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domingo, 24 de mayo de 2015

La verdad del velo

   En el ámbito musulmán es habitual calificar a los países occidentales de hipócritas o de usar una doble moral. La acusación tiene, desde luego, buenos fundamentos. Los occidentales vamos dando lecciones de democracia por Africa y Asia, a la vez que pactamos con los dictadorzuelos de turno para que nuestras empresas hagan suculentos negocios. En España es habitual considerar la democracia marroquí una democracia de baja calidad, pero nadie acusará a la familia real saudí de ejercer una férrea tiranía feudal sobre sus ciudadanos, a pesar de que lo hace y no tiene intención de cambiar. La doblez occidental es aún más patente en el caso de la religión, tema en el cual, con frecuencia, prejuicios en defensa del cristianismo son presentados bajo la verborrea del (supuesto) carácter laico del Estado, cuando no de la defensa de derechos individuales irrenunciables. Comento todo esto porque Holanda acaba de subirse al carro de los países europeos que han prohibido “el velo” (en realidad, el niqab y el burka) en los edificios públicos. Hasta 405 € de  multa podrá recibir cualquier mujer que se obstine en usarlos. Es de esperar que progres, feministas y gentes de bien de toda laya aplaudan esta medida “liberadora” que satisface a las mentes (cristianas y) biempensantes. Si quieren, se lo digo de otro modo, es de esperar que hablen sobre este tema gente que no tiene ni la menor idea de lo que está defendiendo.
   Para empezar, que las mujeres su cubrieran la cabeza con un velo era costumbre en Oriente Próximo mucho antes de la llegada del Islam. Se trataba de un signo de distinción que solían usar las mujeres de alcurnia o quienes aspiraban a serlo. Por contra, las esclavas, no llevaban nunca velo, precisamente para demostrar su estado de sumisión. Asimilar el velo con una religión concreta o con el sometimiento de la mujer al varón es, por tanto, fruto del absoluto desconocimiento histórico, algo que resulta tan abundante entre los occidentales como entre los fieles defensores de la fe de Mahoma. Desde ese punto de vista, ni unos ni otros pueden entender el mensaje liberador que encierra el Corán. Si el Corán exige que la mujer lleve velo es porque reconoce la dignidad de toda mujer, independientemente de cuál sea la clase social a la que pertenezca. Toda mujer debe llevar velo porque toda mujer merece ser respetada. Como buena religión que es, el Islam no puede dejar de lanzar tabúes sexuales y el velamiento de la mujer tiene otro fundamento, a saber, que el cabello femenino emite reflejos que vuelven locos a los hombres. Pero también los brazos de los hombres emiten reflejos que vuelven locas a las mujeres, así que nada de cabellos al viento ni de mangas cortas. De este modo, cuando las leyes occidentales prohíben el velo de las mujeres pero no las mangas largas de los hombres en verano o las barbas descuidadas, está instaurando una clara discriminación por razones de sexo dado que los hombres pueden mostrar su adscripción religiosa, pero las mujeres no. 
   Por sí mismo, el Islam no es ni más ni menos machista que cualquier otra religión. Otra cosa son las diferentes culturas con las que se asimiló y el propio velo refleja mucho a este respecto. Entre el velo que cubre el cabello de la mujer y el burka existe la misma distancia y la misma gradación continua que hay entre las costas de Marruecos y la isla de Mindanao en Filipinas. El Islam, por mucho que los integristas se empeñen en lo contrario, no es monolítico ni tiene los mismos ritos ni el mismo significado en todas partes del mundo. Y si no me creen investiguen un poco acerca de las cofradías de Marruecos, los santones de la India o las conversiones que causaron furor en la población negra de los EEUU hace medio siglo. De hecho, el velo, su significado original y su significado adquirido fue motivo de debate en el pensamiento islámico desde un siglo antes de que los occidentales reparásemos en él hasta la llegada de la revolución islámica en Irán. El Imam Jomeini dejó claro que la mujer debía usar el velo con una argumento interesante: la necesidad de protegerla de la mirada lasciva del varón. Este discurso, el de la necesidad de proteger a la mujer del hombre, forma parte de una cierta línea argumentativa dentro del feminismo occidental y, de hecho, ha conducido a muchas feministas musulmanas a adoptar el velo y acusar a sus correligionarias occidentales de eurocéntricas.
   Tampoco el deseo de prohibir el velo nació como una reivindicación de la libertad femenina. Las primeras leyes proceden de los “jóvenes turcos”, el Sha Rezza Pahlevi y Sadam Husein. De hecho, la reciente ley holandesa es únicamente el intento por parte de un gobierno de centro-izquierda de robarle votos a Geert Wilders, el xenófobo líder político holandés que va camino de acabar ganando unas elecciones. Que Occidente, de la mano de sus más ilustres progresistas, corra a alinearse con semejantes elementos, debería habernos llevado hace tiempo a reflexionar un poco sobre el tema. Al menos los “jóvenes turcos” fueron coherentes, no sólo prohibieron el velo, también masacraron a los armenios, muy cristianos ellos. Nosotros ni siquiera podemos presumir de eso. Prohibimos el velo de las mujeres musulmanas, pero no de nuestras monjas, que podrán seguir entrando en los edificios públicos sin descubrir sus cabezas ni pagar multa alguna. Afirmamos que nuestras escuelas son laicas y no toleran símbolos religiosos, sin que nadie ponga pegas a que un/a alumno/a lleve una cruz, la medalla de una virgen o una estampita de un Cristo del tamaño de una calculadora. Consideramos que una mujer está siendo denigrada aunque se tape el cabello voluntariamente y, sin embargo, nos parece “sexy” que lleve un colgante con el conejito de Playboy o, todavía mejor, que se lo tatúe. Y, por si fuera poco, en medio de toda esta hipocresía, las víctimas inocentes: la ley antivelo de 2004 en Francia causó la expulsión del colegio de tres chicos sijes a los que su religión exige llevar el pelo recogido con un turbante, pese a que no tienen nada que ver con el Islam.

domingo, 11 de enero de 2015

Terror

   En la oscura Edad Media, toda corte que se preciara tenía su bufón, un tipo extravagante o medio loco que, con frecuencia, era el único capaz de cantarle las cuarenta al rey o noble de turno. Normalmente, manchar su espada con la sangre de un bufón era considerado algo innoble, vil, indigno de un caballero. Vivimos en la era de la ciencia, de la información, de la tecnología, la luz inunda nuestros hogares disipando la oscuridad y, con ella, los ideales caballerescos. Vivimos en la era en la que los que ametrallan a un bufón son “héroes”, modelos a imitar por cualquier joven que quiera defender la religión y cultura de sus padres. Vivimos unos tiempos no menos oscuros que los medievales, en la era del miedo y el terror o, si lo quieren expresado de otro modo, de la mentira. 
   Mentira es que estemos “haciendo frente a un desafío terrorista sin precedentes”, como ha afirmado el impresentable de Manuel Valls y repetirán hasta la saciedad políticos cuya estulticia sólo es comparable con la de los terroristas. Este terrorismo tan religioso, tan inspirado por un profeta y tan defensor de las tradiciones, copia su modo de operar, de la estructura desestructurada del terrorismo anarquista de finales del XIX y principios del XX y puede ser combatido exactamente como se hizo desaparecer aquél, mejorando las condiciones sociales para que dejara de haber la masa de desesperados entre los que reclutaban sus miembros.
   Mentira es que el terrorismo se combata con más presencia policial, con más cámaras de vídeo en las calles, con más controles en los aeropuertos, restringiendo las libertades y los derechos de los ciudadanos. “Protegidos” por la policía estaba el director de Chalie Hebdo y el propio edificio de la publicación, con la utilidad que se ha podido comprobar. Las idas y venidas de los terroristas han sido grabadas por cámaras que llevan años violando la intimidad de los ciudadanos que pasan diariamente ante ellas a cambio de tener un puñado de grabaciones que subir a youtube. Ni la lectura de nuestros e-mails, ni de nuestros whatsapps, ni de nuestros tuits, ni el policía que me hizo quitarme los zapatos en el aeropuerto de Orly, han impedido que un puñado de kalashnikovs, explosivos y lanzagranadas hayan llegado al corazón de París.
   Mentira es que los descerebrados que se han llevado por delante 17 personas pertenezcan a ninguna “organización”, medianamente organizada, que defiendan el Islam o que estén movidos por ideales, ideas o creencias reconocibles de algún modo. En el cerebro de alguien que asegura a la prensa que se ha llevado tres años planificando el atentado y que después se deja el carnet de identidad en uno de los coches que roba, puede haber una idea o una creencia a lo sumo, dudosamente habrá sitio para  algo más. Desde que en 2011, recibieran el encargo de un emir de la rama yemení de Al-Qaeda, no se les ha ocurrido preparar un piso franco en el que aguardar que la búsqueda policial aflojara para prolongar el terror. Procedentes de la delincuencia común, la era post-atentado la han copiado de Fast and Furious, una huida sin fin en la que llevarse por delante cualquier cosa que fuesen encontrando, incluidos los amantes de la comida kosher. No es de extrañar que dos de ellos se digan miembros de Al-Qaeda en Yemen y el tercero, integrante del Estado Islámico en “sincronización” con los anteriores. Hay que recordar que el Estado Islámico es una escisión de Al-Qaeda y que entre ambos ha habido algo más que palabras hasta el punto de que los milicianos de Al-Qaeda en Siria se ofrecieron voluntarios para defender la ciudad kurda de Kobane del asedio del Estado Islámico. En cualquier caso, de ser verdad su pertenencia a estos grupos terroristas, sería un hito que hayan matado franceses pues si por algo se caracterizan Al-Qaeda en Yemen y el Estado Islámico es por haber asesinado brutalmente un sinnúmero de ciudadanos yemeníes, iraquíes y sirios, musulmanes todos ellos hasta la médula. 
   Mentira es que la hipocresía de Occidente consista en denunciar estos atentados y no las muertes que causa en Oriente sin hacer ruido, como ha dicho el actor Willy Toledo que ganaría mucho si sólo abriese la boca para recitar lo que otros le escriben. Esto es algo muy típico. Si yo mañana salgo a la calle y denuncio todos los aires acondicionados y antenas parabólicas que vea y que si efectivamente se ven desde la calle son contrarios a la ley, nadie me alabará por haber cumplido con mi deber de buen ciudadano. Sin embargo, si en vez de denunciarlos me dedico a disparar contra los propietarios de dichos aires acondicionados y parabólicas en nombre, por ejemplo, de los derechos de autor de los arquitectos que diseñaron las fachadas de esos edificios, seguro que aparece alguien defendiendo mi acción. No hay nada como matar para que la gente busque razones.
   Mentira es que forme parte de los ideales republicanos franceses la libertad de expresión. La libertad de expresión no le interesa lo más mínimo a ningún gobierno de ningún país por muy democrático que se diga. Porque la hipocresía de Occidente no radica allí donde la encuentran progres pseudointelectuales. La hipocresía de Occidente consiste en defender cierta libertad de prensa en ciertos momentos y para ciertas cosas. Los caricaturistas franceses muertos por publicar viñetas de Mahoma, son mártires de la libertad. Los caricaturistas, los periodistas, los blogueros presos o muertos en Argelia, en Egipto, en Arabia Saudí, en Qatar, en Yemen, en Siria, en Irak y en tantos y tantos otros lugares, no existen, porque su existencia va contra los intereses (económicos) de estos gobiernos tan preocupados por la libertad de expresión y que jamás osarán convocar una marcha para defenderlos ante sus respectivos gobiernos.
   Mentira es que el Islam sea una religión cerrada, proclive a la violencia y caldo de cultivo de todo género de integrismos. Estoy seguro de que el asalto a Charlie Hebdo no ha sido celebrado únicamente en los desiertos del norte de Yemen. En hogares cristianos y judíos, mucho más próximos a nosotros, también se ha celebrado, pues con todos ellos se metieron sus redactores. Durante treinta años ETA discutió largamente si era o no socialista. Lo que no se discutió nunca fue su naturaleza católica, para eso nació en el belén de los seminarios. El IRA llevó a cabo durante décadas una guerra santa contra los protestantes, sin que nadie acusara nunca a sus miembros de integristas católicos, pese a que lo eran. Y mejor no hablamos de lo que está ocurriendo en la CIA, inundada desde hace años por los acólitos del Opus Dei. Ya lo hemos dicho en otra entrada, lo primero que hace una religión es colocarnos una venda en los ojos que nos impide ver los integristas de nuestra propia tribu y resaltar los integristas de las demás.
   Mentira es que hayamos sido puntualmente informados estos días atroces por medios de comunicación que disfrutan de la libertad de prensa. Apabullados por tantos vídeos, por tantas imágenes, por tantas fotos, infogramas, gráficos y mapas, casi han conseguido que olvidemos dos preguntas claves que no interesa que nos hagamos: ¿quién era el tercero de los asaltantes al edificio de Charlie Hebdo? y, sobre todo, ¿cómo y por qué un puñado de delicuentes de poca monta consiguieron meter en el corazón de París varios fusiles de asalto, un lanzagranadas, granadas y explosivos?
   Mentira es, en fin, que en España se sepa distinguir entre unos musulmanes y otros como han declarado dirigentes de asociaciones musulmanas, decididos a mantener un perfil bajo. Visiten Ceuta y Melilla, tomen el pulso de las ciudades, acérquense, si tienen valor, a sus barrios marginales, allí donde el radicalismo ha comenzado a desplazar al modo tradicional de entender el Islam en el norte de Marruecos. En realidad, no hace falta que vayan tan lejos. En esta ciudad de Sevilla que con tanto orgullo exhibe su pasado musulmán, ciudad tan acogedora, tan comprensiva, la comunidad islámica viene reclamando al Ayuntamiento terrenos para una mezquita desde hace cuatro décadas, generando enormes protestas en todos y cada uno de los barrios sucesivamente designados para su instalación. Naturalmente eso no es islamofobia, no, es miedo al musulmán, al musulmán pobre. Porque, eso sí, los mormones, cuya historia no está plagada de paz y amor precisamente y cuya falta de tolerancia es vista con recelo por los propios norteamericanos, obtuvieron rápidamente el permiso para una macro iglesia en cuanto mostraron sus posibilidades económicas al cargo político de turno.
   Y es que, cuando el terror aparece, las balas silban y las explosiones aturden, la primera víctima siempre es la verdad.