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jueves, 16 de junio de 2011

Un buen día para los políticos

   No soy pacifista. No creo que la paz sea el único camino. Hay conflictos que únicamente pueden ser resueltos mediante la utilización de la violencia. El nazismo, el régimen de Slobodan Milosevic, sólo podían pararse mediante el uso de la violencia. De hecho, crecieron y se expandieron gracias al pacifismo que los circundaba. Creo que podremos convenir que estas conformaciones históricas, como, en general, este tipo de conflictos, es la excepción, no la norma. La cuestión, por tanto, es en qué tipo de conflictos es legítima la utilización de la violencia. A este respecto he de decir que, felizmente, he errado en múltiples ocasiones. Creí que no se podría derribar la dictadura de Pinochet si no era mediante el uso de la violencia. Me equivoqué. Creí que el Apartheid no desaparecería sin una violenta revolución de la mayoría negra. Me equivoqué.
   Resulta evidente que el potencial de la lucha no violenta es muchísimo mayor de lo que mucha gente, incluido yo, podíamos pensar. Pero ¿cuándo resulta insuficiente? En realidad, ya hemos dado el criterio. El uso de la violencia es legítimo si las circunstancias que conducen a ese uso son absolutamente excepcionales. Desgraciadamente las dictaduras, la discriminación, no son circunstancias excepcionales. El genocidio, Gadafi, los al-Assad, sí lo son. A esto lo llamaría yo un criterio de violencia mínima. Mínima no en cuanto a su puntualidad o en cuanto a la cantidad de violencia empelada. Mínima en lo que se refiere a la absoluta excepcionalidad de las circunstancias en las que se debe emplear. Podemos ver a qué me refiero si analizamos los argumentos que se suelen emplear para justificar la violencia.
   Habitualmente suele decirse que la violencia es legítima si es en defensa propia o, de un modo más general, defensiva. Ahora bien, toda violencia es defensiva. Es la presente en el mundo animal y si se repasan las motivaciones que históricamente se han dado para justificar las guerras difícilmente se encontrará alguien que no se declare defensor de... la fe cristiana, el orgullo alemán, el pueblo oprimido o cualquier otra cosa de ese género. Por tanto, si este tipo de justificación fuese válido, en realidad, siempre habría que utilizar la violencia, lo cual va contra el criterio que hemos establecido.
   Una modificación del anterior es el argumento de que la violencia reactiva es legítima. Esta es la defensa favorita de los movimientos terroristas. Su violencia es, meramente, una reacción a la violencia del Estado. ¿Qué quiere decir esto? La manera más fácil de entenderlo es que la violencia reactiva es una forma de venganza. Por ejemplo, los indignados de Barcelona ejercieron la violencia contra los miembros electos del Parlament como reacción a la violencia que previamente la policía había ejercido sobre ellos.
   La violencia como reacción, la violencia como venganza, es un tipo de violencia más común en el reino animal de lo que se piensa. Hay un típico experimento de psicología conductista que así lo muestra. Se acostumbra (técnicamente se dice “se condiciona”) a una paloma a recibir una bolita de comida cuando pulsa un botón. Al cabo de los días, o semanas, de tener a la paloma habituada a comer a capricho, se la coloca en una jaula con el mismo botón y otra paloma inmovilizada. Según su costumbre, la paloma se acerca al botón y lo picotea. Primero con un ritmo pausado, después frenéticamente. Cuando se convence de que la comida no vendrá, se vuelve hacia la otra paloma y le picotea la cabeza. Lo normal es que vuelva a intentarlo con el botón y regrese para maltratar a su congénere si la comida sigue sin hacer acto de presencia.
   Violencia como reacción, violencia como venganza, es sinónimo de violencia instintiva, no racional. Esto es algo fácil de observar, el nivel de violencia física capaz de ejercer un individuo es inversamente proporcional a su nivel de inteligencia. Las personas inteligentes saben que su razón les suele proporcionar mayores probabilidades de conseguir lo que quieren que la violencia física y encuentran el camino adecuado. Para quienes su nivel de razonamiento no supera el de las palomas, es normal que se encuentren en situaciones en las que la única salida que son capaces de contemplar es machacarle la cabeza a algún congénere. Sí, ya sé, Ud. conoce a alguien muy inteligente que acabó en ETA. No creo que eso sea un argumento en mi contra, más bien demuestra lo mal que solemos utilizar el término "inteligencia". Por eso yo propondría una definición de inteligencia que incluyese evitar la violencia. En cualquier caso, si hubiésemos de ejercer la violencia cada vez que estamos frustrados, la violencia como reacción no sería algo excepcional y eso va, de nuevo, contra nuestro criterio.
   Por tanto, pese a que sea difícil evitar una sonrisa al ver a un montón de políticos metidos en furgones policiales, justificar la violencia de los indignados de Barcelona por ser una reacción es sinónimo de violencia injustificada. De hecho, una vez más, en este caso podemos ver la relación inversamente proporcional entre violencia e inteligencia. Si lo que se reclama es poner fin al despilfarro que cotidianamente protagonizan nuestros políticos, no es inteligente provocar una situación que les obliga a emplear un helicóptero. ¿Quién cree que lo va a pagar? ¿Artur Mas? ¿los diputados del Parlament a escote? ¿No acabaremos por pagarlo todos, como viene siendo la norma?
   Finalmente, los terroristas suelen utilizar un argumento para justificar su violencia que consiste en decir que el Estado no entiende otro lenguaje. Por tanto, si se quiere conseguir cosas, hay que emplear su lenguaje. No estaría yo de acuerdo con esta afirmación. Habitualmente conseguimos cosas del Estado rellenando impresos, hablando con funcionarios y cosas de este género. Una vez más, si utilizáramos este tipo de justificación, la violencia debería emplearse siempre, en contra del criterio que hemos adoptado.
   Sí estaría de acuerdo en que la violencia es el lenguaje que el Estado domina. En las fotos aparecidas en la prensa con ocasión de los disturbios de ayer se puede apreciar hasta qué punto el Estado domina este tipo de situaciones. Policías enfundados en sus armaduras flexibles, con cascos antigolpes y porras de metro y medio se defendían valientemente de sujetos que los agredían con tupidas rastras, afiladas flautas y feroces perrillos. En general no suele ser muy inteligente retar a un rival en un terreno que él domina. Mientras el movimiento 15M se mantuvo en las acampadas pacíficas, las manifestaciones llenas de familias y el ciberactivismo, nuestras autoridades eran incapaces de responder, de encontrar un terreno firme en el que estuvieran seguros de dominar la situación. En cuanto han aparecido las agresiones, nuestras autoridades respiran tranquilas, ya saben cómo sojuzgar a la sociedad civil: con imponentes discursos en defensa de la democracia y porras. Créanme respiran muy tranquilos.
   Esos señores metidos en sus armaduras flexibles, son funcionarios que llevan seis meses cobrando un 5% menos de su sueldo entre otras cosas. Están indignados, muy indignados. Y desde hace tiempo. Muchos de ellos estaban realizando acciones de protesta en su ámbito bastante antes de que hubiera nadie ocupando las plazas públicas. Después de proteger a los políticos del Parlament, escucharon cómo el Gobernador del Bando de España aseguraba que hay margen para seguir bajándoles el sueldo. Sin violencia yo no sé, y creo que nuestros políticos tampoco, qué hubiera podido pasar. Con sus porras y metidos en medio de una multitud que les insulta, nuestros políticos les están dando la oportunidad de desahogar su frustración contra palomas atadas. Sí, créanme, están empezando a respirar mucho más tranquilos.