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domingo, 13 de noviembre de 2011

Arbeit macht frei

   Hace unos años, Branko Kurtanjek tuvo la amabilidad de enviarme un panfleto contra el trabajo que yo cometí la estupidez de borrar de mi ordenador después de haberlo leído. He deseado volver a repasarlo en múltiples ocasiones. Como no lo recuerdo con claridad no sé si en él aparecía el término "trabajo virtual" en el sentido en que lo uso hoy o si este concepto llegó a mi cabeza por otra vía. El caso es que estoy repasando los Textos contra el trabajo y el manifiesto sobre el mismo tema que publicó el grupo Krisis. Sigo manteniendo mis distancias con ellos. Allí donde creen ver una serie de desajustes producidos por la muerte del trabajo, yo considero que todo es una consecuencia más de nuestro paso de la época de la representación a la época de la imagen. Hace más de un siglo que vivimos en el reino de la imagen y seguimos pensando en términos de representaciones. Esto nos lleva a quejarnos de un régimen político que ya no es una democracia sino una imagocracia y a observar el trabajo desde la óptica de la producción cuando el trabajo se ha convertido en trabajo virtual. Además, los textos de estos vagos (me consta que no lo considerarán un insulto y yo tampoco lo uso con pretensiones de tal), parecen carecer de otra armadura lógica que la mera concatenación de hechos repetidos varias veces. Pese a ello, deberían ser lectura obligatoria de todos los expertos y opinadores profesionales que pueblan las ondas electromagnéticas y los periódicos de este país, dando sesudos consejos acerca de cómo salir de la crisis. Les sugiero que guarden sus declaraciones para dentro de cinco o diez años, cuando haya quedado demostrado lo disparatado de sus teorías y ellos estén ya diciendo algo absolutamente contrario a lo que dicen ahora.
   Algunos de los datos utilizados por estos autores contra el trabajo no dejan lugar a discusión. Uno es que las sociedades de cazadores-recolectores vivían en un estado ideal en que el que el trabajo, tal y como lo entendemos hoy día, básicamente, la fabricación de arcos, flechas y azagayas, difícilmente ocuparía más de dos horas diarias. Sin embargo, estos cazadores-recolectores estaban mejor alimentados que los primeros agricultores. Tampoco a éstos le fue tan mal. Los recuentos de días festivos en la Edad Media muestran que los tristemente famosos siervos de la gleba trabajaban más o menos lo mismo que un ejecutivo actual. ¿Para qué ha servido entonces la introducción de las máquinas? Para acortar la jornada laboral no, para disminuir el número de días laborables, tampoco. ¿Para qué entonces? Un obrero actual tiene a su disposición una fuerza de trabajo equivalente a la de cien o mil campesinos medievales, pero los cien o mil obreros cuya fuerza de trabajo ha sido reemplazada por la máquina y el que la opera siguen teniendo los mismos días festivos que los campesinos medievales. ¿Cómo puede ser? ¿qué ha ocurrido? ¿acaso no ha habido aumento de la productividad? Pues no, ni lo habrá. El trabajo real que efectúa la inmensa mayoría de los trabajadores actuales se puede conseguir con unas cinco horas de trabajo diario tirando muy lejos. ¿Por qué tiene que permanecer tres o cuatro horas más en su puesto de trabajo si, realmente no van a producir nada en él? Todo el tiempo que el trabajador ya no tiene que trabajar para producir lo que realmente se necesita, se lo ocupa con trabajo virtual o, directamente, ficticio. La forma más habitual de trabajo ficticio consiste en rellenar papeples, papelillos y papelotes que, al parecer, es imposible que un ordenador rellene de modo automático. ¿Para qué? Bueno, en algunos casos para tener la excusa de contratar al cuñado, al primo o, en el caso del Estado, a algún compromiso del partido, para que revise esos papeles, papelillos o papelotes. En otros, porque se sospecha que, en su tiempo libre, los trabajadores sólo pueden dedicarse a cultivar sus perversiones, leer, adquirir conocimientos, hacer el amor y cosas así.
   En medio de todo esto algún cenutrio del gobierno, sorprendentemente no español sino portugués, ha tenido la idea de suprimir todos los puentes del año para "aumentar la productividad". ¿La productividad de qué? ¿qué producción se va a ver incrementada? ¿la producción de trabajo virtual? Pongamos el caso de una fábrica de coches. Se suprimen los puentes, luego se fabrican más coches. Ahora bien, no hay puentes, luego no hay escapadas de puente, luego se usan menos los coches, luego la gente tarda más tiempo en comprarse un coche nuevo. ¿Qué va a pasar con nuestra muy productiva fábrica de coches? Pues que conseguirá llenar más rápidamente su almacén de coches destinados a la chatarra antes de tener su primer dueño. ¿Qué es lo que va a ocurrir en realidad? Lo que va a ocurrir es que los nuevos días "productivos" se dedicarán a reuniones de los trabajadores para que generen brainstormings con los que aumentar la eficacia de la empresa o... su productividad, a trabajo virtual en definitiva, que poco o nada tendrá que ver con la producción.
   ¿De verdad se quiere aumentar la productividad? Bien, pues quítesele a los trabajadores toda la burocracia de encima, que efectúen únicamente el trabajo por el que se supone que se les paga y déjeseles marchar a casa cuando hayan terminado. Contrátese a administrativos que hagan efectivamente el trabajo burocrático imprescindible y que también se vayan a sus casas cuando hayan terminado. Ahora ya tenemos a quienes están trabajando actualmente y a nuevo personal contratado, todos con una jornada laboral de cuatro o cinco horas diarias. ¿Qué van a hacer con el tiempo libre que tienen ahora? ¿plantarse delante del televisor? ¿dar vueltas por Facebook? ¿encerrarse en sus casas hasta la hora de dormir? Al principio, tal vez. Después se aburrirán, saldrán a pasear, se cansarán y se sentarán en la terraza de un bar, verán algo que se les antoje comprar, se apuntarán a clases de sevillanas... ¿Se dan cuenta? Acabamos de reactivar la economía. Dentro de muy poco, volverá a haber listas de espera para comprar un coche. Pero, claro, esta senda es peligrosa. Es lo que decía la Sra. Aguirre, a los profesores no se les puede dejar la tarde libre porque esa clase de gente es capaz hasta de pensar. Por esta senda muy pronto no habría paro y sin paro, la sociedad capitalista no es nada. Aún peor, alguien acabaría por darse cuenta de que, con la próxima revolución industrial, podría pedirse la jornada de dos horas o la de cero horas. A poco que nos despistásemos estaríamos en el pleno desempleo. Todavía peor, el populacho terminaría no gestionando su tiempo libre, sino gestionando libremente su tiempo. Y esto, amigos míos, es lo mismo que decir que el capitalismo habría muerto.
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