domingo, 24 de febrero de 2019

La decisión del pueblo.

   En octubre de 2.005 se celebró en Brasil, entonces bajo la presidencia de Luiz Inácio “Lula” da Silva, un referéndum para restringir la venta de armas en el país. Casi dos de cada tres personas que ejercieron su derecho al voto, se declararon contrarios a esa medida. Uno de los lemas de la campaña de Jail Bolsonaro consistió, precisamente, en liberarlizar su venta basándose en aquel resultado. El mes pasado, ya como presidente, cumplió (más o menos) su promesa.  “Como el pueblo soberanamente decidió con ocasión del referéndum de 2005, para garantizarles ese legítimo derecho a la defensa, yo, como presidente, voy a usar esta arma”, declaró Bolsonado esgrimiendo su bolígrafo Bic. Resulta desde luego incongruente afirmar que un bolígrafo constituye un arma capaz de controlar todas las demás armas y procurarles a los ciudadanos pistolas en lugar de lápiz y papel. Así que o Bolsonaro hace gala de la carencia de lógica de todo fascismo o es que tras su decreto hay algo más. De hecho lo hay. En lo que se refiere al comercio de armas, en realidad, el decreto no resulta mucho más aperturista. A cambio deja claro cómo ha quedado la correlación de fuerzas en la sociedad civil brasileña. En efecto, según Bolsonaro, se trata de que “el ciudadano de bien pueda tener paz dentro de su casa”. Por tanto el decreto define claramente quiénes serán considerados a partir de ahora “ciudadanos de bien”: policías y militares activos o retirados, agentes de administración penitenciaria, personas que residan en zonas rurales y en ciudades con índices anuales superiores a diez homicidios por cada 100.000 habitantes (todo el país). Este último caso no incluye a todos los residentes en una localidad, sino únicamente a los dueños o responsables de comercios e industrias, los coleccionistas y cazadores, siempre que no vivan con niños o personas con alguna deficiencia mental, en cuyo caso la ley exige demostrar que posee en su domicilio una caja fuerte o un “lugar seguro” para guardarla. En resumen, son “ciudadanos de bien”, policías, militares y ciudadanos de la clase media para arriba, pues el problema para hacerse con un arma legal en Brasil nunca ha consistido en los rigores de la ley sino en que la mayoría de los ciudadanos no tienen recursos para comprarlas. De aquí la tragedia de Taurus.
   “Forjas Taurus”, rebautizada tras la elección de Bolsonaro como “Armas Taurus” es el mayor fabricantes de armas cortas de Brasil. Encontraron en el militar retirado al mismo Mesías que habían descubierto las iglesias evangélicas (y el Estado de Israel). Sus acciones se revalorizaron en cuanto comenzó a sacar cabeza por entre los sondeos y, desde entonces no han dejado de crecer, hasta explotar con la firma del decreto. Y ello pese a tener un pasivo de más de 1.200 millones de reales brasileños, la limitada demanda interna por la pobreza generalizada, la contracción que ha sufrido últimamente el mercado norteamericano en el que Taurus ocupa la cuarta posición por ventas y un acuerdo extrajudicial de 239 millones de dólares para cerrar una demanda en EEUU por un fallo en sus pistolas que las hacía dispararse aún con el seguro puesto. Con todo, el peor problema de Taurus no es ninguno de ellos. Su peor problema consiste en ser el hermano pequeño de la industria armamentística  brasileña. Bolsonaro ya se ha comprometido a abrir el mercado a las importaciones para romper el cuasimonopolio que tiene Taurus. Espera utilizar esta medida como moneda de cambio para la firma de contratos armamentísticos.
   En efecto, los gobiernos militares de los setenta se dieron el capricho de crear el Centro Tecnológico del Ejército y la Marina de Brasil (CTEx), en la muy turística Rio de Janeiro, al que los sucesivos gobiernos militares y democráticos han ido dotando de recursos casi sin límite hasta el punto de que posee un centro de simulación de vuelos militares de tecnología íntegramente brasileña. De allí han salido tanques, aviones, radares y todo tipo de ingenios de última generación que le han ido comiendo el terreno a los clásicos dueños del sector hasta el punto de tener entre sus clientes a Francia e Inglaterra. No deben llamarse a engaño. Como declaró en cierta ocasión un ejecutivo del sector: "esta es una guerra sin tregua en la que vence el más hábil. Y es una guerra contra enemigos y contra aliados, contra comunistas y capitalistas, donde no importan ni ideologías ni religiones", lo único que importa es vender a quien tenga dinero. Brasil figura entre los diez grandes exportadores de armas a nivel mundial y, como pueden entender, sus ejecutivos son recibidos con los brazos abiertos allí donde los derechos humanos y esas zarandajas importan bien poco. Ahora ya pueden atisbar el sentido de los reiterados rumores acerca del desarrollo, por parte de Brasil, de una bomba atómica que difícilmente puede querer por la amenaza que supongan sus vecinos regionales.
   Si lo importante es vender armas, da igual a quién, si la venta de armas y no lo que hacen los ejércitos es una “guerra”, puede comprenderse que una victoria en el referédum para limitar su venta a los ciudadanos sentaría un mal precedente. Y así tenemos que, casualmente, la “decisión del pueblo” en aquella consulta coincidió con algo que ya vimos en una entrada anterior, “los intereses de la nación”.

domingo, 17 de febrero de 2019

El negocio de la ética.

   Hablar de Arthur L. Caplan significa hablar de una de las figuras señeras de la bioética norteamericana. Miembro del Hastings Center, de la American Association for the Advancement of Science, del Colegio de médicos de Filadelfia, de la Academia de Medicina de New York y del American College of Legal Medicine, la revista USA Today lo nombró persona del año en 2.001, Discover MagazineNational JournalNature Biotechnology y Scientific American lo consideran una de las 10 personas más influyentes de la ciencia y Modern Health Care Magazine lo sitúa entre las 50 personas más influyentes en el sistema de salud norteamericano. Recibió la medalla McGovern de la American Medical Writers Association en 1999, el John P. McGovern Award Lectureship de la Medical Library Association en 2007, el premio Patricia Price Browne en 2011, el premio al servicio público de la National Science Board/National Science Foundation en 2014, el Rare Impact Award de la National Organization for Rare Disorders en 2016, año en que también recibió el Lifetime Achievement Award de la American Society for Bioethics & Humanities y la Food and Drug Law Institute le otorgó una distinción por su servicio y liderazgo el año pasado. Caplan ha escrito más de 35 libros y 735 artículos en prestigiosas publicaciones, sin contar el sin fin de charlas y conferencias que ha dado en todo el mundo. Escritos suyos aparecen con frecuencia en la web médica Medscape y su voz puede oírse habitualmente en la radio pública de Boston y los podscast de "Everyday Ethics", por citar sólo algunos de los medios en los que aparecen con regularidad sus testimonios.
   En multitud de ocasiones, desde la autoridad que su posición le otorga, ha advertido a los médicos de aceptar regalos de la industria farmacéutica pues, “se está cayendo en un modelo de negocios que socava los argumentos para el profesionalismo”. Pocos han entendido el sentido de sus palabras. Caplan no pretendía privar a los médicos de los parabienes que les proporcionan las empresas farmacéuticas, sino que les aconsejaba recibir el dinero en metálico a través, por ejemplo, de fundaciones como la que él mismo encabeza y que recibe financiación de todas y cada una de las empresas que comercializan fármacos de cualquier tipo en norteamérica, incluyendo Monsanto (sí, sí, Monsanto), Millennium Pharmaceuticals, Geron Corporation, Pfizer, AstraZeneca Pharmaceuticals, E.I. du Pont de Nemours and Company, y Schering-Plough Corporation. Por supuesto, ignoramos las cantidades exactas y a cambio de qué recibe su patrocinio Caplan. De hecho ignoramos si todos sus libros, artículos y conferencias salieron de su ordenador o llegaron a él vía e-mail desde los departamentos de marketing de las empresas que tan generosamente contribuyen a su fundación para la bioética. Y, por supuesto, ignoramos si a Caplan lo cooptó la industria cuando ya había conseguido una reputación por sí mismo o si lo fabricó, pero si echan un vistazo a quién financia muchas de las instituciones que le han otorgado premios encontrarán curiosísimas coincidencias con quienes contribuyen al mayor brillo de su fundación. Sin embargo, sí sabemos que el caso de Caplan en absoluto constituye una excepción. De hecho, resulta extremadamente raro encontrar algún experto en bioética que no reciba dinero, de una forma u otra, procedente de la industria farmacéutica. La bioética goza de absoluta y completa libertad para tratar todos los temas que desee y darles el enfoque que considere conveniente... la libertad completa y absoluta que otorga el mercado. 
   A lo mejor, algún especialista en bioética se ha ofendido con lo que acabo de decir. Desde luego no pretendía ofender a los estudiosos de la bioética pues no se trata de un problema exclusivo de ella. Fundaciones éticas las hay de muchos tipos, por ejemplo, la Fundación "Étnor para la ética de los negocios y las organizaciones empresariales", creada por un ex-banquero y nuestra honorabilísima Adela Cortina, quien no se cansa de repetir que “la ética es rentable” y en cuyos mercadotécnicamente libres escritos resulta difícil vislumbrar ejemplos concretos de desmanes de las empresas o denuncias de cómo los bancos esquilman cotidianamente a quienes menos tienen.
   Si Caplan, la Sra. Cortina o alguno de sus epígonos leyera estas líneas, rápidamente esbozaría al menos una de las dos paradójicas líneas de argumentación con las que suelen tranquilizar sus conciencias quienes pagan las facturas con el dinero de aquellos a quienes deberían criticar. La primera línea consiste en subirse a lomos de la indignación para espetarnos que cómo nos atrevemos a  pensar que las comilonas financiadas por la industria pueden haber influido en la objetividad de sus argumentos o criterios para seleccionar los temas de investigación. Supongamos que un equipo de fútbol (vamos a elegir uno al azar, la Juventus de Turín, por ejemplo), le regala 23 camisetas y le compra un Jaguar al árbitro más prestigioso del momento y que después, en un Lecce - Juventus, ese árbitro le pita 55 faltas al Lecce, hasta que la Juve gana el partido, ¿por eso ya hemos de dudar de la imparcialidad de ese árbitro? Sin duda quien haga semejante cosa, como quien señale la escasez de críticas a la industria venidas de la ética subvencionada por ella, merece el calificativo de canalla.
   Decía que las líneas de argumentación para defender lo indefendible resultan paradójicas porque la segunda niega lo que la primera afirma. En efecto, esta segunda línea de argumentación se atrinchera tras el lema vigesimico de que “la objetividad es un mito”.  Dejemos de lado la cuestión nada baladí de si debemos seguir repitiendo como papagayos las viejas cantinelas del siglo pasado o si hemos alcanzado ya la madurez suficiente para tomar a la objetividad como un reto, incluso en ese caso, hay un abismo entre señalar el carácter mitológico de la objetividad y embaucar a los crédulos con semejante mito. Si, efectivamente, “la objetividad es un mito” ¿por qué no se le recuerda en cada momento a los oyentes, a los lectores, a los miembros de los sistemas de salud sobre los que se va a influir? ¿por qué los especialistas en ética no hacen constar sus vínculos con la industria antes de cada una de sus intervenciones? ¿por qué los bioéticos no anteponen una declaración de conflicto de intereses a cada una de las aportaciones que hacen? ¿por qué los voceros de la ética empresarial no nos aclaran a qué empresas y cómo han servido? ¿porque ellos mismos se encuentran más allá del bien y del mal? ¿porque no quieren perjudicar el volumen de sus ingresos? ¿porque no quieren perjudicar a sus amos?

domingo, 10 de febrero de 2019

Mutatis mutandis.

   Dando vueltas por esos mundos de Dios, encontré el pasado lunes, un artículo de un insigne miembro de la Red de Intelectuales  en Defensa de la Humanidad, cuyas profundísimas reflexiones me han impresionado. Por ello, procedo a transcribirlo aquí. Y digo “transcribirlo” porque no me voy a limitar a reproducirlo o a glosarlo. Merece mucho más: lo voy a rescribir mínimamente. Lo que sigue son las palabras del ínclito politólogo vasco español  Katu Arkonada, salvo por el hecho de que he cambiando “Venezuela” por “Cataluña”, “Guaidó” por “Puigdemont" y algunos datos pertinentes a un caso por los del otro.. Van a ver Uds. qué cosa más linda nos queda y qué conclusiones más estupendas podemos sacar de ella. Comencemos, pues:
Diez mentiras sobre Cataluña convertidas en matrices de opinión
   Cataluña se halla en una nueva fase de un golpe que se inició el 9 de noviembre de 2014, se intensificó con la inhabilitación de Artur Mas en 2017 y se recrudeció con las decisiones rupturistas de la Generalitat que culminaron en el referéndum de octubre de 2017.
   La guerra híbrida que vive Cataluña ha tenido en la desinformación y manipulación mediática una de sus principales armas de combate. Leemos y escuchamos mentiras que analistas que nunca han estado en Cataluña repiten tantas veces que se convierten en realidad para la opinión pública.
   El gobierno de Cataluña tiene dos presidentes, uno de ellos en el exilio: nada más lejos de la realidad. La Constitución y el Estatut establecen como falta absoluta del Presidente su muerte, renuncia, destitución decretada por el Tribunal Supremo de Justicia, incapacidad física o mental decretada por una junta médica, el abandono del cargo o la revocatoria popular de su mandato. El abandono de Puigdemont de su despacho, lo excluyó, por tanto, de la presidencia legítima.
   Puigdemont tiene el apoyo de la comunidad internacional: más allá de la hipocresía de llamar comunidad internacional al alcalde de un pueblo de EEUU y de un sector radical flamenco, los países en los que ciertos grupúsculos han proclamado su simpatía hacia la independencia de Cataluña siguen manteniendo relaciones diplomáticas con el gobierno español.
   Puigdemont es diferente al resto de políticos: Puigdemont resultó elegido por el mismo procedimiento democrático empleado en el resto de España.
   El Parlament es el único órgano legítimo y la aplicación del artículo 155 rompió el juego democrático: tampoco es cierto. El artículo 155 de la Constitución autoriza al Presidente, en Consejo de Ministros, a disolver las asambleas autonómicas y dicha Constitución obtuvo una aprobación mayoritaria en referéndum por todos los españoles, incluyendo un “sí” aplastante en Cataluña. La decisión de disolver el Parlament fue un acto de astucia del gobierno para sortear el bloqueo del mismo que puede gustar o no, pero fue realizado con estricto apego a la Constitución.
   Arrimadas ganó de manera fraudulenta, en unas elecciones sin garantías: otra mentira que se repite como mantra. Las elecciones fueron convocadas por el mismo organismo, con las mismas garantías y utilizando el mismo sistema electoral con el que los independentistas obtuvieron la mayoría.
   En Cataluña no hay democracia: desde 1998 se han producido trece elecciones al parlamento español, doce elecciones autonómicas, diez municipales y siete europeas. Suman 42 elecciones en 40 años. Todas con el mismo sistema electoral.
   En Cataluña hay una crisis humanitaria: sin ninguna duda que en Cataluña hay ahora mismo una crisis económica, fruto de una guerra económica que comienza con la ruptura independentista y se agrava tras el bloqueo institucional provocado por la misma.
   En Cataluña se violan los Derechos Humanos: analicemos las cifras del referéndum de 1 de octubre: 131.554,02 personas heridas, 136 de las cuales por acción de las fuerzas de seguridad (hechos por los que hay 37,2 miembros detenidos y procesados); 964,45 efectivos de las diferentes policías lesionados y el resto de heridos en su mayoría lo fueron por otros independentistas que se les cayeron encima o los empujaron.
   En Cataluña no hay libertad de expresión: no hay más que ver las imágenes de Puigdemont, de Torra, de cualquier independentista hablando ante decenas de micrófonos en plena vía pública, o dando entrevistas un día sí y otro también para saber que esto no es cierto. En Cataluña, además, a diferencia de México, no asesinan o desaparecen periodistas por hacer su trabajo.
   La comunidad internacional está preocupada por el estado de la democracia en Cataluña: a la “comunidad internacional”, representada por un alcalde de Idaho y los ultraderechistas flamencos no le preocupan los presos torturados en Guantánamo; no le preocupan los líderes sociales y defensores de Derechos Humanos que a diario son asesinados en Colombia; no le preocupan las caravanas de migrantes que huyen de la doctrina del shock neoliberal en Honduras; no le preocupan las relaciones de los hijos de Bolsonaro con las milicias paramilitares que asesinaron a Marielle Franco. No, nadie juzga las graves violaciones de Derechos Humanos en esos países aliados de Estados Unidos.
   El conflicto, por tanto, se disputa en dos escenarios, el de la diplomacia y el mediático, en una guerra híbrida que nos bombardea con tanta información que nos deja heridos de desinformación.
   A partir de aquí, el artículo citado sigue otros derroteros que a nosotros no nos interesan porque tenemos ya datos suficientes para  sacar dos conclusiones. La primera es que las razones para oponerse a la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente de Venezuela son exactamente las mismas que para oponerse a la proclamación de la independencia por parte de un sector político catalán. Por tanto, quien reniegue de la una mientras aplaude la otra o carece de juicio o carece de honestidad o es Pedro Sánchez “el hermoso” (decida Ud. mismo qué le parece más ofensivo). La segunda es que estos oscuros tiempos se hallan habitados por supuestos izquierdistas revolucionarios,  “progres”, liberales y fascistas que han alcanzado el acuerdo en un punto clave: arrojar por la borda el fundamento mismo del Estado de derecho, la vieja bobada de que todos somos iguales ante la ley. Desde todas partes se nos bombardea diariamente con idéntica cantinela antidemocrática: que si el cuñado del rey hace algo, eso es malo, pero si lo hace el hijo de Pujol, eso es bueno; que si se desvía dinero para financiar la campaña electoral de un partido, eso es malo, pero si se hace lo mismo para organizar un referéndum ilegal, eso merece figurar en los libros de historia de la nación; que si alguien se proclama unilateralmente presidente de la república eso es malo, pero si alguien declara unilateralmente la república, eso es respetable; que si alguien defiende un furibundo nacionalismo español, eso es malo, pero si alguien defiende un furibundo nacionalismo catalán, merece la pena ser escuchado; que si alguien se opone a la independencia de Cataluña es un franquista, pero si alguien la apoya es un revolucionario aunque milite en el fascista Vlaams Blok; y todas las viceversas correspondientes. Tal vez los políticos que nos gobiernan y sus respectivos palmeros usen banderas, eslóganes y poses diferentes, pero todos ellos tienen como enemigo común al pueblo.

domingo, 3 de febrero de 2019

Puede herir la sensibilidad (2)

   Probablemente, cuando hablé de una artista cuya obra “reubicó” el Ayuntamiento de Granada, muchos pensarían: “¿qué se puede esperar de un político, de un político de derechas, de un político de derechas en una ciudad que celebra con orgullo la invasión de los bárbaros, o de un político de derechas en una ciudad que celebra con orgullo la invasión de los bárbaros en medio de la incultura andaluza?” La razón por la cual me paro a dar testimonio de lo ocurrido en Granada hace un par de semanas se debe a que constituye un tipo de hechos cada vez más común en nuestro muy tolerante y democrático Occidente. 
   En 1866 Gustave Coubert pinta L’origine du monde que planta literalmente en las narices del espectador, el sexo femenino de una modelo de la que deja entrever un pezón pero ni se molesta en dibujar su cara. Se trata de una obra del Segundo Imperio, de estricta moralidad pública, pero que también tenía su paradigma de tolerancia hacia cierto tipo de pinturas y retratos “mitológicos”. Frente a ellas, Coubert no deja lugar a dudas de que pinta una mujer real, de carne, hueso y vello, ninguna diosa idealizada, ningún producto de la hipocresía. Se trata de la afirmación más brutal del cuerpo y, precisamente, del cuerpo femenino, jamás mostrada en un lienzo. Peor todavía, el título nos deja claro que, para todos nosotros, el origen del mundo no se sitúa en un mitológico pasado en el que Dios hiciera surgir la luz a partir de la nada, sino en el momento en que afloramos desde una vagina. La mujer (y no Dios), nos otorga el mundo.
   Coubert afirmó de sí mismo “si dejo de escandalizar dejo de existir”, pero resulta difícil saber si se trataba de un programa o de la constatación de su destino. El escándalo le asaltó nada más abrazar el realismo. En 1850, con 31 años. Su Entierro en Ormans, provocó un terremoto. Pintado con el formato reservado a los grandes acontecimientos históricos, nos muestra la inhumación, poco menos que en una fosa común, de alguien que apenas logra causar los llantos de tres mujeres, mientras una multitud de pueblerinos transita, como de paso, hacia alguna velada parroquiana. El realismo de Coubert siempre pretendió lo mismo, denunciar, denunciar las hipocresías, las desigualdades, las falsedades, de una sociedad francesa entregada a la farándula de los supuestos imperios. No debe extrañarnos, pues, su amistad con Proudhon ni que se lo calificase de peligroso revolucionario.
   Afortunadamente ya no vivimos en los mojigatos tiempos del siglo XIX y cualquiera puede ver El origen del mundo desde... 1995, ¡¡catorce años después de que el Estado francés lo recibiera en propiedad!! Hasta 1995, la obra de Coubert no consiguió hallar una época en la que poder mostrarse al común de los mortales. Pero ese tiempo no duró mucho. En 2014, Deborah de Robertis llevó a cabo una performance en el Museo de Orsay delante del cuadro consistente en sentarse en el suelo mostrando su sexo sin aviso previo a la dirección del museo. Como ella misma ha expresado reiteradamente, sus acciones van dirigidas a protestar contra el confinamiento de las mujeres “al rango de objetos inertes al servicio de los artistas”, contra la  utilización “del cuerpo de la mujer para rellenar los cofres de los museos”, en definitiva, para hacer “visibles a las modelos”.  Eso sí, a Courbet, por haber hecho demasiado visible a su modelo, se lo mete en el mismo saco que a Fra Angelico, pues, desde los muy feministas ojos de de Robertis, ninguna diferencia hay entre ambos, ni siquiera, que Coubert peleara por la libertad formal  de la que goza ella misma... para protestar contra la obra de Courbet. Dentro de poco, El origen del mundo sufrirá una “reubicación”, pero no en nombre de la moralidad, de las sanas costumbres y de la higiene moral, sino en nombre de esa igualdad que caracteriza a los productos industriales, que la que nos proporciona a todos los mismos derechos, ya si eso se irá gestionando. Algún día surgirán artistas que destrozarán las imágenes como los hubo que desgarraron los lienzos y de Robertis acabará en el fondo de un saco con otros tantos con los que nunca habría supuesto tener relación alguna.
   Pero quien propala que al feminismo hay que achacarle la oscuridad de los tiempos que se avecinan, sirve a los mismos intereses que aquél. Comparada con la censura de los algoritmos, las protestas de supuestas artistas que viven por y para las imágenes, roza lo pueril. Hace justamente un año, la todopoderosa Facebook se enfrentó en los tribunales a la denuncia de un profesor francés que vio cerrada su cuenta cuando colgó una foto de El origen del mundo. Que los algoritmos traen de la mano una censura mucho más feroz de la que un día soñó la Santa Inquisición lo demuestra bien a las claras la estrategia seguida por la empresa, en la que nunca se replanteó la necesidad de censurar. Lejos de pedir disculpas por un supuesto “error”, pleiteó durante años para que el juicio tuviera lugar en esa tierra de libertad creativa, tolerancia y simpatía hacia las provocaciones de los artistas llamada Estados Unidos. Obligada, por fin a sentarse en un banquillo francés, los abogados de Facebook, ni negaron lo ocurrido, ni lo achacaron a las lógicas imperfecciones de sus programas, se limitaron a decir que el demandante no podía mostrar prueba alguna de que el cierre de su cuenta tuviera relación directa con la última foto publicada en ella. Los engranajes de las redes sociales, de los proveedores de Internet, no sólo nos exigirán probar nuestra inocencia, sino que mantienen su racionalidad última en el más absoluto secreto, haciendo que sus decisiones resulten inapelables, mientras “reubican” en algo muy próximo a la inexistencia, todo aquello que hiere la sensibilidad de sus estándares maquínicos.