrean), las que son capaces de sobrevivir a su confrontación con los datos y con teorías rivales. Pero, como observó Kuhn hace tiempo, existe, igualmente, una selección sexual. Teorías bien promocionadas, teorías apoyadas por buenos vendedores de las mismas o, más simplemente, teorías de moda, pueden ocupar una buena cantidad de tiempo de los investigadores. Esta deriva ha existido siempre, pero da la impresión de que se ha acentuado con los años. Las revistas científicas tienden a seguir la línea marcada por Science y Nature, con artículos cada vez más breves e impactantes. Como consecuencia, ha comenzado a confundirse la estructura de un artículo con la propia de ponencias y conferencias. Las ilustraciones ocupan ahora mayor espacio, se han hecho más grandes y más vistosas. A la información transmitida por palabras, se sobreimpone una información icónica, que, como en el caso de los congresos y simposios, roza lo superfluo. Estos, por su parte, sufren de una powerpointitis aguda que ya ha llevado a algunos a preguntarse si las presentaciones no nos estarán volviendo estúpidos a todos.
   Una presentación con PowerPoint tiene la expresa intención de captar la atención del público y es un hecho comprobado que los seres humanos prestamos más atención cuanto menos información escrita estamos viendo. El resultado es que se escamotean los argumentos, se sustituye la conexión causal por la jerarquización, a ser posible, simplificadora y parca en detalles y, por tanto, se hace extremadamente fácil introducir asunciones no siempre clarificadas. La correcta exposición de los hechos ha comenzado a ser sustituida por la adecuada selección del tipo de gráficos, el orden correcto de la explicación por la correcta asignación de colores y, en definitiva, lo que se dice ha perdido importancia respecto de lo que se ve. En ciencia, como en tantas otras cosas áreas de nuestra vida, lo más importante ha comenzado a ser la imagen que se proyecta.
   Se nos dirá, “el PowerPoint no lo es todo, únicamente es el acompañamiento de la exposición”. Así debiera ser, por supuesto, pero quien argumente de esta manera sólo está mostrando su candidez ante la dinámica que toda imagen impone. La palabra no está ahí para ser subrayada por la imagen que se proyecta. Es exactamente a la inversa, la palabra está ahí para subrayar la imagen. De otro modo no podría entenderse que el conferenciante pare su discurso hasta que el pantallazo adecuado ha sido proyectado. Lo único que hace la palabra en una presentación al uso es ofrecerle una continuidad a la gramática de la imagen de la que ésta, por sí misma, carece, pero que necesita para hacerse inteligible. Una presentación con PowerPoint tiene, de hecho, dos tiempos diferentes que muy pocos saben integrar adecuadamente, el tiempo de una imagen que, en principio, es la instantaneidad y el tiempo que tarda en leerse lo escrito en ella. Pero, como siempre que se trata de imágenes, ellas se quedan en exclusiva con el tiempo, distribuyéndolo entre las palabras a su antojo. Hacer correlativos ambos tiempos sólo es posible asimilando la palabra a la pobreza informativa de la imagen, diciendo lo mínimo que se puede decir, o, mejor aún, diciendo lo que ya todo el mundo sabe.
   Hubo un día en que congresos y simposios fueron lugares de intercambio de información, eficaces distribuidores de innovaciones, acontecimientos clave en la difusión de nuevas ideas. Todo eso se hace hoy de un modo mucho más discreto, a través de Internet o, cada vez con mayor frecuencia, no se hace. El fabuloso congreso que adorna los curricula de los investigadores no pasa de ser una brillante exhibición de colas de pavo real. La selección sexual, el reino de la apariencia, el predominio de la imagen, es ya la clave para entender la ciencia contemporánea. Hasta qué punto esto es así puede comprobarse siguiendo el rastro de los recientes escándalos por fraude. La mayor parte de ellos han sido detectados no porque alguien repitiera los experimentos con otros resultados (algo mucho más frecuente de lo que se piensa), sino porque alguien acabó por darse cuenta de la reiterada utilización de los mismos gráficos o las mismas fotografías. Hacia dónde vamos es fácil de predcir. Dentro de poco, los científicos serán marcas comerciales, las teorías más aceptadas las que más anuncios pueden permitirse y las publicaciones científicas un género de Bild-Zeitung pero sin foto de jovencita desnuda en la contraportada.