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jueves, 27 de octubre de 2011

¡Viva España!

   Quizás estoy cargando tintas en demasía contra los nacionalismos y no sé si me estoy explicando. En realidad, entiendo muy bien a los independentistas. Yo también quiero irme de España y no volver a casa ni en navidad. Si hubiese podido, no hubiese vuelto la primera vez que me fui. Cuando digo esto, siempre me espetan que en este país se vive muy bien. Curiosamente siempre lo dicen quienes no han vivido fuera de él ni tres meses. Ahora que estamos en crisis es menos frecuente encontrar a estos defensores de nuestra peculiar calidad de vida. En la época de bonanza nos invadió una oleada de chauvinismo español que llegó a su culminación cuando ganamos el mundial de furgo. Entonces pude observar lo que hubiese jurado que no iba a ver nunca: la gente colocaba banderas de España en su azotea, en su balcón, en su coche. Cuanto más grandes mejor. Después, claro está, llegó el otoño y, con él, la caída de las banderas. Fueron unos años buenos. Empezó a circular la especie de que en nuestro país la droga, la prostitución, la delincuencia eran cosa desconocida hasta que llegaron los sucios inmigrantes. Era de dominio público que los españoles, santos varones, jamás habíamos robado, ido de putas ni nos habíamos drogado hasta que llegaron los primeros inmigrantes, ¿verdad? Tampoco eran españoles los inmigrantes que, en Alemania, en Suiza, en Francia, tenían fama de pendencieros, de borrachos y de sucios. Por ensalmo, se borró de nuestra memoria atávica aquellos carteles de restaurantes franceses que decían: "prohibida la entrada a perros y españoles". ¡Lo que hace el dinero!
   En aquellos años de pizza con champán, de coches caros y viviendas de cien millones, hasta llegó a decirse que era de izquierdas sentirse orgulloso de ser español. Y esta es una idea que nunca he entendido. ¿Qué puede querer decir sentirse orgulloso de ser español? Yo me siento muy orgulloso de la enseñanza que me dieron en mi colegio público, por parte de gente muy implicada que, de verdad, quería hacer cosas nuevas. Me siento muy orgulloso de las pequeñas cositas que he ido consiguiendo con mi propio esfuerzo. Me siento orgulloso, ya lo he dicho, de ser hombre, cuando veo a otros hombres haciendo lo posible por ayudar a las mujeres a seguir adelante en la lucha por sus derechos. Pero, ¿orgulloso de ser español? ¿qué puede significar eso? ¿sentirse orgulloso de compartir la misma procedencia geográfica, la misma lengua, la misma cultura que Millán-Astray, que Pepe Mari Aznar, que Escrivá de Balager? Todavía, si me dijeran que comparto orígenes con el Dioni...
   A lo mejor, sentirse orgulloso de ser español significa sentirse orgulloso de nuestra historia, que, al fin y al cabo, nos ha constituido como somos. En mi caso esta posibilidad resulta problemática. Mi primer apellido es típico de judíos y el segundo de clara procedencia árabe, es decir, llevo sangre conversa se mire por donde se mire. Algo de lo que, por cierto, se me olvidó ponerlo en la lista anterior, también me siento enormemente orgulloso. Por tanto, no tengo muy clara cuál debe ser "mi" historia, la historia en la cual yo deba reconocerme. Supongamos, para simplificar, que es de verdad la historia de España. ¿Qué hay en ella para sentirse orgulloso? La transición democrática, por supuesto, lo ocurrido en mayo de este año... Y, ¿antes de eso? ¿la guerra civil? ¿el Desastre de Annual? ¿la derrota de Trafalgar? ¿Rocroi? Sí, estoy siendo muy negativo. También hay grandes victorias en nuestra historia, empezando por la conquista de América. Pero también en este caso me acosan las dudas. La cuestión de la conquista de América no es que masacráramos mucho o muy poquito. La cuestión es por qué lo hicimos. Lean Uds. la biografía de los grandes conquistadores, son todas iguales. Todos nacieron en pueblos perdidos de la mano de Dios, pueblos de niños enfermos y malnutridos, de grandes señores infames, pueblos de miseria sin parangón. Nuestros antepasados (o los antepasados de quienes no son marranos, como yo), no fueron a conquistar perdidos reinos con el corazón henchido de lemas imperiales, ni con las cabezas plagadas de prejuicios racistas, fueron con algo terriblemente peor, con la ferocidad de quien tiene el estómago vacío desde que su memoria recuerda. Poco o mucho, masacramos, esclavizamos, sometimos, tratando de huir del hambre. ¿Quién puede sentirse orgulloso de eso? Creo que la única manera de sentirse orgulloso de un país es desconociendo su historia real, olvidando las derrotas, tapando los espantosos ridículos y las viles traiciones. Leer mucha historia no forja grandes patriotas.
   Ahora, los descendientes de aquellos a quienes nosotros masacramos, han venido a nuestro país exactamente como nosotros fuimos al suyo, huyendo del hambre y ¿los llamamos qué? ¿los acusamos de qué? ¿y se supone que debo sentirme orgulloso de eso? Igual que no me puedo sentir orgulloso del pasado, tampoco puedo sentirme orgulloso del presente. ¿Qué clase de país es éste? Tantos años de bonanza ¿en qué nos ha hecho mejores? ¿qué lecciones hemos aprendido? ¿cómo ha mejorado nuestro comportamiento? Cualquier respuesta que se pueda dar a estas preguntas se resume en algo que todos hemos vivido. Llega uno a su casa y trata de entrar en su cochera. Observa que hay un coche aparcado delante de ella, obstaculizando nuestro paso. No parado, como dice la ley, con el conductor al volante, no, aparcado, con los retrovisores bien plegados y, por supuesto, sin nadie en su interior. Ud. pita. ¿Aparecerá un Sr. con prisas, pidiendo disculpas y esbozando una excusa? No. Para empezar, no aparecerá al primer pitido, sino al segundo, al tercero o, simplemente, cuando le dé la gana. Si le oye pitar le preguntará que a dónde va con tanta prisa. No le conteste. En caso de hacerlo, se le pondrá borde, sonreirá con suficiencia y, naturalmente, volverá a aparcar en el mismo sitio cuando Ud. haya pasado. Puede llamar a la policía. Tendrá mucha suerte si le ahorra esta escena. Así es España. No es que se haga lo que está prohibido, es que parece que tenemos el imperativo moral de hacerlo. Y si, además, se molesta al prójimo, entonces hasta es una acción meritoria. El español es incapaz de disfrutar sin joder a los demás. Poderse se puede, pero es como una primitiva sin bote, no se hace con la misma ilusión. La sodomía es la obsesión nacional. Nos resulta imposible dormir en paz si el recuento de la cantidad de veces que hemos conseguido penetrar analmente a los demás durante el día no es bien largo. ¿No me creen? pues averigüen, averigüen en cuántos países del mundo la gente practica el bonito deporte de rayar el coche nuevo del vecino.
   ¿Tengo que sentirme orgulloso de nuestra pulsión sodomita? La verdad es que, por mucho que me cuenten que es la manera de encontrar el punto G masculino, no me entusiasma. Porque el problema, el problema real de este país, es que no todas las sodomizaciones las padecemos por igual. Las hay que nos joden y nos joden bien. Las hay que ya no las olvidamos y esperamos ansiosos la ocasión de devolverlas. Sin embargo, las gordas, las que son más bien una violación en toda regla, esas las ignoramos, hasta las disfrutamos sin que dejen rastro en nuestra memoria. La lista es interminable. Pondré un solo ejemplo. Hacia 1.990 se terminó de construir el Teatro de la Maestranza de Sevilla, primer auditorio de la capital en el que se podrían montar óperas más o menos grandes. Era una de las obras estelares de la exposición universal del 92. Costó una millonada. Presentó todo tipo de espectáculos durante la mencionada exposición, con un lleno más que respetable. El público de Sevilla se volcó. Cerró sus puertas con la expo. La programación que se había efectuado llegaba hasta esa fecha. Nadie tenía ni idea de qué hacer con él después. Lo contrario hubiese significado romper la regla de oro que rige este país: no planificar nunca nada. ¿Para qué planificar si podemos derrochar?
   Pasaron un par de años y, entonces, a algún consejero de la Junta se le ocurrió que estaría bien eso de asistir en el palco de honor al estreno de una ópera. Al cabo se reabrió. ¿Qué fantástica máquina de hacer dinero tenemos, para presuponer en todo momento, que podemos gastarnos millones en cosas cuyo uso no está en absoluto claro? La historia no termina aquí. Si Sevilla tiene un Teatro de la Maestranza, ¿por qué Alcalá de Guadaíra no puede tener un espacio escénico comparable? Al fin y al cabo, el alcalde de Sevilla era alcalde de Sevilla, pero el de Alcalá ha sido Alcalde-Senador. Así nació el Teatro Auditorio Riberas del Guadaíra, nada, una chuchería de 479.000 € (reconocidos, claro). Aforo completo en la práctica totalidad de representaciones desde que se inauguró hace siete meses. Aforo completo, entre otras cosas, porque la mitad de las localidades de cada función han sido generosamente regaladas por el ayuntamiento y/o quienes en él ocupan un cargo. El uno de enero echa el cerrojo. No hay dinero para mantenerlo. Carece de programación para el próximo año y no hay perspectivas de cuándo volverá a tenerla. Alguien está durmiendo muy a gusto. Su lista de sodomizados incluye unas 75.000 personas, todos los contribuyentes de Alcalá y, lo que es todavía mejor, los sodomizados, lejos de echar pestes como cuando alguien aparca en su cochera, están encantados. Gracias a nuestro ilustre personaje podrán ver cantar (es un decir) en directo a David Bisbal.
   Mejor lo dejo aquí y me voy a una asamblea de indignados.